—¿Por qué le molesta tanto que sea Sean?
—Porque Jeff te quiere y no quiere que te haga daño. —Se sienta sobre la mesa de la sala y me agarra de las manos—. Deja que lo asimile… que Sean le demuestre que realmente desea estar contigo, que va en serio y que no se va a comportar como un capullo… como, seguramente, lo ha visto hacer con todas las otras.
—¿Crees que no tengo miedo? —asiente en silencio—, pero, de verdad, quiero estar con él. Cuando está a mi lado mi mundo se detiene; los problemas, los temores… las dudas, todo se esfuma.
—Por eso mismo te pido que tengas cuidado, porque, si no cambia, la única que va a sufrir serás tú.
—Soy consciente de ello, pero necesito que Jeff lo comprenda.
—Lo hará.
—¿Cenas conmigo? —insisto, y le pongo cara de pena, con lo que se le escapa una sonrisa con la que me queda claro que lo he convencido y va a aceptar.
—¿Sólo cenar?
—Nada más que una cena —le aclaro, porque sé hacia dónde se está dirigiendo y es lo último que haría ahora mismo; el sexo, por mi parte, es exclusivo para Sean.
—Ya lo sé, aunque te voy a echar de menos. —Niego y le pido que se levante de la mesa con un gesto—. ¿Dónde quieres que vayamos?
—Aquí al lado, en casa… tanto me da, lo que te apetezca más a ti, no tengo planes.
—Vale, vamos a la pizzería de siempre y, de paso, le damos envidia a Zoé. —Sonrío y recojo todas mis cosas para salir agarrada de su brazo. Al abandonar la sala veo que Rosalie nos sigue con la mirada, alucinada y enfadada a partes iguales.
—¿Qué le has hecho?
—Matarla es lo que me gustaría hacer ahora mismo.
—Aquí hay tema… Desembucha. —Se gira para mirarla y se despide con la mano, sonriente. Luego bajamos la escalera y salimos al exterior.
—Es una arpía que va detrás de Sean. —No puedo evitar soltar la frase con tono de rabia.
—Eso lo sabe todo el mundo.
—La muy asquerosa babea con cada paso que da. —Abre los ojos como platos.
—La entiendo un poco y tú deberías ser más condescendiente con ella. Sean está muy bueno. —Tras decir esto, se le escapa una carcajada y le doy un golpe en el hombro para que no siga por ese camino.
—Fue ella la que le pidió a Jeff que acudiera a la fiesta del nuevo accionista, cuando sabía perfectamente que íbamos a ir nosotros, juntos; lo tenía todo pensado.
—Eso es cierto: estaba con él cuando lo llamó, y le contó una historia de que Sean la había llamado a última hora porque tenía otros planes.
—¡Lo sabía, será cerda! Eso es mentira; estuve con él y te aseguro que no pudo llamarla mientras me follaba sobre la mesa del salón.
—¿Puedes especificar un poco más? —Le doy un golpe en el brazo para que no pregunte y él se ríe a carcajadas—. Os imagino a los dos y me pongo cachondo.
—Más te vale no pensar en él o te sacaré los ojos a ti también.
—Quién te ha visto y quién te ve. —Niega con la cabeza, sonriente—. Vaya con Rosalie, no sabía que era tan retorcida.
—Pero ¿cómo sabía que Jeff se iba a molestar al vernos juntos?
—Están prohibidas las relaciones en el trabajo. —Se me escapa una gran risotada—. Te lo juro —se mantiene muy serio, y no doy crédito a lo que acabo de oír.
—Eso, ¿quién lo ha impuesto?
No me lo puedo creer… ¿En qué momento a alguno de los dos se le ocurrió exigir una norma que ninguno estaba dispuesto a seguir?
—Jeff —anuncia, y se le escapa una carcajada mayor aún, que me contagia, y no podemos parar de reír hasta que llegamos a la pizzería y nos sentamos a la misma mesa de siempre. Luego el camarero se acerca a nosotros y hacemos el pedido.
—Es increíble, así que la muy guarra quería enfrentarlos porque Sean estaba rompiendo su norma… cuando ella ya lo había intentado.
—No iba a ser tan tonta de decirlo cuando le interesaba estar muda.
—Ya veo, ya… pero no sabía con quién se estaba metiendo. —Mi sonrisa ahora es de malvada, porque, aunque Jeff esté enfadado, es mi mejor amigo y lo solucionaremos; en cambio, ella quedará mal con los dos—. ¿Sabes si Jeff está en casa?
—No, llegará tarde; eso me ha dicho.
—Pues nada…, mañana a ver si lo pillo más calmado.
Aparece el camarero y nos ponemos a degustar las pizzas, que a los dos nos vuelven locos…, tanto que no hablamos ni una palabra mientras cenamos, hasta que no dejamos bocado alguno y decidimos irnos cada uno a su casa.
* * *
—¿Sí?
Me froto los ojos y veo que la luz del televisor es lo único que ilumina el salón.
—¿Estabas dormida? —oigo su voz, y sonrío. Estaba deseando que me llamara antes de quedarme roque; no sé ni qué hora es, pero no me importa.
—No.
—Mentirosa.
—¿Dónde estás? —le pregunto, sin hacer caso a lo que me ha dicho y me pongo de pie en dirección a la puerta.
—Si me abres, subo. —Acciono el botón y espero con la puerta entreabierta hasta que lo veo aparecer con la americana en la mano, desanudándose la corbata y con cara de cansancio. Sus ojos se cruzan con los míos y se le escapa una media sonrisa—. Hola.
—Hola. —Lo dejo entrar y, tras cerrar la puerta, se da media vuelta y se abalanza sobre mí para besarme—. Llevo toda la maldita noche pensando en este momento. —Deja caer su chaqueta al suelo y sus manos se cuelan por la goma de la cinturilla de mi culotte de satén y me atrapa las nalgas con fuerza—. No sabes cuánto te deseo.
—Y yo…
Soy incapaz de decir nada más; llevaba horas pensando en si iba a venir o al final se iría a su casa, pero aquí está, besándome como si no hubiera un mañana, y yo sólo puedo agarrarme a su cuello, sintiendo que mi corazón late más rápido de lo normal, provocando que apenas pueda pensar en nada más que en recibir sus deliciosos besos.
Me coge en volandas y sube la escalera para llevarme consigo hasta la cama, donde me deja con mucho cuidado para después tumbarse sobre mí y seguir besándome como ha hecho desde que ha llegado. Sin embargo, lo noto diferente; el arrebato que ha tenido nada más entrar ha quedado relegado por un deseo más intenso.
Mi piel arde por sus besos. Me estiro para intentar controlar el placer que siento cada vez que sus dedos recorren un centímetro más de mi piel y, a regañadientes, sale de la cama, dejándome con la respiración entrecortada, se desabrocha la camisa y, poco a poco, veo cómo se desnuda por completo. Se pone un preservativo sin dejar de mirarme, y experimento una oleada de calor que nace en todas mis extremidades y me recorre hasta confluir en el centro de mi sexo, que palpita, deseoso de sentirlo de nuevo.
—Hoy quiero amarte. —Su voz es un suspiro, uno con el que me está anunciando lo que pretende conseguir de mí, y no es más que lo que llevo esperando toda la noche, lo que realmente necesito para que mis miedos disminuyan de una vez, que desaparezcan y tenga las fuerzas suficientes como para cambiar mi vida por fin.
—Hazlo, ya.
Curva la comisura de sus labios hacia arriba y me ofrece la mano para ayudarme a ponerme de pie, hasta que nuestros cuerpos topan. Lo abrazo y le acaricio la espalda mientras vuelve a besarme; su lengua busca la mía hasta que ambas se enredan y los dos no podemos hacer más que dejarlas libres, en busca de placer, y me rindo ante él, ante el hábil provocador que logra hacer conmigo lo que quiere.
—Te quiero, Sean —le susurro al oído, y justo en ese momento para de besar mis pechos para mirarme fijamente y sonreír justo en el instante en el que se adentra en mi interior, invadiendo cada uno de mis sentidos.
—Yo también te quiero, Avery —es lo último que dice antes de caer rendido al lado de la cama, tras lograr nuestro éxtasis, y yo me acomodo sobre su pecho para cerrar los ojos y darle un tierno beso en su torso, sudado a causa del placer que acabamos de obtener.
* * *
Abro un ojo y compruebo que no está en la cama, pero huelo a café recién hecho; es un olor que me chifla de buena mañana, tanto que me pongo una bata y la anudo para bajar hasta la cocina, donde lo encuentro sentado en un taburete de la isla, solamente con sus bóxers puestos, bebiendo de una taza.
—Buenos días —lo saludo mientras me paso las manos por el pelo para intentar que no sea una maraña rubia desastrosa, pero creo que no se fija en ella, sino que me escanea de arriba abajo, sonriente.
—Estás preciosa de buena mañana.
—Tú no estás nada mal. —Paso por su lado a por una taza para tomar mi primer café, cortesía del señor Sean Cote, cuando me agarra de la cintura y me lleva hasta él para besarme—. Quiero despertarme todos los días a tu lado. —Vuelve a besarme y no me da tiempo a responder nada; sólo lo abrazo y sigo el ritmo de sus besos.
—¡Ave! —Me aparto de Sean de repente cuando veo el fornido cuerpo de Owen temblar como un flan ante nosotros, que nos mira, mudo.
—¿Qué pasa?
Avanzo hasta él, pero Owen sólo mira a Sean como si le hiciera una radiografía, que sigue sentado sin moverse ni decir nada.
—Jeff ha tenido un accidente.
—¿¡Qué!? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¡Owen!
—¿Está bien? —Sean se pone a mi lado, agarrándome por la cintura, y ambos esperamos a que mi amigo reaccione y nos dé respuestas.
—Acaba de llamarme; no es grave, pero se ha roto la clavícula —nos informa.
Suspira aliviado, y nosotros también lo hacemos al saber que, aparte del susto, su estado no reviste gravedad.
—¿En qué hospital está ingresado? Déjame que me vista y vamos —digo mientras me doy la vuelta.
Voy a pisar el primer escalón cuando Owen interviene.
—Está en Quebec…
—¿En Quebec? Pero ¿cuándo se ha ido?
—Ayer —suelta Sean de sopetón, y lo miro, alucinada, porque está claro que él también lo sabía y, sin embargo, yo no tenía ni idea de que se había marchado—. Me llamó ayer por la tarde desde allí; me dijo que estaba estudiando la posibilidad de abrir una sede de nuestra compañía en esa ciudad para comenzar de cero. —Encoge los hombros y yo me acaricio las cejas, intentando tranquilizarme.
—Y, tú, ¿desde cuándo lo sabes? —le pregunto a Owen.
—No te lo podía decir…
—Anoche, cuando cenamos juntos, ya lo sabías. ¡¿Por qué nadie me lo ha comentado?!
Niego con la cabeza, en silencio, y subo a mi habitación para sentarme en la cama. No me puedo creer que Jeff esté en un hospital en Quebec, pero lo que me cabrea soberanamente es su forma de huir de mí. ¿Tan difícil le resulta hablar conmigo? Creo que, después de todo lo que he hecho por él, es lo mínimo que me merezco.
—Date una ducha, que nos vamos a Quebec. —La voz de Sean me saca de mis pensamientos y lo miro, flipando—. ¡Venga! —me apremia, y asiento para luego correr hasta el baño, donde me miro al espejo y no me creo que esté a punto de irme a Quebec con Sean. Tengo que decirle la verdad, no puedo ocultarle más que Jeff es mi marido.
Abro el grifo de la ducha y me enjabono rápidamente para terminar lo antes posible. En eso ando cuando veo que entra y se quita los bóxers para entrar en la ducha.
—¿Estás más tranquila? Owen me ha confirmado que no es nada grave.
—Sí, lo sé.
—Vístete, yo no tardo.
Salgo del baño, confusa, y hago lo que me ha dicho. Cojo los primeros vaqueros que veo, una camiseta básica, y me recojo el pelo, empapado, en una cola de caballo alta. Cuando bajo, veo que Owen nos espera, mirando por la cristalera.
—¿Por qué no me ha comentado que se iba? —le pregunto en voz baja, para que Sean no nos pueda oír.
—Ya te lo dije ayer, necesitaba su espacio, y aquí no lo tenía. —Señala a su alrededor y soy consciente de que ninguno de los dos lo tenemos realmente. Supongo que todo lo que está ocurriendo es por lo mismo, porque no deberíamos habernos casado; nos tendríamos que haber limitado a buscar cada uno su rumbo, y no convivir como hemos estado haciendo. Lo único que hemos conseguido es hacernos daño—. ¿Cuándo se lo vas a confesar? Se va a enterar por otros, y no te lo recomiendo.
Me dispongo a responderle cuando oigo que sale del baño y los dos nos quedamos con la boca abierta al verle la toalla enrollada a la cintura; le doy un pisotón a Owen para que deje de comérselo con esos ojos de devorador.
—Vamos a la isla de la cocina, mejor.
Desde allí no lo podrá ver mientras se viste; no quiero que Sean se sienta intimidado, aunque, la verdad, no sé cuál de los dos lo está más.
—Ahora puedo entender por qué lo has mandado todo a la mierda.
—Owen, por favor, no es sólo eso, hay mucho más.
—Prefiero no saberlo, entonces —termina la frase casi en un susurro cuando lo ve aparecer, vestido con la camisa y el pantalón del traje con el que llegó anoche.
—Hugh nos espera en la puerta para llevarnos al aeropuerto.
Sean lo ha organizado todo sin tener ni idea de cuándo lo ha hecho; supongo que mientras yo me duchaba y él estaba con Owen en el salón. Cojo mi bolso, el teléfono y las llaves y, tras dar una última mirada a mi casa, los sigo, no sin antes cerrar la puerta con llave. Al girarme, me topo contra el duro cuerpo de Sean, que me esperaba a mis espaldas y ni siquiera me había dado cuenta de ello.
—Gracias por todo.
—Haré lo que sea necesario por ti. —Me lanzo a sus brazos y me estrecha; creo que encontrarme con él ha sido lo mejor que me podía haber pasado en toda mi vida—. Nos están esperando.
—Vamos.
Me agarra de la mano y bajamos la escalera a paso ligero hasta que llegamos a la acera, donde nos esperan Owen y Hugh.
—Señorita Avery —me saluda mientras me abre la puerta. Me siento al lado de Owen, que me agarra la mano en el momento en que Sean está entrando al coche; al percatarse de ello, me la suelta antes de que lo vea y se pueda molestar.
Circulamos por las calles de Vancouver en dirección al aeropuerto, en silencio; estoy muy nerviosa… Sé que debo hablar con Sean antes de llegar, pero no sé cómo decirle lo que le he ocultado desde el primer día y por supuesto no va a gustarle, y por ello no encuentro las palabras adecuadas. ¿Cómo le confiesas a la persona que amas que estás casada con su socio? ¿Cómo explicarle que es tan sólo mi amigo, pero que, por hacerle un favor, me casé con él y terminé llevando una falsa vida de pareja… y que lo último que quiero en este mundo es perderlo a él?
Mi estómago está revuelto, y sé que Sean se ha dado cuenta de que me ocurre algo, porque no deja de girarse para observarme, y lo sé porque lo miro de soslayo mientras simulo que no lo estoy viendo.
—¿Ya hemos llegado? —Miro a mi alrededor y bajo del vehículo, en una pista privada—. ¿Tienes un avión?
—Digamos que invierto en aeronáutica —suelta como si nada, y Owen me mira con la misma cara de asombro que tengo yo en estos momentos—. Subid ya, el piloto nos está esperando.
Me giro cuando estoy a punto de entrar en el avión y veo que Sean está hablando con Hugh; el primero dice que sí varias veces con la cabeza antes de darse media vuelta y descubrir que lo estoy mirando.