En la encrucijada se pudrían dos muertos bajo el sol, en una jaula de hierro.

Egg se detuvo a mirarlos desde abajo.

—¿Quiénes crees que eran, ser?

Maestre, su mula, agradeció el descanso, que aprovechó para pastar entre la hierba seca y marrón del margen del camino, sin que la molestaran las dos enormes barricas de vino que llevaba en el lomo.

—Ladrones —dijo Dunk, que al estar montado en Trueno le quedaban mucho más cerca los cadáveres—. Violadores. Asesinos.

Su vieja túnica verde presentaba un círculo oscuro bajo cada brazo. El cielo era azul, el sol intenso y Dunk había sudado a cántaros desde su salida matinal del campamento.

Egg se quitó el sombrero blando de paja de ala ancha, bajo el que relucía una cabeza calva, y lo usó para ahuyentar las moscas. Eran centenares las que corrían por los muertos y otras tantas las que revoloteaban, perezosas, por el aire inmóvil y caliente.

—Algo malo tuvieron que haber hecho para que los hayan dejado morirse en una jaula para cuervos.

A veces Egg mostraba la sabiduría de los maestres, pero otras seguía siendo un niño de diez años.

—Hay de señores a señores —dijo Dunk—. A algunos no les hace falta un gran motivo para dar muerte a un hombre.

La jaula de hierro apenas tenía cabida para un solo hombre, pero eran dos los que habían sido embutidos en su interior, cara a cara, enredados de brazos y de piernas, con la espalda clavada al hierro negro y caliente de los barrotes. Uno de los dos había intentado comerse al otro, royéndole el cuello y un hombro. De ambos se habían alimentado los cuervos, los cuales, al aparecer Dunk y Egg a la vuelta del camino, se habían levantado como una nube negra, con una densidad que había asustado a Maestre.

—No sé quiénes eran, pero parecen medio consumidos por el hambre —dijo Dunk. “Esqueletos con piel, y aun ésta verde y podrida”—. Tal vez robaron pan o cazaron furtivamente un ciervo en los bosques de un señor.

Con la sequía en su segundo año, la mayoría de los señores se habían vuelto menos tolerantes, si cabía, con la caza furtiva.

—Quizá formaran parte de una banda de forajidos.

En Dosk habían oído cantar a un arpista “El día en que ahorcaron a Robin el Negro”, y desde entonces Egg veía gallardos forajidos tras cualquier matorral.

Dunk había conocido a unos cuantos durante su época como escudero del viejo y no tenía prisa por conocer a más. Ninguno de los que se habían cruzado con él era en especial gallardo. Recordaba a un forajido al que había ayudado a ahorcar ser Arlan. Tan aficionado era a robar anillos, que para conseguirlos cortaba los dedos a los hombres, mientras que a las mujeres prefería mordérselos. A Dunk no le constaba ninguna canción sobre aquel personaje. “Cazadores furtivos, forajidos… Poco importa. No es buena la compañía de los muertos.” Hizo que Trueno rodeara la jaula con lentitud. Parecía que los ojos huecos lo siguieran. Uno de los muertos tenía inclinada la cabeza y la boca muy abierta. “No tiene lengua”, observó Dunk. Supuso que se la habrían comido los cuervos. Había oído decir que siempre empezaban por los ojos, pero quizá el segundo lugar lo ocupara la lengua. “A menos que se la hiciera arrancar algún señor, en castigo por algo que hubiera dicho.”

Se pasó los dedos por su mata de pelo entreverado de sol. A los muertos no podía ayudarlos. Además, debían llevar barricas a Tiesa.

—¿Por dónde vinimos? —preguntó, mirando los dos caminos—. Estoy desorientado.

—A Tiesa se va por allí, ser —dijo Egg, señalando.

—Pues por allí necesitamos ir. Podemos estar de vuelta para el anochecer, pero no si nos pasamos el día aquí sentados, contando moscas.

Dunk tocó a Trueno con los talones e hizo que el gran corcel girara hacia el ramal de la izquierda. Egg volvió a ponerse el sombrero blando y estiró con fuerza la cuerda de Maestre. La mula dejó de mordisquear la hierba y por una vez no se hizo rogar. “También tiene calor”, pensó Dunk, “y seguro que las barricas pesan mucho”.

Cocido por el sol de verano, el camino parecía de ladrillo, con surcos tan profundos que podían partir la pata de un caballo, de modo que Dunk se esmeró en que Trueno se mantuviera entre ellos. El tobillo ya se lo había torcido él poco después de irse de Dosk, al caminar de noche porque se estaba más fresco. Como siempre había dicho el viejo, los caballeros debían aprender a convivir con los achaques y dolores. “Sí, muchacho, y con los huesos rotos, y las cicatrices. Forman parte de la condición de caballero, tanto como las espadas y los escudos.” En cambio, si era Trueno el que se rompía una pata… un caballero sin caballo no era tal.

Egg lo seguía a cinco varas, con Maestre y las barricas. El niño caminaba con un pie descalzo en un surco y el otro fuera, de modo que subía y bajaba a cada paso. Llevaba la daga al cinto, en una funda, las botas sobre la mochila y la túnica parda, hecha jirones, arremangada y anudada en la cintura. Bajo el sombrero de paja de ala ancha se veía un rostro sucio, cubierto de manchas, y unos ojos grandes y oscuros. Ya tenía diez años y medía poco más de siete palmos. En los últimos tiempos había dado un estirón, aunque todavía le faltaba mucho para alcanzar a Dunk. Era en todo parecido al mozo de cuadra que no era, y en nada al que era de verdad.

Pronto los muertos se perdieron de vista, pero Dunk siguió pensando en ellos. Eran tiempos en que el reino andaba lleno de facinerosos. La sequía no daba muestra alguna de remitir y el pueblo llano había tomado por millares los caminos en busca de algún sitio donde aún lloviera. Lord Cuervo de Sangre les había ordenado que volvieran a sus tierras y con sus señores, aunque pocos obedecían. Muchos culpaban de la sequía a Cuervo de Sangre y al rey Aerys. Era, decían, un juicio de los dioses, pues sobre aquel que mata a alguien de su propia sangre cae una maldición. Ahora bien, si eran prudentes no lo decían en voz alta. “¿Cuántos ojos tiene Cuervo de Sangre?”, rezaba el acertijo oído por Egg en Antigua. “Mil, y uno más.”

Seis años atrás Dunk lo había visto con sus propios ojos en Desembarco del Rey, montado en un caballo blanco por la calle del Acero, al frente de cincuenta Dientes de Cuervo. Era antes de que el rey Aerys subiera al Trono de Hierro y lo nombrara mano del rey, pero aun así llamaba la atención con sus ropajes color humo y escarlata, y con Hermana Oscura al cinto. Con su pálida tez y su cabello blanco como el hueso, parecía un cadáver viviente. Una marca de nacimiento color vino se extendía por su mejilla y su mentón. Decían que era como un cuervo rojo, pero Dunk sólo vio un pedazo amorfo de piel descolorida. Tanta atención prestó, que Cuervo de Sangre se dio cuenta, y al pasar por su lado el real hechicero se giró para escrutarlo. Tenía un solo ojo, para colmo rojo. La otra órbita estaba vacía, regalo de Acero Amargo en el campo de Hierba Roja. Aun así Dunk se había llevado la impresión de que eran dos ojos los que penetraban en su piel y le escudriñaban el alma.

A pesar del calor, el recuerdo le produjo escalofríos.

—¿Ser? —dijo Egg—. ¿Te sientes mal?

—No —dijo Dunk—. Tengo el mismo calor y la misma sed que ellos.

Señaló el campo detrás del camino, en cuyos zarcillos se arrugaban hileras de melones. En los márgenes del camino se aferraban aún a la vida los abrojos y las matas, pero los cultivos tenían una peor suerte. Dunk sabía muy bien cómo se sentían los melones. Ser Arlan decía que ningún caballero errante debía pasar sed. “No mientras tenga un yelmo donde recoger la lluvia. No hay mejor bebida que el agua de lluvia, muchacho.” Pero el viejo nunca había visto un verano así. Dunk había dejado su yelmo en Tiesa. Estaba demasiado caliente y pesaba demasiado para ponérselo. Por otro lado, la lluvia que pudiera recogerse brillaba por su ausencia. “¿Qué hace un caballero errante cuando hasta los setos pardean, se secan y mueren?”

Tal vez se diera un baño al llegar al arroyo. Sonrió al pensar en lo agradable que sería zambullirse en el agua y salir de ella mojado y sonriente, con el agua corriendo por sus mejillas y el pelo enredado, la túnica empapada, pegada a la piel. Acaso a Egg también le apeteciera un baño, aunque parecía fresco y seco, con más polvo que sudor. Nunca sudaba mucho. Le gustaba el calor. En Dorne se había paseado desnudo de cintura para arriba y se había puesto moreno como los dornienses. “Es por su sangre de dragón”, se dijo Dunk. “¿Se ha visto alguna vez a un dragón sudoroso?” Él se habría quitado con mucho gusto la túnica, pero no habría resultado decoroso. Un caballero errante, si así lo deseaba, podía cabalgar desnudo. Sólo a sí mismo podía avergonzarse. Era distinto cuando tu espada se hallaba juramentada. “Cuando aceptas la carne y el hidromiel de un señor, todos tus actos remiten a él”, decía ser Arlan. “Nunca hagas nunca menos, sino más de lo que espere de ti. Que no te amedrenten las tareas ni las penurias. Y sobre todo nunca avergüences al señor al que sirvas.” En Tiesa, carne e hidromiel significaba pollo y cerveza, pero ser Eustace comía con la misma sencillez.

Dunk se dejó la túnica a pesar del sofoco.

Ser Bennis del Escudo Pardo esperaba en el viejo puente de tablones.

—Conque han vuelto —dijo en voz alta—. Llevan tanto tiempo fuera que ya pensaba que se habían escapado con la plata del viejo.

Montado en su lanudo poni, mascaba un puñado de hojamarga que hacía parecer que su boca sangraba.

—Tuvimos que ir hasta Dosk para encontrar vino —le explicó Dunk—. Los krakens asolaron Pequeña Dosk. Se llevaron todo lo de valor y a las mujeres, y quemaron la mitad de lo que no robaron.

—Dagon Greyjoy se está ganando la horca —dijo Bennis—. Pero, claro, ¿quién lo colgará? ¿Vieron al viejo Pate, el Pellizcaculos?

—Nos dijeron que está muerto. Lo mataron los hombres del Hierro cuando intentó impedir que le quitaran a su hija.

—Malditos sean los siete infiernos —Bennis giró la cabeza y escupió—. A la hija la vi una vez, y les digo con franqueza que no merecía el sacrificio. El insensato de Pate me debía media pieza de plata.

El caballero pardo estaba igual que cuando se habían marchado y lo peor era que también olía como entonces. Cada día usaba el mismo atuendo: calzas marrones, una túnica amorfa de tela basta y botas de cuero de caballo. Cuando llevaba armadura, se enfundaba en una holgada sobreveste marrón sobre una cota de malla oxidada. Su cinto era un cordón de cuero hervido, que era también el material del que parecía hecha su cara. “Tiene una cabeza que se parece a uno de los melones arrugados que vimos en el camino.” Hasta sus dientes eran marrones por debajo de las manchas rojas dejadas por la hojamarga que tanto le gustaba mascar. Entre tanto marrón destacaban sus ojos, de un verde claro, pequeños y juntos, relucientes de malicia.

—Sólo dos barricas —observó—. Ser Inútil* quería cuatro.

—Tuvimos suerte de encontrar dos —dijo Dunk—. La sequía también llegó al Rejo. Nos dijeron que en las vides las uvas se están volviendo pasas y que los hombres del Hierro han hecho incursiones…

—¿Ser? —lo interrumpió Egg—. Ya no hay agua.

Tan atento a Bennis había estado Dunk, que no se había dado cuenta. Bajo los tablones torcidos del puente sólo quedaban arena y piedras. “Qué extraño. Cuando nos fuimos había poco caudal, pero algo corría.”

Bennis rio. Tenía dos tipos de risa. A veces cacareaba como las gallinas y otras rebuznaba con más fuerza que la mula de Egg. Esta vez su risa fue de gallina.

—Imagino que se secó en su ausencia. Es lo que tienen las sequías.

Dunk quedó consternado. “Adiós al baño.” Se dejó caer al suelo. “¿Qué será de las cosechas?” La mitad de los pozos del Dominio se había secado y todos los ríos llevaban poca agua, incluso el Aguas Negras y el caudaloso Mander.

—Menuda porquería el agua —dijo Bennis—. Una vez bebí un poco y me mareé como un perro. Es mejor el vino.

—Para la avena no ni para la cebada, ni para las zanahorias, las cebollas ni las coles. Hasta las uvas necesitan agua —Dunk sacudió la cabeza—. ¿Cómo puede haberse secado tan deprisa? Sólo estuvimos seis días fuera.

—Nunca ha llevado mucha agua, Dunk. Mayores ríos echaba yo en mis tiempos.

—Dunk no —dijo Dunk—. Ya te lo dije —no supo por qué se molestaba. Bennis disfrutaba de meter cizaña y burlarse de los demás—. Mi nombre es ser Duncan el Alto.

—¿Quién te llama así, tu cachorro calvo? —Bennis miró a Egg y soltó su risa de gallina—. Eres más alto que cuando estabas con ser Arlan, pero para mí sigues siendo el redomado Dunk.

Dunk se pasó una mano por la nuca sin apartar la vista de las piedras.

—¿Qué deberíamos hacer?

—Entregar los vinos y decirle a ser Inútil que su arroyo se secó. Del pozo de Tiesa aún se puede sacar algo. Sed no pasará.

—No lo llames Inútil —Dunk sentía afecto por el viejo caballero—. Ya que duermes bajo su techo, muéstrale algo de respeto.

—Respétalo tú por ambos, Dunk —dijo Bennis—. Yo lo llamo como quiero.

Los tablones, de un gris plateado, crujieron con fuerza cuando Dunk se asomó al río y miró, ceñudo, la arena y las piedras del fondo. Vio brillar entre las piedras algunos charcos pequeños y marrones, en ningún caso mayores que su mano.

—Miren, peces muertos. Aquí… y allí…

Su olor le recordó a los muertos de la encrucijada.

—Los veo, ser —dijo Egg.

Dunk bajó al lecho, se puso en cuclillas y giró una piedra. “Seca y caliente por arriba y húmeda y con barro por abajo.”

—No puede llevar mucho tiempo seco —se levantó y lanzó la piedra hacia la orilla, donde desprendió un terrón reseco y lo desmenuzó en polvo marrón—. El suelo está agrietado en la orilla, pero en medio está blando y cenagoso. Ayer estos peces estaban vivos.

—Dunk el necio, como te llamaba siempre ser Arlan. Aún me acuerdo —ser Bennis lanzó a las piedras un escupitajo de hojamarga—. Los necios no deberían esforzarse en pensar. La sesera no les da para tanto.

“Dunk el necio, más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo.” En boca de ser Arlan habían sido palabras cariñosas. Era un hombre bondadoso, incluso al regañar. En boca de ser Bennis del Escudo Pardo sonaban distintas.

—Ser Arlan murió hace dos años —dijo Dunk—, y yo me llamo ser Duncan el Alto.

Estuvo muy tentado de estampar el puño en el rostro del caballero pardo y de hacer añicos aquellos dientes rojos y podridos. Por repulsivo que fuera Bennis del Escudo Pardo, Dunk lo superaba por dos buenos palmos y dos buenas arrobas. Sería necio, pero también corpulento. A veces parecía que se hubiera golpeado la cabeza en la mitad de las puertas de Poniente, por no hablar de todas las vigas de todas las posadas entre Dorne y el Cuello. En Antigua lo había medido Aemon, el hermano de Egg, y le había dado cinco codos y un dedo, pero de eso hacía un año. Quizá desde entonces hubiera crecido. Como decía el viejo, una de las cosas que a Dunk se le daban en verdad bien era crecer.

Regresó junto a Trueno y montó de nuevo en él.

—Egg, vuelve a Tiesa con el vino mientras yo averiguo qué pasó con el agua.

—No es nada raro que se sequen los arroyos —dijo Bennis.

—Sólo quiero echar un vistazo.

—¿Como el que echaste debajo de la piedra? Te aconsejo que no gires demasiadas, don necio. Nunca se sabe qué pueda salir. En Tiesa tenemos buenos camastros de paja. Casi todos los días hay huevos y no se hace gran cosa aparte de oír los desvaríos de ser Inútil sobre lo importante que fue. Yo te aconsejo que lo dejes ser. El arroyo se secó y punto.

Si algo era Dunk, era obcecado.

—Ser Eustace espera el vino —le dijo a Egg—. Dile a dónde fui.

—Así lo haré, ser.

Egg dio un jalón a la cuerda de Maestre. La mula agitó las orejas pero se puso de inmediato en marcha. “Quiere quitarse del lomo las barricas de vino.” Dunk no se lo podía reprochar.

Cuando había agua en el arroyo, corría hacia el norte y el este, así que Dunk encaminó a Trueno hacia el sur y el oeste. Antes de haber recorrido doce varas, Bennis llegó a su lado.

—Mejor que me cerciore de que no te ahorquen —se metió otra hoja de hojamarga en la boca—. A partir de aquel grupo de sauces toda la orilla derecha es territorio de arañas.

—Me quedaré en este lado.

No quería problemas con la señora de Fosa Fría. En Tiesa se oían malas cosas sobre ella. La llamaban la Viuda Escarlata por los maridos que había sepultado. El viejo Sam Encorvado decía que era una bruja, una envenenadora y otras cosas peores. Dos años atrás había enviado a sus caballeros del otro lado del río para arrestar a un hombre de Osgrey al que acusaba de robarle ovejas. “Cuando fue mi señor a Fosa Fría para reclamarle, le dijeron que buscara al fondo del foso”, explicó Sam. “La dama había metido al pobre Dake en un saco de rocas, lo había cosido y lo había hundido. Eso fue después de que ser Eustace tomara a su servicio a ser Bennis para despejar sus tierras de arañas.”

Bajo el sol abrasador, Trueno iba despacio pero sin desfallecer. El cielo era de un azul inmisericorde, sin rastro de nubes. El sinuoso curso del arroyo rodeaba montículos rocosos y sauces solitarios, entre áridas y pardas lomas y campos de cereales muertos o agonizantes. A una hora del puente, río arriba, se encontraron al borde del pequeño bosque de Osgrey, que recibía el nombre de bosque Cerradón. Visto de lejos, su color verde resultaba acogedor, y llenó la cabeza de Dunk con visiones de valles umbríos y riachuelos rumorosos. No obstante, al llegar a los primeros árboles vieron que eran finos y esmirriados, con las ramas caídas. Algunos de los grandes robles estaban perdiendo sus hojas y la mitad de los pinos se había vuelto tan parda como ser Bennis, con los troncos rodeados por anillos de pinaza seca. “Cada vez peor”, pensó Dunk. “Bastaría una chispa para que todo ardiera como yesca.”

De momento, sin embargo, el denso sotobosque por el que fluía el Jaquel seguía siendo una maraña de zarzas, ortigas, brezo y brotes de sauce. En vez de abrirse paso por ella, cruzaron el lecho seco del arroyo hasta la orilla de Fosa Fría, que había sido talada para su uso como pasto. Entre hierbas marrones y resecas y mustias flores silvestres pacían unas cuantas ovejas de morro negro.

—Nunca vi a un animal más tonto que las ovejas —comentó ser Bennis—. ¿Crees que estás emparentado con ellas, necio?

Como Dunk no contestaba, soltó otra vez su risa de gallina.

Media legua más al sur hallaron la presa.

Como tal no era muy grande, aunque parecía resistente. Alguien había tendido entre las dos orillas dos firmes barricadas de madera hechas con troncos sin descortezar. El espacio de en medio estaba lleno de rocas y tierra, en una mezcla bien prensada. Al otro lado de la presa el agua subía por las orillas y alimentaba una acequia cavada en los campos de lady Webber. Dunk se subió a los estribos para observar mejor. El reflejo del sol en el agua delataba decenas de canales de menor tamaño que salían hacia todas partes como una telaraña. “Nos están robando el arroyo.” Se indignó mucho al verlo, sobre todo cuando comprendió que los árboles procederían con seguridad del bosque Cerradón.

—Ya ves lo que hiciste, necio —dijo Bennis—. No te podías conformar con que se secara el arroyo. No. Quizá esto empiece con agua, pero acabará con sangre. La tuya y la mía, sin duda —el caballero pardo desenvainó su espada—. En fin, ya no hay remedio. Ahí tienes a los tres veces malditos cavadores. Más vale que les metamos algo de miedo en el cuerpo.

Y espoleando su caballo salió al galope por la hierba.

Dunk no tuvo más remedio que seguirlo. Llevaba junto a su cadera la espada de ser Arlan, larga y derecha, de acero de buen temple. “Si estos cavadores tienen un ápice de sentido común, saldrán corriendo.” Los cascos de Trueno levantaban terrones a su paso.

Sólo un hombre dejó caer su pala al ver aproximarse a los caballeros. Los cavadores eran unos veinte, bajos, altos, viejos, jóvenes, todos tostados por el sol. Cuando Bennis redujo el paso, formaron algo parecido a una fila y se aferraron a sus palas y sus picos.

—Estas tierras son de Fosa Fría —dijo uno a pleno pulmón.

—Y aquel arroyo de Osgrey —Bennis lo señaló con su espada larga—. ¿Quién levantó esa presa del demonio?

—La hizo el maestre Cerrick —dijo un cavador joven.

—No —puntualizó otro de mayor edad—. El cachorro gris fue señalando y diciendo que se hiciera tal y cual cosa, pero nosotros la levantamos.

—Pues a fe que ya pueden desmontarla.

Las miradas de los cavadores eran hoscas y desafiantes. Uno de ellos se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano. Nadie dijo nada.

—No tienen muy buen oído —dijo Bennis—. ¿Tendré que rasurar alguna oreja? ¿Con quién empiezo?

—Estas tierras son de los Webber —era el viejo cavador, escuálido, encorvado y terco—. No tienen ningún derecho a estar aquí. Si rasuran alguna oreja, mi señora los ahogará en un saco.

Bennis se acercó a caballo.

—Aquí no veo a ninguna señora: sólo a un campesino respondón.

Tocó el pecho tostado y desnudo del cavador con la punta de la espada, lo justo para que saliera una gota de sangre.

“Está yendo demasiado lejos.”

—Deja el acero —le advirtió Dunk—. No es su culpa. El maestre del que hablan fue el que los puso a trabajar.

—Es para las cosechas, ser —dijo un cavador con orejas de soplillo—. El maestre dijo que se estaban muriendo el trigo y los perales.

—Pues quizá se mueran los perales o quizá lo hagan ustedes.

—No nos asustarán con palabras —dijo el viejo.

—¿No? —Bennis hizo silbar su espada larga y le abrió un tajo desde la oreja hasta la mandíbula—. Dije que o se mueren los perales o se mueren ustedes.

La sangre del cavador corrió muy roja por un lado de su cara.

No debería haberlo hecho. Dunk tuvo que tragarse su ira. Bennis estaba de su lado.

—¡Márchense de aquí! —les gritó a los cavadores—. Regresen al castillo de su señora.

—Corran —los apremió ser Bennis.

Tres soltaron las herramientas e hicieron lo que se les pedía, correr por la hierba, pero otro hombre, moreno y musculoso, levantó un pico.

—Sólo son dos —dijo.

—Es de tontos pelearse con palas contra espadas, Jorgen —dijo el viejo con la mano en la cara, mientras corría la sangre entre sus dedos—. Esto no se acaba aquí. Lo dudo mucho.

—Una palabra más y serás tú el que se acabará.

—No te deseamos ningún mal —dijo Dunk, mirando el rostro ensangrentado del viejo—. Sólo queremos nuestra agua. Díselo a tu señora.

—Se lo diremos, ser —prometió el moreno sin soltar el pico—. Se lo aseguro.

A su regreso, cortaron por el bosque Cerradón, agradecidos por la escasa sombra que les daban los árboles. Aun así seguían achicharrándose. En principio tenía que haber ciervos en el bosque, pero lo único vivo que atisbaron fueron moscas, las cuales zumbaban en torno a la cabeza de Dunk y correteaban por los ojos de Trueno, irritando sin descanso al gran corcel. El aire era inmóvil, sofocante. “Al menos en Dorne los días eran secos y de noche se levantaba un frío que me hacía tiritar con capa y todo.” En el Dominio las noches apenas eran más frescas que los días, incluso tan al norte.

Al agacharse para no chocar con una rama baja, arrancó una hoja y la arrugó entre sus dedos. Se le deshizo en la mano como un pergamino de mil años de antigüedad.

—No hacía falta herir al viejo —le dijo a Bennis.

—Sólo fue un arañazo en la mejilla, para que aprenda a dominar la lengua. Debería haberle rebanado el pescuezo. El problema es que los demás habrían huido como conejos y nos habríamos visto obligados a abatirlos a todos.

—¿Habrías matado a veinte hombres? —dijo Dunk con incredulidad.

—Veintidós. Dos más que todos los dedos de tus manos y pies, necio. Habría que matarlos a todos. Si no, se irían de la lengua —rodearon una trampa—. Deberíamos haberle dicho a ser Inútil que esa meadilla de arroyo suyo no tiene agua por culpa de la sequía.

—Ser Eustace. Le habrías mentido.

—Pues sí. ¿Por qué no? ¿Quién le diría lo contrario, las moscas? —la sonrisa de Bennis salió babosa y roja—. Ser Inútil sólo abandona la torre para ir a ver a los niños por las zarzamoras.

—Una espada juramentada le debe la verdad a su señor.

—Hay de verdades a verdades, necio. Algunas no sirven —escupió—. Las sequías las hicieron los dioses, y con los dioses no hay mierda que valga. En cambio, la Viuda Escarlata… Como le digamos al Inútil que el agua se la quitó aquella perra, se sentirá obligado por su honor a recuperarla. Espera y lo verás. Pensará que algo se necesita hacer.

—Y es cierto. Nuestro pueblo llano necesita el agua para sus cosechas.

—¿“Nuestro” pueblo llano? —ser Bennis rebuznó de la risa—. ¿Me sorprendió cagando el momento en que ser Inútil te nombró heredero? ¿De cuántos hombres calculas que se compone ese pueblo llano tuyo? ¿Diez? Contando al hijo tonto de Jeyne la Bizca, el que no sabe por qué punta sujetar el hacha. Hazlos a todos caballeros y tendremos la mitad que la Viuda, sin contar a sus escuderos, arqueros y demás. Necesitarías las manos y pies para contarlos a todos, y también los dedos de tu mozo calvo.

—Yo no necesito dedos para contar.

Dunk estaba harto del calor, las moscas y la compañía del caballero pardo. “Aunque haya cabalgado con ser Arlan, fue hace muchos años. Se ha vuelto ruin, falso y cobarde.” Clavó los talones en su caballo y se adelantó al trote para alejarse del hedor.

Tiesa sólo era un castillo por cortesía. Pese a hallarse airosamente encaramada en una peña y ser visible desde varias leguas a la redonda, no pasaba de una torre vigía. Pocos siglos atrás un derrumbe parcial había impuesto reformas que explicaban que en las caras norte y oeste la piedra de encima de las ventanas fuera gris clara, y la de abajo, la antigua, negra. Durante la reparación se habían añadido torrecillas al tejado, pero sólo en los lados rehechos. En las otras dos esquinas se agazapaban antiguas gárgolas de piedra tan castigadas por los elementos, que costaba ver su antigua hechura. El tejado de madera de pino era plano, pero muy alabeado y propenso a las goteras.

Desde el pie del risco hasta la torre había un camino sinuoso y tan estrecho que sólo se podía circular en fila de a uno. Durante la subida Dunk se puso a la cabeza, seguido a poca distancia por Bennis. Más arriba divisó a Egg en un saliente, con su sombrero blando de paja.

Se detuvieron frente al pequeño establo de adobe y cañas que al pie de la torre quedaba medio oculto por una masa amorfa de musgo morado. En una de las cuadras estaba el caballo castrado del viejo, al lado de Maestre. Al parecer Egg y Sam Encorvado habían llevado dentro el vino. Por el patio se paseaban varias gallinas. Egg corrió al encuentro de su señor.

—¿Averiguaste la causa de lo del arroyo?

—La Viuda Escarlata hizo una represa —Dunk desmontó y entregó las riendas a Egg—. No lo dejes beber mucho de un tirón.

—No, ser.

—Mozo —dijo ser Bennis en voz alta—, también puedes llevarte mi caballo.

Egg lo miró con insolencia.

—No soy tu escudero.

“Cualquier día de éstos sale mal parado por culpa de esa lengua”, pensó Dunk.

—Si no te llevas su caballo, sí te llevarás un golpe en la oreja.

Egg puso cara de ofendido, pero hizo lo que le mandaban. Sin embargo, cuando quiso tomar la brida, ser Bennis carraspeó y lanzó un escupitajo. Un rojo y brillante gargajo aterrizó entre los dedos de los pies del niño, que clavó una mirada glacial en el caballero pardo.

—Me escupiste en el pie, ser.

Bennis se apeó con torpeza del caballo.

—Así es, y la próxima vez será en la cara. No pienso consentir que me hables así.

Dunk vio la mirada de rabia del muchacho.

—Ocúpate de los caballos, Egg —dijo antes de que la cosa fuera a mayores—. Debemos hablar con ser Eustace.

La única entrada a Tiesa era una puerta de roble y hierro situada quince codos por encima de ellos. Los primeros escalones eran bloques de piedra negra lisa, tan gastada que estaba hundida en el centro. Más arriba daban paso a una empinada escalera de madera que en momentos conflictivos se podía retirar a modo de puente levadizo. Dunk ahuyentó las gallinas y subió de dos en dos escalones.

Tiesa era mayor de lo que aparentaba. Sus profundas bodegas y sótanos ocupaban gran parte del monte donde se encumbraba. Tenía cuatro plantas en superficie, las dos de arriba con ventanas y balcones, y las dos de abajo sólo troneras. En el interior hacía menos calor, pero era tal la oscuridad que Dunk necesitó esperar a que se le acostumbrara la vista. Junto al hogar, la mujer de Sam Encorvado barría la ceniza de rodillas.

—¿Ser Eustace está arriba o abajo? —le preguntó Dunk.

—Arriba, ser —la vieja estaba tan encorvada, que la cabeza le quedaba por debajo de los hombros—. Acaba de volver de visitar a los niños en las zarzamoras.

Los niños eran los hijos de Eustace Osgrey: Edwyn, Harrold y Addam. Edwyn y Harrold habían sido caballeros, y Addam un joven escudero. Habían muerto quince años atrás en el campo de Hierba Roja, al final de la rebelión de Fuegoscuro. “Tuvieron una buena muerte, luchando por su rey con valentía”, le había explicado ser Eustace a Dunk. “Los traje a casa y los enterré entre las zarzamoras.” También era donde estaba enterrada su mujer. Cada vez que el viejo abría una nueva barrica de vino, bajaba de la peña para verter sobre cada uno de sus hijos una libación. “¡Por el rey!”, exclamaba antes de beber.

El dormitorio de ser Eustace ocupaba la cuarta planta de la torre, justo encima de sus aposentos. Dunk sabía que era donde se le podía encontrar, ocupado entre arcones y toneles. En los gruesos muros grises de los aposentos colgaban armas herrumbrosas y estandartes capturados, trofeos de batallas libradas hacía varios siglos y que ya no recordaba nadie más que ser Eustace. La mitad de los estandartes estaban invadidos por el moho. Todos habían perdido sus colores vivos, reducidos a grises y verdes, y a todos los había recubierto el polvo.

Cuando Dunk apareció por la escalera, ser Eustace frotaba un escudo roto con un trapo para quitar la suciedad. Detrás de Dunk llegó Bennis, fragante. Los ojos del anciano caballero parecieron iluminarse un poco al ver a Dunk.

—Mi buen gigante —declaró—, y el valiente ser Bennis. Vengan a ver esto. Lo encontré al fondo de aquel baúl. Un tesoro, aunque terriblemente abandonado.

Era un escudo, o los escasos restos de él. Tajo a tajo había quedado reducido a la mitad. Lo demás estaba gris y astillado. El borde de hierro era pura herrumbre y la madera se notaba carcomida. Aún conservaba algunas escamas de pintura, pero demasiado pocas para indicar la presencia de un emblema.

—Mi señor —dijo Dunk. Hacía siglos que los Osgrey no eran señores, pero a ser Eustace lo complacía ser llamado así, como un eco de las pasadas glorias de su linaje—. ¿Qué es?

—El escudo del Pequeño León —el anciano frotó el borde, que desprendió algo de herrumbre—. Ser Wilbert Osgrey lo llevaba en la batalla el día de su muerte. Seguro que conocen la historia.

—No, mi señor —dijo Bennis—, la verdad es que no. ¿El Pequeño León, dice? ¿Era un enano o qué?

—Todo lo contrario —al viejo caballero le tembló el bigote—. Ser Wilbert era un varón alto y fornido. Y un gran caballero. El nombre se lo pusieron en su niñez, por ser el menor de cinco hermanos. En aquellos tiempos aún había siete reyes en los Siete Reinos y a menudo guerreaban entre sí Altojardín y la Roca. Por aquel entonces nos gobernaban los reyes verdes, los Gardener. Eran de la misma sangre que el viejo Garth Mano Verde, y su estandarte real era una mano verde sobre un campo blanco. Gyles el Tercero llevó sus estandartes al este para guerrear contra el rey de la tormenta, y todos los hermanos de Wilbert lo acompañaron, ya que en esos tiempos el león jaquelado flameaba junto a la mano verde siempre que el rey del Dominio tomaba las armas.

“Empero, sucedió que en ausencia del rey Gyles, el de la Roca vio llegada la oportunidad de hacerse con una parte del Dominio, de modo que reunió a una hueste de hombres del oeste y se lanzó contra nosotros. Como los Osgrey eran alguaciles de la Frontera Norte, el Pequeño León tuvo que salir a su encuentro. Tengo para mí que a la cabeza de los Lannister iba el cuarto rey Lancel, a menos que fuera el quinto. Ser Wilbert cerró el camino al rey Lancel y le rogó que se detuviera. ‘No vaya más lejos’, le dijo. ‘Aquí no se le quiere. Le prohíbo que pise el Dominio.’ No obstante, Lannister mandó avanzar a todos sus estandartes.

“Medio día duró el combate entre el león dorado y el jaquelado. Lannister iba armado de una espada valyria, con la que ningún acero común es capaz de competir, así que el Pequeño León se vio en apuros, con el escudo destrozado. Al final, sangrando por una docena de graves heridas, y con su propia espada rota en la mano, se arrojó contra su enemigo. Dicen los bardos que el rey Lancel casi lo partió en dos de un solo tajo, pero durante su agonía el Pequeño León encontró un hueco en el brazal de la armadura del rey y clavó su daga en él. Cuando su rey murió, los hombres del oeste se batieron en retirada y así se salvó el Dominio.”

El anciano acarició el escudo roto con la misma ternura que a un niño.

—Mi señor —graznó Bennis—, en estos tiempos no nos iría mal un hombre así. Dunk y yo fuimos a echarle un vistazo a su arroyo, mi señor. Está más seco que un hueso, y no por la sequía.

El anciano dejó el escudo a un lado.

—Cuéntenme.

Tomó asiento y les indicó que hicieran lo propio. El caballero pardo se embarcó en su narración. Ser Eustace lo escuchaba con atención, la barbilla en alto y los hombros erguidos, tieso como una lanza.

En su juventud ser Eustace Osgrey debía de haber sido la viva imagen de la caballería, alto, ancho y bien parecido. El tiempo y las penas lo habían azotado sin piedad, pero él no se dejaba doblegar y seguía siendo un hombre de osamenta recia, anchos hombros y pecho fornido, con unas facciones fuertes y afiladas como las de una vieja águila. Su pelo, muy corto, era ya blanco como la leche; sin embargo, el poblado mostacho que le tapaba la boca conservaba un color gris ceniza, el mismo que sus cejas, bajo las que unos ojos de un gris algo más claro se mostraban preñados de tristeza.

Y más tristes aún parecieron cuando Bennis habló de la presa.

—Hace por lo menos mil años que a aquel arroyo se le conoce como Jaquel —dijo el anciano—. De niño pesqué en él, y como yo todos mis hijos. En días calurosos como hoy, a Alysanne le gustaba chapotear en los bajíos —Alysanne era su hija, fallecida en primavera—. A orillas del Jaquel fue donde besé por primera vez a una muchacha. Era prima mía, la menor de las hijas de mi tío, de los Osgrey de lago Frondoso. Ahora ya no queda ninguno, ni siquiera ella —le tembló el bigote—. Esto no se puede tolerar, señores. No se quedará mi agua. No se quedará mi agua jaquelada.

—La presa está bien construida, mi señor —le advirtió ser Bennis—. Entre ser Dunk y yo no podríamos echarla abajo en una hora, ni siquiera con la ayuda del niño calvo. Necesitaremos cuerdas, picos, hachas y una docena de hombres; y me refiero sólo al trabajo, no al combate.

Ser Eustace se quedó mirando el escudo del Pequeño León.

Dunk carraspeó.

—Por cierto, mi señor, al encontrar a los cavadores…

—Dunk, no molestes a nuestro señor con naderías —dijo Bennis—. Lo único que hice fue darle una lección a un tonto.

Ser Eustace alzó la vista con brusquedad.

—¿Qué tipo de lección?

—Con la espada, por decir algo: un moretón en la mejilla, pero nada más, mi señor.

El anciano caballero lo miró un largo rato.

—No… no fue muy prudente, ser. Aquella mujer tiene un corazón de araña. Asesinó a tres de sus maridos y todos sus hermanos murieron en pañales. Eran cinco. O acaso seis. Ahora mismo no me acuerdo. Se interponían entre ella y el castillo. No dudo que despellejaría a cualquier campesino que incurriera en su desagrado, pero que hayas sido tú el que hirió a uno… No, es un insulto que no tolerará. No te engañes. Vendrá por ti como vino por Lem.

—Dake, mi señor —dijo ser Bennis—. Con su venia, señor mío, usted lo conoció y yo no, pero se llamaba Dake.

—Si así lo prefiere, señor —dijo Dunk—, puedo ir a Sotodeoro y explicarle a lord Rowan lo de la presa.

Se trataba del viejo señor feudal de ser Eustace, del cual también emanaban las tierras de la Viuda Escarlata.

—¿Rowan? No, con él no vayan en busca de ayuda. La hermana de lord Rowan se casó con Wendell, el primo de lord Wyman; es decir que está emparentado con la Viuda Escarlata, y por si fuera poco no me quiere bien. Ser Duncan, mañana en la mañana deberás recorrer todos mis pueblos para reclutar a todos los hombres sanos y en edad de combatir. Soy viejo, pero no estoy muerto. ¡Pronto esa mujer descubrirá que el león jaquelado aún tiene garras!

“Dos”, pensó Dunk con desánimo, “y una de ellas soy yo.”

En las tierras de ser Eustace había tres aldeas que en ningún caso pasaban de ser un puñado de chozas con sus rediles de ovejas y cerdos. La mayor contaba con un septo de una sola habitación con techo de paja, en cuyas paredes se sucedían toscas imágenes al carbón de los Siete. Mudge, un viejo porquero jorobado que una vez había estado en Antigua, presidía las devociones cada siete días. Dos veces al año venía un auténtico septón para perdonar los pecados en nombre de la Madre. El pueblo llano se alegraba de la absolución, mas no por ello dejaba de odiar las visitas del septón, debido a la obligación de darle de comer.

No parecieron más contentos al ver a Dunk y Egg. Pese a que Dunk era conocido en las aldeas al menos como el nuevo caballero de ser Eustace, no se le ofreció ni un triste vaso de agua.

Como la mayoría de los hombres estaba en el campo, fueron sobre todo mujeres y niños los que se asomaron a las chozas, junto con unos pocos abuelos demasiado achacosos para trabajar. Egg portaba el estandarte de los Osgrey, el león jaquelado verde y oro, rampante sobre campo blanco.

—Venimos de Tiesa para hacer un llamamiento en nombre de ser Eustace —dijo Dunk a los aldeanos—. Se ordena a todo varón sano de entre quince y cincuenta años que acuda a la torre en la mañana.

—¿Es la guerra? —preguntó una mujer delgada con dos niños escondidos en sus faldas y un bebé pegado a su seno—. ¿Regresó el dragón negro?

—Esto no tiene que ver con dragones negros ni rojos —le dijo Dunk—. Es entre el león jaquelado y las arañas. La Viuda Escarlata les ha quitado el agua.

La mujer asintió, aunque hizo un gesto de recelo cuando Egg se quitó el sombrero para abanicarse la cara.

—Este niño no tiene pelo. ¿Está enfermo?

—Me rapé —dijo Egg.

Volvió a ponerse el sombrero y, mientras hacía girar la cabeza de Maestre, se alejó despacio.

“El muchacho anda irritable hoy.” Casi no había abierto la boca desde el principio del viaje. Dunk tocó a Trueno con la espuela y no tardó en dar alcance a la mula.

—¿Estás enfadado porque ayer no me puse de tu lado contra ser Bennis? —preguntó a su arisco escudero de camino a la siguiente aldea—. A mí me gusta tan poco como a ti, pero es caballero y tu obligación es dirigirte a él con cortesía.

—Escudero lo soy de ti, no de él —dijo el niño—. Es sucio, malhablado y me pellizca.

“Si tuviera la menor idea de quién eres, preferiría mearse encima a tocarte con un solo dedo.”

—A mí también me pellizcaba antes.

Dunk lo había olvidado, hasta que se lo recordaron las palabras de Egg. Ser Bennis y ser Arlan habían formado parte de un grupo de caballeros contratados por un mercader de Dorne para garantizar su seguridad entre Lannisport y el Paso del Príncipe. Entonces Dunk no era mayor que Egg, aunque sí más alto. “Me pellizcaba con tal fuerza bajo el brazo que me salían moretones. Sus dedos parecían tenazas de hierro, aunque nunca se lo dije a ser Arlan.” Uno de los otros caballeros había desaparecido cerca de Septo de Piedra y corrió el rumor de que Bennis lo había destripado en una pelea.

—Si vuelve a pellizcarte me lo dices y no lo hará más. Mientras tanto no te cuesta mucho cuidar su caballo.

—Alguien debe cuidarlo —convino Egg—. Bennis nunca lo cepilla. Tampoco limpia su establo. ¡Si ni siquiera le ha puesto nombre!

—Hay caballeros que no ponen nombre a sus caballos —explicó Dunk—. Así no sufren tanto cuando los pierden en combate. Siempre se pueden conseguir caballos, pero es duro perder a un fiel amigo —“Al menos era lo que decía el viejo, aunque era el último en seguir sus consejos: a todos sus caballos les había puesto uno.” Dunk también—. Veremos cuántos hombres aparecen en la torre… Ya sean cinco o cincuenta, también tendrás que hacerlo por ellos.

Egg se mostró indignado.

—¿Tendré que servir al pueblo llano?

—No, servir no, sino ayudar. Debemos convertirlos en guerreros —“Si la Viuda nos da tiempo”—. Si nos sonríen los dioses, habrá algunos que ya hayan combatido antes, pero la mayoría estarán más verdes que la hierba en verano y más avezados en el uso de la azada que en la espada. Aun así es posible que algún día nuestras vidas dependan de ellos. ¿Qué edad tenías al tomar una espada por primera vez?

—Pequeño, ser. Era una espada de madera.

—Pues también los hijos del pueblo llano pelean con espadas de madera, aunque las suyas sean palos y ramas rotas. Egg, quizá a ti te parezcan unos necios. No conocerán por su debido nombre las partes de la armadura ni las armas de las grandes casas. Tampoco sabrán cuál rey abolió el derecho de pernada del señor… pero trátalos de igual modo con respeto. Eres un escudero de noble linaje, pero no dejas de ser un niño. La mayoría serán hombres hechos y derechos. Los hombres poseen su orgullo, por muy humilde que sea su origen. En sus aldeas, tú parecerías tan perdido y tonto como ellos. Si lo dudas, ve a arar un campo y a esquilar una oveja, y dime los nombres de todas las malas hierbas y las flores silvestres del bosque Cerradón.

El niño lo pensó un momento.

—Podría enseñarles los emblemas de las grandes casas, y que la reina Alysanne convenció al rey Jaehaerys de abolir el derecho de pernada. Ellos podrían enseñarme cuáles son las mejores hierbas para preparar venenos y si las bayas verdes son comestibles.

—Podrían, sí —reconoció Dunk—, pero antes de llegar al rey Jaehaerys más vale que nos ayudes a que aprendan a usar la lanza. Y no comas nada que no se coma Maestre.

Al día siguiente llegó a Tiesa una docena de aspirantes a guerreros, que se agruparon entre las gallinas. Había uno demasiado mayor y dos demasiado jóvenes. Un chico flaco resultó ser una chica flaca. Dunk envió a los cuatro a sus aldeas, con lo cual quedaron ocho: tres Wat, dos Will, un Lem, un Pate y el tonto de la aldea, Rob el Grande. “Menuda tropa”, no tuvo más remedio que pensar. No se veía ni rastro de los robustos y apuestos campesinos que conquistaban a damas de alta cuna en las canciones. Cada hombre era más sucio que el anterior. Lem no bajaba ni por asomo de los cincuenta años. Pat tenía los ojos llorosos. Eran los dos únicos con experiencia en el combate. Ambos habían acompañado a ser Eustace y sus hijos en la rebelión de Fuegoscuro. Los otros seis estaban tan verdes como había temido Dunk. Los ocho tenían piojos. Dos de los Wat eran hermanos.

—Supongo que su madre no conocía ningún otro nombre —dijo Bennis con una risa gallinácea.

En lo que a armas respectaba, habían traído una guadaña, tres azadones, un cuchillo viejo y unos cuantos garrotes de madera muy resistentes. Lem tenía un palo afilado que serviría de lanza y uno de los Will reconoció ser buen lanzador de piedras.

—Bueno —dijo Bennis—, ahora ya tenemos una maldita catapulta.

A partir de entonces se le conoció como Cata.

—¿Alguno sabe usar el arco largo? —preguntó Dunk.

Arrastraron los pies por el suelo, mientras las gallinas picoteaban alrededor.

Al final contestó Pate, el de los ojos llorosos.

—Perdone, ser, es que el señor no nos permite tenerlos. Los ciervos de Osgrey son para los leones jaquelados, no para los de nuestra condición.

—¿Nos darán espadas, yelmos y cotas? —quiso saber el más joven de los tres Wat.

—Por supuesto que sí —dijo Bennis—, en cuanto maten a uno de los malditos caballeros de la Viuda y dejen su cadáver desnudo. Y no olviden meter la mano en el culo de su caballo, que es donde encontrarán su dinero.

Pellizcó al joven Wat por debajo del brazo hasta hacerlo gritar de dolor. Después se los llevó a todos al bosque Cerradón, a cortar lanzas.

Volvieron con ocho endurecidas al fuego, de muy desigual longitud, y varios escudos rudimentarios, hechos con ramas trenzadas. También ser Bennis se había hecho una lanza, con la que les enseñó a atacar con la punta y esquivar con el astil. También dónde aplicar la punta para matar a alguien.

—Soy del parecer de que lo mejor es la barriga y el cuello —se golpeó el pecho con el puño—. Aquí dentro está el corazón, que también sirve. El problema es que está detrás de las costillas. La barriga es muy blanda. Destripar es lento pero seguro. No sé de ningún hombre que haya sobrevivido a que se le salieran las tripas. Si algún tonto les da la espalda, metan la punta entre los omoplatos o atraviésenle el riñón, que está aquí. Cuando hieres a alguien en el riñón no sobrevive mucho tiempo.

La presencia de tres Wat en el grupo daba pie a confusiones siempre que Bennis intentaba explicarles qué hacer.

—Deberíamos ponerles nombres de aldea, ser —propuso Egg—, como ser Arlan del Árbol de la Moneda, su antiguo señor.

Buena idea, si no fuera porque las aldeas en cuestión también carecían de nombre…

—Entonces —dijo Egg— podríamos llamarlos por lo que cultivan, ser.

Una aldea estaba entre campos de alubias, otra cultivaba sobre todo cebada y la tercera hileras de coles, zanahorias, cebollas, nabos y melones. Como nadie quería ser Col o Nabo, el último grupo recibió el nombre de Melones. Al final había cuatro Cebadas, dos Melones y dos Alubias. Como los dos hermanos Wat eran Cebadas, se necesitaba otra distinción. Cuando el menor comentó que una vez se había caído en el pozo de la aldea, Bennis le puso el apodo de Wat al Agua. Así quedó. Estaban encantados de recibir “nombres de señor”, salvo Rob el Grande, que al parecer era incapaz de recordar si era Alubia o Cebada.

Una vez que todos tuvieron nombre y lanza, ser Eustace salió de Tiesa para dirigirles unas palabras. El anciano caballero se colocó ante la puerta de la torre con sus mallas y placas, bajo una larga sobreveste de lana que el tiempo había vuelto más amarilla que blanca. Llevaba cosido por delante y por detrás el león jaquelado, en pequeños recuadros verdes y dorados.

—Muchachos —dijo—, todos se acordarán de Dake. La Viuda Escarlata lo metió en un saco y lo ahogó. Le quitó la vida y ahora se cree que también nos quitará el agua del Jaquel que alimenta nuestros campos… ¡No lo hará! —levantó la espada sobre la cabeza—. ¡Por Osgrey! —dijo con voz estentórea—. ¡Por Tiesa!

—¡Osgrey! —repitió Dunk.

Egg y los reclutas retomaron su grito.

—¡Osgrey! ¡Osgrey! ¡Por Tiesa!

Dunk y Bennis sometieron a instrucción a la pequeña compañía, entre cerdos y gallinas, mientras ser Eustace observaba desde arriba, en el balcón. Sam Encorvado había rellenado de paja sucia algunos sacos viejos, que se convirtieron en los enemigos. Los reclutas empezaron a practicar con sus lanzas, entre los berridos de Bennis.

—Claven, retuerzan y rasguen. Claven, retuerzan y rasguen. ¡Pero saquen la maldita lanza! No tardarán en necesitarla para el siguiente. Demasiado lento, Cata, demasiado lento, maldita sea. Si no puedes hacerlo más deprisa, vuelve a lo tuyo, que es tirar piedras. Lem, aplica tu peso al atacar. Así me gusta. Meter y sacar, meter y sacar… ¡Como si fornicaran! Así, metiendo y sacando. Destrózalos, destrózalos, destrózalos.

Una vez hechos trizas los sacos por medio millar de lanzadas y desparramada la paja en el suelo, Dunk se quitó la armadura y fue en busca de una espada de madera para ver cómo se desempeñaban los hombres con un enemigo menos inerte.

La respuesta fue que no muy bien. Sólo Cata resultó bastante veloz para superar el escudo de Dunk con su lanza, y una sola vez lo consiguió. Dunk rechazaba una tras otra las torpes y vacilantes estocadas, antes de echar la espada a un lado y arremeter contra el campesino correspondiente. Si su espada hubiera sido de acero en vez de pino, los habría matado a todos media docena de veces.

—En cuanto paso de este punto son hombres muertos —les advertía, mientras lo acentuaba con golpes en piernas y brazos.

Al menos Cata, Lem y Wat al Agua no tardaron mucho en aprender a ceder terreno. Rob el Grande soltó la lanza y se fue corriendo. Bennis tuvo que salir en su persecución y traerlo hecho un mar de lágrimas. Al final de la tarde todos estaban magullados y amoratados, con nuevas ampollas en las manos callosas tras haber sujetado las lanzas. En cuanto a Dunk, no le quedó marca alguna, pero cuando Egg lo ayudó a despojarse de su armadura le faltaba poco para ahogarse en su propio sudor.

Mientras se ponía el sol, Dunk se llevó a la pequeña compañía a la bodega y los obligó a bañarse, incluso a los que ya lo habían hecho el invierno anterior. Después la mujer de Sam Encorvado les trajo cuencos de estofado con muchas zanahorias, cebollas y cebada. Estaban agotados, pero al oírlos parecía que todos fueran el doble de mortíferos que un caballero de la Guardia Real. No veían el momento de exhibir su valor. Ser Bennis los azuzó aún más al contarles los placeres de la vida de soldado, sobre todo el pillaje y las mujeres. Los dos veteranos se mostraron de acuerdo. A juzgar por sus palabras, Lem había vuelto de la rebelión de Fuegoscuro con un cuchillo y unas buenas botas, que si bien le quedaban pequeñas estaban colgadas en la pared de su casa. Pat se deshizo en elogios sobre algunas de las cantineras a las que había conocido al seguir al dragón.

Sam Encorvado les había preparado ocho camastros de paja en el sótano, así que después de llenarse la barriga se fueron todos a dormir. Bennis se quedó lo suficiente para lanzarle a Dunk una mirada de asco.

—Ser Inútil debería haberse chingado a algunas campesinas más mientras le quedaba algo de savia en esas tristes y viejas pelotas —dijo—. Si entonces hubiera sembrado una buena cosecha de bastardos, tal vez ahora tendríamos a algún soldado.

—No me parecen peores que cualquier otra leva de campesinos.

Dunk había marchado junto a unas cuantas mientras era escudero de ser Arlan.

—Ajá —dijo ser Bennis—. En quince días más quizá logren plantar cara a otro hatajo de campesinos, pero ¿a caballeros…?

Sacudió la cabeza y escupió.

El pozo de Tiesa estaba en la bodega, en una húmeda estancia con muros de piedra y tierra. Era donde la mujer de Sam Encorvado remojaba, frotaba y vareaba la ropa antes de ponerla a secar en la azotea. El gran lavadero de piedra también se usaba para el aseo de las personas. Para bañarse hacía falta sacar agua del pozo cubo a cubo, calentarla en el hogar en una gran caldera de hierro, vaciar esta última en la tina y reemprender el proceso entero. Llenar la caldera requería cuatro cubos y la tina, tres calderas. Cuando la última caldera estaba caliente, el agua de la primera ya se había puesto tibia. A ser Bennis se le había oído decir que era un engorro de los mil demonios; por eso estaba infestado de piojos y pulgas, además de que olía a queso podrido.

Al menos Dunk contaba con la ayuda de Egg cuando apretaba la necesidad de un buen baño, como aquella noche. El muchacho sacó el agua en un silencio hosco y apenas habló mientras se calentaba.

—¿Egg? —dijo Dunk justo cuando rompía a hervir la última caldera—. ¿Ocurre algo? —y como Egg no contestaba añadió—: Ayúdame con la caldera.

La transportaron entre los dos del fuego a la tina, con cuidado de no salpicarse.

—Ser —dijo el niño—, ¿qué creen que piensa hacer ser Eustace?

—Derruir la presa y, si los hombres de la Viuda intentan impedírnoslo, luchar contra ellos.

Lo dijo en voz alta para que los chapoteos del agua no taparan su voz. Al verterla levantaban una cortina blanca de vapor que les enrojecía la cara.

—Sus escudos son de madera trenzada, ser. Podría atravesarlos una lanza o la flecha de una ballesta.

—Cuando estén listos tal vez les encontremos armaduras.

Era a lo máximo que podían aspirar.

—Es posible que los maten, ser. Wat al Agua casi es un niño. Will Cebada piensa aprovechar la próxima visita del septón para casarse, y Rob el Grande no sabe ni diferenciar su pie izquierdo del derecho.

Dunk dejó caer la caldera vacía en el suelo de tierra prensada.

—Roger del Árbol de la Moneda era más joven que Wat al Agua cuando murió en el campo de Hierba Roja. También en las huestes de tu padre había hombres a punto de casarse, y otros que nunca besaron a una chica. Había cientos o miles que no sabían diferenciar su pie izquierdo del derecho.

—No es lo mismo —insistió Egg—. Era una guerra.

—Y esto también. Igual, pero más pequeña.

—Más pequeña y más tonta, ser.

—Ni tú ni yo somos nadie para decirlo —contestó Dunk—. Si los llama ser Eustace, su deber es ir a la guerra… y si es necesario, morir.

—Pues entonces no deberíamos haberles puesto nombres, ser. Sólo servirá para entristecernos más cuando mueran —Egg arrugó la cara—. Si usáramos mi bota…

—No.

Dunk se apoyó en una pierna para quitarse la suya.

—Bueno, pero mi padre…

—No.

La segunda bota corrió la misma suerte que la primera.

—Nos…

—No —Dunk se pasó por la cabeza su túnica manchada de sudor, que arrojó a Egg—. Pídele a la mujer de Sam Encorvado que me la lave.

—Sí, ser, pero…

—Dije que no. ¿Necesitas un golpe en la oreja para oír mejor? —se desató los pantalones. Debajo no había nada más que piel. Era un día demasiado caluroso para llevar ropa interior—. Está muy bien que te preocupes por Wat y Wat y Wat y los demás, pero la bota está reservada para momentos de necesidad extrema —“¿Cuántos ojos tiene lord Cuervo de Sangre? Mil, y uno más”—. ¿Qué te dijo tu padre cuando te mandó como mi escudero?

—Que me rapara o tiñera el pelo y no le dijera a nadie mi verdadero nombre —dijo el niño, a todas luces a disgusto.

Hacía ya un buen año y medio que Egg servía a Dunk, aunque había días en que parecían veinte. Juntos habían escalado el Paso del Príncipe y cruzado las profundas arenas de Dorne, las rojas y las blancas. Una gabarra los había llevado por el Sangreverde a la ciudad de Los Tablones, donde habían zarpado para Antigua en la galeaza Dama Blanca. Juntos habían dormido en establos, posadas y zanjas, compartido el pan con hermanos mendigos, putas y comediantes, y buscado cien funciones de títeres. Egg había tenido bien cuidado el caballo de Dunk, bien afilada su espada y sin herrumbre su cota de malla. No se podía desear mejor acompañante, hasta el punto de que el caballero errante ya casi lo consideraba un hermano menor.

“Pero no lo es.” A aquel “huevo” no lo habían incubado pollos, sino dragones: aunque Egg fuera el escudero de un caballero errante, Aegon de la casa Targaryen era el cuarto y último hijo de Maekar, príncipe de Refugio Estival, cuarto hijo a su vez del difunto rey Daeron el Bueno, el segundo de su nombre, el cual había ocupado durante veinticinco años el Trono de Hierro, hasta que se lo llevó la gran epidemia primaveral.

—Para la mayoría de la gente Aegon Targaryen volvió a Refugio Estival con su hermano Daeron después del torneo de Vado Ceniza —le recordó Dunk al niño—. Tu padre no quería que se supiera que vagabas por los Siete Reinos con un caballero errante; es decir, no se hable más de tu bota.

La única respuesta que obtuvo fue una mirada. Egg tenía unos ojos grandes que por alguna razón lo parecían aún más con la cabeza rapada. En la penumbra de aquella bodega iluminada con lámparas parecían negros, pero con más luz se apreciaba su auténtico color: un violeta profundo y oscuro.

“Ojos valyrios”, pensó Dunk. No era un color habitual en Poniente, salvo entre los de la sangre del dragón, como no lo era tampoco tener el pelo como de oro batido, entreverado de hebras de plata.

Durante la travesía por el Sangreverde las huérfanas habían jugado a acariciar la cabeza rapada de Egg como si diera buena suerte. El niño se ponía más rojo que una granada.

—Qué tontas son las niñas —decía—. La próxima que me toque, acaba en el río.

—Pues entonces —había tenido que decirle Dunk— seré yo el que lo haga: te daré tal golpe en la oreja que oirás campanas durante toda una luna.

Su respuesta no había hecho más que provocar la insolencia del muchacho.

—Mejor campanas que niñas tontas —insistía.

Sin embargo, no había llegado a arrojar a nadie al río.

Dunk entró en la tina y se sumergió hasta que el agua le llegó a la barbilla. Por arriba todavía quemaba, aunque por abajo estaba más tibia. Apretó los dientes para no gritar, porque el niño se habría reído. A Egg le gustaba bañarse en agua hirviendo.

—¿Necesitas que ponga a hervir más agua, señor?

—No, con esta ya está bien —Dunk se restregó los brazos, y vio desprenderse la suciedad en largas nubes grises—. Tráeme el jabón. Ah, y también el cepillo de mango largo.

Al pensar en el pelo de Egg se acordó de que el suyo estaba sucio, así que respiró hondo y se metió por debajo del agua para remojarlo bien.

Cuando volvió a emerger con un chapoteo, Egg estaba al lado de la tina con el jabón y el cepillo de mango largo en las manos.

—Tienes pelos en la mejilla —observó Dunk al tomar el jabón—. Dos. Debajo de la oreja. Que no se te olviden la próxima vez que te afeites la cabeza.

—No se me olvidarán, ser.

El niño parecía complacido por el descubrimiento. “Seguro piensa que con un poco de barba ya es un hombre.” Lo mismo había pensado él cuando le salió el primer vello en el labio superior. “Intenté afeitarme con mi daga y casi me rebané la nariz.”

—Ahora ve a dormir —le dijo a Egg—. No te necesitaré hasta mañana en la mañana.

Tardó un poco en arrancarse la suciedad y el sudor. Luego dejó el jabón, se estiró cuan largo era y cerró los ojos. El agua ya había refrescado. Tras un día de calor tan salvaje resultó un alivio. Se quedó remojando hasta que se le arrugaron los pies, las manos, y se puso gris y fría toda el agua. Sólo entonces salió a regañadientes.

Aunque a Egg y a él les habían dado gruesos camastros de paja en la bodega, Dunk prefirió dormir en el tejado, donde el aire era más fresco y de vez en cuando soplaba algo de brisa. Por la lluvia no había que preocuparse. La próxima vez que lloviera allá arriba sería la primera.

Llegó al tejado, donde Egg ya dormía, y se tendió de espaldas con las manos detrás de la cabeza, contemplando el cielo. Estaba plagado de estrellas, a millares. Le recordó una noche en Vado Ceniza, antes de que empezara el torneo. Había visto una estrella fugaz, y como se suponía que daban suerte, pidió a Tanselle que se la pintara en el escudo. Sin embargo, si algo no le había reportado suerte era Vado Ceniza. Antes del final del torneo casi había perdido una mano y un pie, y tres buenos hombres habían perdido la vida. “Aunque gané un escudero. De Vado Ceniza ya me fui con Egg. Fue lo único bueno que salió de todo aquello.”

Esperó que aquella noche no hubiera estrellas fugaces.

A lo lejos había montañas rojas y arena blanca bajo sus pies. Dunk estaba cavando. Hincaba una pala en la tierra seca y caliente, y arrojaba por encima del hombro la fina arena. Estaba haciendo un agujero. “Una tumba”, pensó, “la de la esperanza”. Tres caballeros de Dorne lo observaban mientras intercambiaban comentarios burlones en voz baja. Algo más lejos esperaban los mercaderes con sus mulas, sus carros y sus trineos de arena. Habrían querido irse, pero Dunk debía enterrar a Castaño. No pensaba dejar a su viejo amigo a merced de las serpientes, los escorpiones y los perros del desierto.

El jamelgo había muerto con Egg sobre su lomo, durante la larga y sedienta travesía entre el Paso del Príncipe y Vaith. Fue como si se le doblaran de golpe las patas delanteras y, tras quedarse apoyado en las rodillas, cayera de costado y se muriera. Sus restos yacían junto al agujero. Ya estaban rígidos. Pronto empezarían a oler mal.

Para diversión de los caballeros de Dorne, Dunk lloraba al cavar.

—En el yermo es muy valiosa el agua —dijo uno de ellos—. No debería malgastarla, ser.

Otro se rio entre dientes.

—¿Por qué llora? —dijo—. Sólo era un caballo, un mal caballo.

“Castaño”, pensó Dunk mientras cavaba, “se llamaba Castaño y durante años me llevó en su lomo sin un solo corcoveo ni un mordisco”. Junto a los gráciles corceles de la arena en que cabalgaban los dornienses, animales de cabeza elegante, cuello largo y generosa crin, el viejo penco no salía muy airoso, pero lo había dado todo.

—¿Lágrimas por un jamelgo contrahecho? —dijo ser Arlan con su voz de viejo—. Pero, muchacho, si por mí, que te puse en su lomo, jamás has llorado… —se rio un poco en señal de que el reproche no llevaba mala intención—. Así es Dunk el necio, más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo.

—Tampoco lloró por mí —dijo desde la tumba Baelor Rompelanzas—, a pesar de que era su príncipe y la esperanza de Poniente. No era designio de los dioses que muriera tan joven.

—Mi padre sólo tenía treinta y nueve años —dijo el príncipe Valarr—. Estaba destinado a ser un gran rey, el mayor desde Aegon el Dragón —Miró a Dunk con unos ojos de un azul glacial—. ¿Por qué se lo llevaron los dioses y lo dejaron a usted?

El Príncipe Joven tenía el pelo castaño de su padre, aunque lo recorría un mechón de plata y oro.

“¡Están muertos!”, tuvo ganas de exclamar Dunk. “¿Por qué no me dejan en paz, si los tres están muertos?” Ser Arlan había muerto de frío, el príncipe Baelor por el golpe recibido de su hermano en el transcurso del juicio de siete de Dunk, y su hijo Valarr durante la gran epidemia primaveral. “La culpa no fue mía. Estábamos en Dorne. Ni siquiera nos enteramos.”

—Estás loco —le dijo el viejo—. A ti no te cavaremos ninguna fosa cuando te mates por esta locura. En lo profundo de las arenas hay que reservar el agua.

—Márchese, ser Duncan —dijo Valarr—. Márchese.

Egg cavaba con Dunk. A falta de pala lo hacía con las manos, pero la arena se derramaba en la tumba con la misma rapidez con que los dedos lograban apartarla. Era como intentar hacer un agujero en el mar. “Debo seguir cavando”, se dijo Dunk pese a que le dolían la espalda y los hombros a causa del esfuerzo. “Debo enterrarlo bastante para que no puedan encontrarlo los perros del desierto. Tengo que…”

—¿…morir? —dijo desde el fondo de la tumba Rob el Grande, el necio de la aldea.

Quieto, frío, con una gran herida roja en la barriga, no parecía grande en absoluto.

Dunk se detuvo y lo miró.

—Tú no estás muerto. Tú estás durmiendo abajo, en la bodega —miró a ser Arlan, en busca de su ayuda—. Dígaselo, ser —le rogó—. Dígale que salga de la tumba.

Sin embargo, al que tenía delante no era a ser Arlan del Árbol de la Moneda, sino a ser Bennis del Escudo Pardo. El caballero marrón se limitó a cacarear.

—Dunk, necio —dijo—, destripar es lento pero seguro. No sé de ningún hombre que haya sobrevivido a que se le salgan las tripas.

Tenía espuma roja en los labios. Se giró para escupir y se la bebió la arena blanca. Detrás de él estaba Treb, con una flecha en el ojo, llorando poco a poco rojas lágrimas. También estaba Wat al Agua con la cabeza partida casi en dos, así como el viejo Lem y Pate, el de los ojos rojos, y todos los demás. Al principio Dunk pensó que todos habían mascado hojamarga con ser Bennis, pero luego se dio cuenta de que lo que goteaba de sus bocas era sangre. “Muertos”, pensó, “todos muertos”. El caballero pardo rebuznó.

—Pues sí, es decir que no te entretengas, necio, que debes cavar más tumbas. Ocho para ellos, una para mí, una para el viejo ser Inútil y la última para tu niño calvo.

A Dunk se le escapó la pala de las manos.

—¡Egg —exclamó—, corre! ¡Tenemos que correr!

Sin embargo, la arena ya empezaba a ceder bajo los pies de Dunk y los del niño. Cuando Egg intentó salir del agujero, los lados se desmoronaron por completo. Justo cuando Dunk abría la boca para gritar, vio que la arena engullía y sepultaba a su escudero, y aunque intentó llegar hasta él se vio rodeado por la arena, que lo arrastraba hacia la tumba y le llenaba la boca, la nariz, los ojos…

Al despuntar el día ser Bennis dio inicio a la labor de enseñar a sus reclutas a formar una pared de escudos. Colocó a los ocho hombro con hombro, con los escudos en contacto y las puntas de lanza saliendo por los intersticios como largos dientes de madera. Acto seguido Dunk y Egg montaron y cargaron contra ellos.

Maestre se negó a acercarse más de tres varas a las lanzas y frenó en seco. En cambio, Trueno estaba adiestrado para ello. El gran corcel siguió al galope, cada vez más raudo. Entre sus patas las gallinas corrían gritando y aleteando. Su pánico debió de ser contagioso. Una vez más fue Rob el Grande el primero en soltar la lanza y correr, con lo que dejó un hueco en el centro de la pared. En vez de cerrar filas, los demás guerreros de Tiesa se sumaron a la huida y Trueno pisoteó los escudos arrojados al suelo antes de que Dunk lograra detenerlo con las riendas. Bajo sus herraduras se partieron las ramas enlazadas, reducidas a astillas. Ser Bennis soltó una sarta de palabrotas hirientes, mientras por doquier corrían gallinas y campesinos. Egg hizo un viril esfuerzo por aguantarse la risa, pero al final salió perdedor.

—Ya basta —Dunk refrenó a Trueno, desató su yelmo y se lo quitó—. Si hacen lo mismo durante una batalla, los matarán a todos.

“Y lo más probable es que a ti y a mí también.” Ya hacía calor. Se notaba sucio y pegajoso, como si no se hubiera bañado. Le dolía mucho la cabeza. No podía olvidar lo que había soñado durante la noche. “No fue así”, intentaba convencerse. “Pasó de otra manera.” Castaño había muerto durante el largo viaje sin agua hasta Vaith. Eso era cierto. Dunk y Egg habían montado juntos hasta que el hermano de Egg les dio a Maestre. En cambio el resto…

“No lloré. Puede que tuviera ganas, pero no lloré.” También había sentido ganas de enterrar al caballo, pero los caballeros de Dorne no se habían mostrado dispuestos a esperar. “Los perros del desierto necesitan comer y alimentar a sus cachorros”, le había dicho uno mientras lo ayudaba a despojar al animal de su silla y su brida. “Su carne servirá de alimento a los perros o a la arena. Dentro de un año sus huesos estarán limpios. Esto es Dorne, amigo mío.” Al recordarlo, Dunk sintió una curiosidad irremediable por saber a quién alimentaría la carne de Wat, y la del otro Wat, y la del otro. “Quizá en el fondo del Jaquel haya peces jaquelados.”

Volvió a la torre a lomos de Trueno y desmontó.

—Egg, ayuda a ser Bennis a reunirlos y traerlos otra vez.

Puso el yelmo en manos del muchacho y se acercó resuelto a la escalera.

Ser Eustace lo recibió en la penumbra de sus aposentos.

—No salió bien.

—No, mi señor —dijo Dunk—. No servirán.

“Una espada juramentada debe servicio y obediencia a su señor, pero esto es una locura.”

—Era la primera vez. Sus padres y hermanos lo hicieron igual de mal o peor cuando empezaron la instrucción. Antes de que fuéramos en auxilio del rey mis hijos trabajaron con ellos a diario, durante no menos de dos semanas, y los convirtieron en soldados.

—¿Y al entrar en combate, mi señor? —preguntó Dunk—. ¿Cómo les fue? ¿Cuántos regresaron con usted?

El anciano caballero lo miró un largo rato.

—Lem —dijo al fin—, y Pate y Dake. Dake nos conseguía la comida. No he visto a nadie que lo hiciera mejor. Nunca andábamos con el estómago vacío. Volvieron tres, ser. Tres y yo —le tembló el bigote—. Quizá hagan falta más de dos semanas.

—Mi señor —dijo Dunk—, la Viuda podría llegar mañana mismo con todos sus hombres —“Son buena gente”, pensó, “pero si se enfrentan con los caballeros de Fosa Fría pronto serán gente muerta”—. Debe de haber otra manera.

—Otra manera —ser Eustace rozó con los dedos el escudo del Pequeño León—. No obtendré justicia de lord Rowan ni de este rey… —tomó a Dunk por el antebrazo—. Ahora me viene a la cabeza que en tiempos pasados, cuando los reyes verdes gobernaban, se podía pagar un precio de sangre a alguien si le habías matado un animal o a un campesino.

—¿Un precio de sangre?

Dunk no lo veía muy claro.

—Preguntaste si había otra manera. Tengo unas cuantas monedas apartadas. Según ser Bennis sólo fue un moretón en la mejilla. A él podría pagarle un venado de plata y a ella tres por el insulto. Podría, y lo haría… a condición de que ella desmonte la maldita presa —el anciano frunció el ceño—. Pero no puedo ir a verla. No a Fosa Fría —junto a su cabeza pasó zumbando una gran mosca negra que se posó en su brazo—. Antaño el castillo era nuestro. ¿Lo sabías, ser Duncan?

—Sí, mi señor.

Se lo había contado Sam Encorvado.

—Durante los mil años anteriores a la Conquista fuimos alguaciles de la Frontera Norte. Nos juraban fidelidad una veintena de pequeños señores y un centenar de caballeros con tierras. Por entonces teníamos cuatro castillos y atalayas en los montes para avisar de la proximidad de nuestros enemigos. La mayor de nuestras residencias era Fosa Fría. La erigió lord Perwyn Osgrey, al que llamaban Perwyn el Orgulloso.

“Después del Campo de Fuego, Altojardín pasó de reyes a mayordomos, y los Osgrey se vieron mermados y disminuidos. El rey Maegor, hijo de Aegon, fue el que nos arrebató Fosa Fría, después de que lord Osmond Osgrey manifestó su rechazo a la supresión de las Estrellas y las Espadas, como llamaban a los clérigos humildes y los hijos del Guerrero —su voz se había vuelto ronca—. Encima de las puertas de Fosa Fría hay un león jaquelado tallado en piedra. Me lo enseñó mi padre la primera vez que me llevó a ver al viejo Reynard Webber, y yo a mi vez se lo mostré a mis hijos. Addam… Addam sirvió como paje y escudero en Fosa Fría, y… y nacieron afectos entre él y la hija de lord Wyman, así que un día de invierno tomé mis mejores vestiduras y fui a hablar con lord Wyman para proponerle matrimonio. Su negativa fue cortés, pero al irme lo oí reírse con ser Lucas Inchfield. Desde entonces no he vuelto más que una vez a Fosa Fría, cuando ella se jactó de haberse llevado a uno de los míos. Cuando me dijeron que buscara al pobre Lem en el fondo del foso…”

—Dake —dijo Dunk—. Bennis dice que se llamaba Dake.

—¿Dake? —la mosca, que ya iba por la manga, se paró a frotarse las patas como tienen las moscas por costumbre. Ser Eustace la ahuyentó y se frotó el labio por debajo del bigote—. Dake. Es lo que dije. Un hombre fiel. Lo recuerdo a la perfección. Durante la guerra nos buscaba la comida. Nunca andábamos con el estómago vacío. Cuando ser Lucas me informó de lo que le habían hecho a mi pobre Dake, hice el voto sagrado de nunca más pisar aquel castillo salvo para tomar posesión de él. Entiende, pues, ser Duncan, que no puedo ir. Ni para pagar el precio de sangre ni por ningún otro motivo. No puedo.

Dunk lo había entendido.

—Yo podría ir, mi señor. No he hecho ningún voto.

—Eres un buen hombre, ser Duncan. Un caballero valeroso y leal —ser Eustace le apretó el brazo—. Ojalá que los dioses no se hubieran llevado a mi Alysanne. Eres el tipo de hombre con el que siempre tuve la esperanza de que se casara. Un caballero de verdad, ser Duncan, un caballero de verdad.

Dunk se estaba sonrojando.

—Transmitiré a lady Webber lo que ha dicho sobre el precio de sangre, pero…

—Salvarás a ser Bennis de correr la misma suerte que Dake. Lo sé. Conozco a los hombres, y en este caso tú eres el que posee el temple verdadero. Les darás qué pensar, ser. Con tan sólo mirarte. Cuando ella vea que Tiesa cuenta con un paladín así, es posible que desmonte la presa por su propia voluntad.

Dunk no sabía qué decir. Se arrodilló.

—Mi señor, saldré por la mañana y haré cuanto pueda.

—Por la mañana —la mosca voló en círculos hasta posarse en la mano izquierda de ser Eustace, que levantó la derecha y la aplastó—. Sí. Por la mañana.

-¿Otro baño? —preguntó Egg, consternado —. Pero si te bañaste ayer.

—Y desde entonces he estado un día entero nadando en sudor dentro de mi armadura. Cierra la boca y llena la caldera.

—Te lavaste la noche en que ser Eustace nos tomó a su servicio —señaló Egg—. Con el baño de anoche y el de ahora ya son tres veces, señor.

—Debo negociar con una dama de alta cuna. ¿Qué quieres, que me presente en su residencia oliendo como ser Bennis?

—Para oler tan mal tendrías que revolcarte en una tina llena de excrementos de Maestre, ser —Egg llenó la caldera—. Dice Sam Encorvado que el gobernador de Fosa Fría es tan alto como tú. Se llama Lucas Inchfield, aunque por su estatura lo llaman Tres Varas. ¿Crees que sea tan alto como tú, ser?

—No.

Hacía años que Dunk no veía a nadie de su estatura. Tomó la caldera y la colgó sobre el fuego.

—¿Combatirás contra él?

—No —Dunk casi deseaba lo contrario. Tal vez no fuera el mejor combatiente del reino, pero su altura y fortaleza compensaban muchas carencias. “No la de entendimiento, ésa no.” Se le daban mal las palabras y peor las mujeres. Aquel gigante, Lucas Tres Varas, no lo amedrentaba ni la mitad que la idea de presentarse ante la Viuda Escarlata—. Sólo iré a hablar con la Viuda Escarlata.

—¿Y qué le dirás, ser?

—Que debe desmontar la presa —“Mi señora, debe desmontar la presa; de lo contrario…”—. Quiero decir que se lo pediré —“Por favor, devuélvanos nuestra agua jaquelada”—. Si así le place.

“Un poco de agua, mi señora, si así le place. A ser Eustace no le gustaría rogarle. Si no, ¿cómo lo digo?”

El agua no tardó en bullir y desprender vapor.

—Ayúdame a llevarla a la tina —le dijo al niño. Levantaron la caldera del fuego y cruzaron la bodega hasta la gran tina de madera—. No sé cómo hablar con damas de alta cuna —confesó Dunk mientras vertían el agua—. En Dorne casi nos matan a los dos por lo que le dije a lady Vaith.

—Lady Vaith estaba loca —le recordó Egg—, aunque podrías haber sido algo más galante… A las damas les gusta la galantería. Si tuvieras que rescatar a la Viuda Escarlata como rescataste de Aerion a la titiritera…

—Aerion está en Lys y a la Viuda no le hace falta que la rescaten.

Dunk no quería hablar de Tanselle. “Tanselle la Giganta, la llamaban, pero para mí no era demasiado alta.”

—Bueno —dijo el niño—, hay caballeros que les cantan canciones galantes a sus damas o entonan melodías con el laúd.

—Yo no tengo laúd —Dunk estaba taciturno—. Además, aquella noche en que bebí más de la cuenta en la ciudad de Los Tablones me dijiste que cantaba como un buey en un barrizal.

—Se me había olvidado, ser.

—¿Cómo se te puede haber olvidado?

—Tú me pediste que lo olvidara, ser —dijo Egg, todo inocencia—. Me dijiste que si volvía a hablar del tema recibiría un golpe en la oreja.

—Nada de canciones.

Aun si Dunk hubiera tenido la voz para ello, la única canción que conocía era “El oso y la doncella”, y dudaba que fuera muy del gusto de lady Webber. La caldera volvió a hervir. La llevaron a la tina y la volcaron.

Egg sacó agua para llenarla por tercera vez y regresó al pozo.

—Mejor que en Fosa Fría no comas ni bebas nada, ser. La Viuda Escarlata ha envenenado a todos sus maridos.

—Veo difícil que se case conmigo. Es de alta cuna y yo, por si no te acuerdas, soy Dunk del Lecho de Pulgas —Dunk frunció el ceño—. Por cierto, ¿cuántos esposos ha tenido? ¿Lo sabes tú?

—Cuatro —dijo Egg—, pero ningún hijo. Cada vez que da a luz un demonio viene por la noche y se lleva el fruto. La mujer de Sam Encorvado dice que vendió a sus hijos por nacer al señor de los siete infiernos a cambio de que le enseñara sus malas artes.

—Las damas de alta cuna no hacen tratos con la magia negra. Cantan, bailan y bordan.

—Tal vez ella baile con demonios y borde hechizos maléficos —dijo Egg, encantado—. Además, ser, ¿qué sabes tú de lo que hacen las damas de alta cuna? La única a la que has conocido es lady Vaith.

Era una impertinencia, pero cierta.

—Tal vez no conozca a damas de alta cuna, pero sí a un niño que se está ganando un buen golpe en la oreja —Dunk se frotó la nuca, que después de todo un día en cota de malla siempre se quedaba tiesa como la madera—. Tú has conocido a reinas y princesas. ¿Bailaban con demonios y practicaban la magia negra?

—Lady Shiera sí. La amada de lord Cuervo de Sangre. Se baña en sangre para conservar su belleza. Y una vez mi hermana Rhae me puso en la bebida una pócima de amor para que me casara con ella y no con mi hermana Daella.

Egg lo decía como si el incesto fuera lo más normal del mundo. “Para él lo es.” Los Targaryen llevaban cientos de años casándose entre hermanos a fin de garantizar la pureza de la sangre del dragón. Aunque el dragón propiamente dicho hubiera muerto antes de nacer Dunk, aún había reyes dragón. “Quizá a los dioses no les moleste que se casen con sus hermanas.”

—¿Y surtió efecto la pócima? —preguntó Dunk.

—Lo habría surtido —dijo Egg— si yo no la hubiera escupido. No quiero casarme. Deseo ser caballero de la Guardia Real y no vivir para otra cosa que para servir y defender al rey. Los miembros de la Guardia Real hacen el voto de no casarse.

—Muy noble, pero cuando seas mayor quizá descubras que prefieres a una chica que una capa blanca —Dunk pensaba en Tanselle la Giganta y en cómo le había sonreído en Vado Ceniza—. Ser Eustace me dijo que soy como habría querido que fuera el esposo de su hija. Se llamaba Alysanne.

—Está muerta, ser.

—Sí, ya sé que está muerta —dijo Dunk, irritado—. Si estuviera viva, dijo. En tal caso, a ser Eustace le habría gustado que se casara conmigo. O con alguien como yo. Es la primera vez que un señor me ofrece a su hija.

—A su hija muerta. Además, aunque antiguamente los Osgrey fueran señores, ahora ser Eustace es un simple caballero con tierras.

—Ya sé qué es. ¿Quieres un golpe en la oreja?

—Bueno —dijo Egg—, prefiero el golpe que a una esposa. Sobre todo si está muerta, ser. Ya está hirviendo la caldera.

Llevaron el agua a la tina y Dunk se quitó la túnica por la cabeza.

—Para ir a Fosa Fría me pondré la túnica de Dorne.

Era de seda cruda y la mejor de todas sus prendas, pintada con la imagen de su olmo y su estrella fugaz.

—Si cabalgas con ella se te mojará de sudor, ser —dijo Egg—. Ponte la misma que hoy. La otra la llevaré yo y así podrás cambiarte al llegar al castillo.

—Antes de llegar. Si me ven cambiarme en el puente levadizo haré el ridículo. ¿Y quién dijo que me acompañarías?

—Impresionan más los caballeros cuando van con su escudero.

Era verdad. De esas cosas el niño sabía mucho. “Es normal. Fue paje en Desembarco del Rey durante dos años.” Aun así Dunk se resistía a llevárselo a una misión tan peligrosa. No tenía la menor idea de cómo sería recibido en Fosa Fría. Si la Viuda Escarlata en cuestión era tan peligrosa como se decía, podría acabar en una jaula de cuervos como los dos hombres a quienes habían visto al borde del camino.

—Tú te quedarás para ayudar a Bennis con el pueblo llano —le dijo a Egg—. Y no pongas esa cara —se quitó los pantalones con dos puntapiés y se metió en la tina de agua muy caliente—. Ahora vete a dormir y deja que me bañe. No vendrás y punto.

Cuando Dunk se despertó, con el sol en la cara, Egg ya se había ido. “Válganme los dioses, ¿cómo puede hacer este calor tan temprano?” Se incorporó, se desperezó con un bostezo, se puso de pie y se acercó adormilado al pozo, donde tras encender un grueso cirio de sebo se refrescó la cara y se vistió.

Al salir al sol vio a Trueno al lado del establo, ensillado y embridado. También Egg esperaba con su mula Maestre.

El niño se había puesto las botas. Por una vez parecía un escudero de verdad, con un bonito jubón a cuadros verdes y dorados y unas calzas blancas de lana.

—Las calzas estaban rotas en la parte del trasero, pero me las cosió la mujer de Sam Encorvado —anunció.

—Era ropa de Addam —dijo ser Eustace al sacar del establo su caballo gris. La raída capa de seda que caía de los hombros del anciano estaba adornada con un león jaquelado—. El jubón está un poco enmohecido, después de tanto tiempo en el baúl, pero debería servir. Impresiona más un caballero cuando lo acompaña un escudero, así que he decidido que Egg te acompañe a Fosa Fría.

“Me ganó a listo un niño de diez años.” Dunk miró a Egg y articuló en silencio las palabras “golpe en la oreja”. El niño sonrió.

—También para ti tengo algo, ser Duncan. Acércate.

Ser Eustace sacó una capa y la sacudió con un gesto ceremonioso. Era de lana blanca, ribeteada con cuadrados de raso verde y tela de oro. Con aquel calor lo que menos necesitaba Dunk era una capa de lana, pero al ver la expresión de orgullo de ser Eustace al ponérsela en los hombros no fue capaz de rechazarla.

—Gracias, mi señor.

—Te queda bien. Ojalá pudiera ofrecerte algo más —al anciano le tembló el bigote—. Envié a Sam Encorvado a la bodega para que busque entre las cosas de mis hijos, pero Edwyn y Harrold eran más bajos, menos fornidos de pecho y de piernas mucho más cortas. Aunque me duela reconocerlo, nada de lo que dejaron te quedaría bien.

—Con la capa es suficiente, mi señor. No la deshonraré.

—No lo dudo —ser Eustace dio una palmada a su caballo—. Pensé en acompañarlos un trecho del camino, si no hay inconveniente.

—Ninguno, mi señor.

Muy erguido en Maestre, Egg los llevó colina abajo.

—¿Es necesario que lleve ese sombrero blando de paja? —le preguntó ser Eustace a Dunk—. Queda un poco tonto, ¿no te parece?

—No tanto como cuando se le pela la cabeza, mi señor.

Ya a esas horas en que el sol apenas se había separado del horizonte hacía calor. “A mediodía quemarán tanto las sillas que nos saldrán ampollas.” Por muy elegante que se viera Egg con las galas del niño muerto, al caer la noche se habría achicharrado. Al menos Dunk podría cambiarse de ropa. Llevaba la mejor de sus túnicas en la alforja y la vieja, la verde, a la espalda.

—Tomaremos el camino del oeste —anunció ser Eustace—. Desde hace unos años se usa poco, pero sigue siendo el camino más corto entre Tiesa y el castillo de Fosa Fría.

Rodearon la colina por detrás y pasaron junto a las tumbas donde el anciano había destinado el último reposo para su esposa y sus hijos, entre zarzamoras.

—A mis niños les encantaba venir aquí a buscar moras. De pequeños volvían con la cara pegajosa y los brazos llenos de arañazos, y no hacía falta que me dijeran dónde habían estado —sonrió con cariño—. Tu Egg me recuerda a mi Addam. Muy valiente para ser tan joven. Cuando les pasó la batalla por encima, Addam intentaba proteger a su hermano Harrold, que estaba herido. Un hombre de las tierras de los ríos con seis bellotas en el escudo le cortó el brazo con un hacha —sus ojos grises, llenos de tristeza, miraron los de Dunk—. Tu antiguo señor, el caballero del Árbol de la Moneda… ¿luchó en la rebelión de Fuegoscuro?

—Sí, mi señor, antes de tomarme a su servicio.

Entonces Dunk era un pequeño de tres o cuatro años que corría medio desnudo por las callejuelas de Lecho de Pulgas, y parecía más animal que persona.

—¿En el bando del dragón rojo o el del negro?

Incluso después de tanto tiempo la pregunta “¿rojo o negro?” seguía siendo peligrosa. Desde los tiempos de Aegon el Conquistador, la casa Targaryen había tenido como emblema un dragón de tres cabezas rojo sobre negro. Como muchos bastardos, Daemon el Pretendiente había invertido los colores en sus estandartes. “Ser Eustace es mi señor”, se recordó Dunk. “Tiene derecho a preguntarlo.”

—Combatió bajo el estandarte de lord Hayford, mi señor.

—Palo ondeado de sinople sobre campo de oro enrejado de sinople.

—Es posible, mi señor. Egg debe de saberlo.

El niño era capaz de recitar las armas de la mitad de los caballeros de Poniente.

—Lord Hayford era un destacado lealista. El rey Daeron lo nombró su mano justo antes de la batalla. Butterwell se había desempeñado de modo tan funesto que muchos ponían en duda su lealtad. En cambio, lord Hayford mostró una fidelidad inquebrantable desde el primer día.

—Ser Arlan estaba a su lado cuando cayó. Fue abatido por un señor que llevaba tres castillos en el escudo.

—Ese día cayeron muchos buenos hombres, tanto en uno como en otro bando. Antes de la batalla la hierba no era roja. ¿Así te lo explicó ser Arlan?

—A ser Arlan no le gustaba hablar de la batalla. También fue donde murió su escudero. Se llamaba Roger del Árbol de la Moneda y era hijo de la hermana de ser Arlan.

El mero hecho de pronunciar su nombre hizo a Dunk sentirse vagamente culpable. “Yo le robé su sitio.” Los medios para mantener a dos escuderos sólo los tenían los príncipes y los grandes señores. Si Aegon el Indigno le hubiera entregado su espada a Daeron, su heredero, en vez de a Daemon, su bastardo, quizá no se habría producido la rebelión de Fuegoscuro y Roger del Árbol de la Moneda seguiría vivo. “Sería caballero en alguna parte, un caballero más cabal que yo. Yo habría acabado en el patíbulo o me habrían enviado a la Guardia de la Noche para recorrer el Muro hasta mi muerte.”

—Las grandes batallas son terribles —dijo el anciano caballero—, pero a veces, entre la sangre y la matanza, también hay belleza, una belleza que te rompería el corazón. Jamás olvidaré el aspecto del sol al ponerse en el campo de Hierba Roja… Deben de haber muerto diez mil hombres y el aire estaba cargado de gemidos y lamentos, pero encima de nosotros el cielo se puso dorado, rojo y naranja, y era tan bello que lloré al pensar que nunca lo verían mis hijos —suspiró—. El desenlace fue más apretado de como se explica ahora. De no ser por Cuervo de Sangre…

—Yo siempre había oído que la batalla la ganó Baelor —dijo Dunk—. Junto con el príncipe Maekar.

—¿El martillo y el yunque? —el bigote del anciano dio un respingo—. Los bardos omiten muchas cosas. Aquel día Daemon fue la viva encarnación del Guerrero. Nadie podía hacerle frente. Destrozó la vanguardia de lord Arryn y dio muerte al caballero de Nueve Estrellas y a Wyl Waynwood el Salvaje antes de enfrentarse con ser Gwayne Corbray, de la Guardia Real. Bailaron a caballo cerca de una hora, rodeándose y lanzándose estocadas mientras los hombres morían alrededor. Se dice que cada uno de los choques entre Fuego Oscuro y Dama Desesperada se escuchaba a una legua a la redonda. Era, dicen, mitad canción y mitad grito. Sin embargo, al final, cuando la Dama flaqueó, Fuego Oscuro hendió el yelmo de ser Gwayne y lo dejó ciego y ensangrentado. Daemon desmontó para asegurarse de que no se pisoteara al enemigo caído y ordenó a Colmillo Rojo que se lo llevara a la retaguardia, junto a los maestres. Fue un error mortal, ya que los Dientes de Cuervo habían conquistado los altos de Cresta Llorosa y Cuervo de Sangre vio el estandarte real de su hermanastro a trescientas varas, sobre Daemon y sus hijos. Al que mató primero fue a Aegon, el mayor de los gemelos, sabedor de que Daemon jamás se apartaría del lado del muchacho mientras le quedara un ápice de calor en el cuerpo, aunque cayeran saetas blancas como lluvia. Y no se movió, pese a que lo atravesaron siete flechas impulsadas a partes iguales por el arco de Cuervo de Sangre y la brujería. El joven Aemon tomó Fuego Oscuro cuando la espada se deslizó de los dedos de su padre agonizante, de modo que Cuervo de Sangre también le dio muerte a él, el menor de los gemelos. Así perecieron el dragón negro y sus hijos.

”Ya sé que a partir de ese momento ocurrieron muchas más cosas. Algo vi yo mismo… La retirada de los rebeldes, la loca carga de Aceroamargo al frente de los desbandados… Su lucha contra Cuervo de Sangre, superada tan sólo por la de Daemon contra Gwayne Corbray… El mazazo del príncipe Baelor a la retaguardia rebelde, los gritos de los dornienses al llenar el aire de lanzas… En resumidas cuentas no importaba. Con la muerte de Daemon terminó la guerra.

”Fue tan apretado… Si Daemon hubiera pasado por encima de Gwayne Corbray, dejándolo a su suerte, podría haber roto la izquierda de Maekar antes de que Cuervo de Sangre conquistara la cresta. Muerta la mano y libre el camino a Desembarco del Rey, la victoria habría sido de los dragones negros. Daemon podría haberse sentado en el Trono de Hierro antes de que llegara el príncipe Baelor con sus señores de la tierra de la tormenta y sus dornienses.

”Que hablen los bardos de su martillo y de su yunque, ser, pero el que volvió las tornas fue el asesino de los de su sangre, con una flecha blanca y un negro sortilegio. Y no te engañes, que también a nosotros nos gobierna ahora. Tiene dominado al rey Aerys. No me sorprendería enterarme de que Cuervo de Sangre hechizó a su majestad para que lo obedezca. No es de extrañar que estemos condenados.”

Ser Eustace sacudió la cabeza y se sumió en un silencio pensativo. Dunk se preguntó cuánto había oído Egg, pero no podía preguntárselo. “¿Cuántos ojos tiene lord Cuervo de Sangre?”, pensó.

Estaba haciendo más calor. “Hasta las moscas huyeron”, observó. “Tienen más sentido común que los caballeros. Se apartan del sol.” Se preguntó si en Fosa Fría se les brindaría hospitalidad a Egg y a él. Una jarra de cerveza tostada, bien fría, se agradecería mucho. En eso cavilaba, complacido, cuando se acordó de lo que había dicho Egg sobre el envenenamiento de los esposos de la Viuda Negra y la sed se le pasó de golpe. Cosas peores había que un gaznate seco.

—Hubo un tiempo en que la casa de Osgrey fue dueña de todas las tierras en muchas leguas a la redonda, desde Nunny, al este, hasta Refugio Empedrado —dijo ser Eustace—. Fosa Fría era nuestra, y también las colinas de la Herradura, las cuevas de las colinas de la Gesta, los pueblos de Dosk y Pequeña Dosk y Valle Brandy, ambas orillas del lago Frondoso… Las doncellas Osgrey se casaban con los Florent, los Swann, los Tarbeck y hasta los Hightower y los Blackwood.

Ya se veía el bosque Cerradón. Dunk se protegió la vista con una mano y escrutó el follaje. Por una vez envidió el sombrero blando de Egg. “Al menos tendremos un poco de sombra.”

—En otros tiempos el bosque Cerradón llegaba hasta Fosa Fría —dijo ser Eustace—. Antes de la Conquista, en este bosque había uros y grandes alces de diez palmos o más. Había tantos ciervos rojos que ningún hombre podría haber cazado a todos en una sola vida, porque aquí solo podían cazar el rey y el león jaquelado. Incluso en tiempos de mi padre había árboles a ambos lados del arroyo, pero las arañas talaron el bosque para que pastaran sus vacas, sus ovejas y sus caballos.

Por el pecho de Dunk se deslizaba un fino dedo de sudor. Lo sorprendía en sí el ferviente deseo de que su señor se callara. “Hace demasiado calor para hablar. Hace demasiado calor para ir a caballo. Hace demasiado calor y sanseacabó.”

Una vez en el bosque encontraron los restos de un gran gato arbóreo marrón infestado de gusanos.

—¡Puaj! —dijo Egg al rodearlos de lejos con Maestre—. Apesta más que ser Bennis.

Ser Eustace tiró de las riendas.

—Un gato arbóreo. No sabía que quedara alguno en este bosque. Me gustaría saber qué lo mató —como nadie respondía, añadió—: Daré media vuelta. Ustedes sigan por el camino del oeste y llegarán a Fosa Fría. ¿Llevan las monedas? —Dunk asintió—. Muy bien. Regresen con mi agua, ser.

El anciano caballero se marchó al trote por donde habían venido.

—He estado pensando en cómo deberías hablar con lady Webber, ser —dijo Egg cuando estuvieron solos—. Deberías ganártela con cumplidos galantes.

Se le veía tan fresco con su túnica jaquelada como a ser Eustace con su capa. “¿Soy yo el único que suda?”

—Cumplidos galantes —repitió Dunk—. ¿Qué tipo de cumplidos galantes?

—Tú me entiendes, ser. Dile lo bella y primorosa que es.

Dunk tenía sus dudas.

—Tras haber sobrevivido a cuatro esposos, debe de ser tan vieja como lady Vaith. Si le digo que es bella y primorosa, y resulta vieja y llena de verrugas, me considerará un mentiroso.

—Basta con que encuentres algo que decirle sin necesidad de mentir. Es lo que hace mi hermano Daeron. Dice que hasta las putas viejas y feas pueden tener el pelo bonito o las orejas bien formadas.

—¿Las orejas bien formadas?

Las dudas de Dunk no hacían sino crecer.

—O los ojos bonitos. Dile que su vestido realza el color de sus ojos —el muchacho reflexionó un momento—. A menos que tenga uno solo, como lord Cuervo de Sangre.

“Mi señora, este vestido realza el color de su ojo.” Dunk había escuchado piropos así a más de un caballero y señor joven, aunque nunca eran tan francos. “Mi noble señora, lleva un vestido muy bonito. Realza el color de sus dos bellos ojos.” A veces las damas en cuestión eran viejas y escuálidas, o gordas y rubicundas, o feas y picadas por la viruela, pero todas llevaban vestido y tenían dos ojos. Si mal no recordaba Dunk, a todas les habían gustado aquellas flores. “Qué hermoso vestido, mi señora. Realza la encantadora belleza de sus ojos, de tan hermoso color.”

—La vida del caballero errante es más sencilla —dijo cariacontecido—. Si me equivoco al hablar, lo más probable es que lady Webber me meta en un saco de piedras, lo cosa y lo eche al foso.

—Dudo que tenga un saco tan grande, ser —dijo Egg—. Siempre podríamos usar nuestra bota.

—No —gruñó Dunk—, no podríamos.

Al salir del bosque Cerradón se encontraron bastante lejos de la presa, río arriba. El agua había subido lo suficiente para que Dunk se diera el chapuzón con que había soñado. “Bastante profunda para que se ahogue alguien”, pensó. Al otro lado habían cavado una zanja en la ribera para desviar una parte del caudal hacia el oeste. Paralela al camino, la zanja alimentaba una infinidad de canales de menor tamaño que recorrían, sinuosos, los cultivos. “Cuando crucemos el arroyo estaremos en poder de la Viuda.” Se preguntó hacia qué cabalgaba. En su bando sólo estaban él y un niño de diez años que le protegía la espalda.

Egg se abanicó la cara.

—Ser, ¿por qué nos detenemos?

—No paramos.

Dunk clavó los talones en su montura y se metió en el río. Egg lo siguió con su mula. El agua subió hasta la panza de Trueno antes de empezar a bajar. Salieron chorreando en el lado de la Viuda. La zanja se alejaba con la rectitud de una lanza, verde y dorada bajo el sol.

Varias horas después, cuando atisbaron las torres de Fosa Fría, Dunk hizo un alto para ponerse la túnica dorniense y aflojar la espada dentro de la funda. No quería que se le atascara en un momento de necesidad. También Egg sacudió la empuñadura de su daga con una expresión solemne bajo el sombrero blando. Siguieron cabalgando lado a lado, Dunk a lomos de su gran corcel, el niño encima de su mula, mientras en su asta pendía con languidez el estandarte de Osgrey.

Después de todo lo dicho por ser Eustace, Fosa Fría resultó un poco decepcionante. En comparación con Bastión de Tormentas, Altojardín u otras residencias señoriales que Dunk había visto, era un castillo modesto… pero castillo al fin, no atalaya fortificada. Su muralla exterior con almenas tenía una altura de diez varas y en cada esquina una torre la mitad de grande que Tiesa. Y de cada torreta, de cada chapitel, colgaba con pesadez el estandarte negro de los Webber, con una araña moteada sobre una red de plata.

—¿Ser? —dijo Egg—. El agua. Mira a dónde va.

Al llegar al muro este de Fosa Fría, la zanja desaguaba en el foso que daba su nombre al castillo. El borboteo del agua provocó en Dunk una sensación desagradable. “No se quedará mi agua jaquelada.”

—Ven —le dijo a Egg.

Por encima del arco de la puerta principal colgaba, flácida, una hilera de estandartes con arañas sobre otro sello más antiguo, grabado a profundidad en la piedra. Aunque lo hubieran desgastado varios siglos de viento y de intemperie, la forma del emblema seguía siendo muy visible: un león rampante compuesto por cuadrados jaquelados. Debajo la puerta estaba abierta. Mientras chacoloteaban con las herraduras por el puente levadizo, Dunk se fijó en cuánto había bajado el nivel del foso. “Al menos un metro y medio”, calculó.

En el rastrillo dos lanceros les cerraron el paso, uno de ellos de gran barba negra, que exigió saber a qué venían.

—Me manda mi señor de Osgrey para negociar con lady Webber —le dijo Dunk—. Mi nombre es ser Duncan el Alto.

—Ya decía yo que no eras Bennis —dijo el otro lancero, que no llevaba barba—. Lo habríamos olido antes de llegar.

Le faltaba un diente y tenía una insignia con una araña de lunares cosida sobre el corazón.

El de la barba miraba con recelo a Dunk.

—Nadie ve a su señoría sin permiso de Tres Varas. Acompáñeme. Su mozo de cuadra puede quedarse aquí con los caballos.

—Soy escudero, no mozo de cuadra —puntualizó Egg—. ¿Eres ciego o sólo tonto?

El lancero sin barba se echó a reír. El otro aplicó la punta de su lanza al cuello del muchacho.

—Repítelo.

Dunk le dio a Egg un golpe en la oreja.

—No, ten la boca cerrada y ocúpate de los caballos —desmontó—. Quiero ver a ser Lucas.

El de la barba bajó la lanza.

—Está en el patio.

Tras pasar bajo el rastrillo de púas de hierro y por una buhedera, llegaron al patio exterior. En los cubiles ladraban sabuesos y Dunk oyó cantos detrás de las vidrieras de un septo heptagonal de madera. Frente a la herrería, un herrero herraba un corcel con la ayuda de un aprendiz. Cerca de ellos, en el campo de tiro, un escudero disparaba flechas y una joven pecosa, con una larga trenza, igualaba sus disparos. Un estafermo daba vueltas mientras media docena de caballeros con protectores se turnaban para golpearlo.

Encontraron a ser Lucas Tres Varas entre los espectadores del estafermo, hablando con un septón alto y grueso que sudaba más que Dunk, un verdadero salchichón humano con las vestiduras tan mojadas como si se hubiera bañado con ellas. A su lado estaba Inchfield, tieso, erguido, muy alto… pero no tanto como Dunk. “Nueve palmos y siete dedos” —calculó Dunk—, “y orgulloso hasta del último”. Pese a ir vestido con seda negra y tela de plata, ser Lucas aparentaba estar tan fresco como si caminara por el Muro.

—Mi señor —lo llamó el lancero—, aquí hay uno que viene de la torre de los pollos, para una audiencia con su señoría.

El primero en girarse fue el septón, con un grito de alborozo que hizo sospechar a Dunk que estaba borracho.

—Pero ¡qué veo! ¿Un caballero errante? El Dominio está lleno de caminos —el septón hizo una señal de bendición—. Que el Guerrero luche siempre a su lado. Soy el septón Sefton. Poco afortunado nombre, pero es el mío. ¿Y usted?

—Ser Duncan el Alto.

—Modesto el hombre —le dijo el septón a ser Lucas—. Si yo fuera tan alto como él me haría llamar ser Sefton el Inmenso. Ser Sefton la Torre. Ser Sefton el de las Nubes en torno a las Orejas.

Su cara redonda estaba roja y en sus vestiduras había manchas de vino.

Ser Lucas estudió a Dunk. Era algo mayor, cuarenta años por lo menos, por no decir cincuenta. Más que musculoso era nervudo y llamaba la atención por la fealdad de su rostro. Tenía los labios gruesos, unos dientes amarillos que se encabalgaban, la nariz ancha y carnosa y los ojos saltones. “Y está enojado”, intuyó Dunk antes de oírlo hablar.

—En el mejor de los casos, los caballeros errantes son mendigos con espada, y en el peor forajidos. Márchese. Aquí no queremos a los de su calaña.

Dunk puso mala cara.

—Me envía de Tiesa ser Eustace Osgrey para negociar con la señora del castillo.

—¿Osgrey? —el septón lanzó una mirada a Tres Varas—. ¿El Osgrey del león jaquelado? Creía que la casa Osgrey se había extinguido.

—Tan cerca está de hacerlo que es como si lo estuviera. El viejo es el último que queda. Le hemos permitido conservar una atalaya medio en ruinas, a algunas leguas al este —ser Lucas miró a Dunk, ceñudo—. Si ser Eustace quiere hablar con su señoría, que venga él mismo —su mirada se vovió penetrante—. Usted es el que estuvo con Bennis en la presa. No se moleste en negarlo. Debería ahorcarlo.

—Por la misericordia de los Siete… —el septón se secó el sudor de la frente con una manga—. Conque un bandolero. Y grande. Ser, arrepiéntase de sus maldades y la Madre tendrá compasión —la piadosa súplica del septón se vio interrumpida por un pedo—. Vaya. Disculpe mi ventosidad, ser. Es lo que pasa por comer alubias y pan de cebada.

—No soy ningún bandolero —les dijo Dunk con toda la dignidad de que fue capaz.

Su negativa no tuvo efecto alguno en Tres Varas.

—No abuse de mi paciencia, ser… en caso de que usted sea un ser. Regrese corriendo a su torre de los pollos para decirle a ser Eustace que nos entregue a ser Bennis de la Peste Parda. Si nos ahorra la molestia de sacarlo de Tiesa, tal vez su señoría se sienta más inclinada a la clemencia.

—De ser Bennis y el altercado en la presa hablaré yo mismo con su señoría. También del robo de nuestra agua.

—¿Robo? —dijo ser Lucas—. Si así se lo dice a nuestra señora, antes de que se ponga el sol estará nadando en el interior de un saco. ¿Tan seguro está de querer verla?

De lo único que estaba seguro Dunk era de querer estampar el puño en los dientes torcidos y amarillos de Lucas Inchfield.

—Ya dije lo que quiero.

—Déjalo hablar con ella —intervino el septón—. ¿Qué daño puede hacer? Ser Duncan ha hecho una larga cabalgata bajo este horrendo sol. Que diga lo que necesite decir.

Ser Lucas volvió a estudiar a Dunk.

—Nuestro septón es un hombre devoto. Acompáñeme. Le agradeceré que sea breve.

Empezó a dar zancadas por el patio, obligando a Dunk a apretar el paso para alcanzarlo.

Se habían abierto las puertas del septo del castillo. Ya bajaban los fieles por los escalones. Había caballeros, escuderos, una docena de niños, varios ancianos, tres septas con túnica y capucha blancas… y una mujer entrada en blandas carnes, una mujer de alcurnia, con un vestido de damasco azul oscuro con encaje de Myr tan largo que arrastraba el borde por el polvo. Llevaba el pelo recogido en alto, bajo una red de plata hilada, pero lo más rojo de todo era su cara.

—Mi señora —dijo ser Lucas al llegar ante ella y sus septas—, este caballero errante dice traer un mensaje de ser Eustace Osgrey. ¿Desea oírlo?

—Si es su deseo, ser Lucas…

La dama miró con tal ahínco a Dunk que éste, de manera irremediable, se acordó de lo que había dicho Egg sobre la brujería. “No creo que se bañe en sangre para conservar su belleza.”

La Viuda era baja y rechoncha, con una cabeza de extraña forma que el pelo no disimulaba del todo. Tenía demasiado grande la nariz y demasiado pequeña la boca. A Dunk lo alivió comprobar que tenía dos ojos, aunque para entonces en lo último que pensaba era en ser galante.

—Ser Eustace me pidió que hable con usted sobre el altercado que se produjo junto a su presa…

Ella parpadeó.

—¿Mi… presa, dice?

Empezaba a formarse un grupo alrededor de ambos. Dunk sintió miradas hostiles.

—El arroyo —dijo—, el Jaquel. Construyó una presa para embalsarlo, mi señora…

—No, eso no es posible —contestó ella—. Dediqué toda la mañana a mis devociones, ser.

Dunk oyó la risa de ser Lucas.

—No quise decir que lo haya construido con sus propias manos, mi señora, sino que sin agua morirán nuestras cosechas… El pueblo llano tiene alubias y cebada en los campos, y melones…

—¿De veras? Me gustan mucho los melones —la pequeña boca de la dama se curvó de alegría—. ¿De qué variedad son?

Dunk miró con inquietud el círculo de rostros mientras sentía que la suya se iba calentando. “Aquí pasa algo raro. Tres Varas me está tomando el pelo.”

—Mi señora, ¿podríamos seguir hablando en un sitio más… privado?

—¡Apuesto una pieza de plata a que este necio pretende acostarse con ella! —bromeó alguien.

Alrededor de Dunk todo eran risas. La dama se encogió, medio de miedo, y se protegió la cara con las manos. Una de las septas se apresuró a ponerse a su lado y pasarle un brazo por los hombros en ademán protector.

—¿Por qué tanto alborozo? —una voz serena y firme se sobrepuso a las carcajadas—. ¿Nadie me explica la broma? Señor caballero, ¿por qué importuna a mi cuñada?

Era la joven a la que había visto en el campo de tiro. Llevaba un carcaj de flechas apoyado en la cadera, y un arco tan alto como ella, lo cual no era decir mucho. Si Dunk superaba en un dedo los cinco codos, la arquera no podía superar en más de dos los siete palmos. Dunk podría haber rodeado su cintura con las manos. Su trenza pelirroja era tan larga que rozaba sus muslos. Tenía un hoyuelo en la barbilla, nariz respingada y pecas claras en las mejillas.

—Discúlpenos, lady Rohanne —dijo un joven y apuesto señor que llevaba bordado en su jubón el centauro de los Caswell—. Este necio confundió a lady Helicent con usted.

Dunk miró a las dos señoras.

—¿Usted es la Viuda Escarlata? —se oyó decir a sí mismo—. Pero si es demasiado…

—¿Joven? —La muchacha arrojó el arco al joven larguirucho con el que había estado practicando el tiro—. Resulta que tengo veinticinco años. ¿O quiso decir “baja”?

—Bella. Quise decir bella —Dunk no supo de dónde lo sacaba, pero se alegró de haberlo dicho. Le gustaba la nariz de aquella dama y los senos pequeños pero bien formados que cubría el jubón de cuero—. Había pensado que sería… bueno… dicen que ha enviudado cuatro veces, de modo que…

—Mi primer marido falleció cuando yo tenía diez años y él, doce. Era escudero de mi padre y lo abatieron en el campo de Hierba Roja. Lamento decir que mis esposos no acostumbran a quedarse mucho tiempo. El último murió en primavera.

Era lo que se decía siempre de los que habían muerto dos años atrás en la gran epidemia primaveral: “Murió en primavera”. Decenas de miles habían muerto en primavera, entre ellos un rey anciano y sabio, y dos jóvenes príncipes con un largo futuro por delante.

—Lo… lo siento mucho, mi señora —“Una galantería, necio, dile una galantería”—. Quería decir… que su vestido…

—¿Vestido? —lady Webber se miró las botas, los pantalones, la túnica suelta de hilo y el jubón de cuero—. No llevo vestido.

—Quiero decir que su cabello… es suave…

—¿Y eso cómo lo sabe, ser? Si alguna vez hubiera tocado mi cabello, creo que lo recordaría.

—No, suave no —dijo Dunk, apesadumbrado—. Quise decir rojo. Su cabello es muy rojo.

—¿Muy rojo? Ah, pero no tanto como su cara, espero.

La joven se rio y con ella los espectadores.

Todos salvo ser Lucas Tres Varas.

—Mi señora —terció—, este hombre es uno de los mercenarios de Tiesa. Estaba con Bennis del Escudo Pardo cuando atacó a sus cavadores en la presa y le dejó marcado el rostro a Wolmer. Lo envía el viejo Osgrey para negociar con usted.

—Así es, mi señora. Me llamo ser Duncan el Alto.

—Mejor dicho ser Duncan el Bobo —dijo un caballero barbado, que ostentaba el triple relámpago de Leygood.

Se oyeron más carcajadas. Incluso lady Helicent se recuperó lo suficiente para emitir una risita.

—¿Acaso murió la gentileza en Fosa Fría con mi señor padre? —preguntó la joven. “No, joven no, sino mujer cumplida”—. ¿Cómo, me pregunto, llegó a cometer ser Duncan semejante error?

Dunk lanzó a Inchfield una mirada llena de encono.

—La culpa fue mía.

—¿De verdad? —la Viuda Escarlata miró a Dunk de los pies a la cabeza, aunque donde más se detuvo fue en su pecho—. Un árbol y una estrella fugaz. Es la primera vez que veo tales armas —tocó su túnica y siguió con dos dedos una rama del olmo—. Y pintadas, no bordadas. He oído que en Dorne se pintan sus sedas, pero usted parece demasiado alto para ser dorniense.

—En Dorne no todos los hombres son bajos, mi señora —Dunk sintió los dedos de la dama sobre la seda. También tenía pecas en las manos. “De seguro toda ella es pecosa.” Sintió una extraña sequedad en la boca—. Viví un año en Dorne.

—¿Y allá crecen tanto todos los robles? —dijo ella mientras seguía con los dedos otra rama, alrededor del corazón de Dunk.

—Representa un olmo, mi señora.

—Lo recordaré —la dama retiró la mano con solemnidad—. Aquí en el patio hace demasiado calor y hay demasiado polvo para conversar. Septón, muéstrale a ser Duncan el camino de mi sala de audiencias.

—Con muchísimo gusto, cuñada.

—Nuestro invitado tendrá sed. También puedes mandar que traigan una jarra de vino.

—¿De veras? —el orondo personaje sonrió de oreja a oreja—. En fin, si eso es de tu agrado…

—Me reuniré con usted en cuanto me haya cambiado —la dama se desabrochó el cinturón y el carcaj y se los entregó a su acompañante—. Que esté también presente el maestre Cerrick. Ser Lucas, vaya a avisarle que venga.

—Ahora mismo lo traigo, mi señora —dijo Lucas Tres Varas.

La mirada de la dama a su castellano fue glacial.

—No es necesario. Sé cuántos deberes requiere desempeñar en el castillo. Bastará con que pida al maestre Cerrick que acuda a mis estancias.

—Mi señora —dijo Dunk cuando la dama ya se iba—, hicieron esperar a mi escudero en la puerta. ¿Puede reunirse también él con nosotros?

—¿Su escudero? —al sonreír, la dama pareció una joven de quince años, no una mujer de veinticinco. “Una chica guapa, pícara y risueña”—. Si así le place, faltaba más.

—No bebas el vino, ser —le susurró Egg mientras esperaban con el septón en la sala de audiencias.

El suelo estaba cubierto de esteras fragantes y las paredes de tapices con escenas de torneos y batallas.

Dunk resopló por la nariz.

—No le hace falta envenenarme —susurró—. Me considera un necio con puré de chícharos en las orejas.

—Da la casualidad de que a mi cuñada le gusta el puré de chícharos —dijo el septón Sefton al reaparecer con una jarra de vino, otra de agua y tres copas—. Sí, sí, lo escuché. Soy gordo, pero no sordo —sirvió dos copas de vino y otra de agua. La tercera se la dio a Egg, que tras una mirada suspicaz la dejó a un lado. El septón no se fijó—. Este vino es del Rejo —le dijo a Dunk—. Muy buena cosecha. El veneno le da un picor especial —le guiñó el ojo a Egg—. Yo la uva casi nunca la toco, pero es lo que dicen.

Tendió una copa a Dunk.

Era un vino dulce y aterciopelado, pero Dunk lo bebió con precaución y sólo después de que el septón se empinara de tres grandes y ruidosos tragos la mitad de su copa. Egg se cruzó de brazos y siguió ignorando el agua.

—Es verdad, le gusta el puré de chícharos —dijo el septón—, y también usted, ser. Conozco a mi cuñada. Al verlo en el patio abrigué ciertas esperanzas de que fuera un pretendiente llegado de Desembarco del Rey para pedir la mano de mi señora.

Dunk frunció el entrecejo.

—¿Cómo sabe que soy de Desembarco del Rey, septón?

—Los de allá tienen un dejo especial —el septón tomó un buen trago de vino, se lo dejó un momento en la boca y luego de tragárselo suspiró de placer—. Pasé muchos años en Desembarco del Rey al servicio de nuestro septón supremo en el Gran Septo de Baelor —suspiró—. No reconocería la ciudad desde la primavera. Los incendios la cambiaron. De cada cuatro casas, una desapareció y otra está vacía. También se fueron las ratas. Es lo más raro. Nunca había pensado ver una ciudad sin ratas.

También Dunk lo había escuchado.

—¿Estuvo en Desembarco del Rey durante la gran epidemia primaveral?

—¡Vaya si estaba! Horribles momentos, ser. Al rayar el alba se despertaba un hombre sano y al caer la noche estaba muerto. Murieron tantos tan deprisa que no había tiempo de enterrarlos, así que los amontonaban en el Pozo Dragón, y cuando la profundidad de los cadáveres llegaba a siete codos lord Ríos ordenaba a los piromantes que les prendieran fuego. Por las ventanas entraba la luz de las hogueras, como antaño, cuando aún hacían su nido los dragones debajo de la cúpula. Por la noche se veía el resplandor en toda la ciudad, el fulgor verde del fuego valyrio. Hasta hoy me persigue el color verde. Dicen que en Lannisport fue dura la primavera y en Antigua aún más, pero en Desembarco del Rey segó cuatro de cada diez vidas. No se salvaron jóvenes ni viejos, ricos ni pobres, grandes ni humildes. Se llevó a nuestro buen septón supremo, la voz de los dioses en la tierra, junto a un tercio de los Máximos Devotos y casi todas nuestras hermanas silenciosas. Su majestad el rey Daeron, el dulce Matarys y el bravo Valarr, la mano… Qué tiempos tan horrendos. Al final, media ciudad le rezaba al Desconocido —volvió a beber—. ¿Y dónde estaba usted, ser?

—En Dorne —dijo Dunk.

—Demos gracias entonces a la Madre por su clemencia —a Dorne no había llegado la gran epidemia primaveral, quizá porque sus habitantes cerraron puertos y fronteras , al igual que los Arryn del Valle, otros que habían sobrevivido—. Tanto hablar de muerte le quita uno hasta el gusto del vino, pero en tiempos como los que vivimos cuesta hallar alegría. Pese a todas nuestras oraciones, persiste la sequía. El bosque Real es todo yesca, presa de incendios desatados día y noche. Aceroamargo y los hijos de Daemon Fuegoscuro urden conspiraciones en Tyrosh y los krakens de Dagon Greyjoy merodean como lobos por el mar del Ocaso, con incursiones que llegan tan al sur como el Rejo. Se dice que se llevaron la mitad de las riquezas de Isla Bella y a cien mujeres. Lord Farman está reparando sus defensas, aunque a mi juicio es como si un hombre le pusiera un cinturón de castidad a su hija embarazada cuando su barriga ya está tan grande como la mía. Lord Bracken muere despacio en el Tridente y su hijo mayor falleció en primavera. Será por lo tanto ser Otho el que deba sucederlo. Los Blackwood jamás tolerarán como vecino a la Bestia de Bracken. Será la guerra.

Dunk estaba al corriente de la antigua enemistad entre los Blackwood y los Bracken.

—¿No los obligará su señor a la paz?

—Lord Tully, por desgracia —dijo el septón Sefton—, es un niño de ocho años rodeado de mujeres. Poco hará Aguasdulces y menos el rey Aerys. Es posible que el asunto ni siquiera llegue a su real conocimiento, a menos que algún maestre escriba un libro al respecto. Es dudoso que lord Ríos permita que hable con él algún Bracken. Si toma cartas, sólo será para ayudar a sus primos a pararle los pies a la Bestia. La Madre marcó a lord Ríos el día en que nació y Aceroamargo lo hizo de nuevo en el campo de Hierba Roja.

Dunk supo que se refería a Cuervo de Sangre. El verdadero nombre de la mano era Brynden Ríos. Era hijo de una Black-wood y del rey Aegon IV.

El orondo septón bebió vino y reanudó su perorata.

—En lo que respecta a Aerys, a su alteza le interesan más los pergaminos y las profecías cubiertas de polvo que los señores y las leyes. Ni siquiera se mueve para concebir a un heredero. La reina Aelinor reza a diario en el Gran Septo para rogarle a la Madre que la bendiga con un hijo, pero sigue siendo doncella. Aerys vive recluido en sus estancias y dicen que prefiere llevarse un libro que una mujer a la cama —volvió a llenarse la copa—. No se engañe: el que nos gobierna es lord Ríos, con sus hechizos y espías. Nadie le hace frente. En Refugio Estival el príncipe Maekar no hace más que rabiar contra su hermano el rey. El príncipe Rhaegel es tan manso como loco, y sus hijos… sus hijos son unos niños. Todos los puestos de gobierno están dominados por amigos y favoritos de lord Ríos. Los señores del Consejo Real le lamen la mano y el nuevo gran maestre está tan preñado de hechizos como él. La guarnición de la Fortaleza Roja está compuesta por Dientes de Cuervo, sin cuyo permiso nadie puede ver al rey.

Dunk se removió en su asiento, incómodo. “¿Cuántos ojos tiene lord Cuervo de Sangre? Mil, y uno más.” Esperó que la mano del rey no tuviera también mil y un oídos. Algunas cosas de las que decía el septón Sefton sonaban a traición. Echó un vistazo a Egg para ver cómo se lo tomaba. El niño se esforzaba al máximo por contener su lengua.

El septón se puso en pie.

—Mi cuñada aún tardará un poco. Los primeros diez vestidos que se pruebe no se adecuarán a su estado de ánimo, como sucede con todas las grandes damas. ¿Le apetece algo más de vino?

Rellenó las dos copas sin esperar la respuesta.

—¿La dama a la que confundí —dijo Dunk con muchas ganas de cambiar de tema— es su hermana?

—Todos somos hijos de los Siete, ser, pero aparte de eso… No, que los dioses me guarden. Lady Helicent era hermana de ser Roland Uffering, el cuarto marido de lady Rohanne, que murió en primavera. Mi hermano era su predecesor, ser Simon Staunton, que tuvo la gran desgracia de atragantarse con un hueso de pollo. Hay que decir que Fosa Fría está plagada de fantasmas. Mueren los esposos, pero se quedan sus parientes para beber los vinos de mi señora y comer sus fiambres como una plaga de langostas gordas y rosadas, enfundadas en seda y terciopelo —se limpió la boca—. Sin embargo, debe volver a casarse, y sin tardar demasiado.

—¿Debe? —dijo Dunk.

—Lo exige el testamento de su señor padre. Lord Wyman quería nietos que continuaran su linaje. Al enfermar trató de darla en matrimonio a Tres Varas, para morir a sabiendas de que un hombre fuerte la protegería, pero Rohanne se negó. El señor se vengó en su testamento. Si al cumplirse dos años del fallecimiento de su padre sigue sin casarse, Fosa Fría y sus tierras pasarán a su primo Wendell. Es posible que lo haya visto en el patio: un hombre bajo, con bocio, propenso a las flatulencias. Aunque no soy quién para decirlo. También a mí me atormenta el exceso de aire. Que así sea. Ser Wendell es codicioso y tonto, pero su señora esposa es la hermana de lord Rowan… y una mujer con una fertilidad de los mil demonios, no puede negarse. Pare con la misma frecuencia con que se tira pedos su marido. Sus hijos varones son tan malos como él, sus hijas peores y todos empezaron ya a contar los días. Teniendo en cuenta que lord Rowan corroboró el testamento, mi señora sólo tiene hasta la próxima luna nueva.

—¿Por qué esperó tanto? —se preguntó en voz alta Dunk.

El septón se encogió de hombros.

—Por escasez de pretendientes, si he de serle franco. Mi cuñada, como habrá observado, no es ofensiva a la vista, y a sus encantos se añaden un sólido castillo y muchas tierras. Lo lógico sería suponer que la rodeen como moscas hijos menores y caballeros sin tierras. Lógico, pero erróneo. Los disuaden los cuatro maridos muertos, y hay quien dice, para colmo, que es estéril… aunque nunca cerca de ella, salvo que deseen ver por dentro una jaula de cuervos. Ha dado a luz a dos bebés, niño y niña, pero ninguno vivió hasta el día del nombre. Los pocos a los que no arredran los rumores sobre veneno y brujería no quieren saber nada de Tres Varas. En su lecho de muerte lord Wyman le encomendó proteger a su hija de cualquier pretendiente indigno y él lo interpretó como cualquier pretendiente a secas. Todo aspirante a obtener la mano de mi señora tendría que enfrentarse primero a la espada de Tres Varas —el septón se acabó el vino y dejó la copa—. No crea por ello que no ha habido ninguno. Los más persistentes han sido Cleyton Caswell y Simon Leygood, aunque parecen más interesados en sus tierras que en su persona. Si yo fuera dado a las apuestas, pondría mi oro en Gerold Lannister. Todavía no ha hecho acto de presencia, pero dicen que tiene el pelo dorado y es ingenioso, y mide casi nueve palmos de estatura…

—…y a lady Webber la complacen mucho sus misivas —la dama en cuestión estaba en la puerta, junto a un maestre joven y feo de gran nariz de gancho—. Perderías la apuesta, cuñado. Gerold jamás renunciará de grado a los placeres de Lannisport y el esplendor de Roca Casterly a cambio de un pequeño señorío. Su influencia como hermano y consejero de lord Tybolt es mayor que la que podría esperar como mi esposo. En cuanto a los demás, ser Simon tendría que vender la mitad de mis tierras para saldar sus deudas, y ser Cleyton tiembla como una hoja cada vez que Tres Varas se digna a mirarlo. Además es más lindo que yo. Y tú, septón, tienes la boca más grande de todo Poniente.

—Hace falta una gran boca para una gran barriga —dijo el septón Sefton sin inmutarse—. Si no, la barriga se hace pequeña enseguida.

—¿Usted es la Viuda Escarlata? —preguntó Egg, estupefacto—. ¡Si casi soy tan alto como usted!

—Hace menos de medio año otro niño hizo la misma observación y lo envié al potro para que lo hicieran más alto —tras sentarse en el trono de la tarima, lady Rohanne se colocó la trenza por delante, apoyada en el hombro izquierdo. Era tan larga que se le enroscaba en el regazo como un gato dormido—. Ser Duncan, hice mal en burlarme de usted en el patio cuando tanto se esforzaba en mostrarse gentil. Es que se ruborizó tanto… ¿No había chicas que le lanzaran piropos en el pueblo donde creció tan alto?

—El pueblo era Desembarco del Rey —Dunk no mencionó el Lecho de Pulgas—. Muchachas las había, pero…

En el Lecho de Pulgas los piropos a veces consistían en cortar un dedo del pie.

—Supongo que tenían miedo de burlarse de usted —lady Rohanne se acarició la trenza—. Sin duda las asustaba su tamaño. Le ruego que no piense mal de lady Helicent. Mi cuñada es un persona algo simple, pero sin malicia. Pese a ser tan piadosa, no podría ni vestirse sin sus septas.

—No fue culpa suya. El error fue mío.

—Miente con mucha galanura. Sé que fue ser Lucas. Es un hombre de humor cruel y a simple vista lo ha ofendido.

—¿Cómo? —dijo Dunk desconcertado—. Yo no hice nada.

La sonrisa de lady Rohanne le hizo desear que fuera menos agraciada.

—Lo vi junto a él y lo aventaja como por medio palmo. Hace mucho tiempo que ser Lucas no conoce a nadie a quien no pueda mirar desde arriba. ¿Qué edad tiene, ser?

—Casi veinte, mi señora, con su permiso.

A Dunk le gustaba cómo sonaba “veinte”, aunque con toda probabilidad fuera un año menor o dos. Nadie lo sabía con certeza, él menos que nadie. Debió tener madre y padre, como todo el mundo, pero no los conoció, ni siquiera de nombre, y en el Lecho de Pulgas a nadie le importaba mucho cuándo y de quién había nacido.

—¿Es tan fuerte como aparenta?

—¿Cuánta fuerza aparento, mi señora?

—La suficiente para irritar a ser Lucas. Es el gobernador de mi fortaleza, aunque no por mi voluntad. Lo heredé de mi padre, al igual que Fosa Fría. ¿Llegó a caballero en algún campo de batalla, ser Duncan? Su modo de hablar parece indicar que no nació de noble cuna, si no es impertinente de mi parte.

“Nací en el arroyo.”

—De niño me tomó como escudero un caballero errante que se llamaba ser Arlan del Árbol de la Moneda. Él me enseñó la caballería y el arte de la guerra.

—¿Y el tal ser Arlan fue el que lo armó caballero?

Dunk movió los pies y vio que tenía medio deshechos los cordones de una bota.

—Habría sido difícil que lo hiciera otro.

—¿Dónde está ahora ser Arlan?

—Murió —levantó la vista. Ya habría tiempo de anudarse la bota—. Lo enterré en una colina.

—¿Cayó con valentía en la batalla?

—Llovía y se resfrió.

—Me consta que los ancianos son frágiles. Lo aprendí de mi segundo esposo. Me casé con él a los trece años. Si él hubiera vivido suficiente para ver su siguiente día del nombre, habría cumplido cincuenta y cinco. Cuando llevaba medio año bajo tierra le di un hijo varón, pero también vino a llevárselo el Desconocido. Los septones dijeron que su padre lo quería junto a él. ¿Usted qué opina, ser?

—Pues… —dijo Dunk, vacilante—. Es posible, mi señora.

—Tonterías —dijo ella—. El niño nació demasiado débil. Qué pequeño era… Apenas tenía fuerzas para tomar el pecho. En fin. Al padre los dioses le dieron cincuenta y cinco años. Habría sido de esperar que concedieran más de tres días al hijo.

—En efecto.

Poco o nada sabía Dunk de los dioses. De vez en cuando iba al septo y rezaba al Guerrero para que le diera fuerza en los brazos, pero por lo demás no importunaba a los Siete.

—Lamento la muerte de ser Arlan —dijo lady Rohanne—, y más aún lamento que se haya puesto al servicio de ser Eustace. No todos los ancianos son iguales, ser Duncan. Haría bien en volver a su hogar, en el Árbol de la Moneda.

—Mi único hogar es donde juramento mi espada.

Dunk nunca había visto el Árbol de la Moneda. Ni siquiera habría sabido decir si se localizaba en el Dominio.

—Entonces juraméntela aquí. Son tiempos de incertidumbre y yo necesito caballeros. A juzgar por su aspecto goza de buen apetito, ser Duncan. ¿Cuántos pollos puede comer? En Fosa Fría podría saciarse de carne roja y caliente, y de dulces tartas de fruta. También su escudero parece necesitado de sustento. Se ve tan escuálido que se le cayó el pelo. Aquí compartirá celda con otros niños de su edad. Le gustará. Mi maestro de armas puede instruirlo en todas las artes de la guerra.

—Eso ya lo hago yo —dijo Dunk a la defensiva.

—¿Y quién mas? ¿Bennis? ¿El viejo Osgrey? ¿Las gallinas?

Más de un día Dunk había puesto a Egg a perseguir gallinas. “Lo ayuda a ser más rápido”, pensó, a sabiendas de que si lo decía en voz alta lady Rohanne se reiría. Lo estaba distrayendo con su nariz respingada y sus pecas. Tuvo que recordarse el motivo por el que ser Eustace lo había enviado.

—Mi espada está juramentada a mi señor de Osgrey, mi señora —dijo—. Así son las cosas.

—Pues que así sean, ser. Hablemos de asuntos menos agradables —lady Rohanne dio un estirón a su trenza—. No toleramos ataques contra Fosa Fría ni su gente. Dígame entonces por qué no debo meterlo en un saco y que lo cosan.

—Vine a parlamentar —le recordó Dunk—, y bebí de su vino —aún tenía en la boca su sabor, dulce y aterciopelado. De momento no lo había envenenado. Quizá su arrojo proviniera del vino—. Además, no tiene un saco bastante grande para mí.

Lo alivió comprobar que la broma de Egg la hacía sonreír.

—Pero tengo varios con cabida para Bennis. El maestre Cerrick dice que a Wolmer le rajaron la cara casi hasta el hueso.

—Ser Bennis perdió los estribos, mi señora. Ser Eustace me envió a pagar el precio de sangre.

—¿El precio de sangre? —lady Rohanne se rio—. Ya sé que es un anciano, pero no sabía que lo fuera hasta ese extremo. ¿Qué se cree, que vivimos en la Edad de los Héroes, cuando se calculaba que la vida de un hombre no valía más que una bolsa de piezas de plata?

—Al cavador no lo mataron, mi señora —le recordó Dunk—. Que yo sepa no hubo víctimas mortales. Recibió un corte en la cara, pero nada más.

Los dedos de lady Rohanne se movían sin rumbo por su trenza.

—Y dígame, ¿cuánto calcula ser Eustace que vale la mejilla de Wolmer?

—Un venado de plata. Y tres para usted, mi señora.

—Mezquino precio fija ser Eustace en mi honor, si bien reconozco que tres piezas de plata son mejores que tres pollos… Haría mejor en entregarme a Bennis para que reciba una lección.

—¿Intervendría en ella el saco que ha nombrado?

—Tal vez —se enroscó la trenza en una mano—. Que se quede Osgrey con su plata. La sangre sólo se paga con sangre.

—Será como dice, mi señora —dijo Dunk—, pero ¿por qué no manda llamar al hombre al que hirió Bennis y le pregunta si prefiere un venado de plata o que metan a Bennis en un saco?

—Ah, sucede que si no pudiera tener ambas cosas, optaría por la plata. Eso no lo dudo, ser. La elección, sin embargo, no es suya. Ahora no se trata de la mejilla de un campesino, sino del león y de la araña. Yo quiero a Bennis y a Bennis tendré. Nadie hace una incursión en mis tierras, causa daño a uno de los míos y sale indemne, riéndose de ello.

—Mi señora, usted hizo una incursión en tierras de Tiesa y causó daño a uno de los de ser Eustace —dijo Dunk antes de detenerse a pensarlo.

—¿Ah, sí? —lady Rohanne se volvió a estirar la trenza—. Si se refiere al ladrón de ovejas, era sabida su mala fama. Me quejé dos veces con Osgrey y él no hizo nada. Yo no pido las cosas tres veces. Las leyes del rey me dan poder de ejecución.

Egg respondió.

—En sus propias tierras —puntualizó el niño—. Las leyes del rey dan a los señores poder de ejecución en sus propias tierras.

—Muy listo —dijo ella—. Si tanto sabes, no ignorarás que los caballeros con tierras no tienen derecho a impartir ningún castigo sin la autorización de su señor. Ser Eustace posee Tiesa de lord Rowan. Al derramar sangre, Bennis quebrantó la paz del rey y debe responder por ello —miró a Dunk—. Si ser Eustace me entrega a Bennis, le rajaré la nariz y ahí quedará todo. Si me veo obligada a ir a buscarlo, no prometo lo mismo.

De repente Dunk sintió náuseas en la boca del estómago.

—Se lo diré, pero no le entregará a ser Bennis —titubeó—. La causa de todo este problema fue la presa. Mi señora, si estuviera dispuesta a desmontarla…

—Imposible —declaró el joven maestre que estaba al lado de lady Rohanne—. El pueblo llano de Fosa Fría es veinte veces más numeroso que el de Tiesa. Su señoría tiene campos de trigo, maíz y cebada que se mueren a causa de la sequía. Tiene media docena de huertos, con manzanos, albaricoqueros y tres tipos de perales. Tiene vacas a punto de parir, y quinientas cabezas de ovejas de morro negro, y cría los mejores caballos del Dominio. Tenemos a una docena de yeguas a punto de alumbrar a sus potrillos.

—También ser Eustace tiene ovejas —dijo Dunk—. En sus campos hay melones y alubias y cebada y…

—¡Se llevaban agua para el foso! —dijo en voz alta Egg.

“Estaba a punto de llegar al foso”, pensó Dunk.

—El foso es esencial para las defensas de Fosa Fría —insistió el maestre—. ¿Sugieren acaso que lady Rohanne se exponga a cualquier ataque en tiempos de tanta incertidumbre?

—Bueno —dijo Dunk con lentitud—, un foso seco sigue siendo un foso. Y mi señora tiene fuertes murallas, con hombres de sobra para defenderlas.

—Ser Duncan —dijo lady Rohanne—, cuando se levantó el dragón negro yo tenía diez años. Le supliqué a mi padre que no se pusiera en peligro o que al menos me dejara a mi esposo. ¿Quién me protegería si se iban mis dos hombres? Entonces me hizo subir con él a la muralla y señaló los puntos fuertes de Fosa Fría. “Mantenlos fuertes”, dijo, “y te protegerán. Si te ocupas de tus defensas, ningún hombre te hará daño”. Lo primero que señaló fue el foso —se acarició la mejilla con la punta de la trenza—. Mi primer esposo pereció en el campo de Hierba Roja. Mi padre me buscó a otros, pero también se los llevó el Desconocido. Ahora ya no me fío de los hombres, por numerosos que parezcan. Me fío de la piedra, del acero y del agua. Me fío de los fosos, ser, y el mío no se secará.

—Está muy bien lo que dijo su padre —contestó Dunk—, pero no le da derecho a apoderarse del agua de Osgrey.

Lady Rohanne se estiró la trenza.

—Supongo que ser Eustace le habrá dicho que el arroyo le pertenece.

—Desde hace mil años —dijo Dunk. Se llama Jaquel. Eso está claro.

—En efecto —uno, dos, tres estirones—. Del mismo modo que el río se llama Mander, aunque hayan pasado mil años desde que los Manderly fueron expulsados de sus orillas. Altojardín sigue siendo Altojardín a pesar de que el último jardinero haya muerto en el Campo de Fuego. Roca Casterly está llena de Lannister y no se encuentra un solo Casterly. El mundo cambia, ser. El Jaquel nace en las colinas de la Herradura, que por lo que sé me pertenecen en toda su extensión. También el agua es mía. Muéstreselo, maestre Cerrick.

El maestre bajó de la tarima. No podía ser mucho mayor que Dunk, pero sus vestiduras grises y su collar de eslabones le prestaban un aire de lúgubre sabiduría en desacuerdo con sus años. Tenía en sus manos un antiguo pergamino.

—Véalo usted mismo, ser —dijo al desenrollarlo y ofrecérselo a Dunk.

“Dunk el necio, más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo.” Dunk volvió a notar que se le ponían rojas las mejillas. Tomó el pergamino con cuidado de manos del maestre y frunció el ceño al contemplar las letras. Todo le resultaba ininteligible, pero conocía el sello de lacre debajo de la rúbrica: el dragón de tres cabezas de la casa Targaryen. “El sello del rey.” Estaba viendo algún tipo de real decreto. Movió la cabeza de un lado a otro para que creyeran que leía.

—Aquí hay una palabra que no entiendo —murmuró al cabo de un momento—. Egg, ven a echar un vistazo, que tu vista es mejor que la mía.

Raudo, el niño acudió a su lado.

—¿Cuál palabra, ser? —Dunk señaló—. ¿Ésta? Ah.

Egg leyó deprisa, miró a Dunk a los ojos y asintió con un pequeño gesto.

“El arroyo es de ella. Tiene un documento.” Dunk tuvo la sensación de haber recibido un puñetazo en la barriga. “El sello del rey, ni más ni menos.”

—Esto… tiene que ser un error. Los hijos del anciano murieron al servicio del rey. ¿Por qué iba a quitarles el arroyo su majestad?

—Si el rey Daeron no hubiera sido tan clemente, también debió quitarle la cabeza.

Por unos instantes Dunk no entendió nada.

—¿Qué quiere decir?

—Quiere decir —respondió el maestre Cerrick— que ser Eustace Osgrey es un rebelde y un traidor.

—Entre el dragón rojo y el negro, ser Eustace optó por el negro, con la esperanza de que un rey Fuegoscuro devolviera a los Osgrey las tierras y castillos perdidos bajo los Targaryen —dijo lady Rohanne—. Lo que más ambicionaba era Fosa Fría. Sus hijos pagaron la traición de su padre con su sangre. Cuando ser Eustace se trajo sus huesos y entregó a su hija como rehén a los hombres del rey, su esposa se arrojó de lo más alto de la atalaya de Tiesa. ¿Se lo había contado ser Eustace? —su sonrisa era triste—. No, ya me lo parecía.

—El dragón negro —“Juramentaste tu espada a un traidor, necio. Has comido el pan de un traidor y has dormido bajo el techo de un rebelde”—. Mi señora —dijo, dando palos de ciego—, el dragón negro… De eso hace quince años. Ahora hablamos del presente, y hay sequía. Aunque en otros tiempos ser Eustace fuera un rebelde, no deja de necesitar agua.

La Viuda Escarlata se levantó y se alisó la falda.

—Pues más le vale rezar por que llueva.

Entonces Dunk recordó las palabras de despedida de Osgrey en el bosque.

—Si no le reconoce ninguna parte del agua por su bien, hágalo por el de su hijo.

—¿Su hijo?

—Addam. Sirvió aquí como paje y escudero de su padre.

La expresión de lady Rohanne se volvió pétrea.

—Acérquese.

A Dunk no se le ocurrió nada más que obedecer. La tarima añadía más de un palmo a la estatura de la dama. Incluso así Dunk aún la dominaba.

—Arrodíllese —dijo ella.

Lo hizo.

La bofetada transmitió toda la fuerza de lady Rohanne, mayor de la que aparentaba. Dunk sintió que le ardía la mejilla. Reconoció en la boca la sangre de un labio partido. Sin embargo, lady Rohanne no le había hecho daño de verdad. Al principio lo único que pudo pensar fue en asirla por aquella larga trenza pelirroja y acomodársela en las rodillas para propinarle una nalgadas, como a un niño que se portó mal. “Entonces chillará y veinte caballeros irrumpirán para matarme.”

—¿Osa apelar a mí en nombre de Addam? —lady Rohanne tenía las fosas nasales muy abiertas—. Lárguese de Fosa Fría, ser. De inmediato.

—No era mi intención…

—Si no lo hace, hallaré un saco lo bastante grande para usted, aunque yo misma deba coserlo. Dígale a ser Eustace que mañana en la mañana me traiga a Bennis del Escudo Pardo. De lo contrario iré yo misma a buscarlo a fuego y espada. ¿Me entendió? ¡A fuego y espada!

El septón Sefton tomó a Dunk del brazo y se lo llevó con rapidez de la sala. Egg los seguía de cerca.

—Ésa fue una gran imprudencia, ser —susurró el grueso septón, mientras los conducía hacia los escalones—. Una grandísima imprudencia. Mencionar a Addam Osgrey…

—Ser Eustace me dijo que lady Rohanne sentía cariño por el muchacho.

—¿Cariño? —El septón resopló con gran enojo—. Estaba enamorada de él, y él de ella. Nunca fueron más allá de uno o dos besos, pero… Fue por Addam por el que mi señora lloró después del campo de Hierba Roja, no por el esposo al que apenas conocía. Culpa a ser Eustace de su muerte, y merecidamente. El niño tenía doce años.

Dunk sabía qué era llevar una herida en el alma. Cada vez que alguien hablaba de Vado Ceniza, pensaba en los tres hombres buenos que habían muerto para salvarle el pie, y nunca dejaba de dolerle.

—Dígale a su señora que no era mi intención ofenderla. Suplíquele que me perdone.

—Haré cuanto pueda, ser —dijo el septón Sefton—, pero usted dígale a ser Eustace que haga comparecer lo antes posible a Bennis ante ella. De lo contrario lo pasará mal, muy mal.

Dunk esperó a que, al oeste, las murallas y torres de Fosa Fría hubieran desaparecido a sus espaldas antes de girarse hacia Egg.

—¿Qué palabras había escritas en el papel? —preguntó.

—Era una concesión de derechos, ser. A lord Wyman Webber, de parte del rey. En pago por sus fieles servicios al final de la rebelión, lord Wyman y sus descendientes recibieron todos los derechos sobre el Jaquel, desde su nacimiento en las colinas de la Herradura hasta las orillas del lago Frondoso. También decía que lord Wyman y sus descendientes tendrían derecho a cazar a su albedrío ciervos rojos, jabalíes y conejos en el bosque Cerradón, y a talar veintitrés árboles al año —el niño carraspeó—. Ahora bien, la concesión sólo era temporal. En el papel se lee que en caso de que ser Eustace fallezca sin heredero varón, Tiesa volverá a la corona y los privilegios de lord Webber se extinguirán.

“Fueron alguaciles de la Frontera Norte durante mil años.”

—Lo único que le dejaron al viejo fue una torre donde morir.

—Y su cabeza —dijo Egg—. Su majestad le dejó la cabeza, ser. Pese a que era un rebelde.

Dunk miró al niño.

—¿Tú se la habrías quitado?

Egg lo meditó.

—A veces, en la corte, servía en el Consejo Privado, y solía haber discusiones sobre el tema. El tío Baelor decía que con enemigos honorables lo mejor era la clemencia. Si un hombre derrotado cree que lo perdonarán, tal vez deje la espada e hinque la rodilla. De lo contrario luchará hasta la muerte y matará a más hombres leales y a más inocentes. En cambio, lord Cuervo de Sangre decía que cuando perdonas a los rebeldes, no haces más que sembrar las semillas de la siguiente rebelión —la voz de Egg delataba sus dudas—. ¿Por qué se levantó ser Eustace contra el rey Daeron? Era un buen rey. Lo dice todo el mundo. Incorporó Dorne al reino y nos granjeó la amistad de sus habitantes.

—Tendrías que preguntárselo a ser Eustace, Egg.

Dunk creía conocer la respuesta, pero no habría sido del agrado del niño. “Quería un castillo con un león en la torre de entrada, pero lo único que consiguió fueron tumbas entre las zarzamoras.” Cuando juramentabas tu espada a un hombre, prometías servirlo y obedecerlo, luchar por él siempre que lo necesitara, sin entrometerte en sus asuntos ni poner en duda sus alianzas… Ser Eustace, sin embargo, le había tomado el pelo. “Dijo que sus hijos murieron luchando por el rey, y me hizo creer que el arroyo era suyo.”

La noche los sorprendió en el bosque Cerradón.

Fue culpa de Dunk. Debió haber tomado el camino más corto de regreso, el mismo que en la ida, pero decidió desviarse hacia el norte para ver de nuevo la presa. Se planteaba intentar deshacerla con sus propias manos, pero ni los Siete ni ser Lucas Tres Varas se mostraron tan serviciales. Al llegar a la presa, Dunk y Egg se la encontraron vigilada por dos ballesteros con insignias de la araña cosidas en sus jubones. Uno de ellos tenía los pies descalzos en el agua robada. Sólo por eso Dunk habría podido estrangularlo con mucho gusto, pero el ballestero los oyó llegar y aprestó el arma con rapidez. Su compañero, aún más veloz, ya tenía el virote a punto. Lo único que hizo Dunk fue mirarlos con ceño amenazador.

A partir de ese momento sólo les quedó volver sobre sus pasos. Dunk no conocía tan bien aquellas tierras como ser Bennis y habría sido humillante perderse en un bosque tan pequeño como el Cerradón. Cuando cruzaron el arroyo, casi se había puesto el sol y ya salían las primeras estrellas, junto con nubes de mosquitos. Entre aquellos árboles altos y negros Egg recuperó el uso de su lengua.

—¿Ser? El septón gordo dijo que mi padre rabia en Refugio Estival.

—Las palabras son aire.

—Mi padre no rabia.

—Pues podría —dijo Dunk—. Tú sí que lo haces.

—Yo no. Ser —Egg frunció el seño—. ¿Acaso lo hago?

—Un poco. Aunque no a menudo. De lo contrario te daría más golpes en la oreja.

—Me diste uno en la entrada del castillo.

—A medias, cuando mucho. El día en que te lo dé completo lo sabrás.

—A ti la Viuda Escarlata te lo dio completo.

Dunk se tocó el labio hinchado.

—Tampoco hace falta que lo digas tan satisfecho —“A tu padre nunca le han dado un golpe en la oreja. Quizá por eso sea como es el príncipe Maekar”—. Cuando el rey convirtió a lord Cuervo de Sangre en su mano, tu señor padre se negó a formar parte de su consejo y se fue de Desembarco del Rey para instalarse en su residencia —le recordó a Egg—. Lleva un año y la mitad de otro en Refugio Estival. ¿Cómo llamas a eso sino rabiar?

—Lo llamo estar enfadado —declaró Egg con solemnidad—. Su alteza debería haber nombrado mano del rey a mi padre. Es su hermano y no hay en todo el reino mejor caudillo en las batallas desde que murió lord Baelor. Lord Cuervo de Sangre ni siquiera es lord de verdad. Se trata de una simple y tonta cortesía. Es un hechicero, y por si fuera poco de baja cuna.

—Bastarda, pero no baja.

Aunque Cuervo de Sangre no fuera un auténtico lord, sí era noble por ambos costados. Su madre había sido una de las muchas amantes del rey Aegon el Indigno. Desde la muerte del anciano rey, los bastardos de Aegon habían sido la cruz de los Siete Reinos. A todos los había legitimado en su lecho de muerte; no sólo a los Grandes Bastardos, como Cuervo de Sangre, Aceroamargo y Daemon Fuegoscuro, hijos de damas, sino a los que había tenido con putas y mozas de taberna, hijas de mercaderes, criadas de comediantes y todas las campesinas guapas que se le ponían a tiro. El lema de la casa Targaryen era “fuego y sangre”, pero Dunk había oído decir a ser Arlan que el de Aegon debía haber sido “báñenla y tráiganmela al lecho”.

—El rey Aegon limpió de bastardía a Cuervo de Sangre —le recordó al muchacho—, igual que al resto.

—El antiguo septón supremo le dijo a mi padre que una cosa son las leyes de los reyes y otra las de los dioses —se empecinó Egg—. Los hijos legítimos se conciben en un lecho conyugal y reciben la bendición del Padre y de la Madre. En cambio los bastardos, dijo, los engendra la lujuria y la debilidad. El rey Aegon decretó que sus bastardos no eran bastardos, pero lo que no podía cambiar era su naturaleza. El septón supremo dijo que todos los bastardos son hijos de la traición: Daemon Fuegoscuro, Aceroamargo e incluso Cuervo de Sangre. Dijo que lord Ríos fue más astuto que los otros dos, pero que al final demostró que él también era un traidor. El septón supremo le aconsejó a mi padre que jamás confiara en él ni en ningún otro bastardo, de alta o baja condición.

“Hijos de la traición”, pensó Dunk. “Hijos de la lujuria y la debilidad. Ninguno es de fiar, ni de alta ni de baja condición.”

—Egg —dijo—, ¿nunca se te ha ocurrido que yo sea bastardo?

—¿Tú, señor? —el niño quedó desconcertado—. No lo eres.

—Podría serlo. No conocí a mi madre ni sé qué fue de ella. Quizá nací demasiado grande y causé su muerte. Lo más probable es que fuera una puta o una moza de taberna. En el Lecho de Pulgas no se encuentra a damas de alta cuna. Y si llegó a casarse con mi padre, ¿qué habrá sido de él? —a Dunk no le gustaba que le recordaran su vida antes de que fuera encontrado por ser Arlan—. En Desembarco del Rey había un tenderete al que le vendía ratas, gatos y palomas para el guiso. El cocinero siempre decía que mi padre debía de ser algún ladrón, algún ratero. “Lo más seguro es que lo haya visto ahorcado”, me decía, “aunque también puede ser que lo enviaran al Muro”. En mis tiempos como escudero de ser Arlan siempre pedía viajar a esas tierras para servir en Invernalia o algún otro castillo del norte. Tenía la idea de que si llegaba al Muro tal vez me encontrara con algún anciano muy alto que se me pareciera. Sin embargo, nunca fuimos. Ser Arlan decía que en el norte no había setos donde dormir y que todos los bosques estaban llenos de lobos —sacudió la cabeza—. En resumidas cuentas, es muy probable que seas el escudero de un bastardo.

Por una vez Egg no tuvo nada que decir. Empezaba a caer la noche. Entre los árboles las luciérnagas se movían despacio y con sus lucecitas parecían estrellas fugaces. También en el cielo había estrellas, más de las que aspiraría a contar un ser humano, aunque llegara a la edad del rey Jaehaerys. Dunk sólo necesitaba levantar la vista para encontrar a viejos amigos: el Semental, la Puerca, la Corona del Rey, el Farol y la Vieja, la Galera, el Fantasma, la Doncella Luna… Al norte, sin embargo, había nubes, y no alcanzó a divisar el ojo azul del Dragón de Hielo, que señalaba en esa dirección.

Ya había salido la luna cuando llegaron a Tiesa, erguida oscuramente en su montaña. Dunk vio que por las ventanas más altas de la torre se filtraba con debilidad una luz amarilla. La mayoría de las noches ser Eustace se acostaba justo después de cenar. Al parecer no era el caso. “Nos está esperando”, supo Dunk.

También Bennis del Escudo Pardo aguardaba despierto. Lo encontraron sentado en los escalones de la torre, mascando hojamarga y afilando su espada a la luz de la luna. Desde muy lejos se oía el lento frotar de la piedra contra el acero. Aunque ser Bennis descuidara su atuendo y su persona, cuidaba bien sus armas.

—Ya vuelve el necio —dijo—. Y yo aquí afilando mi acero para ir a rescatarte de la Viuda Escarlata.

—¿Dónde están los hombres?

—Treb y Wat montan guardia en el tejado, por si la Viuda viene a visitarnos. El resto se fue al catre con el rabo entre las piernas. Les duele hasta el último hueso. Les di trabajo. Al grandote tonto le saqué algo de sangre sólo para enfadarlo. Lucha mejor cuando se enoja —exhibió su sonrisa marrón y roja—. Bonito traes el labio. La próxima vez no busques bajo las piedras. ¿Qué dijo la mujer?

—Piensa quedarse con el agua y también te quiere a ti por haber herido al cavador al lado de la presa.

—Ya me lo imaginaba —Bennis escupió—. Cuántas molestias por un campesino. Debería darme las gracias él a mí. A las mujeres les gustan los hombres con cicatrices.

—Pues entonces no te importará si la viuda te rebana la nariz.

—Y un cuerno. Si la quisiera rebanada lo haría yo mismo —apuntó hacia arriba con el pulgar—. A ser Inútil lo encontrarás en sus aposentos, rumiando lo importante que fue.

En ese momento intervino Egg.

—Luchó para el dragón negro.

Dunk tuvo ganas de darle un golpe, pero el caballero pardo se limitó a reír.

—Pues claro. No hace falta más que verlo. ¿Te parece de los que eligen al bando ganador?

—No más que tú. De lo contrario no estarías aquí, con nosotros —Dunk se giró hacia Egg—. Ocúpate de Trueno y Maestre, y luego reúnete con nosotros.

Cuando Dunk subió por la trampilla, el anciano caballero estaba sentado en camisón junto al hogar, pese a que no había fuego encendido. Tenía en la mano la copa de su padre, pesada, de plata, fabricada antes de la Conquista para algún lord Osgrey. El vaso estaba adornado con un león jaquelado hecho de escamas de jade y oro, aunque faltaban algunas de jade. Al oír los pasos de Dunk el viejo caballero levantó la vista y parpadeó como quien despierta de un sueño.

—Ser Duncan. Has vuelto. ¿Te dio qué pensar el aspecto de Lucas Inchfield?

—No, mi señor. Más bien él fue el que se enojó.

Dunk explicó todo como mejor pudo, aunque omitió la parte de lady Helicent, que lo dejaba como un tonto de remate. También habría omitido lo del bofetón, pero su labio partido estaba el doble de grande de lo normal por la hinchazón y ser Eustace no pudo menos que darse cuenta.

Al hacerlo frunció el cejo.

—Tu labio…

Dunk se lo tocó con cuidado.

—La señora me dio un bofetón.

—¿Te pegó? —ser Eustace abrió la boca y la cerró—. ¿Le pegó a mi emisario, que acudió a ella bajo el león jaquelado? ¿Osó ponerte las manos encima?

—Sólo una, ser. Cuando nos fuimos del castillo ya no sangraba —Dunk cerró el puño—. No quiere su plata, sino a ser Bennis, y no está dispuesta a demoler la presa. Me enseñó un pergamino con un texto y el sello personal del rey. Allí dice que el arroyo es suyo. Y… —vaciló—. Dice que usted… que se había…

—¿…levantado con el dragón negro? —ser Eustace pareció encorvarse—. Me lo temía. Si deseas abandonar mi servicio, no seré yo el que te lo impida.

El anciano caballero contempló su copa. Dunk no habría sabido decir qué miraba.

—Me había dicho que sus hijos murieron luchando por el rey.

—Así fue. El rey legítimo, Daemon Fuegoscuro. El rey que Esgrimió la Espada —al viejo le tembló el bigote—. Los hombres del dragón rojo se hacen llamar lealistas, pero en su tiempo los que elegimos al negro fuimos igual de leales. Ahora, sin embargo… Todos los hombres que marcharon junto a mí para sentar al príncipe Daemon en el Trono de Hierro se han deshecho como el rocío. Tal vez sólo los soñé, aunque lo más probable es que lord Cuervo de Sangre y sus Dientes de Cuervo les hayan metido el miedo en el cuerpo. No pueden haber muerto todos.

Dunk no podía negar que era verdad. Hasta entonces nunca había conocido a ningún hombre que hubiera luchado a favor del Pretendiente. “Pero a alguno tengo que haber conocido. Eran miles. La mitad del reino estaba a favor del dragón rojo y la otra mitad del negro.”

—Ser Arlan siempre decía que ambos bandos lucharon con valentía.

Le parecía que al anciano caballero podía gustarle oírlo.

Ser Eustace sujetaba la copa de vino con ambas manos.

—Si Daemon hubiera pisoteado a Gwayne Corbray… Si en vísperas de la batalla no hubieran dado muerte a Bola de Fuego… Si Hightower y Tarbeck y Oakheart y Butterwell nos hubieran aportado todas sus fuerzas, en vez de intentar tener un pie en cada bando… Si Manfred Lothston hubiera resultado fiel en vez de un traidor… Si las tormentas no hubieran hecho que lord Bracken zarpara con retraso junto a sus ballesteros de Myr… Si no hubieran sorprendido a Dedos Veloces con los huevos de dragón robados… Tantos “si”, ser… De haber cambiado uno solo de ellos, el desenlace habría sido distinto. Entonces se nos llamaría lealistas a nosotros y se recordaría a los dragones rojos como hombres que combatieron en vano para mantener al usurpador Daegon el Espurio en un trono robado.

—Será como usted dice, mi señor —dijo Dunk—, pero las cosas fueron como fueron. Han pasado años y a usted se le perdonó.

—Nos perdonaron, sí. Daeron perdonó a los traidores y rebeldes a condición de que hincáramos la rodilla y le entregáramos a un rehén en prenda de nuestra futura lealtad —el tono de ser Eustace era amargo—. Yo rescaté mi cabeza mediante la vida de mi hija. Alysanne tenía siete años cuando se la llevaron a Desembarco del Rey, y veinte al morir como hermana silenciosa. Una vez fui a verla a Desembarco del Rey y ni siquiera quiso hablar conmigo, su propio padre. La clemencia de un rey es un regalo envenenado. Daeron Targaryen me conservó la vida, pero me arrebató mi orgullo, mis sueños y mi honor —su mano tembló y derramó vino tinto en su regazo. El anciano, sin embargo, no se dio cuenta—. Debería haberme exiliado con Aceroamargo, o muerto junto a mis hijos y mi dulce rey. Habría sido una muerte digna de un león jaquelado, descendiente de tantos señores orgullosos y de tantos grandes guerreros. La misericordia de Daeron me empequeñeció.

“En su corazón no ha llegado a morir el dragón negro”, comprendió Dunk.

—Mi señor…

Era la voz de Egg. El niño había entrado en el momento que ser Eustace hablaba de su muerte. El anciano caballero lo observó parpadeando, como si lo viera por primera vez.

—Dime, muchacho. ¿Qué ocurre?

—Con su permiso… La Viuda Escarlata dice que se rebeló para obtener su castillo. Miente, ¿verdad?

—¿El castillo? —ser Eustace parecía confuso—. Fosa Fría… Sí, Daemon me prometió Fosa Fría, pero… no fue por beneficiarme, no…

—¿Por qué, entonces? —preguntó Egg.

—¿Por qué?

Ser Eustace frunció el ceño.

—¿Por qué fue un traidor, si no era sólo por el castillo?

Miró largo rato a Egg antes de responder.

—Tú sólo eres un niño. No lo entenderías.

—Bueno —dijo Egg—, tal vez sí.

—La traición… no es más que una palabra. Cuando dos príncipes luchan por un asiento que sólo uno de ellos puede ocupar, es necesario que tomen partido tanto los grandes señores como el pueblo llano. Al final de la batalla se ensalzará a los vencedores como hombres leales y de palabra, mientras que a los derrotados se les conocerá para siempre como rebeldes y traidores. Tal fue mi destino.

Egg lo meditó a conciencia.

—Sí, mi señor, pero… el rey Daeron era un buen hombre. ¿Por qué eligió a Daemon?

—Daeron… —la lengua de ser Eustace casi se trabó al pronunciarlo. Dunk se dio cuenta de que estaba medio borracho—. Daeron era un hombre esmirriado, de hombros caídos, con una barriguita que se balanceaba al caminar. Daemon tenía porte, orgullo y una barriga lisa y dura como un escudo de roble. Además sabía combatir. Con el hacha o la lanza o el mangual, no cedía ante ningún caballero que hayan visto mis ojos; con la espada, sin embargo, era el Guerrero personificado. Cuando el príncipe Daemon tenía en sus manos Fuego Oscuro, no había quién lo igualara. Ni Ulrick Dayne con Albor ni tan siquiera el Caballero Dragón con Hermana Oscura.

”A un hombre lo conocerás por sus amigos, Egg. Daeron se rodeaba de maestres, septones y bardos. Siempre le susurraban mujeres al oído y su corte estaba llena de dornienses. ¿Cómo no iba a ser así, si había metido en su lecho a mujeres de Dorne y vendido a su propia y dulce hermana al príncipe de Dorne, aunque ella estuviera enamorada de Daemon? Daeron llevaba el mismo nombre que el Joven Dragón, pero cuando su esposa dorniense le dio un hijo, él puso al niño el nombre de Baelor, en honor al rey más débil que se haya sentado jamás en el Trono de Hierro.

”En cambio Daemon… Daemon no era más piadoso de lo necesario en un rey y a él acudían todos los grandes caballeros del reino. A lord Cuervo de Sangre le convendría que sus nombres quedaran olvidados y por eso nos prohibió cantar sobre ellos, pero yo sí me acuerdo. Robb Reyne, Gareth el Gris, ser Aubrey Ambrose, lord Gormon Peake, Byren Flores el Negro, Colmillo Rojo, Bola de Fuego… ¡Aceroamargo! Te pregunto: ¿ha habido alguna vez tan noble compañía, semejante lista de héroes?

”¿Por qué, muchacho? ¿Me preguntas por qué? Porque Daemon era el mejor. También el viejo rey se daba cuenta. La espada se la entregó a Daemon. Fuego Oscuro, la espada de Aegon el Conquistador, la hoja que habían empuñado todos los reyes Targaryen desde la Conquista… esa espada la puso en manos de Daemon el día en que lo armó caballero, cuando era un niño de diez años.”

—Dice mi padre que fue porque Daemon era espadachín, cosa que nunca fue Daeron —observó Egg—. ¿Qué sentido tiene darle un caballo a un hombre que no sabe montar? Dice que la espada no era el reino.

La mano del anciano caballero sufrió tal sacudida que se le derramó el vino de la copa.

—Tu padre es un necio.

—No lo es —dijo el niño.

La cara de Osgrey se crispó de rabia.

—Me hiciste una pregunta y yo la respondí, pero no pienso tolerar impertinencias. Ser Duncan, deberías golpear más a menudo a este niño. Su cortesía deja mucho que desear. Si es necesario que lo haga yo mismo, lo haré…

—No —lo interrumpió Dunk—, no lo hará. Ser… —se había decidido—. Es de noche. Nos iremos al alba.

Ser Eustace se le quedó mirando, acongojado.

—¿Se van?

—De Tiesa. Y de su servicio.

“Nos mintió, y diga lo que diga no tuvo nada de honroso.” Se desabrochó la capa, la enrolló y la depositó sobre las piernas del anciano.

Osgrey entornó los ojos.

—¿Les ofreció ella que entren a su servicio? ¿Me abandonan por el lecho de esa puta?

—No sé si sea una puta —dijo Dunk—, o una bruja o una envenenadora, o ninguna de las tres cosas, pero poco importa. Volvemos a los caminos, no a Fosa Fría.

—Quieren decir a las zanjas. Me abandonan para merodear como lobos por los bosques, y atacar en los caminos a personas honradas —a ser Eustace le temblaban las manos. Se le cayó la copa de entre los dedos y rodó por el suelo, salpicando vino—. Lárguense, pues. Lárguense. No quiero saber más de ustedes. No debería haberlos aceptado a mi servicio. ¡ Lárguense!

—Como diga, ser.

Dunk hizo señas a Egg, que lo siguió.

Dunk quiso pasar la última noche lo más lejos posible de Eustace Osgrey, así que durmieron abajo, en la bodega, entre los demás integrantes de la magra hueste de Tiesa. Fue una noche accidentada. Tanto Lem como Pate, el de los ojos rojos, roncaban, el uno con fuerza y el otro con constancia. La bodega estaba llena de húmedos vapores que subían por la trampilla. Dunk no dejaba de dar vueltas en el áspero camastro, y cuando más profundamente dormía se despertaba de golpe en la oscuridad. Lo escocían mucho las picaduras recibidas en el bosque. También en la paja había pulgas. “En buena hora me iré de este sitio, del viejo, de ser Bennis y de los demás.” Tal vez fuera el momento de llevar de nuevo a Egg a Refugio Estival, para que viera a su padre. Se lo preguntaría al niño por la mañana, cuando ya estuvieran lejos.

La mañana, sin embargo, parecía muy lejana. Dunk tenía llena la cabeza de dragones, rojos y negros… de leones jaquelados, viejos escudos, botas gastadas… de arroyos y fosos y presas y papeles con el gran sello del rey, que no podía leer.

También estaba ella, la Viuda Escarlata, Rohanne de Fosa Fría. Veía su cara pecosa, sus brazos esbeltos y su larga trenza roja, y se sentía culpable. “Debería estar soñando con Tanselle. Tanselle la Giganta, la llamaban, aunque para mí no era demasiado alta.”

Le había pintado un emblema en su escudo y él la había salvado del Príncipe Brillante, pero Tanselle había desaparecido antes del juicio de siete. “No soportaba verme morir”, se decía Dunk a menudo, pero ¿qué sabía él? Era más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo. Lo demostraba el mero hecho de que pensara en la Viuda Escarlata. “Tanselle me sonreía, pero nunca nos abrazamos; nunca nos besamos, ni siquiera en la mejilla.” Al menos Rohanne lo había tocado. Podía demostrarlo al mostrar su labio hinchado. “No seas bobo. No es para alguien como tú. Es demasiado menuda, inteligente y peligrosa.”

Por fin concilió el sueño y soñó. Corría por un claro, en el bosque Cerradón. Corría hacia Rohanne, que disparaba flechas contra él. Las saetas, infalibles, se clavaban siempre en el pecho de Dunk, pero había una extraña dulzura en el dolor. Debería haber dado media vuelta y salir huyendo. Lo que hacía, sin embargo, era correr hacia ella, con lentitud, como se corre siempre en sueños, como si el aire se hubiera vuelto miel. Llegó otra flecha, y luego otra. Parecía que nunca se acabaran en el carcaj. Los ojos de Rohanne eran grises y verdes y llenos de picardía.

“Su vestido realza el color de sus ojos”, quería decirle Dunk, pero ella no llevaba vestido. De hecho no llevaba ropa. Sus pequeños senos estaban salpicados de pequeñas pecas y sus pezones eran rojos y duros como bayas. Erizado de flechas que lo asemejaban a un puercoespín gigante, Dunk daba tumbos hasta llegar a los pies de ella, pero encontraba las fuerzas necesarias para aferrarse a su trenza. La hacía caer sobre él mediante un fuerte estirón y le daba un beso.

Se despertó de golpe al oír un grito.

En la oscuridad de la bodega todo era confusión. Se oían palabrotas y lamentos. Los hombres tropezaban los unos con los otros al buscar a tientas sus lanzas o sus pantalones. Nadie sabía qué pasaba. Egg encontró la vela de sebo y la encendió para echar algo de luz en la escena. El primero en subir por la escalera fue Dunk, que estuvo a punto de chocar con Sam Encorvado, el cual bajaba a toda prisa, resoplando como fuelle y farfullando incoherencias. Dunk tuvo que sujetarlo por los hombros para que no se cayera.

—¿Qué pasa, Sam?

—El cielo —gimoteó el viejo—. ¡El cielo!

Al no sacarle nada con sentido, todos subieron al tejado a mirar. Ser Eustace, que se les había anticipado, estaba en camisón junto al parapeto, con la mirada perdida en la distancia.

Amanecía en el oeste.

Dunk tardó un buen rato en darse cuenta de lo que significaba.

—Se está quemando el bosque Cerradón —dijo en voz baja.

En la base de la torre se oyeron las imprecaciones de Bennis, una retahíla de vulgaridades tan soeces que hasta Aegon el Indigno se habría sonrojado. Sam Encorvado empezó a rezar.

Estaban demasiado lejos para avistar las llamas, pero el rojo resplandor invadía la mitad del oeste del horizonte y encima de la luz desaparecían las estrellas.

La Corona del Rey ya había quedado oculta tras el velo del humo que subía.

“A fuego y espada, dijo ella.”

El incendio se prolongó hasta la mañana. Aquella noche nadie durmió en Tiesa. No tardaron mucho en oler el humo y ver bailar las llamas a lo lejos, como chicas con faldas rojas. Todos se preguntaban si llegaría hasta ellos el fuego. Dunk, con los ojos irritados junto al parapeto, estaba atento por si venían jinetes durante la noche.

—Bennis —dijo cuando subió el caballero pardo, mascando su hojamarga—, a quien quiere ella es a ti. Quizá sea mejor que te vayas.

—¿Huir yo? —rebuznó Bennis—. ¿Con mi caballo? Para eso intento escaparme en uno de esos pollos de los demonios.

—Pues entonces ríndete. Sólo te cortará la nariz.

—Mi nariz me gusta como está, necio. Que intente atraparme y hablaremos de cortar.

Se sentó con las piernas cruzadas en el suelo y la espalda apoyada en una almena, y sacó de su zurrón una piedra de afilar para su espada. Ser Eustace estaba a su lado, de pie. Hablaron en voz baja sobre cómo guerrear.

—Tres Varas nos esperará en la presa —oyó decir Dunk al anciano caballero—, así que en vez de eso le quemaremos a ella las cosechas. Fuego por fuego.

A ser Bennis le pareció perfecto, con la salvedad de que acaso les conviniera prender también fuego al molino de la viuda.

—Queda a seis leguas por detrás del castillo. Allá Tres Varas no nos buscará. Quememos el molino y matemos al molinero. Será un duro golpe para ella.

Egg también escuchaba. Tosió y miró a Dunk con los ojos muy abiertos y muy blancos.

—Ser, debe detenerlos.

—¿Cómo? —preguntó Dunk. “Ya los detendrá la Viuda Escarlata, y Lucas Tres Varas”—. Son simples bravuconadas, Egg. De lo contrario se mearían en los pantalones. Además, ahora no nos va ni nos viene.

El alba trajo un cielo gris y turbio, y un aire que irritaba los ojos. La intención de Dunk era salir temprano, pero después de casi toda una noche sin dormir no sabía hasta dónde llegarían. Desayunó huevos revueltos, al igual que Egg, mientras Bennis reanudaba la instrucción del grupo. “Son hombres de Osgrey, y nosotros no”, se dijo Dunk. Se comió cuatro huevos. A su modo de ver, era lo mínimo que le debía ser Eustace. Egg se comió dos. Los acompañaron con cerveza.

—Podríamos ir a Isla Bella, ser —dijo el niño mientras recogían sus pertenencias—. Si sufren incursiones de los hombres del Hierro, es posible que lord Farman esté buscando espadas.

Era buena idea.

—¿Has estado alguna vez en Isla Bella?

—No, ser —dijo Egg—, pero dicen que es bella. También es bella la residencia de lord Farman. Se llama Torre la Bella.

Dunk se rio.

—Pues a Torre la Bella se ha dicho —parecía que le hubieran quitado un gran peso de encima—. Me ocuparé de los caballos —dijo, tras haber hecho un fardo con su armadura y atarlo con cuerda de cáñamo—. Tú ve al tejado y baja nuestras esterillas, escudero —si algo quería evitar esa mañana era otra discusión con el león jaquelado—. Si ves a ser Eustace, no lo molestes.

—Así lo haré, señor.

Fuera, Bennis había hecho formar a sus reclutas con sus lanzas y escudos e intentaba enseñarles a avanzar al unísono. El caballero pardo no prestó la menor atención a Dunk cuando éste cruzó el patio. “Los llevará a todos a la muerte. La Viuda Escarlata puede aparecer en cualquier momento.” Egg irrumpió por la puerta de la torre y bajó en forma ruidosa con sus esterillas por los escalones de madera. Más arriba, en el balcón, ser Eustace tenía las manos apoyadas en el parapeto. Al mirar muy tieso a Dunk, le tembló el bigote y se giró con rapidez. El aire estaba opaco por el humo.

Bennis llevaba su escudo a la espalda: un largo escudo cometa de madera sin pintar, oscurecido por innumerables capas de viejo barniz y con refuerzos de hierro en toda la superficie. No llevaba blasón, sólo un bulto en el centro que a Dunk le recordaba un gran ojo cerrado. “Igual de ciego que él.”

—¿Cómo piensas enfrentarte a ella? —preguntó.

Ser Bennis, rezumando hojamarga roja entre los labios, miró a sus soldados.

—Con tan pocas lanzas no podemos defender la montaña. Tendrá que ser la torre. Nos refugiaremos dentro —la señaló con la cabeza—. Sólo hay una entrada. Si levantamos la escalera de madera, les será imposible llegar hasta nosotros.

—Hasta que se fabriquen su propia escalera. Es posible que también traigan cuerdas y rezones y los invadan por el tejado. A menos que se limiten a permanecer a distancia con sus ballestas y los llenen de virotes mientras intentan guardar la puerta.

Los Melones, Alubias y Cebadas oyeron sus palabras. Sus bravatas se las había llevado el viento, aunque no soplara. Se aferraban a sus palos afilados mirando a Dunk y Bennis, y mirándose entre ellos.

—De nada te servirán estos hombres —dijo Dunk, señalando con la cabeza el lastimoso ejército de Osgrey—. Si los dejas a campo abierto, los caballeros de la Viuda Escarlata los harán picadillo, y dentro de la torre no les servirán de nada las lanzas.

—Pueden tirar cosas del tejado —dijo Bennis—. Treb es un experto en lanzar piedras.

—Supongo que una o dos podría tirarlas —dijo Dunk—, hasta que uno de los ballesteros de la Viuda lo atraviese.

—Ser… —Egg estaba al lado de Dunk—. Ser, si hay que irse mejor que sea ahora. No vaya a venir la Viuda.

El niño tenía razón. “Si nos entretenemos quedaremos atrapados.” A pesar de todo Dunk seguía vacilante.

—Deja que se vayan, Bennis.

—¡Cómo! ¿Perder a estos mozos tan valientes? —Bennis miró a los campesinos y rebuznó de risa—. Nada de ocurrencias —les advirtió—. Al que intente huir lo destripo.

—Inténtalo y yo te destriparé a ti —Dunk desenvainó la espada—. Márchense todos a sus casas —les dijo a los campesinos—. Vuelvan a sus aldeas y vean si sus casas y cosechas se salvaron del fuego.

Nadie se movió. El caballero pardo miraba con fijeza a Dunk, moviendo la boca. Dunk no le hizo caso.

—Márchense —repitió a los campesinos. Era como si algún dios hubiera puesto la palabra en su boca. “El Guerrero no. ¿Habrá un dios de los tontos?”—. ¡MÁRCHENSE! —repitió a todo pulmón—. Llévense sus lanzas y escudos, pero márchense o no vivirán un día más. ¿Quieren volver a besar a sus mujeres? ¿Abrazar a sus hijos? ¡Márchense a casa! ¿Acaso todos se quedaron sordos?

No. Entre los pollos se armó la desbandada. Rob el Grande pisó una gallina al salir huyendo y Pate estuvo a menos de un palmo de destripar a Will Alubia al tropezarse con su propia lanza, pero al final se alejaron corriendo. Por un lado iban los Melones, por otro los Alubias y por un tercero los Cebadas. Ser Eustace gritaba desde arriba, pero nadie le hacía caso. “Para lo que les dice él sí que son sordos”, pensó Dunk.

Cuando el anciano caballero salió de su atalaya y bajó a toda prisa por los escalones, entre las gallinas sólo quedaban Dunk, Egg y Bennis.

—¡Regresen! —gritó ser Eustace a sus hombres, mientras huían a toda velocidad—. No tienen mi permiso para partir. ¡No tienen mi permiso!

—Es inútil, mi señor —dijo Bennis—. Se han marchado.

Ser Eustace la tomó contra Dunk con un temblor de rabia en el bigote.

—No tenías ningún derecho a decirles que se fueran. ¡Ningún derecho! Yo les dije que no lo hicieran. Se los prohibí. A ti te prohibí despedirlos.

—No lo escuchamos, mi señor —Egg se quitó el sombrero para alejar el humo—. Las gallinas cacareaban demasiado fuerte.

El anciano se dejó caer en el primer escalón de Tiesa.

—¿Qué les ofreció esa mujer a cambio de que me entreguen? —preguntó con voz sombría a Dunk—. ¿Cuánto oro les dio por traicionarme, hacer que se vayan mis muchachos y dejarme aquí solo?

—No está solo, mi señor —Dunk se envainó la espada—. Yo he dormido bajo su techo y esta mañana comí sus huevos. Todavía le debo algún servicio. No pienso escabullirme con la cola entre las piernas. Aquí sigue mi espada.

Se tocó el cinto.

—Una espada —el anciano caballero se levantó despacio—. ¿Qué puede hacer una sola espada contra esa mujer?

—Para empezar, lo posible para que no entre en sus tierras.

Ya le habría gustado a Dunk sentirse tan seguro como parecía por su tono.

Cada vez que el anciano caballero respiraba, el bigote le temblaba.

—Sí —dijo al fin—. Más vale ser audaz que esconderse tras los muros de piedra. Mejor morir león que conejo. Durante mil años fuimos alguaciles de la Frontera Norte. Necesito mi armadura.

Empezó a subir.

Egg miraba a Dunk.

—No sabía que tuvieras cola, ser —dijo.

—¿Quieres un golpe en la oreja?

—No, ser. ¿Tú quieres tu armadura?

—Sí —dijo Dunk—, y otra cosa.

Se habló de que ser Bennis los acompañara, pero al final ser Eustace le ordenó quedarse y custodiar la torre. De poco serviría su espada en una situación de tanta desventaja como la que era probable que encontraran. Además, la Viuda se habría enfurecido aún más al verlo.

No hicieron falta grandes esfuerzos para convencer al caballero pardo. Dunk lo ayudó a desprender las clavijas de hierro que mantenían la escalera en su lugar. Bennis subió, desató la vieja cuerda gris de cáñamo y la estiró con todas sus fuerzas. La escalera de madera rechinó y crujió al subir, hasta dejar tres metros de aire entre el primer peldaño de piedra y la única entrada de la torre. Sam Encorvado y su mujer ya estaban dentro. Las gallinas tendrían que valerse por sí mismas. Abajo, montado en su caballo gris, ser Eustace levantó la voz.

—Si al anochecer no hemos vuelto…

—Cabalgaré a Altojardín , mi señor, y le diré a lord Tyrell que esa mujer quemó su bosque y lo asesinó.

Dunk siguió a Egg y Maestre por la ladera. Detrás iba el anciano, haciendo un suave ruido de metal con su armadura. Por una vez se levantaba el viento. Dunk oyó chasquear su capa.

En el emplazamiento del bosque Cerradón encontraron un páramo cubierto de humo. Para cuando llegaron el incendio casi se había apagado por sí solo, pero aún quedaban partes que se quemaban, islas de fuego en un mar de ceniza. El resto eran troncos de árboles quemados que se elevaban hacia el cielo como lanzas renegridas. Otros árboles se habían desplomado y yacían sobre el camino de poniente con las ramas chamuscadas y rotas, mientras en sus huecos corazones los rescoldos ardían sordamente. También en el suelo del bosque había partes calientes y otras sobre las que flotaba el humo como una bruma gris y caliente. Ser Eustace sufrió un ataque de tos y por unos instantes Dunk temió que se vieran obligados a regresar, pero se le pasó.

Observaron los restos de un ciervo rojo y más tarde quizá los de un tejón. No había nada vivo, a excepción de las moscas, al parecer capaces de sobrevivir a todo.

—Así debía de ser el Campo de Fuego —dijo ser Eustace—. Fue donde empezaron nuestros males, hace doscientos años. En aquel campo pereció el último de los reyes verdes, rodeado por lo más granado del Dominio. Mi padre decía que el fuegodragón ardía de tal modo que se les derritieron las espadas en las manos. Más tarde recogieron las hojas y las usaron para fabricar el Trono de Hierro. Altojardín pasó de reyes a mayordomos, y los Osgrey declinaron hasta que los alguaciles de la Frontera Norte se vieron reducidos a caballeros con tierras, vasallos de los Rowan.

Como Dunk no tenía nada que decir, cabalgaron un rato en silencio hasta que ser Eustace tosió.

—Ser Duncan —dijo—, ¿recuerdas la historia que te conté?

—Tal vez, ser —dijo Dunk—. ¿Cuál?

—La del Pequeño León.

—Sí, me acuerdo. Era el menor de cinco hijos.

—Muy bien —otra tos—. Cuando dio muerte a Lancel Lannister, los hombres del oriente dieron media vuelta. Sin el rey no había guerra. ¿Entiendes lo que digo?

—Sí —dijo Dunk de mala gana.

“¿Podría yo matar a una mujer?” Por una vez deseó ser en verdad más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo. “No hay que llegar hasta ese extremo. No puedo permitirlo.”

En el cruce entre el camino de poniente y el Jaquel quedaban algunos árboles en pie, con un lado del tronco chamuscado y negruzco. Justo detrás brillaba, oscura, el agua. “Azul y verde”, pensó Dunk, “pero ya no queda oro”. El humo había velado el sol.

Ser Eustace se detuvo al llegar al borde del agua.

—Hice un voto sagrado. No cruzaré el arroyo. No mientras las tierras del otro lado sean de ella.

El anciano caballero llevaba armadura y malla bajo su sobreveste amarillenta, y una espada al cinto.

—¿Y si no viene, ser? —preguntó Egg.

“A fuego y espada”, pensó Dunk.

—Vendrá.

Vino, y en menos de una hora. Primero oyeron los caballos y después un susurro metálico de armaduras, cada vez más intenso. Con el humo era difícil saber a qué distancia estaban, hasta que el portaestandarte perforó la gris y deshilachada cortina. El remate del asta era una araña de hierro pintada de blanco y rojo, bajo la que pendía con flacidez el estandarte negro de los Webber. Se detuvo en la orilla al verlos del otro lado. En un abrir y cerrar de ojos apareció ser Lucas Inchfield cubierto de los pies a la cabeza por una armadura.

Sólo entonces apareció lady Rohanne montada en una yegua negra azabache con hilos de seda plateada, como si estuviera cubierta por una telaraña. Del mismo material era la capa de la Viuda, que fluía de sus hombros y muñecas con la ligereza del aire. También ella llevaba una armadura, en su caso hecha con escamas de esmalte verde y engastes de oro y plata. Ceñida a su cuerpo como un guante, la hacía parecer vestida de hojas de verano. Su larga trenza roja colgaba a su espalda y oscilaba con los movimientos del caballo. Acompañaba a la Viuda el septón Sefton, con la cara roja, a lomos de un gran caballo gris. Al otro lado estaba el joven maestre Cerrick, montado en una mula.

Llegaron caballeros hasta completar media docena, con sus correspondientes escuderos. La retaguardia la formaba una columna de ballesteros a caballo, que se abrió hacia ambos lados del camino al llegar al Jaquel y ver que Dunk los esperaba al otro lado. En total había treinta y tres hombres de armas, sin contar al septón, el maestre y la propia Viuda. Uno de los caballeros llamó la atención de Dunk: un hombre calvo, ancho, achaparrado, de rostro iracundo y aquejado de bocio.

La Viuda Negra acercó su yegua al agua.

—Ser Eustace, ser Duncan —dijo en voz alta por encima del río—, esta noche hemos visto arder su fuego.

—¿Visto? —contestó ser Eustace con todas sus fuerzas—. Lo han visto, sí… después de provocarlo.

—Ruin acusación.

—Para un acto ruin.

—Esta noche me hallaba dormida en mi lecho, rodeada por mis damas. Me despertaron los gritos desde las murallas, como a casi todo el mundo. Había viejos que subían a las torres por escaleras empinadas y bebés de pecho que lloraban de miedo al ver la luz roja. Es lo único que sé de su fuego.

—Suyo, querrá decir, señora —insistió ser Eustace—. Mi bosque se perdió. ¡Digo bien: se perdió!

El septón Sefton carraspeó.

—Ser Eustace —dijo con voz sonora—, también en el bosque Real hay fuego, y aun en la selva. La sequía ha convertido en yesca todos nuestros bosques.

Lady Rohanne levantó una mano y señaló.

—Mire mis campos, Osgrey. Vea lo secos que están. Muy tonta tendría que ser para haber provocado un incendio. Si hubiera cambiado la dirección del viento, las llamas podrían haber cruzado el arroyo y quemado la mitad de mis cosechas.

—¿Podrían? —exclamó ser Eustace—. El que se quemó fue mi bosque, y usted es la que le prendió fuego. ¡De seguro hizo levantarse el viento con algún conjuro de bruja, del mismo modo que usó sus oscuras artes para asesinar a sus esposos y hermanos!

La expresión de lady Rohanne se endureció. Era la misma mirada que vio Dunk en Fosa Fría justo antes de la bofetada.

—Basta de cháchara —le dijo al anciano—. No malgastaré más palabras con usted, ser. Entregue a Bennis del Escudo Pardo o iremos a buscarlo.

—No lo harán —declaró ser Eustace con tono ampuloso—. Eso jamás —le tembló el bigote—. No se acerquen más. Este lado del arroyo es mío, y aquí no es bienvenida. De mí no recibirá hospitalidad alguna. Nada de pan ni de sal. Ni siquiera sombra y agua. Viene como intrusa. Le prohíbo poner el pie en tierras de Osgrey.

Lady Rohanne se pasó la trenza por el hombro.

—Ser Lucas —fueron sus únicas palabras.

En respuesta a un gesto de Tres Varas, los ballesteros desmontaron, prepararon los resortes de sus armas y sacaron virotes de sus carcajs.

—Y bien, ser —preguntó en voz alta la dama una vez que todas las ballestas se encontraron a punto —, ¿qué me había prohibido?

Dunk ya había oído suficiente.

—Si cruzan el arroyo sin permiso, estarán infringiendo la paz del rey.

El septón Sefton hizo avanzar un paso a su caballo.

—El rey no lo sabrá ni le importará —dijo—. Todos somos hijos de la Madre, ser. Apártense, en nombre de ella.

Dunk frunció el ceño.

—De dioses no sé mucho, septón… ¿pero no somos también hijos del Guerrero? —se pasó una mano por la nuca—. Si intentan cruzar los detendré.

Ser Lucas Tres Varas se rio.

—Vea, mi señora: un caballero errante con ganas de ser un puercoespín —le dijo a la Viuda Escarlata—. Con sólo una palabra suya lo atravesaremos con una docena de virotes. A esta distancia penetrarán en la armadura como si estuviera hecha de saliva.

—No. Todavía no, ser —lady Rohanne estudió a Dunk desde la otra orilla—. Son dos hombres y un niño. Nosotros, treinta y cinco. ¿Cómo se proponen impedir que crucemos?

—Pues… —dijo Dunk—. Se lo diré, pero sólo a usted.

—Como guste —lady Rohanne clavó los talones en su yegua y la hizo meterse en el arroyo. Frenó cuando el agua llegó a la panza del animal y permaneció a la espera—. Aquí me tiene. Acérquese, ser. Prometo no meterlo en un saco.

Ser Eustace asió a Dunk por el brazo antes de que contestara.

—Vaya con ella —dijo el anciano caballero—, pero recuerde al Pequeño León.

—Como diga, mi señor —Dunk se metió con Trueno en el agua y llegó hasta lady Rohanne—. Mi señora…

—Ser Duncan… —ella levantó una mano y le tocó el labio hinchado con dos dedos—. ¿Hice yo esto, ser?

—Últimamente no me ha abofeteado nadie más, mi señora.

—Pues hice mal. Fue una falta a la hospitalidad. Ya me regañó el buen septón —miró a ser Eustace por encima del agua—. Apenas me acuerdo de Addam. Hace de ello más de la mitad de mi vida. Lo que sí recuerdo es que lo amaba. De ninguno de los otros estuve enamorada.

—Su padre lo puso entre las zarzamoras, con sus hermanos —dijo Dunk—. Le gustaban mucho las zarzamoras.

—Me acuerdo. Iba a buscarlas para mí y nos las comíamos en un cuenco de nata.

—El rey perdonó al anciano por Daemon —dijo Dunk—. Ya va siendo hora de que lo perdone usted por Addam.

—Entrégueme a Bennis y lo pensaré.

—No soy yo el que puede hacerlo.

Lady Rohanne suspiró.

—De buen grado me abstendría de matarlo.

—De buen grado seguiría yo con vida.

—Pues entrégueme a Bennis. Le cortaremos la nariz, se lo devolveremos y no habrá más que hablar.

—Al contrario —dijo Dunk—. Quedan por resolver la presa y el incendio. ¿Nos entregará usted a los que lo provocaron?

—En aquel bosque había luciérnagas —dijo ella—. Es posible que lo incendiaran con sus pequeñas linternas.

—Basta de bromas, mi señora —advirtió Dunk—. No es momento para ellas. Derribe la presa y permita que ser Eustace tenga agua en compensación por el bosque. Es justo, ¿no le parece?

—Quizá lo fuera si el bosque lo hubiera quemado yo, cosa que no hice. Estaba en Fosa Fría, durmiendo en mi lecho con tranquilidad —lady Rohanne miró el agua—. ¿Qué nos impide cruzar el arroyo sin más? ¿Acaso distribuyeron abrojos por las rocas? ¿O escondieron arqueros entre la ceniza? Explíqueme qué cree que nos detendrá.

—Yo —Dunk se quitó un guantelete—. En el Lecho de Pulgas siempre fui más alto y fuerte que los otros niños, y por eso solía pegarles unas palizas tremendas y robarles. El viejo me enseñó a no hacerlo. Decía que estaba mal. Además, a veces los niños pequeños tienen hermanos mayores y altos. Mire esto.

Dunk se quitó el anillo del dedo y se lo tendió a lady Rohanne, que tuvo que soltar su trenza para tomarlo.

—¿Oro? —dijo al notar el peso—. ¿Qué es, ser? —lo giró entre sus manos—. Un sello. Oro y ónice —la mirada de sus ojos verdes se aguzó al estudiar el sello—. ¿Dónde lo encontró, ser?

—En una bota. Envuelto en unos trapos y metido en la punta.

Los dedos de lady Rohanne se cerraron alrededor del anillo. Miró a Egg y al anciano ser Eustace.

—Corre un gran riesgo al mostrarme este anillo, ser, pero ¿en qué nos aprovecha? Si les doy a mis hombres la orden de cruzar…

—Bueno —dijo Dunk—, entonces yo tendría que luchar.

—Y morir.

—Es muy probable. Entonces Egg regresaría a su lugar de procedencia y explicaría lo ocurrido aquí.

—No si también muere.

—No creo que mate a un niño de diez años —dijo Dunk con la esperanza de tener razón—. A éste seguro que no. Como bien dice, ha venido con treinta y tres hombres, y los hombres hablan. Sobre todo aquél tan gordo. Por muy profundas que cave las tumbas, se correría la voz, y entonces… pues tal vez la picadura de una araña moteada mate a un león, pero un dragón es fiera muy distinta.

—Del dragón preferiría ser amiga —lady Rohanne se probó el anillo. Hasta en el pulgar le quedaba grande—. De todos modos, dragones al margen, debo tener a Bennis del Escudo Pardo.

—No.

—Es tozudo de punta a punta de sus cinco codos.

—Y un dedo.

Le devolvió al anillo a Dunk.

—No puedo volver a Fosa Fría con las manos vacías. Dirán que la Viuda Escarlata ya no pica, que ha sido demasiado débil para hacer justicia, que no ha sabido proteger al pueblo llano… No lo entiende, ser.

—Tal vez sí —“Mas de lo que se cree”—. Recuerdo que una vez un pequeño señor de las tierras de la tormenta tomó a su servicio a ser Arlan para que lo ayudara a combatir contra otro pequeño señor. Cuando le pregunté al viejo por qué luchaban, contestó: “Por nada, muchacho. Es para ver quién mea más lejos”.

Lady Rohanne lo miró escandalizada, pero en un abrir y cerrar de ojos se le escapó una sonrisa.

—A lo largo de mi vida he oído mil zalamerías vacuas, pero usted es el primer caballero que usa el verbo mear en mi presencia —su rostro pecoso se volvió más serio—. Con esos concursos de meadas los señores juzgan mutuamente sus fuerzas, y ay del que muestre alguna flaqueza… Las mujeres, si pretenden gobernar, están obligadas a mear con el doble de fuerza. Y si da la casualidad de que son menudas… Lord Stackhouse codicia mis colinas de la Herradura, ser Clifford Conklyn reclama desde hace tiempo el lago Frondoso, los siniestros Durwell viven de robar ganado… y yo, bajo mi propio techo, tengo a Tres Varas. Siempre me despierto pensando si será el día en que se case conmigo a la fuerza —crispó los dedos en torno a su trenza como si estuviera a punto de caerse de un precipicio y la trenza fuera una cuerda—. Sé que él lo desea. Se contiene por temor a mis iras, del mismo modo que Conklyn, Stackhouse y los Durwell se andan con cuidado en lo referente a la Viuda Escarlata, pero si alguno de ellos considerara por un solo instante que me he vuelto débil y blanda…

Dunk volvió a ponerse el anillo y desenfundó su daga.

La viuda abrió mucho los ojos al ver el acero desnudo.

—¿Qué hace? —dijo—. ¿Ha perdido el juicio? Le apunta una docena de ballestas.

—Quería sangre por sangre —apoyó la daga en su mejilla—. Le informaron mal. No fue Bennis el que le hizo el corte al cavador, sino yo —presionó el borde del acero contra su rostro y cortó hacia abajo. Cuando sacudió la sangre de la daga, algunas gotas cayeron en el rostro de lady Rohanne. “Más pecas”, pensó Dunk—. Bueno, queda saldada la deuda con la Viuda Escarlata. Mejilla por mejilla.

—Está loco —el humo había llenado de lágrimas los ojos de lady Rohanne—. Si fuera de mejor cuna me casaría con usted.

—Sí, mi señora; y si los cerdos tuvieran alas y escamas, y respiraran fuego, serían como dragones —Dunk volvió a enfundarse la daga. Había empezado a dolerle la cara. La sangre que corría por su mejilla goteaba en su gorjal. Al olerla, Trueno resopló y piafó en el agua—. Entrégueme a los que incendiaron el bosque.

—Nadie incendió el bosque —dijo ella—, pero si lo hubiera hecho alguno de mis hombres habría sido para complacerme. ¿Cómo podría entregarle a un hombre así? —miró a su escolta—. Lo mejor sería que ser Eustace retire su acusación.

—Antes respirarán fuego los cerdos, mi señora.

—En tal caso debo proclamar mi inocencia ante los ojos de los dioses y de los hombres. Dígale a ser Eustace que exijo disculpas… o un juicio. La decisión es suya.

Dio media vuelta a su caballo para regresar junto a sus hombres.

El campo de batalla sería el arroyo. El septón Sefton se adelantó, bamboleándose, y entonó una oración en que suplicaba al Padre Celestial que mirara a aquellos dos hombres y los juzgara con justicia, además de pedirle al Guerrero que prestara su fuerza al hombre cuya causa fuera justa y verdadera, y a la Madre, para el mentiroso, misericordia y perdón por sus pecados. Terminada la plegaria, el septón se giró por última vez hacia ser Eustace Osgrey.

—Ser —dijo—, le ruego una vez más que retire su acusación.

—No lo haré —dijo el anciano con un temblor en el bigote.

El grueso septón se giró hacia lady Rohanne.

—Mi señora cuñada, si tú fuiste la responsable, confiesa tu culpa y bríndale al buen ser Eustace algún tipo de indemnización por su bosque. De lo contrario deberá correr la sangre.

—Mi paladín demostrará mi inocencia ante los ojos de los dioses y los hombres.

—Existen otras vías además del juicio por combate —dijo el septón con el agua en la cintura—. Les imploro a los dos que vayamos a Sotodeoro y sometamos el asunto al veredicto de lord Rowan.

—Jamás —dijo ser Eustace.

La Viuda Escarlata sacudió la cabeza.

Ser Lucas Inchfield miró a lady Rohanne con semblante furibundo.

—Cuando esta farsa acabe se casará conmigo. Como deseaba su señor padre.

—Mi señor padre no llegó a conocerlo como yo —replicó ella.

Dunk se arrodilló al lado de Egg y puso el sello en manos del niño. Cuatro dragones de tres cabezas, dos a un lado y dos al otro: las armas de Maekar, príncipe de Refugio Estival.

—Vuelve a meterlo en la bota —dijo—, pero si muero acude al amigo de tu padre que tengas más cerca y pídele que te lleve a Refugio Estival. No intentes cruzar tú solo el Dominio. Procura no olvidarlo. Si no, mi fantasma vendrá y te dará un golpe en la oreja.

—Sí, ser —dijo Egg—, pero preferiría que no muriera.

—Hace demasiado calor para morir.

Dunk se puso el yelmo. Egg lo ayudó a ajustárselo al gorjal. La cara de Dunk estaba pegajosa de sangre, a pesar de que ser Eustace había arrancado un jirón de su capa para ayudar a contener la hemorragia. Dunk se levantó y se acercó a Trueno. Al montar en la silla vio que casi todo el humo se había despejado, pero que el cielo seguía oscuro. “Nubes”, pensó, “nubes negras”. Cuánto tiempo sin verlas. “Tal vez sea un augurio. ¿Pero para él o para mí?” De augurios Dunk no sabía gran cosa.

Al otro lado del arroyo ser Lucas también había montado. Su caballo era un corcel zaino, un magnífico animal fuerte y veloz, pero menor que Trueno. Lo que le faltaba en tamaño lo compensaba en armadura: llevaba capizana, testera y una cota de malla ligera. En cuanto a Tres Varas, iba cubierto por placas esmaltadas de negro y malla plateada. Sobre su yelmo se asentaba una maligna araña de ónice. En cambio, su escudo mostraba sus propias armas: barra siniestra en blanco y negro jaquelado sobre campo gris claro. Dunk vio que se lo entregaba a un escudero. “No piensa usarlo.” Supo por qué cuando otro escudero le hizo entrega de un hacha de guerra. Era larga y letal, con cintas en la empuñadura, cabeza pesada y una siniestra pica por detrás. Se trataba sin embargo de un arma para las dos manos. Tres Varas debería fiarse de la protección de su armadura. “Debo hacer que lo lamente.”

El escudo de Dunk estaba en su brazo izquierdo. Era el que le había pintado Tanselle, el del olmo y la estrella fugaz. Se le pasó por la cabeza una canción infantil. “Protéjanme, roble y hierro, o acabaré en el infierno.” Sacó su espada de la vaina. Le gustó sentir su peso.

Clavó los talones en los flancos de Trueno para que el gran corcel se internara en el agua. Lo mismo hizo ser Lucas en la otra orilla. Dunk fue hacia la derecha para ofrecerle el flanco izquierdo, protegido por su escudo. Ser Lucas no estaba dispuesto a hacerle aquella concesión. Hizo girar su corcel con rapidez y chocaron en un tumulto de acero gris y gotas verdes. Ser Lucas atacó con el hacha. Dunk tuvo que girarse en la silla de montar para recibir el hachazo en el escudo. La fuerza del golpe le hizo bajar el brazo y apretar los dientes. Su respuesta fue blandir la espada y descargar un corte lateral que alcanzó al otro caballero por debajo de su brazo en alto. Se oyó el chirrido de los dos aceros. El combate había empezado.

Tres Varas espoleó su corcel para, en una maniobra circular, tratar de plantarse en el flanco desprotegido de Dunk, pero Trueno giró a su encuentro y lanzó una tarascada al otro caballo. Se sucedían los duros hachazos de ser Lucas, que se había levantado en los estribos para aplicar todo su peso y fuerza en el arma. Dunk movía el escudo para detener uno tras otro los golpes. Medio agazapado tras la madera de roble, daba estocadas a los brazos, los flancos y las piernas de Tres Varas, pero la armadura de este último siempre los rechazaba. Giraban y giraban, con el agua en las piernas. Tres Varas atacaba. Dunk se defendía a la espera de encontrar un punto débil.

Por fin lo vio. Cada vez que ser Lucas levantaba el hacha para descargarla, aparecía un hueco bajo el brazo. Había malla y cuero y gambax, pero placa no. Dunk mantuvo el escudo levantado, tratando de elegir el momento justo para el ataque. “Falta poco. Falta poco.” El hacha cayó, se desprendió y volvió a subir. “¡Ahora!” Clavó las espuelas en Trueno, se acercó y tendió la espada para meter la punta por la abertura.

El hueco, sin embargo, desapareció con la misma rapidez con que había aparecido. La punta de la espada se deslizó por una rodela y Dunk casi se cayó de la silla por haberse estirado en demasía. El hacha descendió con todo su peso, desviada por el borde de hierro del escudo de Dunk. Chocó con un lado de su yelmo y golpeó de refilón el cuello de Trueno.

El corcel relinchó y se levantó sobre sus patas traseras, con los ojos en blanco de dolor, mientras el aire se llenaba del intenso olor a cobre de la sangre. Justo cuando se acercaba Tres Varas, Trueno lanzó una doble coz con sus cascos de hierro. Uno de ellos alcanzó a ser Lucas en la cara y el otro en un hombro. Después el pesado caballo de batalla cayó encima del corcel.

Todo fue muy rápido. Los dos caballos cayeron enredados, dándose coces y mordiscos, y agitando el agua y los lodos del fondo del río. Dunk intentó tirarse de la silla, pero se le trabó un pie en el estribo y cayó de bruces. Antes de que el agua entrara a chorros por los agujeros del yelmo, aspiró una desesperada bocanada de aire. Seguía sin conseguir soltar el pie. Sintió un estirón brutal. Era Trueno, que al debatirse estuvo a punto de descoyuntarle la pierna. Al momento siguiente quedó libre y empezó a caer hacia el fondo, mientras agitaba inútilmente brazos y piernas. El mundo era azul, verde y marrón.

El peso de la armadura lo arrastró hasta hacerlo chocar con el hombro en el lecho del arroyo. “Si esto es abajo, lo otro es arriba.” Sus manos, rodeadas de acero, tantearon las piedras y la arena. Sin saber muy bien cómo, puso las piernas por debajo y se irguió. Le daba vueltas la cabeza. Chorreaba cieno y agua por los orificios de respiración de su yelmo mellado, pero estaba de pie. Aspiró el aire.

Conservaba su abollado escudo en el brazo izquierdo, pero no la espada. La vaina estaba vacía. Dentro del yelmo no había sólo agua, sino sangre. Cuando intentó apoyarse en el otro pie, su tobillo lanzó una saeta de dolor por el resto de su pierna. Vio que los dos caballos habían conseguido levantarse. Giró la cabeza y miró por un solo ojo, a través de un velo de sangre, en busca de su enemigo. “No está”, pensó. “Se ahogó o Trueno le aplastó el cráneo.”

Ser Lucas surgió del agua justo enfrente de él, con la espada en la mano, y lanzó una salvaje estocada al cuello de Dunk, que sólo conservó la cabeza en los hombros gracias al grosor del gorjal. Dunk no tenía espada para responder, sólo el escudo. Cedió algo de terreno. Tres Varas fue tras él, gritando y lanzando mandobles. El brazo en alto de Dunk recibió un abrumador impacto por encima del codo. Un corte en la cadera lo hizo gruñir de dolor. Mientras retrocedía, su pie resbaló en una piedra. Se quedó apoyado en una rodilla, con el agua a la altura del pecho. Levantó el escudo, pero esta vez ser Lucas golpeó con tal fuerza que partió por la mitad el grueso roble y lanzó los restos a la cara de Dunk. Pese a que los oídos le zumbaban y a que tenía la boca llena de sangre, Dunk oyó gritar a Egg en la distancia.

—¡A por él, ser, a por él! ¡Ya lo tienes!

Dunk se abalanzó. Ser Lucas había desprendido su espada para volver a usarla. Dunk se lanzó sobre él a la altura de la cintura y lo derribó. El arroyo volvió a engullirlos a ambos, pero esta vez Dunk estaba preparado. Sujetando con un brazo a Tres Varas, lo obligó a bajar. Tras la visera abollada y retorcida de Inchfield salió un chorro de burbujas. Aun así se resistía. Encontró una piedra en el lecho del arroyo y empezó a aporrear con ella la cabeza y las manos de Dunk, que buscaba a tientas en su cinto.

“¿También perdí la daga?”, se preguntó. No, ya la tenía. Su mano se cerró en la empuñadura. La sacó y la impulsó con lentitud por los remolinos de agua y por las anillas de hierro y el cuero hervido debajo del brazo de Lucas Tres Varas, a la vez que la giraba. Ser Lucas saltó y se retorció, mientras perdía fuerzas. Dunk lo empujó y salió a flote. Le ardía el pecho. Ante su cara pasó fugazmente un pez largo, blanco, fino.

“¿Qué es eso?”, se preguntó Dunk. “¿Qué es eso? ¿Qué es eso?”

No se despertó en el castillo donde debía hacerlo. Cuando los ojos se le abrieron no supo dónde estaba. Daba gusto estar tan fresco. Notó un regusto a sangre en la boca. Le tapaba los ojos una tela, tupida e impregnada de algún tipo de ungüento. Le pareció que olía a clavo.

Se palpó la cara y se la destapó. Tenía encima un techo alto en el que oscilaba luz de antorcha. En las vigas caminaban cuervos que lo miraban con sus pequeños ojos negros y le graznaban.

“Al menos no estoy ciego.”

Se encontraba en la torre de un maestre. En las paredes había anaqueles llenos de hierbas y pócimas en tarros de cerámica y recipientes de cristal verde. También había una larga mesa de caballete cubierta de pergaminos, libros y extraños instrumentos de bronce, todo salpicado por los excrementos de los cuervos de las vigas, a los que oía murmurar.

Intentó sentarse. Craso error. Le daba vueltas la cabeza y el menor esfuerzo en la pierna izquierda provocaba un dolor atroz. Vio que le habían vendado el tobillo y que también tenía tiras de tela en el pecho y los hombros.

—Quédese quieto.

Sobre él apareció una cara joven, circunspecta, de ojos marrón oscuro a ambos lados de una nariz de gancho. Dunk la conocía. Su dueño iba todo de gris, con una cadena alrededor del cuello, una cadena de maestre hecha de muchos metales. Dunk lo asió por la muñeca.

—¿Dónde…?

—Fosa Fría —dijo el maestre—. Estaba demasiado malherido para regresar a Tiesa, así que lady Rohanne ordenó que se le trajera aquí. Beba esto.

Aplicó a los labios de Dunk una copa de… algo. La pócima tenía un sabor amargo, como el vinagre, pero al menos le quitó el regusto a sangre.

Hizo el esfuerzo de beberlo todo. Después dobló los dedos, primero de la mano con que usaba la espada y luego de la otra. “Al menos aún me responden las manos y los brazos.”

—¿Dónde… dónde me hice daño?

—¿Dónde no? —el maestre resopló—. Fractura de tobillo, esguince de rodilla, clavícula rota, moretones… Tiene gran parte del torso verde y amarillo, y el brazo derecho violeta. Yo creía que también se había roto el cráneo, pero al parecer no fue así. No olvidemos el corte de la cara, ser. Me temo que le dejará una cicatriz. Ah, y cuando lo sacamos del agua estaba ahogado.

—¿Ahogado? —dijo Dunk.

—Nunca me había imaginado que una sola persona fuera capaz de tragar tanta agua, ni siquiera alguien tan grande como usted, ser. Tiene suerte de que yo sea natural de las islas del Hierro. Los sacerdotes del Dios Ahogado saben ahogar y resucitar a un hombre, y yo he estudiado sus creencias y costumbres.

“Me ahogué.” Dunk trató una vez más de incorporarse, pero no tenía fuerzas. “Me ahogué donde el agua no me llegaba ni al cuello.” Primero se rio. Después gimió de dolor.

—¿Ser Lucas?

—Muerto. ¿Lo dudaba?

“No.” Dunk dudaba de muchas cosas, pero no de aquélla. Recordó cómo los brazos y las piernas de Tres Varas se habían quedado de súbito sin fuerzas.

—Egg —dijo—. Quiero a Egg.

—¿Se le antoja un huevo? El hambre es buena señal —dijo el maestre—, pero ahora mismo lo que le hace falta no es comer, sino dormir.

Dunk sacudió la cabeza y se arrepintió de inmediato.

—Egg es mi escudero.

—¿Ah, sí? Un muchacho valiente y más fuerte de lo que parece. Él lo sacó del río. También nos ayudó a quitarle la armadura y de camino hacia aquí montó con usted en el carromato. No quería dormir. Estuvo sentado a su lado, con la espada en las rodillas, por si alguien intentaba hacerle daño. Sospechaba de todos, hasta de mí, e insistió en probar cuanto quise darle de comer. Un niño extraño, pero abnegado.

—¿Dónde está?

—Ser Eustace le pidió que le sirviera en el banquete de bodas. No tenía a nadie más de su lado. Habría sido descortés negarse.

—¿Un banquete de bodas?

Dunk no entendía nada.

—Claro, usted no lo sabe. Después de la batalla Fosa Fría y Tiesa se reconciliaron. Lady Rohanne pidió permiso al anciano ser Eustace para cruzar sus tierras y visitar la tumba de Addam. Él se lo dio. Lady Rohanne se arrodilló ante las zarzamoras y se echó a llorar. Él quedó tan conmovido que fue a consolarla. Estuvieron hablando toda la noche del joven Addam y del noble padre de mi señora. Antes de la rebelión de los Fuegoscuro, lord Wyman y ser Eustace eran grandes amigos. Esta mañana nuestro buen septón Sefton unió en matrimonio a ser Eustace y mi señora. Ahora Eustace Osgrey es señor de Fosa Fría y su león jaquelado ondea junto a la araña de los Webber en todas las torres y murallas.

A Dunk todo le daba vueltas con lentitud. “Es la pócima. Me hace volver a dormir.” Cerró los ojos y esperó a que se le pasara el dolor. Oía los graznidos y gritos de los cuervos. También su propia respiración, y algo más… Un sonido de mayor suavidad y regularidad, a la vez grávido y calmante.

—¿Qué es eso? —murmuró, adormilado—. Se oye un ruido…

—¿Eso? —el maestre escuchó—. Nada, lluvia.

A ella no la vio hasta el día en que se despidieron. Mientras Dunk cruzaba el patio con una fuerte cojera, levantando el pie entablillado y apoyado en una muleta, el septón Sefton se quejaba:

—Esto es una locura, ser. El maestre Cerrick dice que ni siquiera está medio curado, y con esta lluvia… Seguro que se resfriará, si es que no se vuelve a ahogar. Espere al menos a que deje de llover.

—Podría tardar años —Dunk le estaba agradecido al orondo septón, que había ido a verlo casi a diario… en principio para rezar por él, aunque parecía que dedicaran más tiempo a las anécdotas y los rumores. Echaría de menos su lengua suelta y vivaracha, y su alegre compañía. Sin embargo, nada cambiaba—. Debo irme.

Alrededor de ambos llovía a cántaros, una lluvia que era como mil fríos látigos en la espalda de Dunk. Ya se le había empapado la capa. Era la de lana blanca que le había dado ser Eustace, con ribete de cuadros verdes y dorados. El anciano caballero lo había obligado a aceptarla como un regalo de despedida.

“Por tu valentía y tus leales servicios, ser”, le había dicho. También el broche que se la sujetaba en el hombro era un regalo: una araña de marfil con patas de plata. Las manchas de la espalda eran racimos de granates triturados.

—Espero que no cometa la insensatez de pretender salir en busca de Bennis —dijo el septón Sefton—. Está tan magullado que temería por usted si alguien lo halla en semejante estado.

“Bennis”, pensó Dunk con amargura, “el maldito Bennis”. Mientras Dunk se batía en el arroyo, Bennis había atado a Sam Encorvado y su mujer, había saqueado hasta el último rincón de Tiesa y se había ido con todos los objetos de valor que halló, desde velas, ropa y armas hasta la antigua copa de plata de los Osgrey y un pequeño tesoro de monedas que el anciano tenía oculto en sus aposentos, tras un tapiz enmohecido. Dunk abrigaba la esperanza de reencontrarse algún día con ser Bennis del Escudo Pardo. Entonces…

—Lo de Bennis esperará.

—¿Adónde irá?

El septón jadeaba. Estaba demasiado gordo para ir tan deprisa como Dunk, incluso con muletas.

—A Isla Bella. A Harrenhal. Al Tridente. En todas partes hay caminos —se encogió de hombros—. Siempre he tenido ganas de ver el Muro.

—¿El Muro? —el septón frenó en seco—. ¡Me desespera, ser Duncan! —exclamó de pie en el barro, con las manos tendidas, mientras llovía alrededor—. ¡Rece, ser, rece por que la Vieja le aligere el viaje!

Dunk siguió caminando.

Ella lo esperaba en el establo, junto a las balas amarillas de heno, con un vestido verde como el propio verano.

—Ser Duncan —dijo al verlo entrar por la puerta. Su trenza roja colgaba por delante de su cuerpo, rozando los muslos con la punta—. Me alegro de verlo en pie.

“No ha llegado a verme tumbado”, pensó él.

—Mi señora, ¿qué la trae al establo? Llueve mucho para dar un paseo a caballo.

—Lo mismo podría decirle yo a usted.

—¿Se lo contó Egg?

“Le debo otro golpe en la oreja.”

—Dé gracias por ello. Si no, lo habría hecho perseguir por mis hombres y traerlo a la fuerza. Ha sido una crueldad intentar escabullirse sin una triste despedida.

Lady Rohanne no había ido a verlo mientras estuvo al cuidado del maestre Cerrick. Ni una sola vez.

—Le sienta bien este verde, mi señora —dijo él—. Realza el color de sus ojos —apoyó con cuidado el peso de su cuerpo en la muleta—. Vengo en busca de mi caballo.

—No hace falta que se vaya. Aquí hay un puesto para usted cuando se recupere: capitán de mi guardia. Egg puede unirse a mis otros escuderos. No es necesario que alguien se entere de quién es.

—Gracias, mi señora, pero no.

Trueno estaba a unas doce cuadras. Dunk cojeó hacia él.

—Recapacite, ser, por favor. Son tiempos peligrosos, incluso para los dragones y sus amigos. Quédese hasta que se haya curado —lady Rohanne caminó a su lado—. A ser Eustace también le agradaría. Lo tiene en mucho afecto.

—Mucho afecto —convino Dunk—. Si su hija no estuviera muerta, me querría a mí como su esposo. Entonces usted podría ser mi señora madre. Yo nunca he tenido madre, y menos señora madre.

Por unos instantes pareció que lady Rohanne iba a darle otra bofetada. “Quizá sólo me quite la muleta con un puntapié.”

—Está enojado conmigo, ser —dijo ella sin hacer lo uno ni lo otro—. Debe permitir que lo desagravie.

—Bueno —dijo él—, podría ayudarme a ensillar a Trueno.

—Yo pensaba en otra cosa —lady Rohanne tendió una mano hacia la de Dunk: una mano pecosa, de dedos fuertes y delgados—. ¿Sabe mucho de caballos?

—Monto en uno.

—Un viejo corcel criado para la batalla, lento y con mal genio. No para cabalgar de un sitio a otro.

—Si necesito ir de un sitio a otro deberé elegir entre él o éstos.

Dunk se señalaba los pies.

—Tiene los pies muy grandes —observó ella—. Y también las manos. Seguro que todo usted es grande. Demasiado para la mayoría de los palafrenes. Con usted encima de sus lomos parecerían ponis. De todos modos le convendría mucho una montura más veloz. Un gran corcel con algo de sangre dorniense que le diera resistencia —lady Rohanne señaló la cuadra situada frente a la de Trueno—. Como éste.

Era una yegua de color bayo oscuro, ojos brillantes y larga y lustrosa crin. Lady Rohanne sacó una zanahoria de sus mangas y se la dio, mientras le acariciaba la cabeza.

—La zanahoria, no los dedos —le dijo al caballo antes de girarse de nuevo hacia Dunk—. Yo le digo Llama, aunque le puede poner el nombre que más le plazca. Si quiere, llámela Desagravio.

Dunk se quedó un momento sin habla. Apoyado en la muleta, miró con otros ojos la yegua baya. Era magnífica. El viejo jamás había tenido una montura así. Bastaba con mirar aquellas patas largas y limpias para saber lo veloz que podía ser.

—La crié por su belleza y su velocidad.

Dunk se giró hacia Trueno.

—No puedo aceptarla.

—¿Por qué?

—Es demasiado buen caballo para mí. No hay más que verla.

Lady Rohanne empezaba a sonrojarse. Tomó entre sus dedos la trenza y la retorció.

—Tenía que casarme, ya lo sabe. El testamento de mi padre… No sea tan tonto.

—¿Y qué pretende que sea? Más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo, y encima bastardo.

—Acepte el caballo. Me niego a permitir que se marche sin un recuerdo de mí.

—La recordaré, mi señora, no tema.

—¡Acéptelo!

Dunk tomó la trenza en una mano y acercó su cara a la de lady Rohanne. Con la muleta y la diferencia de estatura le resultaba incómodo. Estuvo a punto de caerse antes de unir sus labios con los de ella. La besó con fuerza. Ella le pasó una mano por la nuca y otra por la espalda. Dunk aprendió más de besos en un solo instante que en todas sus observaciones anteriores. Cuando se separaron, sin embargo, desenfundó la daga.

—Ya sé qué recuerdo deseo de usted, mi señora.

Egg lo esperaba en la torre de entrada, montado en un nuevo y hermoso palafrén alazán, y con la cuerda de Maestre en la mano. Cuando Dunk se acercó a lomos de Trueno, el niño puso cara de sorpresa.

—Había dicho que quería regalaros un caballo, ser.

—Ni siquiera las damas de alta cuna consiguen cuanto quieren —dijo Dunk mientras cruzaban el puente levadizo—. No era un caballo lo que yo quería —el foso estaba tan lleno de agua que amenazaba con anegar sus bordes—. Me llevo otro recuerdo de ella: un mechón de su cabello pelirrojo.

Metió una mano por debajo de la capa y sonrió al sacar la trenza.

En la jaula de hierro de la encrucijada los cadáveres seguían abrazados. Inspiraban soledad y desamparo. Hasta las moscas los habían abandonado, al igual que los cuervos. Sobre los huesos de los muertos sólo quedaban algunos jirones de piel y algunos pelos.

Dunk se detuvo, muy serio. Le dolía el tobillo por el viaje, pero no importaba. Tan propio de la caballería era el dolor como las espadas y los escudos.

—¿Por dónde se va hacia el sur? —le preguntó a Egg.

Costaba saberlo en aquel mundo reducido a lluvia y barro, y bajo un cielo gris como una pared de granito.

—Por allá, ser —Egg señaló con el dedo—. Y por allá hacia el norte.

—Refugio Estival queda hacia el sur. Tu padre.

—El Muro queda al norte.

Dunk lo miró.

—Es un largo camino.

—Tengo un caballo nuevo, ser.

—Es verdad —Dunk tuvo que sonreír—. ¿Y por qué quieres ver tú el Muro?

—Bueno —dijo Egg—, dicen que es muy alto.

* Juego de palabras: en vez de “ser Eustace”, se refiere a él como “ser Useless” (ser Inútil), cuya pronunciación en inglés es casi homófona. (N. del T.)