—¿Tienes planes? —me pregunta Owen. Sigo guardando mis cosas dentro del bolso sin mirarlo, porque la verdad es que llevo un día pésimo. Supongo que haberme despertado ya de mal humor, porque es viernes y no sé nada de él a pesar de haberle mandado ayer el mensaje, ha influido en mi estado de ánimo.
Se suponía que este fin de semana lo tenía reservado para él, pero no tengo noticias suyas. Estoy en su empresa, pues acabo de terminar la formación, y aún no se sabe nada de Sean. Jeff está desesperado porque cree que no ha conseguido la patente, y yo, porque sólo de pensar que ella sigue con su jefe me pone de una mala leche impresionante; no puedo controlar la rabia que bulle en mi interior.
Tenía la esperanza de que, cuando llegara a la oficina, Rosalie ya estaría aquí, pero no es así; en recepción estaba una de sus compañeras, y desde entonces experimento una angustia que casi no puedo disimular delante de Jeff.
Desde mi posición veo la recepción ya vacía, así que supongo que ella no ha vuelto, al igual que no lo ha hecho Sean.
—¿Te esperamos? —Esta vez es Jeff el que aparece en la sala de reuniones cuando estoy a punto de colgarme el bolso al hombro.
—No, id tirando; me voy a tomar algo.
—¿Segura?
—Sí.
Se acerca para despedirse tras mirar a su alrededor y comprobar que no hay nadie. De todas maneras, aunque estamos aparentemente solos, prefiere guardar las formas y agacha la cabeza en señal de despedida en lugar de besarme.
Las luces se van apagando conforme todos van saliendo. Tendría que hacer lo mismo, pero me detengo frente a su despacho. Sin pensarlo dos veces, entro en él y me siento en su silla. Acaricio el canto del escritorio, el que me clavé el otro día en la cadera y me hizo sangrar, y vuelvo a ver su rostro mientras me empotraba como un verdadero animal. Nadie me había hecho sentir algo parecido. Oigo un ruido y me giro corriendo; veo a Rosalie apoyada en el quicio de la puerta y la miro, alucinada… No sé si por saber que está aquí y no con él, o porque me ha pillado en su despacho y no sé qué narices inventarme como excusa.
—¿Qué haces aquí? —Su tono, déspota, me saca de mis casillas. Espera que me vaya pitando, pero lejos de ello apoyo los codos en el cristal de la mesa y cruzo los brazos.
—Nada.
—Aquí no puedes estar. —Me hace un gesto para invitarme a salir.
—¡Estoy esperando a Sean! —Mi contestación la sorprende durante unos segundos, hasta que rompe a reír en una gran carcajada.
—Sean está demasiado cansado como para dedicarte su tiempo. —No es una arpía, es peor; la pobre idiota está enamorada de él—. ¡Así que será mejor que te vayas! —Levanta el tono de voz lo suficiente como para que la oiga cualquiera que pueda estar a nuestro alrededor.
—¡Te he dicho que he quedado con él! —Esta vez soy yo la que elevo el tono de voz, envalentonada porque yo sé algo que ella desconoce.
Sean acaba de subir la escalera con sigilo y ha oído perfectamente cómo me echaba. Ahora mismo está de brazos cruzados, esperando a que se dé cuenta de que está a su espalda. Yo, al ver la rabia con la que la mira, me siento la mujer más feliz del universo.
—Tú misma, pero, si quieres un consejo, ponte a la cola; no eres la única que va detrás de él. Y te aseguro que, antes que tú, estoy yo.
—Rosalie, es mejor que te vayas a tu casa. ¡Ya! —En cuanto oye su voz y es consciente de que la ha pillado, tensa cada uno de sus músculos. Me mira con los ojos muy abiertos y cargados de furia; a punto estoy de lanzarle un beso, pero me comporto y rechazo la idea, pues, si lo hago Sean, me va a ver y no creo que le guste mucho ese acto.
Cuando se gira, me fijo en cómo la mira él: está en un tris de explotar. Aprieta los puños con fuerza y tiene la mandíbula tensa, creo que hasta percibo cómo sus dientes chirrían de lo prietos que los tiene. Ella se da cuenta perfectamente, así que, lejos de seguir replicando, decide callarse e irse sin mirar atrás, y siento que he ganado una pequeña batalla.
—Así que me estás esperando… —Su voz es ronca, cargada de deseo, pero al mismo tiempo de cansancio…, aunque tan sensual que, con esa sola frase, provoca que sienta un revoloteo en mi interior que apenas me deja controlar las emociones.
—Tengo en mi agenda la tarde reservada para ti, aunque tenía mis dudas acerca de que vinieras.
—¿Sólo la tarde? Creía que habíamos acordado todo el fin de semana, y yo nunca falto a mis citas.
«¡Y no sabes lo que me alegra saberlo!» De repente me doy cuenta de que estoy sentada en su silla del despacho y me pongo de pie de inmediato, como si el culo comenzara a quemarme.
—Te has saltado mi formación de hoy, no me has respondido al mensaje que te envié…, así que pensaba que no aparecerías.
Rodeo el escritorio y me apoyo en el cristal de la mesa mientras él se dirige hasta su silla, la que yo estaba ocupando, aunque no me ha dicho nada por ello, y deja su americana y una bolsa, en la que intuyo que está su portátil, y comienza a desabrocharse los primeros botones de la camisa. Ante esa visión, tengo que hacer un esfuerzo para tragar saliva sin ahogarme.
—¿Ese que consiguió enfurecerme tanto que tuve que partirle la nariz a una persona? —Abro los ojos desmesuradamente, al igual que mis labios se entreabren, porque no entiendo muy bien qué es lo que ha hecho, ni a quién—. Estaba a punto de conseguir mi propósito por las buenas, hasta que me llegó el whatsapp con la foto. No debería haberlo mirado, pero tenía que comprobar si eras tú la que habías interrumpido mi reunión. —Apoya ambas palmas sobre el escritorio y deja caer su peso en ellas para aproximarse todo lo que puede a mí—. Cuando te vi desnuda, sentí que estaba perdiendo el tiempo, que debería estar follándote y no convenciendo a un imbécil de algo que tendría que estar solucionado.
—Y le pegaste.
—Y lo logré. —Me agarra de las manos y me acerca a él hasta que estamos a una distancia suficientemente corta como para lanzarse a mis labios; ambos nos buscamos cargados de deseo, sin importarnos que nos vean. Ahora mismo lo único que necesito es volver a sentirlo. Rodeo su cuello y con las manos acaricio su cabello al tiempo que él rodea mi lengua con la suya con ansia; entonces, empujo el cristal de su mesa con las caderas para poder aproximarme al máximo, pero no me es suficiente, así que dejo de besarlo para soltar un suspiro de resignación—. Vámonos de aquí.
Asiento, claro que me voy. En este instante lo único que quiero es sentirlo mejor, no tener impedimentos, y en este despacho hay demasiados. Cuando camino hasta la puerta veo cómo, a toda prisa, coge de nuevo sus cosas y, a continuación, coloca su mano al final de mi espalda para invitarme a salir. Tentada estoy de girarme y volver a besarlo, pero sé que Rosalie está justo delante, mirándonos, y no le voy a regalar más motivos para que hable de mí… aunque Sean tiene otros planes, porque, justo cuando avanzamos hacia ella, apenas nos quedan un par de metros para llegar a donde está, me agarra con fuerza de la mano y su secretaria no disimula y se le descompone el rostro. No puede ocultar la rabia que siente por mí y en el fondo no la culpo, porque estos días yo he sentido la misma por ella. Supongo que ambas somos víctimas de la atracción que despierta este hombre.
—Buen fin de semana, señor Cote —se despide de Sean con la fingida sonrisa más falsa que he visto en mucho tiempo, pero, al igual que ella, yo también sé poner la misma; cuando ella la ve, me mira todavía con más desdén.
—Igualmente.
Ni la mira cuando pasa por su lado y ella se da perfecta cuenta de ello; por eso su actitud es peor de lo que ya había sido hasta ahora. Yo sigo agarrada de su mano, y temo que Rosalie lo vaya pregonando entre sus compañeros y, finalmente, llegue a oídos de Jeff. Tengo que hablar con él. No puedo seguir engañándolo, porque sé que más temprano que tarde se va a enterar de lo que está ocurriendo y no quiero que lo haga por una tercera persona.
Abre la puerta del edificio donde está la oficina y me invita a salir. Fuera, aparcado, hay un todoterreno negro con los cristales tintados justo delante. Me estrecha la cintura y, tras darme un beso en la cabeza, me guía hasta el vehículo.
—Cambio de planes: llévanos a Stanley Park. —Abre la puerta y lo miro flipando. Él no dice nada, sólo me sonríe a la espera de que me acomode, pero cuando lo voy a hacer dice algo que me detiene—. Pensaba que no me habrías esperado, aunque tenía un plan para recuperarte, pero no ha sido necesario.
No sé si temer su plan, o simplemente sonreír, porque ahora mismo lo único que puedo ver delante de mí es al hombre más espectacular con el que jamás he estado. Nos miramos unos segundos y es él quien no puede aguantar más y me empuja hasta quedar de espaldas sobre el lateral del todoterreno y, en medio de la calle, sin importarle que todo el que pasa por nuestro lado pueda vernos, me agarra de la nuca y me besa con una tranquilidad parsimoniosa que me enciende entera. Me besa y me mira, y sonrío. No me creo que esto me esté pasando a mí; siento que todo se está magnificando de tal manera que estoy perdiendo el control, incluyéndome a mí misma, pues ya ni me reconozco.
—¿Subes?, ¿o seguimos protagonizando el espectáculo del día?
Me muerdo el labio inferior y, al apartarse de delante de mí, capto que varias personas nos observan. Ahogo un grito y él, lejos de esconderse, les dice adiós con la mano. Me siento rápidamente, con la respiración entrecortada, y veo que en el asiento del conductor está su chófer; lo reconozco en el mismo instante en el que me mira a través del retrovisor.
Me siento avergonzada, sobre todo cuando Sean se sienta a mi lado y, tras iniciar la marcha, me agarra de la barbilla y vuelve a besarme con la misma pasión de antes. Esta vez sólo nos ve una persona, pero estoy más cohibida que hace un momento y supongo que lo nota, porque se aparta, sonriente.
—¿Aún sigue morado? —Cuela un dedo en mi camisa para acariciar mi cadera, pero el pantalón ajustado no se lo permite—. ¡Te lo dije!
—¿El qué? —respondo casi en un susurro, porque no quiero que me pueda oír el chófer.
—Odio los impedimentos —responde como si nada, y agacho la cabeza—. En un rato me desharé de ellos. —Abro mucho los ojos y me acaricio las cejas, nerviosa. No me puedo creer que esté hablando tan tranquilo con un testigo delante—. Hugh es de la familia, ¿verdad?
—Yo no juzgo, señorita Gagner.
Cruzo la mirada con él a través del espejo retrovisor y me regala una sonrisa que, la verdad, me tranquiliza.
—Ves…
Pasa un brazo por encima de mi hombro y apoyo la cabeza allí mientras, de soslayo, miro hacia el exterior. Ya es de noche y se nota que es primavera; por ello, en las calles hay gente paseando y conversando como si nadie la estuviera observando, y yo, lejos de dudar acerca de lo que estoy haciendo, me siento más y más segura de que deseo quedarme a su lado. Aún no sé cómo voy a salir airosa de esta situación; sin embargo, cuando estoy cerca de él, no me importa mucho.
Le acaricio la barba, qua ahora tiene un poco larga —supongo que estos días no se ha afeitado— y me fijo en sus párpados, que están un poco inflamados. Aunque él quiera aparentar que está perfectamente, por su expresión sé que está cansado, mucho. Sus ojeras son bastante moradas y ensombrecen ese rostro tan sexy que siempre tiene. Sigo acariciándole la barba cuando él me besa la punta de la nariz.
—Estaba deseando volver. —Su pecho se infla y desinfla mientras pronuncia esas palabras, y sé que me dice la verdad.
—¿Sí? —Vuelvo a mirar al frente; no me siento cómoda al mantener esta conversación delante de alguien que sin duda nos puede oír; aunque a él no le importe, a mí, sí—. Yo pensaba que estabas muy ocupado… —Mi voz se apaga conforme lo digo; odio que sepa lo mucho que me ha dolido saber que estaba con otra mujer, pero no soy capaz de disimularlo.
—Y lo estaba, con Jeff. —Sé que me ha entendido perfectamente, y por ello hace más hincapié en el nombre—. Rosalie no tendría que haber venido, pero él insistió, y no ha hecho más que estorbar. —Al final responde a la pregunta que no he planteado pero que ambos sabemos que flotaba en el aire… y es la única que nos separa en estos momentos.
—¿Con Jeff? —Necesito saber la verdad, aunque no sé si va a ser sincero conmigo. De todos modos, si él no lo es, sé que Jeff si lo será y, al fin y al cabo, me voy a enterar de todo.
—Sí, no quería oírla más —claudica con hastío y, aunque en algún momento haya dudado de él, ahora tengo la sensación de que, al menos durante estos días, no ha tenido nada con ella. Y eso hoy es lo que quiero creer.
—¿Podremos cenar algo allí a donde vamos? —cambio de tema, porque lo último que deseo es mencionar a esa mujer, por miedo a romper esa conexión tan grande que tenemos cuando estamos cerca el uno del otro.
—¿Tienes hambre?
Asiento, aunque realmente no la tengo, pero debo alimentarme. He estado tan ocupada durante todo el día que no he tenido ni un minuto para sentarme y poder comer como Dios manda.
Hugh continúa circulando como si estuviera solo en el coche, y yo empiezo a acostumbrarme a verlo ahí, tras el volante. Conforme ralentiza la marcha, me doy cuenta de la cantidad de coches que hay parados delante de nosotros.
—Ya hemos llegado. Será mejor que bajen aquí, pues no podré llegar hasta la puerta —nos informa el chófer, mirando a nuestro alrededor, igual que hace Sean. Éste, tras asentir con la cabeza, me mira, abre la puerta del todoterreno para bajar y luego me ofrece su mano para ayudarme a hacer lo mismo.
—Hugh, te avisaré cuando queramos irnos.
—Perfecto. Pásenlo bien, señor y señorita Gagner.
Se despide con un educado movimiento de cabeza y yo le sonrío, avergonzada, sin llegar a decir palabra alguna, porque es de las pocas veces que me siento fuera de lugar. Sean tiene chófer, y yo ni siquiera tengo coche propio; para mí, su forma de vivir es muy ostentosa, la verdad.
Muchas personas caminan en una única dirección, el interior del parque. Es la primera vez que lo visito, al menos por dentro, porque he pasado con Jeff por delante en coche, pero hasta este momento no había encontrado el momento de pasear por él. Extrañamente, hoy hay mucha gente, y lo que me llama poderosamente la atención es la cantidad de personas que, sonrientes, van en la misma dirección que nosotros.
Sean me agarra de la cintura y me aproxima un poco más a él para volver a besarme en la cabeza, porque, aunque no soy bajita, él es bastante más alto que yo y eso es lo que tiene más cerca si no me pongo de puntillas.
—¿Has venido alguna vez a este parque?
—No. ¿Hay una fiesta? —Me mira como si lo que le acabo de decir fuera lo más raro que ha oído jamás—. ¿Qué?
—¿No has oído hablar del Cherry Blossom? Es el festival más bonito de Vancouver.
Se detiene agarrando mis manos y respondo a su gesto, quedando frente a él y entorpeciendo el paso del resto de las personas que nos siguen, por lo que nos tienen que esquivar para poder continuar avanzando.
—Soy de Quebec, ya lo sabes.
—Pues hoy vas a descubrir algo que nadie de este mundo debería perderse. —Verlo tan sonriente me encanta. Me estrecha por la cintura hasta elevarme unos centímetros del suelo para besarme—. Es increíble que nunca hayas estado aquí.
—Y a mí me lo parece que me hayas traído a un lugar con tanta gente.
—Siempre hay una primera vez.
—¿Para relacionarte con la gente? —bromeo, sabiendo que obviamente no es la primera vez que lo hace.
—¿Preparada? —Lo miro y asiento, emocionada—. Pues vamos.