—Buenas tardes. —Esa voz la reconozco al instante: es Owen. Hace tiempo que no coincidimos y ya tenía ganas de verlo.
—¡Cuantos días sin verte! —Me quito la americana y me retiro el sudor de la frente—. Qué calor hace aquí. —Resoplo y comienza a reírse—. ¿¡Qué pasa!?
—O tienes la menopausia o estás cachonda perdida. —Levanto ambas manos para recriminarle que lo haya dicho tan alto y mi subconsciente dirige toda mi atención al despacho de Sean, ya que puedo verlo desde mi posición. Está hablando por teléfono, recostado en su silla y mirándome fijamente. Le sonrío y veo que Owen se está percatando de todo—. La segunda opción siempre es la ganadora. —Tras soltar esto, se le escapa una gran carcajada.
Entro en la sala, en la que sólo hay una mesa y dos sillas, seguida por él y se sienta en una de ellas sin pedirme permiso.
—¡Qué bien huele! —Abro la caja de cartón que hay encima de la mesa y, sin poder esperar, me llevo un trozo de pizza a la boca—. ¿Quieres? —le pregunto con la boca llena, perdiendo todo el glamour; sin embargo, con Owen no es necesario que me comporte de forma recatada, me conoce demasiado bien.
—Toda para ti; he almorzado, con Jeff, un menú más saludable.
Me encojo de hombros y sigo comiendo, hasta que, cuando voy a dar el último bocado, veo que Sean me está observando con el teléfono entre las manos y mostrándomelo como si quisiera decirme que cogiera el mío.
Me chupo los dedos, porque no hay servilletas, y lo pillo del interior de mi bolso, y entonces descubro varios mensajes, que leo… y si antes tenía calor, ahora tengo el triple. Me abanico y consigo una carcajada de él que hasta Owen oye, y me mira con lascivia, consciente de lo que está ocurriendo. Veo la botella de agua y no lo dudo un instante: doy un gran trago, con tan mala fortuna que me mancho la camisa y, al instante, suena otro mensaje en mi teléfono.
—Si no voy a participar, prefiero no ser cómplice.
—Owen…
—Ah, no. La cachonda eres tú, mírate. —Porque no tengo nada a mano, sino se lo tiraría a la cabeza de inmediato—. Ahora tengo trabajo, pero a ver si esta noche cenamos juntos. —Asiento al tiempo que cojo un segundo trozo de pizza; me dispongo a metérmelo en la boca cuando veo que niega, recordando algo—. Hoy hay una fiesta para celebrar que tenemos un nuevo accionista en la empresa; lógicamente, nos ha invitado, pero Jeff es un cabezón y no quiere ir. ¿Te puedes creer que me ha dicho que vaya yo?
—Eres director de Marketing, ¿por qué no vas a ir?
—Si no va Jeff, paso. Eso no es una fiesta de verdad, este tipo de actos me aburren.
—En todo caso, avisadme para cenar o no.
—¿No crees que tendrás un mejor plan? Uno más caliente…
—¡Owen! Para ya…, aquí no. —Vuelvo a desviar mi atención hacia Sean, pero está inmerso en la pantalla de su ordenador; se acaricia la barba del mentón y me parece el hombre más sexy de este mundo.
—¿Qué os pasa? —Jeff aparece y le llama la atención que esté comiendo en la sala—. ¿No has almorzado con Zoé?
—Vaya, parece que soy la única que no sabía que venía… —comento, y la verdad es que, por más que intente recordar cuándo me dijo que estaría hoy en Vancouver, no lo logro. Por desgracia, supongo que, a partir de este momento, cuando ya ha finalizado la compraventa de la propiedad de Andrew, no tendrá que viajar tanto y la veré menos—. No nos ha dado tiempo a comer juntas y, como tengo trabajo, he pensado en adelantar aquí, pero está visto que no lo conseguiré si no me dejáis tranquila.
Jeff sonríe; me conoce muy bien y es evidente que los estoy echando de la forma más elegante que sé.
—¿Esta noche vas a ir o no? —le pregunta Owen directamente, y Jeff se envara y parece molesto.
—Ya he hablado con Sean: irá él, así que no. —Es lógico pensar que hablan de la fiesta del nuevo accionista que me ha comentado Owen hace un momento; no sabía que Sean sí que iba a ir, así que seguramente no tengo planes para esta velada—. ¿Cenamos fuera? —añade, y nos mira a ambos.
No sé qué contestar, porque me apetece pasar una noche normal con ellos; sin embargo, prefiero asegurarme de que Sean, efectivamente, tiene un compromiso.
—Después os lo confirmo.
—Perfecto, creo que esta noche lo vamos a pasar muy bien. —Owen está emocionado, y no lo culpo; últimamente apenas les he dedicado el tiempo que merecen, pero me siento dividida.
—Te dejamos trabajar. —Jeff le pide a Owen que salga y cierra la puerta tras de sí, quedando, ahora sí, en silencio, y mientras termino la pizza, cierro el plan de la excursión. Vamos a ir a pasar el día a la montaña, el mes que viene, que hará mejor tiempo y podremos caminar sin miedo a morir de frío.
Hago varias reservas, entre ellas un autocar de dos plantas con capacidad para todos los empleados. Sonrío al imaginar a Sean montado en él; no creo que esté nada a gusto, pero él ha aceptado, así que ya no voy a dejar que se eche atrás. La salida ya está en marcha, así que me centro en las siguientes formaciones de otros clientes. Me dispongo a abrir un correo electrónico cuando veo otro que me llama poderosamente la atención.
De: Charlotte Collins
Para: Avery Gagner
Asunto: Formación urgente
Buenos días, señorita Gagner.
Creo que no hemos empezado con buen pie, pero necesitamos su ayuda, de verdad.
¿Podemos hablar de nuevo cuando tenga un momento?
Charlotte
No me apetece responder; tengo muy claro que no voy a aceptar esa empresa como cliente. Si algo he aprendido en el tiempo que llevo en este sector formativo es que lo primero son mis principios; no quiero dedicarme a un cliente con el que no voy a estar cómoda, pues en este caso tendría a una persona vigilando que hiciera mi trabajo en lugar de ligar con su marido. Prefiero no comenzar esa formación y evitarme problemas.
—¿Vienes? —oigo la voz de Sean, que ha abierto la puerta, aunque no me he enterado.
—¿A dónde? —Cierro el navegador para dejar de ver el mail de esa mujer y lo miro sin comprenderlo.
—Son las ocho.
—¡¿Ya?! —Me pongo de pie a toda prisa y empiezo a recoger todas mis pertenencias mientras me observa desde el quicio de la puerta de cristal—. Ya tengo lista la salida, lo vamos a pasar genial.
—Si tú lo dices…
—Un poco más de entusiasmo, por favor.
Lo sigo hasta la sala donde imparto las sesiones sin comentarle nada de los detalles, pues no quiero que se retracte de lo dicho, teniendo en cuenta todo el tiempo que aún queda para esa fecha.
En esta formación Sean parece otra persona: se ríe de las bromas del resto de los directores de departamento e incluso provoca alguna de ellas, poniéndome en algún que otro aprieto, pero prefiero al Sean relajado que al que he visto esta misma tarde en el Alternative. Así da gusto trabajar con él.
—¿Te esperamos para cenar, entonces? —me pregunta Jeff justo cuando doy por finalizada la clase y aún no se ha ido ninguno de los asistentes, entre ellos Sean, que al mirarlo me niega en silencio. No quiere que vaya, y puede que me lo diga simplemente porque lo que no quiere es que me vaya con ellos.
—¿O tienes algún plan mejor? —me vacila Owen, porque sabe muy bien que Sean está delante y que, si tengo algún plan, es con él.
Yo me desespero de nuevo por tener que andar con tanta mentira y no poder preguntarle directamente a Sean si vamos a cenar juntos o se va a ir directamente a esa celebración que han comentado Jeff y Owen.
—Seguro que lo tiene, pero como no nos lo quiere presentar…
—¿Me dejáis un poco tranquila? —los acallo de repente, y recojo mis cosas dispuesta a marcharme, pero Jeff me coge del brazo y me pide que espere.
—No te enfades. —Sé que me está mirando, noto su calor clavado en mi espalda—. Estaremos en el japonés de al lado de casa. Si al final no tienes planes, te pasas por allí o nos llamas.
—Vale.
—De verdad, últimamente estás muy irritable, deberías follar más. —Esa frase Owen la dice casi en un susurro antes de darse media vuelta para irse con Jeff—. Adiós, Sean.
Me giro y Sean encoge los hombros, mirándome y aguantándose una carcajada… hasta que no puede más y la suelta, por lo que lo miro, molesta. No me puedo creer que, precisamente a él, le haga gracia.
—¿Te parece gracioso?
—Mucho. —Niego, con cara de cabreo—. Me encantará ver la cara de Owen cuando sepa que follas mucho, pero conmigo.
—Pues ya que me has fastidiado mi plan de cenar con ellos, tendrás uno mejor que ofrecerme, ¿no?
—Por supuesto, y se nos hace tarde —se pone de pie y pasa por delante de mí—, pero antes de cenar te voy a follar en mi casa, para que no te vuelvan a decir que estás irritable.
—Serás idiota.
—Uno muy afortunado —replica, y se marcha, riendo, a su despacho.
Cuando salgo me topo de bruces con Rosalie, quien, al ver que ha chocado conmigo, vuelve a regalarme una de sus caras de asco.
—Tú otra vez.
—Una, que tiene la suerte de ser un poco como el jueves —bromeo, y pone cara de no entender lo que le he dicho, pero tanto me da. Camino sabiendo que me está siguiendo con la mirada hasta la puerta de Sean—. Entonces, ¿cenamos?
—Será algo rápido, porque como ya te he dicho…
—Aquí no —intento que no lo vuelva a repetir. Sé que Rosalie está con la oreja puesta y no es apropiado que se entere de más cosas de las que debería.
—No esperemos más, pues. —Pasa su brazo por detrás de mi cintura y me obliga a andar a su ritmo hasta que llegamos a la escalera y, sonriente, le pellizco el brazo para que me mire—. ¿Qué pasa?
—Gracias. —Creo que no le he dado muchas veces las gracias por nada, pero ahora mismo me parece que se las tengo que dar por todo lo que está haciendo por mí, que no es poco. Antes me ha antepuesto a su empleada y, aun teniendo trabajo, cuenta conmigo, y eso es más de lo que yo esperaba de él.
—No me las tienes que dar, sólo quiero verte sonreír. Si lo consigo, ya no necesito nada más.
Me agarro de su brazo y salimos a la calle; fuera nos espera Hugh, quien, como siempre, me saluda muy sonriente.
—Señor —lo saluda—, señorita Avery.
—Buenas noches —le digo antes de sentarme en el interior y esperar que Sean lo haga a mi lado. Cuando lo hace, me sorprende al abrazarme y besarme. Llevo mucho rato esperando este momento, poder estar a solas y poder hablar sin miedo a que alguien nos pueda oír. Y ahora los nervios, la frustración, pierden sentido, porque este instante es mucho más especial que todo lo que ha ocurrido a lo largo del día.
—Helena nos ha hecho la cena, algo rápido, porque nos tenemos que preparar para acudir a una fiesta relacionada con el trabajo.
—¿Tenemos?
—No pensarás que voy a ir solo. —Levanta una ceja y lo miro sin dar crédito—. Por eso no podías ir a cenar con Jeff, porque me he encargado de que no venga para que no puedas decirme que no quieres que te vea conmigo.
—Sean…
—Aunque esto debe cambiar ya, no voy a ocultar lo que siento, y mucho menos a Jeff. Si no le gusta, me da absolutamente igual.
Oír la firmeza de sus palabras me encoge el estómago, debo decírselo. Mañana por la mañana será lo primero que haga antes de ir al trabajo.
—Te prometo que mañana se lo diré.
Recibo un beso en los labios y me fundo en su abrazo mientras Hugh se adentra en la circulación para llevarnos lo antes posible a su casa.
—¿Y qué tienes que hacer exactamente en esa fiesta? —Quiero saber más, no me gusta ser una acompañante florero que no se preocupa por nada de lo que ocurre a su alrededor; al contrario, si puedo ayudarlo, mejor que mejor.
—Darle la enhorabuena a nuestro nuevo accionista, que va a inyectar dinero en la compañía ahora que con la patente vamos a doblar trabajo, y que crea que invertir y trabajar con nuestra empresa es lo mejor que ha podido pasarle. Como sé que a Jeff no le van estas cosas, le he servido en bandeja no tener que acudir.
—Eres muy mala persona.
—¿Hubieras venido si él hubiese estado allí? —Los dos sabemos que no, así que no puedo echarle nada en cara—. Esta noche vas a ser mi preciosa acompañante.
—Pues necesito ir a casa, tengo que buscar algo que ponerme. —Me miro de arriba abajo y, obviamente, no llevo la indumentaria adecuada para acudir a una fiesta de gente adinerada—. Sean, ¿me has oído?
—No tenemos tiempo; en mi casa te puedes duchar y maquillar.
—¿Y volver a ponerme esta ropa? ¡Estás loco si piensas que voy a ir así! —Hugh no dice nada, pero acelera, supongo que para llegar lo antes posible—. Necesito ir a mi casa —repito, porque parece que no me oye o que no le importa lo más mínimo lo que le estoy diciendo.
—De vuelta, pasamos y coges lo que necesites.
—Gracias.
—Es la segunda vez que me las das, creo que vamos haciendo progresos.
—Los haremos cuando seas tú quien me las dé a mí.
Pasa su brazo por mi hombro y me acerca a él hasta que descanso sobre su pecho al tiempo que él me acaricia el pelo. Para decidir qué puedo ponerme, doy un pequeño repaso mental a mi vestidor hasta que creo que sé cuál elegir.
El vehículo se detiene frente a la cancela de su casa, Hugh acciona un mando y poco a poco accedemos a ella y nos adentramos en el parking. Allí el chófer nos abre la puerta y Sean, agarrándome de la mano, me ayuda a descender.
—¿Tienes hambre?
—Un poco.
—Pues vamos hacia la cocina, Helena nos está esperando.
Bajamos la escalera hasta llegar al salón y desde la entrada ya puedo oler a comida. Esta mujer es una cocinera de lujo, Sean no sabe la suerte que tiene.
—¿Ya estáis aquí? Perfecto, tenéis la mesa lista.
Me giro para mirar hacia el comedor y veo que hay una serie de platos con verduras, salsas y masas para hacer fajitas sobre la mesa.
—Te dije que sería algo rápido —me susurra al oído, al tiempo que rodea mi cintura apoyando la barbilla en mi hombro y dejo que me abrace con fuerza—. Creo que me estoy arrepintiendo de haberme comprometido para esta velada; preferiría llevarte a la cama y follarte hasta mañana.
Me estremezco conforme oigo lo que me declara y me digo que yo pienso como él. Ahora mismo me comería esas fajitas y luego me quedaría entre sus brazos lo que queda de noche, no me apetece otra cosa, pero el sonido de mi teléfono me distrae y, a regañadientes, me suelta hasta que logro sacarlo del bolso para ver quién es.
—Hola, Jeff —digo su nombre para que, tal y como esperaba, Sean me mire.
—¿Vas a venir? —me pregunta, curioso, y lo único que puedo hacer es ver cómo Sean está preparándose una fajita. Cuando la tiene lista y creo que se la va a comer, se acerca y me hace un gesto para que abra la boca.
—No, ya estoy cenando. Mañana desayunamos juntos, ¿vale? —De repente retira el manjar de mi boca y me deja a medio probarlo, pero no le puedo decir nada.
—Últimamente no te vemos el pelo. —Y menos que me lo vais a ver como siga así—. Mañana te espero.
—Gracias. Disfrutad mucho del japonés. —Finalizo la llamada y lo miro con los brazos cruzados—. ¿Por qué no me la dejas probar?
—¿Por qué tienes que desayunar con él? —Sus ojos se tornan oscuros, cargados de deseo y celos a partes iguales, y debo reconocer que me encanta verlo así.
—¡Estás celoso! —Se me escapa una carcajada y me lanzo a su mano para morder un trozo de fajita, sin evitar que parte del contenido caiga al suelo—. Reconócelo.
—No pienso admitir algo que no es cierto. —Me agarra de la cintura y me sienta sobre la mesa de madera—. Ahora vas a ser mi cena. —Alzo las cejas, sorprendida y divertida, y veo que coge un poco de salsa y me mancha la punta de la nariz para después lamérmela—. Cómo me gusta este sabor, pero hoy está mucho más bueno.
Unto uno de mis dedos con la salsa y esta vez soy yo la que lo mancho, en el cuello; él me mira con cara de no dar crédito a lo que estoy haciendo.