—Ponte el cinturón; en breve vamos a aterrizar.
Le hago caso y vuelvo a suspirar, como llevo haciendo todo el rato que llevamos en el aire. He sido incapaz de decirle la verdad, y Owen no ha dejado de hacerme gestos, indicándome que se me acaba el tiempo, pero, tras sopesar mis opciones, todas tienen el mismo final: Sean, sin querer mirarme a la cara… y no puedo asumir que ése sea nuestro destino. Sé que no lo voy a poder soportar, así que no le he dicho nada y, aunque tengo clarísimo que mi mentira no va a durar mucho, no soy lo bastante valiente como para enfrentarme a la situación.
Noto cómo las ruedas del pequeño avión privado topan contra el asfalto de la pista de aterrizaje y trago saliva hasta que siento que se ha detenido por completo.
—¿Te encuentras bien? Estás muy pálida —inquiere. Sean está preocupado por mí y Owen me mira, sabedor de lo que me ocurre, y siento que todo se me está yendo de las manos.
—Sí, estoy bien, un poco mareada.
—Dame la mano, te ayudaré a bajar. —Su mano es como puro fuego y, cuando la cojo, noto que mi cuerpo responde a él. Y entonces me siento mucho peor, porque no se merece lo que le estoy haciendo.
—Sean, yo… —Mi voz se interrumpe de repente y el nudo que tengo en la garganta no me permite acabar la frase.
—Dime.
—Nada. —Me quedo contemplando sus ojos unos instantes—. Es que no he traído ropa… —suelto con la mirada perdida, sin saber por qué he esgrimido esa excusa tan barata que no viene a cuento, pero es la única que ha logrado articular mi cerebro y salir por mi boca.
—Por eso no te preocupes. —Me atrapa la barbilla y, tras rodear con sus brazos mi cintura, me lleva hasta él para besarme. Ahora que nadie nos puede ver, lo beso como si fuera uno de los últimos besos que me va a dar—. Como no paremos ahora mismo, en vez de ir al hospital, te llevaré directa al hotel.
«Ojalá lo hicieras», pienso para mis adentros, sabiendo que no es lo correcto, ni lo que vamos a hacer.
Bajo las escalerillas del avión y Owen me mira esperando una respuesta; niego con la cabeza, por lo que pone cara de decepción. Los dos sabemos que estoy demorándolo en exceso y que lo único que voy a conseguir es empeorarlo todo.
Owen me abre la puerta del Range Rover negro y me siento en la plaza de copiloto mientras él se acomoda en el asiento trasero, siendo un mero espectador, mientras Sean conduce hasta llegar a la puerta del centro médico.
—¡Papá! —lo llamo en un grito cuando veo a mi padre fumando un cigarrillo en la puerta—. Aparca ahí, por favor —le ruego a Sean, que lo hace lo más rápido que puede.
En cuanto detiene el coche, me apeo de un salto y corro hasta llegar a mi padre, que tira el cigarrillo al suelo al verme.
—Hija, ¡qué susto me has dado!
Me abraza y me besa la cabeza mientras ellos caminan hasta quedarse dos pasos por detrás de nosotros.
—Te presento a Sean y a Owen. —No aclaro quiénes son, porque no quiero dar más explicaciones de las imprescindibles—. ¿No habías dejado de fumar? —lo reprendo en cuanto me libera, y pone los ojos en blanco.
—No se lo digas a tu madre. —Saca del bolsillo de su americana un inhalador que utiliza para ocultar el olor del tabaco. ¡Anda que, si mi madre se entera, lo va a lamentar!—. Los padres de Jeff acaban de irse, pero tu madre sigue arriba. Jeff nos ha dicho que no ibas a venir porque tenías mucho trabajo.
—Y lo tengo, pero ¿cómo no iba a venir? —Dios, mi trabajo, ¡no he avisado!—. Papá, ahora subiremos, pero primero tengo que hacer una llamada.
Me acaricia la mejilla y, tras decirles adiós a Sean y Owen, los dos me miran sin comprenderme.
—¿Qué pasa? —Sean pasa su brazo por encima de mi hombro mientras yo rebusco en el bolso en busca de mi móvil—. ¡Avery!
—No he cancelado la formación de esta tarde, debo hacerlo.
Estoy muy nerviosa, demasiado, tanto que no sé ni cómo me deshago de su brazo con disimulo. No quiero que mis padres lo vean; ellos no saben nada, y sé que nos les gustaría saber que su hija es una fresca.
—¿Tienes que hacerlo ahora? —interviene Owen, alucinado.
—Sí, es importante. ¿Vais subiendo?
—No, te esperamos.
Owen clava sus ojos en él, molesto. Sé que está deseando subir y ver a Jeff, y por ello hago la llamada lo más rápido que puedo. Pido varias veces perdón, aunque mi cliente me dice a la primera que no me preocupe, que ya compensaremos la sesión de hoy otro día sin ningún problema.
—Ya podemos subir —les anuncio. No es que esté deseándolo, pero no tengo más remedio que hacerlo.
—Menos mal.
Owen es el primero en entrar y Sean me aguanta la puerta muy caballerosamente para que lo siga; me agarra de la mano con fuerza y se la sostengo, sabiendo que no debería.
Me tiembla el cuerpo entero conforme avanzo por los pasillos; tropiezo con mis propios pasos y Sean debe sujetarme enérgicamente para que no me caiga. Mis nervios me están jugando una muy mala pasada. Cuando Owen se detiene frente a una sala, dudando acerca de si es el sitio correcto o no, veo a mi madre sentada en la silla que hay frente a una habitación.
—¡Mira, ¿ves como ha venido?! —Mi padre me señala y trago saliva cuando Sean pone su mano al final de mi espalda. Sabe perfectamente que son mis padres y por ello su gesto ha sido a escondidas, sin que ellos puedan verlo, hecho que agradezco, porque está teniendo respeto por ellos.
—Hija, qué ganas tenía de verte. —Mi madre se pone en pie y la miro de arriba abajo. Como siempre va vestida con un traje chaqueta elegante, maquillada y con su pelo, corto y de color blanco, repeinado hacia tras—. Odio que vivas tan lejos.
—Lo sé, mamá. —Dejo que me abrace y luego me agarra de ambos brazos para mirarme de arriba abajo—. Estás más delgada. ¿Seguro que comes bien?
—Sí, tranquila.
—¿Podemos ver a Jeff? —Owen nos interrumpe y mi madre se gira para mirarlo sólo un segundo, porque a quien realidad se detiene a mirar es a Sean, y no la culpo. Al lado de Owen, es mucho más llamativo, más atractivo y poderosamente provocador.
—Hay una enfermera con él. En cuanto podamos entrar, nos avisarán. ¿Tú eres?
El tono amable de mi madre logra tranquilizar a un Owen más que ansioso por ver con sus propios ojos a Jeff. En estos momentos me encantaría que todo el mundo supiera que él, en realidad, es su pareja; es él quien lleva todo el camino de los nervios porque la persona a la que más quiere está en un hospital, muy lejos de él.
—Owen —aclara, mirándome, y le sonrío para que se relaje un poco.
—Owen es el director de Marketing de la empresa de Jeff, y Sean —lo señalo y me mira de una forma tan penetrante que temo no ser capaz de articular ninguna palabra más— es su socio.
—He oído hablar de ti.
Miro a mi madre, flipando; no me puedo creer que ella sepa de él cuando yo no sabía nada de su existencia hasta hace muy poco.
—Encantado. Espero que no le hayan hablado mal de mí o tendré que matar a quien lo haya hecho.
Abro los ojos como platos; no me puedo creer que le haya soltado eso a mi madre. Centro toda mi atención en ella, que lo mira seria, hasta que rompe a reír en una carcajada que me alivia.
—Zoé nunca habla mal de nadie.
La mato, ¿qué narices le ha estado explicando mi amiga a mi madre? En cuanto la vea, me va a oír.
—¿Y dónde está, por cierto? —le pregunto, ansiosa por estar de nuevo con ella—. ¿Sabe lo que le ha ocurrido a Jeff?
—La he avisado en cuanto Frank me ha llamado a mí. —Me alegra que lo haya hecho, porque, si no, no me hubiera perdonado que no se lo comunicara—. ¿Y tu teléfono? Te he llamado mil veces esta mañana. —Voy a responder cuando ella sigue con su verborrea de siempre—. No sé para qué te pregunto, si nunca me contestas; si no fuera por…
—Deja de reñir a la niña, que acaban de llegar.
«Gracias, papá.» Seguro que iba a mencionar a Jeff, pero no le ha dado tiempo. Y la suerte sigue de mi lado, porque oigo unos zapatos de tacón retumbar en dirección a nosotros.
—¿Cómo está? —oímos apenas un susurro de voz, de Zoé, que aparece casi sin respiración—. Perdón, vengo a pie porque estaba muy cerca, o eso creía. —Consigue que se me escape una sonrisa antes de darle un abrazo.
—Está bien, nada que no cure un reposo de unos días, pero tenéis que ir con más cuidado con los coches.
Mi madre nos habla a todos como si fuéramos unos niños pequeños, y eso es uno de los aspectos que me hacen sentir que estoy en casa; para ella nunca habré crecido lo suficiente como para tratarme como una mujer.
—Ya pueden pasar.
Oigo a mi espalda la voz de una enfermera y mi madre le da las gracias con un movimiento de cabeza, pero lo único en lo que pienso es en que la primera persona que debe verlo, a solas, es Owen.
—Owen, adelántate, ahora vamos el resto. —Mi madre me mira; sé que me está analizando, pero no le doy importancia.
Si estuvieran los padres de Jeff aquí no lo hubiese hecho, porque sé que hubieran pensado muy mal…, más bien habrían puesto el grito en el cielo, pero debo aprovechar que los míos no ven nada raro en ello.
—¿Cómo van las ventas? —le pregunta mi madre a Zoé, para destensar el ambiente.
—No me puedo quejar; una de ellas me ha ayudado a que aparezcan nuevas.
Zoé mira sonriente a Sean y éste sabe perfectamente de lo que está hablando.
—No hay nada mejor que tener buenos contactos —recalca Sean, dejándonos claro que Andrew es quien ha hablado bien de ella.
—Benditos contactos.
—¿Entramos en la habitación? —nos anima mi madre, y respiro profundamente porque supongo que Jeff seguirá enfadado y, en el caso de que se haya olvidado del cabreo por haberme enamorado de su socio, verme con Sean aquí va a hacer que éste vuelva con mucha más virulencia, pero, si no fuera por él, no habría podido venir tan rápido, ni Owen tampoco.
Camino tras los pasos de mis padres, justo al lado de Zoé, que me agarra del brazo, mientras capto los firmes pasos de Sean a mi espalda. De pronto veo que se acerca un hombre, que por su bata es fácil deducir que es un doctor, y se para frente a la puerta de Jeff, mirándonos.
—¿Algún familiar directo de Jeff Fortin? —plantea directamente, y mis padres se giran y me miran, antes de que mi padre responda.
—Sus padres se han ido hace nada…
—Pero su mujer está aquí —lo interrumpe mi madre, y se gira para mirarme. Me quedo paralizada, porque sé que Sean lo ha oído perfectamente, y el calor que minutos antes sentía a mi espalda se ha esfumado de repente; siento un helor que no me deja pensar—. Avery, despierta, quiere hablar contigo.
—Tranquila, su marido está bien, no tiene ninguna lesión grave —comienza a decirme el médico mientras mira los papeles de una carpeta. Zoé me aprieta con fuerza el brazo, queriéndome decir algo que no logro descifrar, porque no soy capaz de pensar ni deducir nada—. Va a estar un día más en observación y, si todo evoluciona como hasta ahora, mañana le daremos el alta.
—Gracias, doctor.
Es mi madre quien responde por mí, mientras yo siento una nube en la cabeza que no me deja ver con claridad; tengo un nudo en la garganta que me impide tragar saliva, y siento que mis piernas, en cualquier momento, se van a derrumbar y voy a acabar cayendo al suelo. Sean lo ha oído todo…, se ha enterado de la verdad, y por supuesto no he sido yo quien se la ha dicho. Como siempre pasa a mi alrededor, lo ha descubierto de la peor de las maneras, y ahora sólo sé que ya no puedo volver atrás… al avión, cuando he estado a punto de decírselo; ya es demasiado tarde. Mis ojos se llenan de lágrimas mientras cojo todo el aire que puedo y me doy media vuelta para enfrentarme a la realidad, aterrada por su reacción.
—Sean…
Continuará…