Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Cuando había decidido infiltrarse en LeBlanc Charities para investigar las acusaciones de fraude, quizá debería haberse presentado para otro puesto que no fuera el de gerente de servicios, pensó Laurel. Claro que… ¿quién habría pensado que la contratarían?

Como mucho había creído que les admiraría su entusiasmo y le darían un puesto menos importante. La clase de puesto que le habría dejado el suficiente tiempo libre como para poder sonsacar información a otros empleados de forma discreta. En vez de eso le habían entregado, por así decirlo, las llaves del reino, y eso debería haberla colocado en una situación aún más ventajosa para husmear en los libros de cuentas de LBC. Al fin y al cabo, las personas que donaban dinero se merecían saber que, mientras ellos intentaban ayudar a la gente necesitada, en LBC alguien se estaba llenando los bolsillos a su costa.

El problema era que hasta ese momento no había tenido ni un segundo libre para dedicarse a su investigación para destapar las supuestas prácticas fraudulentas de la fundación. Y buena parte de la culpa la tenía un hombre exasperante llamado Xavier LeBlanc.

El que él llegara a las oficinas de LBC a una hora tan intempestiva como las seis de la mañana no implicaba que todos sus empleados tuviesen que hacer lo mismo. Pero todos se sentían obligados a hacerlo, incluida ella. Claro que tampoco podía hacer otra cosa. Si se presentara allí a las nueve, llamaría la atención y, estando como estaba de incógnito, no podía permitirse que la descubrieran. Además, eran los gajes del periodismo de investigación, y se suponía que aquel reportaje sería el empujón definitivo para ella, el reportaje que rehabilitaría su menoscabada reputación profesional.

Y así sería; conseguiría reunir los datos que necesitaba, y esa vez ningún otro periódico publicaría un contrarreportaje que dejara al descubierto la falta de fundamento de sus acusaciones.

Aquello había sido horriblemente humillante, y casi había terminado con su carrera. Aquella era una oportunidad de oro para que se olvidase aquella metedura de pata, siempre y cuando no cometiese ningún error durante su investigación.

Lo que tenía que hacer era ir a enfrentarse al león en su guarida, se dijo. Y, levantándose de su mesa, se dirigió al despacho de Xavier LeBlanc. Había llegado el momento de revolver un poco las aguas.

Cuando llamó a la puerta, Xavier levantó la vista y fijó sus ojos azules en ella.

–¿Tiene un minuto? –le preguntó ella y entró sin esperar a que le respondiera.

La recibiría, quisiera o no. ¿Cómo iba a averiguar si había alguien culpable de fraude en LBC si no podía vigilar de cerca al director?

–¿Qué puedo hacer por usted? –le preguntó Xavier, con esa voz tan sensual que resultaba casi pecaminosa.

Laurel dio un pequeño traspiés y se estremeció por dentro cuando los ojos de él descendieron a su boca.

–En mi primer día aquí su secretaria, Adelaide, me enseñó las instalaciones y me explicó el funcionamiento de LBC –comenzó a decirle–. Y, bueno, es un encanto, pero no me ha transmitido tan detalladamente como yo esperaba cuál es la visión que tiene usted de este gran proyecto, y me preguntaba si sería posible que me lo tradujera en algo más… palpable, algo que yo pueda ver y tocar.

La forma de decirlo no era la más adecuada, pensó cuando un tenso silencio siguió a sus palabras. Sonaba a doble sentido. Debería haberlo expresado de un modo más profesional, que no sonase a «quiero que me haga suya ahora mismo sobre este escritorio».

Xavier enarcó ligeramente las cejas.

–¿Qué quiere exactamente que haga?

Seguro que él tampoco había pretendido que sus palabras sonaran tan sugerentes como le habían sonado, pero de inmediato Laurel se encontró pensando en todas las cosas que le gustaría que le hiciera. Como besarla, para empezar.

–Bueno, pues… –comenzó. Su voz sonaba ronca y nada profesional. «Céntrate, Laurel…». Carraspeó–. Esperaba que pudiéramos hablar de sus expectativas.

–Lo que espero es que gestione las operaciones que se llevan a cabo a diario en la fundación –le respondió él sucintamente–. Ni más, ni menos.

–Sí, eso ya lo sé. Pero es que creo que debería ser lo más fiel posible a la visión que usted tenga, y no sé nada sobre sus ideas respecto a cómo debería realizar esa gestión.

Xavier levantó las manos del teclado de su portátil, y las entrelazó en un claro gesto de que estaba poniendo a prueba su paciencia. Tenía unas manos fuertes, con largos dedos, que no podía dejar de imaginar recorriendo su cuerpo.

–Es lo que le pedí a Adelaide que hiciera, que le explicara lo que se espera de usted. Si ni de eso ha sido capaz…

–No, no, Adelaide es estupenda y muy servicial, pero quería que fuera usted quien me explicara qué se espera de mí. Al fin y al cabo vamos a trabajar codo con codo.

–Se equivoca. La contraté para no tener que preocuparme por las operaciones del día a día. Tiene que ser usted invisible: hacer su trabajo para que yo pueda centrarme en el mío.

Vaya… Así no llegaría a ninguna parte. Laurel se inclinó hacia delante, apoyó los codos en la mesa y entrelazó las manos, imitando la postura de él.

–¿Lo ve? Eso es justo lo que Adelaide no podría transmitirme. Me enseñó dónde está cada departamento y me presentó a todas las personas que trabajan en LBC, pero necesito que su mente y la mía sintonicen para poder hacer bien mi trabajo. Dígame qué haría usted. Así podré asegurarme de que no tenga que preocuparse por nada porque de inmediato sabré cómo quiere que se gestione cada asunto.

Las fuentes que la habían puesto sobre aviso respecto al supuesto fraude en LBC eran personas que habían colaborado con la fundación como voluntarios, y le habían dado algunos chivatazos creíbles sobre determinados datos que no aparecían en los libros de cuentas.

Probablemente aquello no era más que la punta del iceberg, y lo que necesitaba era averiguar cuántas personas estaban implicadas, si Xavier estaba al tanto, o si aquel cambio en la dirección de un hermano a otro había apartado al verdadero culpable de LBC. ¿Podría ser que el fraude hubiese sido motivado ese cambio? Tenía que descubrirlo.

Y no podía cometer ningún fallo. Iba a ser una investigación compleja.

Los ojos de Xavier se posaron en los suyos de nuevo, y tuvo la impresión de que no sabía muy bien qué pensar de ella. Eso era bueno: si lo descolocaba de esa manera, le sería más fácil hacer que se le soltase la lengua y se le escapasen los secretos que tenía que ocultar.

–Esto es lo que quiero, señorita Dixon –le dijo con esa voz profunda y acariciadora–: quiero que se asegure de que LBC funcione como un reloj para que yo pueda centrarme en la captación de donaciones. Aparte de eso, me da igual cómo lo haga.

Laurel parpadeó.

–¿Cómo le va a dar igual? Es usted quien está al mando.

Si se estaba produciendo algún tipo de actividad ilegal en una empresa, lo normal era que se extendiera hasta lo más alto del escalafón.

De inmediato se encontró deseando que Xavier no estuviera implicado y que el que cayera con su investigación fuera su hermano. Claro que eso también le sabría mal, porque Val le caía bien.

No, no podía dejar que sus sentimientos comprometieran la investigación como la última vez.

–Sí, yo estoy al mando –dijo Xavier finalmente.

–Exacto, y yo estoy aquí para ejecutar sus órdenes. ¿Por dónde quiere que empiece?

–Podría empezar por explicarme por qué parece como si estuviera flirteando conmigo.

A Laurel se le cortó el aliento.

–¿Qué? –preguntó cuando se hubo recobrado–. No estoy flirteando con usted.

Si acaso, era él quien parecía querer seducirla. De su ser emanaban unas intensas vibraciones que parecían llamarla, y a veces eran tan fuertes que a duras penas podía resistirse a esa llamada.

La expresión implacable de él no varió.

–Bien –dijo–, porque un romance entre nosotros sería muy mala idea.

Eso decía mucho de él. No estaba diciéndole que no era su tipo, ni que se había confundido al tomarlo por heterosexual, sino que un romance entre ellos sería «muy mala idea». Eso significaba que él también sentía la electricidad que había entre los dos. Interesante…

Si flirteara de verdad con él, ¿conseguiría sacarle más información? Aunque para ella lo importante era la investigación, no podía evitar sentir curiosidad. Le gustaría explorar su atracción hacia Xavier LeBlanc.

–Es verdad, sería muy, muy mala idea –repitió–. Y le prometo solemnemente –añadió cruzando los dedos tras la espalda– que mientras trabajemos codo con codo me abstendré de decir nada con doble sentido o que pueda interpretarse como un coqueteo por mi parte.

–Ya le he dicho que se equivoca: no vamos a trabajar codo con codo –la corrigió él.

Laurel se preguntó hasta qué punto tendría que irritarlo para que se le escapase algo sin querer. Todo el mundo tenía un límite, y ella había conseguido que unas cuantas personas le desvelasen sus secretos, a menudo sin darse cuenta. Claro que normalmente eso solo ocurría cuando se ganaba su confianza.

¿Sería poco ético seducirlo para conseguir información? Nunca había probado ese método, pero no podía negar que la idea la excitaba. Y precisamente por eso seguramente no era una buena idea, pero aún así…

–Vamos… Creía que ya habíamos discutido eso: usted está al mando y yo estoy aquí para hacer exactamente lo que me diga, aunque no en un sentido sexual, por supuesto, y los dos vamos a ignorar la química que hay entre nosotros. ¿O me he perdido algo, señor LeBlanc?

Al oírla decir eso, para su sorpresa, Xavier LeBlanc se rio, y el sonido de su risa hizo que sintiera un cosquilleo en el estómago.

–No. Solo quería… asegurarme de que nos entendíamos –dijo él.

–Eso suena prometedor. ¿Por qué no comparte su visión conmigo, para empezar?

–¿Mi visión de qué?

Xavier se había inclinado hacia delante, invadiendo su espacio, y a Laurel le estaba costando concentrarse.

–Pues… de LBC. Como fundación benéfica. ¿Cuál es el objetivo fundamental de LBC?

–Alimentar a la gente necesitada –respondió él a secas–. ¿Qué más puede haber?

–Mucho más. En el centro de acogida en el que trabajé nuestro objetivo era devolver a esas mujeres algún control sobre sus vidas, que pudieran elegir.

Había sido un trabajo satisfactorio, aunque solo hubiera sido una manera de pagarse la universidad.

Lógicamente había tenido que alterar un poco las fechas en su currículum y omitir los últimos años en el apartado de experiencia laboral para que nadie en LBC supiera que había estado trabajando para una cadena de televisión de noticias.

Aunque la habían despedido, no había disminuido su afán por ayudar a otros divulgando información. Seguía creyendo en el valor de las organizaciones sin ánimo de lucro. Por eso era tan importante para ella averiguar si efectivamente se estaba produciendo un fraude en LBC y, si era así, destaparlo.

Las facciones de Xavier se endurecieron.

–Parece olvidar que solo estoy al frente de LBC de forma temporal –le dijo–. Este no es mi mundo.

–Pero su hermano mencionó que su madre creó esta fundación hace quince años. Seguro que en todo ese tiempo debe haberse implicado de algún modo en LBC.

–Lo que ve aquí es toda mi implicación hasta la fecha –respondió él, señalando el escritorio con un ademán–. Me quedaré otros tres meses y en ese tiempo tengo que conseguir recaudar la mayor suma en donaciones que se haya recaudado en toda la historia de la fundación. Los objetivos de LBC no son cosa mía.

Laurel parpadeó, pero la expresión de él no se alteró ni un ápice. Lo estaba diciendo en serio…

–Pues si es así va a tener un grave problema, porque la gente no dona dinero porque sí; lo donan para una causa en la que creen. Y usted tiene que conseguir que crean en la causa que abandera LBC. ¿No ve que en Chicago hay cientos… no, miles de fundaciones como esta a las que la gente puede donar? ¿Cómo cree que deciden a cuál donar su dinero? Tiene que ayudarles a decidir, presentándoles con pasión los objetivos de LBC.

–Tomaré nota de su consejo, ya que tiene experiencia en la organización de eventos benéficos para recaudar fondos. ¿No será que se presentó para el puesto equivocado?

–Podría ser. O podría ser que usted solicitara candidatos para el puesto equivocado. A mí me parece que lo que necesita es alguien que le diga qué debe hacer. ¿No se da cuenta de que hay serias deficiencias en su filosofía de trabajo?

Xavier se echó hacia atrás en su asiento y entornó los ojos.

–¿Puedo ser franco con usted, señorita Dixon?

«¡Dios, sí! Por favor, revéleme todos sus secretos, señor LeBlanc…».

–Solo si a partir de ahora me llama por mi nombre y me permite a mí también que lo tutee.

Los labios de él se arquearon en una breve sonrisa que hizo creer a Laurel que iba a replicar, pero para su sorpresa no fue así.

–Está bien, Laurel. Pues para empezar hace falta que entiendas de qué va todo esto y debes saber que estoy dispuesto a otorgarte mi confianza, cosa que no hago a la ligera.

A Laurel el estómago le dio un vuelco, no sabía si por su tono, por su sonrisa, o por su propia conciencia. No, sin duda era por la sensación de culpa que la había invadido. No tenía pruebas de que hubiera un fraude en LBC, ni de que, si lo había, Xavier estuviera implicado. ¿Y si su investigación le causaba problemas?

Pero sus fuentes eran creíbles, y si había algo turbio que destapar, estaba segura de que Xavier se alegraría de que lo hiciese. Al fin y al cabo, LBC ejercía una labor social, y el dinero que recaudaba debía destinarse únicamente a la gente necesitada a la que atendían.

–Me esforzaré por merecer esa confianza.

Xavier asintió.

–Entonces, debo confesarte algo: no tengo ni idea de cómo gestionar una fundación benéfica. Es verdad que necesito ayuda.

Laurel estuvo a punto de poner los ojos en blanco. ¿Se creía que aquello era una gran revelación?

–Me he dado cuenta.

–Ya. Pues estoy haciendo todo lo posible para que el resto de la plantilla no se dé cuenta –admitió él–. Es por eso por lo que estaba intentando mantenerme al margen del área de especialización de cada uno. Y entonces fue cuando apareciste tú.

–Entiendo: prefieres esconderte aquí, en tu despacho, mientras los demás hacen el trabajo sucio –dijo. Aunque él frunció el ceño, le sostuvo la mirada–. Pues lo siento por ti, pero ahora estás al frente, y tienes que tomar el timón. Pero yo te ayudaré. A partir de este momento, somos un equipo.

Le tendió la mano, expectante. La necesitaba, le gustara o no. Y ella lo necesitaba a él.

Xavier vaciló un momento antes de tomar su mano, no sin cierta reticencia, y se la sostuvo más tiempo del necesario, haciendo evidente que aquel no era un simple apretón de manos. Había demasiada electricidad entre ellos, demasiadas cosas que se callaban.