–Estás loco –fue todo lo que Fareed pudo decir. Era la única explicación que encontraba al disparate que acababa de decir Emad.
–Su nombre verdadero era Gwendolyn. Lo cambió oficialmente por Gwen en sus años de universidad.
–¿Esa es tu prueba? –preguntó Fareed, sintiendo una mezcla de alivio y enfado.
–Es solo la punta del iceberg. Lo que me llevó a investigar a Gwen, a dudar de ella, fue que empecé a sospechar que sabía árabe. En demasiadas ocasiones respondía de manera apropiada a cosas que se le decían en árabe. Entonces hice varias pruebas de hablar en árabe cuando sabía que ella podía oírme y me fijaba en su reacción. Gwen tenía cuidado de no mostrar que me había entendido, pero yo veía que sí que lo había hecho. El día en el que ya no me cupo ninguna duda fue cuando le dije a uno de los empleados que saliera de la sala con naturalidad y que después corriera como el viento para investigar la alarma silenciosa que había recibido del vigilante de la puerta sur de la mansión. Gwen pareció claramente alarmada e intentó por todos los medios descubrir si ocurría algo. Yo le hablé al empleado rápido e idiomáticamente, por lo que tuve claro que ella no solo sabía árabe, sino que conocía nuestro dialecto.
Fareed negó las palabras de Emad sin pararse a pensar en ellas. Pero entonces se dio cuenta de algo; Gwen nunca le había preguntado qué significaban las expresiones que él había dicho en árabe delante de ella, sobre todo las expresiones de cariño…
No. Gwen solo había comprendido su tono de voz. No iba a permitir que Emad le envenenara la mente con su loca teoría.
–No podía comprender por qué Gwen querría ocultar que sabía árabe… –continuó el asistente– e intenté obtener información de Rose.
–¿Eso es lo que has estado haciendo con Rose? –gruñó Fareed–. ¿Has estado engatusándola para obtener posible «basura» sobre Gwen? Esta vez has ido demasiado lejos en tus esfuerzos por protegerme, Emad.
–Me acerqué a Rose por motivos sinceros y, de hecho, espero poder llegar a tener una relación más estrecha con ella. Aunque ahora no sé cómo podré… debido a lo que he descubierto…
–No has descubierto nada. Todo lo que tienes para demostrar esta loca teoría es una evidencia circunstancial…
–He descubierto que los lugares donde ha vivido Gwen son los mismos en los que vivió Hesham, en las mismas épocas. Ella vive ahora en la misma ciudad en la que vivía su hermano cuando falleció. Aparentemente vivía sola en todos esos lugares… al igual que Hesham. Debieron mantener residencias separadas debido a la obsesión de él por mantener su relación en secreto. Gwen se convirtió hace cuatro años en investigadora autónoma para no tener un centro de trabajo fijo. Dejó de trabajar cuando debía estar en los últimos meses de su embarazo y durante los primeros meses de vida de Ryan. Solo retomó su carrera profesional cuando Rose se convirtió en niñera del pequeño.
Emad hizo una pequeña pausa.
–Rose no me ha contado nada de esto. Puede que parezca impresionantemente sincera, pero solo lo es con sus propias opiniones. Jamás me contaría nada sobre Gwen. Aunque tampoco podría saber mucho ya que vivía al otro lado del continente con su último exmarido. Se divorciaron hace años, pero cuando él sufrió un derrame cerebral que lo dejó paralizado, Rose regresó a su lado para cuidarlo. El hombre murió dos meses antes de que Rose la telefoneara para pedirle que fuera la niñera de Ryan.
–Todo lo que me estás contando son evidencias circunstanciales –insistió Fareed, negando con la cabeza–. ¿Qué es lo que piensas que podría querer ella?
–Gwen conoció a Hesham en aquella conferencia… –dijo Emad, que ante la impresión que reflejó la mirada de Fareed resopló–. Sí, por eso quise darle una oportunidad cuando la vi en Los Ángeles; la reconocí pero no supe ubicarla. Hasta que recordé que usted se pasó toda la velada mirándola en aquella fiesta.
A Fareed le impactó que Emad se hubiera dado cuenta del efecto que Gwen había tenido sobre él aquel día. Y ciertamente Hesham había ido a verlo al final de la fiesta. Aun así, se negó a creer en aquellas evidencias.
–En una ocasión estuvieron en el mismo lugar…
–Y mi teoría es que ella intuyó que eran parientes. Una vez que usted se marchó, quizá Gwen se acercó a su hermano para preguntarle por usted y su relación comenzó.
–¡Eso es absurdo!
–Si usted tiene una mejor explicación para encajar los hechos en la historia de Hesham, seré el primero que me aferre a ello. Pero no podemos permitirnos estar ciegos ante la realidad. Lo que no comprendo es por qué ella no respondió a su mensaje de búsqueda de la familia de su hermano –continuó Emad–. Al fallecer Hesham, seguramente pensó que podía obtener ciertos beneficios de usted y puso en marcha su plan. Debía recordar lo mucho que lo afectó tantos años atrás y se le acercó de incógnito utilizando la enfermedad de Ryan como excusa. Puede que haya utilizado todo lo que Hesham le contó de usted para conseguir que cayera bajo su hechizo. Y lo ha conseguido, ¿no es así?
–Estás enfermo, Emad –contestó Fareed–. Pensaba que Gwen te caía bien, pensaba… pensaba… Estás equivocado, estás equivocado sobre todo. Ella no es la mujer de Hesham.
–¿Y si lo es? ¿Consideraría el resto de mis explicaciones?
–¡No! Aunque lo fuera, que no lo es, tendría una razón, una razón buena y noble para haber escondido la verdad.
–No le habrá pedido que se case con usted todavía, ¿verdad? –quiso saber el asistente.
–¿Qué tiene eso que ver con nada de lo que estamos hablando?
–Explicaría su repentina insistencia en marcharse. Sé que han tenido… intimidad. Quizá Gwen haya temido que usted se cansara un poco. Amenazarlo con marcharse tal vez haya sido una técnica para conseguir que le ofrezca quedarse para siempre.
–No, de ninguna manera. Gwen no es así. Hablaré con ella y lo negará todo. Yo la creeré.
–No podemos permitirnos que usted se enfrente a ella, Somow´wak.
–¿Por qué no querrías que Gwen se defendiera de tus falsas deducciones? Salvo que sospeches que son precisamente eso, falsas.
–Porque si estoy en lo cierto, una confrontación con ella nos costaría perder a Ryan. Me ha impactado el gran vínculo que ha llegado a tener usted con el niño. Ahora comprendo que ambos, sin saberlo, han reconocido la misma sangre que corre por sus venas. Creo firmemente que parte de su deseo de tener a Gwen es para también tener a Ryan. Y ella tiene la patria potestad sobre el niño.
Fareed no quería siquiera pensar en la posibilidad de que Gwen fuera… fuera… No podría soportarlo. Pero era consciente de que explicaría muchas cosas; la resistencia que presentó ella desde el primer momento, la angustia que había mostrado cuando él le había preguntado por el padre de Ryan, sus propias reacciones ante Ryan… por el que sentía cosas muy parecidas a lo que había sentido por Hesham, las muchas semejanzas que existían entre el niño que Hesham había sido una vez y Ryan…
La duda que Emad había sembrado en él estaba volviéndole loco. No podría soportar saber la verdad, pero tampoco podría soportar no saberla.
Al final de la conversación que habían tenido, Emad le había aconsejado que se casara con Gwen para así lograr que le diera todos los derechos sobre Ryan y poder amparar al hijo de Hesham. Le había dicho que tras la boda podría decidir qué hacer con respecto a ella, a juzgar por su inocencia o culpabilidad.
Cuando llegó al dormitorio, Gwen no estaba allí. Aturdido, chocó contra un florero que cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos.
–Fareed, ¿qué…? –comenzó a preguntar ella, que salió del cuarto de baño.
Al mirarlo a la cara y ver la fría expresión que reflejaba ésta, sus ojos expresaron todo lo que él quería saber. Había comprendido lo que pasaba. Parecía desesperada. Tenía miedo.
Era la mujer de Hesham.
Gwen se quedó mirando al extraño que la miraba a través de los ojos de Fareed. Sintió cómo la desesperación se apoderaba de su corazón.
De alguna manera, él había descubierto la verdad.
–¿Laish?
–Fareed, por favor…
Ambos habían hablado al mismo tiempo, pero la pregunta de él le heló la sangre en las venas. ¿Por qué? ¿Por qué había mentido? ¿Por qué había mentido durante tanto tiempo?
–¿Cómo lo has descubierto? –fue todo lo que pudo decir ella.
–Por Emad.
Gwen no comprendía cómo lo había descubierto el asistente. Rose no podía habérselo dicho. No lo sabía.
–Por eso insistías en apartarme de ti, en que ibas a marcharte –comentó Fareed.
Ella asintió con la cabeza.
–Ryan es de mi sangre, ¿por qué me lo ocultaste? –quiso saber él.
Aunque la mirada de Fareed reflejaba un gran dolor, Gwen no podía decirle por qué.
–Estaba respetando la voluntad de Hesham –respondió, ya que no podía revelar más detalles–. Tenía que continuar haciendo lo que hizo él. Ya conoces los extremos a los que llegó para esconder la identidad y paradero de su familia.
–Gallek laish?
Fareed siempre había dicho cosas en árabe para expresar enfado o afecto, ya que lo hacía mejor en su lengua materna.
Pero en aquel momento estaba claro que quería más pruebas del engaño de ella; parecía convencido de que entendía su idioma.
–Hesham… Hesham estaba convencido de que nuestra familia se vería arruinada si… si vuestra familia conocía de nuestra existencia. Por eso se escondió. Y por esa misma razón también lo hice yo. Solo… solo te busqué por el problema de Ryan. Pensé en pedir tu opinión y marcharme. Pero las cosas se complicaron y después surgió… nuestra pasión, lo que hizo mi posición muy incómoda. Quería marcharme, desaparecer, para que nunca lo supieras, para que no te sintieras así…
–Ya es demasiado tarde.
El silencio se apoderó de la situación tras aquella monótona afirmación de Fareed.
–Cuéntame todo lo que ocurrió en los últimos años de vida de mi hermano –exigió finalmente él–. Háblame de tu vida con Hesham.
Gwen se quedó muy impresionada.
Fareed sabía que aquello iba a herirlo, pero tenía que saber. Aunque el saber lo matara.
–¿Lo conociste en aquella conferencia?
Ella bajó la mirada y tras unos segundos asintió con la cabeza.
–¿Lo amabas? –preguntó él, completamente aturdido.
Había llegado a pensar que Gwen había roto su compromiso matrimonial por él. Pero obviamente lo había hecho por su hermano.
En ese momento ella se dejó caer en la cama y hundió la cara entre sus manos.
Había amado a Hesham.
–Él también te amaba a ti –dijo Fareed, roto de dolor–. Vivía para ti y cuando estaba muriendo sus únicos pensamientos eran sobre ti. Aunque renunció a su familia y a su apellido para estar contigo, pensaba que merecías más. Lo que dijo antes de morir fue que sentía no haberte dado todo lo que merecías.
Gwen comenzó a llorar. Él deseó poder hacerlo también, pero no fue capaz. Sintió un profundo desgarro por dentro. Ella representaba todo lo que podía amar y respetar, la respuesta a todas sus fantasías y necesidades. Pero le desesperaba saber que había sido lo mismo para su hermano, que había sido de Hesham de una manera tan apasionada que incluso se había convertido en fugitiva para estar con él. Jamás podría soportar los celos de saber que tal vez ella nunca sentiría lo mismo por él. Ni siquiera sabía si había sentido algo puro por él…
Tenía que alejarse de su lado antes de perder la compostura.
–Estaré en el centro. No intentes marcharte –dijo desde la puerta de la habitación.
Aunque le matara por dentro, Gwen tenía que quedarse. Para siempre.
Una vez a solas, Gwen decidió que en aquella ocasión nada le impediría escapar.
Cuando el pánico finalmente se lo permitió, se acercó a la puerta de la habitación. Agarró el picaporte… pero de inmediato se echó para atrás. Alguien entraba.
Pensó que era Fareed que regresaba a por ella… pero entonces vio a numerosos extraños al otro lado de la puerta. El que parecía estar al mando del grupo se acercó para hablarle.
–Va a venir con nosotros. El rey la ha mandado llamar.
Durante el trayecto hasta el palacio real imperó un angustioso silencio. Sus escoltas no respondían a sus preguntas.
Aunque Hesham no le hubiera contado cómo era su padre, aquel acto de fragante desprecio por sus derechos más básicos le hacía temer lo peor.
Cuando finalmente la acompañaron al salón donde iba a recibirla Su Majestad y la puerta se cerró tras ella, se sintió envuelta por la malicia.
–Las rameras siempre tuvieron la inteligencia y el instinto de intentar atrapar a mis hijos fuera de mis dominios –dijo una despiadada voz llena de cólera.
La persona que había hablado se levantó de un trono y avanzó a la relativamente iluminada parte del salón donde estaba Gwen, que casi se encogió de miedo. Pero no quería darle aquella satisfacción.
–Pero tú estás aquí para robarme a Fareed delante de mis narices. O eres muy estúpida o increíblemente astuta. Me inclino por lo segundo ya que has logrado tener al más inteligente de mis hijos comiendo de tu mano.
A ella le impresionó darse cuenta de que aquello versaba sobre Fareed. Tal vez el rey no sabía quién era. Se quedó mirando hacia delante con un rostro carente de expresión.
Aquello provocó aún más al rey, que se acercó a ella a toda prisa.
Al verlo de cerca, Gwen tuvo que controlarse para no echarse hacia atrás. Aunque obviamente más mayor, el rey era igual que Fareed. Pero la crueldad había afeado sus facciones.
–¿Crees que voy a perder otro hijo por culpa de otra mujerzuela americana? ¿Una que además quiere endilgarle su hijo bastardo? –espetó el rey, intentando agarrarla.
Ella logró apartarse a tiempo. Estaba realmente impactada ante todo aquello.
–Pero a ti te daré la opción que le hubiera dado a la basura que me robó a mi hijo pequeño –continuó el monarca–. Vete, desaparece, y te dejaré en paz. Si no lo haces, lo que os ocurra tanto a los tuyos como a ti será culpa tuya.
Gwen se dio cuenta de que al ignorar el rey su verdadera identidad, estaba ofreciéndole una vía de escape al terrible embrollo en el que se encontraba.
–Me marcharé, desapareceré –aseguró–. Fareed jamás me encontrará.
El rey la había creído. Pero consciente de que su hijo no iba a simplemente dejarla marchar, le había dicho que iba a ofrecerle toda la ayuda necesaria para que desapareciera. Sus hombres la habían llevado a la mansión de Fareed para buscar a Rose y a Ryan, tras lo que todos se dirigirían al aeropuerto privado de Su Majestad. Pero una vez en la mansión, cuando Gwen iba a subir las escaleras, oyó la voz de Fareed…
–Si estás intentando marcharte, no te molestes –le dijo él desde lo alto de las escaleras.
A continuación bajó los peldaños a toda prisa.
–No voy a permitir que Ryan y tú os marchéis, Gwen –espetó–. No hay más que hablar.
En ese momento Rose apareció en lo alto de las escaleras con Ryan; Gwen la había telefoneado con antelación para que estuvieran preparados para marcharse. Simultáneamente, los hombres del rey, los seis a la vez, entraron en la mansión.
–¿Qué significa esto, Zayed? –le preguntó Fareed al jefe del equipo de seguridad de su padre.
–Perdone la intrusión, príncipe Fareed, pero el rey ha cambiado nuestras órdenes. Solo esta mujer y su acompañante femenina saldrán del país. El niño, el hijo del príncipe Hesham, se queda aquí… hay que llevarlo con el rey.