Apoya su frente en la mía y, despacio, se aparta sin dejar de mirarme fijamente antes de dirigir toda su atención al preservativo que cuelga de su miembro. Se lo quita de mala gana y lo anuda para tirarlo a la basura.
—¿Puedo ir al servicio?
—En ese pasillo —me señala el extremo de la cocina—, la primera puerta.
Asiento y me bajo el vestido para caminar con la poca decencia que me queda; cuando entro en el baño, me miro al espejo.
Tengo las mejillas ardiendo y sonrosadas; mis ojos brillan como nunca lo habían hecho y mis labios vuelven a estar hinchados debido al contacto con los suyos. Me muerdo el inferior y detecto que aún sabe a él. Cierro los ojos antes de llevarme las manos al rostro y me escondo tras éstas, consciente de que es el mejor polvo que he echado en mi vida.
Niego en silencio y avanzo hasta el retrete, donde me aseo con un poco de papel y me lavo las manos para salir.
—Eso es mío. —Se gira de repente al oírme. Tiene mis braguitas en la mano; las huele, las mira de nuevo y las estira por la cintura para observarlas como si fueran las primeras que ve—. ¿Me las das?
—No.
—¿Perdona? —Se me escapa una incrédula carcajada al tiempo que camino hasta él y soy testigo de cómo se las mete en el bolsillo—. Sean… —Estiro la palma de una mano para que me las devuelva.
—Hemos venido a negociar, ¿lo recuerdas? —suelta como si nada, dirigiéndose hacia el frigorífico vestido con el pantalón, que ya se ha abrochado, y con el torso desnudo—. ¿Lasaña? —Mira de arriba abajo el interior de la nevera en busca de algo, pero parece no encontrarlo.
—Eso mismo, tanto me da —respondo, dando un nuevo trago a la copa que se había quedado en un lateral de la isla. Luego me siento de nuevo en el taburete en el que estaba momentos antes de… Sólo de pensarlo regresan a mí oleadas de calor y tengo que frotarme la frente varias veces para intentar calmarme, aunque sin éxito. Cojo la botella de vino, lleno de nuevo mi copa y me la bebo de golpe.
Coge una lasaña ya preparada de la nevera y se dispone a calentarla en el horno cuando me hace un gesto y me doy cuenta de que estaba embobada mirándolo de arriba abajo, ladeando la copa.
—¿Me has oído? —«Pues no, estaba comiéndote con los ojos como una idiota», pero ahora cómo se lo digo…—. Te he pedido que vengas aquí.
—Ah, claro, ya te había oído —disimulo, levantándome del taburete toda digna para rodear la isla hasta llegar a él.
—Claro —se burla de mí sin poder remediarlo. Abre un cajón dónde hay manteles individuales.
—¿Los colocas en la mesa? —Asiento con la cabeza, hago lo que me ha pedido y después cojo también las copas de vino, para dejarlas sobre la gran mesa de madera; ésta está rodeada de grandes ventanales, desde donde puedo ver la oscuridad del bosque y las luces de las casas más cercanas, así como pequeños destellos perdidos en el horizonte—. En unos minutos estará lista —me anuncia mientras deja los cubiertos sobre el tapete que acabo de colocar, no sin rozarme el brazo con su antebrazo desnudo y sentir que el calor me invade una vez más.
—¿Me vas a dar mis bragas?
—Cuando consiga lo que quiero.
—¿Y qué quieres? —indago, curiosa, pero no hallo respuesta, pues vuelve a darse media vuelta para dirigirse a la cocina. Esta vez lo sigo hasta llegar a la isla, coger la botella de vino y quitarle las servilletas que acaba de sacar de uno de los armarios—. No seas capullo y dime lo que quieres.
—¿Capullo? —Se le escapa una carcajada—. No es la primera vez que me llaman así, tranquila…, pero la última creo que terminó sin lengua.
Me giro para mirarlo a los ojos y veo cómo vuelve a carcajearse a mi costa.
—Puñetero manipulador.
—¿Eso opinas de mí? —Se acerca, con el trapo que ha utilizado para coger la lasaña y meterla en el horno en las manos—. Te advierto que puedo serlo de verdad. —Enrolla un extremo de la tela en una mano, agarra el opuesto con la mano libre y lo estira con fuerza, provocando un estruendo que me encoge. ¿Dónde narices me he metido?—. Te lo he dicho antes, debes tener de todo menos miedo.
—¿Acaso crees que lo tengo? —Suelta el trapo y golpea la isla; no consigo evitar dar un pequeño salto que provoca que se ría—. No me lo esperaba, no es más que eso.
—Pues debes estar preparada para cualquier cosa. —Con un ágil movimiento pasa el trapo por detrás de mis caderas y, sosteniendo cada uno de los extremos, me aproxima a él para besarme. Le respondo con tal pasión que me asusta de verdad—. Pero de momento espero que disfrutes de la cena que Helena ha preparado. —Me dispongo a replicar algo cuando la alarma del horno nos avisa de que la lasaña ya está lista, y vuelve a besarme, esta vez atrapando mi nuca, buscando el contacto con mi lengua hasta que ambas se lamen fuera de nuestras bocas… como si fuéramos dos auténticos animales en celo—. Si me perdonas… Puedes ir sentándote a la mesa.
Noto cómo se separa de mí, sin mirarme, y experimento un vacío que me duele. Frustrada por haberme separado de su cuerpo, me dirijo hasta la mesa y al momento aparece con el trapo en su hombro derecho y dos platos con la lasaña ya servida.
—Es la mejor cocinera de todo el país.
—Huele de maravilla.
Me acomodo en una silla y, al cerrar los muslos por primera vez, percibo la desnudez de mi sexo. Estoy tan excitada que los froto varias veces hasta que siento su mirada clavada en mí y no sé si se ha dado cuenta de lo que estaba haciendo.
—Cuando tengo una reunión de negocios —suelta de pronto, y tengo que centrarme unos segundos para poder escucharlo—, no suele ser así…, ya sabes.
—¿El sexo es al finalizar, quieres decir? —replico ladina, sabiendo por dónde va a ir. He podido comprobar su fiereza y lo hábil que es; sé perfectamente que es el típico empresario que se acuesta con toda la que se le cruza.
—Te equivocas. No mantengo ningún contacto físico con las personas que trabajan para mí.
—Yo no trabajo para ti… —le rebato, para luego dar un sorbo al vino antes de colocarme la servilleta sobre los muslos—. Técnicamente, soy freelance. Trabajo para mí.
—En mi empresa, con mi socio y nuestros directores de departamento. —Bravo, es la primera vez que habla en plural; vamos mejorando—. Te vas a pasear por nuestras oficinas, provocando que todos los empleados hablen de ti.
—¿No quieres que me vean? —Analizo la posesión que denotan sus palabras.
—No mezclo negocios con placer.
—Acabas de hacerlo —señalo, con la copa que acabo de levantar, hacia la isla y él mira hacia ella, confundido—; es más, tienes mis bragas en tu bolsillo, eso es muy enfermizo.
—Por eso no vas a volver a la empresa —sentencia, como si sólo él tuviera el poder de esa decisión.
—¿Y voy a venir aquí? —Asiente, altivo—. En ese caso, seguirás mezclando negocios con placer; ésa no es la solución.
—Eres terca.
Noto la frustración en el suspiro que emite antes de llevarse el primer bocado de lasaña a la boca.
—Y tú, un mezquino.
—También me lo habían llamado; tendrás que ser un poco más original.
Acabo de volver a darle el control y sé que eso le gusta, es a lo que está acostumbrado. Si quiero salirme con la mía, tendré que hacer que crea que lo tiene; es el único modo.
—Podemos llegar a un acuerdo. —Pruebo la lasaña y cierro los ojos al degustar su sabor. Creo que hasta gimo sin darme cuenta. Abro los ojos y lo veo, divertido, esperando a que hable—. Daré las sesiones formativas a última hora de la tarde, en las oficinas.
—Creo que no lo has entendido. —Apoya los codos sobre la mesa y se aproxima todo lo que puede a mí—. No puedo verte encerrada en una sala sin la necesidad de empotrarte contra la pared. ¿Quieres que lo haga delante de todos mis empleados?
—Tendrás que resistirte a mis encantos.
—Acepto que me formes si es a solas; ya os lo he dicho a Jeff y a ti, y ahora te lo repito.
Me queda claro que no va a ceder, y la verdad, después de lo que he vivido, no sé si yo voy a ser capaz de estar a solas con él sin lanzarme a sus brazos.
—Dedicaré tres horas a la semana a formar al resto y dos a ti. —Jeff me va a matar, lo sé, pero no veo otro modo de llegar a un acuerdo.
—No.
—No puedes salirte siempre con la tuya. —Debo formar al resto de la plantilla o no servirá de nada, pero con este hombre no se puede razonar—. Dame mis bragas, por favor.
Vuelvo a comer lasaña y, una vez más, gimo de gusto. Está verdaderamente exquisita.
—Cuando seas exclusiva para mí. —Toso, pues se me ha ido la comida por el otro lado. Me pongo colorada, me tapo la boca y me giro para que no vea la angustia que estoy experimentando ahora mismo—. ¿Estás bien? —Asiento, poniéndome de pie—. Avery, bebe. —Me agarra del brazo, me obliga a darme la vuelta y me ofrece la copa de vino, que acepto encantada, ya que gracias al gran sorbo que pego desaparece esa sensación de ahogo.
—Gracias.
—De verdad, no quiero mezclar las cosas, y no voy a poder estar a tu lado sin besarte.
—Entonces será mejor que no trabaje para vosotros. —No veo otra posible solución. Es lo que le tendría que haber dicho a Jeff desde un principio. Yo tampoco voy a poder actuar como si nada después de lo que ha ocurrido aquí hoy—. Yo me encargo de Jeff, lo conozco desde hace mucho tiempo. —Le doy la espalda y camino hasta el sillón, donde está mi bolso, y lo cojo para irme.
—La empresa lo necesita, te necesitamos.
—¿Eso lo dices tú o ha sido Jeff quien te ha pedido que lo digas? —Esas palabras no son del arrogante de Sean Cote, don egocéntrico no necesita ayuda—. Da igual, es mejor que me vaya.
—Lo digo yo —me responde, agarrándome por la cintura, por lo que tengo que erguirme para poder mirarlo a los ojos—. Sé que mi forma de trabajar es muy complicada, que no consigo tener feeling con los directivos ni con el resto de los trabajadores y que por ello el ambiente no es el apropiado para lograr el éxito que necesitamos, y yo soy el único culpable… Por ese motivo te pido que nos ayudes.
—Me gustaría hacerlo, pero debes ceder en algo. No sirve de nada que te forme a ti solo, sois un equipo.
—La última hora de cada tarde a todos, en las oficinas.
—¿En serio?
Lo miro sonriendo. No me puedo creer que se haya abierto tan fácilmente y haya cedido.
—En serio.
—Menos mal, he llegado a pensar que me tenía que ir de verdad. —Resoplo y comienzo a reírme a carcajadas, ante su estupefacción—. ¿Has visto qué fácil ha sido?
—Te vas a enterar. —Me carga sobre un hombro y me lleva por la escalera hacia el piso superior.
—Que no, que me tengo que ir… —Le golpeo la espalda para que me baje, pero no hay forma, sigue subiendo los escalones hasta llegar arriba, entrar en una habitación y dejarme caer sobre la cama.
—No te vas a ir a ningún lado, no sin volver a follarte como Dios manda.
—Vaya primera cita.
—A ti no te gusta ese rollo de las citas, tú eres como yo.
—Ah, ¿sí? ¿Y cómo soy si se puede saber?
—Provocadora —se lanza sobre mí y me muerde el labio—, irresistible —me besa— y te gusta el riesgo, no tienes límites.
Me gusta, es cierto, pero lo que más me gusta es tener a este hombre, que me acaba de describir exactamente con las mismas palabras con las que yo lo defino a él, encima de mí.
Me quita los zapatos y acaricia mis piernas hasta llegar a mis muslos; allí agarra la tela de mi vestido y comienza a subírmelo… hasta que levanto los brazos y dejo que me lo quite por completo.
Se levanta de la cama y se quita el pantalón, no sin antes dejar un preservativo sobre la mesita, y lo observo sólo vestido con unos bóxers. Este hombre es un puto adonis del infierno, y ha aparecido para llevarme al lado oscuro.
—¿Vas a mirarme mucho más? —le pregunto al tiempo que encojo las piernas y ladeo las rodillas que acabo de juntar con la idea de obstaculizarle un poco la visión de mi sexo.
—Me quedaría aquí pasmado el resto de mi vida sólo por mirarte.
—No seas complaciente, no te pega. —Le lanzo el cojín sobre el que estaba apoyada y veo cómo éste impacta en su cara para, después, caer al suelo, a su lado—. Por esta cama habrán pasado muchas mujeres, y seguro que mejores que yo.
—Muchas, seguro; mejores que tú, lo dudo. —No sé si me gusta su contestación. A decir verdad, nada, pero no me quejo, no tengo derecho a hacerlo, así que me limito a observar cómo vuelve a la cama, cómo se coloca sobre mí y cómo baja la tela de mi sujetador para besarme un pezón. Enreda mi melena, con maestría, en su mano y tira de ella hacia atrás, obligándome a mirar hacia el techo—. Quiero que te retuerzas de placer; deseo que, cuando pienses en mí, te mojes tanto que tengas que llamarme para que te alivie.
—¿Y si llamo a otro?
Me da un tirón más fuerte de la melena que tiene agarrada y me quejo para que sepa que me ha hecho daño.
—Tendré que aniquilarlo, así que, si valoras en algo su vida, sólo me llamarás a mí.
—Eres demasiado posesivo, apenas me conoces.
—Sólo con las cosas de mi propiedad. —Me quedo petrificada de repente; no puede haber dicho eso… No, no vamos por buen camino—. Cuando quiero algo, lo quiero entero para mí. —No puedo responder nada, porque de pronto introduce dos dedos en mi sexo y una oleada de calor recorre cada centímetro de mi cuerpo—. ¿Estás dispuesta a dármelo todo?
—No.
Vuelve a darme otro tirón en el pelo al tiempo que posee mi sexo con sus dedos y gruño más fuerte.
—No te he entendido.
—Que no, he dicho.
—Eso ya lo veremos.
Me devora la boca como una fiera y nos besamos como los dos locos apasionados que somos. Le clavo las uñas en la espalda y lo obligo a ponerse debajo. Ahora soy yo la que tiene el control. Me siento a horcajadas sobre él y siento su dura y gran erección bajo mi sexo. Su lujuriosa mirada recorre mis pechos, pero sé que está deseando verlos en todo su esplendor, así que me desabrocho el sostén y, lentamente, lo dejo caer a un lado de la cama.
—¿Y tú estás dispuesto a dármelo todo? —Suspira al ver mi cuerpo desnudo y se dispone a acariciarlo cuando lo detengo justo en el momento en que atrapa mis pezones—. ¿Me vas a entregar tus secretos más oscuros?
Sabía cómo reaccionaría: lo medita unos segundos y responde muy seco.