—¡La próxima vez me llamas antes de hacer nada! —le grita justo a mi lado, pero ni me inmuto. Mi cabeza sólo tiene espacio para Jeff, en lo que debe de estar considerando de mí, aunque lo que más me duele es que se ha enterado de la peor de las maneras de con quién estoy saliendo y me duele en el alma.
—Yo he pensado que…
—No te pago para pensar —le gruñe en un tono tan bajo y enfadado que consigue llamar mi atención, y lo miro intentando pedirle que se controle—. Vete. Mañana hablaremos en la oficina. —No intenta rebatir, ni disculparse; sabe perfectamente que lo ha hecho muy mal y que lo mejor es irse sin más. Me agarra de los hombros y me gira hasta que lo miro; entonces procura leer mis pensamientos—. ¿Estás bien?
Inhalo profundamente para recargarme del valor necesario para poder enfrentarme de una vez a Jeff, al fin, con la verdad.
—Sí, pero necesito hablar con él, ¿te importa?
—Ve, yo iré a saludar a alguno de los presentes.
—Gracias.
—¿Otra vez? —Sonríe e incluso lo hago yo—. Me podría acostumbrar muy rápido a ello.
—Eso no sé si es bueno o malo.
—Según se mire. —Elevo las cejas y niego con la cabeza; me agarra de la barbilla y, tras darme un beso, se acerca a mi oído—. Te esperaré, no te vas a ir de aquí sin mí —me advierte muy serio, a lo que niego de nuevo. No lo voy a hacer, porque, aunque Jeff se haya cabreado conmigo, quiero pasar la noche con Sean, tal y como tenía planeado.
Camino entre las personas hasta que, en una de las barras, lo diviso bebiéndose una copa de un trago.
—Jeff, por favor…
—¡Es Sean! —es lo primero que me suelta, en tono furioso—. ¿Él es esa persona que apenas te deja pasar por casa?
—Jeff, yo…
—¡Dime la verdad! —vocifera.
Miro a mi alrededor y, obviamente, compruebo que las personas que están más cercanas a nosotros nos miran de soslayo; siento vergüenza, porque no me apetece que nadie se entere de mi vida privada.
—Sí —le confirmo—. Quería decírtelo, en serio.
—Es mi socio, Avery, ¡joder!
Deja el vaso con tanta fuerza sobre la barra que lo rompe, y luego camina hasta dejarme sola y confusa allí plantada.
—¿Estás bien? —Sean es el único que me distrae de mis pensamientos—. ¿Avery?
—Se ha enfadado.
—Ya se le pasará, es mayorcito.
No lo entiende, pero no puedo confesarle la verdad, ¿cómo voy a hacerlo? Ahora mismo no soy capaz de perder a otra persona. Conozco muy bien a Jeff y sé que, cuando se cabrea, necesita su espacio. Salir detrás de él sólo empeoraría las cosas. Mañana hablaré con él, cuando haya asumido la noticia y esté dispuesto a escucharme.
—Mañana iré a su casa antes de que se vaya a la oficina.
—¡Cote, pensaba que no vendrías! —Aparece una mujer de unos cuarenta años pero con una silueta de escándalo, y ella lo sabe, a juzgar por cómo se arregla, pero yo sólo pienso en Jeff.
—Hola. —La saluda como acostumbra, con un ligero movimiento de cabeza, pero, no conforme con ello, ella se abalanza hacia su mejilla sin que a él le haga ni puñetera gracia, y se lo demuestra con la mirada; sin embargo, la recién llegada simula no darse cuenta y sonríe como si nada, hasta que de pronto parece entender que no está solo y me mira un poco menos sonriente—. Te presento a Avery, mi pareja.
—Qué formal. —Se le escapa una carcajada, dando por hecho que soy uno más de sus ligues pasajeros—. Encantada, soy Mónica, la organizadora de este evento.
—Hola —la saludo con educación.
—¡Si necesitáis algo, ya sabéis a quién debéis acudir! —termina diciendo antes de irse, no sin antes toquetearle el brazo de arriba abajo, consiguiendo sacarme de mis casillas.
—Gracias. —Me agarra fuerte de la mano y me guía por la sala hasta llegar a dos personas, pero, la verdad, ya no me apetece sonreír—. Os presento a Avery.
—Encantado —me dice uno, y finjo una sonrisa. Mi mirada se dirige hacia la puerta por donde Jeff se ha largado. Menos mal que Sean se encarga de entablar una conversación, una que no me apetece escuchar, pues en este instante estoy tan preocupada que no me interesa lo más mínimo.
Sé que Sean es consciente de ello, porque no deja de mirarme.
—¿Me permitís un segundo? —Los dos hombres, amablemente, me dan el permiso que acabo de solicitar y Sean me agarra con fuerza.
—¿A dónde vas?
—Tengo que ir al baño —me disculpo, porque sí quiero ir, pero no para lo que él cree; necesito hacer una cosa lo antes posible—. Me gustaría ir sola.
—¿No necesitarás ayuda? —replica mientras acaricia mi cremallera con su dedo índice, sin importarle que las dos personas que están delante estén siendo conscientes de su caricia y se hayan girado a la vez que hablan, para darnos la privacidad que creen que debemos tener.
—Me las apañaré. —Esbozo una sonrisa, aunque sé que no ha sido la mejor de mi vida, pero sí la idónea para que se tranquilice y no me acompañe—. Aunque, si suena el teléfono, quizá sea una petición de SOS —bromeo, sabiendo que es lo que debo hacer para que no se haga más preguntas de las necesarias.
Al fin avanzo por el pasillo hasta que veo un cartel en una de las puertas que informa de que es el baño femenino.
Entro en el pequeño cubículo y me siento en el váter para sacar mi móvil y llamar a Owen.
—Jeff me ha visto con Sean.
—¡Joder! Y se ha cabreado, claro que lo ha hecho… Te lo avisé.
Me lo estoy imaginando andando de un lado a otro por el loft, negando con la cabeza mientras cambia el teléfono de una mano a la otra de lo nervioso que se acaba de poner.
—Necesito que lo calmes, ayúdame a que me entienda… —le ruego, y no tarda en interrumpirme en un grito.
—¡Ah, no! Tú solita te has metido en este lío.
—Owen, me lo debes —le recuerdo un favor que le hice y que jamás le he contado a Jeff; si lo hiciera, no le haría ni pizca de gracia.
—Eres una mezquina.
—Y tú, un gran amigo. Sabes que, si no fuera importante, no te lo pediría.
Cierro los ojos hasta que logro captar un suspiro y sé lo que me va a responder.
—Está bien, pero mañana te quiero a las siete en punto aquí, hablando con él. —«Bien, gracias, gracias», pienso para mis adentros, y estoy a punto de llorar cuando suelta de repente—: Ésta vale por veinte.
—No te pases.
—Y tanto que sí. No creas que me voy a olvidar.
Sé que no. Owen no olvida nada, ni las puñeteras matrículas de los coches que pasan por su lado… Yo sería incapaz de recordar la primera.
—Lo que quieras. Te dejo, que tengo que salir del baño.
—Qué lugar más romántico para llamarme —ironiza, y a mí se me escapa una risotada—. Espero que al menos no estés…
—Tranquilo, con este vestido creo que me será imposible usar el váter.
—Te dejo, que acaba de entrar por la puerta.
Me cuelga y noto cómo el latido de mi corazón retumba en mi cabeza. Menos mal que tengo a Owen de mi parte y me va a echar un cable. Jeff tiene que entender que me he enamorado… de su socio, sí, pero ¿qué más da de quién?
Abro el cerrojo y me paro frente al espejo; allí saco de mi bolso el carmín y me repaso los labios antes de abrir la puerta y ver a Sean esperando frente a ella.
—¿Todo bien?
Asiento con la cabeza, más relajada.
—¿Tomamos una copa? —le propongo mientras le guiño un ojo. Me abraza y me arrima a su cuerpo, para volver a besarme.
—Me encantas con este vestido, pero no sabes las ganas que tengo de verte sin él. —Acaba la frase en un susurro ronco que sólo mis oídos son capaces de oír y siento un escalofrío que recorre todo mi cuerpo.
—¿Sería muy descortés si te escaparas pronto de este evento?
—Me importa una mierda lo que sea; nos tomamos esa copa y nos vamos.
Sonrío; no sabe las ganas que tenía de escuchar esas palabras… El día está siendo de lo más entretenido.
Acariciando mi espalda, caminamos hasta volver a la sala, donde la mujer de antes, creo que se llamaba Mónica, no nos quita el ojo de encima; eso no es que me apasione, pero tampoco me incomoda. Sean me ofrece una copa de vino blanco y me arrepiento de no haber cenado esta noche; es más, este mediodía apenas he terminado la pizza que me ha pedido, y mi cuerpo necesita ingerir algo sólido antes de beber o terminaré mareada.
—Por nosotros. —Levanta su copa y curvo la comisura de mis labios en una tímida sonrisa cuando la levanto y respondo:
—Por lo que nos depare el destino. —Se la choco y damos un primer sorbo, y entonces me doy cuenta de lo helado que está el vino. El frescor recorre mi laringe y mi esófago hasta desaparecer en mi estómago.
—De momento, no escondernos más —añade, y no sé si ahora mismo me alegro por ello. Pero en parte tiene razón: no era lógico lo que estaba haciendo, no, teniendo una relación abierta con Jeff. Yo lo he respetado y ayudado durante años para ocultar su condición sexual, así que ya ha llegado la hora de que mire por lo que quiero en mi futuro… y lo tengo muy claro, lo quiero a él, a Sean.
—Tenía su gracia, ¿no? —intento bromear, aunque no consigo que ría; al contrario, niega con la cabeza y me lleva hasta él para susurrarme al oído.
—Ninguna. Es más, ahora no pienso soltarte en ningún momento. —Sus palabras son sinceras, provocadoras y sensuales, tanto que tengo que tragar saliva para controlarme—. Eres mía y todo el mundo lo va a saber, sin excusas, cuando quiera y como quiera. —Se aproxima tanto a mí que mi brazo queda atrapado entre su cuerpo y el mío y siento el frío de la bebida en mi pecho—. Y ahora… nos vamos.
Mira a su alrededor en busca de alguien, hasta que sé que lo ha encontrado. Se trata de un hombre muy elegante. Me agarra de la mano con fuerza y caminamos juntos entre todos los invitados, que nos siguen con la mirada hasta que llegamos a él.
—Qué alegría verte, Cote.
—La fiesta es de las mejores a las que he asistido, pero tengo otro compromiso.
Va a chocarle la mano, pero Sean tiene agarrada la mía y no tiene ninguna intención de soltarla, así que el pobre tipo lo mira con cara de circunstancias. Al final baja su mano y le dice un escueto «adiós», sin poder evitar dirigir su atención a nuestras manos entrelazadas, que no se han separado en ningún segundo.
—Gracias por venir. Hablamos en unos días y cerramos la operación.
—Perfecto —acepta sin duda alguna—. Que tengan una buena noche, caballeros. Señorita —se despide de todos los que tenemos delante y nos marchamos de allí.
—¿No me vas a soltar?
—No.
—¿En toda la noche? —Se me escapa una risa nerviosa; en ese momento veo aparecer al aparcacoches, que nos hace un gesto para que esperemos un instante.
—Nunca.
—Tendré que ir a trabajar. —He mencionado un momento en el que no estoy con él, pero parece darle igual.
—Trabajarás sólo para mí.
No me lo puedo creer. Es una broma, ¿no?
—Sabes que no, no pienso dejar a mis clientes por ti.
—Ah, ¿no? —Me obliga a dar medio giro y me inclina hacia atrás, quedando a su merced, a pocos centímetros de su boca, y sus ojos me penetran como nunca—. ¿Estás segura? —Adentra su lengua entre mis labios y el deseo invade cada uno de mis sentidos.
—Ejem… ejem… —oigo carraspear al pobre chico y a él gruñir por tener que separarse de mí.
—Te hubiera dado una buena propina si no me hubieras interrumpido —suelta con tono de enfado, y al pobre muchacho se le queda una cara de pena que no puedo soportar.
—No seas cruel.
—La próxima vez seguro que no volverá a joder a nadie.
Se dirige hacia su puerta y, tal y como le ha advertido, no le da ni un céntimo, pero me niego, así que, antes de montarme, paso por su lado, abro mi bolso de mano y le doy la propina, ante la mirada atónita y la cara de póquer de Sean.
—Yo no soy mala persona. —Le guiño un ojo mientras le dedico una sonrisa.
—Te vas a enterar de lo que es bueno, por lo que acabas de hacer. —Sube al vehículo y espera a que lo haga yo para cerrar las puertas—. No sabes con quién estás jugando.
—Tú tampoco, señor Cote.
—Oír mi nombre salir de tu boca me pone cachondo, pero más me va a poner cuando supliques.
Dios, esa voz, ¡cómo me puede encender cuando me habla con esa ronca sensualidad que consigue destrozar cualquier escudo que pueda tener listo!
—Pero ¿quieres que suplique a Sean o al señor Cote? —bromeo, sabiendo que me la estoy jugando demasiado, y me lo confirma su forma de pisar el acelerador e introducirse en la carretera, que me obliga a agarrarme con fuerza para no caerme encima de él—. ¿Sabes que estos pantalones no me gustan nada? —Paso la mano por encima de su entrepierna y se mueve para lograr controlar su erección mientras mira a la calzada e intenta concentrarse en la conducción.
—¿Has visto lo que haces conmigo?
—¿Yo? A ver, ¿qué es lo que te hago?
—Vas a conseguir que me cargue un pantalón de mil pavos. —Se le escapa la risa mientras lo dice, porque los dos sabemos que eso es lo que menos le importa.
—Pues sí que serían de mala calidad; de ser así, yo de ti cambiaría de diseñador.
—No creo que le guste la idea a Marc.
Cruzamos la mirada unos segundos; los dos estamos excitados, mucho. Me aproximo un poco más y paso una mano por su bragueta, presionando para sentir el largo de su miembro apretado.
—Te está pidiendo a gritos que lo liberes, ¿no lo oyes? —suelta. Coloco la palma de la mano haciendo ángulo recto en mi oído y me aproximo a su paquete, provocando que se le escape una carcajada—. Reconócelo, te está pidiendo que se lo folle tu boca.
—¿Tú crees? —Pongo cara de confusión cuando vuelvo a acariciar la longitud de su miembro—. En realidad me ha dicho que le gusta más estar en mi sexo, entrando y saliendo en esa humedad que afirma que sólo yo poseo.
—Dios, calla o me voy a tener que parar en medio de este puente para darte lo que me pides.
Vuelve a recolocarse en el asiento; sin duda alguna lo está pasando realmente mal, tanto que da un giro brusco al volante y se para en el arcén de un puente, quedándonos resguardados por la negrura de la noche y los árboles, que no dejan que veamos la luz que despide la luna que debe de estar sobre nosotros.
—No puedo más.
Me coge de las caderas, sube toda la falda del vestido y me sienta sobre sus muslos, colocando la cola a los lados para que nos moleste lo mínimo posible.
—Fóllame, señor Cote —lo instigo, y me lanzo a besarle los labios al tiempo que mi cuerpo frota su entrepierna sobre la tela de su pantalón de tela exclusiva.
—Te dije que me suplicarías —logra balbucir entre besos.
—Y no me pidas que deje de hacerlo nunca.
—Nunca. —Me muerde el labio inferior y comienzo a desabrocharle el pantalón. Él se estira hasta la guantera del deportivo, pilla un preservativo, que se enfunda a toda prisa, y me penetra con premura—. Cómo me gustas —ruge cuando se cuela en mi interior.
—Fóllame.
—Chist… Tranquila… —Sus manos rodean mi cuello hasta que sus dedos se enredan en mi pelo, y me empuja hacia atrás, quedando mi cuerpo apenas a unos centímetros de él; así puede disfrutar de las vistas de mis pechos, que suben y bajan con cada una de mis respiraciones—. Eres perfecta. —Hace fuerza con las caderas para llegar más profundo y arrancarme un grito de desesperación… pero entonces se detiene, aunque yo sigo el embiste, pero sus manos atrapan mis caderas para que no pueda moverme sobre su miembro.
—Sean, por favor…
—Acabas de rogarle a Sean —se le escapa una lasciva sonrisa— y eso tiene recompensa. —Me eleva y baja con todas sus fuerzas, y tengo que apoyarme en sus hombros para no volverme loca. Creo que su polla está más grande que nunca, o quizá yo estoy más sensible, pero el caso es que siento que mi cuerpo se va a romper en dos cada vez que llega al interior de mi vagina—. ¿Te gusta?
Asiento con los ojos cerrados, ansiosa porque llegue la segunda arremetida, o la tercera, me da igual…, sólo quiero que continúe, porque estoy perdiendo los nervios.
—Sigue, por favor.
—El señor Cote está esperando una súplica. —Se me escapa una carcajada, sabía que le había gustado esa broma—. Es muy educado y no te va a tocar hasta que se lo supliques.
—Si lo hago, ¿hará que me corra? —No quiero irme por las ramas, ahora no; eso es lo único que deseo, que no deje de amarme hasta que me haga tocar las estrellas que están sobre nuestras cabezas.
—Las veces que quieras.
—Termine conmigo, señor Cote.
—A sus órdenes, señorita Gagner. —Mi estómago se contrae cuando aparece esa ronquera que me indica que va a llevar a cabo mi petición, ¡y vaya si lo hace! En cuanto termina la frase, se cerciora de que encuentre lo que necesitaba.
Siento que mi cuerpo empieza a dejar de seguir las órdenes de mi cerebro y cobra vida propia; se mueve en busca de placer, y consigue que las mariposas revoloteen por mis extremidades, por mis labios, que rozan los suyos, siendo el elixir de mis sentidos, hasta concentrarse en la boca de mi vientre hechas una maraña de sensaciones que apenas puedo controlar, hasta que siento un calor infernal que casi me deja sin respiración mientras oleadas de éxtasis inundan cada uno de mis poros. Lo único que rompe el silencio son sus gruñidos mientras desfallezco sobre su cuerpo, tenso e inmóvil tras haber acabado en el mismo instante.