Capítulo 35

—¿Me ayudas a levantarme? —Mis labios rozan su cuello mientras susurro y le provoco un escalofrío que siento porque sus hombros se mueven de repente.

—No, quédate un poco más así. —Sus manos rodean mi espalda con más fuerza y me acomodo entre sus fornidos hombros; de pronto la luz de un camión nos ilumina y la bocina propicia un sonido ensordecedor, pero ambos lo ignoramos—. Creo que este vestido es la mejor compra que he hecho en mi vida.

—Y, eso, ¿por qué?

Me incorporo y lo miro a los ojos al tiempo que mis manos acarician la pomposidad de la falda que casi le tapa medio cuerpo.

—Porque estás preciosa, y te puedo follar sin problemas.

Se le escapa una risotada y vuelve a pasar otro coche por nuestro lado; sus ocupantes se nos quedan mirando. Supongo que ver un deportivo de alta gama parado en un lateral resulta demasiado extraño como para pasar de largo sin mirarnos y curiosear.

—Me parece que ya es hora de irnos.

Empiezo a recoger la tela de la falda y me ayuda a sentarme en mi asiento. Luego sale del vehículo y, tras anudar el preservativo, lo tira sin ningún miramiento y vuelve a subir al coche para reanudar la marcha en dirección a su casa.

La música del reproductor se detiene y aparece el nombre de Hugh en la pantalla y, no sé por qué, sonrío cuando sé que es él quien lo está llamando.

—Ya estamos llegando —es lo primero que le dice, en un tono amigable—. Unos quince minutos.

—Perfecto, necesito hacer algunas comprobaciones. —La voz de él no me transmite seguridad, sino todo lo contrario, y a Sean tampoco, a juzgar por su seriedad contenida.

—Avísame cuando hayas terminado.

—Eso haré, conduce con cuidado. —Automáticamente mira por el retrovisor central y yo dirijo toda mi atención al que hay a mi lado, pero no veo nada raro; no hay ningún coche detrás de nosotros y, poco a poco, nos acercamos a las luces de la ciudad.

—¿Va todo bien? —no puedo evitar preguntar, porque algo me indica que no y que acaban de hablar en clave.

—Tranquila, Hugh se está encargando de todo.

—Hugh… ¿qué hace, exactamente? —Me muero por saber un poco más de él, pero Sean se extraña ante mi pregunta. Resulta obvio que siempre está ahí, así que me parece imposible que alguien no se pregunte cuál es su papel—. Que trabaja para ti ya lo sé, me refiero a cuál es su puesto.

—Un poco de todo.

—Chófer, seguridad privada…

—Sí, ésas son sus principales tareas. —Le está restando importancia, lo sé, y también que es un poco parco en palabras cuando quiero saber algo más de él; tengo claro que hay mucho por descubrir aún.

—¿Cuándo lo conociste?

—Hace mucho tiempo. —Noto que endurece el tono de voz, y eso me señala que mis preguntas le están empezando a molestar—. No tienes que preocuparte por nada —me dice esto mientras me acaricia las piernas sobre la tela del vestido, y contengo mi siguiente cuestión… aunque no por mucho rato, porque me martillea la cabeza hasta que la lanzo.

—¿Desde cuándo vives solo?

—Cuando cumplí los dieciocho decidí buscarme la vida.

—¿Y tus padres?

—No han estado. —Aprieta el volante y sé que este tema le trae recuerdos dolorosos—. ¿Crees que Jeff te podrá perdonar?

Ese giro en la conversación me pilla por sorpresa y ahora la que está más seria soy yo. Cuando estoy con él pierdo la noción de mi vida real, y ni siquiera me acordaba de mi marido.

—Supongo, aunque no sé qué le has hecho para que, hasta hace nada, no haya hablado de ti.

Es la primera vez que comparto este asunto con él, pero ya es hora de que lo haga, no tenemos que escondernos más.

—Imagino que no querrá que la preciosa de su amiga conozca al oscuro de su socio.

—¿Oscuro? ¿Ese adjetivo dice mucho de cómo eres?

—Puede.

—¿Debo tener miedo?

Lo analizo, y sé que se está divirtiendo mucho. Cuando va a responder, vuelve a sonar su teléfono y se cuela la voz de Hugh por los altavoces.

—Todo en orden.

—Perfecto. —De repente Sean cambia de sentido y me doy cuenta de que estaba dando vueltas para no regresar a su casa hasta que Hugh no le confirmara que todo estaba en orden. ¿Tendrá algo que ver el hombre que vi desde el baño hace unos días? Porque estoy segura de que no me lo imaginé, estaba allí—. ¿Qué te preocupa?

—¿Por qué estabas haciendo tiempo? —Me mira, pero no me dice nada y vuelve a centrar toda su atención en la calzada—. Jeff me habló de su preocupación por vuestro trabajo; estabais adentrándoos en algo que no lo dejaba dormir. ¿A ti tampoco?

—Jeff es más cauteloso que yo.

—Tu eres más oscuro —afirmo, consciente de que lo es, o por lo menos es más hermético. Y no sé si eso es bueno o no.

—El petróleo mueve mucho dinero, y hay personas que están dispuestas a todo por ganar más todavía.

—Y vosotros sois el enemigo, les vais a fastidiar su negocio.

—Los vamos a aniquilar. —Su media sonrisa maliciosa consigue que se me escape una carcajada; entonces pega un acelerón y me obliga a agarrarme—. Un día de éstos me tendrás que contar a qué se debe ese miedo a la velocidad.

—Algún día, pero de momento, si no te importa, reduce —le ruego. Sentir que circulamos tan rápido me recuerda lo que sucedió con Jia y se me revuelven las tripas. Creo que jamás me perdonaré lo que ocurrió, pero explicarlo es superior a mí; un día decidí que era mejor no hablar de ello y así no tener que reconocer lo culpable que me siento.

—Llegaremos enseguida. —A pesar de mi petición, sigue sin dejar de pisar el acelerador, de cerrarse todo lo que puede en los giros, provocando que mi cuerpo dé brincos cada dos por tres—. Yo de ti me sujetaría más fuerte —me aconseja, y da otro pisotón al pedal, con lo que el bólido sale disparado en una curva, y yo sólo hago que mirar al frente, a la señal de Stop que nos anuncia que se debe detener, aunque no tiene intención alguna de hacerlo.

—Sean, por favor…

Cierro los ojos con todas mis fuerzas cuando noto que pega un frenazo y el chirrido de las ruedas suena tan estruendoso como los latidos de mi corazón, que retumban por toda mi cabeza. Tengo que hacer un esfuerzo increíble por no gritar como una posesa, cuando se detiene y siento que no puedo respirar. Abro los ojos y veo que estamos parados frente al cruce que nos lleva hasta su calle, y a Sean, sonriente; puede que él se haya divertido mucho, pero a mí no me ha hecho ni puñetera gracia.

Busco la manecilla de la puerta, pero no la encuentro.

—¡¿Cómo se abren estas malditas puertas?! —Estoy muy nerviosa, me tiembla todo el cuerpo, y no quiero estar ni un segundo más en el interior del vehículo—. ¡Ábrelas! —chillo.

—Avery, ya hemos llegado; no voy a correr más, te lo prometo. —Intenta que lo mire sujetándome de la barbilla, pero le giro la cara para no mirarlo. No puedo creer cómo ha podido actuar así sabiendo que lo estaba pasando espantosamente mal.

—Que me abras o rompo la ventana —le advierto muy cabreada. Creo que es la primera vez que me ve así, pero ahora mismo lo abofetearía hasta quedarme a gusto, hasta que me doliera la mano y la tuviera tan roja que ardiera en su mejilla—. Esto no es una súplica, es una orden tajante. —Tiene que saber cuándo parar, y éste es el momento. Siento cómo el frío de la noche comienza a correr cuando la puerta se eleva; me desabrocho el cinturón a toda prisa para salir, y cuando lo hago me tropiezo con la tela del vestido, por lo que casi me caigo al suelo. Por suerte, logro tocar el muro de una de las casas y respiro profundamente cuando mis lágrimas comienzan a saltar de mis ojos, sin poder evitarlo, porque vuelvo a sentir esa ansiedad que durante años había logrado tener bajo control.

—¿Estás bien?

—¡No! —grito.

Doy un primer paso, con tan mala fortuna que me tropiezo y me caigo de rodillas ante él, que también ha bajado del deportivo, pero no intenta cogerme. Se deja caer frente a mí y me eleva la cara, que tengo completamente llena de lágrimas. Me tiembla el labio como a una niña pequeña y, cuando percibo el calor de sus dedos, siento que algo se calma en mi interior, hasta que me siento segura y apoyo mi frente en su pecho para dejar que me abrace.

—Lo siento. Si hubiera sabido que te iba a afectar tanto, no lo habría hecho.

—Yo… yo… —Soy incapaz de decir lo que quiero, necesito que me entienda—. Jia murió porque… yo… iba demasiado rápido. —Mi voz tiembla conforme termino la frase, pero he conseguido decirlo, y siento que, después de muchos años, he logrado expresarlo verbalmente, lo que nunca nadie había logrado provocarme antes… ni los psicólogos más caros y más prestigiosos de Quebec.

—Ven aquí, nena. —Me atrapa y, entre sus brazos, me levanta hasta cogerme a horcajadas y me besa los labios—. Perdóname, he sido un imbécil.

Camina cargando conmigo, con cuidado de no tropezarse con la gran cola, cuando Hugh nos ve aparecer y corre hasta nosotros, preocupado.

—Trae mi coche, está en medio de la calle, abierto.

—Señorita, ¿está bien? ¿Qué ha sucedido?

—Nada, yo me encargo. —Me limpio las lágrimas de los ojos y nos adentramos en su casa. Baja la escalera como si yo fuera un peso pluma y luego me deja sobre el sillón. Allí me quita los zapatos, para después ir hasta la nevera y volver a mí con un vaso de agua—. Bebe, te sentará bien.

—Gracias.

Acepto el vaso que me ofrece y pego dos sorbos, pero no me apetece más, así que lo dejo sobre la mesa de centro. Entonces se arrodilla, agarrándome las manos.

—No sabía nada de Jia; no volveré a correr.

Consigo dejar de llorar, aunque sigo temblando. Me encojo, abrazando mis rodillas como puedo por la tela de la abultada falda, y dirijo toda mi atención a las luces que se ven al fondo, a través de la cristalera.

—Es algo que llevo cargando desde hace mucho tiempo.

—¿Quieres que lo hablemos?

Lo miro y encojo los hombros, porque no sé si seré capaz de contárselo todo, pero, por alguna extraña razón, descubro que deseo hacerlo; necesito liberarme de esa pesadilla que me ha acompañado durante tantos años y cuya causa aún no he aceptado, aunque sí que he sido capaz de disimularlo para que nadie se preocupara por mí.

—Estábamos en el instituto… Era el último viernes antes de finalizar el curso y decidimos celebrarlo por todo lo alto. Ella me decía una y otra vez… —Trago saliva y Sean me ofrece de nuevo el vaso; ahora sí que doy un gran trago, antes de proseguir—: Me decía que fuéramos en coche; yo me acababa de sacar el carnet y fui una inconsciente cogiéndolo sin experiencia. Todo el mundo me repetía lo bien que conducía, mi padre incluso me llevó a correr alguna carrera en circuitos…, por ello, me envalentoné, me atreví a coger el coche de mi padre y nos fuimos las dos hasta un merendero, donde habían preparado una fiesta, con bebidas y música. Era el lugar perfecto para unos jóvenes que querían pasarlo bien, y lo hicimos, hasta que Jia me tentó a hacer una carrera con un chico que no dejaba de provocarme. Yo no quería… —Necesito parar, porque se me va a salir el corazón por la boca; me duele tanto que las palabras empiezan a salir de forma atropellada—… pero mi amiga me convenció y, además, se montó de copiloto. Todavía recuerdo sus gritos de felicidad, hasta que en una curva… él… me golpeó para que no lo adelantara y chocamos.

—Avery… —Se abalanza sobre mí y yo vuelvo a llorar, desolada, mientras me acaricia la cara y el pelo hasta que me tranquilizo un poco.

—Choqué contra un árbol y Jia… Jia…

—No digas nada más, ya lo sé. —Se sienta a mi lado y me reclina hasta que descanso medio cuerpo sobre él—. Imagino lo que tuviste que sentir, pero no debes tener miedo, no conmigo.

—No he vuelto a conducir desde entonces, no puedo.

—Ni lo harás, Hugh te llevará donde necesites ir y, si no puede, lo haré yo. —Me da un pequeño beso y de pronto mi estómago ruge, por lo que me mira de soslayo—. ¿Tienes hambre? —Niego con la cabeza, pues no tengo; ahora lo último que tengo son ganas de comer—. Vamos a cenar algo.

—No, de verdad, no tengo apetito.

Se levanta, va hasta la nevera, comienza a sacar cosas y se prepara un sándwich vegetal con mucha salsa de yogur. Yo lo miro desde el sofá, alucinada, mientras recuerdo la sonrisa de mi mejor amiga… Jia, y me siento terriblemente apenada por no tenerla ahora mismo a mi lado. Seguro que me estaría comentando lo guapo que es Sean y la suerte que tengo de que esté conmigo… y no porque ella fuera fea, aunque sus rasgos chinos la hacían muy peculiar.

—¿Seguro que no te apetece?

Se remanga la camisa y se sienta en la barra al tiempo que me pongo de pie; descalza, camino hasta llegar a él, teniéndome que recoger la falda, y con cuidado de no caerme me siento a su lado en un taburete.

—¿A qué sabe?

—Es el más bueno que vas a probar en toda tu vida.

—Lo dudo, no lo ha hecho Helena —le resto un poco de mérito, aunque en realidad no tiene ninguno, pues es un simple sándwich con un poco de todo.

—Ya quisiera ella hacerlos igual de bueno que éste. —Da un nuevo bocado y le queda un poco de salsa en la comisura de los labios, que retiro con un dedo antes de llevármela a la boca y probarla—. ¿Me has perdonado?

—Lo haré sólo si me haces uno igual. —Se me escapa una media sonrisa socarrona cuando él mira el sándwich y, a desgana, lo deja sobre la encimera, supongo que para hacerme uno a mí.

—No tengo tanta hambre, así que mejor quédate éste —me propone.

Lo cojo sin dudar y, en broma, me recrimina con la mirada que era suyo cuando doy un gran mordisco y la salsa comienza a derramarse entre mis dedos, así que tengo que dejarlo para limpiármelos, pero, como no hay ni una servilleta a mano, me chupo los dedos ante su mirada de asombro.

—No tengo servilletas —intento justificar la marranada que acabo de hacer.