Gwen estaba enferma.
Aquello explicaba todo. Su desmayo, sus cambios de humor. Tenía un problema neurológico. Según sus síntomas, podía incluso ser… un tumor cerebral. Fareed pensó que si lo había buscado a él era porque estaba en estado avanzado. En neurocirugía era uno de los tres mejores del mundo; operaba lo inoperable y sanaba lo incurable…
–No estoy enferma –dijo Gwen.
Impactado, Fareed se quedó mirándola.
–Es mi bebé –aclaró ella.
Él no comprendía por qué le impactaba tanto cada nueva verificación de que aquella mujer poseía una vida que no tenía nada que ver con la suya.
Frecuentemente le había invadido la amargura sin razón aparente. Pero en aquel momento admitió para sí mismo cuál había sido la razón; el hecho de que Gwen no hubiera esperado para encontrarlo y que se hubiera casado con otra persona… aunque sabía muy bien que aquella sensación de traición era ridícula y no tenía nada que ver con la realidad.
Que ella tuviera un hijo era algo perfectamente normal.
Desgraciadamente su bebé estaba enfermo, lo suficiente para necesitar sus habilidades como cirujano.
Sintió una gran angustia por ella. Comprendía perfectamente lo que debía estar pasando ya que él había sentido lo mismo en una ocasión… desesperación por salvar a alguien cuya vida valoraba más que la suya propia.
Invadido por la angustia, decidió que no podía encargarse del caso del bebé de Gwen. Se aseguraría de que este recibiera los mejores cuidados, pero no podía hacerlo él mismo.
–Escúchame… –comenzó a decir.
Pero ella lo interrumpió como si hubiera intuido lo que iba a decir. Se levantó con la súplica reflejada en los ojos.
–Tengo conmigo los resultados de las investigaciones que le han hecho a Ryan. ¿Podrías echarles una ojeada y decirme lo que piensas?
A Fareed le resultó extraño que Gwen solo quisiera su opinión y que no lo reclamara como cirujano. La miró y aun en aquellas circunstancias sintió como la lujuria se apoderaba de su cuerpo. Deseó poder acariciar el hermoso cabello rubio que tenía y besar su delicioso cuello. Pensó que daría lo que fuera por saborearla, por darle un beso…
Ella tomó entonces la cartera que llevaba consigo y sacó algo de esta.
Mientras la observaba, él pensó que su belleza era realmente increíble. Jamás se había sentido atraído por las mujeres rubias, nunca había preferido la belleza occidental. Pero Gwen representaba para él la feminidad, la lujuria y el encanto unidos en una sola persona.
Se dio cuenta de que tal vez necesitaba una terapia de choque. Si la veía con su bebé, con toda su familia, quizá lograra quitársela finalmente de la cabeza.
Al acercársele ella con una carpeta, le puso una mano sobre la suya para tranquilizarla. Pero la apartó de inmediato como si el contacto con su piel le quemara. Ojeó los documentos brevemente.
–No voy a poder darte una opinión basada en estas investigaciones; no confío en ninguna que no haya sido realizada según mis especificaciones.
Los ojos de Gwen reflejaron una gran alarma y Fareed no pudo creer el efecto que la angustia de ella tenía sobre él. Le dolía físicamente.
–De todas maneras, mi método favorito e indispensable es un examen clínico –se apresuró a añadir–. ¿Está tu bebé en la planta de abajo con su padre?
Ella pareció muy impresionada ante aquella pregunta.
–Ryan está con su niñera en nuestro hotel –contestó–. Ambos se cansaron mucho y Ryan comenzó a llorar sin parar. Estaba molestando a los demás pacientes y tuve que pedirle a la niñera que se lo llevara. Pensé en traerlos de vuelta en cuanto hubiera obtenido una cita contigo. Pero el hotel está cerca del aeropuerto y, aunque le hubiera pedido a Rose que viniera, a esta hora del día habría tardado demasiado por el tráfico.
–Voy a regresar a casa en mi avión privado, por lo que puedo partir cuando decida –aclaró Fareed–. Telefonea a tu niñera y pídele que traiga a Ryan.
–Oh, Dios, gracias… –dijo Gwen con la emoción reflejada en los ojos.
Él levantó una mano; odiaba la vulnerabilidad y la indefensa gratitud que veía en otras personas.
Ella asintió con la cabeza al darse cuenta de que Fareed no quería agradecimientos. Entonces sacó el teléfono móvil del bolso.
–Rose… –dijo tras unos segundos, dejando de hablar al comenzar a hacerlo la otra mujer–. Sí, lo conseguí. Trae a Ryan cuanto antes.
–Dile que se tome su tiempo. Esperaré –terció él tras tocarle el antebrazo para captar su atención.
La mirada que le dirigió Gwen en aquel momento, unida a la belleza de su tímida sonrisa, provocaron que de nuevo se sintiera invadido por un intenso acaloramiento. Tenía que apartarse de ella antes de que hiciera algo de lo que ambos se arrepentirían.
Se dio la vuelta, se dirigió a su escritorio y comenzó a ordenar las carpetas que había estado analizando.
Cuando Gwen colgó el teléfono, sin levantar la mirada él le hizo la pregunta que estaba quemándole por dentro. Intentó parecer despreocupado.
–¿No va a venir tu marido? ¿O está en casa?
Necesitaba verla con su marido. Tenía que tener la imagen en la cabeza de ella con su hombre para borrar la que tenía de ella con él.
Gwen mantuvo silencio durante lo que pareció una eternidad y Fareed se forzó a continuar arreglando su escritorio.
Cuando finalmente ella contestó, lo hizo casi de manera inaudible. Él apenas la oyó. Apenas.
Se le revolucionó tanto el corazón que temió que le fuera a estallar. La miró a los ojos.
–No tengo marido –había dicho Gwen.
Fareed no sabía cuándo ni cómo había acortado la distancia entre ellos. De nuevo estaba delante de ella. Aquella revelación le había impresionado muchísimo.
–¿Estás divorciada?
Gwen apartó la mirada.
–Nunca me he casado.
Anonadado, él se quedó mirándola fijamente. Tras largo rato, logró hablar.
–Cuando te vi en aquella conferencia, creí que estabas comprometida.
Ella se ruborizó y Fareed anheló poder besarle las mejillas.
–Y lo estuve –respondió Gwen–. Rompimos nuestro compromiso… poco después –añadió, mirándolo con cierto humor reflejado en el gesto de su boca–. Más o menos fue por irreconciliables diferencias científicas.
Repentinamente él deseó dar un puñetazo a la pared más cercana.
B’haggej’jaheem… ¡Maldita fuera! Se había alejado de ella porque había pensado que iba a casarse con aquel tal Kyle Langstrom… ¡y no lo había hecho!
Se sintió muy frustrado al darse cuenta de lo que había perdido al no haber intentado encontrarla tras la fiesta de la conferencia. Por lo menos debía haberse informado sobre ella. Habría descubierto que no se había casado con… con aquella persona. Pero eso no significaba necesariamente que…
–¿Él no es el padre de tu hijo?
–No –contestó Gwen.
Antes de que la alegría embargara a Fareed, comprendió algo. Tal vez ella no se había casado con Langstrom, pero tenía un hombre en su vida.
–¿Entonces quién es el padre de tu hijo?
Gwen se encogió de hombros y respondió con la inquietud reflejada en la voz.
–¿Me lo preguntas por la enfermedad de Ryan? ¿Crees que conocer a su padre es importante para su pronóstico?
Él se sintió tentado a responder que sí para que ella se viera obligada a responder. Pero su integridad como persona pesó más. No podía romper su ética profesional.
–No. Conocer la fuente de una malformación congénita no influye en el tratamiento ni en su pronóstico.
–Entonces no comprendo por qué traer a su padre a colación puede ser relevante.
Estaba claro que Gwen no quería hablar del tema. Y tenía razón al no querer hacerlo.
A Fareed jamás se le había ocurrido intentar obtener información privada de nadie, mucho menos de uno de los progenitores de un potencial paciente.
Pero se trataba de ella, de la mujer de la que tenía que saberlo todo…
A través del trabajo de Gwen había llegado a conocer a la perfección su inteligencia y capacidad. Dada la naturaleza y carácter de ella, estaba seguro de que eran compatibles. Lo que le faltaba saber era su situación sentimental.
–Es relevante porque el padre de tu hijo debería estar aquí, sobre todo si la enfermedad del pequeño es tan seria como crees. Como su padre, tiene igual derecho que tú a decidir qué tratamiento darle, si es que hay alguno, y el mismo papel en el futuro del niño.
–Ryan… no tiene padre –respondió Gwen tras largo rato. Decir aquello parecía haberle causado un gran dolor.
De nuevo, Fareed se quedó muy impactado. Se preguntó a sí mismo cuándo iba a dejar de impresionarle aquella mujer.
–¿Quieres decir que ya no forma parte de vuestras vidas? ¿Se ha marchado? ¿Está muerto?
Ella lo miró a los ojos como si hubiera sentido la intensidad de la frustración de él.
–Tuve a Ryan mediante un donante de esperma.
En aquella ocasión, debido a lo impresionado que otra vez estaba, Fareed dio un paso atrás.
Gwen no paraba de sorprenderle.
En realidad, estaba más que sorprendido. Estaba estupefacto.
–¿Por qué acudiste a un donante de esperma siendo tan joven?
Ella evitó su mirada y se ruborizó.
–La edad es solo uno de los factores por los que las mujeres acuden a los donantes de esperma. Y hace bastante que dejé de entrar en la categoría de «tan joven». Tengo treinta y dos años.
–Si acabara de conocerte, no diría que tuvieras más de veintidós.
Gwen se encogió de hombros y le dirigió a Fareed una de aquellas miradas que provocaban que a este se le revolucionara el pulso.
–Me he mirado en un espejo últimamente. Tú mismo dijiste que tenía un aspecto horrible. Pero de todas maneras, gracias por el… cumplido.
–Solo digo lo que pienso. Está claro que no estás prestándole mucho cuidado a tu aspecto debido a tu preocupación por tu hijo. Pero eso no hace que seas menos… impresionante.
Al oír aquello, ella se quedó sin aliento. Al darse cuenta de ello, él sintió como un intenso deseo le recorría el cuerpo.
–Quiero saber por qué una mujer como tú, a la que seguirán persiguiendo los hombres cuando tengas setenta y dos años, eligió tener un hijo sin un padre. ¿Fue por tu exnovio? ¿Qué te hizo para provocar que no quieras tener relaciones sentimentales?
–No puedes estar más equivocado en el caso de Kyle –respondió Gwen con un vacilante humor iluminándole la mirada–. Con respecto a él, soy la mala de la historia. Fue por mi culpa que incluso el trabajar juntos se convirtiera en algo contraproducente.
–¿Entonces por qué? –insistió Fareed.
–No todo en la vida tiene que tener una razón muy compleja. Simplemente quería un bebé.
Él sabía que estaba ocultando algo y la convicción de ello le quemó por dentro.
–¿Y no podías esperar a tener uno de la manera normal? ¿Cuando conocieras a otro hombre adecuado?
–No me interesaba tener otro hombre, adecuado o no.
Tras decir aquello, ella guardó silencio. Fareed supo que no iba a decir nada más al respecto.
Él tenía más cosas que decir, que preguntar, que pensar… y que sentir. Se sintió invadido por viejas frustraciones y nuevas preguntas. Pero había una cosa que eclipsaba a las demás.
Gwen no solo no tenía un hombre en su vida, sino que no lo había querido… después de haberlo visto a él en aquella conferencia. Lo sabía. Al igual que él no había querido otra mujer tras haberla visto a ella.
La euforia se apoderó de sus sentidos. Aquello cambiaba su existencia.
Aunque estaba deseando tomarla en brazos y besarla apasionadamente, sabía que no debía hacerlo.
No tenerla en aquel momento le resultaba un tormento, pero tras haber deducido que lo deseaba se había convertido en un tormento dulce en vez de amargo. La espera lograría que el finalmente tenerla fuera espectacular.
Lo que Gwen necesitaba urgentemente era su experiencia profesional, no su pasión.
Al ver la manera en la que estaba mirándolo, con la súplica reflejada en los ojos, sintió como se le derretían los huesos.
–¿Mientras esperamos no podrías volver a echarle una ojeada a los documentos de las investigaciones de la enfermedad de mi hijo?
Fareed pensó que aquel tipo de mirada debía estar prohibida. Pronto se lo diría.
Sonrió, la tomó por un codo y la guió de vuelta al sillón.
–Prefiero formarme una opinión sin influencias de ningún tipo –respondió.
Ella lo miró de reojo y la burla que reflejaron sus ojos casi provocó que él lo mandara todo al diablo y diera rienda suelta a cuatro años de deseo contenido… de deseo de ella.
–¿Existe alguien capaz de influenciar tu opinión? –preguntó Gwen.
Fareed se rio por primera vez desde hacía mucho tiempo. Tras muchos meses sumido en la melancolía, al tenerla allí delante y saber que estaba soltera, sentía como si le hubieran quitado un peso de encima. Si no hubiera sido por Hesham, y por su mujer e hijo que todavía no habían encontrado, se habría atrevido a decir que estaba casi experimentando alegría.
–Desde luego –respondió, ayudándola delicadamente a sentarse.
A continuación tomó el teléfono móvil y llamó a Emad, al cual le pidió que les llevara algo de comer. Cuando ella insistió en que solo quería una bebida caliente, no le hizo caso alguno.
–Son órdenes del doctor –dijo, sentándose a su lado.
Aunque estaba deseando acurrucarse en su cuerpo, dejó entre ambos cierta distancia para no abrumarla.
Gwen lo miró con la fascinación reflejada en la cara. Parecía incapaz de dejar de analizarlo mientras él la analizaba a ella.
En un momento dado, Fareed no pudo evitar suspirar de placer.
–Sería un científico muy pobre y un cirujano terrible si no estuviera abierto a nuevas influencias. ¿Sigues creyendo que solo soy un príncipe con demasiado dinero y poder que juega a ser Dios?
Avergonzada, Gwen hundió la cara en sus manos.
–¿Crees que hay alguna posibilidad de que puedas fingir que jamás dije eso?
–¿Por qué lo haría? ¿Porque estabas equivocada?
En ese momento Emad entró en el despacho con varios camareros. Fareed vio la esperanza que reflejaron sus ojos al analizar la situación. Negó ligeramente con la cabeza para que el asistente supiera que ella no era la mujer que estaban buscando… aunque afortunadamente era la mujer que él había ansiado encontrar.
Tras arreglar y preparar la mesa que tenían delante, con gran decepción y curiosidad reflejada en los ojos, Emad se marchó junto con los camareros.
Durante la siguiente hora, Fareed descubrió nuevos placeres. Estuvo animando a una disgustada Gwen hasta que se comió y bebió lo que le había servido. Le encantó ver como ella recuperaba el color en la cara.
Entonces Emad volvió a llamar a la puerta. En aquella ocasión hizo entrar en el despacho a una mujer con un bebé… el hijo de Gwen.
Fareed no se fijó en ninguno… ya que toda su atención estaba centrada en Gwen, que se había levantado para abrazar a su pequeño. A continuación le presentó a la niñera, una mujer pelirroja de unos cuarenta años llamada Rose Maher. Era una pariente lejana. Él le dio la bienvenida con toda la cordialidad que pudo y se giró hacia el hijo de Gwen.
Se quedó completamente aturdido.