Gwen había afirmado aquello con convicción. Fareed no le había sonreído, mientras que sí lo había hecho ante los demás familiares. Solo había podido interpretar la intensidad de su mirada como malas noticias. Pero entonces le sonrió y ella sintió cómo se le debilitaban las rodillas.
–Nada ha salido mal –aseguró él, abrazándola por la cintura para evitar que cayera al suelo–. Ya te lo dije… bueno, envié a Akram para decirte que todo había salido a la perfección.
–¡Oh, muchas gracias! –exclamó Rose, acercándose para abrazarlo.
Fareed tuvo que soltar a Gwen. Pero, tras separarse de Rose, volvió a sonreírle.
–El éxito no es mío; Ryan ha hecho la mayoría del trabajo. Ha sido el paciente más interactivo que jamás he tenido. Se ha portado maravillosamente. Nunca una operación había marchado tan bien.
Encantada, Rose se rió.
–¡Ese es nuestro Ryan! ¡Pero fingiremos que tú has tenido un papel igual de importante!
La euforia de ambos embargó a Gwen… aunque en realidad tenía demasiado miedo de dejarse llevar por la emoción.
–¿Entonces por qué no me dejas verlo? –exigió saber.
–Porque cuando los niños están en la UCI se te rompe el corazón al verlos y quería evitarte el sufrimiento.
–¿Por eso has dejado que me volviera loca aquí esperando durante seis horas? ¿No pensaste que preferiría que se me rompiera el corazón antes que no verlo? –espetó ella.
–Obviamente me he equivocado –respondió Fareed, frunciendo el ceño–. Supongo que en realidad no puedo ponerme en la posición de una madre.
–Oh, no… –dijo Gwen, avergonzada– no quise implicar que…
–No te disculpes por querer tanto a Ryan. Pero, aunque te has enojado, sigo sin poder complacerte. Tengo que ser irritantemente profesional e insistir en mi posición. Por ahora. Te prometo que tu pequeño está perfectamente y que en un par de horas lo verás.
–Por favor, permíteme verlo ahora –suplicó ella–. ¡Solo necesito verlo un momento!
–Lo que no necesitas es tener la imagen de un Ryan sedado, inerte, conectado a aparatos y monitores grabada en tu memoria. Me niego a que te hagas más daño a ti misma. He visto a padres sufrir una tremenda ansiedad incluso después de que sus hijos se curaran y tú ya has sufrido demasiada angustia. Así que aunque tal vez en este momento desees matarme, quizá más tarde quieras darme las gracias –concluyó Fareed–. Hasta que trasladen a Ryan a una habitación y puedas estar con él, ¿por qué no me acompañáis ambas a comer?
Rose agitó una mano.
–Id vosotros. Emad me dijo que lo telefoneara en cuanto aparecieras con noticias. Vamos a vernos en el restaurante del centro –explicó, dándole un abrazo a Gwen a continuación–. ¿Ves? Siempre deberías escucharme. Cuídate. No le harás ningún bien a Ryan si te desmayas.
–Yo la cuidaré –aseguró Fareed, tomando a Gwen por el hombro–. Incluso voy a atreverme con la imposible tarea de hacerle sonreír –añadió, mirando a su invitada–. ¿Vamos?
Ella no asintió con la cabeza. Simplemente se quedó mirando cómo Rose se alejaba y permitió que él la guiara donde quería.
Fareed la llevó a un moderno ascensor que los transportó a una sala del tamaño de una cancha de tenis en la que una de las paredes constaba de unas enormes mamparas de cristal. Estar allí era como estar en un avión desde el que se veía Al Zaaferah con todos sus rascacielos. Gwen se dio cuenta de que debían estar en la planta superior del edificio de acero y cristal que formaba el eje central del centro médico.
Aturdida, percibió la mezcla de opulencia y austeridad que imperaba en el lugar. Debía de tratarse del despacho de Fareed.
Él, que no la había soltado, la guio hasta un sofá de cuero verde que había delante de una preciosa mesa de madera. Al quedarse ella de pie, la soltó y le dio un leve empujoncito. Gwen se sentó donde le había indicado y Fareed se quedó mirándola durante largo rato.
–Aunque sé que preguntarte tu preferencia con respecto a la comida es inútil, parece ser que me gusta darme golpes contra una pared. ¿Qué prefieres comer?
–Lo que sea… con calorías –respondió ella.
Fareed se rio y telefoneó para pedir la comida antes de volver a centrar su atención en Gwen.
Ella lo miró y pensó que parecía satisfecho. Por lo que sabía de él tras años de estar al tanto de su carrera profesional, era consciente de que era un excelente cirujano que jamás exageraba los resultados de sus operaciones. Fareed realmente creía que la operación de Ryan había sido un éxito. Una intensa sensación de alivio se apoderó de su cuerpo.
Fareed abrazó a Gwen y acarició su rubia melena. Disfrutó de la suavidad de su cabello e inhaló su frescura. Pero se dijo a sí mismo que debía controlarse… por el momento.
Se sentía cautivado por ella y tenerla entre sus brazos estaba haciéndole perder la razón. Estaba extremadamente excitado y daría cualquier cosa por acostarse con ella en aquel mismo momento. Pero debía mantener su pasión bajo control hasta que Ryan ya no estuviera bajo sus cuidados. Después…
Después suponía que habría un impedimento más grande que su ética profesional. Su padre.
Sabía que se pondría aún más furioso con él que cuando había decidido estudiar medicina en vez de involucrarse en política o en los negocios familiares.
Pero no le importaba. Él no era Hesham, que había sido joven y vulnerable. Lucharía contra lo que fuera y contra quien fuera, empezando por su padre, para tener a Gwen. Se enfrentaría al mundo por ella.
Y sabía que, sin duda, ella también lo deseaba a él.
La soltó en cuanto sus temblores cesaron. Ruborizada, Gwen se echó hacia un extremo del sofá.
–Debes estar cansado de tener que consolar a parientes histéricos –comentó.
–Forma parte de nuestro trabajo –exageró él.
En ese momento oyó cómo llamaban a la puerta de la sala.
–Nuestras calorías están aquí –comentó antes de acercarse a abrir la puerta y regresar con un carrito lleno de comida y bebidas.
Todo olía estupendamente, pero el hambre que sintió fue de ella. Casi podía saborear la gracia y feminidad que desprendía su cuerpo. Sintió cómo se excitaba aún más. Pero Gwen no solo despertaba su pasión, sino también su afán protector.
Fareed comenzó a servir la comida tras sentarse junto a Gwen. Esta se sintió abrumada por el exquisito aroma que desprendía… él. Su cercanía estaba alterándola demasiado.
Tenía que dejar de fantasear sobre su acompañante. Fareed era el único hombre que no debía desear; estaba prohibido para ella.
Pero se preguntó qué pasaba si era el único hombre al que podía desear…
Acalló aquel pensamiento al aceptar un plato con un delicioso salmón asado y verduras.
Mientras comían, él le comentó la situación de Ryan.
–Espero una completa recuperación. Durante la operación descubrí que el defecto era largo y que tenía aprisionada más columna dorsal de lo que había esperado. Las meninges también estaban aprisionadas.
Pero lo he corregido todo con un procedimiento que he estado desarrollando. Conlleva el doble de tiempo que cualquier otro método, por eso la operación tardó más de lo esperado, pero garantiza que no queden cicatrices y que no se vuelva a aprisionar la espina dorsal en un futuro. Si no lo hubiéramos operado ahora, en pocos meses habría comenzado a haber un daño progresivo. Pero con fisioterapia y un tratamiento de cuatro meses con tu droga, Ryan recuperará la completa fortaleza de sus piernas. No debería haber ningún problema de incontinencia.
–No… no tengo palabras para agradecerte lo que has hecho –respondió Gwen, emocionada.
–No tienes que agradecerme nada. Lo que debes hacer es comer; necesitas estar fuerte para ayudar a Ryan.
Finalmente, cuando terminaron de comer, Fareed le permitió a Gwen ver a Ryan. El pequeño todavía permanecía en la UCI y estaba conectado a numerosos aparatos. Aunque a ella le rompió el corazón ver a su hijo de aquella manera, sabía que estaba bien.
Fareed no se separó de su lado. Le sirvió de apoyo moral y examinó al pequeño. Cuando salieron de la UCI, la acompañó a una suite que había en la misma planta de su despacho.
–Te recomiendo otra maratón de sueño de catorce horas –comentó, tomándola por los hombros–. O, por lo menos, de ocho. No te despiertes antes por Ryan; voy a tenerlo doce horas más en la UCI.
Consciente de que su hijo estaba en buenas manos, Gwen sintió un enorme agradecimiento hacia Fareed.
–El mundo no sabe la suerte que tiene de que decidieras dedicarte a la cirugía. Estoy en deuda contigo. Todo esto… –dijo, señalando el lujo que los rodeaba– es demasiado. Entre esta suite y el apartamento para invitados de tu casa, vas a mimar tanto a Ryan y a Rose que cuando regresemos a casa tal vez tenga que comprar una vivienda nueva.
–¿Dónde está vuestra casa? –quiso saber él, interesado–. Nunca hablamos de ello.
Ella sintió cómo el pánico le recorría el cuerpo. Había sido una estúpida al mencionar aquello; le había dado pie a Fareed a intentar ahondar en aspectos de su vida que debía mantener ocultos.
Si le decía la verdad, él ataría cabos. Además, ya había mentido sobre el padre de Ryan…
Justo cuando iba a contestar con una mentira, le comenzó a sonar el localizador.
Al principio se sintió muy aliviada, pero al ver que Fareed fruncía el ceño al mirar el aparato se preocupó.
–¿Es Ryan?
–No, Gwen –contestó Fareed–. Ryan está bien y seguirá estándolo. Es otra emergencia. Ahora ten piedad de mí y duerme. Yo estoy agotado y tardaré bastante en poder descansar. No hagas que también me preocupe por ti –añadió antes de marcharse.
Ella decidió complacerle y buscó el dormitorio de la suite, donde se echó sobre la cama. Pensó que había sido muy afortunada de que el localizador hubiera sonado en aquel momento. Deseó no tener que volver a mentirle de manera directa. En cuanto le diera el alta a Ryan, desaparecerían y Fareed jamás sabría la verdad. No volvería a verlo…