Capítulo 22

—Sean, estoy…

—No se te ve nada. No te muevas de aquí.

Dicho esto, se aleja en dirección a la puerta y, cuando me doy cuenta de que va a salir, procuro evitarlo.

—¡No me dejes sola! —chillo; no quiero que se vaya a ninguna parte.

—Sólo voy a abrirle la puerta a Hugh; si no, no entrará. —Asiento justo antes de mirarme y ajustarme mejor la toalla y el edredón, para asegurarme de que no me va a ver nada, mientras él va a su vestidor para coger algo de ropa a toda prisa, antes de dirigirse a la puerta—. Avery ha visto a alguien en el exterior.

—¿Aquí? —Señala el ventanal de la habitación y yo niego, indicándole con el dedo que ha sido en el baño—. Esperen aquí. —Veo cómo entra en esa estancia; va en pijama, seguramente lo he sacado de la cama—. No parece haber nadie, pero voy a hacer unas comprobaciones. Hasta que no les avise, no salgan de la habitación.

—Está bien, mantenme informado.

Sean cierra la puerta, apoya la frente en su superficie y se da pequeños golpes antes de venir hasta mí.

—¿Qué ocurre? —le pregunto, porque comienzo a estar asustada.

—Aún no lo sé.

Su rostro es el mismo que tenía Jeff cuando noté en casa que algo le preocupaba; hasta este momento no he querido averiguar más, pero ya es hora de que lo haga.

—Sean, si pasa algo, yo debería saberlo. —Me mira muy serio; sé que oculta algo y por ello está tan inquieto—. Si no lo haces tú, te aseguro que Jeff me lo dirá. —Tengo claro que eso no le ha gustado nada.

—Al conseguir la patente, nos hemos puesto en contra a muchas personas, pues sin duda pueden perder mucho dinero.

Sé que sus palabras salen con mucho esfuerzo de su boca; no quiere decirme más de lo indispensable, y lo sé porque las medita mucho antes de pronunciar cada una de ellas.

—El negocio petrolero —aclaro. Puedo imaginar a lo que se refiere; Jeff lleva muchos años intentando hacer de este planeta un lugar mejor, pero, para ello, las personas que mueven el mundo deben perder muchos millones. De eso hemos hablado en infinidad de ocasiones antes de que fundara la empresa con Sean—. Pero aún no habéis hecho nada que los perjudique, ¿no?

—Pero lo haremos…

—Y quieren que os asustéis.

—Déjame que te cure esa herida. —Sé que no quiere hablar más del tema y por ello no insisto y permito que se vaya al baño; allí abre y cierra varios cajones antes de volver con una toalla mojada y un botiquín entre las manos—. Te voy a limpiar un poco. —Con la toalla, retira la sangre seca que aún permanece en mi piel y observa la herida, que no es gran cosa, y la desinfecta—. No creo ni que sea necesario, pero por si acaso te pondré estos puntos de papel.

—¿Eres médico?

—Digamos que en mi infancia aprendí muchas cosas.

Se le escapa una carcajada al tiempo que se encoge de hombros y veo cómo, tira a tira, se encarga de que la pequeña señal producto de mi susto se quede en nada.

Justo en ese momento, llaman a la puerta y Sean se levanta rápidamente y sale apresurado, cerrando tras de sí. Estoy tentada a acercarme porque no oigo lo que Hugh le está diciendo, pero no lo hago, pues entrará enseguida y no quiero que me pille.

—Está todo en orden. —Escucho su voz en cuanto vuelve a la habitación.

—¿Y el hombre?

—No hay nadie, en las cámaras no aparece nadie.

¡No puede ser, yo lo he visto! Por ello me he asustado, no me lo he inventado. Supongo que mi rostro le está indicando lo que pienso, porque me abraza y me besa la cabeza antes de decirme:

—Le he pedido a Hugh que envíe las imágenes a la empresa de seguridad, para hacer unas comprobaciones.

—Te prometo que lo he visto; llevaba una sudadera negra con capucha. —Lo miro fijamente y él vuelve a mirar hacia el ventanal; sé que está preocupado—. Sean, ¿me crees?

—Claro que sí. —Me coge de las manos para que vea que efectivamente lo hace—. Pero ahora ya no hay nadie, y es mejor que descansemos. Estás helada.

No sé si voy a poder dormir, la verdad, pero no replico y dejo que me quite la toalla; luego me meto en la cama; él también se tumba y me arropa entre sus brazos durante no sé cuánto tiempo, el suficiente como para que me tranquilice y el sueño comience a aparecer de nuevo.

 

* * *

 

Abro un ojo y no lo veo a mi lado. Ya es de día, pero no sabría decir qué hora es. Me siento en la cama y me tapo con la fina colcha que me cubre las piernas, pensando en lo que ocurrió anoche. No me puedo creer que no aparezca nada en las cámaras de seguridad; lo vi, no me lo imaginé, ya estaba despierta.

Mi ropa está doblada y descansa sobre una butaca que hay justo al lado de la entrada del baño. Me dirijo hasta ella para vestirme, sin dejar de mirar hacia los ventanales… Lo único que diviso son los frondosos árboles que parece que se cuelen en el interior de la estancia. Al tocar la ropa, la noto caliente y, por instinto, la huelo; el olor es diferente, es el mismo que el de su ropa. «Se ha encargado de que la tenga limpia», deduzco, y sonrío por el detalle que ha tenido conmigo mientras decido ir al baño y suspiro al descubrir el estado de mi pelo.

Anoche no me peiné y me acosté con el cabello mojado, por lo que ahora tengo una maraña que va a ser muy difícil corregir. Busco en sus cajones, pero para mi desgracia no encuentro ningún peine, y mucho menos un cepillo o un secador.

Resignada frente al espejo, me visto y decido hacerme un moño alto, porque por suerte siempre llevo un coletero en la muñeca por si en algún momento me canso de llevarlo suelto. Apenas puedo atravesar con los dedos un mechón entero, pero con algo de esfuerzo logro recogérmelo y no parecer una chiflada.

Bajo la escalera y me encuentro a Sean sentado en un taburete de la isla de la cocina, charlando como si nada con Helena y Hugh. Parece que todo está en calma, ninguno de los tres está nervioso, todo lo contrario.

—Buenos días, señorita Avery. ¿Quiere un café? —me pregunta ella.

Hugh, al verme, se levanta de la banqueta donde estaba y se aparta para permanecer en un segundo plano, y Sean me mira de arriba abajo, sonriente.

—Gracias. Si no le importa, sí, tomaré uno con leche.

—Siéntese, ahora mismo se lo sirvo.

Helena va corriendo hacia la cafetera, y yo, tal y como me ha pedido con un gesto de la mano, me acerco a Sean, que continúa escaneándome, y me siento a su lado, donde segundos antes estaba Hugh.

—Hola. —Me muerdo el labio inferior, sin saber muy bien qué más decir; el mero hecho de no estar solos provoca que no me sienta cómoda.

—¿Has dormido bien?

Asiento en silencio y veo cómo acerca el taburete para tenerme más cerca de él y así poder rodear mi cintura y, tras inhalar mi cuello, lo que consigue que se me ponga la piel de gallina, me da un tierno beso en los labios; luego sigue bebiéndose su café, mientras mira las noticias en su teléfono.

—Aquí lo tiene.

Deja la taza delante de mí y, tras una sonrisa, se gira para salir de la cocina.

—Gracias, Helena. —Se da media vuelta y con el simple gesto de agachar y levantar un poco su cabeza, me da a entender que es un «de nada»—. ¿Algo interesante? —pregunto antes de darle el primer sorbo a mi café con leche.

—La verdad es que no, pero aquí delante sí. —Se pone de pie y me agarra de la cintura para subirme a la isla, por lo que tiene que dejar la taza en la isla para no derramar el contenido, y acaricia su nariz contra la mía—. ¡Estás muy callada! ¿Qué ocurre? —Me giro para comprobar que no haya nadie, y él es consciente de lo que me sucede—. Ya se han ido.

Abro mucho los ojos al oírlo.

—¿Les has dado fiesta?

—No los vamos a necesitar. Tenemos la nevera llena y no pienso salir de casa hasta el domingo. Sí, les he pedido que no estén, sé que te incomoda.

—Que haya comida me parece bien, y que no estén, mucho mejor, pero eso de no salir… —Eleva las cejas, pero no dice nada, espera a que continúe hablando—. Necesito ropa, debo ir a mi casa.

Sonríe y coge de nuevo el móvil justo en el momento en el que me pide que espere.

—Necesito algo de ti… —Se aparta el teléfono del oído y con un gesto me indica que la persona que le habla a través de la línea telefónica se está enrollando más de lo que le gustaría—. No es para mí… Femenina… —No entiendo lo que está haciendo—. Talla… treinta y seis. —Abro la boca desmesuradamente; no me puedo creer que esté pidiendo que me traigan ropa—. Espera… la treinta y seis, ¿no? ¿Treinta y ocho?

—¡Cuelga! —le advierto, ante su sorpresa.

—Es mi personal shopper. —¡Cómo no! Pero si quiere que me quede no va a ser a costa de que solucione todos los impedimentos a base de llamadas telefónicas—. Está esperando la talla.

En increíble que no se haya dado cuenta de que no pienso aceptar esa ropa. Le arranco el teléfono y me lo pongo en la oreja al tiempo que él coloca cada una de sus manos en la isla, rozando mis caderas con los brazos, y comienza a besarme el cuello, por lo que tengo que hacer un gran esfuerzo para hablar.

—Hola… —Le doy un golpe con el hombro para que pare, pero, lejos de hacerlo, prosigue, pues le divierte mucho más—. Perdona que Sean te haya molestado, pero no necesitamos nada.

—¿De verdad? Vaya, pensaba que me lo iba a pasar bien esta mañana. —Su contestación me hace reír, sobre todo cuando descubro que la voz es de un chico y no de una chica, como había imaginado.

—Lo siento, otro día será. —Se me escapa un pequeño grito cuando me muerde el pezón con fuerza y le agarro la mandíbula con una mano para que no se pueda volver a acercar—. Gracias de todos modos.

—Espero vuestra llamada —es su despedida.

Le ofrezco el teléfono ante su diversión, pero no lo coge, así que lo dejo en la isla.

—Has decidido estar desnuda.

—He decidido que cojas tu cochazo y me lleves a casa —le vacilo, sonriente, escurriéndome de entre sus brazos y bajando de la isla—. Va, ve a cambiarte, no perdamos más el tiempo.

—¿Lo dices en serio?

¿Aún duda de mis intenciones? No voy a dejar que me compre ropa, a vete tú a saber quién, que le va a costar un dineral, porque el personal shopper no va a ir a un rastro ni a ninguna tienda normalita, ¡oh, no!, se irá a las grandes firmas.

—Muy en serio. O me llevas o me voy, elige.

Como no se mueve, soy yo la que camino hasta el sofá, cojo el bolso que ayer dejé en él y me lo cuelgo al hombro antes de comenzar a andar en dirección a la salida.

—Entendido, nos vamos de compras.

—A mi casa, no necesito comprar nada.

Consigue sacarme de mis casillas, y lo sabe porque se ríe a carcajadas mientras sube hacia su habitación; me aproximo a los ventanales, desde donde veo que en el piso de abajo hay una salida a la piscina.

Sin dudarlo, me dirijo a la escalera para descender hasta allí y saco el teléfono justo cuando llego a la altura de dos tumbonas que hay situadas en un lateral de la piscina; allí marco el número de Owen.

—Buenos días. ¿A qué se debe el honor de esta llamada?

—Como si nunca lo hiciera…

—Desde que te mueves en las altas esferas y te codeas con sus miembros, no.

—Espero que Jeff no esté muy cerca.

—Para tu información, Jeff no está en casa. Ahora mismo está en un spa, relajándose de la tensión del viaje, ese del que ha vuelto con tu amante…

—No lo llames así.

—¿Y cómo quieres que lo haga? Tu marido está ahora mismo tumbado en una camilla, pensando que tú estás en casa, porque eso le he dicho cuando ha preguntado por ti.

—Siendo el amante de mi marido, ¿no se te ha ocurrido una excusa mejor?

Me giro para comprobar que nadie pueda oírme y vuelvo a mirar hacia el horizonte, hacia el agua azul que en este momento tiene el mismo color que los ojos de Sean.

—Y el tuyo; recuerda que el placer a tres es increíble… y creo que empiezas a olvidarte de lo que se siente. Dudo que Sean pueda igualarlo.

Lo supera, pero eso no se lo voy a decir.

—Quiero que, después de ese masaje, lo invites a comer fuera y volváis tarde a casa. Tengo que ir a buscar cuatro cosas, porque hasta el domingo no volveré.

—Avery, no voy a poder encubrirte siempre…

—Lo sé. Hablaré con él, te lo prometo…, pero dame hasta el domingo —pongo voz de súplica; es la única persona que ahora mismo me puede ayudar.

—A partir del domingo, olvídate de que existo, estarás sola.

—De acuerdo. Te quiero —termino de decirle esas palabras y, sin darle tiempo a responder, finalizo la llamada. Justo entonces oigo el sonido de llamada de mi teléfono y veo escrito el nombre de mi madre. Tengo que cogerlo o llamará a Jeff—. Hola, mamá.

—Por fin me contestas a la primera, ¿seguro que estás bien?

—Claro que lo estoy. —Me acomodo en una tumbona—. El trabajo va fantásticamente, tengo nuevos clientes y estoy feliz…

Noto sus manos acariciarme las mejillas y alzo la cabeza, para verlo con gafas de sol. Siento que me quedo sin saliva y estoy a punto de ahogarme, está impresionante.