Le doy la espalda para dirigirme a la cocina, donde cojo un vaso de agua y me siento sobre la isla, desde donde puedo ver a Owen, parado en el mismo sitio de antes, pensativo.
—Si no digo nada es por Jeff, no se merece esta traición.
—¿Qué diferencia hay con las otras relaciones que mantengo con otros hombres?
—¡Que es consciente de ellas y las acepta!, por lo tanto no son traiciones… pero ¡ésta no es así! —Eleva bastante el tono de voz. Sé que está cabreado conmigo y, aunque ya suponía que tendría que enfrentarme a algo así, no pensaba que sería con él, ni tan pronto—. Al menos sé más discreta y dile que te deje en la calle de detrás —me advierte, y ahora sé que me ha visto. El caso es que he sido una idiota, ¿cómo voy a esconder que hay algo entre nosotros si lo traigo hasta mi puerta?—. Aprende a pasar desapercibida si optas por ello. —Tras soltar esto, se dirige hacia la puerta, pero salto de la isla y lo detengo a medio camino.
—Owen, por favor, dime que no estás enfadado conmigo… Te lo ruego.
—No lo estoy —responde, mirándome a los ojos y dejando que lo abrace como siempre hago, sintiendo su cariño como cada día—. Pero ten cuidado, Sean no es como nosotros.
—Sean… es peculiar.
—No quiero verte llorar por su culpa, y mucho menos que Jeff lo pierda todo por tu rollito pasajero. Él tiene inversiones, inmuebles… de todo, pero Jeff sólo tiene esa empresa.
—¿Por qué crees que me siento tan sucia?
Se me escapa una lágrima porque no me siento bien; sé que estoy engañando a una persona que me quiere mucho y lo último que deseo es que él salga perjudicado o hacerle daño.
—No llores. —Limpia con su pulgar la lágrima que rueda por mi mejilla y me besa los labios—. ¿Saben a él?
—Eres un depravado.
—Eso no es nuevo. Ah, mañana viene Liam a comer, no te olvides.
—¿Mañana? —Casi se me salen los ojos de sus cuencas. Es lo último que me apetece, estar al lado de mi hermano y decir que mi vida es igual de aburrida que siempre, cuando ahora mismo estoy montada en lo alto de una catapulta cuya cuerda se está tensando, a punto de lanzarme por los aires.
—Si tienes planes, ya los puedes cancelar.
—No los tengo. Ah, las formaciones se llevarán a cabo todos los días a última hora de la tarde.
—¿En su cama? —Se le escapa una lasciva sonrisa.
—En la oficina, con todos; no va haber ninguna clase particular.
Abre los ojos, sorprendido; supongo que pensaba que había cerrado los ojos y acatado todas sus órdenes, pero en mi trabajo no voy a dejar que nadie, ni siquiera Sean, se entrometa.
—Así me gusta. Creo que todos los días voy a estar deseando que llegue la última hora de la tarde, para ver cómo sales de ésta.
—Eres muy gracioso.
—Te espero mañana. Si hoy quieres cenar con nosotros, sólo tienes que llamar a la puerta… o no… De todas formas, te recibiremos encantados. —Me besa una mejilla y veo cómo se marcha hacia casa de Jeff, esa que últimamente es también de él, ya que pasa más tiempo en ella que en la suya propia.
¿Cómo ha podido cambiar todo tanto en tan poco tiempo? Miro el vaso de agua y lo vacío en el fregadero para llenarlo de vino. Eso es lo que necesito ahora para asumir lo que me está ocurriendo en este momento.
Enciendo el televisor y me tumbo en el sofá para buscar una película en Netflix que me haga olvidarme de todo.
* * *
Me doy una vuelta en el sofá para volver a dormir, pero el sonido de mi teléfono me despierta. ¿Quién será? Me siento y veo que ya es de noche. Me he quedado frita sin darme cuenta. Cojo el móvil y veo que tengo dos llamadas de un número que no conozco; me dispongo a borrarlas cuando aparece un mensaje en la pantalla.
Espero que te lo estés pasando bien.
Desconozco el número, pero sé perfectamente que es Sean. Es el único que cree que ahora mismo estoy por ahí, de fiesta con Zoé, aunque en realidad esté en casa, recién desvelada por su culpa. Me levanto a beber un poco de agua mientras barajo la posibilidad en contestarle o no, y qué ponerle en el caso de que lo haga.
Abro la nevera, cojo la botella de agua para llenar un vaso y, sin dudarlo un segundo más, lo dejo todo sobre la isla para sentarme y teclear y borrar varias veces, hasta que al fin decido qué mandar.
La verdad es que sí. Ya han caído varias botellas y no te imaginas lo que me estoy riendo.
No sabía que era tan mentirosa. Hasta este momento no había tenido nunca la necesidad de hacerlo, pero una piadosa no hace daño a nadie. Seguro que él sí que está de juerga, y me escribe porque ahora mismo no hay ninguna mujer que le guste a su alrededor; si no, de qué estaría escribiéndome a las dos de la madrugada.
Me encantaría tenerte delante, quitarte la ropa y ver ese maldito conjunto que te has puesto.
Tenía clarísimo que no se iba a olvidar de él… pero ni estoy bebiendo —bueno, agua, pero eso no cuenta— ni me he puesto el conjunto de ropa interior, que aún está dentro de la bolsa, sobre la mesa del comedor. De todas maneras, para mi fortuna, él no lo sabe.
Veo que vas asumiendo que nadie me controla. ¿No tienes a ninguna mujer explosiva cerca que te distraiga? No me creo que estés tan aburrido como para escribirme a mí.
Lleno el vaso y doy un gran trago al tiempo que noto cómo tengo el estómago vacío, así que, mientras espero su respuesta, que esta vez se hace de rogar, pillo un poco de pan de molde y algo de la nevera y me hago un sándwich.
Comienzo a comérmelo y me mancho las manos de mayonesa; me dispongo a limpiármelas cuando capto el sonido de un mensaje. Corriendo, retiro la salsa con el primer trapo que pillo del cajón y vuelvo al teléfono, deseando saber qué me escribe.
Dime dónde estás e iré a buscarte.
Ni hablar, esta noche es de chicas. Zoé se va a ir a Quebec mañana y no pienso dejarla sola sus últimas horas.
Respondo al instante; no voy a dejarlo todo por él cuando quiera, lo tengo muy claro. Mi móvil empieza a sonar, pero no respondo; si lo hiciera, descubriría que todo es una mentira, y eso es lo último que quiero.
No me llames, aquí no oiré nada.
Disfruta de la noche con tu amiga, pero, cuando estés rendida y quieras irte a casa, llámame y te recogeré allí donde estés.
¿Me vas a llamar?
No me lo puedo creer, me está rogando. Sean Cote, ese hombre que me paraliza cada vez que lo tengo a mi lado, a quien no hay mujer que no lo mire cuando camina por la calle o por donde quiera que vaya, está pidiéndome poder pasar un rato conmigo, sin importarle cuándo. Esto no me puede estar ocurriendo. Me froto la cara, reprimiendo las ganas que tengo de teclear en el teléfono que venga a mi casa… porque es lo único en lo que pienso. No sé qué está haciendo este hombre conmigo, pero en este instante estoy hasta húmeda sólo de pensar en él, y por ello debo ser más fuerte; no puede saber lo que provoca en mí…, si no, estoy perdida.
No lo sé.
Con toda la frustración del mundo por saber que puede que esté perdiendo la oportunidad de mi vida, apago el teléfono antes de que me arrepienta y haga lo que creo que sería un error: ir detrás de él. Sé que eso es lo que haría cualquier mujer, pero yo no soy cualquiera.
Termino a desgana de comerme el sándwich, pues ya no me sabe tan bien como debería, bebo un poco para que acabe de bajarme al estómago y, tras salir a la terraza a respirar un poco de aire, subo para desvestirme y, en ropa interior, me meto en la cama con la intención de dormir, aunque mi estúpida mente no me hace ni caso…; ella quiere rememorar cada uno de los segundos que he estado con él, al igual que cada una de las frases que más me han impactado.
* * *
Son las siete de la mañana cuando abro un ojo y, aunque sé que es demasiado pronto teniendo en cuenta que es domingo, tengo claro que no puedo dormir más por muchas vueltas que dé en la cama. Por ello, me pongo ropa de deporte y me voy a dar un paseo. Me gusta correr, pero hoy prefiero caminar; podría recorrerme toda la ciudad a pie, sin problema ninguno.
No hay nadie por la calle y el aire de buena mañana es fresco, aun estando en primavera. Me adentro en un parque y me paro a mirar las flores de almendro que dan color al entorno; recuerdo haber visto estas flores en su casa, cuando me desperté y divisé el bosque a través de los enormes ventanales.
Supongo que estará en su casa, durmiendo, arrebujado entre las sábanas; daría todo por llamarlo y acompañarlo, pero debo resistirme al impulso y ser consecuente con mi vida, con el respeto que le debo a Jeff y conmigo misma. Por eso, aún no he querido ni coger y encender el teléfono.
Sigo paseando ya en dirección a casa y paso por delante de una pastelería; a través del escaparate veo que hay esos pastelitos que tanto le gustan a Liam, así que no lo dudo y me adentro para comprar una gran bandeja, así como pan recién hecho, que huele de maravilla.
—Buenos días —saludo nada más entrar en casa de Jeff. Los dos están sentados en la isla de la cocina, tomando el primer café de la mañana—. Ya veo que lo habéis pasado de lujo sin mí esta noche.
Dejo sobre la superficie la barra de pan y los pastelitos, para abrir la nevera y colocar estos últimos en el interior, para que no se estropeen. Luego vuelvo hasta ellos y le doy un beso en los labios a cada uno.
—Si quieres, aún estás a tiempo, podemos volver a la cama. —Owen no pierde la oportunidad, y Jeff niega con la cabeza, sin decir nada.
—Lo has pasado de fábula con Zoé, ¿no? ¡No habéis parado!
—La verdad es que sí. —Owen me mira, y después camina hasta la habitación para dejarnos a solas; supongo que prefiere no estar presente mientras le miento a Jeff, para no tener que admitir en el futuro que él era cómplice de esto—. ¿A qué hora llega mi hermano? —Cambio de tema, pues prefiero no tener que hablar más de la cuenta para no sentirme peor de lo que ya me siento.
—Sobre las doce.
—He traído el postre, le encantará.
Me lleva hasta él y me abraza. Dios, ¡cómo me puedo sentir tan sucia! Estoy a punto de derramar una lágrima cuando veo que Owen aparece en la cocina.
—Podríamos irnos de viaje, ¿no? Hace mucho que no lo hacemos. —Lo miro extrañada; no sé a qué viene esa idea, pero no me desagrada—. Zoé se apuntaría seguro.
—Ahora tiene mucho trabajo. —Se me escapa una sonrisilla al recordar que tiene un amigo especial a su lado.
—¿Trabajo? ¿De qué tipo? —Jeff mira a Owen y los dos me miran, aguardando una confirmación de lo que ya han deducido.
—Aún es pronto, pero hay alguien.
Encojo los hombros, divertida, y Owen empieza a aplaudir.
—Ya le toca, me alegro por ella. —Jeff, como siempre, es más comedido—. Creo que el viaje deberemos dejarlo para más tarde, una vez esté formalizada su relación y le dé tiempo a explicarle qué clase de amigos tiene.
—¡Puede que sean igual de liberales que nosotros y quieran una orgía! —Jeff niega, y Owen nos mira como si fuésemos lo más aburrido del planeta.
—Lo dudo —comento. Espero que no, la verdad; si ya se ha complicado tanto mi vida en tan sólo veinticuatro horas, no quiero ni pensar cómo podría terminar esto si Zoé y su novio se unieran a la ecuación.
—Un poco de alegría, ¡vaya dos muermos que sois!, en serio.
—Ve a correr un poco, que creo que te queda demasiada adrenalina por quemar —me burlo de él.
Me dispongo a servirme un café, cuando oigo:
—Es que esta noche me has faltado, pero estabas demasiado ocupada para acompañarnos, ¿no es así?
—No lo sabes tú bien —replico mientras le lanzo una mirada asesina y Jeff nos observa sin saber qué nos pasa—. ¿Falta algo para el almuerzo?
—Nada, ayer me encargué de todo.
—Gracias, Jeff. —Siempre soy yo la que compra las cosas, ya que él es quien cocina; no me puedo creer que lo haya tenido que hacer él mientras yo estaba con Sean. Con cada frase que intercambio con Jeff, me siento peor—. Me voy a dar una ducha.
—Huye, cobarde.
—No tengo ganas de acostarme contigo, Owen. La verdad es que creo que durante un tiempo voy a pasar de hacerlo.
Me dispongo a salir por la puerta cuando oigo un «¡ja!» de Owen que me hace reír, a la vez que me agarran del brazo. Me giro para ver cuál de los dos es.
—¿Estás bien?
—Sí, claro. He dormido poco, sólo eso —me apresuro a contestar.
Jeff me analiza; es una de las personas que mejor me conocen y para que me crea me voy a tener que esforzar de lo lindo.
—No tardes mucho.
—Vale.
Entro en mi casa y cierro la puerta tras de mí, considerándome la peor persona que Jeff podría tener a su lado en este mundo. De todos modos, cuando acepté casarme con él pactamos esto, que yo saldría con más personas, así que no debería sentirme tan mal.
Paso por al lado de la isla y veo el teléfono apagado. Suspiro, sospechando lo que me puedo encontrar; sin embargo, lo enciendo y espero que los mensajes y llamadas comiencen a llegar… pero nada… no aparece nada; nadie me ha escrito ni llamado.
Ninguna insistencia, ningún ruego, ni tan siquiera un mensaje de enfado, y la verdad es que no sé si me alegro o me hace sentir peor.
Lo pongo de mala gana donde estaba y subo a la habitación para darme una ducha. Dejo en el suelo del baño la ropa y me miro al espejo. Tengo unas ojeras horribles, el pelo enmarañado de haber dormido, porque para mi desgracia no lo tengo así por haber practicado sexo, ya me gustaría, y por primera vez reconozco que debería haberlo llamado anoche; al menos estaría sonriendo como una idiota y no enfadada por lo que podría haber pasado y no dejé que ocurriera.
Abro el grifo del agua y dejo que corra unos segundos antes de colocarme bajo la cascada, de brazos cruzados. Ahí, bajo el agua, pierdo la noción del tiempo, pero no me importa; tengo mucho tiempo, y sigo sin moverme hasta que, hastiada de mí misma, comienzo a enjabonarme la cabeza y, poco a poco, termino, salgo y me preparo.