Fareed miró a Gwen y pensó que era realmente preciosa. Su cabello y su piel brillaban bajo la parpadeante luz de una docena de lámparas. Las había colocado en aquella habitación solamente pensando en ella. No estaban en su dormitorio.
Después de todo el tiempo durante el que había fantaseado con llevarla a su cama, aquella primera noche había terminado llevándola a una de las habitaciones de invitados que no había sido utilizada con anterioridad. Había querido que ambos tuvieran un lugar para ellos, un lugar en el que él no hubiera estado con anterioridad, donde todos los recuerdos fueran de ella…
Con el corazón revolucionado, se echó sobre Gwen. Los labios de ésta, ligeramente separados mientras dormía, estaban enrojecidos e hinchados debido a su posesión. Solo con verlos sintió cómo los recuerdos de los días pasados se apoderaban de él. Posó la boca sobre ellos, incapaz de saciarse. Ella gimió y lo recibió con entusiasmo; las lenguas de ambos se deleitaron en una sensual danza.
Fareed había perdido la cuenta del número de veces que la había poseído, así como de las muchas ocasiones en las que Gwen lo había reclamado.
Se echó para atrás y la miró. Quería impregnar sus sentidos y su memoria de ella, que era la fuerza más abrumadora que jamás había conocido. Gwen tenía un poder absoluto sobre él.
Y el amor que él sentía hacia ella era infinito.
Gimió al sentir cómo un torrente de emociones lo embargaba de nuevo, debilitándole y dándole fuerzas al mismo tiempo. Necesitaba volver a penetrarla, fundirse con su cuerpo y su alma. Comenzó a acariciarle el cuerpo hasta llegar a una de sus rodillas, que separó de la otra para abrirla ante él… El húmedo centro de la feminidad de Gwen le dio la bienvenida con su calor líquido. Medio dormida y aturdida por la lujuria, ella abrió los ojos.
–Penétrame, Fareed… ahora.
Él pensó que la razón de su vida en aquel momento era oírle decir aquello, saber lo mucho que lo necesitaba, hacerle sentir un intenso éxtasis.
En ese momento entró dentro de su cuerpo mientras disfrutaba de sus gemidos y de la manera en la que le había agarrado la cabeza para atraerla a su hambrienta carne. Al percibir el aroma de su excitación, se sintió completamente abrumado.
–Cada momento a tu lado, ya roh galbi, es mágico. Lo quiero todo contigo.
Gwen lo abrazó por la cintura con las piernas mientras le besaba la cara, los hombros y el pecho.
–Casi me hiciste enloquecer con tu última sesión de ternura. Dame ferocidad, por favor. ¡Por favor, Fareed, por favor!
Él jamás había sabido que existía un placer tan intenso como el que ella podía despertar; las ganas que tenía de que le hiciera el amor con ardor le hicieron sentir una intensa lujuria.
Aturdido, decidió darle todo, todo lo que podía ofrecer…
Apartó las piernas de Gwen de su cintura e, ignorando sus protestas, le dio la vuelta para que estuviera mirando hacia el colchón.
Ella gimoteó al mantenerla Fareed en aquella posición y comenzar a acariciarle los húmedos pliegues del centro de su feminidad. Alcanzó un intenso orgasmo con las primeras caricias.
Él no mostró compasión y continuó incitando su excitado sexo hasta que ella se desplomó sobre la cama, momento en el que la penetró con varios dedos mientras con el pulgar le masajeaba su escondida flor. Gwen se retorció ante aquella intensa estimulación. Apretó la entrepierna contra su mano hasta que sintió que un nuevo orgasmo se apoderaba de ella.
Pero Fareed no sacó los dedos de su sexo, sino que comenzó a prepararla para la siguiente ola de placer.
–Te juro, Fareed, que si no me tomas ahora… no dejaré que me tomes hasta… hasta… –intentó amenazar, jadeando.
–¿No encuentras un periodo de tiempo adecuado de privación? –dijo él, riéndose entre dientes. Repentinamente apartó la mano de su sexo–. ¿Porque también estarías privándote a ti misma?
Gwen le dirigió una seductora mirada sobre su hombro, mirada que casi provocó que el acalorado cuerpo de Fareed se evaporara.
–Tal vez haya otra manera de salir de este aprieto –comentó justo antes de acercar la vagina al endurecido sexo de él y penetrarse ella misma.
Enloquecido de pasión, Fareed se echó sobre su espalda y le mordisqueó un hombro.
–Las demostraciones me resultan mucho más efectivas que las amenazas –le susurró al oído–. Adelante, dame ejemplos de lo que quieres que haga.
Gwen apoyó entonces la cabeza en las sábanas y levantó el cuerpo hacia él; obviamente estaba exigiendo que la dominara.
–Una demostración increíble –aseguró Fareed, tremendamente excitado–. Ahora necesito que me des instrucciones de lo que se requiere de mí.
–Quiero que me poseas con todo tu ser, hasta que ambos quedemos aturdidos de placer.
Él comenzó a hacerle el amor de una manera muy apasionada; deseaba cumplir los deseos de su amada.
–Jamás había sentido nada igual, Gwen –dijo, penetrándola aún más profundamente–. Estar dentro de ti, esta intensidad, esta perfección… nada puede darme más placer. Me vuelves loco. Me quemas, quemas mi cuerpo y mi razón.
Con cada movimiento de Fareed, ella gimoteaba.
–Tú también me quemas… me llenas más allá de mi capacidad de resistirlo… y de mi capacidad de tener suficiente… Oh, Fareed… el dolor y placer que supones… Dámelo todo… dámelo.
Él ejerció toda su fuerza al hacerle el amor y vio cómo Gwen se retorcía debajo de su cuerpo. Entonces, poco a poco, un indescriptible placer comenzó a apoderarse de sus sentidos y no pudo contenerse durante más tiempo; la llenó con su líquido alivio blanco mientras ambos se derretían el uno en el otro, repletos, completos.
Pasó una eternidad hasta que recuperó el aliento. Pensó que lo que compartían era más que increíble. Cada vez que hacían el amor era con la euforia, voracidad y sorpresa de la primera vez, aunque ya tenían la seguridad de una relación duradera.
Tras unos minutos sacó su miembro del aterciopelado y húmedo sexo de ella, la tumbó a su lado y la abrazó. Acurrucada en su pecho, Gwen se quedó profundamente dormida.
Fareed suspiró. Tenerla abrazada estrechamente, tenerla en su vida, era un nirvana.
No podía creer que solo hubiera pasado una semana desde que habían hecho el amor por primera vez. Pero había una cosa que empañaba la perfección.
Aunque sentía que la conexión entre ambos era cada vez más profunda, Gwen solo demostraba lo que sentía cuando se trataba de pasión física. Y solo cuando él la excitaba más allá de la inhibición.
Cuando había pensado que había logrado convencerla sin palabras de que se quedara en Jizaan, no lo había conseguido. Ella se había despertado al día siguiente de la primera mágica noche que habían pasado juntos con un renovado deseo de marcharse. Él había tenido que utilizar todas las tácticas de seducción que conocía para lograr que abandonara sus intenciones.
Y lo había conseguido… hasta el amanecer del día siguiente. Cada mañana Gwen se había echado para atrás y él había tenido que volver a ganársela cada noche. Aquel mismo día había regresado a casa corriendo al haberle informado Emad de que ella había estado intentando organizar su regreso a los Estados Unidos.
Ello le había hecho ser consciente de que algo serio motivaba su insistencia. Pero reprenderla por haber intentado marcharse a sus espaldas no había logrado arrojar ninguna luz al respecto… ni le había ayudado a obtener una promesa de que no volvería a intentarlo. Se había rendido y no había continuado intentando descubrir sus razones, sino que la había tomado en brazos y se había perdido en una nube de pasión…
Sabía que a la mañana siguiente volvería a ocurrir lo mismo; Gwen querría marcharse de Jizaan.
Pero ya no estaba preocupado. Finalmente había intuido por qué ella quería limitar su relación a encuentros esporádicos diarios.
Él siempre había tenido relaciones con mujeres que lo habían deseado por su estatus y riqueza. Pero con Gwen ocurría lo contrario. Aunque apreciaba todo lo que él era, el hombre y el cirujano, las cosas que atraían a otras mujeres le repelían. Había dejado claro que le parecía vital la igualdad en una relación y que lo que percibía como un desequilibrio de poder le inquietaba mucho.
Al conocer la fuente de su agitación y aversión, tenía en mente la solución perfecta.
Sintiéndose seguro de que a la mañana siguiente se rompería la monotonía matutina que habían vivido desde hacía una semana, se acurrucó en ella y cerró los ojos, satisfecho.
–¡No puedes hablar en serio!
Fareed observó como Gwen se erguía en la cama.
–Ya estamos otra vez –dijo, suspirando.
Ella gruñó.
–No empieces tú otra vez; ya sabes a lo que me refiero. ¡No puedes hablar en serio!
Él le acarició los rubios mechones que cubrían sus perfectos pechos.
–Puedo y lo hago.
–No, Fareed. No puede ser –protestó Gwen tras gemir al sujetarle las manos.
–Sí puede ser. Eres ideal.
–Lo dices simplemente porque…
–Porque tengo muchísima suerte de que la mujer que me vuelve loco de placer tiene al mismo tiempo mi mayor respeto profesional y satisface mis más exigentes estándares científicos.
Boquiabierta, ella gruñó.
–No exageres, por favor.
Él suspiró de nuevo.
–Concédeme cierta integridad profesional, ya roh galbi.
–No me digas que no puedes encontrar a nadie mejor para que dirija R&D en tu nuevo departamento farmacéutico multimillonario. Un trabajo que parece estar disponible precisamente ahora.
–Lleva disponible un tiempo y nadie satisfizo todas mis exigencias. Pero tú sí. Tus conocimientos específicos, tu volumen de trabajo y futuros planes de investigación son lo más parecido a mi propia actitud en el trabajo y al enfoque general del centro. ¿Qué quieres que haga? ¿Que busque a alguien menos cualificado porque tú eres quien desenfrena mi lívido?
–Muchas personas considerarían eso un conflicto de intereses –recalcó Gwen.
–Yo lo considero una conflagración de intereses. Además de esto… –comentó Fareed, abrazándola contra su tórax y deleitándose al sentir sus lujuriosos pechos– obtendría a la investigadora más innovadora e intrépida en el campo que me interesa, mientras que tú harías realidad tus aspiraciones profesionales. Piensa en todo lo que podrías conseguir, para tu propia carrera, para mí y para el centro, para el mundo, con todos los recursos que pondría en tus manos.
Aun tras oír aquello, ella negó con la cabeza.
–No… no puedo quedarme aquí, Fareed.
–Sé que algunos aspectos de nuestra cultura te resultan extraños, quizá incluso perturbadores. Pero al mismo tiempo hay muchas cosas que te encantan. Y, de todas maneras, yo no permitiré que nada negativo te afecte, ni a Ryan ni a Rose.
–No hay nada realmente negativo, solo diferente. Pero tu familia y tú… no puedo siquiera empezar a imaginarme todo el poder que ejercéis.
Él lo había sospechado; a Gwen le inquietaba la influencia de su familia. Había visto la evidencia de su casi absoluto poder en cada aspecto de la vida diaria en Jizaan.
–Nadie, ni siquiera mi familia ni yo, ejercerá ningún tipo de poder sobre ti. Siempre serás libre de tomar tus propias decisiones, tanto profesional como personalmente.
–¿Y la evidencia es que terminé haciendo lo que unilateralmente tú pensaste que era lo único que se podía hacer por mi hijo?
–¿Estás diciendo que te coaccioné?
–Estoy diciendo que la libertad de elección y tú estáis mutuamente exclusivos.
–Tenía que ocuparme del caso de Ryan. Y después tuve que hacerte actuar en consecuencia a nuestro deseo mutuo. Pero si alguna vez siento que estar conmigo ha dejado de ser tu prioridad o no es bueno para Ryan, si en un futuro tienes una mejor oferta profesional, no intentaré lograr que te quedes. Te lo prometo. Por mi honor.
Ella pareció estar a punto de llorar.
–Oh, Dios, Fareed… estás siendo tan injusto –dijo–. Estás… ofreciéndome demasiado. Pero tengo que decir que no. Nunca soñé que esto llegaría tan lejos, pero si tú estás demasiado ciego como para velar por tus intereses, y los nuestros, y finalizar ahora nuestra aventura, lo haré yo.
Él se reprendió a sí mismo; no había tenido en cuenta aquellos motivos para la reticencia de Gwen, que obviamente creía que él estaba comprometiéndolos a algo temporal. Pero no podía dejarle claro que no tenía ninguna intención de terminar aquello…
Su teléfono móvil sonó. Lo ignoró.
–Gwen, galbi…
–¿No vas a contestar? –respondió ella, agarrándole un brazo.
–No –espetó Fareed, abrazándola aún más estrechamente–. Ahora…
–Es la señal de llamada de Emad –insistió Gwen.
–Telefoneará más tarde. Escúchame…
–No cuelga. Puede que le haya ocurrido algo a Ryan o Rose y que mi teléfono no tenga cobertura –especuló ella, intentando bajarse de la cama.
Él se lo impidió, resignado a que el momento se había estropeado por completo.
–Yo contestaré. Estoy seguro de que no telefonea por nada relacionado con Ryan o Rose, así que quédate aquí. Regresaré en cuanto haya desterrado a Emad al reino más lejano.
A continuación se dirigió a tomar su teléfono móvil.
–Tengo que hablar con usted –dijo el asistente cuando Fareed respondió su llamada.
–No podías haber elegido peor momento.
–Es cierto, pero no por la razón a la que usted se refiere. Le espero en su despacho.
–Bajaré dentro de una o dos horas –informó Fareed.
–No, Somow´wak –protestó Emad con una actitud desconocida en él–. Bajará ahora.
«Ahora» terminaron siendo veinte minutos más tarde, el tiempo que Fareed tardó en vestirse y separarse de Gwen. Invadido por un profundo desagrado, entró en su despacho.
–Emad, será mejor que tengas alguna razón inaudita para esto…
Repentinamente se le heló la sangre en las venas al ver la expresión de la cara del asistente. Comprendió que aquel era un momento trascendental. Se trataba de la familia de Hesham.
–¿Has encontrado a la mujer y al hijo de mi hermano? –preguntó, impaciente.
Emad asintió con la cabeza a duras penas.
–¿Les ha ocurrido algo?
–No, pero no es menos terrible que si les hubiera sucedido una tragedia.
–B´Ellahi, Emad. ¡Dime qué pasa! –exigió Fareed.
–He encontrado evidencias de que la mujer de Hesham es… Gwen.