Capítulo 26

—Pues me iré a dar un paseo, para hacerle una visita a tu amigo Andrew en su local. Por lo poco que te gusta esa idea, deduzco que allí podré experimentar muchas sensaciones… nuevas, ¿no es así?

—No te dejarán entrar, ya lo oíste.

—¿Estás convencido de ello?

—¿Serías capaz de desobedecerme? —Asiento, satisfecha; sabe que voy en serio… y, si tuviera que hacerlo, lo haría sin dudarlo un segundo—. ¿Sólo se trata de ir a esa dichosa excursión, una sola vez, y después podré volver a ser yo?

—Será sólo un día… y luego dejaré que mandes esos mails tan inapropiados. —Suspira, resignado pero divertido con la conversación—. Te lo estoy poniendo muy fácil, no puedes quejarte.

—Y esa misma noche te follaré donde quiera. —Me aparto un poco, para analizar lo que realmente está omitiendo—. ¿No confías en mí? —Me besa el cuello y consigue ponerme la piel de gallina.

—Está bien.

—Trato hecho, entonces.

Me da un beso en los labios y comienza a dar giros sobre sí mismo hasta que nos caemos a la piscina.

Cierro los ojos con fuerza cuando me adentro en el agua, esperando que no esté helada; para mi sorpresa, y no sé cómo no lo había pensado, ésta está caliente. La piscina está climatizada. Cuando emerjo, lo busco con la mirada, pero no lo encuentro; está sumergido, y lo sé porque me agarra por los tobillos, tira de mí hacia abajo hasta que estamos a la misma altura y comienza a besarme mientras ascendemos juntos a la superficie.

—Me vuelves loco. —Me coge de las caderas y me alza hasta que mis pechos quedan justo delante de sus ojos—. Creo que a partir de hoy le voy a dar más uso a esta piscina.

Rodeo su cintura con mis piernas y me dejo llevar por la fuerza de sus brazos, que me sostienen por encima de él, quien está mordiendo mi vestido para lograr acceder a mi pezón, ya duro como una piedra y no por la excitación que siento en este instante, sino porque, aunque el agua esté caliente, el aire del exterior parece mucho más fresco al estar mojada y comienzo a temblar.

—¿Tienes frío?

—Un poco. —Me deja caer para que me sumerja y cierro los ojos, agradecida por volver a sentir el calor—. ¡Me has tirado al agua vestida! —me quejo entre risas cuando vuelvo a sacar la cabeza, provocando que se ría a carcajadas.

—Estás impresionante con el vestido adherido a tu cuerpo.

Le mojo la cara en señal de protesta y él me hunde, estrechándome entre sus brazos, hasta que emergemos de nuevo y me lleva hasta el borde para besarme con más comodidad.

—Será mejor que te traiga una toalla; espera, tienes los labios morados. —Los atrapa entre sus dedos y vuelve a besarlos antes de impulsarse con los brazos para salir del agua y, a toda prisa, ir a por un par de toallas de un armario que hay al lado de la barbacoa; hecho esto, vuelve con paso seguro hasta donde le espero. Me ayuda a salir para luego rodearme con ella—. Vamos dentro.

—Sécate tú también. —Me paro de repente para que lo haga, pero me coge de las piernas y me carga sobre su hombro hasta que sube conmigo a cuestas hasta llevarme al baño de su habitación.

—Voy a secarte —insiste, pero no tengo intención de dejárselo hacer; ahora me toca a mí y quiero que, por una vez, me permita hacer lo que deseo hacer.

—No: ahora vas a ser tú el que me vas a dejar a mí. —Me quito la toalla, que está empapada, la lanzo al borde de la bañera, le desabrocho los pantalones y se los bajo por las piernas—. Levanta. —Le doy un toque en un tobillo para que lo alce y me hace caso, así que, después de repetir ese gesto con el otro tobillo, puedo quitárselo y los dejo en el suelo. Después, desde mi posición, le quito los calzoncillos y, tras obligarme a ponerme en pie, le levanto la camiseta y lo dejo completamente desnudo. A continuación, es él quien se encarga de retirarme las prendas, que están pegadas a mi cuerpo y están provocando que me hiele, para luego abrir el grifo de la ducha y dejar que el agua corra y alcance la temperatura que necesitamos.

—Ahora entrarás en calor —mi cuerpo está temblando como un flan; tirarme a la piscina ha sido la peor de las ideas—, ven.

Tira de mí para que lo siga bajo el chorro de agua caliente, que agradezco enormemente, al tiempo que me abraza y apoyo mi rostro en su pecho; entonces veo justo delante de mis ojos la gran cicatriz que tiene en la axila, que acaricio con un pulgar.

—¿Algún día me explicarás cómo te la hiciste? —Sabe perfectamente a qué me refiero, porque tensa todo su cuerpo—. Si no quieres hacerlo, lo entenderé. —Intento que no se sienta presionado, es lo último que deseo ahora.

Me separo de él para coger la esponja, vierto un poco de gel de baño en ella y la espachurro contra su pecho para comenzar a frotarlo ante su atenta mirada. Me encanta cuando me deja hacer lo que me apetece, sin rechistar; éstos son los momentos que más valoro de nuestra pasión, porque no todo es el sexo duro que me ofrece, también recibo una cercanía, una sensación de que, sin hablar, se abre a mí, que descoloca mi enamorado corazón.

Deslizo la esponja por su vientre y me detengo justo cuando llego a su vello púbico. Sé que, como lo roce un instante, no va a poder detenerse y me va a empotrar contra la fría pared de pizarra, así que, arrancándole un gruñido en señal de protesta, vuelvo a subir hasta cubrirle de jabón el cuello; luego me pongo de puntillas para darle un casto beso que me sabe a gloria.

—Como sigas así, te voy a atar a la cama y no dejaré que te vayas.

Abro la boca excesivamente y me aparto unos segundos para retarlo.

—Ni se te ocurra o te juro que no me volverás a ver el pelo nunca más.

—Bueno, sin atarte. —Me quita la esponja de las manos y se encarga de enjabonarme el cuerpo—. Avery, no te imaginas lo mucho que te deseo.

—Tengo una ligera idea —me burlo, y recibo una cachetada por su parte—, pero me vas a dejar marchar.

—Me lo estoy pensando —replica, y niego con la cabeza, divertida. Este hombre está loco de verdad, y lo peor de todo es que creo que sería capaz de dejarme atada a la cama.

—Ibas a aceptar desde un principio mi idea de la salida con los empleados, ¿verdad? —le planteo, y su forma de sonreír me lo confirma; el muy provocador sólo ha estado jugando conmigo, sabiendo que no necesitaba que lo convenciera.

—Me ha parecido buena idea.

No sabe cuánto me alegra que valore mi trabajo; él aún no es consciente de ello, pero sé que, cuando todos trabajen bajo mis indicaciones, les irá mucho mejor.

—Aunque creo que voy a vetar a Rosalie. —Se hace el sorprendido, pero los dos sabemos que esa mujer no va a ser nunca mi amiga; en realidad, tengo claro que ninguna de las dos pretendemos serlo—. Es una arpía que se quiere tirar a su jefe, pero no se lo digas a él.

—Tu secreto está a salvo conmigo —me acerca para abrazarme, y siento cómo su miembro comienza a endurecerse sobre mi vientre—, pero ella no sabe una cosa —se agacha hasta que su rostro queda a la altura de mi cuello y cierro los ojos para sentir lo que supongo que va a ser un beso— y es que, desde que has aparecido en mi vida, no tiene nada que hacer.

—Deberías decírselo.

No me puedo creer lo que estoy soltando. Con ninguna de mis exparejas he sido tan celosa, ni he tenido ese sentido de la propiedad como en estos momentos me sucede con él. Sólo de pensar en que lo acaricie o lo toque, me enfurezco sin medida.

—¿Quieres que lo haga? —Sé que me está analizando y, aunque mi cabeza está gritando que sí como una demente, mi yo lógico sabe que no es lo correcto—. Porque, si tú me lo pides, mañana a primera hora la haré pasar a mi despacho.

—¿Y no puedes hacerlo por correo postal? —Se le escapa una carcajada que retumba entre las cuatro paredes del cuarto de baño—. Es broma. No le comentes nada, será lo mejor.

No contesta, simplemente se limita a estrecharme más contra su cuerpo y a acariciarme el pelo mientras me besa una y otra vez, de la forma más tierna que ha hecho hasta ahora.

 

* * *

 

Sean lleva un buen rato en el despacho, hablando con alguien que lo ha llamado y por lo que me ha pedido un momento para atenderlo. No he querido molestarlo, porque, cuando me disponía a decirle que subía a hacerme la maleta, le estaba gritando a su interlocutor de una forma tan autoritaria que me ha dado hasta miedo.

Ya he recogido todas mis cosas, que andaban desperdigadas por los rincones de la casa; no me tenía por tan desordenada, pero debo reconocer que he encontrado prendas de ropa por cada una de las estancias de la vivienda, aunque no es culpa mía, pues él es el mayor responsable, ya que se ha encargado de desnudarme en cada una de ellas.

Voy metiendo mis pertenencias en la maleta y, cuando le toca el turno al conjunto de Victoria’s Secret, recuerdo la noche anterior, justo después de cenar… Le pedí un momento para ponerme algo más cómoda y se me ocurrió vestirme con una bata de satén a juego con el conjunto; lo descubrió cuando la abrí para él y se quedó mudo. Zoé me hizo el mejor regalo del mundo… y, si no, que se lo pregunten a Sean, pues sé que le encantó verme con él puesto; es más, no quiso que me lo quitara hasta que ya no pudo resistirse más y me folló contra la cristalera del salón, bajo la luz de las muchísimas estrellas que brillaban en el cielo.

—Será mejor que esto lo guarde en mi caja fuerte.

—¡No te lo voy a dar! —Se me escapa una carcajada, incrédula por lo que he oído; está apoyado en el quicio de la puerta y luego se acerca a mí; lejos de amedrentarme, escondo el conjunto de ropa interior tras la espalda—. Es mío.

—Lo sé, pero quiero que te lo pongas sólo para mí.

—Eso es muy machista.

—Llámalo como quieras, pero te lo pondrás sólo para mí. —Abro la boca desmesuradamente y me subo de un salto a la cama para huir de él; sin embargo, me coge por los tobillos y, al tirar de ellos, me tumba sobre el colchón, boca abajo; me resisto entre risas, sin soltar mi conjunto.

—Es un regalo de Zoé, no te lo vas a quedar.

—Tranquila, que no me lo voy a poner.

Empieza a hacerme cosquillas en las costillas y comienzo a patalear como una niña pequeña al tiempo que lo pilla y tira de él para quedárselo.

—¡Sean, es mío!

—Y lo seguirá siendo… en mi casa. —No me lo puedo creer. ¿En serio lo va a guardar para asegurarse de que no me lo voy a poner?—. Es más, quiero verte con él muchas veces, y te compraré todos los que quieras.

—¡No te lo voy a dar! —Siento su cuerpo sobre el mío.

—Sí lo vas a hacer, y rápido, me tengo que ir.

—¿Ahora? —Me detengo de repente y veo enfado en su mirada; no le apetece nada tener que marcharse—. ¿A dónde?

—Ha ocurrido algo que tengo que solucionar en persona. —Se levanta de la cama y me siento para observarlo con atención—. Hugh te llevará, ya está de camino.

—Pensaba que ibas a llevarme tú. —No disimulo la rabia en mi voz; no creía que nuestro fin de semana iba a finalizar de este modo.

—Me encantaría hacerlo, pero lo que ha surgido es importante.

—Lo entiendo —lo hago, aunque no me agrade, para qué voy a mentir—, pero puedo coger un taxi, no hagas venir a Hugh.

—No, te llevará hasta tu casa —zanja con rotundidad—. Y esto se queda aquí. —Tal y como lo dice, y aprovechando que he bajado la guardia, me quita el conjunto y camina con él en la mano, para que lo vea bien; tras entrar en su vestidor, abre una caja fuerte—. Éste es su lugar.

—Está sucio, no seas guarro. —Me tapo la cara con las manos y aun así veo cómo lo huele, con los ojos cerrados, justo antes de lanzarlo al interior y marcar un código que cierra la caja fuerte.

—Cuando no puedas cogerlo, me encargaré de lavarlo.

—Es el más bonito que tengo…

—Por eso te estará esperando aquí, para que, cuando vengas, no tengas la excusa de que te lo has olvidado. —Abro exageradamente la boca para que vea mi frustración respecto a su manía de controlar lo que me pongo—. Hugh ya ha llegado. ¿Lo tienes todo? —Miro la maleta y, tras cerrarla, veo cómo se abriga con una chaqueta de cuero antes de quitarme el equipaje de las manos y, en silencio, bajamos hasta el salón, donde su hombre de confianza lo está esperando… o, mejor dicho, me está esperando a mí.

—Mañana desayunamos juntos.

—Tengo una reunión con una directiva a primera hora, para ver si contrata mis servicios para su compañía, así que no creo que me dé tiempo. —¡Cómo odio tener que negarme a algo que en el fondo me encantaría hacer!

—¿A qué hora tienes la cita? —Me lo pregunta mientras trastea en su móvil, escaleras arriba.

—A las siete saldré de casa, porque tengo que recorrer media ciudad para llegar.

Pongo cara de hastío; la verdad es que no me apetece nada tener que atravesar medio Vancouver de buena mañana para después tener que volver a hacerlo en dirección opuesta, ya que la siguiente es en el otro extremo.

—Perfecto. —«¿Perfecto? Eso qué significa»—. Hugh, tengo que irme. —Abre las puertas de su McLaren y siento que se me encoge el corazón cuando oigo cómo le da unas indicaciones, de unos papeles que necesita, antes de acercarse a mí, al tiempo que Hugh se aleja de nosotros y se sienta en su todoterreno para esperarme—. Te llamo mañana e intento verte.

—Gracias por este fin de semana.

—Gracias a ti. —Me rodea con ambos brazos por la cintura y me acerca a él para besarme—. Odio tener que irme…

Me agarra de la mano y, tras abrirme la puerta del copiloto, vuelve a besarme y me invita a subir. Hugh ni nos mira, se limita a esperar.

—Adiós —me despido también con la mano mientras el coche comienza a salir del parking y poco a poco nos alejamos de él, que permanece de pie frente a su deportivo, aguardando a que nos vayamos—. Gracias por llevarme —le digo a Hugh.

—No tiene que agradecérmelo, es mi trabajo. —Me sonríe sin dejar de mirar hacia la calzada y me da la sensación de que este hombre es una bellísima persona—. ¿Le importa si pongo un poco de música?

—Para nada. —Enciende el reproductor y comienza a sonar una canción hip hop que para nada esperaba de él—. ¿Le gusta este estilo?

—No soy tan viejo.

—No, no quería decir eso…

—Lo sé, estaba bromeando. —Se le escapa una carcajada—. Siempre me ha gustado este tipo de música, pero no suelo escucharla con nadie más.

Me halaga saber que conmigo siente que puede ser él mismo, dice mucho de él.

—¿A Helena también le gusta?

—¡No! —responde al instante—. Ella es mucho más clásica, musicalmente hablando; jamás me dejaría escucharla si estuviera aquí.

—Pues a mí me gusta —confieso, porque es cierto; no se lo digo para quedar bien, ni mucho menos—. Creo que nos llevaremos muy bien.

—Seguro que sí, señorita Avery. —Es la primera vez que lo noto tan cercano, y me sorprende haber descubierto a un tipo la mar de encantador.

Para frente a mi casa y, antes de que me dé tiempo a decir nada, se encarga de salir y entregarme mi maleta. Se lo agradezco y se despide de mí con un movimiento de cabeza; le digo adiós con la mano y aligero el paso para entrar en mi edificio, para evitar que Jeff pueda verlo. Supongo que debe de conocerlo, que sabe perfectamente que Hugh trabaja para Sean y muchas cosas más de su vida. Aunque a mí no me haya explicado nada, sé de sobra que lo conoce muy bien, o en caso contrario no se hubiera arriesgado a montar una empresa con él.

Hoy es uno de esos días en los que espero el ascensor, y no sólo por la maleta, sino porque este fin de semana ha sido tan intenso que ha minado casi todas mis energías. Cuando al fin se abre la puerta del mismo, pulso el botón del primer piso; al salir del cubículo, voy hasta mi puerta y, a punto de meter la llave en mi cerradura, percibo que se abre la de Jeff y me giro sin saber muy bien qué decir al detectar que mira mi pequeño equipaje; en un primer momento, sólo me encojo de hombros.

—Hola —es lo único que se me ocurre verbalizar a continuación.

—¿De dónde vienes? —Se rasca la mandíbula y siento que ha llegado el momento que tanto he estado demorando—. Mejor pasa y hablamos.

Trago saliva; está más serio de lo habitual. Sé que algo le ronda por la cabeza y no va a dejarme ir como si nada sin que sea sincera con él. Por suerte o por desgracia, nos conocemos demasiado bien.