Un amigo, Darío, y yo le habíamos comprado un majarete a un vendedor ambulante en Washington Heights, Alto Manhattan, una tarde fría de diciembre. Mientras disfrutábamos de su dulce sabor, llevaba con mis pies el ritmo de una bachata que tocaban en un negocio que había cerca. Temblaba por el frío mientras miraba a mi alrededor, y me parecía que lo único que diferenciaba la escena de una calle en la República Dominicana era el frío glacial y la amenaza de nieve. Allí mismo, en medio de dicha escena, que tanto me recordaba el país, entendí concretamente lo que significa ser parte de una comunidad transnacional.
Durante la Era de Trujillo, la migración dominicana hacia el exterior fue selectiva, pero las tendencias migratorias cambiaron de manera importante tras su muerte. Los Estados Unidos, y específicamente la ciudad de Nueva York, se convirtieron en el destino principal de los dominicanos. La inmigración incrementó con la agitación política tras la caída de Trujillo y cambios a la política migratoria norteamericana. La Ley de Inmigración y Nacionalidad Hart-Celler (1965) abolió el sistema de cuotas a base de la nacionalidad que había sido vigente desde los 1920, pero dispuso además que los inmigrantes latinoamericanos presentaran pruebas para demostrar que cumplían una necesidad laboral.1 Los dominicanos continuaban inmigrando en números sin precedente por exenciones otorgadas a los parientes cercanos de los migrantes ya establecidos. Dichas exenciones establecieron la base para que las redes de parentesco fueran un elemento clave de la migración dominicana.2 Aproximadamente el 75 por ciento de los migrantes eran de las zonas urbanas de la República Dominicana durante esos primeros años,3 y la mayoría de los dominicanos que migraban a Nueva York en los 1960 y los 1970 eran de la clase media baja y trabajadora.4 La población dominicana en Nueva York creció por más del 400 por ciento durante esa época.5 En los 90, el número de dominicanos en los Estados Unidos subió vertiginosamente de 348,000 a 695,000, y otra vez entre 2000 y 2004, cuando vivían aproximadamente un millón de dominicanos en los EE.UU.6 En la actualidad, los dominicanos constituyen el cuarto grupo más grande de hispanos en los EE.UU.; solamente los mexicanos, puertorriqueños y los cubanos están por encima.7 Aunque Nueva York todavía es el destino principal en los EE.UU., también hay comunidades dominicanas importantes en Nuevo Jersey, Massachusetts y la Florida. Puerto Rico es otro destino migratorio común, y sobre todo para los que inmigran ilegalmente por cruzar el Canal de Mona en yola.8
Los inmigrantes dominicanos a los Estados Unidos mantienen fuertes vínculos con su patria a la vez que se integran a la vida de este país. Por lo tanto, los dominicanos ejemplifican las características comunes del transnacionalismo con su “flujo constante de gente en ambas direcciones, un sentido dual de identidad, compromisos ambivalentes con dos naciones, y una red extendida de lazos de parentesco y amistad que cruzan las fronteras políticas”.9 El vivir simultáneamente con un pie en dos mundos distintos se ha prestado a un sentido flexible de identidad entre estos migrantes. Estas dos realidades son igual de importantes, pues los migrantes dominicanos “se incorporan simultáneamente a dos comunidades nacionales … los vínculos con la patria eran parte del proceso de hacerse neoyorquinos, y el proceso de hacerse neoyorquinos ayudaba a constituir los vínculos con la patria”.10 Las operaciones económicas, y especialmente las remesas, los bienes raíces, e inversiones en pequeños negocios dentro de la República Dominicana, y los dólares gastados en visitas al país ayudan a fortalecer estos vínculos transnacionales.
La doble participación de los dominicanos en dos mundos se presenta ante una distinción sicológica y verbal entre dos lugares que se solapan. Muchos migrantes dejaron la isla originalmente con la intención de quedarse solo un tiempo en los Estados Unidos para volver eventualmente a su país para siempre. Aunque no suele ser el caso, los lazos afectivos de los migrantes con su patria siguen fuertes y son reiterados por el lenguaje que emplean para describir su país y la nación anfitriona; contrastan los EE.UU.—“aquí” o “este país”—con “allá” o “mi país”.11 Tales vínculos nostálgicos con la patria siguen fuertes, aun entre los dominicano-americanos nacidos en los Estados Unidos, y así revelan la manera en que “[l]as diásporas siempre dejan las huellas de un recuerdo colectivo de otro lugar y otro momento, y crean nuevos mapas de deseo y cariño”.12
Soñar con y hacer visitas al país refuerza los lazos íntimos con la patria. La Oficina de Turismo en Nueva York contribuyó a esta tendencia de volver con sus anuncios comerciales animando las visitas navideñas. Se imaginaban y se representaban todos los aspectos de la industria turística con imágenes de lo que es considerado típicamente dominicano, imágenes que servían como un imán para tocarles la fibra sensible a los migrantes nostálgicos.13 Numerosas agencias de viajes de propietarios dominicanos en los EE.UU. facilitan los viajes de los migrantes al país. Estas ofrecen vuelos económicos al país, y así incrementan la frecuencia con que los dominicanos vuelven.14
Los lazos con el país se concretizan en los vecindarios dominicanos en EE.UU., tales como Washington Heights y el Bronx. Allí, los colmados, restaurantes y vendedores ofrecen productos, comida y artículos típicos dominicanos, y se oyen merengue y bachata en las calles, negocios y casas. Los inmigrantes también se actualizan con los periódicos y los medios dominicanos disponibles. Desde un principio, los dominicanos en el extranjero crearon un intercambio intricado con los periódicos nacionales. No solamente leían los periódicos recién salidos de la imprenta cada mañana, sino que les contribuían como escritores. Tal como ha señalado Hoffnung-Garskof, las representaciones enviadas al país por los migrantes dominicanos para la prensa dejaron fuera muchas de las verdaderas dificultades a que se enfrentaban, y en su lugar enfatizaban las oportunidades y los ejemplos de éxito.15 Los migrantes se hicieron autores y protagonistas de sus propios cuentos de éxito en los Estados Unidos, e hicieron realidad esos mismos cuentos cuando volvían al país con regalos, llevando una apariencia exterior de su progreso. Regalarles obsequios a los amigos y familiares afirmaba no solamente el éxito sino los continuos vínculos con la patria.16 Desafortunadamente, el éxito no es común para muchos migrantes dominicanos, cuya situación económica no ha mejorado mucho en los EE.UU. Aunque muchos migrantes todavía viven bajo la línea de pobreza, sus compatriotas siguen dejando la isla en búsqueda de una vida mejor.
Las leyes dominicanas fomentan los vínculos políticos con el país. En 1996, la nueva constitución les otorgó el derecho a retener todos los derechos de la ciudadanía dominicana a todos los dominicanos que se hicieron ciudadanos de otro país. La constitución les permite todos los beneficios de la ciudadanía dominicana a los hijos de padres dominicanos que nacen en otros países.17 En el 1997, el Congreso Nacional Dominicano aceptó permitir a los dominicanos que viven en el extranjero postularse como candidatos y votar en las elecciones presidenciales, decisión que ha estimulado todavía más participación en la política nacional.
A pesar de estos lazos, algunos en el país creen que los inmigrantes no tienen cultura, o sea, que no son dominicanos auténticos. Distinguen a los migrantes con los vocablos despectivos, “Dominican York” o “domínican”. Estos se refieren a los que pierden su cultura (y por lo tanto, su capacidad de pertenecer) por ser inundados por la cultura norteamericana.18 Se desarrolló la descripción del “dominicano ausente” para referirse a esos migrantes que no habían perdido su cultura o su dominicanidad esencial. Otros desdeñaban las remesas y los regalos que les eran tan importantes a muchos, usando otra palabra despectiva, “cadenú”, una referencia a las cadenas que usaban muchos migrantes que volvían. Este vocablo “se refería específicamente a los artefactos culturales, o a los símbolos del poder del consumidor … y más ampliamente aún a las pretensiones inspiradas en el extranjero de los dominicanos sin una verdadera cultura”.19
A los migrantes dominicanos hacia los EE.UU. se les incluyen con frecuencia en el grupo general de personas de color, o se les identifica equivocadamente como puertorriqueños, ya que hablan español. Aunque los migrantes dominicanos tienen que enfrentarse a muchos de los mismos desafíos que estos grupos, no suelen alinearse con ellos.20 Los migrantes dominicanos se alejaron de otros grupos minoritarios, y el idioma y la música se convirtieron en herramientas comunes para señalar estas líneas divisoras. Primero el merengue, y luego la bachata, sirvieron como señas musicales de identidad para los dominicanos, y los diferenciaban de otros grupos. A la vez, los ayudaban a enfrentarse a las ansiedades traumáticas de la migración al reforzar los lazos nacionalistas con el país. El creciente número de migrantes de la clase obrera que vinieron a Nuevo York en los 80 aumentó de manera significativa el número de seguidores que ya conocían la bachata, y así creció su público en el extranjero.
Los inmigrantes no solamente importaban estos géneros de la isla, sino que hicieron sus propias producciones de estos dos géneros dominicanos por excelencia, incorporando los ritmos y las vivencias de sus propias realidades. La bachata, con su tradición del sufrimiento, apelaba especialmente a los migrantes dominicanos en Nueva York:
Si las asociaciones de la bachata con la clase baja anteriormente la hicieron odiosa a quien ambicionaba formar parte de la clase media, en Nueva York, donde los inmigrantes de diversos orígenes sociales compartían las experiencias semejantes de las penurias económicas y del desplazamiento social, tales presiones sociales empezaron a perder terreno ante el deseo poderoso de los inmigrantes por los sonidos más ‘auténticos’ del país.21
El repertorio sentimental de la bachata expresaba todas las perspectivas del sufrimiento y del anhelo, y atrajo como imán a los dominicanos en el exterior, especialmente a las mujeres.22
La presencia de la gran comunidad transnacional dominicana en los EE.UU. les ofrece nuevas oportunidades a los bachateros tradicionales que viven allá. Estos presentan su música y los temas de otros en escenarios que varían entre fiestas de cumpleaños a bares y conciertos. Sus ingresos difieren por evento y varían desde una suma fija a cobrar por entrada.23 El potencial de un tema depende también del mercado, pues “Si no pega allá [en República Dominicana], puede pegar aquí [en EE.UU.] Es local”.24 Esta sección retrata a tres bachateros radicados en Nueva York que siguen tocando y sacando la bachata tradicional en el exterior.
Ray Santana, “el Pollito del Cibao”, nació en Dajabón en 1967. Su historia refleja los temas comunes a otros bachateros: su familia trabajaba la tierra, y desde los siete u ocho años, manejaba la finca de arroz. Recuerda escuchar a los grandes bachateros, tales como Eladio Romero Santos y Luis Segura, lo cual le hizo sentir curiosidad por la música. Empezó a tocar en las fiestas y los eventos locales en Dajabón, y después, se fue a Santiago, luego a la capital, y finalmente, a Nueva York, donde lleva más de una década. Ahora, toca en Nueva York, Boston, y adónde lo llamen.25
Pollito ha visto estallar el número de agrupaciones de bachata durante el tiempo que vive en EE.UU.: “Ahora hay más grupos de bachata que sitios para tocar”.26 A pesar de que crece el número de bachateros, la bachata ha sido un negocio lucrativo para Pollito: “Ya tengo unos cuántos años viviendo de la música, de la bachata…. Gracias a Dios pude comprarle su casa a mi mamá por la bachata”.27 Pollito fue galardonado como el Artista Bachatero del Año (Premios Too Much), y lo nominaron para Los Premios Latinos en el 2010.28
Rafy Burgos “el Cupido” es de una familia rural y humilde. Creció escuchando bachata con su familia: “A mi familia siempre le gustaba la bachata, siempre la escuchábamos”.29 También observó que no tenía acceso al merengue por falta del respaldo económico: “Tenía apenas lo suficiente para comprarme una guitarra. El merengue viene con muchos instrumentos caros. Solo los podían comprar aquellos muchachos cuyos papás decían, ‘toma y cómprate un instrumento’. Yo no tenía ese apoyo”.30 Burgos se mudó a la casa de su madrina en San Francisco de Macorís cuando era adolescente para poder asistir a la secundaria. Trabajaba en una tiendita de día y estudiaba de noche, y en medio, se juntaba con un amigo que tenía una agrupación para cantar como corista.31
En 1997, Burgos se unió a la agrupación Tropical, y se fue en gira con ellos al exterior. Llegó a los EE.UU. en 1998 para presentarse, y se quedó para dedicarse a su carrera como solista. Publicó su primer álbum, Flechando corazones,32 en 1999. Su segundo álbum, Con el corazón flechado, incluye una adaptación popular del merengue de Sandy Reyes, “Enamorar”, de los 1980. Gracias en parte a este tema, nominaron a Burgos para un Premio Lo Nuestro como Revelación del Año en el 2003.
El bachatero y productor Gerson Corniel, oriundo de Salcedo, es de una familia rural que trabajaba la tierra. A los doce años, Corniel se fue para Santiago con su familia donde su papá puso un negocio. Corniel describió a su papá, un acordeonista, y a su tío como sus primeros ejemplos musicales. Su mamá apoyaba sus inclinaciones a la música desde joven y le fabricaba instrumentos.33 Corniel dejó la escuela a los 15 años para trabajar y dedicarle más tiempo a la música. Se fue de Santiago para la capital y seguía tocando con diferentes agrupaciones, subiendo poco a poco: “Me fui escalando. Empecé tocando segunda guitarra, y después primera guitarra”.34
Corniel recuerda cómo la bachata era discriminada y la etiquetaban como una música de la clase baja. Esos insultos de sus detractores no influyeron en Corniel: “No me sentía mal; me gozaba mi bachata … porque eso era lo que tenía dentro de mí. Me sentía orgulloso de ser músico”.35 También recuerda los desafíos de grabar bachata sin poder acceder a los mejores estudios: “Ya es bien fácil para grabar. Antes, era todo el mundo metido en un cuarto con un solo micrófono”.36
Las canciones de estos artistas siguen la tradición bachatera de pintar los diferentes matices del amor y del sufrimiento. En “Ante una flor” de Gerson Corniel, la voz narrativa reconoce que tiene que dejar libre a su amada y que volverá si su amor es verdadero. Mientras tanto, le promete amarla y no olvidarla jamás. El narrador de “Enamorar” de Rafy Burgos se niega a renunciar a la mujer que ama, sin importar cuánto se resista ella. Este narrador le ofrece el corazón y le suplica que le ponga fin a su sufrimiento por corresponderle.
El desamor todavía es un tema importante también. El narrador de “Corazón enamorado” del Pollito del Cibao sostiene que es su corazón, y no él, quien sigue enamorado. Su corazón caprichoso se niega a olvidar a su amada, aunque está con otro, y pronuncia su nombre en cada latido. “Ella no me quiere” de Gerson Corniel relata la decisión del narrador de irse en lugar de seguir sufriendo por un amor no correspondido. En “Romeo y Julieta: La historia”, Rafy Burgos le da una vuelta a la historia de Romeo y Julieta. Este narrador lamenta la desilusión de los románticos por todo el mundo cuando descubren que el amor de esa pareja legendaria no es eterno.
El éxito de Burgos del 2010, “Dame cabeza”, vuelve a la tradición del doble sentido de la bachata. Esta canción gira en torno al doble sentido en su título, pues puede significar “pensar en algo”, o literalmente, “dar cabeza”. En esta bachata, el narrador admite que se enamoró una vez y sufrió por la infidelidad de su novia. Ahora, no busca una relación seria, y le dice “dame cabeza” a la mujer con quien habla, interprétese como se quiera.
“La travesía” del Pollito del Cibao entreteje el amor, el abandono y la inmigración. El narrador de este tema le suplica a su amada que lo lleve adondequiera que vaya. Más tarde, observa que nadie está conforme en su tierra ni contento con su suerte. Por fin revela que su amada era ambiciosa e inconforme con lo que él podía darle, así que trató de migrarse a Puerto Rico en una yola y murió en la travesía. Este narrador jura vivir bien para poder estar con ella en el cielo un día. Esta bachata cuenta una historia que recuerda muchos aspectos de la experiencia dominicana: el amor, la separación, la ambición, o la esperanza de un futuro mejor que se logra al inmigrar, cueste lo que cueste, a veces.
Las restricciones migratorias menos estrictas y una continua inestabilidad tanto económica como política contribuyeron al incremento de la emigración dominicana. A la vez, las redes de parentesco y los vínculos a la patria reforzaban la dominicanidad. “La bachata es una música de desarraigo”,37 y le dio voz a la experiencia de aprender a vivir, trabajar, amar y soñar en un mundo nuevo y en un entorno desconocido. Muchos de los inmigrantes se enfrentaban a las mismas condiciones sociales que conocieron los que se mudaron a las grandes ciudades de República Dominicana después del ajusticiamiento de Trujillo: los trabajos mal pagados, la pobreza, la discriminación—condiciones todas que son exageradas por el sentido de no estar en su elemento, “producto de la disonancia cognitiva insuperable e irrevocable de vivir donde ‘yo no sé vivir’”.38
Los bachateros en Nueva York le entregan la bachata a un público creciente que busca vínculos con el país o que otras veces, solamente quiere divertirse. Tal como observó Rafy Burgos, “La música es un idioma internacional”,39 y la popularidad de la bachata cruza fronteras de clase, nacionales y lingüísticas y habla por sí misma. Los ingresos disponibles de los migrantes facilitaron su acceso al consumo musical, lo cual también aumentó la posibilidad de la bachata de lograr una viabilidad comercial. La posición social de la bachata se mejoraba a la par de la de los migrantes. Estos tocaban bachata en sus autos nuevos cuando volvían de visita al país, llamándoles la atención a las clases media y alta y así ayudando a la bachata a ganarse más seguidores y un mejor estatus en el país.40