Capítulo 27

—Jeff… yo… —digo mientras paso a su salón y dejo la maleta al lado de la mesa del comedor; luego me apoyo en la robusta madera oscura mientras él pasea por delante de mí de un lado al otro.

—¿Alguna vez me he enfadado por algo? No entiendo por qué me he tenido que enterar por otras personas… —«Owen se ha ido de la lengua… Oh, no, ¿y si ha sido la maldita arpía de Rosalie?»—. Avery, nos casamos con dos condiciones: una —me enseña un solo dedo—, relación abierta, y dos —esta vez levanta dos dedos—, sinceridad.

—Lo sé… —admito, temblorosa ante su fría y distante actitud, mientras se sienta en la parte opuesta del sofá para estar frente a frente—. Debería habértelo dicho desde un principio.

—Lo reconoces. —Asiento con un cuidado movimiento de cabeza y Jeff permanece, analizándome, de brazos cruzados—. No me importa, ya lo sabes, pero, ¡joder!, cuando te llamen a casa y me pregunten por ti, me merezco al menos poder soltar alguna excusa convincente sin tener que inventarme nada sobre la marcha… porque la realidad la sé. Me has hecho parecer un idiota.

—Me he sentido desbordada, Jeff. Él es diferente, no es como con los anteriores hombres que traía y compartíamos.

—¿Te has enamorado?

«¿Lo he hecho? ¿De verdad estoy enamorada de Sean o simplemente estoy magnetizada por su provocación, por un peligroso juego a dos bandas que sé que puede arrastrarme con él?»

—No lo sé. —Me levanto y camino hasta su nevera para servirme un poco de agua—. Ignora que estoy casada —continúo, sin querer mirarlo a los ojos, porque me siento la persona más mezquina del planeta… por él, por Sean y, sobre todo, por mí misma.

—¿Por qué no se lo has dicho? —«Porque, en cuanto lo haga, sé que lo voy a perder, y no quiero ni imaginar el día que llegue ese momento»—. ¿Se lo vas a contar?

—Tendré que hacerlo, ¿no? —respondo, consciente de que se enterará de algún modo, igual que Jeff se ha enterado de lo mío, pero, por cómo habla, deduzco que no sabe que estamos hablando de Sean.

—¿A qué tienes miedo? —Se acerca y me agarra del brazo justo cuando me disponía a beber, así que me detengo para mirarlo a los ojos—. Dime la verdad, no quiero que te sientas así, sé que estás sufriendo y en el fondo toda la culpa es mía.

—Eh, para. Yo accedí a casarme, a ser tu esposa ejemplar de cara a la familia, así que la culpa es compartida. —No quiero que piense que lo culpabilizo de nada, porque no es así. Jamás sería capaz de hacerlo. Tras oír mis palabras, me estrecha entre sus brazos y comparo lo que siento cuando estoy en ellos y cuando estoy entre los de Sean, y sin duda no tiene nada que ver; por Jeff no experimento esa sensación de perder el control, de querer que me bese, que no se aparte… con Jeff siento cariño, amistad, pero no pasión—. Tengo miedo de que se entere y no quiera volver a verme —confieso a su primera pregunta, y siento una liberación que descarga mis hombros.

—Si ese hombre te ha conocido la mitad que yo, te aseguro que no podrá volver a vivir sin ti.

—¿Y nosotros? —Me levanta la barbilla y lo miro a los ojos, mostrándole cómo los míos están completamente humedecidos—. ¿Qué va a ser de nosotros?

—Eso lo tienes que decidir tú. Ay, Avery, sabíamos que algún día llegaría este momento, yo lo tenía claro. —Me retira las lágrimas que comienzan a caer sin cesar de mis irritados ojos.

—Por ahora sólo quiero ver qué ocurre; no quiero que tengas problemas con tus padres por mi culpa.

—No debes preocuparte por mí. —Vuelve a secarme las lágrimas con sus pulgares, que recorren mis mejillas—. Tienes que ser más egoísta y pensar en ti; de mis padres ya nos encargaremos.

—Te quedarás sin nada si se enteran de que nuestro matrimonio no es lo que ellos creían desde el principio.

Jeff, con nuestra boda, huyó de los rumores, de la sensación de ser juzgado día tras día por unos padres intransigentes a quienes los avergonzaba reconocer que a su hijo le podían gustar los hombres. Nuestro inocente acuerdo, que un día aceptamos los dos, fue lo mejor que le pudo ocurrir, pero en la actualidad… ¿en qué posición lo dejaré si se enteran de la verdadera razón por la que no estamos juntos?

—¿Y cuándo podré conocer al afortunado que me ha arrebatado a mi esposa? —«Nunca», pienso para mis adentros, porque no sé si seré capaz de mirarlo a la cara cuando se entere de que Sean es el culpable de que nuestras vidas comiencen a ponerse patas arriba.

—Ya veremos; más adelante, supongo. —Se aleja para estudiarme desde la distancia y niega con la cabeza, sonriente—. ¿Qué vas a cenar? —Me asomo a la sartén, que está puesta a fuego lento, y sonríe, divertido.

—¿Quieres un poco de pasta italiana?

—Por favor, estoy agotada. —Enarca las cejas y espera que siga hablando—. Es provocador, es irresistible y…

—Ver cómo te brillan los ojos cuando hablas de él me lo está diciendo todo.

—Jeff, no sé cómo, pero este hombre ha llegado para arrasar con todo lo que yo creía, y tengo miedo de sentir algo tan fuerte, porque, si después no sale bien, estaré muy jodida.

Reconocerlo en voz alta es más de lo que creía que sería capaz de hacer, teniendo en cuenta que, mientras lo hago, mi estómago se retuerce, con un dolor insoportable que casi me ahoga.

—A eso lo llamo amor, y dicen que, si no arriesgas, no ganas. —Tal como declara eso, me deja ensimismada en mis pensamientos… pero de pronto da un golpe con el trapo y pego un brinco—. ¿Has dicho que quieres pasta? Pues mueve el culo y ayúdame a poner la mesa.

—¡Voy! —Me movilizo y, tras coger lo imprescindible de los cajones, entre los dos lo colocamos todo sobre la mesa del comedor. Luego me acomodo en mi sitio, como siempre presidiendo la mesa—. Vino negro, me gusta.

—Hoy tenemos mucho que celebrar —suelta a la vez que me guiña un ojo y, tras acariciarme la mano, que reposaba encima de la mesa, abre la botella y llena las copas para brindar antes de ponernos a comer.

He comido muchísimo, tanto que mi boca se abre cada par de segundos en un bostezo. Me apoyo en la silla y contemplo cómo está recogiendo la mesa. Le echaría una mano, pero estoy demasiado hecha polvo como para ponerme de pie. Me dormiría sentada en esta silla, aunque tuviera que hacerlo sobre la dura madera.

—¿Quieres echarte en el sofá? —Lo haría con tal de no tener que moverme, pero creo que lo mejor será que me vaya a mi loft. Niego con la cabeza y sonríe; es como si me estuviera leyendo la mente—. Si quieres, te llevo en brazos; tienes unas ojeras que te llegan al suelo.

—No es preciso, aún tengo fuerzas para llegar hasta mi cama. —Voy a coger las copas que todavía quedan por recoger, pero me agarra de la muñeca para detenerme—. Déjame, es lo mínimo tras esta comida tan deliciosa que me has hecho.

—¡No seas pelota!

Se me escapa una carcajada y, sin hacerle caso, me dirijo hasta el lavavajillas y coloco las copas dentro; luego, tras besarle la mejilla, me dispongo a irme.

—Va a ser raro saber que estás con otra persona —comenta.

—Lo sé.

—Porque interpreto que vais a pediros exclusividad, ¿no es así?

Eso supone una novedad; con los anteriores a Sean no he tenido la necesidad de estar sólo con él; no me ha importado que Jeff o Owen entraran en nuestra cama, pero con él todo es distinto. Creo que no sería capaz de verlo con otra persona sin enloquecer.

—Eso parece…

Nos miramos fijamente y, abro la puerta de su casa y me voy a la mía, que está vacía y casi desangelada.

Subo la maleta con mucho esfuerzo y la dejo sobre la cama para vaciarla y así echar a lavar todo lo que he utilizado este largo fin de semana. Veo el vestido húmedo con el que me tiró al agua y sonrío recordando el momento.

Divertida, cojo todas las prendas y las deposito en el cesto de la ropa sucia. A continuación me lanzo sobre la cama, una vez que me he desnudado, y nada más tumbarme siento que mis fuerzas se han agotado por completo y me dejo llevar por los sueños.

Después de dormir casi toda la tarde, mi cuerpo seguía pidiendo descanso, por lo que programé el despertador y me acosté de nuevo.

 

* * *

 

Es muy pronto, pero tengo que cruzar media ciudad, así que, sin pensarlo, he madrugado muchísimo para arreglarme y poder ir con el tiempo suficiente como para llegar a mi cita a tiempo. Estoy bajando la escalera de la calle cuando veo que frente a mi portal está el coche de Sean; lleva el todoterreno, no su deportivo. Cuando ve que estoy a punto de abrir la puerta, sonríe y se baja las gafas de sol para mirarme de arriba abajo.

—Buenos días.

La voz de Jeff me paraliza; no doy ni un paso más, evitando actuar como pretendía y llegar a Sean, sino que me giro y lo miro con una media sonrisa que creo que no ha detectado.

—¡Qué temprano sales! —logro exclamar, disimulando los nervios que me están matando ahora mismo. No sé cómo voy a salir e irme con Sean sin tener que darle explicaciones a Jeff. Si ayer hubiera sido valiente del todo, le hubiese explicado que la persona que está en estos momentos delante de nosotros es por la que estoy tan loca y perdida; sin embargo, no lo hice, y ahora tampoco me siento con la suficiente fuerza como para decírselo.

—Tengo una reunión en la oficina a primera hora. —Qué suerte tengo, nótese la ironía en mis palabras, porque en ese instante es en lo único que puedo pensar—. Sean me está esperando; ven, te llevaremos.

Eso sí que no me lo esperaba. No ha venido a buscarme a mí, sino que ha quedado con mi marido.

—No es preciso, puedo ir sola.

Jeff me pone la mano en la espalda y me arrastra hasta el exterior, donde Sean ya se ha bajado del vehículo y, demasiado sonriente, está esperando a que nos acerquemos. Como sabía la hora a la que llegaría ha provocado el encuentro, pero ¿por qué lo ha hecho?

—Buenos días, Jeff. Avery. —Coge mi mano y la besa, y siento que su beso es fuego para mi piel. Me arde, desprende un calor que recorre mi brazo por completo y se expande hasta recorrer cada parte de mi cuerpo.

—Yo me voy, tengo prisa. —Retiro la mano lo más deprisa que puedo y doy un paso atrás, ganándome que Jeff me recrimine con la mirada.

—A Sean no le importará llevarte, ¿verdad?

¿Desde cuándo Jeff es tan cordial con su socio, ese al que me ha ocultado durante tantos años y que ahora cualquiera diría que son amigos de toda la vida?

—Para nada, estaré encantado.

Esta vez la mirada de Jeff es diferente; sé que su forma de responder no era la que esperaba y lo mira confuso, pero no le voy a dar pie a pensar en nada.

—Está bien.

Abro la puerta de detrás y me acomodo, consciente de que Sean me mira, sonriente, mientras Jeff camina rodeando el vehículo hasta abrir la puerta del copiloto. Sean, parado frente a mi puerta, se quita la americana. Tengo que concentrarme para no lanzarme a sus brazos mientras, desde mi posición, veo cómo dobla la prenda.

—Perdona. —Tengo su rostro a apenas unos centímetros, y sólo quiero acariciar el vello de la barba que sigue sin afeitarse del todo; sin embargo, me contengo porque Jeff ya se ha sentado y en nada se girará para curiosear qué narices está haciendo a mi lado. Veo cómo deja la americana y con total descaro, al salir del habitáculo, acaricia mi tobillo; aunque recojo los pies, no tengo espacio suficiente como para evitar que sus dedos asciendan lentamente, al mismo tiempo que sale; luego cierra la puerta y veo de soslayo cómo me guiña un ojo—. ¿Dirección? —oigo su voz autoritaria, y siento que mi cuerpo al completo se encoge debido a la tensión que me está haciendo sentir. No me puedo creer que, aun sabiendo que está Jeff delante, y habiéndolo avisado por activa y por pasiva de que no quería que su socio se enterara de lo nuestro, esté jugando de este modo, sin importarle lo que opino al respecto—. ¿A dónde vamos?

—¡Ave! —me llega la voz de Jeff, y lo miro sintiendo un calor que tengo que abanicarme con la mirada—. ¿Te encuentras bien? Estás sudando… —Sean me observa a través del espejo retrovisor y sé que está excitado, al igual que es consciente de que me está ocurriendo lo mismo.

—Sí… sí… Llévame a la biblioteca pública de Vancouver West.

—¿A qué hora tienes que estar allí?

Miro el reloj y confirmo lo que ya sé: tengo tiempo de sobra para llegar.

—En una hora, pero no os preocupéis por mí, me dejáis allí y ya haré tiempo tomándome un café. —Los dos asienten y Jeff le pregunta si ya está todo firmado; supongo que se refiere a la patente que tanto les ha costado conseguir.

Miro por la ventanilla mientras ellos hablan de sus cosas. Tengo claro que esa conversación no me concierne y por ello me distraigo observando el paisaje que vamos cruzando conforme nos acercamos.

—¿Un café? —le pregunta Sean a Jeff, quien asiente al ver el Starbucks que le señala, y siento que me voy a morir. ¿Cómo narices voy a poder disimular teniendo a Jeff tan cerca y a Sean provocando situaciones que nos pueden descubrir?

—Si tenéis prisa, será mejor que os vayáis ya. —En cuanto lo suelto, noto cómo clava su mirada en la mía; sin duda no le ha parecido bien mi comentario.

—Tranquila, tenemos tiempo de sobra.

Aparca justo delante del escaparate del local. Nunca suele haber aparcamiento y hoy, cuando me encantaría que estuviera lleno de coches para que olvidaran la idea de quedarse a tomar un café conmigo, lo hay, y bien grande para que quepa su coche. Bajamos y avanzamos hacia el establecimiento; yo lo hago un paso por detrás de ellos, porque, la verdad, no sé dónde meterme. Jeff entra y Sean me aguanta amablemente la puerta para que yo acceda al interior, y entonces coloca la palma de su mano en mi espalda y comienza a descenderla hasta alcanzar mi trasero, y como si nada se la agarro y la retiro, no sin antes lanzarle una advertencia con la mirada, aunque lo único que consigo es que se ría en una carcajada que sorprende a Jeff, que se da media vuelta y lo observa confuso.

—¿Qué queréis?

—Café con leche —respondo, restando importancia a los actos que me están haciendo sentir muy molesta por culpa de Sean.

—Lo mismo —dice él.

Esperamos a que nos sirvan y nos sentamos en la mesa que da a la cristalera, desde la que podemos ver el todoterreno; bueno, en realidad puedo hacerlo yo, porque a ellos les queda a sus espaldas.

—Cuéntanos, ¿qué vas a hacer ahora?

—Voy a ver a una nueva clienta, quien me ha pedido que nos reunamos en la biblioteca. —La verdad es que ese hecho me extraña, pues es la primera vez que alguien no me cita directamente en su empresa, pero, bueno, supongo que antes de decidirse a contratarme querrá hablar conmigo—. Si nos ponemos de acuerdo, llevaré a cabo dos formaciones al mes en su compañía; no es para tirar cohetes, pero me irá bien para aumentar mi cartera de clientes.

—¿Cómo ha sabido de ti? —Socarrón, Jeff sonríe porque esta vez no ha sido gracias a él. Al principio, cuando me dijo que iba a facilitarme clientes, me enfadé mucho, pero intentó que entendiera que llegaría el momento en el que no necesitaría sus contactos, pues yo misma haría los míos.

—No lo sé seguro, pero creo que es cosa de Román.

—Ese hombre es un loco —interviene Sean, para dar luego un trago al café con leche.

—Un loco con mucho dinero —le aclara Jeff, consciente de que eso es lo único importante si hablamos de potenciales clientes— y con muchos amigos en toda la ciudad.

—Cierto —concluyo, y Sean me mira fijamente hasta que comienza a sonar su teléfono.

Jeff y yo seguimos hablando, aunque no dejo de procurar escuchar su conversación. Sé que es Andrew, porque he oído mencionar su nombre y la gran casa que su sexy agente inmobiliaria le ha conseguido.

—Voy al baño, ahora vengo —comenta Jeff, que se ausenta después de que yo asienta con la cabeza. De pronto, oigo una frase que me deja helada.

—Lo que te dije el otro día sigue en pie. Acceso denegado.

Abro la boca exageradamente, sabiendo que me está mirando y está disfrutando de mi reacción; decido no decir nada hasta que finalice la llamada.

—¿A qué estás jugando? —Se dispone a acariciarme la mano, pero la retiro para que no llegue a tocarla—. Vamos a ser justos, entonces. Si yo no voy al local de Andrew, tú tampoco. —Sé que lo ha pillado por sorpresa por cómo eleva las cejas.

—¿No quieres que vaya? —me reta, lo sé muy bien.

—Oh, sí, pero conmigo… Si es así, puedes ir las veces que quieras; es más, quiero que seas tú quien me lo muestre.

—Ése no es un lugar para ti.

—¿Por qué no? ¿Acaso no crees que pueda estar a la altura? —Se acerca a mí y va a decir algo, pero finalmente se calla—. Cobarde.

—Hecho, no iré si no es contigo. —Eso no era lo que deseaba oír; quería que me pusiera a prueba, que me enseñara lo que estoy anhelando conocer—. ¿Te parece bien?

—No. —Ahora sí que he logrado confundirlo—. Preferiría conocer al Sean de verdad, el que entra en ese local y se deja llevar.

—Allí no vas a encontrar nada que te guste, sino todo lo contrario. Seguramente saldrás huyendo en cuanto descubras más cosas de mí, esas que desde que has aparecido en mi vida quiero enterrar para siempre.

—Sean, vamos a tener que irnos.

Ambos nos callamos cuando oímos la voz de Jeff, que espera de pie a que él también se levante; mientras lo hace, no puedo dejar de pensar en lo que me ha dicho. ¿Qué quiere dejar atrás? ¿Qué hay tan malo en él para que tenga que huir?