Capítulo Seis

 

 

 

 

 

Sofía no sabía qué pensar. ¿Qué estaba pasando? Eric la había evitado durante días y, de repente, aparecía en su despacho para preguntarle por sus hijos. Y luego había insistido en llevarla de compras.

Como máximo, podría haber esperado que la enviase a Macy’s con Heather, pero Eric había insistido en acompañarla personalmente a Barneys, uno de los centros comerciales más caros de la ciudad. Debería rechazarlo, pero…

No tenía nada que ponerse y no quería aparecer en un evento formal representando a la compañía con un atuendo inadecuado.

No, esa no era toda la verdad. No era solo que no quisiera sentirse fuera de lugar. No quería sentirse fuera de lugar cuando Eric la mirase.

Sabía que no formaba parte de su mundo. Él estaba muy por encima en términos de dinero y estatus…

Que estuviera pensando eso indicaba claramente que había perdido la cabeza. ¿Pero tan malo era querer fingir, aunque solo fuese durante un fin de semana, que tenía un sitio en su glamorosa vida? ¿Que valía lo suficiente para él?

Hacía tanto tiempo que no se sentía atractiva. El embarazo había destrozado su autoestima y luego, tras la muerte de David, había dejado de cuidarse. ¿A quién le importaba el maquillaje cuando apenas podía levantase de la cama? Solo en los últimos seis meses, cuando los niños empezaron a dormir ocho horas, había logrado romper esa neblina de depresión y ponerse en la lista de personas de las que debía cuidar.

Y cuando Eric la miraba con esa expresión tan intensa la hacía desear hacer estupideces, como dejar que le pusiera los mejores vestidos, como esperar que le quitase esos vestidos y la tomase entre sus brazos…

Sofía se aclaró la garganta. Dejar que le comprase ropa era totalmente inapropiado. A saber lo que estarían comentando en la oficina, o lo que dirían cuando se fueran juntos a San Luis.

Pero no tenía ropa adecuada para acudir a un evento. Había recibido su primer cheque, por una cantidad exorbitante, pero no había tenido tiempo para ir de compras. No podía separarse de sus hijos por algo tan superficial como unos pantalones, pero debía acudir a un cóctel y quería estar guapa para Eric. Y para ella misma.

–Señor Jenner –lo saludó una mujer muy maquillada que debía estar entre los cuarenta y los sesenta–. Qué alegría volver a verlo por aquí.

–Hola, Clarice –la saludó él–. Te presento a la señora Bingham.

Clarice se volvió hacia Sofía.

–Encantada, señora Bingham –dijo, mirándola de arriba abajo–. Venga conmigo. He separado varios conjuntos, pero me gustaría conocer su opinión.

–Pero yo había pensado… –Sofía miró a Eric, desconcertada. Había pensado que Eric tomaría parte en la elección de la ropa.

Sonriendo, Eric la tomó del brazo para apartarla de Clarice, que se alejó discretamente.

–Sorpréndeme –le dijo, mientras deslizaba una mano por su brazo, haciendo que sintiera un escalofrío.

Y Sofía quería sorprenderlo, pero el deseo no tenía nada que ver con aquello. No podía ser.

–Eric, no podemos hacer esto –murmuró. Era cierto, pero no parecía capaz de apartarse.

–No te atrevas a acusarme de ser como mi madre –bromeó Eric, mientras acariciaba su mano con el pulgar.

–Tu madre nunca… –Sofía consiguió cerrar la boca antes de decir algo inapropiado como «me miraría como si quisiera desnudarme»–. Tu madre no me hubiese traído aquí.

–Eso demuestra lo poco que la conoces –dijo Eric, mirándola con expresión seria–. Quiero hacer esto por ti, Sofía. Quiero que te sientas preciosa en ese cóctel porque lo eres. Si te encuentras mal, llámame inmediatamente, ¿de acuerdo? Deja que cuide de ti –añadió, en voz baja.

No era justo que la enamorase de ese modo en medio de un elegante centro comercial, pero eso fue lo que pasó. Eric Jenner era un hombre soltero, obscenamente rico, pecadoramente guapo y, por alguna razón inexplicable, parecía interesado en ella. Entendía sus ataques de ansiedad, le había dado una oportunidad, la hacía sonreír, derrochaba simpatía, hacía que todo pareciese más fácil. ¿Cómo no iba a enamorarse de él?

–Muy bien –susurró, con una voz ronca que no parecía suya. Claro que nada de aquello era normal.

Él clavó la mirada en su boca y, sin darse cuenta, Sofía se pasó la lengua por los labios. Eric suspiró, y luego se apartó abruptamente, soltando su mano como si lo quemase.

–Voy a… –empezó a decir, aclarándose la garganta–. Estaré en la sección de caballeros.

Después de decir eso se dio la vuelta y Sofía se quedó mirándolo, notando aún el roce de la mano masculina. Y tuvo que luchar contra el ridículo deseo de correr tras él.

Clarice apareció a su lado entonces.

–¿Está lista? –le preguntó.

Sofía tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada de Eric, que había desaparecido por las escaleras mecánicas. Estaba poniendo su fe en ella y no iba a decepcionarlo.

–Creo que sí.

–Venga conmigo.

En el elegante probador no había solo unos vestidos de cóctel. Había bastidores llenos de ropa: trajes de chaqueta, faldas, vestidos, zapatos, ropa interior.

–¿Qué es todo esto? –preguntó, llevándose una mano al pecho.

–El señor Jenner me pidió una selección de vestidos de fiesta, de trabajo y de viaje –respondió Clarice–. ¿No le parece bien?

–Pues… –Sofía no sabía qué decir. Se suponía que iba a comprar un vestido, no un vestuario completo–. ¿De cuántos conjuntos estamos hablando?

–Dos trajes de chaqueta, dos vestidos de noche y ropa cómoda para viajar. El señor Jenner dejó claro que debíamos vestirla de los pies a la cabeza, accesorios incluidos.

Sofía se mordió los labios. Aquello era demasiado y estaba a punto de rechazarlo, pero entonces recordó lo que Eric había dicho mientras apretaba su mano: «Quiero hacer esto por ti, Sofía. Quiero que te sientas preciosa en ese cóctel porque lo eres».

Aquello era muy peligroso, pensó. Porque no solo quería sorprenderlo cuando entrase en ese cóctel. Quería sentirse guapa otra vez. Quería hacer que el cerebro de Eric dejase de funcionar.

–¿Podría ponerme guapa? ¿Guapísima?

Los ojos de Clarice se iluminaron.

–Será un placer.