—¿Cuándo crees que tendremos una contestación? Me gustaría mudarme lo antes posible. —Andrew olvida los temas personales; tiene una preocupación más grande y, a juzgar por cómo le sonríe Zoé, ella está más que encantada con ese hecho.
—Si todo sale como creo, en dos días podremos tener el papeleo listo. Sé que quieren vender, y su oferta, aunque es inferior al precio inicial, me consta que es superior a las últimas que han recibido.
—¿Va a ser tu vivienda principal? —indago, como si fuera lo más normal tener varias propiedades, aunque yo sólo tengo un loft. El caso es que me da que estos dos tienen mucha más pasta que la mayoría de los mortales.
—De momento, sí, pero nunca se sabe… No suelo vivir en una ciudad mucho tiempo. —Sonrío, porque, aunque sé que son bastante ricos, están sentados con nosotras como si nada, sin aparentar lo que realmente poseen. Siempre había pensado que las personas con dinero eran para darles de comer aparte—. Soy un trotamundos. —Encoge los hombros cuando aparece el camarero con sus platos y comienzo a probar mi crema, que está mejor de lo que ya esperaba.
—Ha sido todo un acierto. —Durante unos segundos no sé a qué se refiere y frunzo el ceño hasta que me señala con la cuchara su plato.
—Ah, sí…, está buenísima. Te diría que una de las más exquisitas que he probado.
—En este hotel trabaja el mejor chef de la ciudad —nos aclara Andrew, y Zoé afirma al probar su ensalada con nueces.
Sorbo cucharada a cucharada con la elegancia con la que mi madre me ha enseñado a hacerlo hasta que termino mi plato, consciente de que Sean no ha perdido detalle alguno de mí. No hemos cruzado palabra alguna entre los cuatro; sencillamente hemos degustado la comida sin más, en buena compañía.
—Bueno, chicos, tengo que abandonaros. —Andrew deja la servilleta sobre la mesa y miro el reloj. No me puedo creer que sean ya las cuatro de la tarde.
—Tranquilo, lo llamo en cuanto tenga una confirmación por parte del vendedor.
—Puedes tutearme, ya hemos comido juntos. —Le guiña un ojo a mi amiga y veo cómo Sean se divierte al comprobar que no es el único que tiene dobles intenciones.
—De acuerdo, Andrew.
—Avery, ha sido un placer, espero verte pronto. —Dicho esto, le lanza una pícara sonrisa a su amigo y yo le digo adiós con la mano mientras éste choca la palma con la de Sean y luego se aleja.
—Pues yo voy a subir a descansar un poco si quieres que salga esta noche. —Zoé miente descaradamente, pero sé que es porque quiere dejarme a solas con él, aunque no tengo nada claro que sea buena idea, la verdad—. ¿Me llamarás cuando estés lista?
—Vale, quedamos en la puerta. —Me pongo de pie y le doy un abrazo—. No sabes lo feliz que soy de estar aquí contigo —le susurro al oído, porque no puedo despedirme de ella como me gustaría, pero nos conocemos bien y ambas sabemos que esto es un «hasta pronto».
—¡Qué despistada soy! Me llevaba sin querer las compras que has hecho para esta noche. —Me ofrece la bolsa de Victoria’s Secret con una socarrona sonrisa. La miro con cara de querer asesinarla; antes ya le he dicho que no lo quería, pero le ha dado igual mi opinión—. Con lo ilusionada que te lo has comprado.
¡La voy a matar! No me queda otra que coger la bolsa, porque obviamente no puedo discutir con ella delante de él.
—Gracias, ¡qué haría sin ti! —finjo, ante la diversión de mi nueva peor enemiga—. Nos vemos en un rato.
—Adiós, Sean.
—Adiós.
Veo cómo se despide y me giro para comprobar que, como ya sabía que haría, no le quita el ojo a la bolsa que tengo en la mano.
—Te llevo a casa.
Se pone de pie en cuanto mi amiga desaparece de nuestro campo de visión y me quedo triste por no saber cuándo voy a volver a verla.
—No es preciso, puedo irme en taxi.
—No voy a dejar que te vayas en un taxi cuando tengo el coche aquí mismo.
—Ya veo que negarme no es una opción —me resigno. Sé que va no a servir de nada oponerme y significaría comenzar otro duelo de titanes que, francamente, ahora mismo no me apetece en absoluto.
—Vas aprendiendo; creo que al final te voy a enseñar más que tú a mí.
—Ya lo veremos. —Pillo mi bolso, que había dejado colgando del respaldo de la silla, y mientras caminamos en dirección a la puerta algo me viene a la cabeza—. ¿Y no pagamos?
Se le escapa una carcajada y pasa su brazo por mi cintura, pegándome más a él.
—Andrew lo ha hecho.
—Ah…
Sigo avanzando sin apartarme de él, sintiendo el calor que su cuerpo me transmite y consciente de que todas las mujeres que están en el vestíbulo nos miran en silencio. No las culpo: si estuviera en su lugar, también lo haría; es más, no puedo dejar de pensar en cómo ha ocurrido todo esto.
Cuando salimos veo que el aparcacoches del hotel se acerca a nosotros sonriente y le entrega las llaves a Sean.
—Espero que me lo hayas cuidado bien. —Mete la mano en un bolsillo y le da una buena propina al chico, que asiente, con los ojos llenos de felicidad.
—Sí, claro; tiene una maravilla de deportivo.
—Gracias —responde, dejándolo atrás. De pronto las puertas se elevan y comienzo a sentirme observada por decenas de miradas curiosas que no quieren perderse la oportunidad de ver un vehículo como el que tiene Sean.
—Es demasiado presuntuoso, ¿no? —le planteo en cuanto se sienta a mi lado, y me mira divertido, sin dar crédito a lo que le acabo de decir—. A veces, menos es más.
—Me gustan los coches.
—Y que sepan que puedes tenerlos, también —afirmo.
Vuelve a mirarme antes de lanzarse a mis labios, sin importarle que sigamos teniendo muchos ojos puestos en nosotros; yo le respondo, cómo no. Soy demasiado débil para decirle que no a sus labios, así que nos besamos apasionadamente durante unos segundos, hasta que nos separamos y arranca el motor.
—¿A dónde vamos? —me pregunta.
«Allí donde se paralice el tiempo y pueda estar entre tus brazos sin pensar en nada más», contesto, por suerte mentalmente.
—185 Water Street —acabo diciendo como si nada. De pronto deja de prestar atención a la calzada para analizarme—. ¿Qué pasa?
—Ésa es la dirección de Jeff —suelta mucho más serio de lo que me ha hablado hasta ahora.
—Es mi vecino, ya te lo he dicho.
Sabía que no era buena idea, tendría que haber cogido un taxi. Desde luego que no se lo he dicho, pues he evitado a toda costa hablar de nuestra relación.
—En Quebec, no aquí —aclara.
—Pues aquí también.
Me encojo de hombros y le lanzo una sonrisilla que espero que lo convenza, aunque no sé si lo hace o no, porque no dice nada.
Conduce de forma tranquila por las calles del centro de Vancouver en dirección a mi edificio mientras miro por la ventana, hasta que oigo que enciende el equipo de música y balanceo la cabeza al ritmo de la música hasta que me siento observada; cuando me giro para mirarlo, lo veo sonreír.
—Eres preciosa.
—Gracias. —Me siento avergonzada, y no sé por qué, pero parece que tenga quince años y sea mi primer ligue—. No quiero que Jeff sepa que tú y yo…
—Eres mayor de edad, ¿no?
—Sí, lo soy, pero es mi amigo de toda la vida y no quiero que piense algo que no es. Sólo ha sido una noche, ¿no? —replico. Espero que lo entienda, porque, si no, no sé qué voy a hacer.
—Sí, eso ha sido. —Arrastra las palabras al hablar y noto cierta desidia en ellas.
—Además, no debemos mezclar el placer con los negocios —sigo diciendo para que me comprenda—. Pagas mis facturas.
—Indirectamente, sí —responde, molesto.
—¿No le vas a decir nada?
Se detiene en un semáforo y me mira fijamente a los ojos.
—¿Es lo que quieres? —me plantea, y asiento en silencio. En realidad, no es lo que quiero, es que no tengo otra opción que ocultarle a Jeff la verdad; no sé cómo reaccionaría a ello—. Entonces no se enterará, pero no me pidas que no intente volver a besarte, porque ya no puedo parar de hacerlo. —Dicho esto, me atrapa por la nuca y me guía hasta él para, de forma agresiva, besarme como una verdadera fiera.
—Creo que deberías continuar —digo en voz baja al ver que se aparta enfadado de mí porque el conductor de detrás está tocando el claxon como un demente y gritando improperios por la ventana de su coche, pero el semáforo vuelve a cambiar a rojo y, tras un «¡joder!» procedente del vehículo de atrás que logra que los dos nos riamos, vuelve a besarme. Finalmente se aparta para pisar el acelerador justo cuando se pone en verde y dejamos atrás, a muchos metros de nosotros, a ese malhumorado conductor.
—Ya hemos llegado. —Coge la bolsa que he dejado sobre mis pies y no intento quitársela; al contrario, quiero que descubra lo que contiene, porque en el fondo sé que le va a dar algo cuando vea lo sexy que es. Supongo que por eso Zoé ha sido tan malvada, ella también quería que él lo viera… y, al comprobar la cara que se le queda, hasta se lo agradezco—. No te vas a poner esto esta noche.
—Por supuesto que sí.
—Ni hablar. —Lo guarda en la bolsa, muy molesto y con intención de no devolvérmelo.
—¡No te creas que te lo vas a quedar! —Tiro de la bolsa y quedamos agarrándola uno por cada lado, hasta el punto de casi romperla—. Sean, no tienes derecho alguno a esto.
—Sí lo tengo. Te lo advertí: si no te ibas, con todas las consecuencias.
—Que me acueste contigo es una cosa, pero que decidas por mí es algo diferente, y conmigo lo tienes claro —lo amonesto, tirando de la bolsa hacia mí, consciente de que me está fulminando con la mirada—. Yo no soy como las mujeres a las que debes de estar acostumbrado.
—Eso ya lo sé. —Suelta la maldita bolsa y casi me caigo hacia el lateral del coche—. Quiero verte con eso puesto. —Detecto resignación en sus palabras.
—Eso es otra cosa. —Sonrío, ladina, sabiendo que le está costando horrores no volver a quitarme la bolsa—. Si te portas bien, algún día te haré un pase de Victoria’s Secret.
—No te burles de mí.
—No lo estoy haciendo. —Pongo cara de «cómo puedes pensar eso» hasta que se me escapa la risa y me mira enfadado, al tiempo que aprieta el volante con fuerza—. Gracias por acercarme. —Cojo el bolso y, cuando veo que las puertas empiezan a abrirse, vuelve a besarme.
—No hay de qué. —Me guiña un ojo y salgo sonriente en dirección a mi puerta. —¡No te lo pongas! —me grita, advirtiéndome de nuevo, a lo que respondo dándome la vuelta y diciéndole que sí con la cabeza antes de lanzar un beso al aire y proseguir mi camino.
Intento darme prisa en sacar las llaves del bolso, porque no quiero encontrarme a Jeff aquí. No sé si estará en casa o se habrá ido a algún sitio, pero, por si acaso, abro a toda velocidad y me doy media vuelta para decirle adiós; entonces veo cómo me sonríe y, tras dos aceleraciones, sale disparado de mi calle, desapareciendo de mi vista.
Me giro y me apoyo en la puerta unos segundos para recobrar la respiración al tiempo que saco del bolsillo mi teléfono y veo varias llamadas y mensajes, pero ni los miro, porque voy directamente a la agenda y pulso sobre el nombre de Zoé.
—Te debo una —es lo primero que le suelto cuando responde a mi llamada.
—¿Una? Ésta vale por diez.
—No te pases.
—¡Gracias por quedarte, he conseguido a Andrew!
Está pletórica, y no me extraña; ese hombre podría ser su gallina de los huevos de oro. Si se muda tanto como dice, le va a dar una buena comisión en cada una de sus compras a mi amiga, y clientes así no se encuentran todos los días.
—¡Felicidades! —Comienzo a subir la escalera, llego al rellano, abro la puerta de mi casa y compruebo que no hay nadie. Bien. Me dejo caer en el sofá y suelto la pregunta que tanto ansío formular—: ¿No vas a decir nada?
—Avery, me he quedado sin palabras. A ese hombre le gustas mucho y, vaya, sois explosivos.
—Creo que eso no es bueno.
—¿Cómo que no? No quiero ni imaginar cómo es en la cama.
—Sin palabras, lo es ¡¡todo!! —recalco, y me muero de la risa cuando digo la última palabra, y me tumbo para hablar con ella—. Te juro que no quería, que lo he intentado evitar, pero no he podido resistirme. Y es que… nadie me ha follado como él.
—¿Has visto cómo te mira? Tía, tienes un problema.
—Ya lo sé. Es el socio de Jeff y no le va a gustar nada.
—Nada.
—¿Y qué hago? No voy a poder evitarlo, ya has visto cómo es, y la verdad es que tampoco sé si quiero. —Emito un suspiro—. Hay algo de él que me vuelve loca como nunca antes me había sentido.
—Te entiendo, y te animo, pero sin mentiras. Jeff siempre ha sido claro contigo, creo que tú también tienes que serlo.
—No puedo. Voy a esperar a ver qué pasa. Míralo, seguro que tiene a cientos y me olvida… esta noche mismo.
—¿Y si no es así?
—Hablaré con Jeff —sentencio, consciente de que es lo mejor y lo que tengo que hacer. A fin de cuentas, es mi marido, y siempre hemos hablado de los líos que hemos tenido fuera del matrimonio; éste no debería ser diferente—. Por cierto, gracias por el conjunto, pero sabías que no quería que me lo regalaras.
—Pues hazme el favor de ponértelo para ese hombre para amortizar la fortuna que me he dejado en él. —Las dos reímos en una carcajada—. Te dejo, que me voy al aeropuerto. Disfruta esta noche.
—No te prometo nada. Te quiero, Zoé. Buen viaje.
—Y yo. Te escribo cuando llegue y espero el parte diario.
—Qué más quisieras.
Nos enviamos un beso cada una, finalizo la llamada y dejo caer el teléfono sobre el sofá, cuando de pronto oigo un ruido en la terraza.
—Pensaba que tendría que ir al otorrino, pero no, me acabas de confirmar que tengo el oído perfectamente.
—¡Owen!
—¿Sean? ¿El socio de tu marido?
—¿Cuándo has entrado?
Me pongo de pie y voy hasta él, pero se aparta. ¿Está enfadado? Él mejor que nadie debería comprenderme.
—Esa pregunta no importa; siempre entro, y lo sabes.
Eso es cierto. ¿Cómo iba a pensar que esta vez sería diferente?
—Lo siento.
—A mí no me des explicaciones, eres mayorcita, pero a Jeff no le va a gustar.
—Por favor, no se lo digas —le ruego, cogiéndolo de las manos. Me mira a los ojos, confundido.
—No te reconozco, Ave, tú no eres así. —Me llevo la mano a la frente y luego me froto una ceja. Ya lo sé, pero no sé qué me pasa. Hasta este momento nunca me había sentido así, pero él lo ha cambiado todo—. Jeff te propuso a ti para impartir esas formaciones porque creyó que no serías como las demás.
—¿Como las demás? ¿Qué quiere decir eso?
Oír esa frase me ha dolido en el alma; no puedo creer que, después de todo lo que hemos vivido juntos, me hable así.
—No eres la primera, y no serás la última.
—Eso ya lo sé. —No puedo negar lo evidente, soy muy consciente de ello—. Owen, tú sabes lo que es vivir en la sombra, y ahora soy yo la que siento que debo hacerlo. Sé que esto no va a llegar a nada, pero necesito comprobarlo por mí misma, sintiéndome libre, sin miedo, sin que Jeff reprima lo que puedo llegar a sentir.
—Joder, no es sólo un polvo de una noche…, lo deseas.
—Pero ¿qué dices?
—¿No te estás oyendo? ¿Qué cojones tiene ese tío? Aparte de lo obvio, claro.
—No lo sé.