Los dos me miran esperando que les diga algo, pero la verdad es que no lo he hecho, ni tan siquiera se me había ocurrido. Ellos toman la iniciativa y Zoé busca su nombre y nos muestra la pantalla, en la que no aparecen resultados.
—Espera. —Owen le quita el teléfono de las manos, teclea algo y, ladino, nos muestra la pantalla—. No tiene perfil, pero sí que lo han mencionado a través del hashtag de la empresa.
Esta vez soy yo la que le quito el móvil y veo la cantidad de fotos en las que aparece como el dueño de la compañía; en muchas de ellas sale solo, posando en algún evento tecnológico o hablando en alguna conferencia; confirmo lo guapo que es, hasta cuando no sabe que lo están fotografiando aparece bien. Luego, cuando desciendo por la aplicación, me centro en una imagen: está con una chica, aunque en el texto adjunto a la foto no se habla de ella en ningún momento.
—¿Alguna novia? —pregunta Zoé, curiosa y divertida por este momento de cotilleo amoroso.
—No parece —digo pensativa, porque en el fondo me extraña que no salga con más mujeres—. Y si ése es su pasado, tampoco debería importarme.
—Entonces, ¿vas en serio con él? —Zoé da palmadas y Owen sonríe, satisfecho—. Avery, no me lo puedo creer… Siempre aposté a que serías una infeliz al lado de Jeff, pero mírate.
—Muchas gracias por la parte que me toca —respondo, molesta; menos mal que es mi amiga, no mi enemiga, porque, si no, no sé qué me habría podido soltar, la verdad.
—Está colgado por ella.
—¿Y Jeff ya lo sabe? —Zoé cambia la sonrisa y se pone seria, porque este tema lo es. Niego con la cabeza y suspiro al tiempo que sé que no va a tardar en hacerlo, sobre todo por cómo está yendo la relación—. Pues debería enterarse por ti.
—Eso mismo le dije, pero supongo que está en una encrucijada.
—Es peor que eso. Recordáis por qué me casé, ¿no? No puedo hacerle esto a Jeff, se lo prometí.
—Ahí discrepo. —Zoé me interrumpe y la miro con cara de «¿tú qué harías?»—. Jeff es mayorcito, vive muy lejos de sus padres… Con decir que os divorciáis será suficiente, sus padres no van a verlo con…
—Con este pedazo de hombre que le quita el sentido —termina la frase él mismo.
—¡Owen! —lo reprende Zoé con un golpe en el brazo mientras se me escapa la risa cuando él se señala de pies a cabeza y las dos nos tronchamos con sus ocurrencias.
—No sé, siempre me ha tratado como a una reina, y no podemos olvidar que es su socio.
Nunca he sido una persona egoísta, supongo que por ello siempre miro por todos antes que por mí, y con Jeff creo que es exactamente lo que me ha pasado; me amoldé a lo que él necesitaba y me acostumbré a vivir así.
—¿Ya saben lo que quieren?
Los tres nos miramos y asentimos sin haber abierto siquiera la carta. Uno a uno, le indicamos la pizza que nos apetece; repetimos nuestra elección de siempre, sin ninguna variación.
—Al final te quedarás sin ninguno de los dos.
—¡No seas cruel! —la reprende Owen, y siento que en el fondo tiene razón. Jeff se enfadará mucho conmigo y sus padres ni me mirarán a la cara, y Sean pensará que soy una fulana que ha jugado con él… Por no mencionar a mi madre, que se obsesionará con que debería volver o, mucho peor, me mandará a mi hermano, que encima se presentará con esa estúpida modelito de pacotilla—. No se va a quedar sola… pero, amiga, mueve ficha. Si tienes que apostar por uno, hazlo ya.
—¿Podemos hablar de otro tema? —demando, y los dos asienten y se ponen a comentar algo del trabajo de Zoé, aunque yo ni los escucho, pues estoy ensimismada en mis cavilaciones… hasta que me llega otro mensaje.
Espero que estés pensando en mí.
Dudo en si debo contestarle o no, pero ya he ignorado su mensaje anterior, así que pienso durante unos segundos y le respondo, sabiendo que esto lo va a sacar de quicio, porque en el fondo es lo que me gusta de Sean, ese estira y afloja seductor que consigue encender cada milímetro de mí.
Pues sí, justo en el momento en el que me he puesto ese conjunto que tanto te gusta.
Espero impaciente su respuesta y, como suponía, ésta aparece al instante.
Te encanta volverme loco, ¿verdad?
Se me escapa una risa y, al verme con el teléfono en la mano, mis amigos ni me preguntan. Me lo imagino con esa mirada oscura leyendo mis palabras y reprimiendo las ganas de marcar mi número para recordarme lo mucho que me voy a perder por no haber ido con él.
Mucho.
No te gustará tanto cuando te recuerde estos mensajes… Estarás con las piernas abiertas delante de mi boca y suplicándome que te lama, pero no lo haré; sentirás mi respiración, pero no te besaré; rogarás…rogarás…
No sé si abro la boca exageradamente mientras lo leo, pero sus palabras me han encendido de tal forma que me revuelvo en la silla, incómoda. Necesito un poco de agua, o más bien salir de este restaurante y dar un paseo, pero sigo sentada, con el móvil en las manos, sopesando qué responder.
Y entonces te echaré el polvo de tu vida… Haré lo que sea para que termines lo que hayas empezado, y serás tú quien olvidará este enfado y me follará como nunca has hecho.
Pocas veces he sido tan directa con un hombre, pero con él soy diferente…, más atrevida, dispuesta a todo lo que haga falta con tal de provocarlo. El teléfono vuelve a vibrar entre mis manos y, tras lanzar una mirada rápida a mis amigos, que continúan hablando entre ellos como si yo no existiera, leo su whatsapp.
Estoy delante de Jeff y la tengo dura como una piedra.
Le podría decir que a Jeff seguro que no le importaría en absoluto saberlo, incluso podría proponerse para solucionar su problema, pero no creo que Sean sepa que a Jeff le gustan tanto los hombres como las mujeres, y mucho menos que yo sé tanto de él, así que decido continuar guardando este secreto.
Pues yo de ti iría al baño y me encargaría de solucionarlo. Tienes cinco dedos, ¿no?
Imaginarlo en un baño, apoyado en una pared y acariciando el largo de su miembro, consigue que suspire, tanto que Owen me mira y yo niego con la cabeza para darle a entender que no ocurre nada; aunque ellos no digan ni una palabra al respecto, creo que se están dando cuenta de mi estado. Estoy ardiendo, hasta sudando por su culpa.
Prefiero los tuyos.
Tenía claro cuál sería su contestación, y debo decir que yo estaría encantada de subirme a horcajadas sobre sus caderas y conseguir que su cuerpo obtuviese lo que parece que tanto necesita, pero, para mi desgracia, estamos a gran distancia, y no quiero volver a pensar en quién está ahora mismo con él.
Estoy muy lejos y, además, tengo que dejarte, pues mi cena me espera. Piensa en mí, vestida de satén y plumas… Deja volar tu imaginación.
Sonrío, ladina; sé que esa imagen lo va a desquiciar.
Me froto la frente y respiro profundamente antes de guardar el teléfono en el bolso. No voy a saber si me responde hasta más tarde, cuando lo mire. Sabe que no estoy sola, como tampoco lo está él. Ambos intentamos aparentar normalidad, aunque en el fondo mi mente y mi cuerpo sólo responden a una cosa: a él.
Cuando el camarero trae las pizzas, los tres estamos deseando comenzar a comer y no lo dudamos un segundo, así que separamos los trozos para que se enfríen antes y así poder probar los primeros bocados.
—Esto es lo que me gusta más de Vancouver. —Zoé gime de placer y Owen intenta reprimir una carcajada, aunque es en vano, ya que acaba escupiendo trozos a su lado, intentando disimularlos como puede con una servilleta.
—Pues vente a vivir aquí, así no estaré tan sola.
—Yo también te echo de menos —me agarra la mano por encima de la mesa—, pero mi lugar es allí. La mayoría de mis clientes son del este, así que tengo que vivir donde realmente me dan de comer.
—Cómo me gustaría que todo cambiara; echo mucho de menos nuestra ciudad.
—Sois unas tradicionales. No podéis comparar esta ciudad con la vuestra —interviene Owen, horrorizado… pero es verdad, no tienen nada que ver. En Vancouver nadie se saluda, nadie se para a ayudar a nadie, todo va a mil por hora; en cambio, en nuestra ciudad natal todo es mucho más afable y hogareño. Es diferente y, aunque viva a miles de kilómetros, siempre me gustará el sitio donde nací.
—Come y calla —zanja el tema Zoé, provocando que Owen la mire con cara de ofendido. En ese momento suena su móvil y, aun con la boca llena, responde—. Humm, no sé… Mañana mi vuelo sale pronto… Bueno… está bien, pero sólo un rato. —Finaliza la llamada y deja de masticar para mirarnos, y sé que algo trama. La conozco demasiado como para que nos engañe—. Andrew me ha pedido que vayamos a tomar una copa al Alternative. No quiero ir sola.
—¿A dónde? —Sé que Owen está intentando averiguar a qué local se refiere, pero, tal y como me pasó a mí, no logra dar con él mentalmente.
—Tengo entendido que es un lugar de pijos —intervengo yo, suponiendo qué tipo de personas van, y recuerdo la negativa de Sean cuando le dije que iría—, pero vamos a ir a comprobarlo por nosotros mismos.
—Gracias, sois los mejores —comenta, y se lleva otro trozo de pizza a la boca.
Sé que me estoy ganando otro castigo, pero soy un poco testaruda y, cuando me prohíben hacer algo, más me llama la atención. Además, él está en Nueva York; no se va a enterar de nada.
* * *
Cuando llegamos a la puerta del establecimiento, el gorila, o armario empotrado con traje negro y gafas de sol a las once de la noche, nos pide que esperemos. Owen me agarra de la cintura; supongo que piensa que, por ser una pareja, nos van a dejar entrar más fácilmente.
—Andrew Anderson me espera dentro.
—¿Señorita Zoé? —Su voz grave da un miedo de narices, pero los tres sonreímos como si nada—. Deben subir al privado.
—Ah, gracias —contesta ella, y nos abre la puerta de un local oscuro en el que vemos a muchas chicas con vestidos diminutos que pasean ante varios hombres, casi todos ellos trajeados.
Conforme avanzamos en busca del reservado, veo indiscretas miradas de cada uno de los hombres que están tomando una copa o besando a alguna chica, a la que dejan de lado para observarnos a Zoé y a mí; incluso les meten mano sin dejar de escanearnos sin que ellas se den cuenta, o quizá se hacen las tontas.
—Zoé, ¡qué alegría verte! Ya empezaba a pensar que me dejarías aquí solito.
Andrew pone cara de pena y, a juzgar por el efusivo saludo que le está regalando a mi amiga, abalanzándose encima de ella para besarle los labios, diría que está bebido; bastante, en realidad.
—¿A este sitio viene Sean? ¿Es un local de copas o hay algo más? —pregunto en voz alta, mirando cada uno de los rincones.
—Ésta es la cueva del lobo. —Me giro para mirar a Owen, que me ha susurrado esas palabras al oído—. Y yo sin saberlo… Creo que voy a venir mucho por aquí.
—Siempre que te dejen entrar… —Intento que nadie excepto él me oiga mientras sigo mirando hacia los pasillos, en busca de algo que me indique qué hay detrás de todo lo que mis ojos alcanzar a ver.
—¿Avery? Estás guapísima hoy. ¿No has venido con Sean?
—Hola, Andrew. Él está en Nueva York.
—Vaya, ¡sí que se lo monta bien!, y no me ha avisado, qué cabronazo.
Abro los ojos como platos y Owen me aparta para autopresentarse y de paso dejarme unos segundos para respirar antes de que vuelva a entrar en cólera.
Zoé me coge de la mano y me la aprieta con fuerza; ella también lo ha oído, y obviamente sabe que ha conseguido que me vuelva a cabrear, porque, vaya donde vaya, o con quien vaya, me recordarán lo bien que se lo pasa Sean con otras mujeres. ¿No podría haberme fijado en alguien un poco menos complicado?
—Hoy tenemos el reservado para nosotros solos —anuncia, pero yo no veo ninguna parte de este lugar en el que haya una zona apartada, lejos de las miradas del resto. Sin embargo, prefiero no decir nada y sigo caminando tras Owen y Andrew, quienes parece que se conozcan de toda la vida, todavía agarrada de la mano de mi amiga.
Bajamos una escalera y no veo a nadie; la luz es un poco más tenue que antes, aunque no detecto nada que me indique que sucede algo extraño. Cuando Andrew se para frente a una puerta, el resto nos miramos expectantes, cuando el frío de la calle nos abofetea y descubro que el privado es un patio interior perfectamente acristalado desde el que podemos ver la emblemática torre de Vancouver.
—¡Es increíble! —susurra Zoé, ante la diversión de Andrew por nuestras caras de sorpresa.
—Somos muy pequeños ante esta gran ciudad, y esto lo podemos ver gracias a Sean; él se encargó de acristalar esta terraza, que antes era un almacén siniestro.
Miro a Owen con los ojos abiertos exageradamente.
—¿Este establecimiento es de Sean? —Es Owen el que se encarga de hacer la pregunta que no para de repetirse en mi cabeza.
—No, es mío —dice como si nada. Y no sé por qué siento alivio, porque, si lo fuera, tampoco sería para tanto—. Sean es mi amigo, y me aconsejó muy bien.
—¿Y en este local todas las personas que acuden vienen a…? —No termino la frase, todos me han entendido perfectamente.
—Aquí sólo pueden entrar personas de la jet preautorizadas; eso sí, una vez dentro, tienen libertad absoluta para hacer lo que quieran.
—Sexo —confirmo mis sospechas.
—Lo que quieran, menos en este sitio. Esto es totalmente privado, exclusivo para muy pocos. Sean es uno de los escasos privilegiados a los que dejo venir.
¿Para ellos solos o en compañía? No lo voy a averiguar, porque sé que lo único que voy a lograr será enfadarme todavía más, y creo que ya he cubierto el cupo de cabreos por esta noche.
Aparece una chica con una botella en un cubo con hielo y Andrew nos invita a sentarnos en unos sillones blancos en los que casi podemos estirarnos y nos ofrece una copa a cada uno.
—¡Quiero hacer un brindis! —Levantamos la copa y Andrew se pone de pie—. Por las cosas bonitas que nos depara la vida.
—Amén. —Zoé es la primera en chocar la copa contra la suya y después lo hacemos los demás—. Porque, lo que ocurre en Vancouver, se queda…
—En Vancouver —finaliza la frase Owen, y nos bebemos lo que quedaba de la copa en el segundo brindis.
La música comienza a sonar y Andrew es el primero que empieza a bailar al ritmo de la armónica melodía. Zoé lo sigue y cualquiera diría que prefiere al arquitecto, porque se está refregando con él de una manera que incluso Owen está sorprendido.
—Jolín con la chica de pueblo.
—¡No somos de pueblo! —lo amonesto, golpeándolo en el hombro, y él se encarga de llenar mi copa de vino blanco. Está exquisito; la verdad es que, sin darme cuenta, ya me he bebido dos copas enteras, y como siga a este ritmo me van a tener que llevar a casa en brazos—. Somos de ciudad, una muy grande y muy fría.
—Eso lo sé; aún recuerdo cuando fuimos a aquella cabaña… ¡Para qué os hice caso!, casi muero congelado, y vosotros dos riéndoos de mí como dos chiflados.
—¿Crees que Jeff me lo perdonará algún día? —le pregunto mirando a Andrew, que, aunque tanto físicamente como por la personalidad no se parece en nada a Sean, coinciden en su forma de vivir la vida, de disfrutar de las mujeres… y, aunque intente pensar que conmigo todo puede ser diferente, sé que en el fondo él necesitará seguir con toda esta vida y yo quedaré relegada a un lado como una mota de polvo.
—Claro que sí; te quiere mucho y, decidas lo que decidas, siempre te apoyará, igual que yo.
—Gracias, Owen.
—No tienes que dármelas, pero tendrás que compensármelo esta noche, ¿no me vas a dejar así? —Señala su pantalón, donde se marca perfectamente su erección a causa del bailecito de mi amiga.
—Te vas a quedar así; no voy a participar, no mientras esté con él.
No da crédito a mis palabras, pero es lo que siento. No quiero engañarlo, no a Sean, de este modo. Si no soporto la idea de que se acueste con otras mujeres, yo tampoco debo hacerlo con otros.
—Pues ahora sí que ya te puedes ir buscando una excusa.
Owen tiene razón. Jeff sabrá que me pasa algo si de repente dejo de acostarme con ellos, como siempre he hecho hasta ahora.
—Cuando vuelva Jeff, le explicaré que he conocido a una persona…
—Pero no que es Sean —sentencia mientras me mira muy serio. Sabe que me aterra decírselo y, aunque los dos sepamos que llegará el día en el que lo descubrirá, de momento iré amortiguando el tema paso a paso.
—No puedo, necesito un poco más de tiempo.
—Vas a apostar por él, ¿verdad?
Me muerdo el labio inferior y me bebo la copa de un trago para reunir valor, y lo miro al tiempo que afirmo con la cabeza, escapándose mi risita, supongo que fruto del vino que ya he ingerido o de lo infantil que me siento.