Sofía no recordaba el aterrizaje. No podría decir si había sido suave o desastroso porque solo podía pensar en sus hijos.
–¿Y bien? –le preguntó Eric cuando volvió a hablar con su madre.
Sofía tomó aire, intentando calmarse. El chófer conducía a toda velocidad, saltándose algún semáforo en su prisa por llegar al hospital, y ni siquiera el cinturón de seguridad pudo evitar que se deslizase por el asiento.
–Está en casa, con Addy. Dice que la niña está bebiendo muchos líquidos, y eso es bueno. Ha dejado de vomitar.
Eric pasó una mano por su brazo. No se había apartado de su lado desde que subieron al ascensor del hotel. Sofía no recordaba el vuelo desde San Luis o el aterrizaje en medio de la noche, pero sabía que Eric había estado a su lado. Como lo estaba en ese momento.
–¿Y tu padre sigue en el hospital con Eddy?
–Sí.
Eran las tres de la madrugada y estaba agotada. Si no fuese por Eric, no sabía qué habría hecho.
–Ya casi hemos llegado –le aseguró él, intentando mostrar confianza.
Sabía que su intención era calmar sus miedos, pero no podía hacerlo. Si no hubiera ido a San Luis habría estado con sus hijos cuando se pusieron enfermos. Podría haberlos consolado, o al menos haberlos llevado antes al hospital. Sus padres solían negarse a llamar al médico a menos que la situación fuese grave porque no querían gastar dinero en algo tan poco importante como un resfriado.
No le había contado eso a Eric porque no sabía si lo entendería, pero que sus padres hubiesen llevado a Eddy al hospital la aterrorizaba porque significaba que el niño estaba muy enfermo. Debería haber estado al lado de sus hijos y, en lugar de eso, estaba acostándose con Eric.
Por primera vez dese la muerte de David había sido un poco egoísta. Había pensado en ella misma en lugar de pensar en sus hijos y ahora estaba corriendo al hospital, esperando no llegar demasiado tarde.
Se sentía enferma porque aquello era demasiado familiar: la carrera en el coche para llegar al hospital, esperando llegar a tiempo, esperando que nadie muriese.
–Yo encontré a David –dijo en voz baja. No quería revivir el peor día de su vida, pero el temor por la vida de su hijo la hacía hablar–. Se levantó en medio de la noche. Había tenido dolor de cabeza durante toda la tarde y estaba empeorando, así que iba a tomar una pastilla. Yo estaba en los últimos meses de embarazo y no podía dormir, pero cuando no volvió a la cama fui a buscarlo. Lo encontré tirado en el suelo de la cocina.
Eric levantó su mano para llevársela a los labios.
–¿Qué pasó?
–Dijeron que había sido un aneurisma. Él… –Sofía tuvo que hacer una pausa para respirar. ¿Sería más fácil algún día?, se preguntó–. Había muerto cuando lo llevaron al hospital. Fue el peor día de mi vida.
–Cariño… –Eric se quitó el cinturón de seguridad para envolverla en sus brazos–. Esto no es lo mismo. Eddy está enfermo, pero no va a morir. Si yo puedo hacer algo al respecto, no le pasará nada.
–No puedes hacer nada –musitó ella. No podría soportar más dolor. «Por favor», rezó, «por favor, no dejes que mi hijo muera»–. Nadie puede hacer nada.
–Sofía –dijo él entonces, tomando su cara entre las manos–. Esto no es culpa tuya.
Ella lo sabía, pero sus ojos se llenaron de lágrimas.
–Debería haber estado aquí. Debería haber estado con mis hijos en lugar de…
«En lugar de estar contigo».
No lo dijo en voz alta, pero no tenía que hacerlo. Eric sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Aunque era absurdo, Sofía estaba exagerando. Era el sentimiento de culpa de una madre. Eddy se pondría bien.
Los niños no eran nada suyo, pensó. Eran los hijos de una amiga. Sin embargo, se había ido de San Luis sin pensarlo dos veces, arriesgando uno de los mejores contratos de su vida. ¿Y para qué?
El coche se detuvo de golpe y Eric miró por la ventanilla. Estaban frente al hospital.
–Vamos –murmuró, ayudándola a bajar del coche. No soltó su mano mientras corrían hacia la entrada–. ¿En qué planta está?
–En la tercera.
Cuando las puertas del ascensor se cerraron tras ellos, Eric se volvió para tomar su cara entre las manos.
–Respira, Sofía –le dijo–. El pánico es contagioso y no quieres disgustar al niño, ¿verdad?
Sus pulmones no parecían capaces de llenarse de aire, pero hizo un esfuerzo para respirar. Era una lucha, pero Eric tenía razón; debía calmarse y no aparecer histérica en la habitación de su hijo.
–Siento mucho haberte hecho venir…
Aquello era precisamente lo que más había temido: malograr el contrato y demostrar que Eric había cometido un error al pensar que podía ocupar un sitio en su vida.
–¿Cómo puedes pensar que el contrato significa algo para mí cuando tú me necesitas, cuando Eddy me necesita? Tus hijos y tú sois mucho más importantes que cualquier contrato.
Sofía se quedó sin aliento. En otras circunstancias, esa hubiera sido una afirmación tan romántica, prácticamente una declaración de amor. Peo no podía ser. Eric solo intentaba tranquilizarla, hacer que se sintiera mejor. Y ella necesitaba toda la ayuda posible en ese momento.
La puerta del ascensor se abrió en la planta de pediatría. Tardaron unos minutos, pero por fin encontraron la habitación. Su padre estaba sentado en una silla, con aspecto demacrado.
–Sofía –dijo, abrazándola–. Todo va bien. El niño está respondiendo al tratamiento, pero lo mantienen sedado para que no se quite la vía. Y solo puede haber una persona…
Sofía no oyó el resto de la frase mientras se dejaba caer sobre la silla, al lado de la cama, con un nudo en la garganta que casi le impedía respirar.
–Mi niño… –murmuró, apartando el pelo de su carita.
–Aquí está nuestro pequeño campeón –dijo Eric, tapando con una manta el brazo donde tenía puesto el goteo para que no lo viera. Aunque estaba sedado, Eddy esbozó una media sonrisa que casi le rompió el corazón.
–Mamá está aquí, cariño. Siento haber tardado tanto, pero ya estoy aquí y tú eres tan fuerte.
Eric apretó su hombro y oyó que su padre decía algo, pero no lo entendió. La habitación quedó en silencio, salvo por el ruido del goteo y el estruendo de su sentimiento de culpa.
El tiempo pasaba mientras miraba cómo el pecho de su hijo subía y bajaba suavemente. Solo llevaba un pañal y parecía tan pequeño, tan frágil. Debería haber estado a su lado, no en la cama de Eric. Había dejado defraudado a su hijo ¿y para qué? Si algo le ocurría a Eddy, no se lo perdonaría nunca.
–Buenos días –escuchó una voz desde la puerta–. Señora Bingham, ¿no?
Sofía se secó las lágrimas mientras se daba la vuelta. Pero cuando vio al hombre que estaba en la puerta se llevó una sorpresa.
–¿Robert Wyatt?
Había pasado mucho tiempo, pero enseguida reconoció al chico que había intentado meterle mano casi veinte años antes. El hombre que tenía delante era alto, de anchos hombros, con el pelo oscuro y brillantes ojos azules.
Llevaba una bata blanca y un estetoscopio en el bolsillo. ¿Qué hacía allí?
–Doctor Wyatt. ¿Nos conocemos? –le preguntó él–. Ah, espera un momento…
¿Cómo podía aquel día ser aún más extraño? La última persona a la que quería ver era Robert Wyatt, especialmente en aquella situación.
–Soy Sofía. Eric y yo éramos amigos de niños.
Él la miró, boquiabierto.
–Eres la hija de la criada, ¿no?
Ella sintió que le ardía la cara.
Incluso después de tantos años seguía siendo «la hija de la criada». Durante el fin de semana había querido creer que podría haber un sitio para ella en el mundo de Eric, pero era una mentira. Eric podría no darse cuenta de la verdad, pero los demás sí.
Ella siempre sería la hija de la criada, una desventaja para él. Sofía miró a Wyatt, preguntándose si debería patearlo de nuevo.
–Entonces te debo una disculpa –dijo él entonces.
–¿Qué?
–Por algo que ocurrió hace mucho tiempo, cuando éramos unos críos. Seguramente no te acuerdas de mí…
–Recuerdo que me acorralaste –lo interrumpió Sofía.
Él hizo una mueca.
–Como he dicho, te debo una disculpa. No debería haber intentado nada. Aunque, si no recuerdo mal, recibí mi merecido.
Aquella era la conversación más extraña que había mantenido nunca.
–Ya, muy bien, ¿pero qué haces aquí? –le preguntó Sofía. Porque no le interesaba Wyatt; solo quería que su hijo se pusiera bien.
–Jenner me ha llamado. Me ha dicho que el hijo de una amiga estaba enfermo y me ha pedido que viniese a verlo. No sabía que fuese tu hijo, claro. Soy cirujano pediátrico, por eso me llamó Jenner –respondió él, estudiando el informe del médico de guardia–. Bueno… –dijo luego, esbozando una sonrisa– por eso y porque le debía un favor. O más bien te lo debía a ti, así que supongo que sigo en deuda con él.
Sofía parpadeó, intentando entender de qué estaba hablando.
–¿Puedes decirme cómo está mi hijo?
–¿Has hablado con algún otro médico?
–No, aún no.
–Ha habido una epidemia de gastroenteritis muy perniciosa últimamente. Es muy desagradable, pero no dura mucho. El niño está respondiendo bien al tratamiento –Wyatt se acercó a la cama para observar a Eddy–. Se pondrá bien, no te preocupes.
Ella debería haberse quedado en casa para cuidar de sus hijos y, en el proceso, no condenar al fracaso el contrato de Eric. Eso era lo único importante.
–Gracias –murmuró–. Pero quiero hablar con el médico de guardia.
–Sí, claro, pero te aseguro que tu hijo se pondrá bien. Conociendo a los niños, se pondrá bien rápidamente. Hablaré con el médico de guardia antes de irme, pero seguro que puedes llevártelo a casa mañana mismo.
–Gracias por venir a verlo –dijo Sofía, rezando para que tuviese razón–. Te lo agradezco.
–Gracias por aceptar mi disculpa. Jenner no suele pedirle favores a nadie, pero ahora entiendo por qué lo hizo. Cuídate, Sofía.
Después de decir eso salió de la habitación y ella se quedó pensativa. ¿Qué había querido decir? Le gustaría que Eric estuviese allí. Había arriesgado tanto por ella. No tenía sentido porque era un hombre multimillonario, poderoso, sexy, fabuloso en la cama y maravilloso con los niños. Y también lo bastante estúpido como para arriesgar un contrato tan importante solo por…
¿Por ella?
No podía ser. Quería disculparse por costarle el contrato y por hacer que pidiese favores en su nombre, pero también quería abrazarlo y que le dijese que todo iba a salir bien.
Ya no sabía lo que quería. Había ido a la Inmobiliaria Jenner porque necesitaba un trabajo para mantener a su familia, nada más. Pero incluso eso era mentira. Porque podría haber solicitado muchos otros puestos, pero había ido a ver a Eric. ¿Y por qué?
Porque quería algo más de la vida. Y, durante un día y medio, lo había tenido.
Eric le había hecho sentir y desear cosas con las que había dejado de soñar: amor, ternura, satisfacción.
Felicidad.
Por primera vez desde que su marido murió, se había atrevido a ser un poco egoísta. ¿Y dónde la había llevado eso?
Eddy estaba en el hospital, Addy enferma en casa. Y ella no podía correr a su lado porque estaba con su hijo. Podría haber causado un daño irreparable al negocio de Eric…
Él no estaba allí y Sofía no se había sentido más sola en toda su vida.