Capítulo 33

—¿Helena? —susurro ante su lasciva sonrisa.

—Ya no está, tranquila.

Más relajada, le desabrocho los botones de la camisa y, tirando de ella para acercarlo a mí, lo besuqueo y saboreo la salsa de su piel. ¡Cómo me gusta cuando está así de distendido!

—¿Cuánto tiempo has dicho que tenemos? —Nos miramos fijamente y a los dos se nos escapa la risa—. Creo que no tengo tanta hambre como pensaba. —Me acerco hasta besar sus labios y cierro los ojos para saborearlo a fondo.

—¿Estás segura de que no te desmayarás a medianoche?

Ahora mismo me importa muy poco comer, lo único que quiero es que me haga suya. Me quito la camisa y la dejo caer a un lado, ante su ladina mirada.

—¿Esto responde a tu pregunta?

—¡Ponte de pie! —Lo hago de un brinco y recibo un azote en el culo que me provoca un gemido. Cómo me gusta este hombre. Termina de quitarse la camisa y la lanza sobre la mía, al tiempo que cuela sus dedos por la cinturilla de mi pantalón y, con maestría, desabrocha el botón y comienza a bajar hasta hincar su rodilla en el suelo y, desde su posición, me mira mientras desliza la tela por mis piernas; levanto primero un pie y después el otro, para quedarme solamente en ropa interior.

Atrapa la salsera y mancha un poco mi rodilla para después chuparla enérgicamente hasta pegarle un bocado; cuando se deshace de toda la salsa, repite lo mismo con la otra pierna y sigue con mi ombligo. No contento con ello, muerde la tela de mi braguita; siento sus dientes clavarse con fuerza, atrapar uno de mis labios y tirar de él hasta que tengo que sujetarme de su cuello para no perder el equilibrio, momento que aprovecha para sentarme sobre la mesa con las piernas dobladas; entonces las abre para contemplar mi sexo, aún tapado.

—Creo que esta noche vuelves a quedarte sin bragas. —Tal y como lo dice, las agarra entre ambas manos hasta estirar y romperlas, arañándome un poco la piel del muslo, que se enrojece al instante y que por instinto me acaricio—. Lo siento, no quería hacerte daño.

—No te lo voy a perdonar. —Suelto una risotada que hace que mi pecho suba y baje cada vez que respiro y siento que clava sus dientes en mi muslo como reprimenda. Lejos de quejarme, llevo uno de mis pies, que aún tiene el zapato de tacón puesto, a su pecho y se lo clavo, para luego obligarme a retroceder… pero él atrapa mi pierna y se aproxima, clavándoselo un poco más, para luego colocarlo sobre la mesa, dejando mi sexo al descubierto.

—No voy a parar hasta que te corras en mi boca —me dice con esa voz ronca que ya ha conseguido que mi vagina se empape por completo de repente—. Me rogarás que no pare.

Me agarra enérgicamente los muslos y noto cómo su lengua comienza a rodear mi clítoris, por lo que tengo que asirme al borde de la mesa para controlar las sensaciones que en este momento me desbordan. Cuela su dedo en mi interior, al tiempo que unta otro de la otra mano en la salsa y comienza a pellizcar mi clítoris a la vez que lo masajea y mancha de salsa, para después absorberlo con la boca, y no puedo evitar gemir. No quiero gritar, pero estoy tan excitada que soy incapaz de controlarme. Intento recomponerme y levantarme, pero no me lo permite, pues con una mano empuja mi hombro para volver a tumbarme, y veo cómo de nuevo se acerca despacio a mi sexo y vuelve a succionar, arrancándome otro gemido y provocándome una nueva oleada de calor.

—¿Te vas a correr? —Asiento, estirando mi cuerpo sobre la mesa, sin percatarme de que una salsera estaba en el borde y cae al suelo, haciéndose trizas—. ¡Córrete!

Introduce varios dedos en mi interior mientras chupa y los saca con fuerza, presionando hasta que mi cuerpo comienza a flaquear y empiezo a temblar en su boca, dejándome llevar—. Ahora vamos a terminar de verdad. —Me coge en volandas y se dirige escaleras arriba para llevarme a su habitación.

Cierro los ojos y llegamos al baño, donde oigo cómo abre el grifo de la ducha y, poco a poco, me deja de pie en el suelo.

—Gracias.

—Al final me voy a acostumbrar y después no te permitiré que dejes de dármelas. —Le sonrío, medio exhausta, cuando me acompaña hasta posicionarnos bajo el chorro de agua—. Hoy quiero que te dejes llevar, que no pienses en nada más que en disfrutar lo que la vida nos ofrece.

Asiento, encantada; vendería mi alma al mismísimo diablo por volver a sentirme en el futuro como estoy ahora mismo.

Agarra mi cintura y me da media vuelta para quedar con la mejilla pegada a la pared y me guía a descender hasta quedar en ángulo recto, con mi espalda a su merced, al igual que mi trasero, que comienza a acariciar con mucho cuidado de no hacerme daño, para, poco a poco, introducir uno de sus dedos y, en círculos, preparar la zona para él. Estiro las palmas de las manos y entreabro los labios conforme la zona está más sensible y lentamente siento cómo su miembro se aproxima y empieza a frotarse hasta que mi cuerpo lo recibe.

—Estás tan prieta, Diosss… —Tiene que apoyarse en la pared, sobre mi mano, para controlar la necesidad de penetrarme con más ímpetu; sabe que si lo hace puede lastimarme la zona y ya no disfrutaríamos—. No voy a dejar que nunca te vayas de mi lado.

Respiro profundamente cuando se adentra por completo y poco a poco, agarrado a mis caderas, ambos nos balanceamos hasta que mi cuerpo lo recibe sin ningún impedimento y sus embestidas empiezan a ser más enérgicas y certeras, arrancándonos a ambos unos jadeos de placer que seguramente están siendo oídos por todo el mundo, pero ahora no puedo pensar, sólo hago que empujar hacia atrás, respirar forzadamente y sentir que mis piernas vuelven a perder prestancia.

—Espérame, cariño —oír esa última palabra me estremece aún más y tiene que rodearme la cintura para que no me caiga al suelo—, ya estamos, espérame.

—No voy a aguantar mucho más.

Acelera las penetraciones hasta que su cuerpo se clava en el mío y, tras varios rugidos, nos fundimos en uno, corriéndose en mi interior, y caemos al plato de ducha, donde nos abrazamos y permanecemos así durante unos minutos.

—Prométeme que no vas a irte nunca de mi lado —me pide entre besos.

—No voy a hacerlo si tú no quieres.

—Jamás, nunca voy a querer que te marches. Eres lo mejor que me ha pasado en esta vida. —Me levanta el mentón y me besa con una necesidad que hasta este instante no había sentido en él.

—¿Me dejas lavarte? —le pregunto mientras cojo el bote de jabón, vierto gran cantidad sobre mi mano y luego la froto con la otra, antes de restregárselo por el pecho, prestando mucha atención a las zonas que antes he manchado de salsa. Poco a poco su cuerpo está cubierto de espuma. Masajeo sus sienes, paso mis dedos por su barba y me encanta verle las facciones tan relajadas.

—Me chifla esta barba.

—Lo sé —apenas responde en un suspiro, y sonrío, agradecida porque no se la quite—. Ven, ahora me toca a mí. —Abro las piernas y rodeo su cintura, sentándome encima de sus muslos, para cerrar los ojos mientras me enjabona la cabeza y poco a poco sus dedos hacen las mil maravillas para terminar de eliminar cualquier tensión.

—Vamos a tener que salir, porque ya llegamos tarde.

—Hummm… No quiero.

—Debes levantarte. —Me acaricia el final de la espalda y ronroneo como un gato—. Avery, no puedo levantarme contigo así, nos vamos a caer.

—Pues no te muevas, estoy muy a gusto.

—Tengo un compromiso y no puedo faltar.

Alzo la cabeza y le pongo cara de pena, pero no sirve de nada, no está dispuesto a quedarse en casa, así que, con su ayuda, me pongo de pie y me sigue, dándonos antes un último enjuague por si nos queda jabón. Me ofrece una toalla, que estira y con la que me rodea justo antes de atarse la suya a la cadera, y me dan ganas de arrancársela para volver a verlo desnudo.

—Esto, ¿qué es? —Me paro de repente cuando, al salir del baño, veo toda su cama llena de cosas.

—He pedido que te traigan todo lo que puedas necesitar para arreglarte.

—¿Todo esto? ¿Estás loco?

—Por ti. —Me coge en brazos y me besa. No me puedo creer que haya comprado tal cantidad de cosas; queda patente que no tenía intención de ir solo a la fiesta de su nuevo accionista, porque no lo ha podido preparar desde que hemos llegado; lleva días organizándolo y yo ni tan siquiera me he dado cuenta—. ¿Falta algo?

Niego con la cabeza al acercarme a la cama, donde veo un secador de pelo, una plancha y un rizador para el cabello, justo al lado de infinidad de maquillajes, cremas corporales y faciales… Si me mudara de inmediato a su casa, no necesitaría nada de la mía con todo lo que hay aquí.

—Pero tengo que ir a por ropa, otra vez estoy sin bragas.

—¿Tú crees? —Se le escapa la risa y observo cómo camina hasta su cómoda y abre el primer cajón, donde descubro infinidad de braguitas, todas ellas de raso, cómo no, con la etiqueta incluida—. Y tienes un vestido que Marc ha hecho expresamente para ti.

De repente mi rostro se tensa, se ha pasado. Mucho. Yo no necesito tantas cosas, soy muy sencilla. Sigue caminando hasta su vestidor y al fondo veo su esmoquin, el que vi en la tienda de Marc cuando fui con Zoé, y se me abre la boca exageradamente cuando contemplo el vestido que Zoé trató de adquirir y Marc le dijo que era para uno de sus mejores clientes.

—Espero que Marc haya sabido medirte con la mirada.

Ahora lo entiendo todo: el día que fuimos sólo era para que pudiera verme en persona y tomar mis medidas sin que yo lo supiera.

—Es demasiado, Sean. ¿Cómo voy a aceptarlo?

—No tienes que aceptar nada, sólo debes ponértelo y hacerme feliz. —Me dispongo a replicar cuando posa su dedo en mis labios para que no diga nada—. Pocas veces en este mundo he sentido algo como lo que siento por ti, y no quiero que pienses que mis regalos son para ganarme algo, simplemente pensé que podrías estrenar un vestido esta noche, al igual que haré yo. —Señala su traje hecho a medida.

—Debe de ser carísimo. —Acaricio la tela y no me cabe duda de que lo es, porque su tejido es delicado, fascinante.

—Llevo muchos años ganando dinero para nada, ahora puedo compartirlo; puedo pagarlo sin problemas, te lo aseguro. —Suspiro, sin saber qué hacer—. Por favor.

—Está bien.

—Gracias. —Ahora es él quien está agradecido conmigo, aunque soy yo la que debo estarlo—. El baño es todo tuyo; venga, tenemos prisa.

Me apremia y no sé ni por dónde empezar. Salgo del vestidor y, tras coger un conjunto de raso negro sin tirantes, me lo pongo; luego elijo el maquillaje que voy a utilizar, me planto frente al espejo y comienzo a arreglarme el pelo.

Salgo del baño ya peinada y maquillada y lo veo intentando ponerse el reloj frente al espejo. El traje es mejor que hecho a medida, Marc lo ha diseñado para él; está increíble.

—¿Me ayudas? —Se gira y me mira de arriba abajo mientras se acaricia la barba—. Necesito dos manos para abrochar la correa.

—Claro.

Luego descuelga el vestido de la percha, desabrocha la cremallera del lateral y me pide que levante las manos para colocármelo. Poco a poco la tela va bajando y la ayuda a ajustarse. Cuando fijo mis ojos en el espejo que tengo delante, me maravillo con lo bonito y elegante que es.

—Me gusta que te hayas dejado el pelo suelto. —Me abrocha la cremallera y rodea mi espalda con sus manos para acariciar las puntas onduladas de mi cabello y la piel de mi espalda—. Aunque no sé si voy a llevar bien que esta noche seas el centro de atención.

—¿Todo el mundo irá de etiqueta?

—Sí, es la directriz de nuestro nuevo accionista. —Me ofrece su mano para guiarme hasta donde veo una caja de zapatos y saco unas sandalias negras que son un sueño—. ¿Serán cómodas?

—Ningunas lo son.

—Entonces tendré que compensártelo de algún modo cuando regresemos.

—No sabes las ganas que tengo de que llegue ese momento.

Me acaricia la mejilla y salimos para llegar hasta la cama, donde cojo un pequeño bolso donde meto mi documentación y mi teléfono antes de bajar la escalera, con mucho cuidado de no caerme con la cola del vestido, hasta llegar al salón.

Me asomo a la mesa y veo que no hay ni rastro de la fuente rota, ni de la comida que apenas hemos probado porque hemos acabado jugando con ella.

—Tranquila, Helena se ha encargado de todo.

—Me sabe mal, lo había preparado expresamente para nosotros y ni siquiera lo hemos probado. —Después del trabajo que ha tenido la mujer y somos tan desconsiderados que, para más inri, lo hemos tirado al suelo.

—Cuando tenía vuestra edad, también me olvidaba de comer. —Me giro cuando oigo su voz y me sonrojo al ser consciente de que sabe perfectamente lo que hemos hecho hace un rato sobre esta mesa—. Estás preciosa; ese vestido parece que esté hecho especialmente para ti.

—Gracias, Helena.

—Tenemos que salir ya. —Sean la saluda con un ligero movimiento de cabeza y me mira antes de decirme—: ¿Estás lista?

—Sí. —Subimos al nivel superior y veo que ya está arrancado el deportivo; Hugh no está esperándonos y sonrío, porque prefiero estar con Sean a solas—. Vas a tener que ayudarme.

Estudio la cola del vestido y decido enrollarla en mis piernas antes de agarrar la mano que me ofrece. Me siento en el McLaren, que es más bajo de lo que recordaba… o quizá es que estos zapatos son más altos de lo que acostumbro a llevar. Luego rodea el coche y se sienta a mi lado, para marcharnos.

Hace una noche de primavera de lujo, apenas corre el aire y las estrellas alumbran el cielo con fuerza. Me pierdo en ellas mientras pienso en lo afortunada que soy de haberlo conocido. Las calles de la ciudad no están muy llenas; es un día laborable, así que casi todo el mundo está en sus casas, pero, conforme nos aproximamos al centro, el tráfico se hace más denso.

—En nada estaremos allí.

Tras recorrer varias calles al ritmo de una música que no conozco, pero que hace que ladee la cabeza siguiendo el compás, veo que uno de los edificios del fondo está muy iluminado.

Sean sigue conduciendo hasta que se detiene en la puerta y un chico se acerca rápidamente para cogerle las llaves; espero a que él rodee el coche y me ofrezca la mano para que pueda bajar.

—Cuida de él.

—Claro, señor, ¿cómo no voy a hacerlo? —De sus ojos saltan chispas de felicidad, y lo entiendo perfectamente: poder conducir este deportivo es muy tentador.

—¿Lista?

—Cuando quieras.

Me agarro de su brazo y nos encaminamos a la entrada, donde vemos que muchas de las personas que están conversando dejan de hacerlo para mirarnos; supongo que la mayoría de ellas lo conocen y se sorprenden de verlo llegar acompañado.

—Buenas noches. —Sean los saluda para que sepan que es consciente de sus miradas—. Ibas a causar furor, te lo advertí —me susurra al oído.

—Puede que sean esos ojos grises que las embauca a todas, ¿no crees?

—No, es tu presencia lo que los ha alterado.

Coloca su mano en mi espalda y la desciende hasta estar a punto de tocarme el trasero, pero se contiene y camina llevándome hacia él a su lado en cada paso. Se para de repente y, tras mirarlo extrañada, me coge de la mano con ganas, frente a las mujeres que hay justo delante de nosotros, y me besa en los labios, dejando claro que esta noche está conmigo.

—¡¿Sean?! —Esa voz la conozco… Nos separamos y veo la cara de enfado de él. Ha tensado de pronto la mandíbula y sus ojos se han oscurecido, y más lo hacen cuando miramos hacia el interior y vemos a Rosalie, quien, sin dejar de escanearme de arriba abajo, se acerca a nosotros embutida en un vestido rojo estilo ochentero que no le queda nada bien—. Pensaba que no vendrías.

—¿He dicho en algún momento que no lo iba a hacer?

Miedo me daría estar en su posición, y ella lo siente, porque está temblando como un flan ante el Sean despiadado que es más frío que un témpano de hielo de la Antártida.

—Me ha llamado Mónica… diciéndome que aún no habías llegado a la fiesta, y he deducido que habías declinado la invitación, por eso le he pedido a… —Su voz es baja y trémula, y en este momento siento lástima por ella, aunque no debería, porque una vez más se ha entrometido en algo que no le concernía.

Sean resopla mientras niega con la cabeza, imagino que se está conteniendo para no decirle algo que no debe, cuando ella se gira y ambos seguimos la dirección de su mirada hasta que me topo con los ojos de Jeff clavados en mí; no deja de repasarme de arriba abajo, parándose finalmente en la mano de Sean, que continúa en mi cadera.

—Jeff. —Mi voz se apaga cuando veo que se da media vuelta y se pierde en el interior.

No me cabe duda de que está muy enfadado; sabía que no le iba a hacer ninguna gracia enterarse de que la persona que me hace sentir tan especial es su socio.