Sofía apretaba a Addy contra su pecho como si fuera un escudo y Eric la miraba totalmente desconcertado.
–¿No qué?
¿No debería haber dicho algo más? No le gustaba la Costa Dorada. No quería casarse.
No, gracias. Pero eso no podía ser.
–No tenemos que vivir en la Costa dorada. Podemos buscar una casa en otro sitio. Quiero que seas feliz, Sofía –le dijo, levantando una mano para acariciar su cara.
Ella dio un paso atrás y Eric no tuvo más remedio que dejar caer la mano al costado.
–Eric, no –repitió–. No puedo casarme contigo. ¿Cómo se te ha ocurrido tal cosa?
Él sabía que estaba disgustada y preocupada, pero no entendía su reacción.
–Quiero cuidar de ti y de tus hijos. He pensado… –Eric tragó saliva, nervioso–. He pensado que podríamos ser una familia.
Sofía dio otro paso atrás antes de que pudiese tomarla por la cintura.
–No puedo hacerlo –dijo, con voz entrecortada–. Lo que ha pasado este fin de semana… no puedo. Mis hijos me necesitan y tengo que estar a su lado. Este fin de semana ha sido maravilloso, pero yo no soy parte de tu mundo y no quiero dañar tu negocio.
–¿De qué estás hablando?
Sofía cerró los ojos, pero eso no impidió que las lágrimas rodasen por sus mejillas.
–No puedo estar contigo. Tengo que pensar en mis hijos antes de nada.
Eric abrió la boca y volvió a cerrarla. ¿Qué quería decir con eso? No tenía sentido. Él no estaba intentando librarse de los niños, al contrario. Quería ser el padre de sus hijos, quería ser su marido.
–Cariño, estás cansada y disgustada. No piensas con claridad…
En cuanto lo dijo supo que había cometido un error. Furiosa, Sofía alargó un brazo para quitarle a Eddy y, tontamente, él se sintió perdido cuando le quitó al niño de los brazos.
–Estoy pensando con total claridad. Lo que ha pasado este fin de semana ha sido un error. No debería haber dejado a mis hijos y no debería haberme acostado contigo. No debería haber sido tan egoísta. Ahora mis hijos están enfermos y tú podrías haber perdido un gran contrato…
–Sofía… espera un momento. Todos los niños se ponen enfermos y tú no me has costado el contrato. Aunque no saliera bien, te aseguro que no me arruinaría.
Ella soltó una amarga carcajada.
–No, claro que no. Tú puedes permitirte perder ese contrato. ¿Es que no te das cuenta, Eric? No hay un sitio para mí en tu mundo. Solo soy la gerente de la oficina, la hija de la criada. Una viuda con dos hijos. No hay sitio para mí en tu vida y cada vez que tú intentes convencerme de lo contrario ocurrirá algo malo… –Sofía contuvo un sollozo–. Y yo no puedo dejar que ocurra nada malo.
Los dos niños empezaron a llorar a la vez y sus padres aparecieron en la puerta del salón con gesto asustado.
–Muy bien –dijo Eric, levantando las manos en un gesto de rendición–. Claro que hay sitio para ti en mi vida, pensé que este fin de semana lo había demostrado.
–Por favor…
Aquel no era el momento, pensó Eric entonces. Sofía no había dormido y estaba agotada.
–Mira, hablaremos de ello cuando hayas descansado un rato.
–No, Eric. Yo… –Sofía tragó saliva, mirando a sus padres–. ¿Podéis dejarnos solos un momento, por favor?
Sus padres tomaron a los niños en brazos.
–Estaremos en la cocina si no nos necesitas –dijo su padre, lanzando una mirada de ánimo hacia Eric.
Sofía lo miró en silencio hasta que sus padres desaparecieron.
–Cariño… –empezó a decir él.
–No –lo interrumpió ella–. No sé qué estás pensando, pero no.
–Me importas, eso es lo que estoy pensando. Y, después de lo que hemos compartido este fin de semana, pensé que yo también te importaba a ti.
–Pues claro que me importas –dijo Sofía, con voz ronca.
–¿Entonces por qué no dejas que cuide de ti?
–¿De verdad crees que es tan fácil? ¿Que puedes chascar los dedos y todo se va a solucionar? –Sofía chascó los dedos para enfatizar–. ¿Crees que yo puedo estar a la altura? Por Dios bendito, vivo con mis padres porque apenas soy capaz de cuidar de mí misma desde que David murió. Me cuesta poner un pie delante de otro cada mañana.
Eric suspiró. Le rompía el corazón porque no atendía a razones. ¿Cómo iba a consolarla si ni siquiera dejaba que la tocase?
–¿Qué te dijo Wyatt? Porque seguro que esto tiene que ver con él.
El día anterior había estado preocupada por el contrato, pero no entendía su actitud. Y Eddy estaba mucho mejor, de modo que no tenía sentido. Tenía que haber sido Wyatt. Maldito fuera.
–No me ha dicho nada. ¿Pero es que no te das cuenta? Tú puedes traerme a casa en un avión privado y pedir favores a cualquiera. Tienes dinero para…
–¿Para solucionar conflictos? –la interrumpió él–. Pues claro que voy a hacer eso. Eso y más. ¿Cuál es el problema?
–Que ese no es mi mundo, Eric.
–¡Me da igual! –exclamó él. Estaba gritando y no le importaba–. Me daría igual que vivieras en una caja. Eres una mujer hermosa e inteligente, la mujer más valiente que conozco y… –Eric tuvo que pararse un momento para respirar–. Eras mi mejor amiga cuando éramos niños y eso no ha cambiado. Sigo queriéndote, pero ahora te quiero de otro modo. Y de verdad que no puedo entender por qué me haces parecer el malo.
Sofía estaba temblando y Eric intentó tomarla entre sus brazos, pero ella se apartó.
–Creo que deberías irte.
–Cariño, nunca me ha importado el dinero.
–A mí sí me importa.
Después de decir eso, Sofía se dio la vuelta. La oyó cerrar una puerta y, un segundo después, su padre entró en el salón con gesto de disculpa.
–Lo siento. Está muy disgustada y…
–Lo sé, lo sé –murmuró Eric, pasándose una mano por el pelo–. No era el momento, pero es que me he alegrado tanto al verla.
–Lo entiendo –dijo Emilio, ofreciéndole su chaqueta–. No creo que Sofía pueda ir a trabajar mañana.
–No, claro que no. Está agotada y querrá quedarse con los niños, pero dígale que espero verla el martes, ¿de acuerdo?
–Por supuesto –asintió Emilio. Pero no parecía convencido y Eric empezó a preocuparse.
Acababa de encontrar a Sofía y a su familia y no tenía intención de dejarla escapar.
Sofía no fue a trabajar el lunes, como Eric esperaba. Pero el martes tampoco apareció.
–Su hijo ha salido del hospital –le contó a Meryl y Steve, que también habían tenido que tomarse un día libre.
–Dinos si podemos ayudar en algo –se ofreció Meryl.
Eric se limitó a asentir con la cabeza mientras volvía a su despacho. Desesperado, sin saber qué hacer, llamó a una floristería para pedir que enviasen dos docenas de rosas a casa de Sofía.
Pero ella tampoco fue a trabajar el miércoles y el jueves estaba frenético. No había renunciado a su puesto y Sofía no era de las que se escondían. Cuando eran niños…
Eric se dejó caer tras el escritorio. Ya no eran niños y su amistad ya no era la misma de antes. Ya no podían ser solo amigos o incluso amigos con derecho a roce.
Quería estar con ella en lo bueno y en lo malo, ver crecer a sus hijos. Quería tener hijos propios con ella. Dios, ver cómo cambiaba el cuerpo de Sofía embarazada de su hijo… el anhelo era tan potente que casi le dolía.
Lo quería todo. Y con ella, solo con ella, podría tenerlo.
Él era Eric Jenner y estaba dispuesto a conseguirlo.