Capítulo Cuatro

Fareed no había pensado en el hijo de Gwen hasta aquel momento. Simplemente había aceptado el hecho de que era suyo.

Había estado demasiado impresionado como para haberse creado expectativas, tanto del pequeño como de su reacción ante él. Pero nada de lo que hubiera podido intuir se habría acercado a la realidad de los sentimientos que lo habían embargado al tener a aquel bebé delante.

Gwen le había dicho que su hijo no tenía padre. Y en aquel momento él podía casi creer aquella afirmación literalmente. Era como si el niño fuera suyo… solamente suyo. A pesar de la diferencia de edad y género, el pequeño era exactamente igual a ella.

Pero el increíble parecido entre madre e hijo no fue lo que le impactó tanto. Ryan, que no tendría más de nueve o diez meses de edad, era toda una personita. Lo miró con unos despiertos ojos del mismo color azul que su madre pero que reflejaban su propia naturaleza y carácter… inquisitivo, intrépido, entusiasta.

–Dile hola al doctor Aal Zaafer, Ryan –dijo entonces Gwen con un indulgente tono de voz.

Fareed parpadeó ya que aquella melodía era completamente diferente a ninguna que le hubiera escuchado antes. Se dio cuenta de que tuvo un efecto similar en Ryan, que sonrió encantado a su madre. A continuación lo dejó impactado al girarse hacia él y sonreír abiertamente… antes de tenderle los brazos.

Anonadado, observó como las regordetas manitas del pequeñín se abrían y cerraban en una clara invitación a que lo tomara en brazos.

–Cariño, ese acto adorable solo funciona con Rose y conmigo –le dijo entonces Gwen a su hijo antes de dirigirle una compungida mirada a Fareed–. No pensé que fuera a pedirte que lo tomaras en brazos. No le gusta que lo hagamos mucho, ni siquiera yo. Es demasiado independiente.

Él se preguntó si ella pensaba que su vacilación se debía a que no quería tomar en brazos a Ryan. No comprendía cómo no se daba cuenta de que estaba paralizado. Deseaba con todas sus fuerzas abrazar al pequeño, pero la necesidad era tan fuerte, tan… desconocida, que lo abrumó.

–Me… –comenzó a decir, haciendo una pausa para carraspear– me honra mucho que considere que merece la pena que lo tome en brazos. Seguramente le apetece un paseo a más altura.

Rose no pudo evitar reírse ante aquello.

–Ryan es un genio y reconoce una buena proposición en cuanto la ve –comentó.

Fareed esbozó la sonrisa más amplia que sus labios habían reflejado en años.

–Señora Maher, encantado de conocerla –respondió.

–Llámeme Rose, por favor –dijo ella.

Él se giró entonces hacia Gwen y le tendió los brazos. Vio reflejada en los ojos de ella la creencia de que sus brazos estaban invitándola a ser abrazada… y el intenso deseo de serlo.

La miró fijamente para hacerle saber que sabía lo que quería. Entonces sonrió al bebé, que estaba luchando en brazos de su madre para que esta lo soltara.

–¿Vienes conmigo, caballero?

Entusiasmado, Ryan chilló y se echó hacia él. Fareed se fijó en sus movimientos para comenzar a evaluar su problema. Lo tomó en brazos con un cuidado extremo y miró la angelical cara del niño… lo que provocó que un escalofrío le recorriera el pecho.

Ya Ullah. Aquel pequeño desprendía la misma magia que su madre.

–No puedes morderle, ¿eh? –le dijo Rose a Ryan.

–¿Está tan claro que estoy asustado de tenerlo en brazos? –bromeó Fareed.

Rose volvió a reírse con ganas.

–La petrificada expresión de su cara me ha dejado claro que su experiencia en manejar diminutos seres humanos es inexistente.

–¿No tienes hijos? –le preguntó entonces Gwen a Fareed.

Él la miró y se dio cuenta de que parecía horrorizada de haber preguntado aquello.

Una intensa sensación de satisfacción lo embargó. Ella necesitaba conocer los detalles personales de su vida al igual que él había necesitado conocer los de ella.

Siempre había pensado que su vida no estaba destinada a formar una familia, que no tenía el deseo innato de ser padre. Y en aquel momento supo la verdadera razón por la que nunca se había planteado tener hijos; no había encontrado la mujer con la que quisiera tenerlos.

Pero al mirar a Gwen y sujetar en brazos a su hijo, deseó tenerlos.

–No –murmuró–. Pero tengo muchos sobrinos de mis hermanos y primos.

–Seguro que eres su tío favorito –aventuró ella, que parecía realmente aliviada.

–Me honras con ese comentario, pero su tío favorito es Jawad, uno de mis hermanos mayores. Le llamamos el «encantador de niños». A mi favor puedo decir que creo que no me detestan. He estado demasiado ocupado durante sus vidas como para crear ninguna relación seria con ellos. Tengo que admitir que cuando estoy a su alrededor me pregunto cómo pueden soportar sus padres las demandas y exigencias que imponen y seguir con sus vidas. Me planteo por qué tomaron la decisión de tenerlos.

–¿Por eso me has preguntado por qué he tenido a Ryan? –respondió Gwen con la picardía reflejada en los ojos–. ¿Porque piensas que tus sobrinos son unos alborotadores y ruidosos pequeños absorbentes de tiempo y que un adulto mentalmente sano solo puede tener un hijo si deja apartada la lógica y la cautela?

–Relacionarme con niños nunca ha sido una de mis cualidades.

El único niño del que había disfrutado y al que le había gustado cuidar había sido Hesham. Pero él solo había sido ocho años mayor que su hermano. En realidad, no había tenido ninguna experiencia relevante con niños aparte de las que tenía en su esfera profesional.

Ella hizo un gesto para indicarle lo bien que manejaba a Ryan.

–Pues si nunca ha sido una de tus cualidades, eres capaz de adquirirla rápidamente.

Fareed sintió entonces como si siempre hubiera tenido en brazos al pequeño. Al observar la angustia que repentinamente reflejó la cara de Gwen, recordó la razón por la que esta estaba allí: la enfermedad de su hijo.

Levantó la cara del niño con un dedo y comprobó que tenía el mismo hoyuelo en la barbilla que su madre.

–Para que yo no parezca una completa marioneta, Ryan, ¿por qué no fingimos que tengo algo de poder? –bromeó, ya que el pequeño había estado inspeccionándole la camisa y la cabeza–. ¿Qué te parece si ahora te examino yo a ti?

–¿Qué os parece si os dejo con vuestro nuevo juego y voy a comer algo? –sugirió Rose para darles intimidad.

Fareed tomó el teléfono móvil y llamó a Emad. este apareció en el despacho en cuestión de segundos.

–Por favor, ¿podrías acompañar a Rose a comer? –le pidió al asistente–. Llévala a algún lugar donde sirvan una comida mejor que la terrible que nos has traído del restaurante del hospital.

Esperó que Emad obedeciera con su decoro habitual; nunca mostraba si le gustaba o no lo que le habían mandado. Pero, por increíble que pareciera, tras asentir con la cabeza ante él se giró hacia Rose con un gran interés reflejado en la mirada. Parecía casi entusiasmado. Tras el fallecimiento de su esposa nunca había vuelto a verlo de aquella manera.

La sociable Rose miró a Emad fijamente y le murmuró algo a Gwen que todos oyeron.

–Qué cosas tan increíbles les llegan a las personas que esperan, ¿verdad, cariño? –dijo. Sin esperar a la reacción de Gwen, se dirigió a Fareed–. Ha sido un placer conocerlo, Sheikh Aal Zaafer. Cuide de mis dos encantos.

–Por favor, llámame Fareed –respondió él, inclinando la cabeza–. Nos veremos de nuevo.

La niñera le dirigió una amplia sonrisa, le dio un cariñoso apretón de manos a Gwen, acarició la mejilla de Ryan y le dio una palmadita a Fareed en la cara. A continuación se giró hacia Emad.

–¿Nos marchamos, señor Caballero Oscuro?

El asistente se quedó boquiabierto; no podía creer que aquella mujer le hubiera dado una palmadita en la cara a su príncipe. ¡Y que le hubiera llamado eso a él!

–Desde luego, señora Maher –concedió, ofreciéndole el brazo.

–No puedes pensar en un mote para mí, ¿verdad? –dijo ella, sonriendo a Emad–. Pero tenemos tiempo. Se te ocurrirá algo.

Antes de que la puerta se cerrara tras ellos, Fareed oyó que el asistente contestaba a Rose.

–No necesito tiempo, señora Rosa Salvaje.

Negó con la cabeza y miró a Ryan, que estaba tocándole su barba de tres días.

–¿Puedes creértelo, Ryan? ¡Emad bromeando! Parece que tu familia tiene el poder de cambiar las reglas de la naturaleza.

El pequeñín gritó como si estuviera de acuerdo y él miró a Gwen. Le ofreció una mano.

Ella se quedó mirándola durante largo rato mientras se mordía el labio inferior.

Antes de que Fareed se rindiera y le tomara él mismo la mano, Gwen se la dio a él… que tuvo que contenerse para no gemir y abrazarla estrechamente contra su pecho.

–Ahora vamos a examinar a Ryan, Gwen.

A Gwen le dio un vuelco el corazón al sentir la mano de Fareed sobre la suya. Pero era su culpa. Le había dado la mano cuando lo que debía haber hecho debía haber sido mostrarle que solo permitiría una interacción formal entre ambos.

Pero no había sido capaz de contenerse.

Él estaba ofreciéndole lo que había estado anhelando; apoyo y fuerza. Y no había podido resistirse ante ello.

Fareed los guió al extremo opuesto de la sala, detrás de una mampara de cristal. Allí había una estancia completamente equipada para examinar a los pacientes.

–Gwen… ¿sabes que te debo mucho? Numerosos de los resultados médicos más positivos que he obtenido se han debido a que durante años he utilizado como terapia postoperatoria la droga que descubriste.

Boquiabierta, ella sintió como le daba un vuelco el corazón con una mezcla de orgullo e incredulidad.

–No… no sabía…

–Pues ahora ya lo sabes –dijo él, dirigiéndole una de sus arrebatadoras sonrisas–. Y aunque me estoy impacientando debido a lo despacio que estás desarrollando la droga que reducirá tumores antes de la cirugía, te perdono, ya que la primera droga ha sido todo un éxito –añadió sin poder ocultar el deseo que reflejaban sus ojos, deseo que dejó claro que quería estar con ella…

Pero Gwen se dijo a sí misma que Fareed Aal Zaafer estaba fuera de su alcance, no debía pensar en tener nada serio con él…

–¿Qué te parece este juego? Es súper fácil y muy divertido –comentó entonces Fareed, dirigiéndose a Ryan.

Colocó al pequeñín en la mesa de exámenes y le dio un martillo cóncavo y una linterna de bolsillo para que jugara. A continuación encendió algunos equipos y tomó varios instrumentos mientras le explicaba al niño cómo se llamaban y para qué servían.

A ella le conmovió que le estuviera explicando todo aquello a un pequeñín de diez meses; dejaba claro el gran respeto que tenía por sus pacientes.

–¿No vas a llamar a tus asistentes? –preguntó cuando Fareed se acercó de nuevo al niño.

–¿Crees que no puedo examinar yo solo a un pillín que coopera tanto? –respondió él con la picardía reflejada en la mirada.

–En realidad, me preocupa que esto sea la calma que precede a la tormenta. Cuando hemos estado anteriormente en médicos, Ryan siempre ha actuado como si estos lo hubieran torturado.

–Pero no me harás eso a mí, ¿verdad que no? –le dijo entonces Fareed al pequeño–. No voy a hacer que te esfuerces tanto que termines llorando. Puedes incluso ayudarme y sujetarme algunos instrumentos, así como probarlos y saborearlos. Entre ambos haremos que esto sea un juego estupendo, Ryan.

Tras sonreírle el niño, se movió para comenzar a examinarlo. Gwen se movió a su vez y ambos chocaron. Él la agarró por los hombros para que no perdiera el equilibrio.

–Voy… voy a desnudarlo –dijo ella.

Fareed le dio un pequeño apretón a modo de ánimo y se giró hacia Ryan.

–Creo que a Ryan le gustaría que yo hiciera los honores, ¿no es así?

El niño emitió un gritito de alegría.

Gwen se echó entonces para atrás y observó como Fareed le quitaba la ropita a su hijo con mucho cuidado. Lo hizo con gran destreza, aunque estaba claro que jamás lo había hecho antes. En vez de resistirse como normalmente hacía, Ryan permitió que su nuevo amigo hiciera su trabajo hasta dejarle en pañales. Incluso colaboró con él en la tarea.

–Ahora vamos a empezar el juego –comentó Fareed.

Fascinada, ella se fijó en la manera en la que él examinaba los músculos del niño con sus bellas y fuertes manos; hizo reír a Ryan en numerosas ocasiones al hacerle cosquillas. A continuación monitorizó las contracciones de sus músculos, así como sus conducciones nerviosas. Para ello le pidió al pequeño que le ayudara a colocarle sobre el cuerpo unas ventosas.

Ryan parecía fascinado y estaba completamente centrado en Fareed.

A ella no debía sorprenderle ya que la aterciopelada voz del cirujano le hacía olvidar que existía un mundo exterior, un pasado o un futuro…

Se reprendió a sí misma al darse cuenta de lo que estaba pensando. Lo que debía hacer era escapar de allí en cuanto aquel examen terminara y olvidar que había vuelto a ver a Fareed.

Solo había recurrido a él como último recurso y había esperado pasar inadvertida entre sus numerosos pacientes. ¡Pero había terminado obteniendo su atención completa!

–Ahora veré los documentos médicos que has traído contigo –dijo Fareed tras terminar de examinar y vestir al niño.

Gwen se apresuró a tomar el maletín donde los tenía guardados, pero él la detuvo y se encargó de ello. Miró brevemente las radiografías y resonancias magnéticas, dejó a un lado los informes sin leerlos y volvió a meterlo todo en el maletín. Entonces se giró hacia Ryan, que estaba exigiendo ser tomado en brazos… por él.

–¿Cómo lo has pasado, eh? Te has divertido como te prometí, ¿verdad? –le preguntó al pequeño al tomarlo en brazos.

Ryan pareció contestar afirmativamente al armar un leve jolgorio.

–¿Pero sabes una cosa? –continuó Fareed–. Lo hemos pasado tan bien juntos y ni siquiera me he presentado. Me llamo Fareed –añadió, señalándose a sí mismo y repitiendo su nombre varias veces.

Aa… eed –dijo Ryan triunfalmente con un intenso brillo reflejado en los ojos.

Ma azkaak men subbi! –exclamó Fareed–. ¡Qué niño más inteligente eres!

El pequeño pareció encantado ante aquel cumplido y continuó diciendo Aa… eed una y otra vez.

–Más tarde trabajaremos con las letras f y r –bromeó Fareed, riéndose–. Seguro que en un par de meses logras decirlo bien, siendo como eres un niño tan inteligente… al igual que tu madre.

Gwen se sintió tan aturdida que pensó que iba a desmayarse otra vez.

Cualquier cosa que hacía él, cada movimiento y mirada, provocaba que se sintiera invadida por un tumulto erótico.

No sabía qué le ocurría, no sabía qué tenía Fareed que la convertía en alguien que no conocía, alguien que no podía terminar un pensamiento sin que este se convirtiera en algo… lujurioso.

Al regresar al despacho, él puso a Ryan en el suelo y le dio todos los objetos seguros con los que podía jugar. Pero el pequeño dejó claro que quería dormir. Ella tomó una mantita de la bolsa que Rose había dejado en la sala. Fareed la agarró y la colocó delante del sofá. Ryan se tumbó sobre ella y se quedó profundamente dormido.

–Háblame de Ryan, Gwen –pidió Fareed una vez que ambos se hubieron sentado en el sofá.

Ella asintió con la cabeza y le contó de manera exhaustiva los acontecimientos que se habían desarrollado en la vida de su hijo, tanto antes como después de nacer. Él lo anotó todo en un ordenador portátil que había tomado del escritorio.

–Sabes que tiene espina bífida oculta, ¿verdad? –dijo finalmente, girándose para mirarla.

Gwen sintió un gran dolor en lo más profundo del corazón. Lo había sabido, pero había tenido la esperanza de que él no lo confirmara. Las lágrimas empañaron su mirada.

–Como investigadora de drogas que afectan al sistema nervioso, conocía los aspectos básicos de la enfermedad –respondió.

La espina bífida oculta consistía en una anomalía debido a la cual las vértebras que cubrían la espina dorsal no se cerraban por completo y esta no quedaba suelta entre ellas, sino que permanecía encadenada al hueso. Potencialmente podía causar varios grados de daño al nervio y discapacidad.

–Al sospechar que Ryan podía padecerla, la estudié en profundidad. Pero todos los pediatras y neurólogos que hemos visitado me han dicho que no me preocupara, que el diez por ciento de la gente padece espina bífida pero que la enfermedad no muestra síntomas. Como insistí, un par de pediatras reconocieron que Ryan tenía ciertos déficits neurológicos que podrían implicar una futura incapacidad… pero que de todas maneras no había tratamiento. Yo no podía simplemente esperar a que mi hijo creciera y no pudiera andar o que tuviera incontinencia urinaria o intestinal. Tenía que asegurarme de que realmente no se puede hacer nada…

Emocionada, no pudo evitar romper a llorar.

Fareed se arrodilló delante de ella y le dio un apretón de hombros.

–Es increíble que notaras la leve debilidad de sus piernas y pies. Ryan se sienta y gatea. Todavía le queda mucho para ir al cuarto de baño. Estoy realmente impresionado de que intuyeras la enfermedad de tu hijo aun habiéndotela negado varios especialistas. Pero puedo comprender a los médicos que lo examinaron; hay que ser todo un experto en la materia como lo soy yo para formar una opinión basada en una condición tan irregular.

–¿Tú te has formado una opinión? –quiso saber Gwen, que ya se había tranquilizado un poco.

Él asintió con la cabeza.

–Tenías toda la razón; sin cirugía, Ryan tal vez desarrolle una discapacidad degenerativa en la función motora de las piernas y padezca problemas de incontinencia urinaria e intestinal.

–¿Así que hay cirugía? ¿Para evitar que haya más daños? ¿Y qué ocurre con los daños que ya existen? ¿Ryan ya ha sufrido daños? ¿Qué sucede con los problemas intestinales y urinarios? Tengo entendido que incluso cuando la cirugía es un éxito y cierra los defectos para liberar la médula, ese tipo de problema no desaparece… –dijo ella, titubeando–. Si quedara un impedimento físico, ¿ayudaría mi droga?

Fareed se levantó para estar más cerca de ella.

–La mayoría, por no decir todos los cirujanos, rechazaría un caso como el de Ryan. Diría que no se arriesgaría a realizar una operación sin muchas garantías de mejora. Pero yo pienso diferente.

Gwen se sintió invadida por una intensa sensación de esperanza.

–¿Quieres… quieres decir que estás aconsejándome que no me rinda?

Él asintió con la cabeza.

–Pero claro, toda cirugía conlleva riesgos –continuó, tomándole la mano al darse cuenta de lo apesadumbrada que había vuelto a estar–. Debo mencionarte los riesgos porque no sería ético prometerte un procedimiento sin ellos, no porque espere que haya problemas. Lo que sí que os prometo a Ryan y a ti son los mejores resultados posibles.

–¿Quieres… operarlo? –preguntó emocionada.

Fareed asintió con la cabeza.

–Conmigo estará seguro –sentenció.

Ella contuvo un sollozo y él la abrazó.

–Y sí, tu droga regenerará el nervio dañado. Sé que no se ha aprobado su uso en niños, pero como creo que el retraso en la aprobación está basado en cuestiones burocráticas y no médicas, obtuve permiso del suministrador de drogas terapéuticas de la región bajo mi responsabilidad y la he utilizado en pacientes incluso más jóvenes que Ryan. Con las dosis adecuadas y ciertas precauciones, los resultados han sido espectaculares –reveló–. Juntos curaremos a Ryan, Gwen.

–¿Cuánto tardará la operación? ¿Y la recuperación?

¿Cuándo puede someterse a ella? ¿Cuánto costará todo? –quiso saber ella, temerosa de que aquello fuera un sueño.

–La cirugía tardará de cuatro a seis horas y el tiempo estimado de recuperación es de un mes a mes y medio. Podré operarle en cuanto prepare todo. Y no te costará nada.

Gwen se quedó muy impresionada.

–Debes haberme malentendido –susurró tras unos segundos–. No he venido a buscar caridad. Ni siquiera esperaba que fueras a operar tú a mi hijo, sino que tenía la esperanza de que escribieras un informe en el que aseguraras que es un caso operable para que ningún cirujano pudiera decirme lo contrario.

–Aquí no hay ningún tipo de caridad involucrada… –aseguró Fareed, esbozando una mueca.

Ella intentó apartarse de sus brazos y lo consiguió tras varias tentativas.

–Desde luego que la hay. Pero yo puedo pagar. Simplemente dime cuánto.

–¿Pagarás? Ya sé que no tiene que ver con esto, pero… ¿por qué no cubriría tu seguro los gastos médicos de tu hijo?

Gwen pensó que debía tener más cuidado con lo que decía. Él se daba cuenta de todo.

–Insistí en que se llevaran a cabo costosas investigaciones que los doctores aseguraban que no eran necesarias, por lo que me incluyeron en una categoría desfavorable para las compañías de seguros. Solo cubrirán los gastos parcialmente. Pero eso no importa. Me pagan muy bien y tengo mucho dinero –aclaró.

–No me cabe la menor duda de ambas cosas. Aun así, no hay costes involucrados.

Ella negó con la cabeza.

–No puedo aceptar que no me cobres.

–Por si no te has dado cuenta, soy un hombre adulto –respondió Fareed con la burla reflejada en la cara–. Puedo dejar de cobrar a la gente si quiero… cosa que hago en la mayoría de los casos. Además, en casa no habrá ningún coste extra.

Boquiabierta, Gwen se quedó mirándolo.

–¿En casa? –repitió finalmente.

–Sí. Ryan, Rose y tú vais a venir conmigo a Jizaan.