No me ha mirado durante el trayecto, ni tampoco me ha dirigido la palabra; se ha limitado a perder la vista a través de la ventana, con la mandíbula tensa. Es evidente que le ha molestado saber que he ido al club de Andrew, pero no entiendo por qué se lo tenía que ocultar, al igual que no comprendo por qué no puedo volver a ir. ¿Qué esconden que no quiere que sepa? Sea lo que sea, lo descubriré de algún modo; no soy una persona que me conforme con parte de la información, necesito saberlo todo y, si él no está dispuesto a decírmelo, la obtendré por otras vías.
Hugh se detiene delante de su casa para abrir la puerta del parking con un mando. Aunque es la segunda vez que vengo, no deja de impactarme que una persona de apenas treinta años viva en una vivienda tan lujosa. Nos adentramos en el aparcamiento por el camino hormigonado y, cuando el coche se detiene, Hugh sale del vehículo sin decir nada, simplemente abre una puerta y desaparece de la forma más sigilosa que he visto en mi vida.
Permanezco sentada, esperando que él se mueva, pero sigue pensativo, ahora mirando hacia la pared.
—¿Nos vamos a quedar toda la noche aquí? —Se gira para enfrentarme y veo la profundidad de su mirada, el movimiento de su mandíbula, casi destrozando sus dientes—. Sólo tomamos una copa, nada más —le recuerdo, pero no me responde, y siento un cabreo que va creciendo a medida que veo que abre la puerta, sale y la cierra como si yo no estuviera presente—. ¡Joder! ¡Será idiota!
Dudo entre irme y que se quede solo con su mala leche o seguirlo, y, aunque la primera opción es por la que me decantaría generalmente, mi corazón late con fuerza hacia la segunda, así que, muy molesta conmigo misma, salgo del coche y entro por la misma puerta por donde ha desaparecido él, que no es por la que ha salido Hugh. Bajo la escalera hasta llegar al salón, donde lo descubro hablando por teléfono y mirando por los ventanales.
—Sí, todo bien… —El sonido de mis tacones le anuncian que estoy justo detrás de él—. Quiero que deniegues el acceso de Avery Gagner a tu local. —Se gira para que lo mire mientras conversa con Andrew, pues supongo que es él, y se me escapa una carcajada nerviosa e incrédula por lo que estoy oyendo—. Porque te lo digo yo, y punto. —Imagino que no le ha dejado ni terminar la frase, porque finaliza la llamada y aprieta con todas sus fuerzas el teléfono—. Yo no juego, Avery.
—¡Ni yo! —Nos retamos con la mirada. Tengo ganas de darle un buen bofetón, de demostrarle que yo también puedo imponer, al igual que él, pero no lo hago. Permanecemos a pocos centímetros uno del otro sin decir una palabra, mirándonos a los ojos, y siento que mi sexo está vibrando como nunca—. Si quieres algo de mí, sea lo que sea, tendrás que empezar a confiar en mí, en lugar de cerrarme puertas para que haga lo que tú quieras.
—Te dije que no fueras y no me hiciste caso. —Arrastra las palabras con una rabia que no entiendo—. Te lo advertí.
—¿Dime por qué no puedo ir? —Mi pregunta le jode, a juzgar por el suspiro que emite—. Si hay algo tan malo en ese lugar que no pueda ver, me gustaría saberlo.
—¡¿Por qué no puedes hacerme caso sin más?!
Tira el móvil sobre el sofá y se va directo a la cocina para coger una botella de agua.
—Sean, no puedes pretender que te haga caso así porque sí. —Camino hasta él y me siento en uno de los taburetes de la barra—. Apenas te conozco, ni tú a mí; no puedo cerrar los ojos y seguirte en todo.
—Tuviste la oportunidad de irte, decidiste tú sola —me recuerda mientras me señala con la botella, antes de verter el contenido en un vaso.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —le planteo directamente, consciente de que puede que esta pregunta sea el fin para nosotros, pero no puedo seguir adelante sin saber a lo que me tengo que atener.
—¿Aún no te has dado cuenta? —Se bebe el agua de un trago y, con muy mala leche, deja el vaso sobre el mármol de la encimera, provocando un estruendo que me asusta y me hace pegar un brinco sobre el taburete—. Te quiero a ti. Lo quiero todo contigo.
—No puedes decir eso.
—¿Tú no quieres lo mismo? —«Claro que lo quiero, pero no puedo dártelo todo, no sin solucionar mis cosas, sin hablar con Jeff, con mi familia. ¿Cómo voy a entregarme en cuerpo y alma si ninguna de las partes implicadas sabe la verdad de mí?» Rodea la isla y gira el taburete, me agarra de la barbilla y la eleva unos centímetros para que lo mire a la cara. Está agotado, mucho más que cuando lo he visto en la oficina; sus ojeras están más marcadas y, aun así, tiene la palabra «provocador» tatuada en la frente. Me está tentando, seduciendo, y poco a poco va ganando terreno—. No puedo quitarte de mi cabeza día y noche; toda mi vida pende de un hilo porque no dejo de desearte, y no quiero que nada ni nadie te pueda hacer daño.
—¿Quién me va a hacer daño?
—Estar conmigo puede hacértelo.
—¿Por qué? ¿Quién eres, Sean Cote?
No necesito que me lo diga, porque en el fondo no me importa; ya no tengo armadura ni barrera que me separen de él. Mis piernas se abren lentamente y las suyas se cuelan en medio para acariciar mi cuerpo. Mis labios se entreabren y esperan con ansia a que los bese.
—Un capullo que ha encontrado algo que no esperaba y teme perderlo. —Siento un nudo en la garganta que no me deja tragar, y apenas respirar… porque sus palabras son más de lo que puedo asumir. Su entrega a mí es total, y yo de momento no puedo decirle lo mismo, no sin mentirle, y me siento la persona más mezquina del universo—. No quiero que lo hagas, pero, si tienes que hacerlo, que sea ya.
—¿El qué? —apenas balbuceo, con unas ganas de llorar que no puedo parar, así que mis ojos se humedecen y miro hacia la pared para que no lo descubra, aunque no sirve de nada, porque me enmarca la cara con ambas manos y vuelve a girarme para que lo mire fijamente.
—Avery, si no quieres esto que ves, puedes irte. Pero, si te quedas, no me pidas que vaya despacio, que te deje tu espacio, porque no voy a poder; no seré capaz de controlarme y te haré daño, ambos acabaremos dañados… Será todo por mi culpa y acabarás odiándome.
Sus palabras me están matando. No puedo entender por qué se fustiga si no ha hecho nada para que yo pueda sentir algo así. Sus caricias, sus besos, sus frases… me demuestran todo lo contrario. ¿Cómo es posible que crea que lo nuestro va a terminar mal sin ni siquiera intentarlo?
—No me puedo ir —abre los ojos, sorprendido—, no sin intentarlo, porque si de algo te puedes arrepentir en esta vida es de rendirte antes de saber que realmente no funciona. Sin embargo, voy a pedirte una cosa, sólo una. —Espero a que me responda y asiente muy serio—. Voy a entregarte todo de mí, pero necesito tiempo. —No le gusta nada lo que le estoy rogando, pero es la única forma de poder sentirme libre para ofrecerle lo que me está demandando—. Por favor, confía en mí.
En cuanto finalizo la frase, me besa con tal pasión que se me olvida de qué estábamos hablando. Paso una mano por su cuello hasta llegar a su nuca y él me agarra de los glúteos hasta subirme a sus caderas, mientras nuestros labios se rozan y nuestras lenguas se enredan, extrañándose la una a la otra. Mi respiración es forzada, con el mismo ritmo acelerado de mi corazón, que está a punto de salírseme del cuerpo.
—Te daré el tiempo que necesites, pero déjame estar dentro de ti.
Me apoya contra la pared que hay entre la cocina y el salón, rozando su miembro contra mi sexo, todavía vestidos; aun así, siento la dureza de su erección, que consigue despertar en mí el deseo incontrolable de estar desnuda.
Comienzo a abrirle los botones que aún le quedan abrochados de la camisa y poco a poco voy descubriéndole el pecho, los hombros, hasta que siento bajo las yemas de mis dedos la gran cicatriz que asoma en su hombro desde su axila y la acaricio, en una indirecta para que me diga qué le ocurrió, pero no obtengo respuesta. Se separa de la pared unos centímetros y, lentamente, bajo las piernas hasta que mis zapatos de tacón pisan el suelo. A continuación es él quien se encarga de subirme la tela de la camiseta hasta que elevo los brazos para que pueda quitármela por la cabeza y, justo cuando se deshace de ella, me atrapa las muñecas, quedando por encima de mí, y besa esa zona. Me imprime pequeños besos desde ahí hasta llegar a mi hombro, que muerde al tiempo que gruñe, supongo que para descargar la tensión y no seguir clavando los dientes para evitar lastimarme.
Me acerco a sus labios y, tras recorrer con la lengua su comisura, lo muerdo, arrancándole un jadeo, y sonrío satisfecha.
—Llevo días imaginando este momento —dice apenas en un suspiro, y no puedo dejar de besarlo. Lo abrazo con todas mis fuerzas hasta que me separa y lo miro, frustrada—. Quiero tenerte mejor. —Vuelve a subirme a sus caderas, pero para llevarme consigo hasta el piso superior, donde se adentra en su habitación y, tras posarme lentamente y con mucho cuidado sobre su cama, desabrocha el botón de mis pantalones para bajarlos al tiempo que besa mis muslos y me retuerzo, porque me hace cosquillas.
—Quieta, no te muevas. —Nos miramos un segundo y asiento al tiempo que arrugo la sábana con ímpetu cuando su lengua es la que recorre cada centímetro de mi piel desnuda. Tengo que concentrarme en respirar, porque hasta se me olvida hacerlo debido a lo que me está haciendo sentir—. Eres mía, toda mía. —Inflo el pecho cuando lo oigo y cierro los ojos con todas mis fuerzas cuando sus dedos masajean mis pies, doloridos de andar con los zapatos de tacón todo el día.
Me arrima a él tirando de mis tobillos y eleva una de mis piernas para acariciar su mejilla con ella, al tiempo que sus manos acarician mi sexo desnudo. Aprieta mi clítoris entre sus dedos, para estirar de él y soltarlo de repente, arrancando un gemido ronco de mi garganta. Acaricia en círculos la entrada de mi vagina y siento que estoy empapada, que poco a poco estoy más que preparada para que pueda colarse en mi interior sin problema alguno.
Atrapo una de sus manos y tiro de ella para que se caiga sobre mí. Necesito besarlo y, en cuanto se aproxima, lo cojo del cuello para hacerlo… despacio, suavemente, hasta que siento que necesita más, así que me yergo, lo hago retroceder y, avanzando de rodillas, lo obligo a sentarse en el centro de la cama, para colocarme encima de él.
Atrapa mis glúteos, que acaricia y estrecha con todas sus ganas, al tiempo que su cabeza se hunde entre mis pechos, y agarro su miembro para que, como esperaba, se cuele con facilidad en mi interior, desatando una locura de besos, gemidos y embestidas que consiguen que pierda la razón, que me olvide del mundo y me dedique en cuerpo y alma a conseguir que se muera de placer, al igual que él hace conmigo.
Nos enrollamos y damos vueltas por la cama; me penetra como un salvaje, acercándome, apretando con tanta fuerza mis nalgas que duele, pero duele del mismo modo que me gusta, sin poder remediar varios alaridos de placer justo en el instante en el que mi cuerpo tiembla. No puedo articular palabra alguna, y tengo que apartarme el pelo de la cara para mirarlo a los ojos y ser consciente de la lasciva sonrisa que tiene dibujada en el rostro. Espera un par de segundos a que me reponga, y, en cuanto le sonrío y me besa, me sujeta de las caderas, me da la vuelta y me coloca de cara al cabezal de la cama, para que me apoye en él, dejando mi culo a su merced; lo acaricia y estimula durante el tiempo suficiente como para prepararlo para este momento. Sus manos se clavan en mi cintura antes de darme una cachetada y guiar su miembro hasta el agujero y penetrarme lentamente, permitiendo que mi cuerpo se adapte a su tamaño, y siento una oleada de calor que recorre cada poro de mi piel cuando se hunde en mi interior y, tras esperar un par de segundos, sale y vuelve a entrar hasta el final, en un solo movimiento. Sigue así hasta que mis gritos y los suyos se funden en una pasión incontrolable y ruge, vaciándose dentro de mí.
—Me encanta tu culo. —Sonríe mientras lo dice y deja caer la mitad de su cuerpo sobre mi espalda, empapada en sudor—. Avery, ufffff…
No soy capaz de decirle nada, sólo procuro recobrar la respiración mientras siento cómo sale de mi cuerpo poco a poco, mientras besa mi espalda y acaricia mi trasero.
—Voy a limpiarme, no te muevas. —Me acomodo sobre las almohadas y veo cómo, desnudo, camina denotando el cansancio que ya arrastraba, reforzado por el agotamiento de ahora, que acaba de rematarlo; desaparece tras la puerta del baño.
Miro al techo, sonriente, sabiendo que lo que siento no lo voy a tener en otro lugar, ni con Jeff ni Owen, y, aunque sé que para Jeff va a ser un golpe muy duro, decido que tengo que separarme; es momento de que mire por mí, por lo que quiero realmente en mi vida. Dejo apartados mis pensamientos cuando lo veo aparecer y lo primero que hace es tumbarse encima de mi pecho y abrazarme con todas sus fuerzas.
—No te vayas nunca —dice apenas en un suspiro, y siento que su gran y fornido cuerpo comienza a flaquear, quedándose dormido sobre mí.
Muevo su cabeza y compruebo que su respiración es profunda y que sus ojos están completamente cerrados. Con cuidado, me aparto y se acomoda mejor en la almohada para seguir durmiendo.
De puntillas para no hacer ruido, me encamino hasta el baño, donde me miro al espejo y sonrío al ver mi rostro sonrojado. Abro el monomando y me mojo la cara, observándome en el espejo; de ese modo veo que justo detrás de mí está la gran bañera, así como un enorme ventanal gracias al que se tiene la sensación de que se está en medio del bosque. Me seco la cara con la toalla y, sin dudarlo, abro el grifo y espero apoyada en la pared de pizarra negra, para que coja la temperatura idónea; entonces pongo el tapón y se llene un poco antes de adentrarme para darme un baño placentero.
Mientras me enjabono el cuerpo, me digo que tengo que ir a casa a por ropa, ni siquiera tengo bragas limpias… y no pretenderá que me pase todo el fin de semana desnuda, me niego, no estaría cómoda. Mañana, en cuanto me despierte, le diré que me tengo que escapar un rato y, si veo que se niega insistentemente, avisaré a Owen para que me traiga algo de ropa. No puedo seguir así, voy a terminar loca.
Suspiro sumergida en lo que tengo frente a mí a través de los ventanales; apenas se ven los árboles, por la oscuridad de la noche, pero sí percibo el movimiento de sus copas debido al viento. Quedo prendada de la visión que tengo delante durante unos minutos, hasta que decido cerrar los ojos y respiro profundamente. El agua tiene la temperatura perfecta y consigo relajarme por primera vez en todo el día; sin darme cuenta, me quedo dormida.
Me muevo y el agua provoca que me despierte; está mucho más fría que antes, y estoy a oscuras, pues las luces están completamente apagadas, aunque no recuerdo haberlo hecho. Me siento y vacío un poco la bañera para poder añadir agua caliente cuando de pronto miro hacia el ventanal. Allí veo a un hombre, justo detrás del cristal, y pego un grito al tiempo que me pongo de pie, con tan mala pata que me golpeo con el grifo en la pierna al salir y me caigo al suelo… cuando las luces se encienden.
—¡Avery! ¿Qué pasa? —Se abalanza sobre mí y me enmarca la cara con las manos, pero tengo el corazón acelerado, al igual que la respiración, por lo que no puedo hablar. Giro el rostro, a pesar de su reticencia, hacia la enorme ventana y la señalo, pero no me hace caso porque en el suelo hay sangre—. ¿Estás bien? —Empieza a revisarme, hasta que me estira la pierna y ve que tengo un corte.
—Había alguien, me estaba mirando…
—¿Fuera? —Asiento con la cabeza, asustada—. Tápate; ven, vamos a la habitación. —Coge la toalla que colgaba justo detrás de él y me ayuda a ponerme de pie, para luego envolverme con ella.
—Me estaba dando un baño…, me he dormido… y, cuando me he despertado, he visto a un tipo que me estaba mirando. Por cierto, ¿habías apagado tú las luces?
—Tranquila, no digas nada más. —Sé que está nervioso, su cara de dormido ha mutado a preocupada. Mientras me acompaña al dormitorio, mira hacia el exterior varias veces, aunque intenta disimularlo, pero no lo logra. Me da un beso en los labios antes de ayudarme a sentarme en la cama… y entonces mi cuerpo comienza a temblar, no sé si por el frío o por el miedo que he sentido durante un momento. Por ello, agarro el edredón de la cama y me lo pongo por encima mientras Sean coge su teléfono y regresa al baño—. Hugh, ven a mi habitación. ¡Ya! —le oigo decir.