Me despierto y siento que todo me da vueltas; anoche me pasé bebiendo el maldito vino rosado. Miro hacia su almohada y compruebo que no está a mi lado; supongo que se habrá despertado hace un rato y ya habrá bajado al salón. Me pongo de pie y me dirijo al baño; de camino veo tirado por el suelo mi carísimo conjunto de Victoria’s Secret… Nunca imaginé lo mucho que daría de sí. A punto estuve de conseguir un sí por su parte, pero el muy canalla no terminó de ceder, aunque al menos gané una noche de sexo sin límites.
Sean, en la cama, es una bestia, una que tiene un control sobre sí mismo que me sorprende de verdad, al contrario que yo. Cuando está en mi interior, sólo quiero más, y no puedo ni pensar, sólo busco mi placer, el suyo, el nuestro, pero no podría contenerme como hace él.
Abro el grifo de la ducha mientras me miro al espejo; me agrada lo que veo: tengo el rostro sonrosado y un brillo en la piel que pocas veces he detectado. Supongo que ahora mismo me siento tan afortunada y feliz que mi cuerpo lo expresa igual que hago yo con esta sonrisa que se dibuja en mi rostro. Toco el agua y me adentro bajo la cascada, que logra relajar cada uno de mis músculos.
Cojo el gel de baño que me traje el día anterior y comienzo a acariciar cada centímetro de mi cuerpo, consiguiendo dejar la mente en blanco durante un buen rato, hasta que decidido enjabonarme el pelo y aplicar un poco de mascarilla, así que cuelo mis dedos en la gran melena rubia que tengo y estiro mechón a mechón, intentando que se hidrate y se desenrede. Poco a poco el agua aclara mi cabello y finalmente decido salir para ir a comer algo; tengo el estómago vacío y no sé ni qué hora es.
Abandono el baño y me pongo un vestido camisero cruzado con cintura anudada y estampado geométrico muy sencillo, aunque, desde que lo vi, me enamoré de él. Viendo el escote en forma de uve que muestra lo justo, pero deja espacio a la imaginación, sé que a Sean le va a encantar. Me polvoreo un poco el rostro, me aplico la base de rímel en las pestañas y me dirijo a la planta de abajo, pero allí tampoco está, no hay rastro de él.
Desciendo una planta más para comprobar si está en su despacho, pero tampoco doy con Sean, así que subo hasta la cocina, donde ahora encuentro a Helena.
—¿Tiene hambre, señorita Avery?
—Un poco… —Me siento en un taburete de la isla y veo cómo me sonríe—. Helena, ¿sabe dónde está Sean?
—Ah… —duda, y luego pasea por la cocina sin responder—. Los domingos suele salir a correr a esta hora. Mire, ahí lo tiene.
Aparece a mi izquierda, muy sudado, sin duda viene de hacer deporte. Se quita los auriculares de los oídos y me mira de arriba abajo, sonriente.
—Buenos días. Estás preciosa hoy.
Se acerca para darme un beso, pero sin tocarme mucho, porque realmente está completamente empapado en sudor. Cuando dirijo la mirada hacia Helena, nos está observando, sonriente, tan embobada que me sonrojo.
—Ve a darte una ducha y así os hago tortitas a los dos. —Helena lo apremia como si fuera su hijo, y él asiente con la cabeza mientras retrocede hasta la escalera sin dejar de mirarme hasta que el muro le entorpece mi visión—. Hace buen día, ¿quiere que prepare la mesa del jardín?
—Claro, lo que crea que es mejor —le respondo sin saber muy bien si Sean preferirá dentro o fuera.
—Bueno, bueno, no me trates de usted, que ya nos conocemos un poco y, además, me haces sentir más mayor. Para mí Sean es el hijo que no tuve, así que, si al final vas a venir mucho por aquí, te convertirás en la hija que tampoco pude tener.
—¿No tienes hijos? —Intento saber un poquito más de ella; me parece una mujer tan abrazable que, si tuviera un poco de confianza, lo haría sin duda alguna.
—No… El embarazo no fue bien y tuvieron que intervenirme… En el quirófano se quedaron mis ilusiones de ser madre. —Me rompe el alma saber lo que le ocurrió. Qué vida tan injusta, seguro que sería una madre increíble—. Así que tengo que cuidar a mi único chico. —Me guiña un ojo mientras coge todo lo necesario para poner la mesa exterior.
—Te ayudo.
—No, por favor, puedo sola.
—Lo sé, pero me siento inútil viendo cómo me lo haces todo. —Le cojo la bandeja y ella abre un cajón del que saca un mantel gris oscuro; a continuación las dos bajamos la escalera—. Si mi madre me viera sin echarte una mano, me reñiría muchísimo.
—Es mi trabajo, y no me importa en absoluto; es más, quiero que mi ayuda sirva para que seáis más felices.
—Quieres mucho a Sean, ¿verdad? —Asiente mirando hacia arriba, supongo que comprobando que no nos puede oír—. ¿Y sus padres?
—Hija, ese tema es muy complicado; sólo él puede responderte.
—Sí, perdona, no pretendía incomodarte; ya me ha dicho que no tiene relación con la familia.
No quiero que piense que pretendo aprovecharme de ella para obtener información; todo lo contrario, lo que quiero es ser educada.
—La vida, a veces, es muy dura con las personas que no se lo merecen, pero supongo que eso ya lo sabes.
Interiorizo sus palabras, porque con ellas me está diciendo más de lo que parece.
Llegamos a la mesa y dejo la bandeja a un lado para ayudarla a estirar el mantel y colocar los cubiertos en su sitio, hasta que ella, con un gesto, asiente con la cabeza, convencida de que todo está listo. Cuando creo que se va a marchar, se gira y me pregunta:
—¿Sirope de caramelo?
—¿Chocolate negro? —Pongo cara de que me sabe mal no aceptar lo que me ha ofrecido, pero el caramelo me empalaga demasiado—. Si no hay, no te preocupes.
—Creo que puedo solucionarlo. —Sonríe, pensativa, y se marcha, dejándome en el gran jardín sin saber muy bien qué hacer.
Por suerte me he bajado el teléfono, así que le envío un mensaje de WhatsApp a Zoé con la intención de entretenerme un poco mientras Sean termina y se reúne conmigo.
Hello, ¿estás por ahí? Estoy pasando el fin de semana en su casa.
Automáticamente veo que su estado cambia y los dos tics cambian al color azul cuando lo lee.
Lo tuyo va en serio, ¿verdad?
Cómo quieres que lo sepa… Sólo sé que todo él es impresionante.
¿Y Jeff? Tía, estás casada, y…
Ya lo sé. Hoy voy a hablar con Jeff, debe saber que salgo con alguien…, es lo mínimo.
Lo entenderá, él se muere por Owen.
Estamos hablando de su socio. ¿Lo entenderá? Yo creo que me va a matar. ¿Qué tal con el arquitecto?
Sin palabras, lo mejor que me podía haber pasado.
A ver si venís y lo conocemos. Me encantaría.
Muy pronto.
Helena vuelve con dos platos, y tengo que contenerme para no lanzarme sobre una de las tortitas que ha preparado. Mi teléfono suena de nuevo, seguro que Zoé me ha contestado, así que leo de refilón su mensaje, que me hace sonreír.
Te llamo la semana que viene. Estoy muy, pero que muy, ocupada. Kiss.
—Espero que te guste, era el único chocolate que tenía. A Sean no le entusiasma, sólo lo quiere blanco. —Dice que no repetidas veces con la cabeza, sonriente.
—Y, el sirope de caramelo, ¿sí? —Nos miramos y sonreímos. Él aparece a su espalda y yo lo observo de arriba abajo.
Lleva puestos unos vaqueros oscuros y una camiseta de manga corta, blanca, y así de sencillo está espectacular, sobre todo porque no se ha afeitado la barba de varios días que le hace estar más sexy… si es que se puede elevar su categoría de adonis perfecto.
—Comed, que se enfrían. —Helena me guiña un ojo y, cuando se gira para irse, recibo una cachetada en el culo.
—¡Oye! —lo amonesto al tiempo que me toco la nalga, porque se ha pasado bastante—. Un poco más de delicadeza, por favor.
—¿Así? —Me gira para tenerme frente a él y me levanta el vestido para acariciarme, pero yo sigo con cara de molestia; no me gusta que me golpee tan fuerte, y menos así de improviso—. Lo siento.
—Eso me gusta más. —Le lanzo una mirada mientras le sonrío y ahora es a él al que se le escapa una carcajada—. Y, si no te importa, no quiero que se enfríe mi tortita. —Me siento en la silla y, observada por él, cojo mi tenedor y mi cuchillo y, al cortar la tortita, veo cómo las virutas de chocolate se deshacen y me llevo un pequeño trozo a la boca—. ¡Dios, mío! Esto está buenísimo.
—No lo dudo.
—¿Quieres probarla? Ah, no, que tú eres más de caramelo pringoso y empalagoso.
Sé que le ha sorprendido mi contestación, porque esa información me la ha facilitado Helena, no él. Me dispongo a darle un nuevo mordisco a la tortita cuando atrapa mi mano y se lleva el tenedor a la boca.
—No está nada mal, pero las mías están más buenas.
Se sienta a mi lado y, tras cortar un pedazo de una suya, en vez de comérselo me lo ofrece y, aunque no me apetece en absoluto, soy educada y me lo meto en la boca, sintiendo la textura del caramelo… y confirmando que no me gusta.
—Me quedo con el chocolate. —Seguimos desayunando cuando veo que aparece Helena y no lo dudo un instante—. Están riquísimas, las mejores que he probado.
—Me alegro de que te gusten, Avery. Sean, ya lo tienes todo listo; si no necesitáis nada más, me voy.
—Puedes irte, está todo bien.
Se despide diciendo adiós con la mano y, como siempre, de forma sigilosa desaparece escaleras arriba.
—Después de desayunar me gustaría irme a casa; quiero hacer unas cosas para el trabajo de mañana. —Sé que no está de acuerdo, pero no dice nada, se limita a terminarse la tortita—. Sean, ¿me has oído?
—No pienses en eso ahora.
—No puedo desatender mi trabajo.
Necesito que me entienda, que comprenda que, cuando estoy con él, mi mundo se para, pero que, como siga así todos los días, mi economía se resentirá y me iré a la ruina, y no puedo consentirlo.
—Te llevaré cuando quieras.
—Gracias. —Pierdo la vista en la piscina y pienso en lo bien que estaría bañándome en ella si fuera verano; aún quedan unos meses y, aunque la temperatura es seca y cálida, todavía no lo es lo suficiente como para darme un chapuzón—. ¿La usas a menudo?
—Menos de lo que podría, suelo trabajar todo el tiempo.
—¿Y qué haces para divertirte? —Parece que mi pregunta lo ha pillado desprevenido, porque me mira fijamente, dudando sobre qué responder—. Saldrás con amigos… ¿Andrew?
—Andrew son negocios, básicamente.
No me lo puedo creer. ¿Habrá algo en su vida por lo que esté dispuesto a dejar de pensar en su empresa y sus inversiones?
—Tendrás algún hobby, ¿no? —insisto, porque quiero saber un poco más de él.
—Hundir a las compañías petroleras; desde hace años, ésa es mi única diversión.
Lo peor de todo es que veo cómo disfruta al decir eso mientras sonríe. Realmente parece que su única diversión es trabajar.
—¿Y mujeres?
Imagino que por esta casa habrán pasado demasiadas y, aunque no estoy muy interesada en conocer la verdad, sí que me gustaría que fuese sincero conmigo.
—Estás tú.
—Ahora, sí, pero me refiero a antes.
—Nada digno de mención.
No va a soltar prenda, me lo está dejando claro por cómo le resta importancia a mi pregunta; parece que para él no tenga ninguna, y no necesito que me confirme lo que ya sé a ciencia cierta. El caso es que, siendo como es, seguro que no tiene ningún problema a la hora de tener a la mujer que quiera.
Me pongo de pie y me dispongo a recoger los platos, pero su mano lo impide y se pone frente a mí, apenas a unos centímetros, agarrando mi cintura y mirándome de arriba abajo.
—Me gusta este vestido, es muy… —se muerde el labio inferior al tiempo que ladea la cabeza para mirarme mejor—… provocativo. Desde que te he visto, he sentido la necesidad de volver a hacerte mía. ¿Qué estás haciendo conmigo?
—¿Yo? Eres tú el que, con tu provocación, estás consiguiendo poner mi vida patas arriba.
Es lo que está ocurriendo exactamente en este momento, sin buscarlo ni pretenderlo, sin ni siquiera darme cuenta de que estoy inmersa en una espiral de sensaciones y no sé si voy a salir disparada y me voy a dar la hostia más grande de mi vida, pero, cuando lo miro como lo estoy haciendo ahora, siento que merece la pena todo lo que tenga que llegar.
—Eres mía, no voy a permitir que nadie pueda probar esto. —Acerca sus labios a los míos y los roza antes de adentrar su lengua en mi boca, a la vez que me abraza con todas sus fuerzas y me eleva del suelo. Lo beso del mismo modo, porque sus besos son lo único que me importan aquí y ahora—. Nadie.
—Con una condición —se me escapa la risa y apoya su frente contra la mía para escucharme—: vas a venir con el resto del personal a esa salida; vas a sonreír a tus empleados e incluso vas a hablar con alguno de ellos, no te pido con todos.
—No vas a rendirte, ¿verdad?
—No.
—¿Y si me niego a hacerlo…?
Sé que estoy a un pasito de nada de conseguirlo y me la tengo que jugar; debo sacar mi as bajo la manga si quiero romperle los esquemas y que acepte.