Tres meses más tarde…
BUENO, Wilder, he oído que has dejado se saltar desde puentes y que te casas este fin de semana –dijo el sargento mayor Martin.
–Efectivamente, señor.
–Deja de tocarle las narices a tu futuro yerno –reprendió Ellen a su marido–. O le contaré que el sargento Brown se recuperó repentinamente de una apendicitis crónica.
Joe no tuvo tiempo de preguntar qué significaba ese comentario. Tampoco estaba muy seguro de querer saberlo. Solo quería que ese día todo fuese como la seda. Todos estaban en la entrada de la iglesia esperando a que empezara la ceremonia. Ellen se acababa de incorporar a la zona de máxima seguridad para informarlos de que la operación especial, que otros llamaban boda, estaba a punto de ponerse en marcha. En términos militares, el día D y la hora H estaban muy cerca.
–La iglesia está llena de perros del infierno –comentó el padre de Joe–, pero no sé de dónde salen esos civiles tan pequeños.
–Son niños, papá –replicó Joe.
–Prudence ha invitado a sus alumnos –le recordó la madre de Joe a su marido.
Keishon, que se había puesto un vestido, Rosa, Gem, Sinatra y Pete aparecieron como si le hubiesen llamado a escena.
–Traemos el alpiste.
–¿Alpiste? –dijo el padre de Joe, perplejo.
–Para tirarlo en lugar de arroz –le aclaró Keishon–. ¿No sabía que el arroz es muy malo para los pájaros?
–Y no queremos hacer ningún daño a los pájaros, ¿verdad Keishon? –corroboró Joe.
–Afirmativo, señor. Además, usted no va a cortar más ramas de abetos.
–No lo haré, Keishon –dijo Joe con una sonrisa–. Será mejor que os vayáis sentando.
–Es el momento de sincronizar los relojes, caballeros –dijo el sargento mayor Martín–. En este momento… son… las catorce horas.
–¡Eh!, hermanito, ¿es aquí? –preguntó el hermano de Joe mientras entraba por la puerta delantera de la iglesia. Era más alto que Joe, pero tenía los mismos ojos azules. Los dos llevaban el uniforme de gala de los marines–. ¿Llego tarde?
–Sí –gruñó Joe–. Esperaba que el único oficial presente de la familia fuese más puntual.
–Bueno, ya he llegado. ¡Que empiece la fiesta! –dijo Mark, mientras colocaba bien el cuello de la camisa de Joe con una sonrisa burlona.
–Déjate de bromas –dijo Joe muy nervioso.
–Chicos, chicos… –dijo su padre–. No es el momento.
–Eso, Wilders, esperad un rato –dijo Curt–. No pienso estar delante de toda esa gente como padrino mientras los hermanos discuten como si fuese críos. Mueve el trasero, tío. Créeme, a las novias les pone muy nerviosas que no se siga el programa.
–Hay mas participantes que invitados –comentó Joe al llegar al altar.
Estaban sus padres, que se habían unido a su hermano menor, Sam, que esperaba en el banco. El otro hermano, Justice, estaba de servicio, pero había enviado sus felicitaciones y a una chica que hizo strip-tease la noche anterior en la despedida de solteros.
Una vez que la madre de Prudence estuvo sentada, el organista cambió de música y apareció Blue, que recorrió todo el pasillo arrojando pétalos de rosa.
–Esa niña va a ser un pitcher fabuloso –susurró Curt, lleno de orgullo.
Luego apareció Jessie, que miró a Curt amorosamente. Luego le tocó a…
–¿Quién es la princesa? –le preguntó Mark.
–Su Alteza Real la Princesa Vanessa Volzemburg, así que compórtate, si sabes –dijo Joe entre dientes.
La música volvió a cambiar y llegó Prudence. Era como si sus sueños se hubiesen convertido en realidad. El vestido se ondulaba alrededor de los tobillos mientras avanzaba junto a su padre.
Él se quedó sin respiración. Ella también. Prudence clavo la mirada en el rostro de Joe. Era tan atractivo, tan seductor, tan… suyo. ¡Para ella sola! Le sonrió y él le devolvió la sonrisa.
La ceremonia fue corta, pero a ellos les pareció eterna hasta que los declararon marido y mujer.
–Bienvenida al mundo de los casados, señora –le susurró Joe antes de abrazarla y darle un beso.
Honor, valor y compromiso. En ese momento, su marine había añadido el amor a la lista de las virtudes de un marine y ella se sentía segura entre sus brazos.