Capítulo 30

Me tengo que detener para cruzar la calzada y gracias a ello Zoé aparece corriendo a mi lado, con todas nuestras bolsas, y me sujeta del brazo, casi sin aliento.

—No entres, que le den.

—Pienso entrar, quiero verlo con mis propios ojos.

Me suelto de su agarre con frustración, porque, si ella estuviera en mi situación, haría lo mismo.

Los coches no dejan de circular y el maldito semáforo no se pone en verde para permitirnos cruzar; las manos comienzan a temblarme debido a los nervios que siento ahora mismo. No me puedo creer que todo sea una mentira, que todas las veces que me ha dicho que lo único que quiere es a mí hayan sido una farsa para llevarme a la cama, pero, si descubro que realmente es así, no sabe de lo que soy capaz.

Por fin el disco está verde y, como alma que lleva al diablo, cruzo la calle, dejando atrás a Zoé, que con los altísimos zapatos de tacón es incapaz de seguir mis pasos. Voy todo lo rápido que puedo, porque, si quiero entrar, sólo tengo una oportunidad.

—Hola, me espera Andrew —le digo al hombre de seguridad que está en la puerta y parece un gorila enfundado en un traje dos tallas más pequeñas de lo que necesita.

—¿Su nombre?

—Zoé; soy la agente inmobiliaria de Andrew, tengo una cita con él —miento descaradamente, con la esperanza de que mi amiga no sea tan rápida y me dé tiempo a entrar antes de que ella llegue y desvele mi trola.

—Pase.

Abre la puerta y, cuando voy a entrar, llega mi amiga. Me mira enfadada, pero tengo claro que, si le hubiese dicho mi nombre real, no me hubiera dejado acceder al local. He oído salir de sus labios cómo vetaba mi entrada, y no podía jugármela a que le dijeran que estaba en la puerta.

—Lo siento, Avery —me despido antes de cerrar la puerta, y veo cómo abre la boca exageradamente, cayendo en la cuenta de que me he hecho pasar por ella para entrar, pero no tengo tiempo de que me diga de todo. Quiero enfrentarme a él, que vea que a mí no se me puede engañar tan fácilmente.

El local no es nuevo para mí, pero me siento extraña caminando sola por la entrada, igual que atravesando el salón, de luz tenue, que consta de varias mesas altas situadas junto a la barra de cuero negra, y un poco más al fondo hay rincones con grandes sofás, cada uno de ellos acompañados de mesas bajas, donde reposan las bebidas de todas las personas que, sorprendentemente para mí, son más de las que esperaba a esta hora, que en estos momentos charlan como si nada.

Me siento en un taburete de la barra y, con disimulo, comienzo a mirar a todos los que están a mi alrededor, pero no lo veo. El camarero se acerca, pero, antes de que me pregunte, me pongo de pie y me dirijo hacia la terraza trasera, porque según Andrew era sólo para ellos, así que puede que me lo encuentre allí.

Recorro el pasillo hasta que llego a la puerta que da acceso a la gran terraza en medio de la ciudad. En cuanto abro la puerta, me despeino por el aire que corre; cualquiera diría que me ha dado una bofetada… Puede que me la merezca, por estar en este lugar haciendo el tonto y no siguiendo con mi vida. Sin embargo, por una extraña razón no puedo hacerlo, necesito comprobarlo con mis propios ojos, supongo que para hundirme un poco más en la miseria, o simplemente para terminar de creer lo que he visto y que no logro entender.

Escaneo cada centímetro de la terraza y constato que tampoco están aquí, así que mis sospechas se hacen realidad; lo único que me queda por revisar son los privados que Zoé ya me ha confirmado que hay.

Retrocedo por donde he venido y vuelvo a la sala, donde me acomodo en uno de los taburetes; mis lágrimas empiezan a empañar mi visión, soy una estúpida. Seguro que ahora mismo está pasándoselo de lujo con esa chica, y yo, llorando como una desesperada.

—¿Estás bien? —Me giro y me topo con un chico muy guapo; no me había dado cuenta de que se había sentado a mi lado. Con un gesto de su brazo me da a entender que, si me molesta, se va, pero yo niego con la cabeza al tiempo que encojo los hombros para que haga lo que quiera—. Te invito a una copa; un mal día lo tenemos todos.

—Gracias. —Debería decirle que no, pero luego me planteo que por qué no. Quiero algo muy fuerte, algo que me haga olvidar la rabia que siento en este instante—. Que sea fuerte.

—A sus órdenes. —Se ríe en una carcajada y me invita a un chupito, que bebemos de un solo trago; siento que mi garganta me arde como nunca. ¿Qué narices es esto?—. ¿Otro?

—Sólo uno más.

—¿El último? —Sonríe y me fijo en la gran sonrisa que tiene—. ¿Estás segura? —Asiento—. Pon dos, esta vez dobles. —¿Dobles? No sé qué puñetas le está pidiendo al camarero, pero ciertamente me da igual; quiero olvidarme de él, y este chico me lo está poniendo fácil.

Vuelvo a coger el vaso de chupito, aunque éste es un poco más alto que el anterior, y doy un gran trago que consigue que se me salten las lágrimas del ardor que provoca en mi garganta. Dejo el vaso con fuerza, provocando un estruendo que sólo oímos nosotros. Él sonríe y me hace un gesto con su dedo por si quiero repetir, pero esta vez me niego. Me froto las sienes al notar una nube en la cabeza, y me giro de nuevo hacia el pasillo… y veo aparecer a Sean y Andrew con cara seria. Ambos están poniéndose la americana, pero Sean fisga a su espalda por encima de su hombro y la veo a ella, que lo mira demasiado seca, parece enfadada. Sonrío ladina, puede que les haya fastidiado el coito. ¡Qué pena me dan!, ironizo para mis adentros.

Sean le pregunta algo a Andrew y éste se acerca hasta pegarse a su oído y luego, con disimulo, se aleja hacia la puerta a toda prisa, frotándose la frente; supongo que Zoé lo habrá llamado por teléfono y, efectivamente, Sean es consciente de que estoy en algún rincón de este local, y que por ello no le hace ni caso a la chica que espera a su lado, malhumorada. Sean mira uno a uno a todos los presentes, hasta que sale disparado hacia una chica y la gira de repente, ante la sorpresa de ésta, y después tiene que disculparse; imagino que pensaba que era yo.

—¿Quieres que entremos? —me propone el chico con el que he estado bebiendo.

Asiento. No sé a qué se refiere, pero ahora mismo quiero salir de esta sala. Me va a encontrar y necesito unos segundos antes de enfrentarme a él.

Justo cuando me voy a poner de pie, veo que aparecen Andrew y Zoé y que éste le hace un gesto que indica que no sabe algo, y ella niega, de brazos cruzados, hasta que llega a Sean y ella lo mira, cabreada. Detecto cómo él se extraña por su expresión molesta, pero está demasiado ocupado en averiguar dónde estoy como para pararse a preguntarse qué es lo que le pasa a mi amiga.

Los tres caminan en dirección a la terraza justo cuando mi acompañante me guía hacia el pasillo contrario y me abre una de las puertas que tanta curiosidad me provocaban. No me lo ha enseñado Sean, pero al menos voy a conocer qué es lo que tanto le puede gustar de este sitio.

Desde el umbral de la puerta puedo ver una pequeña sala, con una cama redonda frente a un espejo; la verdad es que esperaba algo más impactante.

—¿Entras?

Me doy media vuelta para mirarlo y un escalofrío me recorre el cuerpo cuando lo descubro al final del pasillo: está observándome, con el rostro enfurecido y los puños apretados. Andrew le está diciendo algo, pero no le hace ni caso; me mira fijamente y yo a él, sin saber qué hacer. No soy capaz de moverme en este momento; es la primera vez que lo veo cabreado de verdad y no lo conozco tanto como para saber cómo puede reaccionar… y, francamente, ahora que estoy a punto de saberlo, no sé si quiero hacerlo.

—¡No tengo todo el día! —oigo la voz de hastío del chico, que me agarra de la mano y tira de mí hacia el interior, pero sin éxito, porque mis pies no se despegan del suelo de madera. Veo cómo Sean centra toda su atención en mi mano y, tras negar una sola vez, avanza hacia mí a grandes zancadas.

—Sean, espera, por favor… —le ruega Andrew cuando me descubre en la puerta de un privado, creo que más sorprendido todavía que el propio Sean.

Mi cuerpo empieza a temblar, pero sigue inmóvil hasta que llega a mí y suelta mi mano de la del chico, que nos mira sin entender nada.

—Vete si no quieres que te mate aquí mismo.

Utiliza un tono tan oscuro que me da miedo incluso a mí, y el tipo es inteligente, porque, tras unos segundos de confusión, mueve los brazos en señal de «no quiero problemas» y desaparece por el pasillo, no sin antes recriminarle con la mirada a Andrew la reacción de Sean.

—Avery. —Zoé corre hasta nosotros y se queda muda cuando ve cómo Sean me agarra fuerte del brazo—. ¡Suéltala ahora mismo! —Golpea a Sean en la espalda, pero éste ni se inmuta y yo no puedo evitar que se me escapen las lágrimas.

—¿Nos disculpáis un segundo? —les ordena, porque, aunque haya utilizado una frase interrogativa, es una exigencia en toda regla—. Tengo que hablar con ella, a solas. —Recalca las dos últimas palabras, y siento que mi cuerpo se estremece, pero tengo mis dudas de sí es a causa de terror absoluto o de excitación. Sea lo que sea, dudo que pueda mantener una conversación con él ahora—. A solas —repite cuando Zoé se queja.

—No le va a pasar nada, te lo aseguro —oigo cómo Andrew la tranquiliza y, agarrándola de la cintura, se la lleva hacia la sala, para dejarnos el espacio que le ha pedido su amigo.

—¿Qué quieres?

Me limpio las lágrimas y cruzo los brazos bajo mis pechos mientras camino hasta el fondo de la sala y me apoyo frente al espejo. No sé ni cómo he tenido la fuerza necesaria para caminar y hablar, pero conforme pasan los segundos y recuerdo que he entrado porque lo estaba siguiendo a él, que no iba solo, sino que estaba acompañado de una morenaza, mi cuerpo se tensa y mi estado de ánimo muta a un enfado al instante.

—¡Te dije que no vinieras aquí! —me grita justo en el momento que cierra la puerta tras de sí.

—Me aseguraste que no vendrías sin mí —replico, rabiosa, y responde con un bufido de cabreo, pero no dice nada más; los dos sabemos que tengo razón—. Y has venido con otra.

—¿Qué…? No…

—¡Te he visto! —le advierto, señalándolo con el dedo y sin dejarle terminar la frase, porque no voy a consentir que me mienta. Sé perfectamente lo que he visto, y no he sido la única.

—He venido por un negocio.

Se pasa las manos por la cabeza y camina rodeando la cama hasta que se para frente a mí.

—Claro, yo también lo llamaría «negocio»…

—Avery…

—¡No me toques! —le chillo para que se detenga cuando tiene la intención de abrazarme—. Te confundes de persona. —Me mira extrañado, pero me deja continuar—. Yo no soy la típica que va detrás de tus pasos sin preguntar; yo jamás he ido detrás de un tío porque tenga dinero o esté bueno. No soy de ese tipo de chicas, Sean.

—Lo sé, por eso me gustas, pero debes creerme.

—No puedo hacerlo. ¡Joder, mira dónde estamos! ¿Aquí tienes reuniones de trabajo? Pues qué bien te lo pasas en tu curro.

—Es una amiga de Andrew. Ella es clienta, por eso he venido, por un favor —me da esas explicaciones mientras se sienta en la cama redonda—. No crees nada de lo que te digo, ¿verdad?

Claro que no, no soy tan estúpida, y por ello niego con la cabeza. A continuación saca el teléfono de su americana y se lo lleva a la oreja.

—Ni se te ocurra llamarla.

—Si quieres saber la verdad, te la demostraré. —No quiero que nadie piense que soy una loca celosa que pierde los estribos a la primera de cambio—. Andrew, necesito que vengas con Kourtney.

No me puedo creer lo mal que me está dejando delante de todo el mundo. Más enfadada de lo que ya estaba, camino en dirección a la puerta, pero me sujeta de la cintura, me gira para mirarme a los ojos y me empotra contra la puerta, para así evitar que me vaya.

—¡Déjame irme! —le exijo, con un tono de voz más alto de lo habitual, porque en este momento mi corazón está a punto de salirme del pecho; respiro forzada.

—¿Has bebido?

—No lo suficiente —le contesto, mirándolo fijamente a los ojos, sin amedrentarme, como pocas veces había conseguido ante él—. Si fuera por mí, lo habría hecho hasta que me hubiera olvidado de tu nombre.

—Todo esto es un error y, cuando lo asumas, me suplicarás que te folle de nuevo.

—Olvídate de eso. Eres un cabrón, un manipulador que juega con mis sentimientos. —Mi maldito cuerpo no piensa del mismo modo, porque, conforme pasan los minutos, no es capaz de detenerlo cuando se encarga de subir mis manos por encima de mi cabeza… y mi sexo comienza a excitarse—. A ella la engañarás, pero, a mí, no.

—No te estoy engañando y lo sabes.

Pasa su lengua por mis labios y siento un fuego que me invade para no dejarme ni pensar, pero cierro los ojos y le muerdo el labio para conseguir que se aparte de mí. En ese instante llaman a la puerta y la abre, al tiempo que se limpia el labio con la mano.

—¿Estáis bien? —Andrew habla desde el quicio de la puerta, no quiere entrar.

—Sí. Pasad, quiero aclarar algo. —La primera que se cuela con cara de enfado es Zoé, que se pone a mi lado y me revisa de arriba abajo para comprobar que estoy bien; después aparece Andrew, que se coloca delante del espejo, y, por último, la mujer morena, talla noventa sesenta noventa, que me mira de arriba abajo con total desprecio—. Kourtney, ¿le puedes decir a mi novia para qué hemos venido aquí?

—Sean, no creo que deba hablar de este tema delante de personas que no conozco.

«La mato a hostias como siga con ese tono de suficiencia», pienso, pero Zoé se encarga de cogerme de la mano para que no me lance sobre ella como una leona.

—Lo sé, pero hay un malentendido y no quiero que Avery piense que tú y yo tenemos algo.

Por su mirada, me queda claro que ella lo tendría, si no lo ha tenido ya.

—Estoy casada —dice como si ese papel significara algo para mí. Yo también lo estoy, pero eso no se lo puedo decir. Comienzo a reírme y Sean me mira, cabreado; sabe que no me estoy creyendo su excusa y por ello la amenaza.

—Kourtney, como no aclares lo que estábamos haciendo, no hago ningún negocio más contigo en toda tu puta vida.

Ella se yergue de repente. ¡Vaya, pues sí que son importantes los negocios como para que se altere tanto!

—Tengo un negocio entre manos muy grande, y necesito inversores que puedan disponer de liquidez inmediata. Sé que Sean la tiene, y por ello lo necesito. Él adelanta el dinero y yo le devuelvo más del doble.

—¿Y de qué se trata ese negocio? —Los dos se miran y Sean asiente, ante el enojo de ella, a quien no le parece correcto lo que está ocurriendo.

—Compramos grandes lotes de viviendas y después las alquilamos. Y ahora, si no os importa, tengo más compromisos. Sean, necesito la transferencia, como mucho, a las ocho de esta noche.

—Gracias, Kourtney. —Le ofrece la mano para despedirse y me dan ganas de ponerme en medio para que no toque a mi hombre; sólo con imaginar sus manos acariciar sus dedos, me pongo enferma.

—Adiós —es lo último que dice antes de desaparecer por la puerta, y ambos nos miramos fijamente.

—Zoé, creo que tú y yo tenemos algo que hacer —interviene Andrew.

—No me fio de él. —Señala a Sean, pero éste ni se inmuta, sigue observándome fijamente.

—Tranquila, no me va a tocar ni un solo pelo —la calmo, y ella lo mira de nuevo, nada conforme—. Ve con Andrew.

—Voy a estar aquí fuera.

Cuando cierran la puerta, me apoyo en ella y él espera a que yo diga algo… y no sé si debería abrirla de nuevo e irme como si nada o asumir que mis celos han sido infundados.

—¿No puedes reunirte en otro lugar? —Camino hasta el espejo, pasando frente a él pero sin llegar a rozarlo; tampoco intenta hacerlo él—. No sé, ¿un sitio sin una cama y sin espejos?

—¿Crees que me he… o iba a acostarme con ella para negociar? —Se le escapa la risa mientras lo dice y yo me giro para mirarlo a los ojos.

—Conmigo lo has hecho.

—Contigo lo quiero todo; con ella, nada.

—Creo que todo esto se me está yendo de las manos. No sé… —ahora sí que me abraza por la espalda y me lleva hasta él—…, no me gusta sentirme así, odio todo lo que despiertas en mí, no me reconozco.