–A la de tres –dijo Eric, nadando hacia atrás. El agua estaba fresca y, con treinta y siete grados de temperatura, era un alivio.
–Uno –empezó a decir Eddy Jenner con tono serio. Eric no pudo evitar una sonrisa al ver que su hijo levantaba los deditos para contar–. ¡Dos y tres!
El niño se lanzó de la cubierta del barco y Eric se apresuró a nadar para atraparlo en el agua. Cuando emergieron los dos unos segundos después, Eddy daba gritos de alegría.
–¡Ahora yo papá, ahora yo! –chillaba Addy desde la cubierta.
Los dos niños llevaban trajes de neopreno con flotadores incorporados, y lo que el traje no tapaba estaba cubierto por la crema de protección solar más potente conocida por la humanidad.
Sofía insistía ¿y quién era él para decirle que no a su mujer? Además, no le molestaba nada ponerle crema en la espalda. Y en el pecho. Y en los brazos. Dios sabía que disfrutaba haciéndole ese favor. La protección solar era muy sexy.
Eric llevó a Eddy hacia el barco, aunque no debería preocuparse porque los dos niños nadaban como patos. Cuando estaban en la piscina de sus padres, ni siquiera les ponía un flotador. Se aseguraba de que nadasen en la parte que no cubría, y siempre había alguien vigilándolos.
Sofía esperaba a Eddy en la escalerilla.
–Vais a estar haciendo esto todo el día, ¿verdad?
–Si quieres tirarte, yo te atraparé –respondió Eric, moviendo cómicamente las cejas.
Ella rio, inclinándose hacia delante en un gesto sugerente, sus pechos casi escapando del bikini.
–Puedes atraparme más tarde.
Eric se tiró al agua, fingiendo un desmayo. Lo mataba cada día. Era un crimen lo guapísima que estaba su mujer con ese bikini. Especialmente ahora, embarazada de cuatro meses. Aunque siempre estaba guapa en bikini, rojo, siempre rojo. Los cambios en su cuerpo habían sido una revelación. Y no eran solo sus fabulosos pechos. La suave curva de su abdomen le parecía muy erótica. Después de tres meses difíciles, Sofía le había prometido que el segundo trimestre sería divertido y la diversión solo acababa de empezar.
Era una maravilla su Sofía.
–¡Papá! –gritó Addy, molesta por la falta de atención–. ¡Ahora yo!
–Cuenta hasta tres –le recordó Eric.
La niña se apartó el pelo de la cara y, con gesto serio, contó hasta tres antes de lanzarse al agua. Eric la atrapó en el aire, riendo.
Mientras ayudaba a su hija a subir por la escalerilla, miró a su mujer y sonrió de nuevo. Aquella era su vida. Amaba apasionadamente a su mujer, y era un amor que se fortalecía con el tiempo. No era una broma decir que Sofía era su mejor amiga y él se esforzaba cada día para ser su mejor amigo.
En una hora, los mellizos estarían agotados de tanto saltar al agua. Sofía y él los llevarían a la cama para dormir la siesta y luego robarían una hora para estar juntos en su camarote. Eric nunca se sentía más feliz que cuando le hacía el amor a su mujer en el barco. Luego, mientras ella descansaba, él pilotaba el barco de vuelta al muelle. Esa noche iban a cenar en casa de sus padres, con los padres de Sofía. Eran una familia feliz.
Por fin tenía todo lo que quería. Y por mucho que cambiasen la cosas… los niños creciendo, el hijo que esperaban, tal vez un barco más grande, todo seguía igual.
Sofía tenía su corazón y él tenía el suyo.
Había conseguido lo único que no podía comprarse con dinero.