Capítulo 13

—¿Me vas a hacer daño? —pregunto, medio excitada, medio asustada.

—Todo el que tú quieras que te haga.

—No podré pedirte que pares —le recuerdo la norma que me ha impuesto, y él sonríe, lascivo, sabiendo que, sea como sea, se va a salir con la suya.

—Estás empapada. —Pasa los dedos por mi sexo y después los lleva a mi boca; la abro y dejo que los introduzca, para que mi lengua los saboree… Juega con ellos, y lo miro fijamente para que sepa lo cachonda que estoy en este instante—. Ahora verás… —Mete sus dedos en mi sexo varias veces antes de penetrarme, consiguiendo un grito por mi parte—. Chist… tranquila… —Me rodea con ambos brazos y me agarro a sus hombros para recibir la segunda estocada, que está a punto de llegar—. ¡Dios! —Cierro un poco los muslos al sentir la ferocidad de su entrada; me ha dolido tanto que me he mordido el labio, pero por una extraña razón necesito que lo vuelva a hacer. Me abrazo con más fuerza, clavándole las uñas, cuando siento que retrocede y sale de mi interior para, por tercera vez, introducirse hasta el fondo, arrancándome un jadeo que no puedo controlar—. Ahora vas a saber lo que es follar duro. —La saca a toda prisa y me levanta para darme un azote en la nalga; luego, de espaldas a él, me estira los brazos sobre la mesa, por lo que tengo que agacharme, dejándole así a su disposición mi trasero, que no duda en acariciar justo antes de volver a adentrarse en mi interior—. ¿Quieres que pare?

—¡No, por favor, no!

Empujo hacia atrás en busca de un contacto mayor. Me veo reflejada en el cristal de su mesa y cierro los ojos cuando noto que se adentra con tal fuerza que casi no puedo sostener mis piernas firmes y casi caigo desplomada sobre la mesa.

—¿Vas a volver a hacerme enfadar? —No hago nada, sólo abro la boca para respirar, cuando me coge del pelo y tira hacia sí para elevar mi cabeza—. ¿No te oigo?

—No lo sé. —Se le escapa una carcajada y yo niego en silencio sin saber por qué, sin querer contestarle que no pienso cabrearlo más porque yo misma lo ignoro. Con todo, ahora mismo no deseo que se detenga…, no quiero que deje de penetrarme y mucho menos de apretar mis nalgas como lo está haciendo—. Por favor…

—¡Pídemelo tú!

—Fóllame, por favor.

Al oír mis palabras, comienza a embestirme y no puedo controlarme; intento agarrarme a la mesa con fuerza, pero apenas lo logro. El calor de mi cuerpo empaña el cristal, y mis movimientos, con cada una de sus embestidas, tiran algo al suelo, pero nada me importa… Cuando él está en mi interior, me olvido de todo.

—Córrete para mí —me ruega, y mi sexo se contrae como nunca. Sonrío, nerviosa ante lo que sé que va a ocurrir, y noto la dureza de su miembro en mi interior; percibo cómo las estocadas son más profundas, hasta el punto de doler, de sentir que me va a partir en dos, pero no puedo dejar de tirar mi culo hacia atrás para presionar con más fuerza, para sentirlo mejor—. ¡Joder! —oigo cuando mi cuerpo empieza a quedar inerte sobre la mesa y él no se mueve dentro de mí, apoyando su frente en mi espalda, empapada de sudor—. Ya no quiero a otra mujer que no seas tú.

Sus palabras me hacen regresar a la realidad, no puede estar diciendo eso.

Me agarra de las caderas y, cuando me da la vuelta, doy un pequeño grito de dolor. Ambos dirigimos las miradas a mi piel y descubro que me he cortado con el canto del cristal de la mesa.

—¿Estás bien?

—No es nada. —Me dispongo a subirme el pantalón cuando, ante mi sorpresa, me coge en volandas—. ¿A dónde vas?

—A limpiarte.

Me besa los labios y me apoyo en su pecho, por lo que siento el ritmo de su corazón. Estoy agotada; sólo quiero paralizar el tiempo, sin tener que pensar en nada más que en sentir lo que ahora mismo estoy viviendo.

Se adentra en el baño y me sienta sobre el frío mármol, que me provoca un escalofrío que hace que él sonría mientras camina hasta el dispensador de papel que hay colgado de la pared y se hace con varios de ellos. Los deja a mi lado, para quitarse el preservativo y anudarlo antes de tirarlo a la papelera como si nada.

Se limpia con sumo cuidado, y no puedo dejar de mirarlo. Es muy detallista; aun siendo una bestia a la hora de echar un polvo, cuando termina es todo lo contrario. Tira el papel y se sube los calzoncillos y los pantalones, y luego moja otro pedazo de papel sin dejar de mirarme.

—Ven aquí. —Me encojo a la espera de sentir el frío del agua, cuando me doy cuenta de que el papel está caliente y sonrío—. Me estás volviendo loco.

—No me digas esas cosas. Eres mi cliente. —«por no decir el socio de mi marido»—, me haces sentir mal. No debería haber dejado que esto pasara.

—Pero ha pasado y ninguno de los dos lo va a poder parar, lo veo en tus ojos.

—Sabes que acabaremos mal…

Vuelve a pasarme el papel por el sexo y retira los últimos resquicios de mi placer.

—Eso no lo sabes.

—Somos muy diferentes. —Me mira como si le estuviera diciendo algo terrorífico—. Eres dueño de esta empresa, y yo, una freelance que se mata por pagar las facturas; por ejemplo, tienes un cochazo y yo voy caminando como una pringada a todos sitios.

—Todo eso va a cambiar.

—No, Sean.

Me vierte un poco de agua sobre la cadera y noto que me escuece un poco.

—Mañana compraré una mesa nueva, más segura. —Se me escapa una sonrisa al ver cómo mira la herida y yo le quito el papel de las manos, me la seco por completo, me pongo la tirita que me ofrece y, finalmente, doy un salto para ponerme de pie y subirme los pantalones—. ¿Qué te pasa?

—Que esto es un error —sentencio mientras intento apartarme, pero me agarra por detrás, quedando ambos frente al espejo, desde donde nos miramos el uno al otro.

—¿Por qué tengo la sensación de que me ocultas algo?

—Porque yo tengo la misma de ti. —Sé que mi respuesta no es la que esperaba, pero no puedo demostrar otra cosa distinta a lo que siento—. Soy un capricho y, cuando te canses, me apartarás como seguro que has hecho con muchas. —Sólo pensar en ello me duele. ¿Cómo puede dolerme cuando tan sólo he estado dos días con él? No debería sentirme así, no tendría que haberme enamorado de un hombre como él. Es más, debería estar en mi casa, con mi marido, en vez de con él. Sin embargo, por una extraña razón mi cuerpo no se mueve hasta que él da un paso atrás y me permite que me vaya… pero, lejos de hacerlo, apoyo los brazos en el mármol sin dejar de mirarlo cuando me giro y me lanzo hasta sus labios para volver a besarlo—. Esto es una locura, pero es nuestra, y no quiero que vuelvas a hacerme lo de hoy.

—¿Qué?, ¿penetrarte?

Le doy un golpe en el brazo sin poder reprimir una carcajada.

—Que vuelvas a exigirme que despache a mi amigo para follarme. —Tuerce el labio en una sonrisa traviesa—. No, nunca más. Si Jeff se entera de lo nuestro, te juro que no me volverás a ver.

—¡Qué obsesión con Jeff! ¿Qué más le dará lo que hagas? —gruñe, molesto.

—Sean, es mi única condición —replico mientras le advierto con el dedo, y él me mira pensativo—. Puedes castigarme, dejarme a medias, lo que quieras, pero sin que Jeff sospeche nada.

Termina sonriendo antes de abalanzarse a mis labios, sabedor de que estoy aceptando todas sus condiciones.

—Creo que lo vamos a pasar muy bien. —«Y yo, que voy a sufrir más de lo que debería»—. Vamos, me debes una cena.

Lo miro a través del espejo, cruzándome de brazos.

—No te debo nada —replico.

—Ya lo sé, pero quiero cenar contigo.

Me rodea con sus brazos y agradezco el contacto con su cuerpo; no voy a poder olvidar lo que siento cuando está tan cerca de mí.

—No puedo, me tengo que ir a casa a preparar una cosa para mañana. —Mi respuesta no le gusta, lo sé por cómo tensa la mandíbula, pero no puedo descuidar mis sesiones. Tiene que comprenderlo: he visto a Jeff muchos días trabajando a deshoras para sacar el trabajo adelante, y él debe de hacer lo mismo—. Seguro que tú también tienes cosas que hacer.

—Cenar contigo.

—Sean…

—¿Tienes que protestar por todo? ¿No es más simple aceptar y ya está?

—¿Y que te salgas con la tuya? —Elevo una ceja, consciente de que es lo que quiere, pero yo no soy así—. Lo siento, pero yo no soy como te gustaría.

—A mí me gustas tal como eres.

—Ah, ¿sí? ¿Y por qué quieres que haga todo lo que tú dices? —Intento que entienda que no está actuando de un modo racional, que no puede controlar a todo el mundo.

—Porque, cuando me dices que no, deseo desnudarte y follarte hasta que no tengas aliento para negarme nada.

—Eso no es justo.

—Pero sí efectivo.

—Controlador —suelto antes de curvar la comisura de mis labios hacia arriba, antes de hacer el ademán de salir… cuando de pronto le propina un cachete a mis nalgas.

—No pienses que lo vas a hacer cuando te dé la gana.

—Por supuesto que sí. —Me agarra para que no salga del baño—. Serás tú la que me suplicará que lo haga antes de correrte.

—Juegas muy sucio.

—En el juego, no hay reglas.

—Para mí sí las hay —dejo clara mi postura, y sé que le importa muy poco lo que le estoy diciendo—. Es más, ahora me vas a llevar a casa.

—Después de cenar, sí, te dejaré en la puerta de casa, aunque yo preferiría que me acompañaras y haría que te corrieras una y otra vez. —No puedo escucharlo, pues cada palabra que sale de su boca es una oleada de calor que excita hasta el último poro de mi piel. Ahora mismo mandaría al carajo mis principios y dejaría que me llevara con él, pero debo ser más fuerte y alejarme para poder pensar con cordura—. Pero, como no quieres, iremos a cenar tú y yo y después te dejaré en casa, sin tocarte ni un pelo.

—¿Vas a ser capaz?

—¿Y tú?

—Vamos a comprobarlo.

Contoneo las caderas, consciente de que me las está mirando, mientras me dirijo hasta su despacho para recoger todas mis cosas. De repente siento el calor característico de que está muy cerca de mí y percibo cómo, para coger su americana, me roza el trasero con su bragueta; para apagar su ordenador, su antebrazo roza el mío… No sé cómo me voy a poder resistir a él, si en cada ocasión que me toca, aunque sea levemente, sólo deseo que vuelva a subirme a esta mesa y me haga suya una vez más… y lo peor de todo es que él lo sabe y juega con ello.

 

* * *

 

Llegamos al restaurante y por fin me siento aliviada; han sido pocos los metros que he recorrido acompañada de Sean y su endiablada mano no se ha apartado de mi espalda en todo el camino. He comprobado de reojo que no estuvieran ni Jeff ni Owen en cada una de las tiendas y locales por los que hemos pasado por delante, y eso me hace sentir muy mala persona. No sé cómo, pero tengo que hacer algo al respecto… porque, si continuamos viéndonos, y por lo que acaba de pasar tengo claro que va a ser así, no voy a poder estar todo el tiempo ocultándome, mucho menos estando tan cerca. Si es que a quién se le ocurre acostarse con su socio, ¿cómo no lo va a descubrir Jeff?

—¿Te parece bien?

Espera mi respuesta, y yo vuelvo a la realidad y aparco mis pensamientos; tampoco me apetece que él me pregunte qué me ocurre.

—Sí, claro —respondo como si nada, sin saber qué estoy aceptando, y entonces me guía hasta el fondo de un local y me muestra una mesa en una zona en la que casi estamos solos.

—¡¿Cote?! —Oigo la voz de una mujer que se acerca provocando un ruido con sus zapatos de tacón que debe de estar oyendo cada uno de los comensales que se encuentran en el lugar—. ¡Cuánto tiempo! —Sin dudarlo, le da un abrazo tras besarle la mejilla de la forma más descarada que he visto jamás, y mis ojos comienzan a arder.

—Hola. —Su contestación es fría; no está ni alegre ni enfadado, y por ello sé que es una de sus conquistas… y no me extraña, pues la chica parece una modelo, es guapísima—. Te presento a Avery.

—Ah… hola…

Me dedica dos segundos como mucho y me dan ganas de vomitarle en sus caros stilettos al sentir el desprecio que me regala antes de volver a sonreírle e ignorar que estoy presente, que voy a cenar con él y que hace escasos segundos me ha follado sobre su mesa del despacho como una auténtica bestia. Mi sonrisa me dura poco al imaginármela del mismo modo que yo; ella también lo habrá hecho.

Me siento en la silla sin mirarlos, ya que no quiero volver a imaginarlos juntos jamás; con el mero hecho de hacerlo me duelen las entrañas hasta el punto de querer arrancarle esas delicadas y perfectas manos del brazo de Sean.

—¿Estás celosa? —me plantea cuando por fin se va la intrusa.

Se sienta frente a mí e intenta analizarme, pero disimulo todo lo que puedo, aunque creo que no lo suficiente, porque, ante mi callada por respuesta, comienza a reír en una carcajada de suficiencia.