Sofía cayó sobre el torso de Eric, respirando agitadamente. Las manos de Eric seguían entre sus piernas y notó una humedad en el estómago al apoyarse en él. El orgasmo había rebotado en ella como una bala. Estaba ardiendo y desatada al mismo tiempo; y era maravilloso. Sencillamente maravilloso.
Y fue entonces cuando pensó que tal vez ya estaba completamente enamorada de él.
Respiraba de forma entrecortada y no podía dejar de temblar, pero de la mejor manera posible. Con él, todo era diferente. Le había encantado el sexo con su marido, pero con Eric era distinto. No había imaginado lo excitante que sería sentarse a horcajadas sobre Eric mientras él la llevaba al orgasmo, besándola, clavando suavemente los dientes en sus pechos.
Se estremeció entonces. No había sido igual que con su marido y pensar eso le parecía una traición. Había querido a David con toda su alma y con todo su cuerpo, pero tal vez estaba enamorada de Eric.
Le daba vueltas la cabeza y, cuando los deliciosos espasmos de placer empezaron a esfumarse, se asustó de verdad. Dios santo, ¿de verdad habían hecho eso?
Todo había ocurrido como en un sueño. Estaba medio dormida, con el cálido cuerpo de Eric a su lado, excitada. Y lo deseaba tanto. Había pasado tanto tiempo desde que deseó a un hombre. El deseo y la sensualidad no habían sido parte de su vida desde que David murió.
Si fuera otro hombre no habría ocurrido nada porque no se habría quedado en bragas delante de él. No se habría metido en la cama con otro hombre. Pero Eric no era un extraño haciéndole vagas promesas que no tenía intención de cumplir.
Era Eric.
Había tenido a sus hijos en brazos, los había hecho reír. La había besado en el coche. Le había prometido que pasara lo que pasara en la cama, no tenía nada que ver con el trabajo. La había visto en su peor momento y, sin embargo, seguía allí, dándole un orgasmo fabuloso.
No quería hacer el amor solo por una vaga frustración sexual. Lo deseaba a él y podía tenerlo. Y lo había tenido.
Eric la abrazó con fuerza.
–Dios, Sofía… –empezó a decir, respirando con dificultad. Parecía feliz y tal vez aliviado–. Quiero decir… bueno, ya sabes.
No, no sabía lo que quería decir, aparte de que también él había disfrutado, y eso la hacía sentir bien. Aunque ella no había hecho mucho. Solo se había colocado a horcajadas sobre él, aplastando las caderas contra su impresionante erección, solo había gritado su nombre. Y se había estremecido de arriba abajo, sin poder evitarlo.
Él se movió entonces, apretándola contra su torso, y eso interrumpió sus locos pensamientos. Sofía cerró los ojos y apoyó la barbilla en el hombro masculino, intentando disfrutar del momento.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que mantuvo relaciones íntimas, pero aún podía sentir la pasión, el deseo. Y aún podía ser satisfecha. Eso era lo más importante.
No sabía qué hacer en ese momento. ¿Felicitarlo por sus habilidades amatorias? ¿Decirle que no podía esperar a que llegase la noche para hacerlo otra vez? ¿Decirle lo que sentía por él? David y ella siempre se habían dicho «te quiero» después de hacer el amor.
Pero, aunque estuviese enamorándose de él, no podía decirle eso. Porque había prometido cuidar de ella, pasarlo bien con ella y separar aquel fin de semana de todo lo demás. El amor no tenía nada que ver. De hecho, probablemente lo estropearía todo.
No quería recordarle que fuera de aquella habitación no podrían estar juntos.
–¿Cariño, estás bien?
Ella dejó escapar una risita. No, no estaba bien. Ni siquiera podía pasar un fin de semana como amigos con derecho a roce sin darle mil vueltas a todo.
–Sí, es que…
–¿Había pasado algún tiempo?
Ella asintió, agradeciendo esconderse tras esa media verdad. Al fin y al cabo, estaba un poco oxidada.
–¿Y ahora qué?
–Yo necesito darme una ducha… –dijo Eric. En ese momento su reloj emitió un pitido–. Espera un momento –murmuró, levantando la mano–. ¿Sí?
–¿Eric? He conseguido meter a Meryl en la ducha. Está discutiendo, así que ya se le ha pasado el mareo.
Aunque Steve no podía verlos, Sofía se ruborizó. ¿Por qué no había decidido ser amigos con derecho a roce cuando no estaban trabajando?
Claro que, ¿cuándo iba a pasar otro fin de semana con Eric?
«Qué complicación».
–¿Seguro que podéis ir a la reunión? –preguntó Eric, calmado y profesional. No parecía el hombre que acababa de llevarla al orgasmo solo con los dedos.
–Creo que sí. Danos cuarenta y cinco minutos y estaremos listos.
–Muy bien –asintió Eric, rozando perezosamente su espalda con la punta de los dedos.
–¿Quieres que se lo diga a Sofía?
–No, lo haré yo. Nos vemos dentro de un rato –Eric cortó la comunicación y volvió a apoyar la cabeza sobre la almohada–. Parece que tenemos que levantarnos.
–Sí, parece que sí –asintió ella. Su calma era contagiosa. Su corazón empezó a latir a un ritmo normal, pero seguía sin saber cómo iba a enfrentarse con la rutina del trabajo. Antes le había parecido abrumadora, pero ahora le parecía casi imposible.
Eric levantó su cara con un dedo.
–¿Seguro que estás bien?
Ella intentó esbozar una sonrisa de confianza, pero Eric enarcó una ceja, de modo que había fracasado.
–No sé qué hacer. Quiero decir sobre nosotros, sobre esto –Sofía dejó escapar una risita–. Y también sobre la cena con el lugarteniente del gobernador esta noche. Nada de esto es normal para mí.
Él acarició pulgar sobre su mejilla, sonriendo. Si estuviera de pie, haría que se le doblasen las rodillas.
–Vas a volver a tu habitación para ducharte y cambiarte de ropa y yo voy a hacer lo mismo. Luego iremos a esa reunión, donde Meryl negociará hasta que caiga rendida, Steve se hará amigo de todo el mundo y yo haré grandes promesas. Lo único que tú tienes que hacer es sonreír y escuchar. Toma nota de todo lo que se diga en voz baja, de quién parece nervioso o molesto. Quiero saber lo que no se dice en voz alta.
–Muy bien.
Eric volvió a acariciar su mejilla.
–Si te sientes incómoda, felicita a alguien por una bonita corbata o por una buena presentación. A nadie le molesta recibir un cumplido. Haz eso y todo irá bien.
Parecía tan seguro, como si de verdad creyese que podía hacerlo. Daba igual, ella sabía que no sería fácil porque no tenía experiencia en reuniones de alto nivel. Eric se mostraba tan seguro porque estaba acostumbrado, lo hacía todos los días.
Esperaba no abochornarlo, pero existía el riesgo de que cometiese un error y eso le costase el proyecto. Y si era así después de lo que habían compartido…
Nunca sería capaz de volver a mirarlo a los ojos.
No había forma de escapar de la realidad: estaban juntos en la cama, casi desnudos, el sudor en su espalda empezaba a enfriarse y quería que Eric la calentase de nuevo.
–¿Y después de eso?
Él sostuvo su mirada durante unos segundos.
–Eso depende de ti –respondió en voz baja, tocando la cama–. Aquí hay mucho sitio. Puede que me sienta solo.
Debería decir que no. Debería alejarse mientras pudiera, antes de cruzar esa frontera final. Si fuese lo bastante fuerte, dormiría sola esa noche.
Pero entonces Eric tomó su cara entre las manos para darle un tierno beso en los labios y supo que no iba a ser lo bastante fuerte. Porque iba a dormir entre sus brazos esa noche.
–Eso sería trágico, ¿verdad?
Eric la besó en los labios antes de darle una palmadita en el trasero.
–Devastador, pero tenemos mucho que hacer antes de eso.
Suspirando, Sofía se levantó de la cama.
–Entonces será mejor que empecemos a movernos.
–Bueno –dijo Eric mientras las puertas del ascensor se cerraban–. Creo que todo ha ido bien.
Sofía tuvo que hacer un esfuerzo para no apoyarse en la pared del ascensor. ¿Quién hubiera imaginado que prestar atención a la conversación durante todo el día, con una sonrisa en los labios, podría ser tan agotador?
Pero eso no era lo único que la tenía agotada. El esfuerzo de no mirar a Eric, de no sonreírle, de no mostrar que estaba pendiente de él, la había dejado exhausta. Y no sabía si lo había conseguido porque definitivamente deseaba a Eric.
Apenas reconocía su reflejo en las paredes de espejo del ascensor. El vestido de encaje blanco y negro, y el sujetador sin tirantes, le daban un aspecto fabuloso. Casi no parecía una madre de mellizos y eso era impresionante.
Si se ponía una chaqueta sobre el vestido podría llevarlo a la oficina, pero para la cena de esa noche se había puesto la pashmina sobre los hombros, dejando al descubierto sus brazos desnudos.
Y a Eric también parecía gustarle porque no había dejado de mirarla en toda la noche. Como ahora. Se acercó un poco más, hasta que sus hombros se rozaron. Cuando le sonrió, Sofía no pudo evitar pensar: «encajamos».
Lo cual era ridículo. Que el traje oscuro y la corbata de color azul eléctrico conjuntasen con su vestido no significaba que hubiera un sitio para ella en su vida. Pero era suficiente para fingir durante ese fin de semana.
–¿Podemos esperar hasta mañana para repasar las notas? –preguntó Meryl, con tono agotado.
Sofía dio un respingo. ¿Tenían que volver a trabajar después de ocho horas de reuniones? ¿Antes de que Eric y ella pudiesen retomar lo que habían dejado a medias por la tarde? Incluso durante la cena, una de las mejores que había probado en su vida, había estado concentrada en escuchar. Estaba acostumbrada a dormir poco, como cualquiera que tuviese hijos pequeños, pero dibujar con los niños no exigía el mismo esfuerzo mental que seguir una discusión sobre ordenanzas estatales y federales.
Por suerte, no había hecho el ridículo. Había prestado atención a la conversación, sin mirar a Eric fijamente, intentando no recordar su cuerpo casi desnudo unas horas antes. No había sido fácil, pero lo había conseguido. Al parecer, durante un fin de semana podía hacer creer a todo el mundo que su sitio estaba al lado de Eric.
–Por supuesto –asintió él, rozando la mano de Sofía. Ese simple contacto fue un como un relámpago, despertándola de inmediato–. Ha sido un día muy largo, pero estoy impresionado por cómo os habéis recuperado y sé que mañana estaremos como nuevos.
–Arriba el equipo –dijo Steve con tono lastimero, haciendo reír a su mujer.
Sofía consiguió sonreír. Les esperaba otra larga jornada de trabajo al día siguiente, pero esa noche…
Esa noche estaría en los brazos de Eric y sería un poco egoísta. Podía dar rienda suelta a su deseo en lugar de preocuparse por las necesidades de otros. Y merecería la pena, aunque fuese incómodo por la mañana, porque quería recordar que era una mujer con deseos y necesidades.
Apretó los dedos de Eric durante un segundo, pero apartó la mano cuando el ascensor se detuvo.
–¿A qué hora es la reunión de mañana? –preguntó él mientras se dirigían a sus habitaciones.
–A las nueve –respondió Sofía.
–Nos veremos en la suite a las ocho para desayunar –anunció Eric, lleno de energía, como si hubiera podido seguir en el bar durante unas horas más.
Pero ella no quería quedarse en el bar, quería estar en su cama.
Meryl y Steve se despidieron cuando llegaron a la habitación y Eric se detuvo un momento para mirar por encima de su hombro antes de volverse para mirarla a los ojos. Sofía asintió con la cabeza, respondiendo a la pregunta que no había hecho con palabras.
Daba igual cuál fuera. La respuesta era afirmativa.
–Buenas noches –se despidió, antes de entrar en su habitación. Necesitaba un momento para usar el baño y arreglarse un poco, pero después abrió la puerta de la suite y entró sin esperar más.
Su pulso se aceleró. Estaba emocionada y eso era algo nuevo para ella. Tras la muerte de David, mientras intentaba cuidar de sus hijos recién nacidos, no tenía energía para echarlo de menos. Su sexualidad había quedado aparcada, pero cuando la niebla de la depresión empezó a abrirse se preguntó si sería capaz de volver a sentir deseo por algún hombre. Era casi como si hubiese olvidado lo que era.
Pero esa tarde Eric había hecho que perdiese la cabeza con unas simples caricias y unos besos apasionados. Y había sido un alivio inmenso. Aún podía sentir, pensó. Esa parte de ella no había muerto con David, pero quería más. Lo quería todo.
Quería a Eric y, afortunadamente, él estaba allí, esperándola.
Aquel era su fin de semana y el lunes todo volvería a la normalidad. Ella iría a trabajar y él se iría a navegar en su barco. Nada de comprar ropa, nada de besos en el asiento del coche, nada de fotografías de Eric con sus hijos en brazos.
Nadie sabría lo que había pasado en San Luis. Especialmente su madre.
Eric salió del dormitorio y la tomó entre sus brazos. Se apoderó de su boca con un beso tan ardiente que, de repente, sentía que llevaba demasiada ropa. Por suerte para ella, Eric parecía decidido a remediar esa situación.
–Toda la noche –murmuró sobre la delicada piel de su cuello–. Llevo mirando ese vestido toda la noche.
–Me gusta el vestido –dijo ella, mientras Eric tiraba de la cremallera, besando su cuello y su escote al mismo tiempo. Experimentó una oleada de calor por todo el cuerpo. Dios, esperaba que Eric la hiciese arder–. Me hace sentir…
Bueno, la hacía sentir como si hubiese un sitio para ella en su mundo.
–No es el vestido, eres tú –la interrumpió él, tirando de la cremallera hasta que la prenda se abrió. El aire fresco en la espalda le provocó un escalofrío y endureció sus pezones–. Tú haces que el vestido sea precioso, Sofía –dijo luego, dando un paso atrás para deslizarlo por sus hombros–. ¿Pero sabes que es mejor que verte con este vestido?
–¿Qué?
–Verte sin él –respondió Eric. La prenda cayó hasta su cintura y él siguió tirando hacia abajo–. Sofía… –susurró cuando cayó al suelo y ella quedó en sujetador, bragas y zapatos de tacón. Sus ojos se iluminaron mientras daba un paso atrás para admirarla–. Pensé que estaba preparado, pero no es verdad.