Capítulo Seis

 

 

 

 

 

A la mañana siguiente Laurel se tragó su orgullo y fue a buscar a Xavier a su despacho con la sola intención de averiguar hasta qué punto había metido la pata la noche anterior. Cuando llamó a la puerta abierta y él levantó la vista, seguía con la misma expresión impasible.

Estupendo. Parecía que volvía a estar distante con ella. Tenía que solucionarlo o jamás conseguiría la información que necesitaba.

–¿Necesitas algo? –le preguntó Xavier.

–Quería disculparme por lo de anoche –respondió ella de sopetón, aunque no era lo que había querido decir.

¿Por qué tendría que disculparse? Tenía derecho a echarse atrás si quería. El problema era que no había querido hacerlo.

Xavier enarcó una ceja con esa calma que tanto la irritaba.

–¿Por qué?

–Pues porque no llegamos a hablar de nuestra estrategia respecto al evento que vamos a organizar. Nos… distrajimos.

–Es verdad, nos distrajimos –asintió él. Con un ademán le pidió que se sentara–. Cuéntame qué te pareció la exposición benéfica.

Laurel sintió una punzada en el pecho. No pensaba castigarla por haberse echado atrás la noche anterior. Incluso había repetido el «nos» como si en parte también hubiera sido culpa suya cuando en realidad era ella quien lo había empujado a besarla.

Xavier frunció los labios ligeramente mientras esperaba su respuesta, y el recuerdo de esos labios sobre los suyos la asaltó de nuevo, haciéndola sonrojarse mientras se sentaba.

–Bueno, la exposición en sí era interesante –comenzó a decir–, pero no me gustó como evento benéfico para recaudar fondos.

–¿Por qué no?

Laurel se encogió de hombros.

–Nadie quiere arte comestible. Es absurdo dar por hecho que conseguirás donaciones vendiendo obras hechas con chocolate o caramelos.

–Pero ya solo lo que costaba la entrada no era nada desdeñable. Seguro que con eso habrán sacado un montón de dinero, aunque hayan vendido pocas obras.

–No es así como funcionan esos eventos. El local no les saldría gratis. A menos que la galería les hubiera cedido su uso a modo de donación. A veces se hace, pero es poco habitual, y más si el evento se celebra en el horario en que están abiertos al público. Porque, si así fuera, además, la galería tendría que afrontar una pérdida en las ventas, ¿no?

–Cierto. Pero se benefician de la publicidad de esa clase de eventos benéficos. Aunque pierdan ventas, ganan por ese otro lado.

–Sí, pero también están los gastos del bufé y del bar. Puede que eso también corriera por cuenta de la galería, pero eso es algo aún más inusual. Las compañías de catering reciben constantemente peticiones para que donen sus servicios para esa clase de eventos, y suelen negarse para no hacerle el feo a nadie. Lo más común es pagar los gastos del evento con una parte de las donaciones.

–Pues eso me parece un tanto contradictorio –apuntó Xavier, entrelazando las manos e inclinándose hacia delante–: cuanto más dinero te gastas, menos dinero puedes destinar a la causa para la que querías recaudar donaciones. Eso no me gusta nada.

–Bueno, es el dilema de siempre. Por eso se oye tanto hablar de que con las fundaciones siempre hay un buen porcentaje que se pierde en los costes administrativos, comparado con lo que se destina a los fines benéficos que persiguen, ya sea investigaciones médicas o lo que sea –le explicó ella–. Por poner otro ejemplo: ¿querrías a alguien mediocre al frente de LBC, alguien que no podría conseguir un trabajo en otro sitio y que estaría dispuesto a trabajar a cambio de un salario mísero? ¿O preferirías a alguien de tu calibre, con experiencia al frente de una compañía? Eso tampoco sale gratis.

Xavier frunció el ceño, pensativo.

–Entendido. O sea, que el evento que organicemos debería tener unos gastos mínimos y una probabilidad elevada de conseguir donaciones cuantiosas.

–Más o menos.

Lo miró por el rabillo del ojo, tratando de calibrar cómo de fácil le sería pasar al tema del fraude fiscal sin despertar sospechas en él.

–Perdona si te parece que me estoy extralimitando, pero… ¿cómo es que no sabes todo esto? –le preguntó–. ¿No fue tu madre quien creó esta fundación?

–Sí, pero este no es mi mundo. Nunca lo ha sido. Hasta ahora había estado volcado por completo en el negocio familiar: LeBlanc Jewelers.

–Pero es que son principios básicos –insistió ella con cautela, tanteando cómo proceder–. Contabilidad básica. Me imagino que le habrás echado un vistazo a los libros de cuentas de LBC en los meses que llevas aquí.

Xavier se encogió de hombros.

–Una o dos veces. La contabilidad me aburre. En LeBlanc Jewelers tengo gente que se ocupa de eso, y aquí igual.

No debería haber sentido un alivio tan inmenso como el que sintió al oírle decir eso. No probaba nada. Podría estar mintiéndole. Pero dudaba que así fuera. Y si no, probablemente no tenía ni idea de que se estaba produciendo ese fraude en LBC. Bueno, supuesto fraude… al menos hasta que encontrase pruebas concretas.

Porque cuando lo hiciera, habría gente que iría a la cárcel. Gente con la que probablemente había hablado y a la que había sonreído por los pasillos de LBC. Posiblemente la fundación se vería obligada a cerrar. Y si LBC escapaba a ese destino, lo más probable era que dejaran de recibir donaciones y Val se quedase sin empleo. Le había parecido un buen tipo el día que la habían entrevistado y, pasara lo que pasara con LBC, Xavier también se vería afectado… sobre todo si lo que averiguase implicaba a su hermano, y no se mostraría muy comprensivo hacia ella.

De pronto sintió que se le revolvía el estómago. Tenía que salir de allí antes de que empezase a importarle más la gente de LBC que su investigación.

Su conversación con Xavier se vio interrumpida por una emergencia en la cocina: un pequeño incendio que uno de los voluntarios había provocado accidentalmente. Nadie resultó herido y los bomberos llegaron poco después de que hubieran logrado extinguir las llamas.

Cuando los bomberos terminaron de revisar que estaba todo controlado y el peligro había pasado, se marcharon y muchos empleados, incluido Xavier, arrimaron el hombro para limpiar el desaguisado. Era el momento perfecto para escabullirse y husmear un poco.

 

 

Adelaide tenía su mesa perfectamente ordenada, con una caja de pañuelos en una esquina y un portaplumas solitario en la otra. Laurel sabía que sus posibilidades de husmear en su ordenador sin el usuario y la contraseña eran nulas, pero aunque pudiera hacerlo tampoco le serviría de nada. Ningún tribunal admitiría las pruebas que pudiera encontrar por esos medios.

Quizá en el archivo hubiera algo útil para su reportaje, pensó yendo hasta él. Al abrir el primer cajón se oyó un chirrido metálico que la hizo maldecir para sus adentros. Se quedó inmóvil, pero al ver que no se asomaba nadie a la puerta respiró aliviada.

Ojeó rápidamente el contenido de las primeras carpetas, deteniéndose un poco más en una que ponía «Evaluaciones de personal». Eso podría ser interesante. Tal vez algún empleado hubiese recibido una evaluación negativa y había decidido vengarse de la fundación manipulando los libros de cuentas.

Sacó la carpeta del cajón y la ojeó rápidamente, memorizando nombres y puntuaciones. Como la mayoría del personal de LBC eran voluntarios, no había tantas evaluaciones, y en la carpeta solo había copias firmadas, no los originales con todos los detalles, que seguramente se almacenaban de forma digital.

Allí no había nada que le pudiera servir. Guardó de nuevo la carpeta y estaba sacando otra cuando entró Adelaide. El pulso se le disparó. La mujer se paró en seco al verla y se subió un poco las gafas.

–Ah, hola, Laurel. Me preguntaba dónde estabas.

Ella dejó caer de nuevo la carpeta en el cajón con naturalidad y lo cerró, como si no hubiera estado husmeando. A veces hacer como que no pasaba nada servía para engañar a la gente.

–¿Ya está todo en orden en la cocina? –preguntó.

–Todo lo en orden que puede estar después del desaguisado que ha habido. He dejado a Jennifer al cargo para que supervise lo que queda por limpiar y arreglar. ¿Qué estabas buscando? Puedo ayudarte.

Mierda… Laurel tuvo que improvisar.

–¡Qué amable por tu parte! Estaba intentando averiguar qué clase de eventos benéficos había organizado Val en el pasado. Para recopilar ideas que podamos usar para el que queremos organizar Xavier y yo. Pero no quiero molestarte; ya me las apañaré sola.

Se sintió mal al contarle aquella mentira, y más cuando Addy sacudió la cabeza, chasqueando la lengua, y le dijo sonriendo:

–Por favor, no es ninguna molestia. Estoy en deuda contigo y aún no te he devuelto el favor.

–No me debes nada. ¿De qué hablas?

En vez de contestar, Adelaide avanzó y se abrazó a ella. Perpleja, Laurel la abrazó también, y cuando Adelaide se apartó vio que tenía lágrimas en los ojos.

–¡Te debo muchísimo! No soy tonta: sé que estás detrás de ese ascenso que me dio el señor LeBlanc. Él jamás habría hecho algo así si tú no se lo hubieras propuesto y… es que yo… me encanta LBC y… ¡ahora estoy al mando! Es como un sueño hecho realidad. Y nada de esto habría ocurrido de no ser por ti.

Por alguna razón eso hizo que Laurel se sintiera aún peor. Probablemente porque solo había instigado esa idea en Xavier para poder tenerlo más cerca y sonsacarle información. Aunque no le habría propuesto que ascendiera a Adelaide si no hubiera creído que desempeñaría maravillosamente ese trabajo.

–Eres perfecta para el puesto. Xavier solo necesitaba que alguien se lo indicara porque los árboles no le dejaban ver el bosque. En fin, es un hombre.

Adelaide asintió y puso los ojos en blanco.

–Ya lo creo. No se parece en nada a su hermano, desde luego. A Val le importa LBC y adora a todo el personal. Para él no es solo un trabajo, igual que tampoco lo es para el resto de nosotros. Dudo que el señor Leblanc lo entienda.

–Eso no es verdad –la corrigió Laurel al instante–. Xavier y yo fuimos a un evento benéfico anoche para conseguir ideas para el que vamos a organizar. Está más comprometido con LBC de lo que crees.

¿Qué estaba haciendo, defenderle? Bueno, lo cierto era que estaba convencida de lo que había dicho: a Xavier le importaba LBC.

Hacía unos minutos lo había visto ayudando a limpiar el desaguisado tras el pequeño incendio fortuito en la cocina con unos cuantos voluntarios. Y hacía unos días también lo había encontrado en el almacén, apilando cajas. No se consideraba demasiado importante para ninguna tarea, por insignificante que fuera. Y eso decía mucho de su carácter.

Adelaide no parecía muy convencida cuando la miró, antes de sentarse tras su mesa.

–Si tú lo dices tendré que creerlo. Pero, volviendo a lo que estábamos hablando, dudo que haya nada sobre los eventos benéficos en las carpetas de Marjorie. ¿Por qué no llamas a Val? Él siempre tiene buenas ideas.

–Estoy segura de que sí, pero tú eres ahora la gerente. ¿Qué harías tú?

Adelaide parpadeó y se quedó pensativa.

–Le pediría al resto del personal que donaran cosas hechas a mano por ellos para subastarlas –dijo con decisión–. Quiero decir que… bueno, todo el mundo tiene alguna afición, como tricotar o hacer colchas de patchwork. Algunos días no hay mucho que hacer por aquí, así que nos traemos algo para hacer y nos sentamos juntos en el comedor. Algunos hacen verdaderas obras de artesanía.

La idea que Adelaide acababa de darle empezó a tomar cuerpo en la mente de Laurel. Era una idea estupenda. Así involucrarían en el evento a los empleados, que les ayudarían a publicitarlo, y podrían anunciar los objetos que iban a subastar como «piezas únicas».

Sin embargo, aunque esos objetos estarían hechos con amor, dudaba que nadie pagara mucho por ellos. Sobre todo si las personas que invitasen al evento eran gente de dinero, acostumbrada a tener lo mejor de lo mejor. Pero desde luego la idea tenía potencial si la afinaba un poco.

–Es una idea fantástica. Se la expondré a Xavier. No sabes cómo me alegro de haber hablado contigo.

Se alejó de espaldas hacia la puerta. Era un buen momento para salir de allí antes de que el sentimiento de culpa la asaltara de nuevo.

–Ah, yo también –dijo Adelaide con entusiasmo–. Ven cuando quieras. Me encanta poder tener una confidente que me escucha. Eres lo mejor que le ha pasado a LBC en mucho tiempo.

¿La veía como a una confidente? Eso era lo que necesitaba para su investigación, que confiara en ella.

–Me halagas, gracias. Solo intento ayudar a Xavier a solucionar los problemas. Hablando de lo cual… ¿te importaría si me pasara por aquí mañana para hablar de otras cosas que necesitan mejorarse?

–Claro. Mi puerta está siempre abierta.

Laurel asintió y respondió con una sonrisa a la contagiosa sonrisa de Adelaide. Aquella encantadora mujer iba a serle de gran utilidad, pensó mientras se alejaba por el pasillo.

–¡Ah, ahí estás!

La profunda y aterciopelada voz de Xavier detrás de ella la hizo volverse. Se lo encontró mucho más cerca de lo que había esperado, y su masculinidad, con esos bíceps impresionantes que asomaban por las mangas de la camiseta, la abrumó como siempre.

–¿Acaso estaba perdida? –inquirió en tono de broma.

–Es que no te he visto desde el incidente del incendio.

¿Se había dado cuenta de que se había escabullido? Aquello podía ser un problema. ¿Cómo iba a llevar a cabo su investigación si estaba pendiente de ella todo el tiempo?

Sin embargo, le agradaba enormemente saber que había notado su ausencia.

–Estaba dándole vueltas a una idea para el evento –mintió.

–Cuéntame –le pidió Xavier apoyándose en la pared y cruzándose de brazos.

Estaba tan sexy que se le secó la boca.

–Bueno, en realidad la idea es de Addy: una subasta.

Xavier frunció los labios.

–¿Como esas subastas de solteros en las que adorables ancianitas pagan diez mil dólares para que un tipo guapetón las invite a tomar té?

–Eh… no exactamente. Pero ahora que lo mencionas, suena interesante –murmuró Laurel, deslizando la mirada por su atlético cuerpo–. ¿Te prestarías a la subasta?

–Eso depende –contestó él con un brillo travieso en los ojos–. ¿Tú pujarías? –inquirió enarcando una ceja.

¡Ay, Dios! Aquella no era una de esas ocasiones en las que ser sincera sería lo mejor para ella. El olor acre a quemado aún flotaba en el ambiente, un recordatorio de lo fácilmente que una simple llamita podía descontrolarse y convertirse en un devastador incendio.

–Solo por ti.

Mierda… Se le había escapado. Pero era la verdad. Por algún motivo cuando estaba con él siempre se le escapaba la verdad, y eso podía ser peligroso para ella.

La sonrisa que se dibujó lentamente en el rostro de Xavier hizo que una ola de calor aflorara en su interior.

–Creía que ya había satisfecho tu curiosidad –apuntó–. ¿O es que se te ha ocurrido alguna pregunta más que te mueres por que conteste? –inquirió con voz ronca.

–Tal vez –murmuró ella. ¡Dios!, se suponía que tenía que dar marcha atrás, no echar más leña al fuego. Aquello no podía acabar bien, pero le era imposible parar. Tan imposible como volver a meter una bala en el cargador una vez disparada–. Mi primera pregunta es: ¿se te da bien preparar té?

Xavier se rio y levantó la barbilla.

–Me temo que tendrás que ganar la puja para averiguarlo.

Se le ocurrían un sinfín de respuestas provocadoras que podría darle, pero ninguna apropiada para ser dichas allí, en medio del pasillo. Tenía que alejarse de ese precipicio del que se moría por tirarse para caer en sus brazos.

–Eso sería si hiciéramos esa puja de solteros… cosa que no vamos a hacer –le informó, contrariada por la decepción que sintió al decirlo–. Nos quedaríamos sin solteros en un abrir y cerrar de ojos.

–Pues es una pena –respondió él. Había una expresión curiosa en sus ojos azules, y Laurel no pudo evitar pensar que él también había sentido esa misma decepción–. Me estaba empezando a gustar la idea.

Laurel parpadeó. No debería darle falsas esperanzas. Sería injusto. No podía volver a besarlo ni dejarse llevar por la atracción que había entre ellos. No se podía estar a la vez en misa y repicando.

–Bueno, si te parece bien la idea de Addy, podrías ayudarme pidiéndole a tus amigos y socios de negocios que donen algún objeto. En vez de solteros, el tema de la subasta será: «Algo único». Cuanto más caros, exclusivos y especiales sean los objetos, mejor. A la gente le encantará la idea de pujar por cosas que no podrían conseguir en ningún otro lugar.

Xavier asintió.

–Me parece bien; es una buena idea.

–Fantástico –respondió ella en el tono más alegre que pudo, empezando a alejarse de él antes de perder la cabeza–. Pues voy a ponerme con ello –añadió.

Huyó en dirección a su pequeño despacho y por suerte Xavier no la siguió.