Capítulo 23

—No sé por qué os tuvisteis que mudar tan lejos, de verdad.

Mi madre no se acostumbrará jamás, eso lo tengo claro.

—La vida es así. A veces ocurren cosas que debemos aceptar —replico al tiempo que me pongo de pie y me acerco a él, sin importarme que sepa con quién hablo.

Él me analiza; sé que está intrigado, desea saber quién es mi interlocutor.

—Eso es lo que dice tu padre.

—Pues, si los dos te decimos lo mismo, será porque tenemos razón. —Sean se aproxima y me besa el cuello, al tiempo que sus manos lo rodean. Le encanta ponerme en aprietos mientras converso por teléfono—. Mamá, te quiero mucho; lo sabes, ¿verdad?

De repente deja de besarme para mirarme y encojo los hombros cuando él sonríe con lascivia, agarra mis caderas y frota su miembro contra mí; cómo no, está duro como una piedra, con el miembro enjaulado en sus pantalones.

—Ya me vas a colgar… Siempre me dices que me quieres para que no hable más.

—Tengo que irme, me están esperando. Te prometo que muy pronto iré a verte.

—Eso espero. Cuídate, hija, por favor.

—Ya lo hago. Dale un beso a papá de mi parte. —Finalizo la llamada y me quita el teléfono de la mano para dejarlo sobre una de las tumbonas; luego me lleva en brazos hasta la mesa de teca que hay a un par de metros de nosotros, para sentarme en ella—. Era mi madre.

—Lo sé —me levanta la camiseta y deja al descubierto mi sujetador—, pero ahora me apetece cuidarte… —dicho esto, pasa la lengua por mi barriga y me encojo de placer—… aunque, después de chafarme mis planes de tenerte para mí solito, creo que te voy a castigar un poco.

—No serás capaz… —Lo agarro de las manos y lo acerco a mí para besarlo. No quiero que pare, ahora quiero que acabe lo que ha empezado, pero el muy canalla no tiene intención alguna de hacerlo—. Sean…

—¿Lo tienes todo? —Abro la boca desmesuradamente y él sonríe y me estira de la mano por el jardín, en dirección al interior de la vivienda—. ¿No querías ir a tu casa? Pues vámonos ya. Hugh lo ha preparado todo y ha dejado el coche en marcha.

—Eres un provocador…

—No más que tú —me responde justo cuando voy a subir el primer escalón de la escalera; sin embargo, me obliga a detenerme y, tras atraparme contra la pared, me besa—. Y cuando volvamos te vas a enterar de lo que significa llevarme la contraria.

—Estoy deseando regresar.

Tengo claro que estoy jugando con fuego, pero no me importa. Provocar a Sean es asegurarme sexo, y no puedo negarme a él, no sabiendo lo que me hace sentir cuando estoy entre sus brazos.

Tras recoger mis cosas y llegar luego al parking, donde, como me había dicho Sean, nos espera el deportivo con el motor encendido y la puerta de acceso abierta.

—¿Quieres conducir? —Lo miro, alucinada. ¿En serio me va a dejar hacerlo? Este coche vale un pastón, más de lo que gano en medio año con mi trabajo, así que no voy a tentar a la suerte—. Te da miedo.

—Prefiero que me lleves tú.

—Algún día me tendrás que explicar lo que te ocurrió en un coche.

Volver a recordarlo me provoca un escalofrío; dudo que vuelva a conducir tras lo que viví.

No le respondo, no quiero hablar de ello; me limito a esperar a que las puertas del vehículo asciendan y luego me siento a su lado, consciente de que tengo vía libre para ir a mi casa sin que Jeff pueda pillarme con él.

Pisa el acelerador y sale derrapando, provocando que tenga que ahogar un grito y cerrar los ojos al tiempo que me agarro al asiento con todas mis fuerzas, sabiendo que él se lo está pasando bomba a mi costa, aunque no los abro hasta que siento que vuelve a conducir como una persona normal.

—Si quieres terminar conmigo, hazlo ya, pero, por favor, no conduzcas así.

—El día que quiera terminar contigo, lo haré a polvos. —Me giro para que me mire directamente a los ojos, pero no lo hace. Sabe perfectamente que lo estoy esperando, pero se resiste hasta que se detiene en un semáforo y se vuelve hacia mí—. Qué mejor final que ése, ¿no?

—Puede que seas tú el primero en morir de placer.

—Si sigues como hasta ahora, te puedo asegurar que llegará el día.

Posa una mano sobre mi muslo y continúa la marcha, ahora a una velocidad más reducida, y así continúa hasta que llegamos a mi portal.

Por instinto, miro hacia la ventana de Jeff y compruebo que las luces están apagadas, aunque ya lo sabía. Sean se detiene en una zona de aparcamiento y espero que eleve las puertas para salir, consciente de que la mitad de los que están cerca nos están mirando. ¡Como para no hacerlo, el coche de Sean no es nada discreto!

Rebusco dentro de mi bolso en busca de las llaves a pesar de saber que están en el pequeño bolsillo interior, pero es la primera excusa que se me ha ocurrido para ocupar mis manos y no tener que aceptar la suya, evitando así que ninguno de mis vecinos tenga carnaza para el cuchicheo; bastante hemos dado ya que hablar entrando y saliendo con Owen.

—Aquí. —Le muestro las llaves y sonríe; meto la del portal, la giro y la puerta se abre.

Como tengo por costumbre, no cojo el ascensor, porque sólo hay que subir una planta; lo cogemos exclusivamente cuando vamos al subterráneo, en busca del coche de Jeff, o cuando vamos muy cargados.

Lo guío hasta que llegamos a mi puerta y se para de repente, con la vista fija en la puerta de Jeff, y sé qué se está preguntando.

—Ésa es la casa de Jeff —afirma.

No tenía la menor idea de que había estado allí; es más, Jeff jamás me lo ha comentado… y eso sí que me extraña, porque puedo entender que no quisiera presentarme a su socio, pero es que casi nunca ha hablado de él.

—¿Se comunican ambos lofts por dentro?

Sabe que no es así y ya no dice nada más; es evidente que no le ha gustado nada saber que su socio, ese que no sabe que es mi marido, vive justo enfrente de mi casa; no le ha hecho ni pizca de gracia.

—¿Entras o te quedas fuera? —Como veo que duda, lo dejo atrás y me adentro en mi loft. Me da la sensación de que hace días que no he estado aquí, cuando en realidad ayer mismo salí de casa para ir al trabajo—. ¿Quieres beber algo? —le pregunto en cuanto cierra la puerta y aparece delante de la isla.

—No, estoy bien. —Abro la nevera, cojo la botella de agua y me lleno un vaso, que me bebo de un trago. Estaba seca—. Es muy bonito, la verdad.

—¿Pero…?

Sé que no lo está diciendo todo y espero, impaciente por conocer su sincera opinión, porque lo cierto es que a mí el loft me encanta. Cuando lo vi, me enamoré de él, pero sé que no es un hogar para toda una vida.

—Es pequeño.

—Comparado con tu casa, sí, lo es. —Se sienta en el taburete de la isla y me acerco a él, esta vez en mis dominios; me cuelo entre sus piernas y lo abrazo por el cuello—. Pero no está mal, ¿verdad? —Niega con la cabeza y acepta mi beso—. ¿Me acompañas arriba y recojo mis cosas?

Se pone de pie y, agarrados de la mano, subimos la escalera que nos lleva a mi habitación, desde la que se puede ver todo el espacio al completo, ya que está abierta a la planta baja. Entro en mi vestidor, pillo una pequeña maleta de mano, la abro, la coloco sobre la cama y empiezo a meter ropa para dormir; la más sexy que tengo… íntima, la última que me compré, de satén, y un par de mudas de ropa, una informal y otra formal, por si acaso decidimos abandonar en algún momento su cueva. Cuando voy a salir, recuerdo algo que me hace sonreír, aunque él ni se da cuenta, porque está apoyado en la barandilla, sin prestarme atención. Voy al vestidor de nuevo y, tras esconderlo bajo mi camiseta, lo guardo con disimulo en la maleta. Luego voy hasta el baño, para coger mi neceser con maquillaje y utensilios básicos.

—Pensaba que no querías venirte conmigo y resulta que te mudas.

—No te confundas —se me escapa la risa y él me analiza desde su posición—, esto sólo son imprescindibles.

—Ajá.

—Y van a volver conmigo el domingo.

—Lo entiendo. —Levanta las manos y me indica que pase delante, pero le hago un gesto para que lo haga él primero y empiece a descender, no sin antes coger la maleta para cargarla él—. ¿No bajas conmigo?

—Me cambio y voy. —No pienso llevar la misma ropa del día anterior, así que elijo un vestido muy fresquito, una rebeca y unas botas de tacón bajo, y, una vez lista, me reúno con él—. Y, ahora, ¿a dónde vamos?

—Ya veremos.

Eso sí que me sorprende, pues tenía entendido que íbamos a encerrarnos en su casa, pero parece que va cambiando su plan conforme pasan las horas y eso me gusta… mucho, a decir verdad.

—Pues vámonos.

Me mira de arriba abajo y clava los ojos en mis piernas a la vez que esboza esa sonrisa lasciva y oscura que sólo él consigue poner, con la que me vuelve loca. He seguido su norma número uno: fuera impedimentos. Sean aún no sabe que mi maleta sólo contiene vestidos, tal y como a él le gusta y, para qué engañarnos, a mí también. Me encanta que pueda tocarme en cualquier momento y lugar.

Arranca el motor y enfila en dirección contraria a su casa, pero no pregunto. Quiero dejarme sorprender, que me lleve donde le apetezca. Tal y como esperaba, su mano se cuela por debajo de la tela de mi falda, cuando mi teléfono comienza a sonar.

Sean me mira mientras rebusco en el bolso. Por fin lo encuentro, miro la pantalla y veo que es mi hermano. Dudo entre cogerlo o no, pero, si no lo hago, Sean sospechará.

—Hola, hermanita.

—Hola, Liam. ¿Estáis por la ciudad de nuevo? —Tengo que cerciorarme de si debo preocuparme de algo más o puedo estar tranquila.

—Qué va, lo hemos dejado.

—Me alegro, era una idiota. Lo siento, hermanito, pero esa chica no te convenía —le digo como si nada, y comienza a reírse a carcajadas; supongo que Sean puede oírlas, porque él también sonríe.

—Estaba muy buena, ya está.

—Eso no lo es todo, y lo sabes.

—¿Y me lo dices ahora? —Sigue tronchándose de risa, así que me queda claro que no está afectado para nada y me alegro por ello, porque lo vi demasiado perro faldero de aquella mujer—. Me ha dicho mamá que vas a venir.

—No sé cuándo… Ha sido para salir del paso; es muy pesada.

Sean conduce como si no estuviera oyendo nada; supongo que respeta mi intimidad y se lo agradezco.

—En cuanto logre hacer un hueco en mi agenda, iré, os lo prometo. ¿Querías decirme algo?

—Eso espero. No, estaba aburrido, sólo eso.

—¿No tienes ningún ligue que te distraiga? —Soy muy mala, lo sé, pero es que Liam siempre ha tenido cientos de novias, nunca ha estado más de dos días sin conocer a una chica u otra—. De todas formas, te abandono, que yo sí estoy ocupada… Te quiero… adiós…

No le doy opción a responder, porque Liam, normalmente, termina dándome recuerdos para mi marido y, estando en el coche, lo último que quiero es que pronuncie esa palabra. Dios, qué difícil va a ser ocultar durante mucho tiempo mi relación matrimonial con Jeff; va a resultar casi imposible que cualquier día de éstos uno u otro no se entere de la verdad.

—¿Tu familia es tan pesada como la mía?

—No tengo familia.

Me giro en su dirección, porque no puedo creer lo que acaba de soltar; es imposible que no tenga ningún familiar cercano.

—¿Algún familiar tendrás?

Se tensa, lo noto por cómo ejerce más fuerza en su agarre del volante, pero ahora ha despertado toda mi curiosidad.

—Sí, pero no tengo relación con ninguno; el tiempo nos ha distanciado.

Sé que está midiendo sus palabras, y que en el fondo de esa frase se esconde una pena terrible, porque algo muy gordo debe de haber pasado para que no se hable con ningún miembro de su entorno familiar.

—El tiempo lo cura todo.

—Eso dicen —zanja la conversación como si nada y se adentra en un parking público para dejar el vehículo bien aparcado en el centro de Vancouver—. No tardaremos mucho, tengo que cerrar una cosa.

—¿Trabajo? —¡No me lo puedo creer!

No responde, baja del coche y lo rodea para ofrecerme la mano y ayudarme a salir de él.

Cuando estoy de pie y voy a seguir su camino, se detiene de repente y me atrapa entre su cuerpo y el deportivo para besarme.

—Llevo todo el maldito trayecto mirando estas piernas y me estoy volviendo enfermo… —Se lanza a besarme, colando su mano bajo mi falda, sin importarle que la esté levantando y que cualquiera que pase lo puede ver—. Vas a tener que compensarme muchas cosas hoy.

Esta vez soy yo la que cuelo mi mano por dentro de su polo negro y acaricio cada uno de sus abdominales.

—Dicen que sirven para lavar la ropa, aunque yo creo que tienen un mejor uso. —Mi frase le hace gracia.

—Ah, ¿sí? Estoy deseando saber cuál es.

—Tendrás que esperar a esta noche. —El color de sus ojos se oscurece, y se me escapa la risa cuando nos giramos y vemos a un matrimonio de avanzada edad negando con la cabeza al vernos en una situación tan íntima—. Creo que es mejor que vayamos a cerrar eso tan importante que no puede esperar a mañana.

Lo cojo de la mano y, a regañadientes, sigue mis pasos hasta la puerta que nos conduce al exterior. Agarrado de mi cintura, me guía por las abarrotadas calles hasta que llegamos a una pequeña tienda que me sorprende.

—¡No me lo puedo creer, Sean Cote en persona!

—De vez en cuando me dejo caer por los sitios —bromea, y se chocan la mano, pero el dependiente, no contento con eso, lo abraza, sobándolo de arriba abajo sin que él se queje; no noto que le moleste.

—El otro día pasó por aquí Andrew y le pregunté por ti; deberías haber venido antes.

—He tenido mucho lío —se justifica sin ofrecer más detalles, y da un paso atrás, quedando detrás de mí—. Marc, te presento a Avery.

—Encantado, una buena percha. —Me mira de arriba abajo con todo el descaro del mundo—. Una treinta y seis, y noventa…

Elevo las cejas intentando no ser desagradable, pero no me hace ni pizca de gracia que una persona que no me conoce de nada me describa según mi talla de pantalón o de pecho.

—Lo quiero todo negro brillante y blanco, ya lo sabes.

—Ahora ya no tengo dudas, es la mejor elección. —Le hace darse la vuelta y Sean accede, hecho que me sorprende, ya que no me encaja, aunque, si es su personal shopper, estará acostumbrado a ello—. Ya podéis iros, que tengo mucho trabajo.

—Que tengas un buen día.

Ciao, bella.

Salimos del establecimiento y me lo quedo mirando bastante alucinada, incrédula por el momento que acabo de vivir.

—¿Necesitas un traje?

—Tengo un evento en un par de semanas y, sí, necesito uno. Marc es el mejor diseñador.

—¿Es diseñador? —Eso sí que me asombra; pensaba que era un mero dependiente que se encargaba de vestir a los clientes—. ¿Es el mismo a quien has llamado esta mañana? —Asiente con la cabeza, como si fuera lo más normal del mundo, y me paro de pronto, ante su desconcierto—. ¿Pensabas traerme ropa de un diseñador para un fin de semana?

—Qué más da de dónde sea.

No puedo entenderlo. ¿Tanto dinero tiene? No me entra en la cabeza que, por muchas inversiones que haya hecho en su vida, su economía sea tan dispar a la de Jeff.

—Si piensas que voy a aceptar ese tipo de regalos, lo tienes claro. Yo no soy una persona que necesite obsequios caros. Es más, prefiero un detalle hecho con el corazón que una joya que me dé miedo ponerme por la calle por si me la roban.

—Tomo nota.

¿Toma nota? Este hombre no tiene solución.