Tenía que salir de aquel dormitorio. Ya. Antes de que la bola que se le había hecho en el estómago explotase y liberase un montón de emociones que no debería estar sintiendo.
Hacerlo con Xavier había sido un error. Un enorme error que sin duda alteraría el curso de su vida. Él, sin embargo, no parecía demasiado dispuesto a dejarla ir, pues sus brazos aún la rodeaban, y ella no estaba segura de que sus extremidades fuesen a ser capaces de responder a las órdenes de su cerebro.
Aquel hombre era increíble, y si no tenía más cuidado, acabaría estropeándolo todo, como hacía siempre: ocurría algo estupendo y ella lo fastidiaba. Solo que esa vez, además, corría el riesgo de echar a perder mucho más que su carrera.
Y cuanto más permanecía allí echada, de lado y con Xavier detrás de ella, más se apoderaba de ella el pánico.
–Estás pensando en escaparte, lo estoy notando –murmuró Xavier. Rozó los labios contra su sien, a medio camino entre un beso y una caricia–. Pero no voy a dejarte ir, que lo sepas.
El roce de sus labios la hizo estremecerse de placer. Dios santo… ¿Cómo podía excitarla con el solo roce de sus labios? Y sus sienes ni siquiera eran un punto erógeno. O al menos hasta entonces nunca había pensado que lo fueran. Claro que tratándose de Xavier, la tocara donde la tocara, era como si todo su cuerpo entrara en esa categoría.
–¿Cómo puedes saber que estaba pensando en marcharme? –inquirió–. Pero sí, no vine preparada para pasar la noche aquí, así que debería irme.
Así podría seguir fingiendo que aquello era solo sexo. Lo malo era que él tendría que llevarla a casa, o tendría que pedir un taxi y, siendo viernes por la noche, tardaría una eternidad en llegar.
–¡Qué bobada! –replicó él. La besó en el cuello, y Laurel cerró los ojos, extasiada por el cosquilleo de placer que sintió–. Aún no he explorado cada centímetro de tu piel. Y, además, estamos los dos aquí desnudos, bajo las sábanas. ¿Qué más necesitas para quedarte a dormir?
–Pues… mi cepillo de dientes –acertó a balbucir ella. Se le había erizado el vello de deseo al oírle decir que quería explorar cada centímetro de su piel.
–Tengo varios de sobra. ¿Alguna objeción más?
–¿Vas a ir tumbándolas una por una?
–Yo diría que sí. Así que nos ahorrarás a los dos mucho tiempo si te rindes. Y por ahora vas por detrás en el marcador.
Laurel sonrió con picardía.
–¿No eres tú el que está detrás?
–Pues… sí, ahora que lo dices, sí –asintió él, acercando las caderas a sus nalgas.
Su miembro volvía a estar erecto, y cuando lo introdujo entre sus muslos y empezó a frotarse contra ella, a Laurel se le cortó el aliento. Y luego, cuando comenzó a juguetear con sus pechos, pensó que iba a volverse loca. ¿Cómo podía ser que supiera exactamente lo que le daba más placer?
–Xavier… –murmuró, pero sonó más como un ruego que como una advertencia.
–Lo sé, cariño –le susurró él al oído mientras la sujetaba por las caderas–. Esta es tu postura favorita, ¿no? Antes no te lo hice así porque soy un chico malo. Deja que te lo compense.
Por toda respuesta, Laurel gimió extasiada. ¿Cómo iba a rechazar un ofrecimiento así? No podía. No cuando los dedos de Xavier bajaron hacia su pubis, se deslizaron dentro de su sexo y empezaron a moverse a un ritmo lento que prometía arrebatarle la cordura.
Empujó las caderas contra su mano, pidiéndole más, y la otra mano de Xavier se unió a la fiesta para frotarle el clítoris en círculos con el pulgar mientras seguía penetrándola con los dedos de la otra. Una intensa punzada de placer la hizo arquear la espalda, y Xavier empujó las caderas con más fuerza.
Todas esas sensaciones la llevaron al límite, y sintió que la pasión se desbordaba como un tsunami en su interior, mientras los músculos de su vagina se cerraban una y otra vez en torno a los dedos de Xavier, que, con su magia, prolongaron su orgasmo y le dieron aún más placer, haciendo que se le saltaran las lágrimas.
Y entonces, tras el ruido del envoltorio de un preservativo al rasgarse, la penetró desde atrás, hasta el fondo, haciendo que se desatara en su interior una nueva ola de placer. Xavier gimió en su oído, y Laurel pensó que aquel era el sonido más erótico que jamás había oído.
Luego la giró un poco contra el colchón y empezó a moverse dentro y fuera de ella, reavivando los rescoldos que apenas se habían enfriado. La temperatura fue subiendo con cada sacudida de sus caderas. Le exigía más y ella le daba más, hasta que Laurel llegó de nuevo al clímax con un grito. Fue un orgasmo tan intenso que las piernas se le quedaron completamente laxas.
Él lo alcanzó tras unas pocas embestidas más, y se derrumbó contra ella mientras su miembro seguía palpitando en su interior. Permanecieron así una eternidad.
–Ha sido increíble –dijo Xavier con voz ronca contra su cuello, antes de rodar sobre el costado y atraerla hacia sí–. Aún más que la primera vez, ¡que ya es decir!
–Sí, «increíble» es una manera de describirlo.
–Dime otra –la instó él, casi como si fuera un desafío.
–¿Buscando cumplidos? –lo picó ella–. Ha sido… cataclísmico, colosal, milagroso… ¿Quieres que siga?
Xavier la besó en la mejilla y Laurel sintió que sus labios se curvaban en una sonrisa.
–Eres como un diccionario parlante.
Laurel se tensó al oírle decir eso. Sí, tenía un amplio vocabulario y un excelente dominio de la gramática, porque en eso consistía su trabajo como reportera, en encontrar las palabras adecuadas para describir la situación sobre la que quería informar.
Aquel recordatorio no podría llegar en peor momento. O tal vez no, porque si quedase allí más tiempo, estaría cavando su propia tumba.
–Otra vez te noto pensando en marcharte –dijo Xavier, estrechándola con más fuerza entre sus brazos.
Laurel los apartó y Xavier la observó mientras se incorporaba.
–Si quieres irte, no te detendré –le dijo en un tono quedo–. No me hará feliz, pero tienes derecho a hacer lo que quieras.
Esas palabras la hicieron sentirse aún peor.
–Deja de mostrarte tan comprensivo.
–Está bien.
–¡Acabas de volver a hacerlo!
Llena de frustración, tiró de la sábana para tapar su torso desnudo, aunque tampoco era que tuviese mucho sentido cuando Xavier ya la había visto desnuda. Y ese era el problema, que no podía deshacer lo que acababan de hacer. Habían abierto la caja de Pandora y, como él le había advertido, ahora no podía volver a meter dentro los vientos que habían escapado de ella.
–Cuando te propuse venir aquí y aceptaste, no lo hiciste convencida del todo, ¿no? –le preguntó Xavier.
–¡Claro que sí! Al cien por cien –replicó ella. Quería que supiera que en ningún momento se había sentido obligada a hacerlo, pero… ¿cómo explicarle el verdadero motivo por el que estaba tan irritada?–. La decisión fue mía y solo mía. Pero es que… No sé.
–Yo sí lo sé –dijo él.
A Laurel el corazón le dio un vuelco.
–¿Ah, sí?
No, era imposible. Si supiera que se había presentado como candidata a aquel puesto en LBC con un falso pretexto, no la habría llevado a su casa para hacerle apasionadamente el amor.
–Creo que sí. Querías saber cómo sería hacer el amor conmigo y ahora ya has satisfecho tu curiosidad. Como cuando nos besamos en la galería de arte –dijo Xavier con una sonrisa irónica que le encogió el corazón a Laurel–. No pasa nada. Puede que mi ego haya quedado un poco magullado, pero sobreviviré.
Era tan paciente y lo perdonaba todo tan deprisa que Laurel no podía soportarlo.
–¡Pero si es que no es eso! Lo que pasa es que tengo la mala costumbre de fastidiarlo todo, y me niego a que esta vez sea igual.
Quizá había sido demasiado sincera. Acababa de dejar al descubierto uno de sus puntos débiles, exponiéndose más que cuando él le había quitado la ropa. Xavier se limitó a asentir con calma.
–Te olvidas de lo que me dijiste: somos iguales. Yo también odio fracasar, así que lo entiendo.
No parecía desconcertado en absoluto. La tomó de la mano y entrelazó sus dedos con los de ella.
–Pero dejando todo eso a un lado, hay algo que tengo que preguntarte, Laurel: ¿cómo lo ves tú? Quiero decir que… si yo quisiera que te quedaras, ¿te parecería que estoy yendo demasiado deprisa? Porque no es esa mi intención. Somos adultos, y disfruto estando contigo. Eso es todo. No quiero que te pienses algo que no es.
Laurel, que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo el aliento, respiró aliviada.
–Perdona, me estoy comportando como una idiota –le dijo–. Lo sé, sé que esto no es algo serio ni nada de eso.
–Soy yo quien se estaba comportando como un idiota –replicó él con una sonrisa–. Es que nunca he sabido muy bien cómo abordar estas cosas: lo de que me guste una mujer y quiera pasar más tiempo con ella. Porque esta noche ha sido increíble. Mucho más de lo que había esperado y, aunque suene egoísta, me gustaría repetirlo.
–Bueno, yo suelo ser más bien desconfiada a ese respecto –admitió ella. Parecía que habían llegado a un punto en el que estaban cómodos haciéndose confesiones el uno al otro–. Por una mala experiencia que tuve.
Xavier sacudió la cabeza.
–Lo entiendo. Solo quiero que sepas que, si seguimos adelante con esto, quiero que sea porque los dos lo queramos. Somos un equipo, ¿no?
Laurel sonrió. Tenía razón: no tendría que preocuparse por fastidiar nada porque no había nada serio entre ellos. Solo eran dos personas que disfrutaban estando juntas y que querían seguir haciéndolo hasta que uno, o ambos, decidiesen ponerle fin a aquello.
–¡Mira que eres generoso! –lo picó Laurel–. Ofreciéndote voluntario de esa manera para seguir dándome placer… ¿Cómo he podido tener tanta suerte?
–No es para tanto –respondió él, siguiéndole la broma–. Dirijo una asociación benéfica; soy de esas personas a las que les gusta devolver a la sociedad una parte de todo lo que han recibido en la vida –añadió encogiéndose de hombros. Le tiró de la mano para que volviera a tumbarse, y cuando tuvo la cabeza apoyada en su hombro le dijo–: Y ahora que ya hemos aclarado lo de que quisieras marcharte tan pronto, hay otra cosa de esta conversación que me preocupa.
Laurel trató de mantener la calma y le preguntó:
–¿El qué?
–En la galería hablaste de lanzarse al vacío y descubrir lo que hay más allá del horizonte. Me conmovieron mucho tus palabras.
–¿Ah, sí? –murmuró Laurel. La verdad era que ella no recordaba mucho de esa conversación, aparte del beso que habían compartido–. ¿Y cómo es que en no me dijiste nada?
–Estaba intentando poner un poco de orden en mi cabeza –admitió él–. No soy de los que se lanzan. Para eso hay que tener la clase de temperamento que te permite confiar ciegamente, y yo de un tiempo a esta parte me he vuelto demasiado precavido. Estoy intentando superarlo, y en parte por eso me decidí a proponerte venir aquí esta noche.
Dios… Se sentía tan identificada con lo que estaba diciéndole… Dejándose llevar por ese sentimiento, deslizó una mano por su escultural torso.
–Me alegra haber podido ayudarte a experimentar.
–No es solo que me hayas ayudado; es que has sido tú quien me ha movido a hacerlo.
–¿He hecho que quieras ser más lanzado?
Xavier se encogió de hombros.
–En cierto modo, sí. Pero es que intuyo un titubeo en ti, y me está volviendo loco. Quiero ir a por todas, Laurel, experimentar al máximo lo que es explorar la pasión con otra persona. Odio esa especie de recelo que me había estado reteniendo hasta ahora. Creía que esta noche lograría hacer que se disipase por completo, lanzándome como lo he hecho, pero luego tú empezaste a hablar de que te has vuelto desconfiada respecto a las relaciones, y es algo que no encaja con la mujer que yo veo en ti. Y me pregunto si no lo habrás dicho porque has intuido ese mismo recelo en mí. A lo mejor te estoy confundiendo.
Laurel cerró los ojos. ¡Ay, Dios! No era eso en absoluto. Era ella quien lo estaba confundiendo a él. Claro que ni se le había pasado por la cabeza que fuese a percatarse de lo indecisa que era, y de su incapacidad para ser ella misma. Y, sin embargo, por algún motivo, había acabado pensando que sus limitaciones habían causado las suyas.
–Lo siento –murmuró, abriendo los ojos de nuevo.
¿Qué otra cosa habría podido decir cuando acababa de hacerle ver que ya estaba fastidiándolo todo?
–No tienes que sentir nada –replicó Xavier haciéndola incorporarse con él. La asió por los hombros desnudos y mirándola a los ojos le dijo muy serio–: Lo que quiero decir es que me siento atraído por la mujer que me dejaste entrever en la galería. No vaciles. Salta de todos los precipicios que se te pongan por delante. Yo te seguiré. Me gusta esa especie de locura que despiertas en mí. Y te pido perdón si el haberme reprimido hasta ahora te ha hecho vacilar a ti también. No dejes que sea así.
Laurel se quedó mirándolo. Estaba hecha un lío.
–Mira: eres tú quien me haces sentir a mí que puedo saltar, que puedo ser valiente y dejar atrás mis miedos. No al revés.
–¿No me digas? –exclamó Xavier con una sonrisa–. Vaya, pues entonces estamos descubriendo juntos cómo va esto. Sí que somos un buen equipo.
Laurel se sintió como si se le quitara un peso de encima.
–Llevo diciéndotelo desde el primer día –contestó, devolviéndole la sonrisa.
Xavier quería que fuera la mujer atrevida y decidida que llevaba dentro, esa mujer que no tenía miedo. Tenía que confiar en que no lo fastidiaría todo de nuevo, en que Xavier permanecería a su lado mientras ella aprendía a volver a ser esa Laurel.
Porque aquel era el mejor descubrimiento de todos: que no había dos personas dentro de ella, sino solo una que había olvidado cómo ser valiente. Esa Laurel valiente se lanzaba a por lo que deseaba, y en ese momento ese algo era Xavier.