Capítulo Cinco

Gwen se quedó mirando la abrumadora presencia de Fareed Aal Zaafer y tuvo clara una cosa; o finalmente ella había perdido la cabeza o lo había hecho él.

–En cuanto regresen Rose y Emad, iremos al hotel en el que os habéis hospedado para tomar vuestro equipaje. Después nos dirigiremos al aeropuerto –explicó Fareed–. Estaremos en Jizaan en menos de veinticuatro horas.

Aturdida, ella pensó que debía estar bromeando, aunque en el fondo de su corazón sabía que no estaba haciéndolo…

–Antes de viajar iremos a cenar, o podemos comer algo en el avión –continuó él, tomando su teléfono móvil e inclinando la cabeza ante ella–. ¿Qué te gustaría tomar? ¿Quieres que reserve mesa en…?

–¡No puedo ir a tu país! –espetó Gwen.

Aquello impactó levemente a Fareed… durante más o menos un segundo.

Entonces sonrió.

–Desde luego que puedes.

Ella levantó las manos.

–No discutamos otra vez. Acabamos de hacerlo sobre el coste de la operación.

–Sí, no lo hagamos de nuevo. Recuerda que has perdido el combate.

–Sabes que lo que estás proponiendo es imposible, ¿verdad?

–En absoluto –respondió él.

Incrédula, Gwen negó con la cabeza.

–Estás pidiéndome que arrastre a todos al otro extremo del mundo…

–Yo me encargaré de «arrastraros», así que no te preocupes por eso. Estoy seguro de que tienes tus asuntos arreglados hasta el momento en el que creyeras que ibas a resolver la situación médica de Ryan. Pero por si acaso no has previsto todo y tienes miedo de tener problemas en el trabajo por una ausencia prolongada, bastará una llamada telefónica por mi parte para que obtengas un permiso indefinido… y pagado.

–No es solo mi trabajo, es… todo –contestó ella, agitada.

–¿Por ejemplo? –quiso saber Fareed, cruzándose de brazos.

–Los pasaportes –dijo Gwen, ya que había sido lo primero que se le había ocurrido–. Como ni siquiera se nos pasaba por la cabeza que este viaje fuera a terminar en el extranjero, no los hemos traído con nosotros.

Él se encogió de hombros.

–No los necesitaréis para entrar en mi país.

–Pero sí que necesitaremos visas…

–No si entráis en Jizaan conmigo. Yo os traeré de vuelta, por lo que no necesitaréis más que vuestras cédulas de identificación americanas para volver a entrar en los Estados Unidos.

Como intentando encontrar una vía de escape, ella miró a su alrededor. Pero no había ninguna. Además, Fareed parecía adelantarse a sus posibles objeciones.

–Para hacerte sentir mejor, cuando estemos en Jizaan haré que el embajador americano os tramite unos pasaportes nuevos y en ellos estamparemos unas visas.

Gwen sabía que él podía hacer aquello sin problema alguno. Los gobiernos de cualquier país se desvivirían por complacerlo.

–Si estás preocupada por tu familia, la telefonearé ahora mismo y le daré todos mis números de teléfono y direcciones para que puedan estar en contacto contigo a todas horas. Incluso cualquiera que quiera acompañarnos puede venir.

Al mencionar Fareed a su familia, ella sintió cómo se le encogía el corazón.

–Rose es mi pariente más cercana –se apresuró a decir.

–Comentaste que era una pariente tuya por parte de madre. ¿Qué le ocurrió a tu madre?

Gwen sintió cómo un conocido dolor y una intensa sensación de pérdida se apoderaban de ella.

–Falleció debido a complicaciones quirúrgicas justo después de que yo empezara la universidad. No tengo a nadie más.

Él pareció pensativo.

–Eso debió haber influido en tu decisión de tener a Ryan una vez que tu compromiso se rompió… para poder formar tu propia familia.

Ella permitió que su silencio lo convenciera de que tenía razón… cuando en realidad no la tenía en absoluto.

–Siento que estuvieras sola en el mundo durante tanto tiempo. Viniendo de una familia tan extensa como la mía, no puedo imaginarme cómo ha debido ser para ti.

–Ya no estoy sola.

–Sí –concedió Fareed, que parecía realmente sentir el sufrimiento de Gwen. A continuación sonrió–. Los pasaportes, las visas, los honorarios y la familia ya no pueden seguir siendo un impedimento para rechazar mi plan.

–Pero éstas no son las únicas… –comenzó a protestar ella. Dejó de hablar al darse cuenta de que no tenía por qué defenderse–. ¿Qué estoy diciendo? No voy a discutir la viabilidad de algo que ni siquiera es una opción. Lo único que me haría sentir mejor sería si dejaras este asunto y…

Volvió a dejar de hablar al sentirse realmente impotente. Él parecía tenerla acorralada.

–¿Por qué sugieres que vayamos a tu país? ¿Por qué no lo operas aquí? –continuó finalmente–. Si es porque te preocupa que tenga muchos gastos hospitalarios…

Fareed negó con la mano.

–Podría haber conseguido que el hospital se encargara de todos los costes al incluir a Ryan en los casos para los que vine a trabajar.

–¿Entonces por qué? –exigió saber Gwen, desesperada.

Él le dirigió una pícara mirada.

–¿Quieres conocer las razones en orden de importancia ascendente o descendente?

–¡Oh, por favor! –espetó ella, intentando en vano levantarse. Las piernas se le habían quedado demasiado débiles–. Simplemente… simplemente…

Fareed se sentó y le colocó una tranquilizadora mano en el hombro.

–No te preocupes, Gwen. Todo saldrá bien, te lo prometo. Una de las razones principales es que no puedo permanecer alejado de mi centro médico durante más tiempo. Y no operaría a Ryan para que después otra persona se ocupara de su recuperación. La otra razón principal es que solo puedo garantizar resultados en un caso tan delicado cuando estoy en mi medio, rodeado del equipo médico que he formado y del sistema que he creado.

Aquéllas eran razones de peso…

–Aun así… –protestó ella.

–No hay ningún aun así. Vais a venir conmigo y…

En aquella ocasión Gwen lo interrumpió.

–Aunque tuviéramos que ir, no tendríamos que hacerlo de inmediato. Podemos regresar a casa, prepararnos, y cuando tengas una fecha para la operación, viajaríamos a tu país.

–¿Qué necesidad hay de que os molestéis y paguéis unos billetes de avión cuando podéis viajar gratis conmigo? A mí no me supondría ningún coste ni esfuerzo extra. Y no hay que esperar para obtener fecha para la operación. En cuanto lleguemos a Jizaan, le realizaré a Ryan las pruebas preoperatorias y lo operaremos en seguida.

A ella le dio un vuelco el corazón.

–¿Tan… tan deprisa?

–Lo mejor es hacerlo cuanto antes. Pero tú no te preocupes por nada. Yo me ocuparé de todo.

–No puedo permitir que te ocupes de todo, de pagar los costes. Si tenemos que ir a Jizaan, por lo menos pagaré nuestros gastos.

Fareed se echó para atrás y se cruzó de brazos.

–¿Qué es lo que propones? ¿Darles a mi piloto y al personal de vuelo tu tarjeta de crédito? ¿O prefieres parar en un cajero automático para sacar dinero?

–Por favor, ¡no bromees! Lo único que puedo aceptar no pagar son tus honorarios… siempre y cuando sea cierto que no sueles cobrarlos.

–Después de todas las cosas de las que me has acusado al verme, ¿ahora estás llamándome mentiroso?

–¡Oh, Dios, no! –exclamó Gwen–. He querido decir que…

En ese momento él esbozó una tierna sonrisa que la derritió por completo. Pensó que debía estar realmente aturdida para no haberse dado cuenta de que Fareed estaba bromeando.

–Sé lo que querías decir –la tranquilizó él, tomándole el pulso–. Tienes el corazón muy acelerado. Es angustioso pensar que le deberás algo a alguien, ¿no es así?

Ella sabía que la razón de su angustia era otra muy distinta; la cercanía y contacto físico con él.

–Pero debes estar tranquila, Gwen. No hay ninguna deuda. Siempre le deberé a tu descubrimiento muchos de mis éxitos en el quirófano. Permíteme que te lo pague de esta manera. Con respecto a mí, añadir el éxito de una operación como la de Ryan a mi currículum será un pago más que generoso –aseguró Fareed–. Pero si posees dinero que no puedes soportar tener, te daré una lista de obras benéficas en Jizaan y podrás donarlo en lugar de pagarme.

Abrumada, ella no fue capaz de responder nada. Le pareció increíble el apoyo que estaba ofreciéndole él. Pero no sabía si podría soportar estar a su lado durante semanas.

Estaba dispuesta a ir al infierno si con ello fuera a ver a Ryan sano y feliz. Pero iba a tener que ir al lugar que consideraba peor que el infierno. Y no podía explicarle sus sentimientos a Fareed.

–No… no sé qué decir –susurró finalmente.

–Sí que lo sabes. Es una palabra de dos letras. La primera es la s y la segunda la i.

Gwen se sintió embargada por un sinfín de temores.

Cerró los ojos y rezó. Rezó para que cuando dijera aquella palabra solo significara la salvación de Ryan y no una condena para ella.

Entonces abrió los ojos y se resignó al abismo de lo desconocido.

–Sí.

El viaje a Jizaan fue realmente angustioso.

Estuvieron rodeados en todo momento de un lujo excesivo que logró alterar los ya crispados nervios de Gwen, que no estaba acostumbrada a tanta exquisitez. Pero Rose y Ryan disfrutaron enormemente del vuelo y de las atenciones recibidas.

Gwen se quedó dormida varias veces durante el trayecto. Finalmente la despertó una caricia en la mano, caricia que sabía que era de Fareed.

Solamente una caricia suya podía hacerle sentir como si una corriente eléctrica le traspasara por dentro.

–Siento haber perturbado tu sueño, pero estamos a punto de aterrizar –dijo él–. Espero que el haber dormido catorce horas te haya ofrecido el descanso necesario.

Rose esperó a que Fareed se alejara para acercarse a Gwen, junto a Ryan.

–Ryan y yo hemos dormido un par de horas, pero tú eres una tonta por no aprovechar todo lo que… Dios ofrece.

Gwen sabía que Rose, la única «tía» que jamás había tenido, solo pensaba en su bien. Pero en aquel caso no sabía lo imposible que era todo.

Agradeció cuando Fareed regresó junto a ellos y Rose comenzó a mantener una animada conversación con él durante el aterrizaje. Gracias a ello, pudo fingir mirar por la ventanilla del avión cuando en realidad lo único que veía era su agitación interna. Estaban en Jizaan.

Cuando el avión finalmente tomó tierra, Fareed agarró a Ryan de los brazos de Rose.

Gwen se levantó y se apresuró a intentar tomar a su hijo. Fareed miró entonces al pequeño.

–¿Quién quieres que te lleve en brazos, ya sugheeri?

Ella sintió cómo le daba un vuelco el estómago ante la cariñosa manera en la que Fareed había llamado a Ryan «mi pequeño».

El niño, que parecía comprender lo que le decía Fareed, la miró con una enorme sonrisa reflejada en la cara… para a continuación acurrucarse en los brazos de él y animarlo a que se moviera. Había obtenido su respuesta.

–No estoy compitiendo contigo por su cariño –le aclaró Fareed a Gwen mientras salían del avión.

Ella lo miró y le impactó su masculinidad y su fortaleza. Era muy alto, extremadamente guapo y atractivo.

–En ningún momento se me ocurrió que así fuera.

–Y Ryan no está eligiéndome a mí por encima de ti.

–Se podría decir otra cosa –se burló Gwen.

–No está haciéndolo. Yo simplemente soy el juguete nuevo –aclaró él, tomándola por el codo para ofrecerle el apoyo que sintió que necesitaba. Entonces le sonrió–. Deberías estar contenta de que disfrutemos tanto el uno del otro. Me alegra mucho que confíe en mí. Los momentos que nos esperan no son fáciles y el hecho de que confíe en mí va a lograr que todo sea mucho mejor para Ryan.

Ella solo había conocido a otra persona tan amable…

Los recuerdos se apoderaron de su corazón. Sintió un profundo dolor, pero sabía que no podía permitir que le abrumara. Debía ser fuerte. Por Ryan. Y por ella misma.

Al pasar junto a unos relojes, le impresionó ver que eran las cinco y media de la madrugada en Jizaan… mientras que en Los Ángeles eran las cuatro y media de la tarde.

Su carrera profesional la había llevado a viajar por todo el mundo, pero Jizaan… le resultaba un lugar extraño, inaudito.

Miró a Fareed y vio que este estaba mirando a Ryan con el cariño reflejado en los ojos. El pequeño, seguro en los brazos de su nuevo amigo, estaba mirando a su alrededor completamente absorto y tomó aire profundamente como si quisiera inhalar aquel nuevo lugar, como si quisiera hacerlo parte de él…

Ella sintió cómo se le encogía el corazón. Si supiera…

Fareed les dio la bienvenida a su país y les dijo que debían considerarlo como su casa.

Gwen sabía que aquello se debía a la gran generosidad de la gente de la zona, que era conocida por su hospitalidad. Pero, aun así, se sintió muy aturdida.

Él la agarró con fuerza contra su costado al ver que le tambaleaban las piernas.

–Debí haberte despertado antes. Todavía estás adormilada. O de nuevo tienes hipoglucemia. Apenas has comido nada durante el viaje.

Ella no rebatió aquello; era mejor que Fareed pensara que su estado se debía a causas físicas. No iba a decirle la verdad. No podía. No la verdad sobre su pasado ni la que afectaba a su reciente estado de caos.

Sintió como si aquella tierra árabe le estuviera gritando que se marchara en cuanto pudiera, antes de sufrir una herida de la que en aquella ocasión no pudiera recuperarse…

Cuando llegaron a la limusina que les estaba esperando, Emad se sentó en el asiento del conductor y Rose lo hizo en el del acompañante.

–Vamos a mi mansión, Ryan –le dijo entonces Fareed al pequeño.

Impresionada, Gwen se giró hacia él.

–¿Cómo?

–¿A qué te refieres con esa pregunta? –preguntó Fareed, confuso.

–¿A qué te refieres tú con eso de que vamos a tu mansión? –exigió saber ella.

–Sí, vamos al lugar en el que vivo. Allí os alojaréis.

–¡Vamos a quedarnos en tu centro médico!

Él negó con la cabeza mientras le urgía a que entrara en el vehículo. Una vez que Gwen se hubo sentado en los asientos traseros, lo hizo él con Ryan también en estos.

–Solo durante el periodo pre y postoperatorio. Y no protestes contra esto de nuevo.

–Nunca protesté una primera vez ya que… esta es la primera noticia que tengo al respecto.

–No es cierto –rebatió Fareed–. Te lo comenté durante el vuelo.

–¿Estaba despierta cuando lo hiciste?

Pensativo, él la miró. Entonces sonrió.

–Ahora que lo pienso, tal vez sí que estabas hablando en sueños.

–En este momento que estoy despierta…

–Serás mi invitada especial.

Antes de que ella pudiera protestar de nuevo, Ryan agarró la cara de Fareed y le dio un apretón para que le prestara atención. Él miró al pequeño y ambos comenzaron a jugar.

Consciente de que no iba a servirle de nada continuar discutiendo, Gwen sintió como si estuviera pisando arenas movedizas… arenas que cada vez estaban hundiéndola más…

Respiró profundamente y miró por la ventanilla del vehículo para distraerse. El esplendor de la capital de Jizaan logró que lo consiguiera.

Al amanecer, la magnificencia de Al Zaaferah era impactante. Se trataba de una ciudad muy moderna pero que poseía una profunda influencia cultural árabe.

El encanto de la urbe le cautivó tanto que cuando por fin llegaron a las puertas de la mansión de Fareed le pareció que el tiempo había pasado demasiado deprisa. La vivienda estaba rodeada de unos preciosos jardines que le otorgaban al lugar un gran aislamiento. La mansión estaba construida en piedra y combinaba a la perfección los privilegios del príncipe con la austeridad del cirujano.

Al llegar la limusina a las puertas principales de la vivienda, Fareed le tendió una mano para ayudarle a salir del vehículo. Varios hombres aparecieron en ese momento junto a ellos y abrieron las enormes puertas de latón.

Inquieta, ella entró junto a él en un vestíbulo lleno de columnas sobre el que había una cúpula cubierta por un espectacular mosaico. Una vez que los demás también entraron en la mansión, se dio cuenta de que alguien cerró las puertas con delicadeza. Sintió como si la hubieran encerrado en la cárcel.

La hermosa vivienda tenía unas enormes escaleras que se dividían en dos para subir a la segunda planta. Fareed les guio por uno de los tramos de escalera a un apartamento para invitados que tenía el triple de tamaño que su casa. Si hubiera gozado de un estado de ánimo distinto, le habría encantado ver la profusa y colorida decoración del lugar.

–Permíteme tomarlo en brazos.

La voz de Rose la despertó de su ensoñación. La niñera estaba tomando a un profundamente dormido Ryan de los brazos de Fareed.

–Los dos estamos muy cansados –comentó Rose, dándole un beso en la mejilla a Gwen a continuación. Sonrió a Emad al tomar la maleta del niño de sus manos–. Voy a entrar en el primer dormitorio que encuentre y tal vez no volváis a vernos hasta la noche.

En cuestión de segundos, todos dejaron a Gwen a solas con Fareed.

Ella se giró y fingió examinar el salón. Acarició el respaldo de una bonita silla tallada a mano antes de centrar su atención en una lujosa lámpara que colgaba del techo. Pero entonces cometió el error de mirarlo a él… que se quedó mirándola durante un largo momento. Ante aquel escrutinio, sintió que iba a desfallecer.

–Me disculpo por no quedarme a enseñarte la vivienda, pero tengo que ir a trabajar para ponerme al día en todos los asuntos que no he podido atender desde la distancia. Siéntete como en tu casa… y no discutas. Simplemente echa una ojeada, relájate, descansa. Mañana iremos a mi centro médico.

–¿Vas… vas a operarlo mañana? –preguntó Gwen, impactada.

–Sí.

Tras haber perdido a toda su familia, Gwen había pensado que había conocido toda clase de angustia y desesperación. Todas las formas de pérdida.

Pero en aquel momento sabía que existían más. Y peores. Había una herida, una pérdida que no podría superar, a la que no podría sobrevivir. Si algo le ocurría a su pequeño…

–Tranquila, Gwen. Ryan está en buenas manos.

Aquel comentario de Rose la irritó. Le había repetido lo mismo una y otra vez desde que Fareed había entrado con Ryan en su moderno centro médico.

Fareed había salido una vez, hacía catorce horas, para informarles de que el niño estaba bien y ya en la sala de operaciones. Les había dicho que saldría de nuevo para tranquilizarlas en cuanto la operación terminara.

Pero la operación parecía haber tardado demasiado. Había durado ocho horas, dos más que la estimación más larga que había realizado él. Aquella espera estaba convirtiéndose en una verdadera agonía para ella, que se sintió consumida por la culpa. Antes de haber recurrido a Fareed había acudido a otros especialistas de menos categoría… todo para evitar tener que ponerse en contacto con él. Se planteó que tal vez lo había hecho demasiado tarde y estaba siendo castigada por haber puesto por delante de la salud de Ryan, aunque solo hubiera sido momentáneamente, otras consideraciones.

Rose la abrazó al percibir lo angustiada que estaba.

–Gwen, no te castigues más. Todo está bien. El asistente de Fareed nos lo ha asegurado.

–Sí, pero él no lo ha hecho.

¡Fareed no había salido a tranquilizarlas tal y como había prometido! No quería siquiera pensar que ello significara que no podía mirarla a la cara y afrontar lo que hubiera ocurrido.

No le permitían ver a Ryan en la UCI, adonde lo habían llevado tras la operación… hacía ya seis horas.

Repentinamente Fareed apareció en el otro extremo de la sala de espera. Ella se levantó, pero él se vio rodeado por las preocupadas familias de otros pacientes. Cuando finalmente les explicó a estas la situación de cada uno de sus familiares, se acercó a su objetivo.

Al tenerlo delante y ver su penetrante mirada, Gwen se angustió aún más.

–Todo ha salido mal.