Capítulo 12

—¡Hola, mamá! —respondo al teléfono aun yendo a la carrera por la calle como una loca. Llevo todo el día igual; he tenido que adelantar formaciones para poder liberar la última hora, tal y como le prometí ayer a Jeff mientras cenábamos, al igual que me he preparado una clase de empatía y saber reaccionar a los imprevistos; en realidad tocaba otro tema, pero él me lo aconsejó. Cree que ése es el mayor problema de la empresa, y que por eso los trabajadores acaban marchándose a pesar de cobrar buenos sueldos.

—Al fin hablo contigo. ¿Estás corriendo?

—Sí; le prometí a Jeff que formaría a sus empleados y llego muy justa de tiempo.

—De verdad, no sé por qué trabajas… Jeff puede hacerse cargo de los gastos, y tú, darme un nieto de una vez.

Es increíble que siga con el tema, no pienso tener hijos.

—Mamá, ya sabes lo que opino al respecto. —Intento suavizar mi tono para que no se sienta mal—. Es más, creo que a Jeff tampoco le apasiona la idea.

Oigo el estruendo de un motor que me paraliza y veo que es él. No disimula que me está mirando cuando pasa por mi lado y sale disparado hacia el garaje público. Niego con la cabeza y continúo andando.

—Mamá, te voy a dejar, que ya estoy llegando a su oficina.

—Dale un beso a tu marido de mi parte.

—Lo haré, y otro para papá.

—Ya te contaré, ya…

—¿Ha pasado algo? —me preocupo; no quiero que me deje sin saber qué es lo que está ocurriendo en mi casa—. ¡Mamá! —le pido que hable, y permanezco petrificada en la puerta del edificio.

—Tu padre, que no sabe estar jubilado y ha aceptado ser asesor de un caso. ¡Y quiere volar a la otra punta del país! ¡A la otra punta!

—Bueno, eso no es tan malo.

—¿Que no? Al final me divorciaré y que le cocinen sus expedientes.

Se me escapa la risa; mi madre jamás haría algo así. Ella y mi padre no sabrían vivir el uno sin el otro.

—No digas tonterías. Ahora sí que te tengo de dejar. Te quiero, mami.

Noto que alguien posa su mano en mi espalda y siento que mi cuerpo se yergue sin poder controlarlo, incluso dejando de lado la conversación con mi madre. No sé si me responde o no, pero cuelgo la llamada y sigo caminando, adaptándome al ritmo que él me marca, hasta que cruzo el umbral y me aparto para que no me toque.

Ya le dije que no quería que se supiera lo nuestro y mucho menos que lo sepa Jeff, y parece que se ha dado cuenta, porque hace un gesto caballeroso con la mano para que suba la escalera primero y él me sigue cuatro escalones más abajo. Contoneo las caderas, segura de que me está mirando el culo… y puede hacerlo, porque hoy apenas llevo una rebeca fina que me cubre hasta la cintura, dejando al descubierto mi trasero, enfundado en unos vaqueros azul marino.

—Señorita Gagner, Jeff la está esperando en la sala con algunos de los empleados —me indica la secretaria de Jeff y Sean. Se lo agradezco con la cabeza y, cuando ve aparecer a éste, le entrega una carpeta casi sin cruzar una palabra con él. Yo acaricio el musgo verde que cuelga de la pared que separa las dos alas de la oficina y avanzo segura, pues sé a dónde me tengo que dirigir. Al pasar por delante de su despacho, desconozco si se adentra en él o sigue mis pasos.

—Buenas tardes —saludo mientras veo que ya hay cuatro personas sentadas, a la espera de la formación, entre ellos Jeff y Owen, que hoy me mira bastante más relajado que ayer.

—Sólo falta Sean por llegar —me aclara Jeff.

Mientras espero que se digne a entrar, voy preparando las diapositivas que tengo listas en mi tableta cuando oigo que la puerta se cierra y, al girarme, me quedo paralizada… No viste americana, lleva la camisa un poco desabrochada y me taladran esos ojos grises que, al igual que el primer día, me están retando.

—Ya estamos todos —comento.

Le doy al «Play» y apago la luz para que vean un pequeño vídeo explicativo de la empatía, antes de comenzar a hablar yo.

—¿Qué os ha parecido? —pregunto cuando termina.

—Es fácil decir que lo entiendo, porque lo entiendo —interviene el responsable de recursos humanos—, pero, a la hora de la verdad, ¿cómo lo aplicamos?

—Buena pregunta, me gusta. —Sé lo que me plantea y cómo resolver esa duda—. Poned todos los teléfonos sobre la mesa. —Uno a uno los sacan de sus bolsillos… todos menos Sean, que me desafía con la mirada—. Señor Cote, necesito su móvil para un caso práctico. —No me responde; se limita a mirarme fijamente, sin importarle que el resto de los presentes se estén dando cuenta de su actitud conmigo, así que comienzo a ponerme de bastante mala leche—. Gracias. —Curvo mis labios en una media sonrisa forzada cuando veo que al fin se lo saca del bolsillo del pantalón y lo coloca encima de la mesa, como han hecho los demás—. William, ¿cuál es el último correo electrónico que ha entrado en tu bandeja de entrada de la empresa?

—Es de Emily, de hace poco, para informarme de que está enferma.

—¿Qué ha sido lo primero que has pensado al leerlo? —le pregunto.

Tengo que demostrarles que la primera reacción, el primer pensamiento, no es el que deben expresar.

—¿La verdad? —Asiento en silencio y lo animo a que comience a hablar—. Pues que es una putada en el mes en el que estamos y que no sé cómo me las voy a arreglar.

—Escribe la respuesta, pero no la envíes…, aquello que pretendes responderle.

—¿Cuantos días vas a estar de baja? Envíame el justificante —dice en voz alta, y nos enseña la pantalla para que veamos que lo ha escrito.

—Vale; bórralo y pon lo que yo te diga. —Ante su sorpresa, le dicto lo que tiene que teclear—: «Espero que no sea nada grave y que tengas una pronta recuperación. En cuanto te sea posible, necesitaré el justificante para tramitar tu baja. Gracias, Emily». ¿No creéis que, cuando lo lea, se sentirá aliviada y enviará el justificante igual o más rápido que con una orden tan directa como la que pensabas mandarle? El problema laboral lo vas a tener igual. Envíale éste. Ahora le toca el turno al señor Jones… muéstranos tu último mail.

—Creo que paso palabra. —Provoca que todos se rían y lo miro con cara de «haz el favor»—. De verdad, pasa al siguiente.

—Tú mismo —le respondo, bastante molesta—. Señor Cote, por favor. —Menos mal que no se cierra en banda; por el contrario, me da el teléfono para que lo lea yo—: «Señor Cote, tenemos un problema con una de las piezas; no voy a tenerla lista hasta las seis como mínimo, lo siento». Éste es el último mensaje, ¿qué has pensado cuando lo has leído?

—Que me importa un carajo el problema que tenga, a las cuatro lo quiero listo.

No esperaba menos, ¡cómo no iba a ser tan horco!

—Teclea…

—No, no pienso enviar lo que tú me dictes. Tengo una imagen y no la voy a perder —sentencia de pronto, sin permitirme hablar, y lo miro con cara de «debes dejarme seguir», pero ni caso.

—A ver, quiero que veáis el efecto que produce…

—Mi último mensaje es el mismo, nos lo ha enviado a los dos. —Jeff me echa un cable; menos mal que alguien está receptivo, si no me pego un tiro. Creo que va a ser la primera empresa que no obtenga resultados tras mis servicios.

—Cote, envía lo que ibas a decirle, y Jeff, por favor, ¿puedes enviar lo que yo te proponga?

—Sí, tranquila.

—Ya lo he enviado —suelta Sean, socarrón, y lo miro de soslayo para no mandarlo a la mierda—: «A las cuatro, ni un minuto más tarde».

—Perfecto —suelto con sarcasmo, debido a su falta de tacto con su personal—. Teclea: «Tranquilo, haz todo lo que puedas. Cuanto antes termines, mejor; ya sabes que andamos justos de plazo».

—Ahora deberéis leerme ambas respuestas, por favor. —Ambos miran sus teléfonos y es Sean el que recibe antes contestación.

—«Ok» —dice, como si fuera lo más normal del mundo.

—«Muchas gracias. Me pongo a ello y haré todo lo posible.»

—Veis, en un mensaje podemos leer un «ok, capullo», aunque no lo diga —suelto con expresión chulesca, consciente de que no se merece otra cosa. Todos miran a Sean, esperando que me eche una reprimenda, pero yo sigo como si nada. Jeff me muestra la pantalla de su teléfono y sonrío satisfecha; sé que me he salido con la mía, y Sean también lo sabe, aunque no lo reconozca— y, en el otro, una motivación por lograr llegar a tiempo. —Les enseño el teléfono para que puedan leer personalmente el texto; camino rodeando la mesa para que todos, incluso Sean, puedan verlo, y obtengo afirmaciones excepto de una persona, como ya esperaba. Él me mira muy serio, tanto que comienzo a sentir un calor que asciende por mis piernas, por lo que tengo que hacer fuerza para que no se me doblen como mantequilla delante de los presentes.

Empiezo a tener la garganta seca, y me aclaro la voz como puedo hasta que, sin dudarlo, cojo un vaso de la máquina de agua que hay en un extremo y bebo, consciente de que no deja de mirarme ni un segundo.

Mientras bebo y vuelvo a sentirme un poco más cuerda, reconozco que el ejemplo me ha servido para darme cuenta de que a Sean va a ser casi imposible doblegarlo; él quiere actuar como hasta ahora… y lo entiendo si el interlocutor es una persona que no forma parte de su empresa, pero no si se trata de sus propios empleados. Sé que los resultados son mejores si se trabaja en buena sintonía.

Mientras sigo con lo que me queda por explicar, Sean está distraído con el teléfono móvil, pero no le digo nada; esto no es un colegio y él es uno de los dueños.

—Proseguiremos mañana. Gracias, chicos. —Todos comienzan a salir; Sean, el primero, como si llevara toda la vida encerrado y necesitara respirar, aunque yo me siento del mismo modo—. ¡Gracias por el cable!

—Ya te dije que no iba a ser fácil.

—Lo he comprobado, pero, bueno, poco a poco.

Mientras recojo los papeles y la tableta que había dejado sobre una de las mesas, oigo el sonido de un mensaje entrante.

Mi estómago se contrae de repente, sé que es él. Puede que esté diciéndome que me he pasado de la raya y que no vuelva… o tal vez me equivoque y sea otra persona, pero estoy tan tensa que ya no sé ni lo que hago. Tras fingir tranquilidad delante de Jeff, cosa que no siento para nada ahora mismo, desbloqueo la pantalla y compruebo que, tal y como suponía, es él.

Deshazte de Jeff. ¡Ya!

Miro hacia su despacho y lo veo hablando por teléfono; por sus gestos queda patente que no está nada contento, mucho menos cuando cruzamos las miradas y capto cómo sus ojos me crucifican; sin duda, esto no es nada bueno. Mi cuerpo comienza a temblar sin que pueda evitarlo; tengo claro que es capaz de entrar aquí igual que hizo en el hotel, sin importarle nada ni nadie, arrasando a Jeff por el camino, y eso es lo último que quiero que haga en este momento. Voy a dejar el móvil en el bolso, pero se me cae al suelo.

—¡Joder!

Me agacho y abro la boca exageradamente cuando veo que la pantalla se ha hecho añicos. No me lo puedo creer, por su culpa me he quedado sin móvil.

—Ave, ¿estás bien?

—Sí… Eh, Jeff, puedes ir tirando a casa, tengo que ir a ver a una nueva clienta. —No se me ocurre nada mejor, y necesito que se vaya. Es indignante lo que estoy haciendo, pero sé que Sean está dándome el tiempo justo antes de actuar por su cuenta y no quiero comprobar hasta dónde es capaz de llegar.

—¿Ahora?

—El caso es que tiene un horario infernal y sólo puede por las noches. Puede que tenga que ir alguna que otra vez, incluso el fin de semana. —Vale, esto ya no es una mentira piadosa, se está convirtiendo en una tapadera por si tengo que usarla en más de una ocasión… y debería sentirme mal, pero la verdad es que me está excitando como nunca.

¿Cómo puedo ser tan mala persona? Jeff es mi marido, decidí casarme con él, contarle todo lo que me ocurriera, pero estoy haciendo exactamente lo contrario.

—¿Cómo se llama?

—S… Sonia. —Casi me quedo atascada en la ese cuando veo, desde la sala en la que nos encontramos, que apaga el portátil y vuelve a mirarme con esos ojos grises que me desarman. Se me acaba el tiempo y estoy a punto de explotar por una combustión interior.

—La empresa, no ella.

¿Qué le digo ahora? No puedo pensar, me está retando mirando el reloj de su muñeca y lo único que quiero es que Jeff se largue.

—Jeff, ¿nos vamos ya? —¡Gracias, Owen! Por primera vez en este día dice algo que me ayuda—. ¿No vienes? —me pregunta a mí, y me pongo a sudar de una forma exagerada, tanto que disimuladamente me abanico con la mano.

—Tiene que visitar a una nueva clienta —le explica él, y Owen me observa, consciente de que es una mentira.

—Pues vamos tirando, quiero comprar unas cosas antes de que cierren. —¡Menos mal! Jeff me da un beso en la mejilla al que no respondo, simplemente dejo que me lo dé, más tensa que nunca sabiendo que Sean me está mirando—. Que vaya bien con esa nueva clienta.

Sé perfectamente que es una frase irónica, pero no puedo hacer nada más que escucharla y asumir que, una vez más, estoy haciéndolo mal.

Cuando se marchan, miro hacia él, pero ya no está en su despacho. Me pongo la rebeca, me cuelgo el bolso al hombro y salgo de la sala de reuniones en su busca, pero no lo veo. A decir verdad, no hay nadie en la oficina, y no sé si es lo habitual a estas horas, pues todos se marchan en estampida, o es que también se ha encargado de que no quede un alma por aquí.

Doy un paso atrás cuando noto que unas manos me rodean la cintura y acerca su nariz hasta mi pelo para olerlo, paralizando cada uno de mis sentidos. No sé cuánto tiempo permanezco inmóvil hasta que me gira para quedar frente a él. Al mirarlo a los ojos, que descubro enfurecidos, le digo:

—Teníamos un trato.

—Lo rompiste tú cuando no me llamaste —me rebate.

No puedo digerir lo que me está diciendo, ¿de verdad lo cree? Ha actuado así porque el sábado me quedé en casa y no lo llamé. Debería haber barajado la posibilidad de que alguna consecuencia traería, y no simplemente que encontraría a otra… como siempre supuse que pasaría.

—Pensé que ya habrías encontrado a otra para que te acompañara a casa.

—Tú eres la única con la que quería estar. —No me miente, lo tengo claro. Se muerde el labio inferior con una rabia y tanta fuerza que temo que se pueda hacer sangre—. Y apagaste el teléfono. —Me coge de los hombros y me obliga a retroceder hasta que topo con la pared; entonces comienza a desabrocharme el botón de los vaqueros… y gruñe—. Odio este tipo de pantalón.

—Sean, aquí no… —Le aparto la mano y lo cabreo mucho más—. Puede venir alguien. —Le señalo hacia la escalera que está delante de mí, que lleva a la planta inferior; no quiero ni imaginar que Jeff pueda regresar porque se ha dejado algo.

—No va a venir nadie.

—Eso no lo sabes.

—Me importa una mierda si alguien nos ve. Llevo una hora escuchando tu puta voz, viendo tu culo moverse delante de mí sin poder tocarlo. Y, cada vez que me has preguntado, me han entrado unas ganas tremendas de comerte estos labios, pero he respetado lo que me pediste, no como tú.

No me da tiempo a contestar, ya que me agarra por la nuca y me acerca hasta sus labios, que me devoran sin ningún tipo de miramiento. Lo beso como nunca había hecho; yo también estaba deseando calmar este ardor que ahora recorre cada centímetro de mi piel.

—Sean, yo…

—Calla. —Me agarra de las caderas sin dejar de besarme para llevarme hasta su despacho, donde me sienta sobre su mesa, aun habiendo papeles—. Odio estos pantalones. —Me quita la rebeca y la tira al suelo. Le desabrocho los botones de la camisa para poder acariciar su torso desnudo, y descubro una cicatriz que le sale de la axila hasta llegar al hombro; no me había fijado en ella antes. Sin embargo, no digo nada, sólo sigo besándolo con la misma furia con la que él lo hace, hasta que se detiene un instante para bajar a mis pechos. Me apoyo en mis codos y dejo que haga lo que quiera conmigo; ahora mismo nada me importa, sólo anhelo que me haga suya, sin pensar en nada más.

—Te pienso follar duro… Te vas a enterar de lo que es un polvo de castigo.

—¿Castigo? —Se me escapa una carcajada hasta que me muerde el pezón con tanto ímpetu que no sé si gimo o grito, porque ha conseguido que algo en mí se encienda de tal forma que sólo quiero que lo vuelva a hacer. Respiro forzadamente, le acaricio el pecho y me voy a acercar a besarlo cuando me sujeta las manos y las retira—. Déjame tocarte.

—Ése es tu castigo; no vas a tocarme, y no vas a pedirme que pare.

—No puedes exigirme eso —replico de forma ahogada, casi con el corazón saliéndome por la boca, mientras veo que, frente a mí, a apenas medio metro, se desabrocha el pantalón y luego camina hasta su americana, de la que coge un preservativo; con total premura, se lo enfunda, provocando que me desespere—. Sean, por favor… —Me dispongo a ponerme de pie, pero con una mano me advierte que no me mueva.

—La última vez supiste lo que era querer más cuando no consigo lo que quiero, y hoy vas a saber quién soy yo cabreado. No te recomiendo que vuelvas a hacerlo.