Caía una suave lluvia de verano cuando Dunk y Egg se despidieron de Septo de Piedra.

Dunk iba en su viejo caballo de batalla, Trueno. A su lado, en el brioso y joven palafrén al que había puesto el nombre de Lluvia, Egg tiraba de su mula Maestre. Llevaba esta última en su lomo un fardo con la armadura de Dunk, los libros de Egg, las esterillas, tiendas y ropa de ambos, varios cortes de tasajo de buey, medio frasco de hidromiel y dos odres de agua. El viejo sombrero de paja de Egg, blando y de ala ancha, protegía de la lluvia la cabeza de la mula. El niño había hecho agujeros para las orejas de Maestre. En la cabeza de Egg estaba su nuevo sombrero de paja. Dunk los veía iguales, a excepción de los agujeros para las orejas.

Al acercarse a las puertas de la villa, Egg tiró con fuerza de las riendas. Sobre la entrada estaba la cabeza de un traidor empalada en una pica de hierro. A juzgar por su aspecto era reciente, con carne más rosada que verde, pero las cornejas ya habían empezado a dar cuenta de ella. Los labios y las mejillas del muerto estaban destrozados, y sus ojos eran dos orificios marrones que lloraban lentas lágrimas rojas, al mezclarse las gotas de lluvia con la sangre encostrada. El cadáver tenía la boca muy abierta, como si arengara a los viajeros que cruzaban las puertas bajo él. No era la primera vez que Dunk veía algo semejante.

—De pequeño, en Desembarco del Rey, robé una cabeza de su pica —le explicó a Egg.

En realidad había sido Hurón el que había escalado el muro para llevarse la cabeza, después de que Rafe y Morcilla aseguraron que no se atrevería, pero la había soltado al ver llegar corriendo a los guardias y la cabeza había caído en manos de Dunk.

—Era algún señor rebelde o algún caballero ladrón. A menos que fuera un simple asesino de a pie… Las cabezas son cabezas. Después de unos días en una pica, todas se parecen.

Dunk y sus tres amigos habían usado la cabeza para aterrorizar a las niñas del Lecho de Pulgas. Las perseguían por los callejones y las obligaban a darle un beso antes de soltarlas. A aquella cabeza la habían besado mucho, recordaba. En Desembarco del Rey no había ninguna niña que corriera tanto como Rafe. Aquella parte, sin embargo, mejor que no la oyera Egg. “Hurón, Rafe y Morcilla. Menudos tres monstruitos. Y yo el peor de todos.” Sus amigos y él habían guardado la cabeza hasta que la carne se había puesto negra y empezado a desprenderse. A partir de entonces ya no tenía gracia perseguir a las niñas, así que una noche entraron furtivamente en un tenderete y echaron los restos en un guiso.

—Los cuervos siempre empiezan por los ojos —le dijo a Egg—. Luego se hunden las mejillas, la carne se pone verde… —aguzó la mirada—. Espera. Yo esta cara la conozco.

—Es verdad, ser —dijo Egg—. Hace tres días. El septón jorobado al que oímos predicar en contra de lord Cuervo de Sangre.

Se acordó con brusquedad. “Era un hombre santo, juramentado a los Siete, aunque predicara la traición.”

—Sus manos están manchadas con la sangre de un hermano, y también con la de sus jóvenes sobrinos —había dicho el jorobado ante la multitud reunida en la plaza del mercado—. Por orden suya, una sombra estranguló en el útero materno a los hijos del valeroso príncipe Valarr. ¿Dónde está ahora nuestro Príncipe Joven? ¿Dónde su hermano, el dulce Matarys? ¿A dónde fue el buen rey Daeron y el intrépido Baelor Rompelanzas? A todos se los llevó la tumba, y sin embargo él permanece, como pálido pájaro de pico ensangrentado que, subido al hombro del rey Aerys, le grazna cosas al oído. Lleva en el rostro y en la órbita vacía la marca del infierno, y nos ha traído la sequía, la peste y el asesinato. Yo les digo que se levanten y recuerden a su verdadero rey, al otro lado de las aguas. ¡Siete son los dioses, y siete los reinos, y el Dragón Negro engendró a siete hijos! Levántense, señores y señoras. Levántense, valientes caballeros y robustos labriegos, y derroquen al vil hechicero Cuervo de Sangre si no quieren que sus hijos y los hijos de sus hijos queden malditos para siempre.

“Ni una sola palabra que no fuera traición.” Aun así impactaba verlo en ese estado, con las órbitas vacías.

—Sí, es él —dijo Dunk—. Otro buen motivo para dejar atrás esta ciudad.

Tocó a Trueno con las espuelas y cruzó en compañía de Egg las puertas de Septo de Piedra, mientras escuchaban el suave ruido de la lluvia. “¿Cuántos ojos tiene lord Cuervo de Sangre?”, decía el acertijo. “Mil, y uno más.” Algunos decían que la mano del rey era un estudioso de la magia negra, capaz de cambiar de cara, adoptar la forma de un perro tuerto e incluso de convertirse en niebla. Se decía que a sus enemigos los perseguían jaurías de lobos grises y famélicos, y que tenía a su servicio cornejas espías que le susurraban secretos al oído. Dunk estaba seguro de que en la mayoría de los casos eran simples cuentos, pero nadie dudaba de que Cuervo de Sangre tuviera informadores en todas partes.

Dunk lo había visto una vez con sus propios ojos en Desembarco del Rey. Blancos como el hueso eran la piel y el pelo de Brynden Ríos, y su ojo —uno solo, ya que el otro se lo había quitado su hermanastro Aceroamargo en el campo de Hierba Roja—, rojo como la sangre. Llevaba en la mejilla y el cuello la marca de nacimiento color vino por la que le habían puesto su apodo.

Lejos ya de la ciudad, Dunk carraspeó.

—Mal asunto cortarles la cabeza a los septones —dijo—. Lo único que hizo fue hablar. Las palabras son aire.

—Algunas son aire, ser, y otras traición.

Egg estaba flaco como un palo y era todo costillas y codos, pero boca sí tenía.

—Ahora sí que hablas como un verdadero principito.

Egg se lo tomó como un insulto, y lo era.

—Aunque fuera septón, predicaba mentiras, ser. La sequía no es culpa de lord Cuervo de Sangre, ni la gran epidemia primaveral.

—Es posible, pero si empezamos a cortarles la cabeza a todos los insensatos y mentirosos, la mitad de las ciudades de los Siete Reinos se quedará vacía.

Seis días después la lluvia era sólo un recuerdo. Dunk se había quitado la túnica para disfrutar del calor del sol en su piel. Cuando se levantó algo de brisa, fresca y fragante como aliento de doncella, suspiró.

—Agua —anunció—. ¿La hueles? El lago ya no puede estar muy lejos.

—Yo sólo huelo a Maestre, ser. Apesta.

Egg dio un brutal estirón a la mula, que se había detenido a comer hierba en las lindes del camino, como de vez en cuando tenía por costumbre.

—A orillas del lago hay una vieja posada —Dunk se había alojado una vez en ella cuando era escudero del viejo—. Ser Arlan decía que hacían buena cerveza tostada. Tal vez podamos probarla mientras esperamos la barca.

Egg lo miró esperanzado.

—¿Para acompañar la comida, ser?

—¿A qué comida te refieres?

—¿Un trozo de asado? —dijo el niño—. ¿Un poco de pato? ¿Un cuenco de estofado? Lo que tengan, ser.

Hacía tres días que no comían nada caliente. Habían sobrevivido a base de imprevistos y tasajo de buey, duro como madera. “Estaría bien meternos en la barriga un poco de comida digna de ese nombre antes de salir hacia el norte. El Muro queda muy lejos.”

—También podríamos pasar la noche —propuso Egg.

—¿Desea mi señor un lecho de plumas?

—Me conformo con paja, ser —dijo Egg, ofendido.

—No tenemos dinero para dormir en cama.

—Tenemos veintidós peniques, tres estrellas, un venado y el viejo granate mellado, ser.

Dunk se rascó la oreja.

—Creía que teníamos dos piezas de plata.

—Las teníamos hasta que compraste la tienda. Ahora sólo queda uno.

—Y si empezamos a dormir en posada no nos quedará ninguno. ¿Qué quieres, compartir la cama con un vendedor ambulante y despertarte con sus pulgas? —Dunk resopló por la nariz—. Yo no. Tengo las mías y no les gustan los desconocidos. Dormiremos bajo las estrellas.

—Están bien las estrellas —reconoció Egg—, pero el suelo es duro, ser, y a veces es bueno tener una almohada para la cabeza.

—Las almohadas son para los príncipes —no se podía desear mejor escudero que Egg, pero muy de vez en cuando le daban arrebatos principescos. “El niño tiene sangre de dragón, nunca lo olvides.” Dunk la tenía de mendigo. Al menos era lo que siempre le habían contado en el Lecho de Pulgas, cuando no le auguraban con seguridad la horca—. Tal vez podamos permitirnos un poco de cerveza y una cena caliente, pero no pienso dilapidar buenas monedas en una cama. Debemos ahorrar nuestros peniques para el barquero.

La última vez que había cruzado el lago, la barca sólo costaba unos cuantos cobres, pero de eso hacía seis o siete años y desde entonces todo se había encarecido.

—Bueno —dijo Egg—, tal vez podríamos usar mi bota para el cruce.

—Podríamos —dijo Dunk—, pero no lo haremos.

Usar la bota era peligroso. “Se correría la voz. Siempre se corre la voz.” Su escudero no era calvo por casualidad. Egg tenía los ojos morados de la vieja Valyria y un pelo que brillaba como oro batido entreverado de hebras de plata. Dejarse crecer un pelo así era como llevar un broche con un dragón de tres cabezas. Corrían tiempos peligrosos en Poniente, y… No valía la pena arriesgarse.

—Como vuelvas a nombrar la bota de los demonios, te daré tal golpe en la oreja que cruzarás volando el lago.

—Preferiría nadar, ser —Egg era un buen nadador, a diferencia de Dunk, que no sabía. El niño se giró en la silla de montar—. Ser, se acerca alguien por detrás en el camino. ¿Oyes los caballos?

—No soy sordo —Dunk también veía el polvo que levantaban—. Un grupo grande. Y con prisas.

—¿Crees que se trate de forajidos, ser?

Egg se levantó en los estribos, más impaciente que asustado. Así era el niño.

—Los forajidos serían más sigilosos. Los únicos que hacen tanto ruido son los señores —Dunk sacudió la empuñadura de su espada para aflojar la hoja en la vaina—. De todos modos nos apartaremos del camino para dejarlos pasar. Hay de señores a señores.

Nunca estaba de más ser cauteloso. Los caminos no eran tan seguros como cuando ocupaba el Trono de Hierro el buen rey Daeron.

Dunk y Egg se escondieron tras unas zarzas. Dunk se quitó el escudo y se lo pasó por el brazo. Era viejo, alto, pesado, en forma de cometa. Estaba hecho de madera de pino ribeteada de hierro. Lo había comprado en Septo de Piedra para sustituir el que le había hecho astillas Tres Varas al luchar contra él. Como no había tenido tiempo de pintar su olmo y su estrella fugaz, aún llevaba las armas del dueño anterior: un tétrico y gris ahorcado bajo una horca. Él no habría elegido un emblema así, pero el escudo le había salido barato.

Poco después pasaron al galope los primeros jinetes: dos jóvenes señores montados en sendos corceles. El del bayo llevaba un yelmo abierto de acero dorado, con tres grandes penachos: uno blanco, uno rojo y el otro dorado. La capizana de su caballo llevaba penachos a juego. El corcel negro de al lado tenía barda azul y oro, y el viento hizo rielar sus jaeces al pasar como una exhalación. Los jinetes, que cabalgaban uno junto al otro, gritaban y reían en una vorágine de capas largas.

Los seguía con mayor sosiego otro señor a la cabeza de una larga columna. El grupo constaba de dos docenas de hombres, entre mozos de cuadra, cocineros y criados, todos al servicio de tres caballeros, a los que se añadían soldados y ballesteros a caballo. Llevaban una docena de carromatos muy cargados de armaduras, tiendas y provisiones. El señor llevaba colgado de su silla de montar un escudo de color naranja oscuro, con tres castillos negros.

Dunk conocía aquellas armas, pero ¿de dónde? El señor que las llevaba era un hombre de cierta edad, mueca amarga y taciturna, y barba corta salpicada de canas. “Tal vez estuviera en Vado Ceniza”, pensó Dunk. “A menos que sirviéramos en su castillo cuando yo era escudero de ser Arlan.” El viejo caballero errante había servido en tantas fortalezas y castillos que Dunk no se acordaba ni de la mitad.

El señor tiró con brusquedad de las riendas y miró las zarzas, ceñudo.

—Ustedes, los de la zarza. Muéstrense.

Detrás de él dos ballesteros introdujeron sendas flechas en la ranura. Los demás siguieron su camino.

Dunk salió de entre las hierbas altas con el escudo en el brazo y la mano derecha en la empuñadura de su espada. El polvo levantado por los caballos había convertido su rostro en una máscara de color marrón rojizo. Estaba desnudo de la cintura para arriba. Su aspecto, lo sabía, era de gran desaliño. Aun así lo más probable era que la cara de sorpresa del señor se debiera a su estatura.

—No buscamos problemas, mi señor. Sólo somos dos, mi escudero y yo.

Le hizo señas a Egg de que se adelantara.

—¿Escudero? ¿Pretendes ser caballero?

A Dunk no le gustó cómo lo miraba aquel hombre. “Estos ojos podrían desollarte.” Le pareció prudente apartar la mano de la empuñadura.

—Soy un caballero errante en busca de servicio.

—Lo mismo decían todos los caballeros ladrones a los que he ahorcado. Tal vez su divisa sea profética, ser… si es que eres tal. ¿Son ésas tus armas?

—No, mi señor. Debo volver a pintar el escudo.

—¿Por qué? ¿Lo robaste de un cadáver?

—Lo compré, y sus buenas monedas me costó —“Tres castillos, negro sobre naranja… ¿Dónde lo he visto?”—. No soy ningún ladrón.

Los ojos del señor eran como esquirlas de pedernal.

—¿Cómo te hiciste la cicatriz de la mejilla? ¿A causa de un latigazo?

—Una daga, aunque mi rostro no es de su incumbencia, mi señor.

—Qué es de mi incumbencia lo decido yo.

Para entonces los dos caballeros más jóvenes ya habían regresado al trote, con la intención de averiguar la causa de la demora.

—Ah, Gormy, aquí estás —dijo el del corcel negro, un joven ágil y delgado, de rasgos agradables y cara bien afeitada. Le caía casi hasta los hombros un pelo negro y lustroso. Su jubón era de seda azul oscuro, con ribetes de raso dorado. Llevaba bordadas en el pecho, con hilo de oro, una cruz angrelada con un violín de oro en el primer y tercer cuarto y una espada también de oro en el segundo y el cuarto. Sus ojos, que reflejaban el oscuro azul de su jubón, chispeaban de alborozo—. Alyn ya temía que te hubieras caído del caballo. Clara excusa, creo yo. Estaba a punto de dejarte en el polvo de mi caballo.

—¿Quiénes son estos forajidos? —preguntó el jinete del bayo.

Egg se encrespó por el insulto.

—No tiene ningún derecho a llamarnos forajidos, mi señor. Al ver su polvareda también pensamos que ustedes lo eran. Por eso nos escondimos. Aquí tiene a ser Duncan el Alto. Yo soy su escudero.

Los jóvenes señores le hicieron tan poco caso como al croar de una rana.

—Me parece que nunca había visto a un patán de tales dimensiones —declaró el caballero de los tres penachos, que bajo su pelo, rizado y de oscuro color miel, tenía una cara regordeta—. Apuesto a que supera en varios dedos los cinco codos. Menudo estruendo hará al caer.

Dunk notó que se sonrojaba. “Perderías la apuesta”, pensó. La última vez que lo habían medido, Aemon, el hermano de Egg, había declarado que excedía los cinco codos, pero en un solo dedo.

—¿Aquél de allá es tu corcel, ser Gigante? —dijo el señor de los penachos—. Supongo que podríamos descuartizarlo y usarlo de comida.

—Lord Alyn se olvida a menudo de la cortesía —dijo el caballero del pelo negro—. Le ruego, ser, que olvide sus palabras groseras. Alyn, pide perdón a ser Duncan.

—Si no hay más remedio… ¿Me perdona, ser?

Hizo girar su bayo sin aguardar la respuesta y se alejó al trote por el camino.

El otro se quedó.

—¿Se dirige a la boda, ser?

Por alguna razón, su tono dio ganas a Dunk de estirarle el bucle de la frente, pero resistió el impulso.

—Nos dirigíamos a la barca, mi señor.

—Como nosotros… Pero aquí los únicos señores son Gormy y el gandul que acaba de dejarnos, Alyn Cockshaw. Yo soy un caballero errante, como usted. Me llaman ser John el Violinista.

Era el tipo de nombre que elegían los caballeros errantes. Dunk, sin embargo, nunca había visto a ninguno vestido, armado o montado con tal esplendor. “Dorada errancia”, pensó.

—Mi nombre ya lo conoce. El de mi escudero es Egg.

—Bien hallado, ser. Vamos, cabalguen con nosotros hasta Muros Blancos y rompan algunas lanzas para ayudar a lord Butterwell a celebrar sus nuevas nupcias. Estoy seguro de que no quedarán en mal lugar.

Dunk no había participado en ninguna justa desde Vado Ceniza. “Si pudiera ganar algunos rescates comeríamos bien durante el viaje al Norte”, pensó.

—Ser Duncan debe proseguir su viaje, al igual que nosotros —dijo, sin embargo, el señor de los tres castillos en el escudo.

John el Violinista no le hizo caso.

—Con sumo gusto cruzaría mi espada con la suya, ser. Me he medido con hombres de muchas tierras y razas, pero jamás con uno de su estatura. ¿Su padre también era alto?

—No conocí a mi padre, ser.

—Me apena saberlo. También el mío me fue arrebatado a deshora —el Violinista se volvió hacia el señor de los tres castillos—. Deberíamos pedirle a ser Duncan que se una a nuestra alegre comitiva.

—No necesitamos a los de su calaña.

Dunk no sabía qué decir. No era frecuente que los caballeros errantes y sin recursos fueran invitados a cabalgar con nobles de alta cuna. “Yo tendría más en común con sus criados.” A juzgar por la longitud de su columna, lord Cockshaw y el Violinista traían mozos de cuadra para atender los caballos, cocineros para darles de comer, escuderos para limpiarles las armaduras y guardias para defenderlos. Dunk tenía a Egg.

—¿Su calaña? —rio el Violinista—. ¿Y de qué calaña se trata? ¿La alta? Fíjense en su estatura. Nos interesan hombres fuertes. A menudo he oído decir que valen más espadas jóvenes que nombres viejos.

—Se lo habrá escuchado a necios. No sabes nada de este hombre. Podría ser un bandolero, o uno de los espías de lord Cuervo de Sangre.

—Yo no espío para nadie —dijo Dunk—. Además, mi señor no tiene ningún derecho a hablar de mí como si estuviera sordo o muerto o en Dorne.

Los ojos de pedernal se le quedaron mirando.

—Dorne sería un buen lugar para usted, ser. Tiene mi permiso para hacer el viaje.

—No le haga caso —dijo el Violinista—. Es un viejo amargado que no se fía de nada. Gormy, este amigo me da buena espina. Ser Duncan, ¿nos acompaña a Muros Blancos?

—Mi señor… —¿cómo iba a unirse al campamento de una gente así? Sus criados levantarían pabellones, sus mozos de cuadra almohazarían los caballos y sus cocineros les servirían a cada uno un capón o un asado de cordero. En cambio Dunk y Egg roían trozos de tasajo de buey—. No me es posible.

—Ya lo ven —dijo el señor de los tres castillos—. Conoce su lugar y no es junto a nosotros —orientó de nuevo su caballo hacia el camino—. Lord Cockshaw ya nos lleva media legua.

—Supongo que tendré que volver a darle caza —el Violinista lanzó a Dunk una sonrisa de disculpa—. Tal vez volvamos a encontrarnos. Así lo espero. Sería un placer probar mi lanza en usted.

Dunk no supo qué decir.

—Buena suerte en la liza, ser —respondió al fin, pero ser John ya había dado media vuelta para salir en persecución de la columna.

El mayor de los señores se marchó tras él. Dunk se alegró de que se fuera. No le habían gustado sus ojos de pedernal ni la arrogancia de lord Alyn. En cuanto al Violinista, pese a su afabilidad, también tenía algo raro.

—Dos violines y dos espadas, y una cruz angrelada —le dijo a Egg mientras miraban la nube de polvo—. ¿Qué casa es ésa?

—Ninguna, ser. Nunca había visto un escudo así en los armoriales.

“Quizá sí sea un caballero errante, a fin de cuentas.” Dunk había creado sus armas en Vado Ceniza, cuando una titiritera, Tanselle la Giganta, le preguntó qué quería que le pintara en el escudo.

—¿El mayor de los señores tenía algún parentesco con la casa Frey?

Los Frey llevaban castillos en sus escudos y sus tierras no quedaban a gran distancia de donde se encontraban ellos.

Egg puso los ojos en blanco.

—Las armas de los Frey son dos torres azules unidas por un puente, sobre campo gris, mientras que en este caso eran tres castillos negros sobre naranja, ser. ¿Viste algún puente?

—No —“Sólo lo hace para molestarme”—. Y la próxima vez que me pongas los ojos en blanco te daré tal golpe en la oreja que te quedará al revés.

Egg parecía arrepentido.

—No quería…

—Me da igual lo que quisieras. Tú dime quién era y punto.

—Gormon Peake, el señor de Starpike.

—Eso se localiza en el Dominio, ¿no? ¿Tiene tres castillos de verdad?

—Sólo en el escudo, ser. Es cierto que antiguamente la casa Peake tenía tres castillos, pero perdió dos de ellos.

—¿Cómo se pierden dos castillos?

—Luchando a favor del dragón negro, ser.

—Ah.

Dunk se sintió tonto. “Otra vez lo mismo.”

Por doscientos años el reino había sido gobernado por los descendientes de Aegon el Conquistador y sus hermanas, los cuales habían unificado los Siete Reinos y forjado el Trono de Hierro. Sus reales estandartes llevaban el dragón de tres cabezas de la casa Targaryen en rojo sobre negro. Hacía dieciséis años que un hijo bastardo del rey Aegon IV, Daemon Fuegoscuro, se había alzado en rebeldía contra su hermano legítimo. También Daemon usaba el dragón de tres cabezas en sus estandartes, pero con los colores al revés, como muchos bastardos. Su rebelión había terminado en el campo de Hierba Roja, donde habían muerto Daemon y sus dos hijos gemelos bajo la lluvia de flechas de lord Cuervo de Sangre. A los supervivientes dispuestos a hincar la rodilla se les había perdonado, pero algunos perdieron tierras y otros títulos y otros oro. Todos entregaron rehenes en prenda de su futura lealtad.

“Tres castillos, en negro sobre naranja.”

—Ahora me acuerdo. A ser Arlan nunca le gustó hablar del campo de Hierba Roja, pero una vez que estaba bebido me contó cómo había muerto el hijo de su hermana —casi volvía a oír la voz del viejo y a reconocer el olor del vino en su aliento—. Roger del Árbol de la Moneda, se llamaba. La maza de un señor que llevaba tres castillos en su escudo le aplastó la cabeza.

“Lord Gormon Peake. El viejo nunca sabía el nombre. O no quería saberlo.” Lord Peake, John el Violinista y su comitiva ya eran sólo una columna de polvo rojo en la lejanía. “De eso hace dieciséis años. El Pretendiente murió, y sus seguidores fueron exiliados o perdonados. En todo caso nada tiene que ver conmigo.”

Cabalgaron un rato sin hablar, oyendo el canto lastimero de los pájaros. A media legua Dunk carraspeó.

—Butterwell —dijo—. ¿Quedan cerca sus tierras?

—Al otro lado del lago, ser. Lord Butterwell fue consejero de la moneda durante el reinado del rey Aegon. El rey Daeron lo nombró mano del rey, pero no duró mucho. Sus armas son ondeadas de sinople, blanco y amarillo, ser.

A Egg le encantaba presumir de sus conocimientos de heráldica.

—¿Es amigo de tu padre?

Hizo una mueca.

—A mi padre nunca le ha caído bien. Durante la Rebelión, el segundo hijo de lord Butterwell combatió a favor del pretendiente, y el primogénito a favor del rey. Así tenía la seguridad de estar del lado ganador. Lord Butterwell no combatió por nadie.

—Algunos lo calificarían como prudente.

—Mi padre lo califica como cobarde.

“No me extraña.” El príncipe Maekar era un hombre duro, orgulloso y despectivo.

—Para llegar al camino Real tenemos que pasar al lado de Muros Blancos. ¿Por qué no nos llenamos la barriga? —las tripas le sonaron de sólo pensarlo—. Quizá alguno de los invitados de la boda necesite escolta para regresar a sus tierras.

—Habías dicho que íbamos al Norte.

—El Muro lleva ocho mil años en pie. Algo más durará. Hasta allá hay mil leguas, y no nos iría mal un poco más de plata en nuestra bolsa.

Dunk se imaginaba derrotando a lomos de Trueno a aquel viejo señor con cara de vinagre, el de los tres castillos en el escudo. Sería un placer. “Cuando viniera a rescatar sus armas y su armadura, podría decirle: ‘Fue derrotado por el escudero de ser Arlan, el niño que sustituyó al otro al que mató’”. Al viejo le habría gustado.

—No estarás pensando entrar en liza, ser.

—Quizá vaya siendo hora.

—No lo es, ser.

—Quizá sea hora de darte un buen golpe en la oreja —“Sólo necesitaría ganar dos justas. Si pudiera cobrar dos rescates y sólo pagar uno, comeríamos como reyes durante un año”—. Podría participar en un combate cuerpo a cuerpo, si lo hubiera.

La estatura y fortaleza de Dunk le serían de más utilidad en un combate cuerpo a cuerpo que en las justas.

—No es costumbre que en las bodas haya combates cuerpo a cuerpo, ser.

—Pero sí es costumbre celebrar un banquete. Nos queda un largo camino por delante. ¿Por qué por una vez no lo emprendemos con el estómago lleno?

Con el sol en poniente, cerca del ocaso, vieron el lago y sus fulgores rojos y dorados, que lo asemejaban a una lámina de cobre batido. Una vez que vieron despuntar sobre unos sauces las torrecillas de la posada, Dunk volvió a ponerse la túnica mojada de sudor y se detuvo a refrescarse la cara. Se limpió lo mejor que pudo el polvo del camino y se pasó los dedos mojados por su mata de pelo aclarado por el sol. Su estatura no tenía remedio ni la cicatriz que marcaba su mejilla, pero quería paliar en algo su fiero aspecto de ladrón.

La posada era mayor de lo que esperaba: un laberinto gris de vigas y torres, la mitad del cual se apoyaba en pilares clavados en el agua. Una pasarela de tablones desbastados cruzaba el barro de la orilla hasta el embarcadero, pero no se veía la barca ni a los barqueros. Al otro lado del camino había un establo con techo de paja. El patio estaba rodeado por una cerca de piedra seca, aunque la puerta estaba abierta. Dentro encontraron un pozo y un abrevadero.

—Ocúpate de los animales —le dijo Dunk a Egg— y procura que no beban demasiado. Preguntaré por la comida.

Encontró a la posadera barriendo los escalones.

—¿Viene por la barca? —preguntó ella—. Pues llega tarde. Ya se está poniendo el sol, a Ned no le gusta cruzar de noche cuando no hay luna llena. Volverá mañana a primera hora.

—¿Sabe cuánto cobra?

—Tres peniques por persona y diez por caballo.

—Nosotros llevamos dos caballos y una mula.

—Por las mulas son diez más.

Dunk sumó mentalmente y obtuvo un resultado de treinta y seis, más de lo que había tenido la esperanza de gastar.

—La última vez que pasé por aquí sólo costaba dos peniques y seis por caballo.

—Dígale eso a Ned, que no es cosa mía. Si buscan cama no me queda ninguna. Lord Shawney y lord Costayne trajeron a sus séquitos y tengo esto a reventar.

—¿También está lord Peake? ­—“Mató al escudero de ser Arlan”—. Iba con lord Cockshaw y John el Violinista.

—Se los llevó Ned en el último viaje —la posadera miró a Dunk de la cabeza a los pies—. ¿Era parte de su compañía?

—No, sólo nos los encontramos en el camino —por las ventanas de la posada salía un buen olor que hizo salivar a Dunk—. Nos interesaría una tajada de lo que esté asando, si no es demasiado caro.

—Jabalí —dijo ella—, con su buena pimienta. Va servido con cebolla, champiñones y puré de nabos.

—No hace falta que incluya los nabos. Nos bastaría con unas tajadas de jabalí y una jarra de esa cerveza tostada tan buena que hacen aquí. ¿Cuánto nos cobra? ¿Y por pasar la noche en el suelo del establo?

Fue un error.

—El establo, como indica su nombre, es para los caballos. Reconozco que usted es grande como un caballo, pero yo sólo veo dos patas —la posadera levantó la escoba para ahuyentarlo—. No se me puede pedir que alimente a todos los Siete Reinos. El jabalí es para mis huéspedes. Mi cerveza también. No quiero que los señores vayan diciendo que se me acabó la comida o la bebida antes de que estuvieran saciados. En el lago hay muchos peces, y allá, por los tocones, han acampado algunos vagabundos más. Bueno, caballeros errantes, según ellos —su tono dejaba claro que ella no se lo creía—. Quizá tengan comida para compartir. No es cosa mía. Y ahora márchese, que tengo trabajo.

El portazo no le dio tiempo a Dunk de preguntar dónde quedaban los tocones en cuestión.

Encontró a Egg sentado en el abrevadero, con los pies en el agua, abanicándose la cara con su gran sombrero blando.

—¿Están haciendo asado de cerdo, ser? Huele a cerdo.

—Jabalí —dijo Dunk de mal humor—, pero ¿quién quiere jabalí cuando se tiene un buen tasajo de buey?

Egg hizo una mueca.

—¿En vez de eso puedo comerme mis botas, ser, por favor? Ya me haré otro par con el tasajo, que es más duro.

—No —dijo Dunk, intentando no sonreír—. No puedes comerte tus botas. Y como digas algo más te comerás mi puño. Saca los pies del abrevadero —encontró su yelmo a lomos de la mula y se lo arrojó a Egg—. Saca agua del pozo y remoja el buey —si no se dejaba bastante tiempo en remojo podía partir los dientes. Como mejor sabía era mojado en cerveza, pero tendrían que conformarse con agua—. Y no uses la del bebedero, que no me interesa el sabor de tus pies.

—Sólo mejorarían el sabor, ser —dijo Egg moviendo los dedos de los pies, aunque obedeció.

No resultó difícil dar con los caballeros errantes. Egg vio el resplandor de su hoguera por el bosque, junto a la orilla del lago. Se acercaron y dejaron los animales. El niño llevaba bajo el brazo el yelmo de Dunk, que a cada paso hacía ruido de agua. Para entonces el sol era un recuerdo rojo en el poniente. Pronto el bosque clareó y Dunk y Egg se encontraron en lo que debía de haber sido una antigua arboleda de arcianos. Sólo un círculo de tocones blancos y un amasijo de raíces claras, de color de hueso, guardaba el recuerdo de cuando Poniente era gobernado por los hijos del bosque.

Entre las cepas de arciano encontraron a dos hombres que se pasaban un odre de vino cerca de una hoguera. Sus caballos pacían detrás de la arboleda. Habían amontonado sus armas y armaduras con pulcritud. Apartado de ellos había otro hombre mucho más joven, con la espalda apoyada en un castaño.

—Bien hallados, señores —dijo Dunk en tono cordial. Nunca era prudente tomar por sorpresa a hombres armados—. Me llamo ser Duncan el Alto. Este niño es Egg. ¿Nos permiten disfrutar de su hoguera?

Un hombre robusto de mediana edad, con ropa de gala hecha jirones, se levantó para recibirlos. Su rostro estaba enmarcado por un florido bigote.

—Bien hallado, ser Duncan. Usted es muy alto… y muy bienvenido, por cierto, al igual que este mozo. Egg, ¿verdad? ¿Qué nombre es ése, valga la pregunta?

—Uno corto, ser.

El niño no era tan insensato como para reconocer que Egg era una abreviatura de Aegon, al menos ante desconocidos.

—Sin duda. ¿Qué te pasó en el pelo?

“Larvas” —pensó Dunk—. “Dile que fue por las larvas, muchacho.”

Era la versión menos peligrosa, lo que más a menudo contaban, pero a veces a Egg se le ocurría alguna travesura infantil.

—Me lo rapé, ser. Quiero estar rapado hasta que me gane mis espuelas.

—Noble voto. Yo soy ser Kyle, el Gato del Páramo Brumoso. Bajo aquel castaño está sentado ser Glendon… Hum… Ball. Y aquí tienen al bueno de ser Maynard Plumm.

El último nombre despertó la atención de Egg.

—Plumm… ¿Es pariente de lord Viserys Plumm, ser?

—Lejano —confesó ser Maynard, un hombre alto, delgado y encorvado, de pelo largo y muy rubio—, aunque dudo que su señoría lo reconozca. Si nuestro emblema es la ciruela, podría decirse que él es de las dulces y yo de las agrias.

La capa de Plumm era morada, como las ciruelas, aunque estaba raída en los bordes y mal teñida. La ceñía en el hombro un broche con una piedra de luna del tamaño de un huevo de gallina. Por lo demás su atuendo era de tela basta de color marrón, y de cuero pardusco y lleno de manchas.

—Traemos tasajo de buey —dijo Dunk.

—Ser Maynard tiene un saco de manzanas —dijo Kyle el Gato—. Y yo encurtí huevos y cebollas. ¡Pero si entre todos tenemos para un verdadero festín! Siéntese, ser. Tenemos las mejores cepas a su disposición. Nos quedaremos aquí hasta media mañana, o mucho me equivoco. Sólo hay una barca y no tiene cabida para todos. Primero deben cruzar los señores y sus séquitos.

—Ayúdame con los caballos —le dijo Dunk a Egg.

Desensillaron a Trueno, Lluvia y Maestre.

Dunk esperó a que los animales hubieran comido y estuvieran maneados para la noche antes de aceptar el odre de vino que le ofrecía ser Maynard.

—Hasta el vino avinagrado es mejor que ninguno —dijo Kyle el Gato—. Ya beberemos mejores cosechas en Muros Blancos. Dicen que lord Butterwell tiene los mejores vinos al norte del Rejo. Fue mano del rey, al igual que el padre de su padre, y tiene fama de piadoso, además de ser muy rico.

—Toda su riqueza le viene de sus vacas —dijo Maynard Plumm—. Debería tomar una ubre hinchada como emblema. A los Butterwell les corre leche por las venas, y los Frey tampoco son mejores. Será un matrimonio de ladrones de ganado y aduaneros, un hatajo de juntamonedas uniéndose con otro. Cuando se rebeló el Dragón Negro, este señor de vacas mandó a uno de sus hijos junto a Daemon y a otro junto a Daeron, para asegurarse de que hubiera un Butterwell del lado ganador. Ambos perecieron en el campo de Hierba Roja, y su hijo menor murió en primavera. Por eso organizó este enlace. Si su nueva esposa no le da un hijo, el nombre de Butterwell se perderá con él.

—Y bien perdido —ser Glendon Ball deslizó una vez más la piedra de afilar por su espada—. El Guerrero odia a los cobardes.

Su tono de desprecio le ganó la atención de Dunk. La ropa de ser Glendon era de buena tela, pero estaba muy gastada y desigual. Parecía de segunda mano. Por detrás de su medio yelmo de hierro asomaban mechones de color castaño oscuro. El joven en sí era bajo y robusto, con los ojos pequeños y juntos, los hombros fornidos y los brazos musculosos. Sus alborotadas cejas parecían dos orugas tras una primavera de lluvias. Su nariz era bulbosa y su barbilla belicosa. Era joven, además. “Tal vez dieciséis años. A lo sumo dieciocho.” Si ser Kyle no lo hubiera llamado “ser”, Dunk podría haberlo confundido con un escudero. En vez de patillas tenía granos en los cachetes.

—¿Cuánto tiempo hace que es caballero? —le preguntó Dunk.

—Bastante. Cuando cambie la luna medio año. Me armó ser Morgan Dunstable, de la Cascada del Volatinero, en presencia de dos docenas de personas, pero desde que nací me he entrenado para ser caballero. Antes de caminar ya montaba a caballo, y antes de que se me cayera un diente dejé sin dentadura a un hombre adulto. Pienso hacerme un nombre en Muros Blancos y reclamar el huevo del dragón.

—¿El huevo del dragón? ¿Será el premio del vencedor? ¿De verdad? —Hacía medio siglo que había muerto la última dragona, aunque una vez ser Arlan había visto una nidada de sus huevos. Eran duros como piedras, le había dicho el viejo a Dunk, pero hermosos a la vista—. ¿Cómo es posible que lord Butterwell haya encontrado un huevo de dragón?

—Se lo dio como obsequio el rey Aegon al padre de su padre, tras hospedarse una noche en su antiguo castillo —dijo ser Maynard Plumm.

—¿Fue en premio a algún acto de valor? —preguntó Dunk.

Ser Kyle rio, socarrón.

—Podría decirse que sí. Parece ser que cuando su majestad llegó de visita, lord Butterwell tenía tres hijas doncellas, y que por la mañana las tres tenían bastardos reales en sus barriguitas. Qué noche más ardua.

Dunk ya había oído contarlo. Aegon el Indigno se había acostado con la mitad de las doncellas del reino, y supuestamente había engendrado bastardos en cada una de ellas. Lo peor de todo, sin embargo, era que el viejo rey los había legitimado a todos en su lecho de muerte, tanto a los de baja cuna, hijos de mozas de taberna, putas y pastoras, como a los Grandes Bastardos, cuyas madres eran de alto abolengo.

—Con que fuera cierta la mitad de esas historias, todos seríamos hijos bastardos del viejo rey Aegon.

—¿Y quién dice que no es así? —bromeó ser Maynard.

—Debería venir con nosotros a Muros Blancos, ser Duncan —lo conminó ser Kyle—. Tiene garantizado el interés de algún joven señor a causa de su estatura. Tal vez encuentre un buen servicio. Sé que yo lo hallaré. A esta boda asistirá Joffrey Caswell, el señor de Puenteamargo. Le hice su primera espada cuando tenía tres años. La tallé en madera de pino para que le cupiera en la mano. En mis años mozos juramenté mi espada a su padre.

—¿También estaba tallada en madera de pino? —preguntó ser Maynard.

Kyle el Gato tuvo la gentileza de reírse.

—Le aseguro que de buen acero, y con sumo gusto volveré a manejarla al servicio del centauro. Ser Duncan, incluso si opta por no entrar en liza, acompáñenos, se lo ruego, en el festejo nupcial. Habrá bardos, músicos, juglares, volatineros y un grupo de comediantes enanos.

Dunk frunció el ceño.

—A Egg y a mí nos espera un largo viaje. Vamos al Norte, a Invernalia. Lord Beron Stark está reuniendo espadas para expulsar de una vez por todas a los krakens de sus costas.

—Demasiado frío para mí —dijo ser Maynard—. Si quiere matar krakens vaya al oeste. Los Lannister están construyendo barcos para atacar a los hombres del Hierro en sus propias islas. Es así como hay que acabar con Dagon Greyjoy; de nada sirve combatirlo en tierra firme, porque le basta con retirarse de nuevo por mar. Hay que vencerlo en el agua.

Sonaba cierto, pero la idea de luchar contra los hombres del Hierro en el mar no era muy del agrado de Dunk. Ya lo había probado en el Dama Blanca durante la travesía entre Dorne y Antigua, al ponerse la armadura para ayudar a la tripulación a rechazar un asalto. Había sido una batalla cruenta y desesperada, que en un momento dado estuvo a punto de arrojarlo al mar, en cuyo caso no habría vivido para contarlo.

—El trono debería aprender de Stark y Lannister —declaró ser Kyle el Gato—. Al menos luchan. ¿Qué hacen los Targaryen? El rey Aerys se esconde entre sus libros, el príncipe Rhaegel se pavonea desnudo por las salas de la Fortaleza Roja y el príncipe Maekar rabia en Refugio Estival.

Egg atizaba la hoguera con un palo para levantar chispas que se perdían en la noche. A Dunk le satisfizo ver que no hacía caso a la mención del nombre de su padre. “Puede que al fin haya aprendido a frenar su lengua.”

—Por mi parte la culpa se la atribuyo a Cuervo de Sangre —continuó ser Kyle—. Pese a ser la mano del rey, no hace nada mientras los krakens siembran el fuego y el terror a lo ancho del mar del Ocaso.

Ser Maynard se encogió de hombros.

—Permanece atento a Tyrosh, mientras que Aceroamargo, en el exilio, conspira con los hijos de Daemon Fuegoscuro. Por eso tiene a mano los barcos del rey, por si intentaran cruzar.

—Es posible —dijo ser Kyle—, pero más de uno agradecería el regreso de Aceroamargo. Cuervo de Sangre es la raíz de todos nuestros males, el gusano blanco que roe el corazón del reino.

Dunk, ceñudo, recordó al septón jorobado de Septo de Piedra.

—Esas palabras pueden costarle a uno la cabeza. Algunos dirían que usted habla como un traidor.

—¿Cómo puede ser traidora la verdad? —preguntó Kyle el Gato—. En tiempos del rey Daeron no había que tener miedo de decir lo que se pensaba. Ahora, en cambio… —hizo un ruido soez—. Cuervo de Sangre sentó al rey Aerys en el Trono de Hierro, pero ¿por cuánto tiempo? Aerys es débil y a su muerte habrá una guerra encarnizada entre lord Ríos y el príncipe Maekar por la corona: la mano del rey contra el heredero.

—Se olvida del príncipe Rhaegel, amigo mío —objetó ser Maynard con comedimiento—. El siguiente en la línea sucesoria no es Maekar, sino él, y lo siguen sus hijos.

—Rhaegel es de mente débil. No es que le desee ningún mal, pero se le puede dar por muerto, como a los gemelos. La única duda es si morirán por la maza de Maekar o por los conjuros de Cuervo de Sangre.

“Que los siete nos amparen”, pensó Dunk cuando intervino Egg en voz alta y estridente.

—El príncipe Maekar es hermano del príncipe Rhaegel. Lo quiere y jamás le haría daño. Tampoco a los suyos.

—Cállate, niño —gruñó Dunk—. A estos caballeros no les interesa lo que opines.

—Si quiero hablar, puedo.

—No —dijo Dunk—, no puedes —“Algún día esa boca será tu perdición. Y la mía, muy probablemente”—. Creo que el tasajo de buey ya estuvo bastante tiempo en remojo. Tráeles una tajada a todos nuestros amigos, y no tardes.

Egg se ruborizó. Durante un fugaz instante Dunk temió que replicara, pero no: optó por mostrarse enfurruñado, como sólo saben hacerlo los niños de once años.

—Sí, ser —dijo, mientras buscaba con la mano en el fondo del yelmo de Dunk.

Su cabeza rapada reflejó la luz roja de la hoguera mientras repartía el tasajo.

Dunk tomó su trozo y se entretuvo con él. El remojo había convertido la carne de madera en cuero, pero nada más. Chupó una esquina para notar el gusto de la sal, procurando no pensar en el jabalí asado de la posada, que estaría chisporroteando en su espetón y goteando grasa.

Al ir oscureciendo llegaron del lago nubes de moscas y mosquitos picadores. Las moscas preferían cebarse en los caballos. A los mosquitos, en cambio, les gustaba la carne humana. La única manera de evitar sus picaduras era estar cerca del fuego, respirando humo. “Asarte o que te devoren”, pensó Dunk, cariacontecido—: “el dilema del mendigo”. Se rascó los brazos y se aproximó más a la hoguera.

Pronto el odre regresó a sus manos. Era un vino áspero y avinagrado. Dunk bebió un buen trago y pasó el odre, mientras el Gato del Páramo Brumoso empezaba a explicar cómo le había salvado la vida al señor de Puenteamargo durante la rebelión de Fuegoscuro.

—Cuando se cayó el portaestandarte de lord Armond, bajé de mi caballo, rodeado de traidores…

—Ser —preguntó Glendon Ball—, ¿quiénes eran esos “traidores”?

—Me refería a los hombres de Fuegoscuro.

La luz de la hoguera se reflejó en el acero que tenía ser Glendon en la mano. Las marcas de viruela de su cara estaban rojas como llagas abiertas. Tenía los nervios tensos como una ballesta.

—Mi padre luchó por el dragón negro.

“Otra vez.” Dunk resopló por la nariz. No se podía andar por el mundo preguntando “¿rojo o negro?” Siempre ocasionaba problemas.

—Estoy seguro de que ser Kyle no quiso insultar a su padre.

—En absoluto —confirmó ser Kyle—. Lo del dragón rojo y el negro es historia antigua. No tiene sentido que nos peleemos ahora por ella, muchacho. Aquí todos somos hermanos.

Ser Glendon pareció sopesar las palabras del Gato para decidir si se burlaba de él.

—Daemon Fuegoscuro no era ningún traidor. A él le dio la espada el viejo rey. Vio lo que valía Daemon pese a sus orígenes bastardos. ¿Por qué otra razón habría puesto Fuego Oscuro en su mano y no en la de Daeron? Quería que también el reino fuera suyo. Daemon era el mejor de los dos.

Nadie dijo nada. Dunk oyó cómo la hoguera crepitaba con suavidad. Notó mosquitos en su nuca y les dio un golpe con la mano abierta, mientras observaba a Egg y deseaba que no abriera la boca.

—Cuando se libró la batalla del campo de Hierba Roja —dijo cuando parecía que nadie más hablaría— yo era muy niño, pero fui escudero de un caballero que luchó por el dragón rojo y más tarde serví a otro que lo hizo por el negro. En ambos lados había valientes.

—Valientes —repitió Kyle el Gato sin mucha convicción.

—Héroes —Glendon Ball fue moviendo su escudo para que todos vieran las armas que llevaba pintadas: una bola de fuego roja y amarilla en un campo negro como la noche—. Yo tengo sangre de héroes.

—Usted es el hijo de Bola de Fuego —dijo Egg.

Fue la primera vez que vieron sonreír a ser Glendon.

Ser Kyle observó al joven con atención.

—¿Cómo es posible? ¿Pues qué edad tienes? Quentyn Ball murió…

—…antes de que naciera yo —terminó la frase ser Glendon—, pero revivió en mí —envainó ruidosamente su espada—. Se lo demostraré a todos en Muros Blancos, cuando reclame el huevo de dragón.

El día siguiente confirmó la profecía de ser Kyle. La barca de Ned distaba mucho de tener cabida para cuantos deseaban cruzar el lago, así que primero subieron lord Costayne y lord Shawney, con sus respectivos séquitos. Para ello hicieron falta varios viajes, cada uno de los cuales consumió más de una hora. Había que lidiar con zonas de marisma, hacer subir caballos y carromatos a la pasarela, cargarlos en la barca y descargarlos de nuevo al otro lado del lago. Los dos señores demoraron aún más el proceso al discutir a voces por la precedencia. Shawney era el mayor, pero Costayne se consideraba de mejor cuna.

A Dunk no le quedó más remedio que esperar y sofocarse de calor.

—Si me dejaran usar mi bota, seríamos los primeros en subir —dijo Egg.

—Podríamos —contestó Dunk—, pero no lo haremos. Lord Costayne y lord Shawney llegaron antes que nosotros, y además son señores.

Egg hizo una mueca.

—Señores rebeldes.

Dunk lo miró con mala cara.

—¿Por qué lo dices?

—Estaban a favor del dragón negro; al menos lord Shawney y el padre de lord Costayne. Aemon y yo representamos muchas veces la batalla en la mesa verde del maestre Melaquin, con soldados pintados y pequeños estandartes. Las armas de Costayne se dividen entre un cáliz plateado sobre campo negro y una rosa negra sobre campo de oro. Aquel estandarte se encontraba a la izquierda de las huestes de Daemon. Shawney estaba con Aceroamargo a la derecha, pero murió.

—Eso es agua pasada. Ahora están aquí, ¿no? Señal de que hincaron la rodilla y el rey Daeron les concedió su perdón.

—Sí, pero…

Dunk le cerró los labios al niño.

—Frena esa lengua.

Egg la frenó.

En cuanto hubo zarpado el último cargamento de hombres de Shawney, aparecieron en el embarcadero lord y lady Smallwood con su propio séquito, así que hubo que volver a esperar.

Estaba a la vista que la hermandad de los caballeros errantes no había sobrevivido a la noche. Ser Glendon, quisquilloso y taciturno, iba a la suya. En cuanto a Kyle el Gato, al considerar que no los dejarían subir a la barca antes de mediar el día, se separó de los demás para tratar de ganarse a lord Smallwood, al que conocía por algún breve encuentro. Ser Maynard mataba el tiempo chismorreando con la posadera.

—A ése no te acerques ni por asomo —le advirtió Dunk a Egg. Algo no le cuadraba en Plumm—. No podemos estar seguros de que no sea un caballero ladrón.

De lo único que sirvió la advertencia fue para que Egg se interesara más por ser Maynard.

—Nunca he conocido a un caballero ladrón. ¿Crees que se propone robar el huevo de dragón?

—Estoy seguro de que lord Butterwell lo tiene a buen resguardo —Dunk se rascó las picaduras de mosquito del cuello—. ¿Tú crees que lo expondrá en el banquete? Me gustaría ver uno.

—Le enseñaría el mío, ser, pero está en Refugio Estival.

—¿El tuyo? ¿Tu huevo de dragón? —ceñudo, Dunk miró al niño sin saber si era una broma—. ¿De dónde lo sacaste?

—De un dragón, ser. Me lo pusieron en la cuna.

—¿Quieres un golpe en la oreja? No hay dragones.

—No, pero huevos sí. El último dragón dejó una nidada de cinco, y en Rocadragón tienen más, huevos viejos de antes de la Danza. Todos mis hermanos poseen uno. El de Aerion parece de oro y plata, con venas de fuego. El mío es blanco y verde, como remolinos.

—Tu huevo de dragón —“Se lo pusieron en la cuna.” Dunk estaba tan acostumbrado a Egg que a veces se le olvidaba que Aegon era príncipe. “Pues claro que le pusieron un huevo de dragón en la cuna”—. Bueno, procura no hablar de él cuando alguien pueda oírte.

—No soy tonto, ser —Egg bajó la voz—. Algún día volverán los dragones. Lo soñó mi hermano Daeron y lo leyó el rey Aerys en una profecía. Tal vez salgan del huevo. Eso sería maravilloso.

—¿Sí?

Dunk albergaba sus dudas. Egg no.

—Aemon y yo jugábamos a que eran nuestros huevos los que se abrían. Entonces podríamos volar a lomos de dragón, como el primer Aegon y sus hermanas.

—Sí, y si se murieran todos los otros caballeros del reino yo sería lord comandante de la Guardia Real. Si tan valiosos son los huevos, ¿por qué demonios regala el suyo lord Butterwell?

—¿Para demostrarle al reino lo rico que es?

—Supongo —Dunk volvió a rascarse el cuello y echó un vistazo a ser Glendon Ball, que ajustaba las cinchas de su silla de montar mientras esperaba la barca. “Con ese caballo no se puede hacer nada.” La montura de ser Glendon era un jamelgo de lomo caído, pequeño y viejo—. ¿Qué sabes de su padre? ¿Por qué lo llamaban Bola de Fuego?

—Por lo exaltado que era y por ser pelirrojo. Ser Quentyn Ball fue maestro de armas en la Fortaleza Roja. Enseñó a luchar a mi padre y a mis tíos. También a los Grandes Bastardos. Como el rey Aegon le prometió que entraría en la Guardia Real, Bola de Fuego hizo que su mujer ingresara en las hermanas silenciosas, pero cuando se produjo una vacante el rey Aegon ya había muerto y el rey Daeron nombró a ser Willem Wylde en su lugar. Mi padre dice que Bola de Fuego participó tanto como Aceroamargo en convencer a Daemon Fuegoscuro de que reclamara el trono, y que lo rescató cuando Daeron envió a la Guardia Real para que lo arrestara. Más tarde Bola de Fuego mató a lord Lefford en las puertas de Lannisport e hizo refugiarse al León Gris en la Roca. En el vado del Mander abatió uno por uno a los hijos de lady Penrose. Dicen que le perdonó la vida al menor como una atención para su madre.

—Muy caballeresco —admitió Dunk—. ¿Ser Quentyn murió en el campo de Hierba Roja?

—Antes, ser —contestó Egg—. Un arquero le atravesó la garganta cuando desmontaba junto a un arroyo para beber agua. Fue un hombre del vulgo, por motivos que nadie conoce.

—Los hombres del vulgo pueden ser peligrosos cuando se les mete en la cabeza matar a señores y héroes —Dunk vio que la barca se acercaba lentamente por el lago—. Aquí está.

—Va muy lenta. ¿Iremos a Muros Blancos, ser?

—¿Por qué no? Quiero ver el huevo de dragón. Dunk sonrió—. Si gano el torneo, los dos tendremos un huevo de dragón.

Egg lo miró con escepticismo.

—¿Qué? ¿Por qué me miras así?

—Podría decírtelo, ser —dijo el niño con solemnidad—, pero debo aprender a frenar mi lengua.

A los caballeros errantes los sentaron muy lejos de los invitados de honor, más cerca de las puertas que de la tarima.

Como castillo, Muros Blancos era casi nuevo, ya que sólo lo había construido cuarenta años atrás el abuelo del señor actual. El pueblo llano de la zona lo llamaba la Lechería, porque sus muros, torres y torreones estaban hechos con magníficos sillares de piedra blanca procedente de las canteras del Valle y traída a alto precio del otro lado de las montañas. Dentro había suelos y columnas de mármol blanco como la leche, con vetas de oro. Las vigas de los techos estaban talladas en troncos de arciano, blancos como el hueso. Dunk ni siquiera imaginaba lo que había costado.

De todos modos la sala principal no era tan grande como otras que había visto. “Al menos nos dejaron entrar”, pensó al ocupar su sitio entre ser Maynard Plumm y Kyle el Gato. Aunque no estuvieran invitados, les habían dado de inmediato la bienvenida al banquete. Daba mala suerte que un novio, el día de su boda, negara su hospitalidad a un caballero.

El que no lo tuvo tan fácil fue ser Glendon, el más joven.

—Bola de Fuego no tuvo hijos varones —oyó Dunk que le decía en voz alta el mayordomo de lord Butterwell.

El mozalbete se acaloró al contestar y varias veces salió a relucir el nombre de ser Morgan Dunstable, pero el mayordomo no daba su brazo a torcer. En el mismo instante en que ser Glendon llevó la mano a la empuñadura de su espada, apareció con lanzas en la mano una docena de hombres de armas. Por un momento pareció que correría la sangre. Sólo salvó la situación la intervención de un caballero alto y rubio cuyo nombre era Kirby Pimm. Dunk estaba demasiado lejos para oírlo, pero vio que Pimm le pasaba el brazo por los hombros al mayordomo y le murmuraba algo entre risas al oído. El mayordomo frunció el ceño y le dijo algo a ser Glendon que hizo sonrojarse mucho al joven. “Parece a punto de llorar”, pensó Dunk al observarlos. “O de matar a alguien.” A partir de ese momento al fin franquearon al joven caballero la entrada a la sala del castillo.

Menos suerte tuvo el pobre Egg.

—La gran sala es para los señores y los caballeros —los informó con altivez un vicemayordomo en el momento en que Dunk pretendía entrar con el niño—. Montamos mesas en el patio interior para los escuderos, los mozos de cuadra y los soldados.

“Si tuvieras la menor idea de quién es, lo sentarías en un trono con cojines, sobre la tarima.”

A Dunk no le gustó mucho el aspecto de los otros escuderos. Algunos tenían la edad de Egg, si bien la mayoría eran combatientes mayores y curtidos que ya habían tomado tiempo atrás la decisión de servir a un caballero en vez de serlo ellos mismos. “A menos que no tuvieran alternativa.” Para ser caballero no bastaba con la cortesía y la destreza con las armas. Se necesitaban también cosas caras, como una espada y una armadura.

—Cuidado con lo que dices —le indicó a Egg antes de dejarlo en semejante compañía—. Son hombres hechos y derechos, que no se mostrarán comprensivos con tus insolencias. Siéntate, come y escucha. Quizá aprendas algo.

Por su parte Dunk se alegró mucho de refugiarse del calor del sol y de tener delante una copa de vino y la ocasión de llenarse la barriga. Hasta los caballeros errantes se cansan de mascar durante media hora hasta el último bocado. Allá abajo no paladearía exquisiteces, pero tampoco le faltaría comida. A él le iba perfecto encontrarse lejos de las mesas de honor.

Sin embargo, como decía el viejo, el orgullo del campesino es la vergüenza del señor.

—No puede ser éste mi sitio —le dijo, acalorado, ser Glendon Ball al vicemayordomo. Para la fiesta se había puesto un jubón limpio, una prenda hermosa y antigua con encaje de oro en los puños y el cuello, y el cabrio rojo y los roeles blancos de la casa Ball cosidos en el pecho—. ¿Sabes quién era mi padre?

—No me cabe duda de que un noble caballero y poderoso señor —dijo el vicemayordomo, pero lo mismo podría decirse de muchos de los que están aquí. Tome asiento o márchese, se lo ruego. A mí me da lo mismo, ser.

Al final el muchacho se sentó con los demás con una mueca de mal humor. La sala, larga y blanca, se fue llenando con la aparición de más caballeros, que se apretaban en los bancos. Dunk no había previsto tanta gente. A juzgar por su aspecto, algunos invitados venían de muy lejos. Ni él ni Egg habían frecuentado a muchos señores y caballeros desde Vado Ceniza y era imposible adivinar quién sería el siguiente en aparecer. “Deberíamos habernos quedado en los caminos, durmiendo bajo los árboles. Como me reconozcan…”

Un criado puso una hogaza de pan negro frente a cada invitado, encima del mantel. Contento de entretenerse con algo, Dunk cortó el pan a lo largo, vació la parte inferior para usarla como tajadero y se comió la de arriba. Estaba duro, pero en comparación con su tasajo de buey parecía natilla. Al menos no había que remojarlo en cerveza, leche ni agua de modo que estuviera bastante blando para masticarlo.

—Por lo visto llama mucho la atención, ser Duncan —observó ser Maynard Plumm cuando lord Vyrwel y su séquito desfilaron hacia los puestos de honor de lo alto de la sala—. Las chicas de la tarima no apartan los ojos de su persona. Seguro que nunca habían visto a un hombre tan alto. Incluso sentado aventaja por una cabeza a todos los presentes.

Dunk encorvó los hombros. Estaba acostumbrado a que lo miraran, pero eso no quería decir que le gustara.

—Que miren.

—Aquél de allá, al pie de la tarima, es el Viejo Buey —dijo ser Maynard—. Tiene fama de ser enorme, pero a mí me parece que lo más grande que tiene es la barriga. A su lado usted es un gigante, qué demonios.

—Así es, ser —dijo uno de sus compañeros de banco, un hombre cetrino y taciturno con atuendo gris y verde. Tenía los ojos pequeños y sagaces, muy juntos bajo finas cejas arqueadas. En compensación por su incipiente calvicie, una barba negra y bien cuidada le enmarcaba la boca—. En un campo así su estatura por sí sola debería convertirlo en uno de los competidores más temibles.

—Oí que quizá venga la Bestia de Bracken —dijo otro de los ocupantes del banco, algo más lejos.

—No creo —dijo el de verde y gris—. Son unas simples justas para celebrar las nupcias de su señoría, unos choques en el patio en honor de los choques entre sábanas. Demasiada molestia para alguien como Otho Bracken.

Ser Kyle el Gato bebió algo de vino.

—Apuesto a que tampoco mi señor de Butterwell entrará en liza. Animará a sus paladines en la sombra, desde el palco de su señor.

—En tal caso los verá caer —se ufanó ser Glendon Ball—, y al final me entregará a mí su huevo.

—Ser Glendon es el hijo de Bola de Fuego —le explicó ser Kyle a su nuevo interlocutor—. ¿Tendríamos el honor de conocer su nombre, ser?

—Ser Uthor Underleaf, hijo de alguien sin importancia —pese a ser de buena tela y estar limpio y cuidado, el atuendo de Underleaf era de corte sencillo. Su capa estaba sujeta por un cierre de plata en forma de caracol—. Si su lanza está a la altura de su lengua, ser Glendon, es posible que pueda competir incluso con alguien de las dimensiones de nuestro amigo, aquí presente.

Ser Glendon echó un vistazo a Dunk mientras les servían vino.

—Si nos enfrentamos caerá él. Me da igual lo alto que sea.

Dunk vio cómo un criado le llenaba la copa de vino.

—Soy mejor con la espada que con la lanza —admitió—, y aún mejor con el hacha. ¿Habrá combate cuerpo a cuerpo?

En caso afirmativo le serían de provecho su estatura y fuerza, y podría dar lo máximo de sí. Las justas eran harina de otro costal.

—¿Combate cuerpo a cuerpo? ¿En una boda? —ser Kyle parecía escandalizado—. Sería indecoroso.

Ser Maynard rio entre dientes.

—Las bodas son combates cuerpo a cuerpo, como se lo dirá cualquier hombre casado.

También ser Uthor rio.

—Me temo que sólo habrá justas, aunque aparte del huevo de dragón lord Butterwell prometió treinta dragones de oro al que pierda el último enfrentamiento y diez a cada caballero derrotado en la ronda anterior.

“Diez dragones no están mal.” Con diez dragones podría comprarse un palafrén para no tener que usar a Trueno más que en la batalla. Con diez dragones podrían comprar una armadura para Egg y una tienda digna de un caballero, con el árbol y la estrella fugaz de Dunk cosidos en ella. “Diez dragones son ganso asado y jamón y pastel de pichón.”

—También habrá rescates para los que venzan en sus lides —dijo ser Uther, mientras vaciaba su tajadero—, y oí rumores de que algunos apuestan. A lord Butterwell no le gusta correr riesgos, pero entre sus invitados hay los que lo hacen fuerte.

Acababa de decirlo cuando una fanfarria de trompetas en la galería de los músicos anunció la entrada de Ambrose Butterwell. Dunk se puso en pie, al igual que el resto, mientras Butterwell, por una alfombra decorada de Myr, acompañaba del brazo a su nueva esposa a la tarima. Era una joven de quince años, recién salida de la infancia, mientras que su señor esposo tenía cincuenta años y acababa de quedarse viudo. Ella era rosada; él, gris. La novia arrastraba el manto nupcial, de colores verde, blanco y amarillo ondeados. El aspecto de la prenda era tan caluroso y pesado que a Dunk le extrañó que la soportara. También lord Butterwell presentaba un aspecto caluroso y pesado con sus grandes cachetes y su pelo rubio cada vez más escaso.

La novia iba seguida de cerca por su padre, que tomaba de la mano a su hijo pequeño. Lord Frey del Cruce era un hombre delgado y elegante, vestido de azul y gris, y su heredero un niño de cuatro años, sin barbilla, con la nariz llena de mocos. Los siguientes eran lord Costayne y lord Risley con sus señoras esposas, hijas de lord Butterwell y su primera mujer. Los seguían las hijas de Frey con sus consortes. Detrás iban lord Gormon Peake, lord Smallwood, lord Vyrwel, lord Shawney y varios señores de menor importancia y caballeros con tierras. Dunk reconoció entre ellos a John el Violinista y Alyn Cock-shaw. Lord Alyn parecía achispado, pese a que propiamente hablando aún no hubiera empezado el banquete.

Una vez que todos llegaron, sin prisa, a la tarima, la mesa de honor quedó tan llena como los bancos. Lord Butterwell y la novia se sentaron en un doble trono de roble dorado, con mullidos cojines de plumas. El resto ocupó sillas altas, de brazos tallados en formas pintorescas. En la pared del fondo había dos enormes estandartes colgados de las vigas: las dos torres de Frey, en azul sobre gris, y el ondeado verde, blanco y amarillo de los Butterwell.

El primer brindis corrió a cargo de lord Frey.

—¡Por el rey! —dijo con toda sencillez.

Ser Glendon levantó su copa de vino por encima del cuenco del agua. Dunk hizo chocar su copa con la de él y también con las de ser Uthor y el resto. Bebieron.

—Por lord Butterwell, nuestro gentil anfitrión —proclamó a continuación Frey.

—Que el Padre le conceda larga vida y muchos hijos.

Volvieron a beber.

—Por lady Butterwell, la novia, y mi querida hija. Que la Madre la haga fértil —Frey sonrió a la muchacha—. Desearé un nieto antes de que acabe el año. Todavía me agradaría más que fueran gemelos, así que esta noche a batir bien la mantequilla, dulce mía.

Resonaron risas por las vigas. Los invitados bebieron una vez más. Era un vino tinto, dulce, aterciopelado.

—Brindo por la mano del rey —dijo a continuación lord Frey—, Brynden Ríos. Que la lámpara de la Vieja le ilumine el camino de la sabiduría.

Levantó mucho la copa y bebió junto con lord Butterwell, su novia y los otros ocupantes de la tarima. Entre los caballeros errantes, ser Glendon volcó la copa para derramar su contenido en el suelo.

—Triste manera de desperdiciar buen vino —dijo Maynard Plumm.

—Yo no bebo por los que matan a los de su propia sangre —dijo ser Glendon—. Lord Cuervo de Sangre es un brujo y un bastardo.

—Bastardo de nacimiento —respondió ser Uthor, comedido—, pero su real padre lo legitimó antes de morir.

Tomó un buen trago, como ser Maynard y muchos otros en la sala. Fueron menos los que bajaron la copa o la volcaron como Ball. A Dunk le pesaba la suya en la mano. “¿Cuántos ojos tiene lord Cuervo de Sangre?”, decía el acertijo. “Mil, y uno más.”

Se sucedieron los brindis, algunos en boca de lord Frey y otros a cargo de alguien más. Brindaron por el joven lord Tully, señor de lord Butterwell, que se había disculpado por no poder asistir a la boda. Brindaron por la salud de Leo Espinalarga, señor de Altojardín, que según los rumores se encontraba a las puertas de la muerte. Brindaron por el recuerdo de sus nobles muertos. “Sí”, pensó Dunk, acordándose—, “por ellos brindo encantado”.

El último brindis lo pronunció ser John el Violinista.

—¡Por mis valientes hermanos! ¡Sé que esta noche están sonriendo!

Como era la víspera del torneo, Dunk no había querido beber tanto, pero después de cada brindis se volvían a llenar las copas y él se descubría sediento. “Nunca rechaces una copa de vino ni un cuerno de cerveza”, le había dicho ser Arlan, “pues quizá tardes un año en ver otro”.

“Habría sido una descortesía no brindar por los novios”, se dijo­, “y peligroso no hacerlo por el rey y su mano entre tantos desconocidos”.

Por suerte el brindis del Violinista fue el último. Lord Butterwell puso en pie su corpulencia y dio a todos las gracias por haber venido. También prometió unas buenas justas la mañana siguiente.

—¡Que empiecen los festejos!

En la mesa de honor se sirvió lechón, un pavorreal asado con su plumaje y un lucio con costra de almendras molidas. De todo eso no llegó ni un solo bocado a las mesas bajas. Allá, en vez de lechón, se sirvió cerdo en salazón remojado en leche de almendras y con un agradable toque de pimienta. En vez de pavo tuvieron capones bien tostados y crujientes, con un relleno de cebollas, hierbas, champiñones y castañas asadas. En vez de lucio comieron trozos de bacalao blanco y tierno dentro de un envoltorio de masa, con una salsa marrón y sabrosa que Dunk no supo de qué estaba hecha. El acompañamiento consistía en puré de chícharos, nabos con mantequilla, zanahorias con miel y un queso blanco muy maduro que olía tan fuerte como Bennis del Escudo Pardo. Dunk comió bien, pero sin dejar de preguntarse ni un momento qué le habrían dado a Egg en el patio. Se metió medio pollo en el bolsillo de la capa, por si acaso, además de algunos trozos de pan y un poco de queso apestoso.

Mientras comían, el aire vibró con las alegres melodías de las gaitas y los violines. La conversación se centró en el torneo de la mañana siguiente.

—Ser Franklyn Frey está bien considerado en el Forca Verde —dijo Uthor Underleaf, al parecer buen conocedor de aquellos héroes locales—. Es el que está en la tarima, el tío de la novia. De Pantano de la Bruja vino Lucas Nayland, al que no hay que descartar; tampoco a ser Mortimer Boggs, de Punta Zarpa Rota. Por lo demás, debería ser un torneo de caballeros de la casa y héroes de aldea. Entre éstos los mejores son Kirby Pimm y Galtry el Verde, aunque ninguno de los dos es rival contra el yerno de lord Butterwell, Tom Heddle el Negro. Qué mala pieza. Dicen que consiguió la mano de la hija mayor de su señoría matando a tres de los otros pretendientes y que una vez descabalgó al señor de Roca Casterly.

—¿Qué? ¿Al joven lord Tybolt? —preguntó ser Maynard.

—No, al viejo León Gris, el que murió en primavera.

Era como se referían a los que habían perecido durante la gran epidemia primaveral: “Murió en primavera”. Lo habían hecho decenas de miles de personas, entre ellas un rey y dos jóvenes príncipes.

—No desprecie a ser Buford Bulwer —dijo Kyle el Gato—. El Viejo Buey acabó con cuarenta hombres en el campo de Hierba Roja.

—Y su cuenta aumenta cada año —dijo ser Maynard—. A Bulwer ya se le pasaron los buenos tiempos. Basta con verlo. Pasa de los sesenta años, está gordo y fofo y casi no ve nada con el ojo derecho.

—No se molesten en buscar al campeón por la sala —dijo una voz detrás de Dunk—. Aquí me tienen, señores. Regocíjense la vista.

Al girarse, Dunk vio ante sí a ser John el Violinista, que sonreía a medias. Su jubón de seda blanca tenía mangas acuchilladas con forro de raso rojo, tan largas que las puntas le llegaban por debajo de las rodillas. Del pecho le colgaba una pesada cadena de plata llena de grandes amatistas cuyo color hacía juego con el de sus ojos. “La cadena vale tanto como todas mis pertenencias”, pensó Dunk.

El vino había coloreado las mejillas de ser Glendon e inflamado sus granos.

—¿Quién es usted para jactarse tanto?

—Me llaman John el Violinista.

—¿Músico o guerrero?

—Da la casualidad de que puedo entonar dulces melodías tanto con la lanza como con el arco de resina. Toda boda precisa a un bardo, y todo torneo a un caballero misterioso. ¿Me permiten que me una a ustedes? Butterwell tuvo la bondad de sentarme en la tarima, pero yo prefiero la compañía de los caballeros como yo a la de damas gordas y rosadas y hombres viejos —el Violinista puso una mano en el hombro de Dunk—. Sea buen compañero y hágame sitio, ser Duncan.

Dunk lo hizo.

—Llega tarde para la comida, ser.

—Da igual. Sé dónde están las cocinas de Butterwell. ¡Espero que quede algo de vino!

El Violinista olía a naranja y lima, con un toque de alguna extraña especia oriental. Clavo, tal vez. Dunk no habría sabido decirlo. ¿Qué sabía él de clavos?

—Su jactancia es indecorosa —le dijo ser Glendon al Violinista.

—¿De veras? En tal caso, ser, le suplico perdón. Nada más lejos de mi intención que ofender a un hijo de Bola de Fuego.

El joven quedó desconcertado.

—¿Sabe quién soy?

—El hijo de su padre, espero.

—Miren —dijo ser Kyle el Gato—, el pastel de boda.

Seis pinches de cocina lo empujaban por la puerta sobre un gran carro con ruedas. Era un pastel marrón, crujiente, enorme, de cuyo interior salían ruidos: chirridos, graznidos, golpes… Lord y lady Butterwell bajaron de la tarima para recibirlo espada en mano. Cuando lo abrieron por la mitad, medio centenar de aves salió y voló por la sala. En otras bodas a las que había asistido Dunk los pasteles estaban llenos de palomas o pájaros cantores. En cambio aquel contenía arrendajos, alondras, pichones, palomas, sinsontes, ruiseñores, pequeños gorriones pardos y un gran loro rojo.

—Ciento veinte especies de pájaros —dijo ser Kyle.

—Ciento veinte tipos de excrementos —dijo ser Maynard.

—Lleva poca poesía en el corazón, ser.

—Y usted tiene mierda en el hombro.

—Así se rellenan los pasteles —dijo ser Kyle mientras hacía ruido por la nariz y se limpiaba la túnica—. El pastel representa el matrimonio, y los verdaderos matrimonios contienen muchas cosas: alegrías, tristezas, dolores, placeres, amor, deseo, fidelidad… Es adecuado, por lo tanto, que haya muchas especies de pájaros. En el fondo no hay hombre que sepa qué le deparará una nueva esposa.

—Su coño —dijo Plumm—. ¿Si no de qué serviría?

Dunk se apartó de la mesa.

—Necesito respirar aire fresco —lo que necesitaba, en realidad, era mear, pero en tan elegante compañía resultaba más cortés hablar de aire—. Les ruego que me perdonen.

—Vuelva deprisa, ser —dijo el Violinista—, que aún deben salir juglares y no querrá perderse el encamamiento.

Al salir, el viento de la noche lamió a Dunk como la lengua de un gran animal. Parecía que la tierra compactada del patio se moviera al pisarla. A menos que él se balanceara…

El palenque estaba erigido en el centro del patio exterior. Habían montado una tribuna de madera de tres pisos al pie de la muralla, para que lord Butterwell y sus invitados de noble alcurnia gozaran de sombra en sus asientos con cojines. A ambos lados del palenque había tiendas donde los caballeros podían ponerse la armadura, y donde esperaban filas de lanzas de torneo. El viento levantó fugazmente los estandartes y Dunk notó el olor de cal de la barrera del palenque. Salió en busca del patio interior. Debía encontrar a Egg y mandarlo con el maestro de justas para que lo apuntara en la lista, como era su obligación de escudero.

Sin embargo, poco conocedor de Muros Blancos, se perdió y acabó a la entrada de la perrera, donde los perros, al olerlo, se pusieron a ladrar y aullar. “Quieren destrozarme el cuello”, pensó, “si no es que quieren el capón de mi capa”. Volvió por donde había venido, al lado del septo. Una mujer pasó corriendo, incapaz de respirar a causa de la risa, perseguida de cerca por un caballero calvo que todo el rato se caía, hasta que al final ella debió volver en su ayuda. “Debería entrar en el septo y pedirles a los Siete que mi primer rival sea este caballero”, pensó Dunk, pero sería impío. “Lo que necesito de verdad es un retrete, no una oración”. Cerca había unos arbustos, debajo de una escalera de piedra clara. “Esto me irá bien.” Se abrió camino y, una vez detrás de la escalera, se desabrochó los pantalones. Tenía la vejiga a punto de reventar. Orinaba y orinaba sin parar.

Encima de él se abrió una puerta. Oyó pisadas en los escalones y una fricción de botas en la piedra.

—…banquete de mendigos que nos han organizado. Sin Aceroamargo…

—Al cuerno con Aceroamargo —replicó una voz conocida—. De los bastardos uno no se puede fiar, ni siquiera de él. Unas cuantas victorias no tardarán en traerlo del otro lado de las aguas.

“Lord Peake.” Dunk aguantó la respiración… y la orina.

—Es más fácil hablar de victorias que obtenerlas —era una voz más grave que la de Peake, una voz de bajo con un matiz de enfado—. El viejo Sangre de Leche esperaba que se lo quedara el muchacho, y el resto también lo esperará. Eso no puede suplirse con labia ni con encanto.

—Pero sí con un dragón. El príncipe insiste en que el huevo se abrirá. Lo soñó, como soñó la muerte de sus hermanos. Con un dragón vivo ganaremos todas las espadas que necesitemos.

—Una cosa es un dragón y otra un sueño. Le aseguro que Cuervo de Sangre no se dedica a soñar. No necesitamos a un soñador, sino a un guerrero. ¿El muchacho es digno hijo de su padre?

—Usted cumpla lo que prometió y deje que de eso me preocupe yo. Cuando tengamos todo el oro y las espadas de la casa Frey, los siguientes serán Harrenhal y los Bracken. Otho sabe que no tiene ninguna posibilidad contra…

Se alejaron, y con ellos las voces. La orina de Dunk volvió a correr. Se sacudió el miembro y se volvió a abrochar.

—Digno hijo de su padre —murmuró.

“¿De quién hablaban? ¿Del hijo de Bola de Fuego?”

Cuando salió de debajo de la escalera, los dos señores ya estaban lejos en el patio. Estuvo a punto de llamarlos a voces para ver sus caras, pero al final renunció. Estaba solo, desarmado, y por si fuera poco medio borracho. “O más que medio.” Después de quedarse un rato donde estaba, con el ceño fruncido, regresó a la sala.

Dentro habían servido el último plato, y había empezado la juerga. Una de las hijas de lord Frey tocó, fatal, Dos corazones que laten como uno con el arpa alta. Un grupo de juglares se arrojó antorchas encendidas, y unos volatineros dieron volteretas por el aire. El sobrino de lord Frey empezó a cantar El oso y la doncella, mientras ser Kirby Pimm marcaba el ritmo en la mesa con una cuchara de madera. Otras voces se fueron sumando hasta que la sala bramaba: “¡Un oso! ¡Un oso! Era negro, era enorme, ¡cubierto de pelo horroroso!” Lord Caswell se desmayó en la mesa y cayó de bruces en un charco de vino. Lady Vyrwel rompió a llorar sin que nadie supiera con certeza la causa de su angustia.

En ningún momento dejaba de correr el vino. Los tintos aterciopelados del Rejo dejaron su sitio a otros de la zona. Al menos así lo dijo el Violinista, ya que a decir verdad Dunk no sabía diferenciarlos. También había hipocrás. De eso tenía que probar una copa. “Podría tardar un año en beber la siguiente.” Los otros caballeros errantes, todos buena gente, habían empezado a hablar de las mujeres a las que habían conocido, y Dunk se sorprendió al pensar dónde estaría Tanselle aquella noche. De Lady Rohanne ya lo sabía: en el castillo de Fosa Fría, en la cama, junto al viejo ser Eustace, que estaría roncando a través del bigote. En ella, por lo tanto, intentó no pensar. “¿Pensarán alguna vez en mí?”, se preguntó.

Sus melancólicas cavilaciones se vieron interrumpidas en forma grosera por un grupo de enanos pintarrajeados que, salidos de la panza de un cerdo de madera traído sobre un carro, empezaron a perseguir entre las mesas al bufón de lord Butterwell y a pegarle con vejigas de cerdo hinchadas, que con cada golpe emitían ruidos soeces. Hacía años que Dunk no veía nada tan gracioso. Se rio con todos los demás. El hijo de lord Frey quedó tan encantado con las payasadas que se sumó a ellas y empezó a golpear a los invitados con una vejiga que le prestó un enano. El niño tenía la risa más irritante que hubiera oído Dunk en su vida, un hipo tan agudo y estridente que le dieron ganas de ponerse al niño sobre la rodilla o arrojarlo a un pozo. “Como me pegue con la vejiga es posible que lo haga.”

—Ahí tienen al autor del enlace —dijo ser Maynard cuando pasó gritando el mimado pillo.

—¿Por qué? —dijo el Violinista, levantando su copa vacía para que se la llenara un criado al pasar.

Ser Maynard lanzó una mirada al estrado, donde la novia daba de comer cerezas a su esposo.

—Su señoría no será el primero que le ponga mantequilla a esa galleta. Dicen que a la novia la desfloró un pinche en Los Gemelos. Tenían encuentros furtivos en la cocina. Por desgracia una noche el hermanito la siguió sin hacer ruido, y al ver que hacían la bestia de dos lomos soltó un grito. Entonces vinieron corriendo los cocineros y los guardias, y se encontraron a mi señora y su marmitón copulando en el mármol donde amasa el cocinero, desnudos los dos como el día de su nombre, y enharinados de los pies a la cabeza.

“No puede ser verdad”, pensó Dunk. Lord Butterwell tenía muchas tierras y ollas llenas de oro amarillo. ¿Por qué se casaría con una chica mancillada por un pinche de cocina y entregaría su huevo de dragón en conmemoración del enlace? Los Frey del Cruce no eran más nobles que los Butterwell. En vez de vacas tenían un puente. Era la única diferencia. Señores. No había quien los entendiera. Se comió unas cuantas nueces y reflexionó sobre lo que había oído mientras meaba. “¿Qué crees que escuchaste, borrachín?” Se tomó otra copa de hipocrás, porque la primera le había gustado. Después apoyó la cabeza en sus brazos cruzados y cerró un momento los ojos para descansar del humo.

Cuando volvió a abrirlos, la mitad de los invitados estaba de pie, gritando.

—¡A encamarlos! ¡A encamarlos!

Armaban tal barullo que lo despertaron de un agradable sueño en el cual aparecían Tanselle la Giganta y la Viuda Escarlata.

—¡A encamarlos! ¡A encamarlos! —gritaba todo el mundo.

Dunk se incorporó y se frotó los ojos.

Ser Franklyn Frey llevaba en brazos a la novia por el pasillo, rodeado de hombres y niños. Las damas de la mesa de honor habían rodeado a lord Butterwell. Lady Vyrwel, repuesta de su pena, intentaba sacar a su señoría de la silla, mientras una de sus hijas le desataba las botas y alguna Frey le estiraba la túnica. Entre risas, Butterwell oponía una resistencia inútil. Dunk vio que estaba borracho, aunque no tanto como ser Franklyn, que estuvo a punto de dejar caer a la novia. Antes de que Dunk se diera cuenta, John el Violinista lo obligó a levantarse.

—¡Aquí! —exclamó—. ¡Que la lleve el gigante!

Sin saber cómo, se encontró en la escalera de una torre, con la novia forcejeando entre sus brazos. Le resultaba inconcebible que se mantuviera de pie. No había manera de que ella se callara, rodeada por hombres que se prodigaban en bromas soeces sobre enharinarla y amasarla bien, a la vez que le quitaban la ropa. También participaban los enanos, que se agolparon en torno a las piernas de Dunk gritando, riéndose y dándole golpes en las pantorrillas con sus vejigas. Fue un milagro que no tropezara.

No tenía la menor idea de dónde estaba el dormitorio de lord Butterwell, pero los otros hombres lo empujaron y azuzaron hasta que llegó. Para entonces la novia tenía la cara roja y se reía, desnuda a excepción de la media de la pierna izquierda, que por alguna razón había sobrevivido al ascenso. También Dunk estaba rojo, y no por el esfuerzo. Su excitación habría sido evidente para cualquiera que lo mirara. Por suerte la novia era el centro de las miradas. Lady Butterwell no se parecía en nada a Tanselle, pero tener a una agitándose medio desnuda en sus brazos lo hizo pensar en la otra. “Tanselle la Giganta, se llamaba, pero para mí no era demasiado alta.” Se preguntó si volvería a encontrarla alguna vez. Algunas noches había pensado que era un sueño. “No, necio, el único sueño fue el que tuviste al pensar que le gustabas.”

Por fin dio con la alcoba de lord Butterwell, grande y suntuosa, con alfombras de Myr en el suelo, un centenar de velas aromáticas por los rincones, y al lado de la puerta una armadura con incrustaciones de oro y piedras preciosas. Hasta tenía su propio retrete, en un pequeño nicho de piedra de la pared exterior.

Cuando dejó caer a la novia en el lecho nupcial, un enano aterrizó de un salto junto a ella y empezó a manosearle un pecho. Ella chilló. Los hombres se reían como locos. Dunk levantó al enano por el cuello y lo apartó a gritos de la dama. Justo cuando se lo llevaba al otro lado de la habitación para arrojarlo por la puerta, vio el huevo de dragón.

Lord Butterwell lo había colocado en un cojín de terciopelo negro, sobre un pedestal de mármol. Era mucho mayor que un huevo de gallina, aunque no tan grande como se lo había imaginado Dunk. Estaba recubierto de finas escamas rojas que a la luz de las lámparas y de las velas brillaban como joyas. Dunk soltó al enano y levantó el huevo sólo para tocarlo un momento. Pesaba más de lo esperado. “Con esto podrías partirle la cabeza a alguien sin que se rompiera la cáscara.” Las escamas eran suaves al tacto. Al girar el huevo en sus manos, pareció que su oscuro color rojo se tornasolaba. “Sangre y llamas”, pensó, pero también había salpicaduras doradas y remolinos negro azabache.

—¡Eh! ¿Qué cree que hace, ser?

Un caballero al que no conocía, alto, de barba muy negra, con forúnculos, lo miraba de manera hostil. Sin embargo, lo que hizo parpadear a Dunk fue la voz, grave y llena de ira. “Era él, el que iba con Peake”, se dio cuenta mientras lo oía seguir hablando.

—Déjelo en su sitio. Le agradeceré que aparte sus sucios dedos de los tesoros de su señoría. Por los Siete que en caso contrario se arrepentirá.

Parecía prudente hacerle caso, ya que no estaba ni la mitad de borracho que Dunk. Depositó con gran cuidado el huevo en el cojín y se limpió los dedos en la manga.

—No fue con mala intención, ser.

Dunk el necio, más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo. Apartó al de la barba negra y salió por la puerta.

En la escalera se oían ruidos, gritos de alegría y risas femeninas. Las mujeres llevaban a lord Butterwell con la novia. Dunk, que no tenía el menor deseo de encontrárselas, subió en vez de bajar y se encontró en la azotea de la torre, bajo las estrellas, rodeado por el claro resplandor del castillo a la luz de la luna.

Se apoyó en un parapeto, mareado por el vino. “¿Voy a vomitar?” ¿Por qué había tocado el huevo de dragón? Se acordó del espectáculo de marionetas de Tanselle y del dragón de madera que había provocado todos los problemas en Vado Ceniza. Como siempre, se sintió culpable al acordarse. “Tres buenos hombres muertos para salvarle el pie a un caballero errante.” No tenía sentido. Nunca lo había tenido. “Que te sirva de lección, necio. A los de tu calaña no les corresponde meterse en cosas de dragones y huevos.”

—Casi parece de nieve.

Se giró. Tenía detrás a John el Violinista, con su atuendo de seda e hilo de oro, y una sonrisa en los labios.

—¿Qué parece de nieve?

—El castillo. Con tantas piedras blancas reflejando la luna… ¿Alguna vez ha estado al norte del Cuello, ser Duncan? Me han dicho que hasta en verano nieva. ¿Ha visto el Muro?

—No, mi señor —“¿Por qué habla del Muro?”—. Es a donde vamos Egg y yo: al Norte, a Invernalia.

—Ojalá pudiera ir con ustedes. Podrían mostrarme la ruta.

—¿La ruta? —Dunk frunció el ceño—. Basta con seguir el camino Real. Si sigue siempre hacia el norte, sin salirse del camino, no hay modo de perderse.

El Violinista rio.

—Supongo que no… aunque tal vez lo sorprenda cómo se pierden algunos —se acercó al parapeto y miró más allá del castillo—. Dicen que los norteños son un pueblo salvaje y que sus bosques están llenos de lobos.

—¿Por qué subió, mi señor?

—Me buscaba Alyn y no quise que me encontrara. Al beber se pone pesado. Lo vi salir con disimulo de aquella alcoba de los horrores y yo también me fui. Confieso que he tomado demasiado vino, pero no tanto como para ver a Butterwell desnudo —sonrió de modo enigmático a Dunk—. Soñé con usted, ser Duncan. Antes de conocerlo. Al verlo en el camino enseguida reconocí su cara. Era como si fuéramos viejos amigos.

En ese momento Dunk tuvo una sensación rarísima, como si ya hubiera vivido todo antes. “Dice que soñó conmigo. Mis sueños no son como los suyos, ser Duncan. Los míos son reales.”

—¿Que soñó conmigo? —dijo Dunk, arrastrando las palabras a causa del vino—. ¿Qué tipo de sueño?

—Pues soñé —dijo el Violinista— que iba todo de blanco, de los pies a la cabeza, con una larga capa blanca que caía flotando de sus anchos hombros. Era una Espada Blanca, un hermano juramentado de la Guardia Real, el mayor caballero de los Siete Reinos, y no vivía para nada que no fuera custodiar, servir y agradar a su rey —puso una mano en el hombro de Dunk—. Usted debe haber tenido el mismo sueño. Estoy seguro.

Era cierto. “La primera vez que el viejo me dejó tener su espada en mis manos.”

—Todos los niños sueñan con servir en la Guardia Real.

—Pero sólo siete niños, al crecer, logran llevar la capa blanca. ¿Le gustaría ser uno de ellos?

—¿Yo? —Dunk movió el hombro para quitarse de encima la mano del joven señor, que había empezado a masajearle el hombro—. Tal vez sí. Y tal vez no —los caballeros de la Guardia Real lo eran de por vida y hacían el voto de no casarse ni poseer tierras. “Quizá algún día encuentre de nuevo a Tanselle. ¿Por qué no iba a tener esposa e hijos?”—. No importa lo que sueñe yo. Sólo un rey puede nombrar a un caballero de la Guardia Real.

—Entonces supongo que tendré que ocupar el trono. Preferiría con mucho enseñarle a tocar el violín.

—Está borracho.

Le dijo la sartén a la olla.

—Estupendamente, sí. El vino, ser Duncan, lo hace todo posible. Yo creo que le quedaría bien el blanco, pero si no le gusta el color, ¿preferiría tal vez ser un señor?

Dunk se rio en su cara.

—No, preferiría que me salieran grandes alas azules y volar. Las dos cosas son igual de probables.

—Ahora se burla. Un caballero de verdad jamás se burlaría de su rey —el Violinista parecía dolido—. Espero que ponga más fe en lo que le diga cuando vea salir al dragón del huevo.

—¿Que saldrá un dragón del huevo? ¿Un dragón vivo? ¿Aquí?

—Lo soñé. Este castillo tan blanco, un dragón saliendo de un huevo… Lo soñé todo, como soñé en su día la muerte de mis hermanos. Ellos tenían doce años y yo sólo siete. Por eso se rieron de mí y murieron. Ahora tengo veintidós y me fío de mis sueños.

Dunk estaba recordando otro torneo, cuando había caminado con otro joven príncipe bajo una llovizna primaveral. “Soñé con usted y con un dragón muerto”, le había dicho Daeron, el hermano de Egg, “una bestia enorme, con alas tan inmensas que cubrirían todo este prado. Le había caído encima, pero usted estaba vivo y el dragón muerto”. Lo estaba, en efecto. Pobre Baelor. Los sueños eran un terreno traicionero donde construir.

—Como diga, mi señor —le dijo al Violinista—. Le ruego que me disculpe.

—¿A dónde va, ser?

—A mi cama, a dormir. Tengo una buena borrachera.

—Pues entonemos juntos, ser. La noche está plagada de promesas. Podríamos cantar y despertar a los mismísimos dioses.

—¿Qué quiere de mí?

—Su espada. Deseo que figure entre mis hombres y hacerlo llegar muy alto. Mis sueños no mienten, ser Duncan. Usted llevará la capa blanca y yo debo conseguir el huevo del dragón. Es necesario. Lo dejaron muy claro mis sueños. Quizá el huevo se abra, o bien…

Tras ellos la puerta se abrió con brusquedad.

—Aquí está, mi señor.

Salieron a la azotea dos soldados, con lord Gormon Peake detrás.

—Gormy —dijo el Violinista con voz pastosa—. ¿Pero qué está haciendo en mi alcoba, mi señor?

—Es una azotea, ser, y ha bebido demasiado vino —lord Gormon hizo un gesto brusco. Los guardias se adelantaron—. Permita que lo ayudemos a acostar. No olvide que mañana en la mañana hay un torneo, por favor. Kirby Pimm podría resultar un enemigo peligroso.

—Tenía la esperanza de justar con el bueno de ser Duncan, aquí presente.

Peake miró a Dunk sin la menor simpatía.

—Quizá después. Como primer contrincante eligió a ser Kirby Pimm.

—¡Pues entonces Pimm deberá caer! ¡Como todos! El caballero misterioso se impone a todos sus contrincantes, dejando una estela de prodigios —un guardia tomó del brazo al Violinista—. Ser Duncan, parece que debemos separarnos —dijo el joven en voz alta mientras lo ayudaban a bajar por la escalera.

El único que se quedó con Dunk en la azotea fue lord Gormon.

—Caballero errante —gruñó—, ¿no le enseñó su madre a no meter la mano en la boca del dragón?

—No conocí a mi madre, mi señor.

—Ahora me lo explico. ¿Qué le prometió?

—Un señorío. Una capa blanca. Grandes alas azules.

—He aquí mi promesa: dos codos de frío acero clavados en la barriga si dice una sola palabra sobre lo ocurrido.

Dunk sacudió la cabeza para despejársela, aunque no pareció servir de nada. Se dobló por la cintura y vomitó.

El vómito salpicó un poco las botas de Peake, que soltó una palabrota.

—Caballeros errantes —exclamó asqueado—. Éste no es lugar para ustedes. Ningún caballero de verdad tendría la descortesía de presentarse sin ser invitado, pero ustedes, hijos del camino…

—No se nos quiere en ningún sitio y aparecemos en todos, mi señor.

El vino daba audacia a Dunk, que de lo contrario se habría mordido la lengua. Se limpió la boca con el dorso de la mano.

—Procure acordarse de lo que dije, ser. De lo contrario le irá mal.

Lord Peake se sacudió el vómito de la bota y se marchó. Dunk volvió a apoyarse en el parapeto mientras se preguntaba quién estaría más loco, lord Gormon o el Violinista.

Cuando encontró el camino de vuelta a la sala, el único de sus compañeros que quedaba era Maynard Plumm.

—¿Tenía harina en las tetas cuando le quitó la ropa interior? —quiso saber.

Dunk sacudió la cabeza, se sirvió otra copa de vino, lo probó y decidió que ya había bebido suficiente.

Los mayordomos de Butterwell habían encontrado habitaciones en la fortaleza para los señores y las damas, y camas en los barracones para su séquito. El resto de los invitados podían elegir entre un camastro de paja en la bodega o levantar sus pabellones en una parcela aledaña a la muralla oeste. La modesta tienda de lona adquirida por Dunk en Septo de Piedra no era ningún pabellón, aunque protegía de la lluvia y el sol. Algunos de sus vecinos seguían despiertos y las paredes de seda de sus pabellones brillaban en la noche como linternas. Dentro de un pabellón azul cubierto de girasoles se oían risas, y en otro a rayas blancas y moradas sonidos amorosos. Egg había montado su tienda un poco apartada de las otras. Maestre y los dos caballos estaban atados cerca. Las armas y la armadura de Dunk se apoyaban bien amontonadas en la muralla del castillo. Al meterse en la tienda encontró a su escudero con las piernas cruzadas en el suelo, leyendo un libro al lado de una vela. Le brillaba la cabeza.

—Te quedarás ciego por tanto leer libros a la luz de las velas.

Para Dunk la lectura seguía siendo un misterio, aunque el niño hubiera intentado enseñarle.

—Necesito la vela para distinguir las palabras, ser.

—¿Quieres un golpe en la oreja? ¿Qué libro es?

Dunk vio muchos colores en la página, pequeños escudos pintados que se escondían entre las letras.

—Un armorial, ser.

—¿Buscas al Violinista? Pues no lo encontrarás. En estos armoriales no incluyen a los caballeros errantes, sólo a los señores y los paladines.

—No lo buscaba a él, ser. He visto otros blasones en el patio… Aquí está lord Sunderland, ser. Lleva tres cabezas de damas muy blancas, sobre un ondeado verdiazul.

—¿Un hermaneño? ¿De verdad? —las Tres Hermanas eran unas islas del Mordisco. Dunk había oído decir a los septones que eran antros de pecado y de codicia. Villa Hermana era el nido de contrabandistas más célebre de todo Poniente—. Viene de muy lejos. Debe estar emparentado con la nueva esposa de Butterwell.

—No, ser.

—Pues entonces vinieron por el banquete. En las Tres Hermanas comen pescado, ¿no? Los hombres se hartan del pescado. ¿Comiste suficiente carne? Te traje medio capón y un poco de queso.

Dunk hurgó en el bolsillo de su capa.

—Nos dieron costillas, ser —Egg se encontraba absorto con el libro—. Lord Sunderland combatió a favor del dragón negro, ser.

—¿Como el viejo ser Eustace? ¿Verdad que no estaba tan mal?

—No, ser —dijo Egg—, pero…

—Vi el huevo de dragón —Dunk guardó la comida con el pan duro y el tasajo—. Era casi todo rojo. ¿Lord Cuervo de Sangre también posee un huevo de dragón?

Egg bajó su libro.

—¿Por qué tendría uno? Es de baja cuna.

—Bastardo, pero no de baja cuna —Cuervo de Sangre había sido concebido en la cama errónea, pero era noble por ambas partes. Dunk estuvo a punto de contarle a Egg la conversación que había sorprendido, pero de repente se fijó en su cara—. ¿Qué te pasó en el labio?

—Una pelea, ser.

—Enséñamelo.

—Sangró muy poco. Me puse algo de vino.

—¿Con quién te peleaste?

—Con otros escuderos. Dijeron que…

—Me da igual lo que hayan dicho. ¿Qué te ordené yo?

—Que tuviera cuidado con lo que dijera y no me metiera en líos —el niño se tocó el labio partido—. Pero llamaron a mi padre asesino de los de su propia sangre.

“Lo es, muchacho, aunque no creo que lo hiciera a propósito.” Dunk le había dicho cincuenta veces a Egg que no se tomara tan a pecho aquel tipo de comentarios. “Tú sabes la verdad. Que te baste con eso.” Ya lo habían oído decir más de una vez en tascas y tabernas de mala muerte, y en el bosque, en torno a las hogueras. Todo el reino sabía que la maza del príncipe Maekar había abatido a su hermano Baelor Rompelanzas en Vado Ceniza. Era previsible que se hablara de conjuras.

—Si supieran que el príncipe Maekar es tu padre no lo habrían dicho —“A tus espaldas sí, pero en tu cara jamás”—. Y en vez de quedarte callado, ¿qué les dijiste a los otros escuderos?

Egg puso cara de arrepentimiento.

—Que la muerte del príncipe Baelor fue un simple accidente. Luego agregué que el príncipe Maekar quería mucho a su hermano Baelor. Entonces el escudero de ser Addam dijo que hay amores que matan, y el escudero de ser Mallor que mi padre piensa querer igual a su hermano Aerys. Fue cuando lo golpeé. Y muy bien.

—A ti debería golpearte muy bien. Para que se te hinche la oreja a juego con el labio. Si tu padre estuviera aquí, haría lo mismo. ¿Qué te crees, que al príncipe Makear le hace falta que lo defienda un crío? ¿Qué te dijo antes de que nos fuéramos juntos?

—Que te sirviera con fidelidad como escudero y no me arredrara ni ante las más duras tareas.

—¿Y qué más?

—Que obedeciera las leyes del rey, las reglas de la caballería y a ti.

—¿Y qué más?

—Que me rapara o me tiñera el pelo —dijo el niño, se notaba que a regañadientes— y no le dijera a nadie mi verdadero nombre.

Dunk asintió.

—¿Cuánto vino había bebido el chico al que golpeaste?

—Bebía cerveza de cebada.

—¿Lo ves? Era la cerveza la que hablaba por su boca. Las palabras son aire, Egg. Deja que se las lleve el viento.

—Algunas palabras son aire —si algo tenía aquel niño es que era tozudo—. Y otras traición. Esto es un torneo de traidores, ser.

—¿Cómo? ¿Todos? —Dunk sacudió la cabeza—. En todo caso hace tiempo que lo fue. El dragón negro está muerto y los que combatieron a su lado huyeron o fueron perdonados. Además, no es verdad. Los hijos de lord Butterwell lucharon en ambos bandos.

—Lo cual lo convierte en medio traidor, ser.

—Hace dieciséis años —Dunk ya no flotaba en las dulces brumas del vino. Ahora estaba enfadado y casi sobrio—. El maestro de justas es el mayordomo de lord Butterwell, un tal Cosgrove. Ve a buscarlo e inscríbeme. No, espera… No digas mi nombre —con tantos señores, tal vez alguno de ellos recordara a ser Duncan el Alto de Vado Ceniza—. Inscríbeme como el caballero de la Horca.

Al pueblo llano le encantaba ver aparecer en un torneo a un caballero misterioso.

Egg se tocó el labio hinchado.

—¿El caballero de la Horca, ser?

—Por el escudo.

—Sí, pero…

—Haz lo que te digo. Por esta noche ya leíste suficiente.

Dunk apagó la vela con el pulgar y el índice.

Se había levantado un sol ardiente, duro e implacable. De las piedras blancas del castillo emanaba el calor en oleadas. Olía a tierra cocida y hierbas arrancadas. Ni un soplo de viento movía los estandartes, que pendían de la torre del homenaje y la de entrada, verdes, blancos y amarillos.

Dunk casi nunca había visto a Trueno tan inquieto. El corcel echaba la cabeza a ambos lados mientras Egg le ajustaba la cincha de la silla, e incluso le mostró sus dientes grandes y cuadrados. “Hace tanto calor”, pensó Dunk… Demasiado, tanto para los hombres como para los caballos, y los de guerra nunca son de temperamento plácido, para empezar. “Con este calor hasta la Madre estaría con un humor de perros.”

En el centro del patio dio inicio otra carrera entre los justadores. Ser Herbert iba en un corcel dorado cuya barda negra ostentaba las serpientes roja y blanca de la casa Paege. En cuanto a ser Franklyn, su alazán mostraba en la gualdrapa de seda gris las torres gemelas de Frey. En el momento del choque la lanza roja y blanca se partió limpiamente, y la azul se deshizo en astillas, pero ninguno de los jinetes cayó del caballo. Se oyeron aplausos en la tribuna de espectadores y entre los guardias que ocupaban las murallas del castillo, pero fueron cortos, tímidos, apáticos. “Hace demasiado calor para las ovaciones.” Dunk se secó el sudor de la frente. “Hace demasiado calor para las justas.” Tenía la cabeza como un bombo. “Gano esta liza y una más y me doy por satisfecho.”

Los caballeros giraron los caballos al final del palenque y arrojaron los restos de sus lanzas, las cuartas que rompían. “Tres de más.” Dunk pospuso el momento de ponerse la armadura todo el tiempo que le fue posible, y ya sentía que la ropa interior se le pegaba por debajo del acero. “Peores cosas hay que estar empapado de sudor”, se dijo al recordar el combate a bordo del Dama Blanca, donde se había visto rodeado por los hombres del Hierro y había acabado el día empapado de sangre.

Empuñando nuevas lanzas, Paege y Frey volvieron a clavar las espuelas en sus caballos. A cada paso los corceles levantaban terrones resecos con los cascos. El crujido de las lanzas al partirse estremeció a Dunk. “Anoche bebí demasiado vino y comí demasiado.” Tuvo el vago recuerdo de haber llevado escaleras arriba a la novia y de haber hablado en una azotea con John el Violinista y lord Peake. “¿Qué hacía yo en una azotea?” Recordaba haber hablado de dragones, o de huevos de dragones, o de alguna otra cosa, pero…

Algo a medio camino entre un rugido y un gemido lo sacó de sus cavilaciones. Dunk vio que el caballo dorado trotaba sin jinete hasta el final del palenque, mientras ser Harberg Paege caía al suelo sin fuerzas. “Faltan dos para mi turno.” Cuanto antes derribara a ser Uthor, antes podría quitarse la armadura, beber algo fresco y descansar. En principio al menos dispondría de una hora antes de que volvieran a llamarlo.

El corpulento heraldo de lord Butterwell subió a lo más alto de la tribuna para convocar a la siguiente pareja de justadores.

—Ser Argrave el Desafiante —proclamó—, caballero de Nunny, al servicio de lord Butterwell de Muros Blancos. Ser Glendon Flores, caballero de Los Conejos. Adelántense y demuestren su valor.

Se alzaron risas de las tribunas.

Ser Argrave era un hombre enjuto y curtido, un avezado caballero de la casa con armadura gris mellada y caballo sin barda. Dunk había conocido a otros como él. Eran hombres duros como las raíces viejas, buenos conocedores de su oficio. Su rival era el joven ser Glendon, montado en su triste rocín y protegido por una loriga de pesada malla y un medio yelmo de hierro que dejaba el rostro al descubierto. El escudo de su brazo ostentaba el fiero blasón de su padre. “Necesita un peto y un yelmo de verdad”, pensó Dunk. “Vestido así podría morir de un golpe en la cabeza o en el pecho.”

Se notaba que ser Glendon estaba furioso por la forma en que lo habían presentado. Hizo girar en redondo su caballo y exclamó con enojo:

—Soy Glendon Ball, no Glendon Flores. Cuidado con burlarse de mí, heraldo. Llevo sangre de héroes.

El heraldo no se dignó en responder. Las protestas del joven caballero fueron acogidas con más risas.

—¿Por qué se ríen de él? —se preguntó Dunk en voz alta —. ¿Qué pasa, será un bastardo? —Flores era el apellido que se les daba en el Dominio a los bastardos de padres nobles—. ¿Y a qué vendrá lo de Los Conejos?

—Puedo averiguarlo, ser —dijo Egg.

—No, no es de nuestra incumbencia. ¿Tienes mi yelmo?

Ser Argrave y ser Glendon bajaron las lanzas ante lord y lady Butterwell. Dunk vio que Butterwell se inclinaba para susurrarle algo al oído a su esposa, que se puso a reír.

—Sí, ser.

Egg se había puesto el sombrero blando para protegerse los ojos y salvaguardar del sol su cabeza rapada. A Dunk le gustaba reírse de él por su sombrero, pero en aquel momento deseó tener uno. Con aquel sol más valía ir cubierto de paja que de hierro. Se apartó el pelo de los ojos, se caló el yelmo con las dos manos y se lo ajustó a la gola. El forro olía a sudor viejo. Sintió en el cuello y los hombros el peso de tanto hierro. Aún le dolía la cabeza por el vino de la noche anterior.

—Ser —dijo Egg—, no es demasiado tarde para retirarse. Si pierdes a Trueno y tu armadura…

“Sería mi final como caballero.”

—¿Por qué perdería? —inquirió Dunk. Ser Argrave y ser Glendon ya estaban cada uno en un extremo del palenque—. Tampoco es que me enfrente con la Tormenta que Ríe. ¿Hay aquí algún caballero que pueda darme problemas?

—Casi todos, ser.

—Te debo un golpe en la oreja. Ser Uthor es diez años mayor que yo y la mitad de corpulento.

Ser Argrave se bajó la visera. Ser Glendon no tenía visera que bajar.

—No has participado en una justa desde Vado Ceniza, ser.

“Niño insolente…”

—He entrenado.

No con todo el denuedo posible, había que reconocerlo. Cuando había un estafermo o unas anillas a su disposición, los aprovechaba, y a veces le ordenaba a Egg que se subiera a un árbol y colgara un escudo o una duela de barril bajo una rama de altura conveniente.

—Eres mejor con la espada que con la lanza —dijo Egg—. Con el hacha o la maza existen pocos que compitan con tu fuerza.

Era bastante cierto para que Dunk se molestara.

—A espada o maza no hay torneo —señaló, mientras empezaban la carga el hijo de Bola de Fuego y ser Argrave el Desafiante—. Ve por mi escudo.

Egg hizo una mueca y fue a buscarlo.

Al fondo del patio, la lanza de ser Argrave chocó con el escudo de ser Glendon y se desvió, dejando una muesca en el cometa. En cambio el borne de Ball golpeó con tal fuerza el centro del peto de su rival, que reventó la cincha de la silla de montar y ambos, caballero y silla, rodaron por el polvo. Dunk quedó impresionado, a su pesar. “Este muchacho justa casi tan bien como habla.” Se preguntó si así dejarían de reírse de él.

Sonó una trompeta, con bastante fuerza para estremecerlo. Una vez más subió el heraldo a la tribuna.

—Ser Joffrey de la casa Caswell, señor de Puenteamargo y defensor de los Vados. Ser Kyle, el Gato del Páramo Brumoso. Adelántense y demuestren su valor.

La armadura de ser Kyle era de calidad, pero estaba vieja y gastada, con muchas muescas y arañazos.

—La Madre ha sido misericordiosa conmigo, ser Duncan —les dijo a Dunk y Egg de camino al palenque—. Me enfrentan a lord Caswell, que es justo al que vine a ver.

Si esa mañana se encontraba en el campo alguien peor que Dunk, sólo podía ser lord Caswell, que en el banquete había bebido hasta perder el conocimiento.

—Parece mentira que después de lo de anoche vaya sentado en el caballo —dijo Dunk—. La victoria es suya, ser.

—No, no —ser Kyle sonrió con suavidad—. El gato que aspira a un cuenco de nata debe saber cuándo ronronear y cuándo enseñar las garras, ser Duncan. Por poco que roce mi escudo la lanza de su señoría, caeré rodando al suelo. Después, cuando le lleve mi caballo y mi armadura, lo felicitaré por cómo ha aumentado su destreza desde que le hice su primera espada. Así se acordará de mí, y antes de que se acabe el día volveré a ser de Caswell, un caballero de Puenteamargo.

“Eso no tiene nada de honroso”, estuvo a punto de decir Dunk, pero se mordió la lengua. Ser Kyle no era el primer caballero errante que trocaría su honor por el calor del hogar.

—Como diga —murmuró—. Que tenga suerte. O no, si así lo prefiere.

Lord Joffrey Caswell era un joven enclenque de veinte años, aunque había que reconocer que impresionaba más con armadura que de bruces en un charco de vino, como la noche anterior. En su escudo había un centauro amarillo a punto de disparar un arco largo. El mismo centauro adornaba la gualdrapa de seda blanca de su caballo y brillaba, hecho de oro amarillo, en lo alto de su yelmo. “Debería montar mejor, teniendo en cuenta que su blasón es un centauro.” Dunk no sabía si ser Kyle manejaba bien o mal la lanza, pero tal como estaba sentado lord Caswell a lomos de su caballo parecía que incluso una simple tos lo derribaría. “Al Gato sólo le haría falta pasar a su lado a gran velocidad.”

Egg sujetó la brida de Trueno mientras Dunk depositaba todo su peso en la silla alta y rígida y esperaba, sintiéndose el centro de muchas miradas. “Se preguntan si el caballero errante alto vale algo.” También él se lo preguntaba. No tardaría en averiguarlo.

El Gato del Páramo Brumoso hizo honor a su palabra. La lanza de lord Caswell se bamboleó por el palenque, mientras que la de ser Kyle apuntaba mal. Ninguno de los dos hizo pasar del trote al galope a su caballo. Aun así el Gato cayó al suelo cuando la punta de la lanza de ser Joffrey lo alcanzó en un hombro por casualidad. “Yo creía que los gatos siempre tenían la elegancia de caer de pie”, pensó Dunk al ver rodar por el polvo al caballero errante. La lanza de lord Caswell quedó intacta. Al girar su caballo, la clavó varias veces en el aire como si acabara de derribar a Leo Espinalarga o a la Tormenta que Ríe. El Gato se quitó el yelmo y salió en persecución de su caballo.

—Mi escudo —le dijo Dunk a Egg.

El niño se lo levantó. Dunk pasó el brazo izquierdo por la correa y cerró el puño alrededor del asa. El peso del escudo cometa lo tranquilizó, aunque su longitud dificultaba su manejo y la visión del ahorcado le produjo una vez más cierta inquietud. “Es un blasón de mal agüero.” Decidió repintar el escudo lo antes posible. “Que el Guerrero me conceda un buen galope y una rápida victoria”, rezó mientras el heraldo de ser Butterwell trepaba una vez más por los escalones.

—Ser Uthor Underleaf —resonó su voz—. El caballero de la Horca. Adelántense y demuestren su valor.

—Ten cuidado, ser —le advirtió Egg al tenderle una lanza de torneo, un asta de madera de casi diez codos que se iba adelgazando hasta acabar en una punta redondeada de hierro en forma de puño—. Los otros escuderos dicen que ser Uthor monta bien. Y es rápido.

—¿Rápido? —dijo Dunk con desprecio—. Lleva un caracol en el escudo. ¿Qué tan rápido puede ser?

Hincó los talones en los flancos de Trueno y, con la lanza en alto, hizo que el caballo avanzara con lentitud. “Una victoria y no habré perdido nada. Dos me situarán muy por delante. Con esta compañía dos no es demasiado esperar.” Al menos había tenido suerte en el sorteo. Podría haberle tocado el Viejo Buey o ser Kirby Pimm, o algún otro héroe de la zona. Se preguntó si el maestro de justas enfrentaba adrede a los caballeros errantes entre sí para que ningún joven señor tuviera que sufrir la ignominia de caer en la primera ronda ante alguno de ellos. “Da igual. Paso a paso, rival por rival, como decía siempre el viejo. Ahora en el único que debo pensar es en ser Uthor.”

Se reunieron al pie de la tribuna donde estaban lord y lady Butterwell, sentados en cojines a la sombra de la muralla del castillo. Junto a ellos se encontraba lord Frey, columpiando en una rodilla al mocoso de su hijo. Una hilera de criadas con abanicos no impedía que lord Butterwell tuviera manchas bajo de los brazos en su túnica de damasco ni su señora el pelo lacio de sudor. Se le veía acalorada, aburrida e incómoda. No obstante, al ver a Dunk irguió el pecho de tal modo que él se sonrojó por debajo del yelmo. Inclinó la lanza hacia ella y su señor esposo. Lo mismo hizo ser Uthor. Butterwell les deseó una buena justa. Su mujer sacó la lengua.

Había llegado la hora. Dunk volvió al trote al extremo sur del palenque. A ochenta metros su rival también tomaba posiciones. Su corcel gris era menor que Trueno, pero también más joven y brioso. Ser Uthor llevaba la armadura esmaltada de verde y una cota plateada. De su bacinete redondeado colgaban tiras de seda verdes y grises, y su escudo verde ostentaba un caracol plateado. “Una buena armadura y un buen caballo equivalen a un buen rescate si lo derribo.”

Sonó una trompeta.

Trueno empezó a trotar despacio. Dunk desplazó su lanza hacia la izquierda y la inclinó hacia abajo, cruzada sobre la cabeza del caballo y la barrera de madera que lo separaba de su contrincante. Su escudo le protegía la parte izquierda del cuerpo. Se encorvó y tensó las piernas mientras Trueno recorría el palenque. “Somos uno solo. Hombre, caballo y lanza formamos un solo animal de sangre, madera y hierro.”

Ser Uthor cargaba a gran velocidad, levantando nubes de polvo con los cascos de su corcel gris. A cuarenta varas de distancia Dunk espoleó a Trueno para que galopara y apuntó directamente hacia el caracol plateado con la punta de su lanza. El duro sol, el polvo, el calor, el castillo, lord Butterwell y su esposa, el Violinista y ser Maynard, los caballeros, los escuderos, los mozos de cuadra, el pueblo llano… Todo desapareció. Sólo quedaba el contrincante. Otro golpe de espuelas. Trueno echó a correr. El caracol se aproximaba a gran velocidad, creciendo a cada paso de las largas patas del caballo gris… pero delante estaba la lanza de ser Uthor, con su puño de hierro. “Mi escudo es fuerte. Mi escudo absorberá el impacto. Sólo importa el caracol. Si acierto en el caracol, la justa será mía.”

Cuando quedaban diez varas entre ambos, ser Uthor levantó la punta de su lanza.

Un chasquido resonó en los oídos de Dunk en el momento del impacto. Lo sintió en el brazo y el hombro, pero no llegó a ver el golpe. El puño de hierro de Uthor lo alcanzó justo entre los ojos con toda la fuerza del hombre y el caballo que iban detrás.

Dunk se despertó de espaldas, mirando los arcos de una bóveda de cañón. Al principio no supo dónde estaba ni cómo había llegado allí. En su cabeza resonaban voces y pasaban rostros: el viejo ser Arlan, Tanselle la Giganta, Dennis del Escudo Pardo, la Viuda Escarlata, Baelor Rompelanzas, Aerion el Príncipe Brillante y la triste y loca lady Vaith. De golpe y sopetón se acordó de la justa: el calor, el caracol, el puño de hierro acercándose a su cara… Gimió y se apoyó en un hombro, movimiento que hizo que su cráneo se convirtiera en una especie de monstruoso tambor de guerra.

Al menos parecía que los dos ojos le respondían. Tampoco se palpaba ningún agujero en la cabeza, lo cual era una suerte. Vio que estaba en una especie de bodega con barricas de vino y de cerveza en todas partes. “Como sea aquí dentro se está fresco”, pensó, “y hay bebida a la mano”. La boca le sabía a sangre. Tuvo una punzada de miedo. Si se había cortado la lengua con los dientes se habría quedado mudo, además de ser un necio.

—Buenos días —graznó sólo para oír su voz.

Las palabras rebotaron en la bóveda. Trató de levantarse, pero el esfuerzo hizo que la bodega empezara a dar vueltas.

—Despacio, despacio —dijo a su lado una voz trémula.

Junto a la cama apareció un anciano encorvado, con unas vestiduras tan grises como su largo pelo. Llevaba al cuello una cadena de maestre, hecha de muchos metales. Su rostro provecto estaba lleno de arrugas, sobre todo a ambos lados de su gran nariz de pico.

—Quédese quieto y deje que le revise los ojos.

Primero escudriñó el ojo izquierdo de Dunk y después el derecho, abriéndolos bien con el pulgar y el índice.

—Me duele la cabeza.

El maestre resopló por la nariz.

—Agradezca que aún la tiene sobre los hombros, ser. Tome esto, que tal vez lo ayude. Beba.

Dunk hizo el esfuerzo de no dejar ni una gota de aquella horrible pócima, que logró no escupir.

—El torneo —dijo al pasarse el dorso de la mano por la boca—. Dígame, ¿qué pasó?

—Las mismas tonterías de siempre en estas riñas. Hombres que se derriban a palos de sus caballos. El sobrino de lord Smallwood se rompió la muñeca y a ser Eden Risley su caballo le aplastó una pierna, pero de momento nadie ha muerto. Aunque en su caso tenía mis temores, ser.

—¿Me descabalgaron?

Aún se notaba la cabeza como llena de lana. De lo contrario no habría hecho una pregunta tan tonta. Se arrepintió nada más decirlo.

—Con una caída que sacudió hasta las más altas almenas. Los que habían apostado sus buenas monedas por usted quedaron consternados, y su escudero estaba fuera de sí. Si no lo hubiera echado seguiría aquí, a su lado. No quiero niños que me estorben. Le recordé su deber.

Dunk se dio cuenta de que también a él debían recordárselo.

—¿Cuál deber?

—Su montura, ser. Sus armas y su armadura.

—Sí —dijo Dunk al acordarse.

El niño era buen escudero. Sabía cuál era su obligación. “Perdí la espada del viejo y la armadura que me forjó Pate, el armero.”

—Otro que preguntaba por usted era su amigo el del violín. Me pidió que lo cuidara lo mejor posible. A él también lo eché.

—¿Cuánto tiempo hace que me está cuidando?

Dunk flexionó los dedos de la mano con que empuñaba la espada. Por lo visto aún funcionaban todos. “Sólo me hice daño en la cabeza, y ya decía ser Arlan que de todos modos no la usaba.”

—Según el reloj de sol, cuatro horas.

Cuatro horas no era tan grave. Había oído hablar de un caballero que había sufrido un golpe tan duro que había dormido cuarenta años y al despertar se había encontrado viejo y marchito.

—¿Sabe si ser Uthor ganó su segunda justa?

Quizá el vencedor del torneo fuera el Caracol. Si Dunk podía decirse que había perdido contra el mejor caballero en liza, tal vez la derrota le escociera menos.

—¿Que si ganó? ¡Y cómo! Contra ser Addam Frey, primo de la novia y muy prometedor con la lanza. Al caer ser Addam, mi señora se desmayó y debieron llevarla a sus aposentos.

Dunk hizo el esfuerzo de ponerse en pie. Todo le daba vueltas, pero el maestre lo ayudó a no perder el equilibrio.

—¿Dónde está mi ropa? Debo irme. Debo… Tengo que…

—Si no se acuerda significa que no es tan urgente —el maestre hizo un gesto irritado—. Le aconsejo que no coma nada muy graso ni tome bebidas fuertes, y que evite más golpes entre los ojos… aunque hace tiempo aprendí que los caballeros no atienden a la sensatez. Márchese, que tengo más necios que atender.

Al salir vio un halcón que daba vueltas en lo alto del resplandeciente cielo azul y sintió envidia. Al este se juntaban algunas nubes, negras como el ánimo de Dunk. Encontró el camino de regreso al palenque, mientras el sol le golpeaba la cabeza como un martillo en un yunque. Tuvo la impresión de que el suelo se movía. También podía ser él quien se tambaleara. Al subir de la bodega había estado a punto de tropezar dos veces con los escalones. “Debí hacerle caso a Egg.”

Cruzó con lentitud el patio exterior, bordeando la multitud. El orondo lord Alyn Cockshaw abandonaba el campo entre dos escuderos, última y coja conquista del joven Glendon Ball. Otro escudero llevaba su yelmo, rotos ya los orgullosos tres penachos.

—Ser John el Violinista —proclamó el heraldo—. Ser Franklyn de la casa Frey, un caballero juramentado de Los Gemelos al señor del Cruce. Adelántense y demuestren su valor.

Dunk no pudo sino ver cómo entraba al trote en el palenque el gran corcel negro del Violinista, entre un remolino de seda azul y espadas y violines dorados. También su peto estaba esmaltado de azul, al igual que sus rodilleras, codales, grebas y gola. Debajo, la malla era dorada. Ser Franklyn iba montado en un caballo pinto de larga crin plateada, a juego con el color gris de las sedas de su dueño, y con el plata de su armadura. Tanto el escudo como la sobreveste y la gualdrapa del caballo llevaban las torres gemelas de Frey. Se embistieron varias veces. Dunk lo presenció sin verlo. “Dunk el necio, más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo”, se reprendió. “Tenía un caracol en el escudo. ¿Cómo se puede perder contra un hombre que lleva un caracol en el escudo?”

Todo eran aplausos alrededor. Al levantar la vista vio que Franklyn Frey era derribado. El Violinista había desmontado para ayudar a levantarse a su rival caído. “Un paso más hacia su huevo de dragón”, pensó Dunk. “¿Y dónde estoy yo?”

Al acercarse a la poterna se encontró con el grupo de enanos de la fiesta, que se disponía a marcharse. Estaban enganchando ponis a su cerdo de madera con ruedas y a otro carromato de diseño más convencional. Vio que eran seis, a cual más pequeño y mal formado. Había unos cuantos que tal vez fueran niños, aunque todos eran tan bajos que no resultaba fácil verlo. A la luz del día, con pantalones de cuero de caballo y capas de tela basta con capuchas, parecían menos joviales que con su ropa de colores.

—Buenos días —dijo Dunk por buena educación—. ¿Se preparan a emprender el camino? Al este hay nubes. Podría ser señal de lluvia.

La única respuesta que obtuvo fue una mirada hostil del más feo de los enanos. “¿Será el que le quité de encima anoche a lady Butterwell?” De cerca el hombrecillo olía como un retrete. Una vaharada bastó para que Dunk acelerara el paso.

Tuvo la sensación de que tardaba tanto en cruzar la Lechería como en atravesar con Egg las arenas de Dorne. Iba siguiendo la muralla. De vez en cuando se apoyaba en ella. Cada vez que giraba la cabeza todo le daba vueltas. Bebida, pensó. “Necesito beber agua o me caeré.”

Se cruzó con un mozo de cuadra que le explicó dónde estaba el pozo más cercano. Allí descubrió a Kyle el Gato hablando en voz baja con Maynard Plumm. Ser Kyle estaba abatido, caído de hombros. No obstante, al ver a Dunk se animó.

—¿Ser Duncan? Nos habían dicho que estaba muerto o moribundo.

Dunk se frotó las sienes.

—Eso me gustaría.

—Conozco bien la sensación —ser Kyle suspiró—. Lord Caswell no me reconoció. Cuando le expliqué que le tallé su primera espada, se me quedó mirando como si no estuviera en mi sano juicio. Dijo que en Puenteamargo no hay sitio para caballeros tan débiles como demostré ser yo —el Gato se rio con amargura—. Aun así se quedó mis armas y mi armadura. También mi caballo. ¿Ahora qué haré?

Dunk no supo qué contestar. Hasta un jinete libre necesitaba un caballo para montar. Los mercenarios requerían una espada.

—Ya encontrará otro caballo —dijo al levantar el cubo—. En los Siete Reinos hay muchos. Encontrará algún otro señor que le dé armas.

Ahuecó las manos, se las llenó de agua y bebió.

—Algún otro señor. Claro. ¿Conoce a alguno? Yo no soy tan joven y fuerte como usted. Tampoco tan alto. Para los altos siempre hay demanda. A lord Butterwell, sin ir más lejos, le gusta que sus caballeros sean así. Fíjese en Tom Heddle. ¿Lo ha visto justar? Derribó a todos sus rivales. Claro que el hijo de Bola de Fuego también. Y el Violinista. Ojalá que me hubiera derribado él. No quiere rescates. Dice que lo único que busca es el huevo de dragón… aparte de la amistad de sus rivales caídos. Es un dechado de caballería.

Maynard Plumm se rio.

—De armonía, querrá decir. Está tejiendo algo en verdad grande con sus cuerdas de violín y todos haríamos bien en irnos antes de que estalle la tormenta.

—¿No quiere rescates? —dijo Dunk—. Noble gesto.

—Es fácil mostrar gestos nobles con la bolsa llena de oro —dijo ser Maynard—. He aquí una enseñanza para usted, si es bastante sensato para seguirla, ser Duncan. Aún no es demasiado tarde para que se vaya.

—¿Irme? ¿A dónde?

Ser Maynard se encogió de hombros.

—A cualquier sitio. Invernalia, Refugio Estival, Asshai de la Sombra… Cualquier lugar es bueno menos éste. Tome su caballo y armadura y salga por la poterna sin ser visto. No se le echará de menos. El Caracol piensa en su siguiente justa y los demás sólo tienen ojos para el torneo.

Por un breve instante Dunk estuvo tentado de hacerlo. Mientras tuviera armas y caballo, en cierto modo seguiría siendo un caballero, mientras que sin ninguna de ambas cosas era un simple mendigo. “Un mendigo alto, pero un mendigo.” Ahora, sin embargo, sus armas y su armadura pertenecían a ser Uthor, al igual que Trueno. “Mejor mendigo que ladrón.” En el Lecho de Pulgas había sido ambas cosas, durante los tiempos en que corrió con Hurón, Rafe y Morcilla, pero el viejo lo había salvado de esa vida. Sabía la opinión que habría merecido la propuesta de Plumm a Arlan del Árbol de la Moneda. Muerto ser Arlan, Dunk la expresó.

—Hasta un caballero errante tiene su honor.

—¿Qué prefiere, tener intacto su honor y morir, o tenerlo mancillado y vivir? No, ahórreme la respuesta, que ya me la imagino. Llévese a su escudero y huya, caballero de la Horca, antes de que su blasón se convierta en destino.

Dunk se encrespó.

—¿Qué sabe usted de mi destino? ¿Tuvo un sueño como John el Violinista? ¿Qué sabe de Egg?

—Sé que a los huevos no les conviene acercarse a las sartenes —dijo Plumm—. Muros Blancos no es lugar seguro para el niño.

—¿Cómo le fue a usted en su justa, ser? —le preguntó Dunk.

—Pero si no me arriesgué a entrar en liza. Los augurios no eran buenos. ¿Quién se imagina que pedirá el huevo de dragón?

“Yo no”, pensó Dunk.

—Eso lo saben los Siete, no yo.

—Intente adivinarlo, ser. Tiene dos ojos.

Pensó un momento.

—¿El Violinista?

—Muy bien. ¿Le importaría explicar su razonamiento?

—Sólo es… una corazonada.

—También lo es en mi caso —dijo Maynard Plumm—: un mal presagio para cualquier hombre o niño que cometa la imprudencia de interponerse en el camino de nuestro Violinista.

Egg estaba fuera de la tienda, cepillando el pelaje de Trueno, con la mirada perdida.

“Le sentó muy mal que me derribaran.”

—Ya está bien —le dijo Dunk en voz alta—. Si sigues dejarás a Trueno tan calvo como tú.

—¿Ser? —Egg soltó el cepillo—. ¡Sabía que no ningún ridículo caracol podría matarte, ser!

Le echó los brazos al cuello.

Dunk recogió del suelo el sombrero blando de paja del muchacho y lo usó para cubrirse la cabeza.

—Me dijo el maestre que te llevaste mi armadura.

Egg le arrebató el sombrero, indignado.

—Limpié tu cota de malla y pulí tus grebas, tu gola y tu peto, ser, pero el yelmo está partido y mellado por el golpe de la punta de la lanza de ser Uthor. Tendrá que arreglarlo un armero.

—Que mande arreglarlo ser Uthor, pues ahora es suyo —“Sin caballo, espada ni armadura. Quizá los enanos me dejen unirme a su compañía. Sería un espectáculo gracioso: seis enanos golpeando a un gigante con vejigas de cerdo”—. También es suyo Trueno. Ven, se los llevaremos y le desearemos suerte en sus próximas lizas.

—¿Ahora, ser? ¿No piensas pagar el rescate de Trueno?

—¿Cón qué, muchacho? ¿Con piedras y caca de oveja?

—Lo he estado pensando, ser. Si pidieras un préstamo…

Dunk lo interrumpió.

—Tanto dinero no me lo daría nadie, Egg. ¿Por qué iban a prestármelo? ¿Qué soy yo sino un gran necio que se hacía llamar caballero hasta que estuvo a punto de atravesarle la cabeza un caracol con un palo?

—Bueno —dijo Egg—, podrías quedarte con Lluvia. Yo volveré a montar en Maestre. Iremos a Refugio Estival. Puedes entrar al servicio de mi padre. Sus establos están llenos de caballos. Tendrías un corcel y también un palafrén.

La intención de Egg era buena, pero Dunk no podía volver a Refugio Estival con la cola entre las piernas y menos sin plata, derrotado, buscando a quién servir sin una triste espada.

—Muchacho —dijo—, eres muy bueno, pero no quiero las migajas de la mesa de tu señor padre ni las de sus establos. Tal vez haya llegado la hora de que nos separemos.

Dunk siempre podía ingresar en la Guardia de la Ciudad de Lannisport o Antigua, donde los hombres altos eran bien recibidos. “Me he dado golpes en la coronilla con todas las vigas de todas las posadas entre Lannisport y Desembarco del Rey. Tal vez vaya siendo hora de que mi estatura me haga ganar unas monedas y no sólo unos chichones.” Sin embargo, los guardias carecían de escuderos.

—Ya te enseñé todo lo que podía, que no era mucho. Te irá mejor si un verdadero maestro de armas supervisa tu formación, algún viejo y temible caballero que sepa de qué lado se empuñan las lanzas.

—Yo no quiero ningún maestro de armas —dijo Egg—. Te quiero a ti. ¿Y si uso mi…?

—No, de eso nada. Ni hablar. Ve a recoger mis armas, que se las presentaremos a ser Uthor junto con mi enhorabuena. Aplazar lo difícil sólo sirve para hacerlo más difícil.

Egg lanzó patadas contra el suelo, tan decaído en su expresión como el gran sombrero de paja.

—Sí, señor, lo que digas.

Vista por fuera, la tienda de ser Uthor era muy sencilla: un gran cubo de lona parda clavada al suelo con estacas y cuerdas de cáñamo. El poste central estaba adornado con un caracol plateado, sobre un largo pendón gris, pero no había ninguna otra decoración.

—Tú espera aquí —le dijo Dunk a Egg. El niño sujetaba las riendas de Trueno. El gran corcel marrón iba cargado con las armas y la armadura de Dunk, incluido el nuevo escudo viejo. “El caballero de la Horca. Qué caballero misterioso más pobre he resultado ser”—. No tardaré mucho.

Agachó la cabeza y se inclinó para pasar por la abertura.

El exterior de la tienda no lo había preparado para las comodidades que encontró en el interior. Bajo sus pies, el suelo estaba cubierto con alfombras trenzadas de Myr, muy coloridas. Había una mesa de caballete rica en adornos, con sillas de campamento alrededor. El lecho de plumas estaba cubierto de blandos cojines, y en un brasero de hierro ardía incienso perfumado.

Sentado a la mesa, frente a un montón de oro y plata y un frasco de vino, ser Uthor contaba monedas con su escudero, un individuo desgarbado que andaría cerca de la edad de Dunk. De vez en cuando el Caracol mordía o apartaba una moneda.

—Aún tengo mucho que enseñarte, Will —lo oyó decir Dunk—. Esta moneda está cortada y esta otra, afeitada. ¿Y ésta? —hizo bailar una pieza de oro entre los dedos—. Fíjate en las monedas antes de aceptarlas. A ver, dime qué ves.

El dragón giró en el aire. Will intentó atraparlo, pero le rebotó en los dedos y cayó al suelo. Tuvo que arrodillarse para buscarlo. Al encontrarlo lo giró dos veces antes de contestar.

—Ésta es buena, mi señor. En un lado hay un dragón y en la otra un rey…

Underleaf echó un vistazo a Dunk.

—El Ahorcado. Me alegro de verlo caminar, ser. Temía haberlo matado. ¿Tendría la bondad de instruir a mi escudero sobre la naturaleza de los dragones? Will, dale la moneda a ser Duncan.

Dunk no tuvo más remedio que tomarla. “Me tiró del caballo. ¿Es necesario que también me haga hacer payasadas?” Ceñudo, sopesó la moneda en la palma de la mano. Después examinó ambos lados y la probó.

—Es oro, sin cortar ni afeitar. Parece que pesa lo que debe pesar. Yo también la habría aceptado, mi señor. ¿Qué tiene de malo?

—El rey.

Dunk se fijó. La efigie de la moneda era joven, apuesta y sin barba. El rey Aerys aparecía con barba en sus monedas, al igual que el rey Aegon. El rey Daeron, que había ocupado el trono entre ambos, no llevaba barba, pero aquel rostro no era el suyo. No parecía una moneda bastante gastada para ser anterior a Aegon el Indigno. Miró con intensidad la palabra debajo de la efigie. “Seis letras.” Parecían las mismas que había visto en otros dragones. Formaban el nombre DAERON. Dunk, no obstante, conocía el rostro de Daeron el Bueno y no era aquél. Al volver a mirarlo vio algo raro en la forma de la cuarta letra. No era…

—Daemon —dijo a bocajarro—. Se lee Daemon, pero nunca ha habido un rey que se llamara Daemon, sólo…

—…el Pretendiente. Daemon Fuegoscuro acuñó moneda propia durante la rebelión.

—Bueno, pero es oro —alegó Will—, así que debería servir igual que los otros dragones, mi señor.

El Caracol le dio un golpe en un lado de la cabeza.

—Cretino. Es oro, sí: oro de rebeldes. Oro de traidores. Es traición poseer estas monedas, y doble traición entregárselas a alguien. Tendré que fundirlas —volvió a golpear a su escudero—. Fuera de mi vista, que este buen caballero y yo necesitamos hablar.

Will salió de la tienda sin perder ni un momento.

—Siéntese —dijo ser Uthor con educación—. ¿Quiere un poco de vino?

Dentro de su propia tienda Underleaf parecía otra persona que en el banquete. “Los caracoles se esconden dentro de sus conchas”, recordó Dunk.

—No, gracias.

Volvió a darle a ser Uthor la moneda de oro. “Oro de traidores. Oro de Fuegoscuro. Egg dijo que era un torneo de traidores, pero yo no le presté atención.” Le debía disculpas al muchacho.

—Media copa —insistió Underleaf—. Tal como lo oigo, la necesita —llenó dos copas de vino y le dio una a Dunk. Sin armadura parecía más un mercader que un caballero—. Supongo que viene por el rescate.

—Sí —Dunk aceptó el vino. Quizá lo ayudara a no sentir tanto dolor de cabeza—. Traje mi caballo, mis armas y mi armadura. Acéptelos junto con mi enhorabuena.

—Ahora es cuando le digo que combatió con galantería.

Dunk se preguntó si “galantería” era una manera caballeresca de decir “torpeza”.

—Muy amable de su parte, pero…

—Creo que no me oyó bien, ser. ¿Me excedo si le pregunto cómo fue armado caballero, ser?

—Me encontró ser Arlan del Árbol de la Moneda en el Lecho de Pulgas, persiguiendo cerdos. Como su escudero había muerto en el campo de Hierba Roja, necesitaba a alguien que cuidara su caballo y limpiara su cota de malla. Prometió enseñarme a usar la espada y la lanza, y a montar a caballo, a cambio de que me pusiera a su servicio, y acepté.

—Bonita historia… aunque en su lugar yo obviaría la parte de los cerdos. ¿Y dónde está ahora ser Arlan, dígame?

—Murió. Lo enterré yo.

—Comprendo. ¿Lo llevó hasta Árbol de la Moneda, su hogar?

—No sabía dónde quedaba —Dunk nunca había visto el Árbol de la Moneda. Ser Arlan casi nunca hablaba de su lugar de origen, del mismo modo que tampoco Dunk solía hablar del Lecho de Pulgas—. Lo enterré en una ladera, hacia poniente, para que desde allí vea la puesta de sol.

La silla de campamento crujió de modo alarmante bajo su peso. Ser Uthor volvió a su asiento.

—Yo ya tengo armadura y un caballo superior al suyo. ¿Para qué querría un viejo penco y un saco de placas melladas y malla oxidada?

—La armadura la hizo el armero Pate —dijo Dunk con un toque de rabia—. Egg la ha cuidado bien. En mi malla no hay ni rastro de herrumbre, y el acero es fuerte y de buena calidad.

—Fuerte, pesado —se quejó ser Uthor— y demasiado grande para cualquier persona de estatura normal. Su corpulencia es desusada, Duncan el Alto. En lo que a su caballo se refiere, es demasiado viejo para montarlo y demasiado duro para comerlo.

—Trueno ya no es tan joven como antes —admitió Dunk—, y mi armadura es grande, como bien dice, pero podría venderla. En Lannisport y Desembarco del Rey hay muchos herreros que se la quitarían de las manos.

—Por una décima parte de su valor, quizá —dijo ser Uthor—, y sólo para fundir el metal. No. Lo que necesito es plata de la buena, no hierro del viejo. La moneda del reino. Bueno, ¿desea recuperar sus armas mediante el pago de un rescate o no?

Dunk, ceñudo, giró entre las manos la copa de vino. Estaba hecha de plata maciza, con una hilera de caracoles de oro incrustada en el borde. También el vino era bueno, que se subía a la cabeza.

—Si fuera por mí le pagaría, sí, y con mucho gusto, pero…

—…no tiene ni dos venados para que se embistan.

—Si aceptara… prestarme de nuevo mi caballo y mi armadura, podría pagar el rescate más tarde. En cuanto haya encontrado las monedas.

El Caracol parecía divertido.

—Y dígame, ¿dónde las encontraría?

—Podría entrar al servicio de algún señor, o… —las palabras se le resistían y lo hacían sentir como un mendigo—. Quizá tarde unos años, pero le pagaría. Lo juro.

—¿Por su honor de caballero?

Dunk se ruborizó.

—Podría dejar mi marca en un pergamino.

—¿Un rasguño de caballero errante en un trozo de papel? —ser Uthor puso los ojos en blanco—. A lo sumo me serviría para limpiarme el culo.

—Usted también es un caballero errante.

—Me está insultando. Yo cabalgo a donde quiero y no sirvo a nadie más que a mí mismo, es cierto… pero han pasado muchos años desde la última vez que dormí en un seto. Me parecen mucho más cómodas las posadas. Soy un caballero de torneos, acaso el mejor que conocerá en su vida.

—¿El mejor? —su arrogancia irritó a Dunk—. Quizá no esté de acuerdo la Tormenta que Ríe, ser. Ni Leo Espinalarga ni la Bestia de Bracken. En Vado Ceniza nadie habló de caracoles. ¿A qué se debe, si tan famoso es ganando torneos?

—¿Me oyó decir que los gane? Por ese camino se obtiene renombre, y antes preferiría yo la viruela al renombre. No, gracias. Ganaré mi próxima justa, sí, pero al final caeré. Butterwell tiene treinta dragones para el caballero que quede en segundo puesto. A mí me basta… además de algunos rescates sustanciosos y las ganancias de mis apuestas —señaló con un gesto las montañas de venados de plata y de dragones de oro de la mesa—. Parece un hombre sano y muy grande. El tamaño siempre impresiona a los necios, aunque en las justas carezca de importancia. Will consiguió tres contra uno a su favor. El tonto de lord Shawney pagó cinco contra uno —tomó un venado de plata y lo hizo girar con un chasquido de sus largos dedos—. El siguiente en caer será el Viejo Buey. Después el caballero de Los Conejos, si sobrevive hasta entonces. En vista de que así son los sentimientos, debería conseguir buenas apuestas a favor de ambos. El pueblo llano quiere mucho a sus héroes de aldea.

—Ser Glendon tiene sangre de héroes —soltó Dunk.

—¡Eso espero! La sangre de héroe debería valer dos contra uno. La de puta no consigue tan buenas apuestas. Ser Glendon habla siempre que puede de su supuesto padre, pero ¿se ha fijado en que nunca menciona a su madre? Y con razón. Es hijo de una cantinera. Su nombre era Jenny, y hasta el campo de Hierba Roja la llamaban Jenny a Penique. La noche anterior a la batalla se folló a tantos hombres que a partir de entonces la llamaron Jenny Hierba Roja. No dudo que Bola de Fuego la poseyera, pero fue uno entre cien. Mucho da por supuesto nuestro amigo Glendon, me parece a mí. Ni siquiera es pelirrojo.

“Sangre de héroe”, pensó Dunk.

—Él dice que es caballero.

—Bueno, eso sí es verdad. Él y su hermana pasaron su infancia en un burdel que se llamaba Los Conejos. Al morir Jenny, las otras putas los tomaron a su cargo y le contaron al niño lo que se había inventado su madre de que era hijo de Bola de Fuego. La formación la recibió de un viejo escudero que vivía cerca, a cambio de cerveza y coño, pero al ser sólo escudero y no caballero, no logró armar al pequeño bastardo. Dio la casualidad de que hace medio año pasó por el burdel un grupo de caballeros, y un tal ser Morgan Dunstable se encaprichó en plena borrachera con la hermana de ser Glendon. Resultó que ella aún era virgen y Dunstable no tenía con qué pagar su doncellez, así que hicieron un trato: ser Morgan armó caballero al hermano de ella, allí mismo, en Los Conejos, con veinte testigos, y después la hermanita se lo llevó al piso de arriba y se dejó desflorar. Listo.

Armar era un derecho de cualquier caballero. En los tiempos de escudero de ser Arlan, Dunk había oído anécdotas sobre hombres que habían comprado su condición de caballeros mediante un favor o una amenaza o una bolsa de monedas de plata, pero nunca con la virginidad de una hermana.

—Eso son cuentos —se oyó decir—. No puede ser verdad.

—Me lo dijo Kirby Pimm, que asegura haber sido uno de los testigos de la ceremonia —ser Uthor se encogió de hombros—. Hijo de héroe o de puta, o las dos cosas a la vez, da lo mismo: caerá al enfrentarse conmigo.

—Quizá le toque en suerte otro rival.

Ser Uthor arqueó una ceja.

—A Cosgrave le gusta la plata como al que más. Le prometo que el siguiente que me toque será el Viejo Buey y luego el muchacho. ¿Quiere apostar?

—No me queda nada que apostar —Dunk no supo qué lo afligía más: enterarse de que el Caracol estaba sobornando al maestro de justas para conseguir los emparejamientos deseados o comprender que lo había querido a él. Se levantó—. Ya dije lo que tenía que decir. Mi caballo y mi espada son suyos, y toda mi armadura.

El Caracol juntó las puntas de los dedos para formar un triángulo.

—Quizá exista otra manera. Usted no carece del todo de talento. Cae de maravilla —a ser Uthor le brillaron los labios al sonreír—. Le devuelvo en préstamo su corcel y la armadura… si entra a mi servicio.

—¿Servicio? —Dunk no lo entendía—. ¿Qué tipo de servicio? Ya tiene escudero. ¿Necesita guarnecer algún castillo?

—Si tuviera alguno podría necesitarlo, pero lo cierto es que prefiero una buena posada. Mantener los castillos cuesta demasiado. No, el servicio que requiero de usted es que se enfrente a mí en algunos torneos más. Con veinte bastaría. Seguro que podrá hacerlo. Se quedará una décima parte de mis ganancias y en lo venidero prometo no darle en la cabeza, sino en ese pecho tan ancho.

—¿Me haría viajar con usted para ser derribado?

Ser Uthor rio con afabilidad.

—Es un espécimen de tal prestancia que nadie creería que un viejo de hombros caídos y con un caracol en el escudo sea capaz de derrotarlo —se frotó la barbilla—. Por cierto, necesita un nuevo blasón. Reconozco que el ahorcado impone lo suyo, pero… está ahorcado, ¿no? Muerto y vencido. Se necesita algo más feroz. Tal vez una cabeza de oso. Una calavera. No, mejor aún: tres calaveras. Un bebé empalado en una lanza. También debería llevar el pelo largo y dejarse barba, cuanto más frondosa y descuidada mejor. No se imagina cuántos torneos hay como éste. Con las posibilidades que obtendría yo, ganaríamos bastante para comprar un huevo de dragón antes…

—¿…de que corra la voz de que no valgo para nada? Perdí la armadura, no el honor. Se quedará con Trueno y mis armas. Nada más.

—A los mendigos no les conviene el orgullo. Hay cosas mucho peores que acompañarme. Al menos podría enseñarle un par de cosas sobre justas, tema que de momento ignora por completo.

—Me haría quedar como un tonto.

—Eso ya lo hice. E incluso los tontos necesitan comer.

Dunk tenía ganas de borrarle la sonrisa.

—Ahora entiendo que lleve un caracol en su escudo. No es un caballero de verdad.

—Palabras dignas de un auténtico zoquete. ¿Tan ciego es que no se da cuenta del peligro que corre? —ser Uthor dejó la copa—. ¿Sabe por qué le di justo allí? —se levantó y tocó con suavidad a Dunk en medio del pecho—. Poner aquí la punta de la lanza lo habría derribado con la misma rapidez. La cabeza es un blanco más pequeño. Es más difícil acertar… pero existen más posibilidades de que el golpe sea mortal. Me pagaron por que fuera allí.

—¿Pagaron? —Dunk se apartó de él—. ¿A qué se refiere?

—Seis dragones por anticipado y la promesa de otros cuatro cuando muriera. Mísera suma por la vida de un caballero. Agradezca por ello. Si me hubieran ofrecido más, tal vez habría metido la punta de mi lanza por uno de los orificios de la visera.

Dunk volvió a marearse. “¿Por qué iba a pagar alguien para que me maten? Yo no le he hecho daño a nadie en Muros Blancos.” Nadie podía odiarlo tanto, salvo Aerion, el hermano de Egg, y el Príncipe Brillante estaba exiliado al otro lado del mar Angosto.

—¿Quién le pagó?

—El oro me lo trajo al alba un criado, poco después de que el maestro de justas colgó la lista de rivales. Iba encapuchado y no pronunció el nombre de su señor.

—Pero ¿por qué? —dijo Dunk.

—No se lo pregunté —ser Uthor volvió a llenarse la copa—. Creo que tiene más enemigos de lo que cree, ser Duncan. ¿Y cómo no? Hay quien diría que fue la causa de todos nuestros males.

Dunk sintió una mano fría en el corazón.

—Explíquese.

El Caracol se encogió de hombros.

—Aunque yo no estuviera en Vado Ceniza, me gano la vida con las justas. Sigo de lejos los torneos con el mismo ahínco con que los maestres siguen las estrellas. Sé que cierto caballero errante se convirtió en causante del juicio de siete en Vado Ceniza, cuya consecuencia fue la muerte de Baelor Rompelanzas a manos de su hermano Maekar —ser Uthor tomó asiento y estiró las piernas—. El príncipe Baelor era muy querido. También el Príncipe Brillante tenía amigos que no olvidan la causa de su exilio. Piense en mi oferta, ser. Quizá el caracol deje un rastro de baba, pero a nadie le perjudica algo de baba… En cambio, si baila con dragones es de esperar que se queme.

Cuando Dunk salió de la tienda del Caracol, el día parecía más oscuro que antes. Las nubes del este se habían vuelto más grandes y más negras, y al oeste ya se ponía el sol, proyectando largas sombras en el patio. Se encontró con Will, el escudero, que inspeccionaba las patas de Trueno.

—¿Dónde está Egg? —le preguntó.

—¿El niño calvo? ¿Cómo voy a saberlo? Se habrá escapado a alguna parte.

“No fue capaz de despedirse de Trueno”, fue la conclusión de Dunk. “Estará en la tienda, con sus libros.”

Pero no, no estaba allí. Sí estaban los libros, pulcramente apilados y atados junto a la esterilla de Egg. De él, en cambio, no había ni rastro. Algo raro pasaba. Dunk se dio cuenta. Habría sido impropio de Egg marcharse sin permiso.

A pocos metros, junto a un pabellón de rayas, bebían cerveza de cebada dos soldados canosos.

—…al demonio. Con una vez ya tuve suficiente —murmuraba uno—. Al salir el sol la hierba era verde… —no se dio cuenta de que no estaban solos hasta que el otro lo interrumpió con un codazo—. ¿Ser?

—¿Han visto a mi escudero? Se llama Egg.

El hombre se rascó los pelos grises de la barba bajo una oreja.

—Sí, me acuerdo. Menos pelo que yo y una boca como el triple de grande que él. Lo zarandearon un poco algunos de los otros chicos, pero eso fue anoche. Desde entonces no lo he visto, ser.

—Se habrá asustado —dijo su compañero.

Dunk lo miró con mala cara.

—Si vuelve, díganle que me espere aquí.

—Sí, ser, descuide.

“Puede que solo haya ido a ver las justas.” Dunk regresó hacia el palenque. Al pasar al lado de los establos, se encontró con ser Glendon Ball, que cepillaba a un bonito alazán.

—¿Ha visto a Egg? —le preguntó.

—Pasó corriendo hace un momento —ser Glendon se sacó una zanahoria del bolsillo y se la dio de comer al alazán—. ¿Le gusta mi nuevo caballo? Lord Costayne mandó a su escudero para rescatarlo, pero yo le dije que se ahorre el oro. Pienso quedármelo.

—A su señoría no le gustará.

—Su señoría dijo que no tenía derecho a poner una bola de fuego en mi escudo. Me dijo que mis armas deberían ser unos conejos. Su señoría puede irse al cuerno.

A Dunk se le escapó una sonrisa. De esa agua también había bebido él, del agua amarga que le habían servido gente como el Príncipe Brillante y ser Steffon Fossoway, y que se le había atragantado. Sentía cierta afinidad con aquel suspicaz y joven caballero. “Que yo sepa, mi madre también podría haber sido una puta.”

—¿Cuántos caballos ha ganado?

Ser Glendon se encogió de hombros.

—Perdí la cuenta. Mortimer Boggs aún me debe uno. Dijo que preferiría comerse su caballo que dejar que lo monte el hijo bastardo de una puta. Y antes de enviarme la armadura le dio golpes con un martillo. Está llena de agujeros. Supongo que aún podré sacar algo por el metal —sonaba más triste que enfadado—. Al lado de la… de la posada donde crecí había un establo en el que trabajé de niño. Siempre que podía me escapaba con los caballos, mientras sus dueños estaban ocupados. Siempre se me han dado bien los caballos. Pencos, rocines, palafrenes, caballos de tiro, de arar, de guerra… En todos he montado. Hasta en uno de Dorne. Conocía a un viejo que me enseñó a hacer mis propias lanzas. Pensaba que si les demostraba a todos lo bien que lo hago, no tendrían más remedio que reconocer que soy hijo de mi padre, pero no lo reconocen. Ni siquiera ahora. No hay manera.

—Es que con algunos no hay manera —le dijo Dunk—. Da igual lo que haga. En cambio con otros… no todos son iguales. He conocido a algunos buenos —pensó un momento—. Al final del torneo Egg y yo tenemos pensado ir hacia el norte, ponernos al servicio de Invernalia y luchar contra los hombres del Hierro para los Stark. Podría acompañarnos.

Ser Arlan siempre había dicho que el Norte era otro mundo. Parecía difícil que allá arriba se supiera la historia de Jenny a Penique y el caballero de Los Conejos. “Allá arriba nadie se burlará de ti. Sólo te conocerán por tu espada y sólo te juzgarán por lo que vales.”

Ser Glendon lo miró con recelo.

—¿Por qué iba a hacerlo? ¿Me está diciendo que debo escaparme y esconderme?

—No. Sólo se me ocurrió… que más valen dos espadas que una. Los caminos ya no son tan seguros como antes.

—Eso es verdad —dijo a regañadientes el muchacho—, pero a mi padre le habían prometido un puesto en la Guardia Real, y tengo la intención de reclamar la capa blanca que no llegó a vestir.

“Tienes tantas posibilidades de llevar capa blanca como yo”, estuvo a punto de decir Dunk. “A ti te parió una cantinera y yo salí del arroyo del Lecho de Pulgas. A la gente como tú y yo no los colma el rey de honores.” Sin embargo, el joven no se habría tomado bien aquella verdad, así que Dunk se la calló.

—Bueno, pues fuerza al brazo.

Sólo se había alejado unos metros cuando ser Glendon lo llamó.

—Espere, ser Duncan. No… no hice bien en ser tan brusco. Mi madre siempre decía que los caballeros deben ser corteses —parecía que le costara encontrar las palabras—. Después de mi última justa vino a verme lord Peake y me ofreció un puesto en Starpike. Dijo que se avecina una tormenta como no se ha visto en Poniente desde hace una generación, y que necesitarían espadas y hombres que las empuñen. Hombres leales que sepan obedecer.

A Dunk le costó creerlo. Gormon Peake había dejado muy claro su desprecio por los caballeros errantes, tanto en el camino como en la azotea. La oferta, sin embargo, era generosa.

—Peake es un gran señor —dijo con cautela—, pero… pero no creo que me fiaría de él.

—No —el joven se ruborizó—. Había un precio. Dijo que me tomaría a su servicio… pero que primero tendría que probar mi lealtad. Él se encargaría de que mi próximo rival fuera su amigo el Violinista, y quiso que le prometiera que perdería.

Dunk le creyó. Sabía que debería escandalizarse, pero por alguna razón no lo hizo.

—¿Y usted qué contestó?

—Le dije que aunque me propusiera perder contra el Violinista quizá no lo lograra. Le dije que ya he derribado a hombres mucho mejores y que antes de que acabe el día el huevo de dragón será mío —Ball esbozó una sonrisa—. No era la respuesta que él esperaba. Me llamó tonto y me dijo que me ande con cuidado, que el Violinista tiene muchos amigos y yo ninguno.

Dunk le puso una mano en el hombro y se lo apretó.

—Tiene uno, ser. Dos en cuanto encuentre a Egg.

El muchacho lo miró a los ojos y asintió.

—Da gusto saber que aún quedan caballeros de verdad.

Mientras buscaba a Egg entre la multitud que rodeaba el palenque, Dunk tuvo ocasión de ver bien por primera vez a ser Tommard Heddle. Fornido y ancho, con un pecho como un tonel, el yerno de lord Butterwell llevaba placas negras sobre cuero hervido, y un yelmo en forma de una especie de demonio con escamas y la lengua de fuera. Su caballo superaba a Trueno en casi dos palmos de altura y una arroba de peso. Era un verdadero monstruo, protegido por una cota de malla. Tanto hierro lo obligaba a ir despacio y por eso Heddle no superó el medio galope en el palenque, lo cual no le impidió despachar en un abrir y cerrar de ojos a ser Clarence Charlton. Mientras se llevaban a Charlton en camilla, Heddle se quitó su yelmo demoniaco. Tenía la cabeza ancha y calva, y una barba negra y cuadrada. En sus mejillas y su cuello había forúnculos muy rojos.

Dunk conocía aquella cara. Heddle era el caballero que le había gritado al tocar el huevo de dragón, el hombre de voz grave al que había oído hablar con lord Peake.

Se le atropellaron las palabras en la memoria: “…banquete de mendigos que nos han organizado… es digno hijo de su padre, el muchacho… Aceroamargo… necesita la espada… el viejo Sangre de Leche esperaba… es digno hijo de su padre, el muchacho… Le aseguro que Cuervo de Sangre no se dedica a soñar… ¿Es digno hijo de su padre, el muchacho?”

Clavó la vista en la tribuna de espectadores, mientras se preguntaba si Egg se las había ingeniado para ocupar el lugar que le correspondía por derecho entre los notables, pero no se veía al niño en ninguna parte. Tampoco estaban Butterwell ni Frey, aunque la esposa del primero seguía en su sitio, aburrida y descontenta. “Qué raro”, se dijo. Era el castillo de Butterwell y su boda. Frey era el padre de la novia. Aquellas justas se hacían en honor de ambos. ¿A dónde podrían haber ido?

—Ser Uthor Underleaf —tronó el heraldo. Por la cara de Dunk pasó una sombra, mientras una nube se tragaba el sol—. Ser Theomore de la casa Bulwer, el Viejo Buey, caballero de Corona Negra. Adelántense y demuestren su valor.

Daba miedo el Viejo Buey con su armadura rojo sangre y los cuernos negros de toro que sobresalían de su yelmo, pero necesitó la ayuda de un escudero musculoso para subir a su caballo, y el hecho de que girara la cabeza en forma constante mientras avanzaba parecía indicar que ser Maynard estaba en lo cierto respecto a su ojo. Aun así recibió una sonora ovación al salir al palenque.

No así el Caracol, que sin duda lo prefería. En la primera pasada se desviaron mutuamente los golpes. En la segunda el Viejo Buey partió su lanza en el escudo de ser Uthor, mientras que el Caracol erró el blanco por completo. Lo mismo ocurrió en la tercera pasada. Esta vez ser Uthor se tambaleó, como si se fuera a caer. “Finge”, comprendió Dunk. “Está alargando el combate para que la próxima vez aumenten las apuestas.” Le bastó echar un vistazo alrededor para ver a Will manos a la obra, apostando por su señor. Hasta entonces no se le había ocurrido que él pudiera haber engordado su propia bolsa con una o dos monedas a costa del Caracol. “Dunk el necio, más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo.”

El Viejo Buey cayó a la quinta pasada, arrojado a un lado por una punta de lanza que resbaló con destreza en su escudo para alcanzarlo en el pecho. Al caer se le enredó un pie en el estribo y fue arrastrado cuarenta varas por el palenque antes de que sus hombres controlaran el caballo. Una vez más salió la litera para llevarlo con el maestre. Mientras se alejaba Bulwer empezaron a caer algunas gotas de lluvia que le dejaron manchas oscuras en la sobreveste. Dunk lo observaba todo sin alterarse. Pensaba en Egg. “¿Y si está en poder de mi enemigo secreto?” No era ningún disparate. “El niño no tiene la culpa de nada. Si alguien tiene algo contra mí no debería ser Egg el que responda.”

Cuando encontró a ser John el Violinista, lo estaban armando para la siguiente justa. Lo atendían nada menos que tres escuderos, ocupados en abrochar las hebillas de su armadura y colocar la barda de su caballo. Cerca de ellos lord Alyn Cockshaw bebía vino aguado, con aspecto maltrecho y taciturno. Al ver a Dunk farfulló algo y se manchó de vino la pechera.

—¿Cómo es posible que siga de pie, si el Caracol le hundió la cara?

—El armero Pate me hizo un yelmo muy resistente, mi señor. Además, ya decía ser Arlan que tengo la cabeza más dura que la piedra.

El Violinista se rio.

—No le haga caso a Alyn. El bastardo de Bola de Fuego lo descabalgó y desde que su mullido traserito chocó contra el suelo, decidió que odia a todos los caballeros errantes.

—Ese horrible individuo lleno de granos no es hijo de Quentyn Ball —insistió Alyn Cockshaw—. No deberían haberle permitido competir. Si esto fuera mi boda lo habría mandado azotar por su atrevimiento.

—¿Qué doncella se casaría con usted? —dijo ser John—. Además, el atrevimiento de Ball es mucho menos irritante que su pataleta. Ser Duncan, ¿por casualidad es amigo de Galtry el Verde? Dentro de poco tendré que separarlo de su caballo.

Dunk no lo dudó.

—No lo conozco, mi señor.

—¿Desea una copa de vino? ¿Pan con aceitunas?

—Sólo unas palabras con usted, mi señor.

—Todas las que quiera. Pasemos a mi pabellón —el Violinista le levantó la solapa—. Usted no, Alyn. A decir verdad no le iría mal comer menos aceitunas.

Una vez dentro el Violinista se giró hacia Dunk.

—Ya sabía yo que ser Uthor no lo había matado. Mis sueños jamás me engañan. Pronto el Caracol deberá enfrentarse conmigo. Después de derribarlo le exigiré que le devuelva sus armas y armadura. También su corcel, aunque se merece una mejor montura. ¿Aceptaría que le regale un caballo?

—Pues… no… no podría —la idea incomodó a Dunk—. No es que quiera ser desagradecido, pero…

—Si lo que le preocupa es la deuda, quítesela de la cabeza. Yo no necesito su plata, ser. Sólo su amistad. ¿Cómo podría convertirse en uno de mis caballeros sin caballo?

Ser John se puso los guanteletes de acero articulados y flexionó los dedos.

—Desapareció mi escudero.

—¿Se habrá fugado con alguna chica?

—Egg es demasiado joven para chicas, mi señor. Nunca se iría por su propio pie. Aun cuando yo me estuviera muriendo, se quedaría hasta que mi cadáver estuviera frío. Sigue aquí su caballo, y también nuestra mula.

—Si quiere puedo pedirles a mis hombres que lo busquen.

“Mis hombres.” A Dunk no le gustó cómo sonaba. “Un torneo de traidores”, pensó.

—Usted no es caballero errante.

—No —la sonrisa del Violinista poseía un gran encanto juvenil—. Pero eso siempre lo ha sabido. Desde nuestro primer encuentro en el camino me llama “mi señor”. ¿Por qué?

—Por su manera de hablar. Y su aspecto. Y sus actos —“Dunk el necio, más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo”—. Anoche, en la azotea, dijo algunas cosas…

—El vino me hace hablar demasiado, pero lo dije todo en serio. Usted y yo estamos hechos el uno para el otro. Mis sueños no mienten.

—Sus sueños no mienten —dijo Dunk—, pero usted sí. John no es su auténtico nombre, ¿verdad?

—No.

Los ojos del Violinista brillaron, traviesos. “Tiene los mismos ojos que Egg.”

—Pronto se revelará su verdadero nombre a los que deban conocerlo —lord Gormon Peake había entrado en el pabellón—. Le aviso, caballero errante… —dijo, ceñudo.

—Vamos, Gormy, déjelo ya —dijo el Violinista—. Ser Duncan es de los nuestros o lo será pronto. Ya le dije que soñé con él —fuera sonó la trompeta de un heraldo. El Violinista giró la cabeza—. Me llaman al palenque. Discúlpeme, ser Duncan, por favor. Podremos reanudar nuestra conversación una vez que haya despachado a ser Galtry el Verde.

—Fuerza al brazo —dijo Dunk, por simple cortesía.

Lord Gormon se quedó después de que partió ser John.

—Nos matarán a todos por culpa de sus sueños.

—¿Qué hizo falta para comprar a ser Galtry? —se oyó decir Dunk—. ¿Bastó con plata o habrá pedido oro?

—Veo que alguien se fue de la boca —Peake se sentó en una silla de campamento—. Tengo una docena de hombres fuera. Debería llamarlos y hacer que le rebanasen el cuello, ser.

—¿Por qué no lo hace?

—Porque a su alteza le sentaría mal.

“Su alteza. Dunk tuvo la sensación de haber recibido un puñetazo en la barriga. Otra rebelión de los Fuegoscuro. Y pronto otro campo de Hierba Roja. Cuando salió el sol la hierba no era roja.”

—¿Por qué se celebró esta boda?

—Lord Butterwell quería que le calentara la cama una mujer nueva y joven, y lord Frey tenía una hija un poco mancillada. Su enlace era un pretexto verosímil para que se reunieran unos cuantos señores con ideas afines. La mayoría de los invitados combatieron a favor del dragón negro. El resto tiene motivos de resentimiento contra el poder de Cuervo de Sangre o albergan sus propios rencores y ambiciones. Muchos teníamos hijos e hijas que fueron llevados a Desembarco del Rey como prenda de nuestra futura lealtad, pero la mayoría de los rehenes perecieron en la gran epidemia primaveral. Ya no estamos atados de manos. Llegó nuestra hora. Aerys es débil. No es un guerrero, sino un hombre de libros. El pueblo llano apenas lo conoce y lo que sabe no le gusta. Sus señores todavía lo aman menos. Es verdad que su padre también era débil, pero cuando su trono peligró, tuvo hijos que salieron por él al campo de batalla. Baelor y Maekar, el martillo y el yunque… Pero Baelor Rompelanzas ya no existe, y el príncipe Maekar rabia en Refugio Estival, enemistado con el rey y con su mano.

“Sí”, pensó Dunk, “y ahora un caballero errante necio ha puesto a su hijo favorito en manos de sus enemigos. ¿Qué mejor manera de asegurarse de que el príncipe nunca se mueva de Refugio Estival?”

—También está Cuervo de Sangre, que no es débil —dijo.

—No —reconoció lord Peake—, pero los hechiceros no le gustan a nadie, y el que mata a los de su propia sangre resulta igual de detestable a los dioses que a los hombres. A la primera señal de debilidad o derrota, los hombres de Cuervo de Sangre se derretirán como las nieves de verano. Y si se cumple lo que soñó el príncipe, si aquí en Muros Blancos aparece un dragón vivo…

Dunk acabó la frase.

—…el trono será suyo.

—Suyo —dijo lord Gormon Peake—. Yo sólo soy un humilde servidor —se levantó—. No intente marcharse del castillo, ser. En caso contrario lo interpretaré como una prueba de traición y responderá con la vida. Hemos llegado demasiado lejos para que haya vuelta atrás.

Cuando John el Violinista y ser Galtry el Verde tomaron nuevas lanzas en ambos extremos del palenque, el cielo plomizo escupía lluvia de la auténtica. Algunos de los invitados a la boda se refugiaban en la gran sala, protegidos por sus capas.

Ser Galtry montaba un corcel blanco. Su yelmo estaba adornado con un lánguido penacho verde, igual al de la crin de su caballo. La capa se componía de retales de distintos tonos de verde. Sus grebas y sus guanteletes tenían incrustaciones de oro que las hacían brillar, y su escudo ostentaba nueve salmonetes de jade sobre un campo verde puerro. Hasta su barba estaba teñida de verde, a la manera de los hombres de Tyrosh, al otro lado del mar Angosto.

Nueve veces cargaron uno contra el otro, lanza en ristre, ser Galtry y el Violinista, el caballero de los retales verdes y el joven señor de las espadas y violines dorados, y nueve veces se partieron sus lanzas. En la octava pasada el suelo ya estaba un poco blando y los grandes corceles cruzaron charcos de lluvia. A la novena el Violinista estuvo a punto de caer de su silla, pero se recuperó antes de caer.

—Buen golpe —proclamó entre risas—. Estuvo a punto de derribarme, ser.

—No tardaré —dijo el caballero verde a través de la lluvia.

—Lo dudo.

El Violinista arrojó los trozos de su lanza. Un escudero puso otra en su mano.

La siguiente pasada fue la última. La lanza de ser Galtry resbaló, inofensiva, en el escudo del Violinista. En cambio ser John golpeó al caballero verde justo en medio del pecho, y al arrojarlo de la silla lo hizo salpicar barro marrón. Dunk vio un relámpago lejano al este.

Las tribunas se estaban vaciando a gran velocidad. Pueblo llano y señores corrían para no mojarse.

—Mire cómo corren —murmuró Alyn Cockshaw al aparecer junto a Dunk—. Unas gotitas de lluvia y todos estos señores tan valientes se refugian entre gritos. Me gustaría saber qué harán cuando estalle la tormenta de verdad.

“La tormenta de verdad.” Dunk supo que lord Alyn no se refería al tiempo. “¿Y éste qué quiere? ¿Habrá ‘decidido ser mi amigo’ de repente?”

El heraldo subió una vez más a su plataforma.

—Ser Tommard Heddle, caballero de Muros Blancos al servicio de lord Butterwell —voceó mientras tronaba a lo lejos—. Ser Uthor Underleaf. Adelántense y demuestren su valor.

Dunk miró a ser Uthor justo a tiempo para ver que el Caracol torcía el gesto. “No es el rival por el que pagó.” El maestro de justas lo había desairado, pero ¿por qué? “Intervino otra persona a la que Cosgrove estima más que a Uthor Underleaf.” Lo rumió un momento. “No saben que Uthor no quiere ganar”, comprendió de golpe. “Lo ven como una amenaza, y por eso quieren que Tom el Negro lo aparte del camino del Violinista.” Heddle formaba parte de la conspiración de Peake. Podían confiar en que perdería cuando fuera necesario. Por lo tanto, no quedaba nadie más que…

De repente lord Peake corrió por el campo embarrado y subió por la escalera de la plataforma del heraldo, haciendo ondear su capa.

—¡Nos traicionaron! —exclamó—. Cuervo de Sangre tiene un espía entre nosotros. ¡Robaron el huevo de dragón!

Ser John el Violinista hizo girar su montura.

—¿Mi huevo? ¿Cómo es posible? Lord Butterwell tiene guardias apostados día y noche a la entrada de su dormitorio.

—Los mataron —declaró lord Peake—, pero uno de ellos dijo el nombre del asesino antes de morir.

“¿Pretenderá acusarme a mí?”, se preguntó Dunk.

Anoche una docena de hombres lo había visto tocar el huevo de dragón, al llevar a lady Butterwell al lecho de su esposo.

Lord Gormon extendió un dedo acusador.

—Allí está. El hijo de puta. Captúrenlo.

Ser Glendon Ball, que estaba al final del palenque, levantó la vista, desconcertado. Al principio pareció que no entendía qué ocurría, hasta que vio acudir a hombres desde varios puntos. Entonces se movió a mayor velocidad de lo que Dunk habría considerado posible. Cuando el primer hombre le puso un brazo en el cuello, él ya había desenvainado a medias su espada. Logró soltarse, pero ya tenía encima a dos hombres más, que se lanzaron contra él y lo arrojaron al barro. Los rodearon muchos hombres más, gritando y pegando patadas. “Podría haber sido yo”, comprendió Dunk con la misma sensación de impotencia que en Vado Ceniza el día en que le dijeron que tendrían que cortarle una mano y un pie.

Alyn Cockshaw lo retuvo.

—Si quiere encontrar a su escudero, no se meta.

Dunk se giró hacia él.

—¿Qué quiere decir?

—Es posible que yo sepa dónde encontrar al niño.

Dunk no estaba de humor para bromas.

—¿Dónde?

Al final del palenque ser Glendon fue obligado a levantarse, encajado entre dos soldados con cota de malla y medio yelmo. Estaba cubierto de barro marrón desde la cintura hasta el tobillo, y le corría sangre y lluvia por las mejillas. “Sangre de héroe”, pensó Dunk mientras Tom el Negro desmontaba ante el cautivo.

—¿Dónde está el huevo?

De la boca de Ball salía un hilo de sangre.

—¿Por qué lo robaría, si estaba a punto de ganarlo?

“Sí”, pensó Dunk, “y no podían consentirlo”.

Tom el Negro golpeó a Ball en la cara con un puño envuelto en malla.

—Registren sus alforjas —ordenó lord Peake—. Apuesto a que encontraremos el huevo de dragón envuelto y escondido.

Lord Alyn bajó la voz.

—Lo encontrarán. Si quiere hallar a su escudero, sígame. Es el mejor momento, mientras están ocupados.

No esperó la respuesta.

Dunk tuvo que seguirlo. En tres zancadas alcanzó al joven señor.

—Como le hayan hecho daño a Egg…

—No tengo inclinación por los niños. Por aquí. Más deprisa.

Dunk fue tras él, cruzando un arco y varios escalones enfangados antes de girar por una esquina. Iban pisando charcos bajo la lluvia, protegidos por la oscuridad de las paredes. Al fin se detuvieron en un patio cerrado, pavimentado con losas planas y resbaladizas. Estaban rodeados de edificaciones. Arriba había ventanas con los postigos cerrados, y en el centro del patio un pozo rodeado por un muro bajo de piedra.

“Qué lugar más solitario”, pensó Dunk. Le daba mala espina. Un antiguo instinto lo hizo tratar de empuñar la espada, hasta que se acordó de que se la había ganado el Caracol. Mientras movía la mano en el cinto, donde debería haber estado la funda, sintió la punta de un cuchillo en la base de la espalda.

—Si intenta atacarme le saco un riñón y se lo doy a los cocineros de Butterwell para que lo sirvan frito en el banquete —el cuchillo se hincó en el jubón de Dunk con insistencia—. Al pozo. Y nada de movimientos bruscos, ser.

“Como haya tirado a Egg al pozo necesitará algo más que un cuchillo de juguete para salvarse.” Dunk avanzó despacio, sintiendo crecer la rabia en sus entrañas.

Dejó de sentir el cuchillo en la espalda.

—Ya puede girarse, caballero errante.

Dunk dio media vuelta.

—Mi señor, ¿es por el huevo de dragón?

—No, por el dragón. ¿Qué creía, que me quedaría al margen mientras lo robaba? —ser Alyn hizo una mueca—. Hice mal en confiar en que lo mataría el desgraciado del Caracol. Recuperaré hasta la última de mis monedas de oro.

“¿Él?”, pensó Dunk. “¿Este señoritingo gordo, pálido y perfumado es mi enemigo secreto?” No supo si reírse o llorar.

—Ser Uthor se ganó su oro. Lo que ocurre es que tengo la cabeza dura.

—Eso parece. Retroceda.

Dunk dio un paso hacia atrás.

—Más. Más. Uno más.

El siguiente paso lo hizo topar con el pozo, cuyas duras piedras presionaron la base de su espalda.

—Siéntese en el borde. ¡No le dará miedo un pequeño baño! Mucho más mojado que ahora no podría estar.

—No sé nadar.

Dunk apoyó una mano en el pozo. Las piedras estaban mojadas. Una se movió bajo la presión de la palma de su mano.

—Es una pena. ¿Saltará o tendré que pincharlo?

Dunk miró hacia abajo y vio las marcas de las gotas de lluvia en el agua, a unas siete varas. Las paredes estaban cubiertas de algas cenagosas.

—Yo nunca le he hecho nada.

—Ni me lo hará. Daemon es mío. Yo seré el que mande en su Guardia Real. Usted no es digno de la capa blanca.

—Nunca dije que lo fuera —“Daemon.” El nombre resonó en su cabeza. “No es John, sino Daemon, en honor a su padre… Dunk el necio, más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo”—. Daemon Fuegoscuro tuvo siete hijos. Dos de ellos, gemelos, murieron en el campo de Hierba Roja.

—Aegon y Aemon. Unos pobres bravucones sin cerebro, como usted. Cuando éramos pequeños se divertían torturándonos a Daemon y a mí. Cuando Aceroamargo se lo llevó al exilio, yo lloré, y volví a llorar cuando lord Peake me dijo que regresaba. Entonces él lo vio a usted en el camino y se olvidó de mi existencia —Cockshaw hizo un gesto amenazador con la daga—. Puede meterse en el agua tal como está o sangrando. ¿Qué elige?

Dunk cerró la mano alrededor de la piedra suelta, que resultó no estarlo tanto como esperaba. Antes de que lograra desprenderla ser Alyn se abalanzó sobre él. Dunk se apartó lo suficiente para que la punta de la cuchilla le hiciera un corte en el brazo del escudo. Entonces sí se desprendió la piedra. Dunk se la dio de comer a su señoría, cuyos dientes oyó partirse por el golpe.

—El pozo, ¿eh? —dio otro golpe en la boca del joven señor. Después soltó la piedra, tomó a Cockshaw por la muñeca y se la retorció hasta partir el hueso. La daga rebotó por las piedras—. Usted primero, mi señor.

Se echó a un lado, tiró del brazo del joven señor y le dio una patada en los riñones. Lord Alyn cayó de cabeza en el pozo. Se oyó un chapuzón.

—Muy bien, ser.

Dunk dio la media vuelta. Lo único que distinguió a través de la lluvia fue una silueta encapuchada y un solo ojo blanquecino. Sólo en el momento que el desconocido se acercó, el rostro oculto bajo la capucha tomó los rasgos conocidos de ser Maynard Plumm. El ojo pálido no era más que el broche de piedra de luna que sujetaba la capa en uno de sus hombros.

Abajo, en el pozo, lord Alyn se debatía, chapoteaba y pedía ayuda a gritos.

—¡Al asesino! ¡Que alguien me ayude!

—Intentó matarme —dijo Dunk.

—Ahora me explico la sangre.

—¿Sangre? —Dunk miró hacia abajo: el brazo izquierdo en toda su extensión, la túnica pegada a la piel—. Ah…

No recordaba haberse caído, pero de repente estaba en el suelo, con la cara mojada de lluvia. Oía quejarse a lord Alyn en el pozo, pero ya no chapoteaba con la misma fuerza.

—Debemos entablillar este brazo —ser Maynard pasó uno de los suyos por debajo de Dunk—. Arriba. Yo solo no puedo levantarlo. Use las piernas.

Dunk las usó.

—Lord Alyn, se va a ahogar.

—No lo echarán de menos, el Violinista menos que nadie.

—No es… —dijo Dunk sin aliento, blanco de dolor—. Violinista.

—No. Es Daemon de la casa Fuegoscuro, el segundo de su nombre. Al menos es como querría ser llamado, si llega a alcanzar alguna vez el Trono de Hierro. Le sorprendería saber cuántos señores prefieren que sus reyes sean valientes y tontos. Daemon es joven y gallardo, y queda bien a caballo.

Los sonidos del pozo casi eran inaudibles de tan débiles.

—¿No deberíamos echarle una cuerda a su señoría?

—¿Salvarlo ahora para ejecutarlo después? No creo. Que se coma lo que pensaba servirle a usted. Apóyese en mí —Plumm lo guió por el patio. Desde tan cerca las facciones de ser Maynard tenían algo anómalo. Cuanto más lo miraba Dunk, menos le parecía ver—. Recordará que lo conminé a huir, pero tuvo en más estima su honor que la vida. Está bien morir con honra, pero ¿y si la vida que está en jaque no es la suya? ¿Sería igual su respuesta, ser?

—¿La vida de quién? —se oyó un último chapoteo en el pozo—. ¿Egg? ¿Se refiere a Egg? —Dunk le apretó el brazo a Plumm—. ¿Dónde está?

—Con los dioses. Y creo que sabrá por qué.

El dolor que retorció las entrañas de Dunk lo hizo olvidarse de su brazo. Gimió.

—Intentó usar su bota.

—Eso me imagino. Le mostró el anillo al maestre Lothar, el cual lo entregó a Butterwell, que de seguro se orinó en los pantalones al verlo y habrá empezado a preguntarse si se equivocó de bando y hasta qué punto está al corriente Cuervo de Sangre de esta conspiración. La respuesta a lo último es “bastante”.

Plumm rio.

—¿Quién es usted?

—Un amigo —dijo Maynard Plumm—. Alguien que lo ha estado observando y se extrañó de su presencia en este nido de víboras. Y ahora calle hasta que lo hayamos curado.

Se acogieron a las sombras para regresar a la pequeña tienda de Dunk. Una vez dentro, ser Maynard encendió fuego, llenó un cuenco de vino y lo puso a hervir sobre las llamas.

—El tajo es limpio, y al menos no es el brazo con que empuña la espada —dijo al cortar la manga de la túnica ensangrentada de Dunk—. Al parecer la estocada no llegó al hueso. Aun así tendremos que lavar la herida. De lo contrario podría perder el brazo.

—Da igual —a Dunk le daba vueltas el estómago. Tenía la sensación de estar a punto de vomitar—. Si Egg está muerto…

—…la culpa será suya. Debería haberlo mantenido a distancia de aquí. De todos modos, en ningún momento dije que el niño esté muerto, sino que está con los dioses. ¿Tienen tela limpia? ¿Seda?

—Mi túnica. La buena que me dieron en Dorne. ¿Qué significa que está con los dioses?

—Todo a su debido tiempo. Primero su brazo.

El vino no tardó en desprender vapor. Ser Maynard encontró la túnica de seda de Dunk, la olió con recelo, sacó una daga y empezó a cortarla. Dunk se tragó su protesta.

—Ambrose Butterwell nunca ha sido lo que podríamos llamar resuelto —dijo ser Maynard al doblar tres tiras de seda y dejarlas caer en el vino—. Desde el principio albergó dudas sobre esta conjura, y esas dudas se exacerbaron al enterarse de que el niño no llevaba la espada. Esta mañana, con el huevo de dragón, desaparecieron sus últimos restos de valentía.

—El huevo no lo robó ser Glendon —dijo Dunk—. Él estuvo todo el día en el patio, justando o viendo justar.

—Aun así Peake encontrará el huevo en sus alforjas —el vino hervía. Plumm se enfundó un guante de cuero—. Procure no gritar —dijo.

Sacó del vino una tira de seda y empezó a limpiar la herida.

Dunk no gritó. Apretó los dientes, se mordió la lengua y se dio puñetazos en el muslo con bastante fuerza para dejar moretones, pero no gritó.

Ser Maynard usó el resto de su buena túnica para hacer un vendaje que le ató alrededor del brazo.

—Horroroso —Dunk se estremeció—. ¿Dónde demonios está Egg?

—Ya se lo dije, con los dioses.

Levantó el brazo y rodeó el cuello de Plumm con su mano ilesa.

—Hable claro. Estoy harto de insinuaciones y de guiños. O me dice dónde puedo hallar al niño o le parto el pescuezo, aunque sea amigo.

—En el septo. Sería aconsejable que vaya armado —ser Maynard sonrió—. ¿Le parece bastante claro, Dunk?

Su primera parada fue el pabellón de ser Uthor Underleaf. Al entrar sólo encontró a Will, el escudero, inclinado hacia una tina en la que lavaba la ropa interior de su señor.

—¿Otra vez usted? Ser Uthor está en el banquete. ¿Qué quiere?

—Mi espada y mi escudo.

—¿Trae el rescate?

—No.

—¿Pues entonces por qué lo dejaría que se lleve sus armas?

—Porque las necesito.

—No es una buena razón.

—¿Qué tal ésta? Si intenta impedirlo, lo mataré.

Will se quedó boquiabierto.

—Están allá.

Dunk se detuvo a la entrada del septo del castillo. “Quieran los dioses que no llegue tarde.” Había devuelto el cinto a su lugar acostumbrado, bien apretado en su cintura. También se había atado al brazo herido el escudo de la horca, cuyo peso provocaba punzadas de dolor a cada paso que daba. Tenía miedo de gritar sólo con que alguien lo rozara. Empujó la puerta con la mano buena.

Dentro del septo reinaban la penumbra y el silencio. La única luz eran las velas que parpadeaban en los altares de los Siete. El que más velas encendidas tenía era el Guerrero, algo previsible durante un torneo. De seguro habían venido muchos caballeros a pedir fuerza y valor antes de entrar en liza. El altar del Desconocido estaba a oscuras, con una sola vela. Tanto la Madre como el Padre las tenían a docenas, y el Herrero y la Doncella algunas menos. Bajo el resplandeciente farol de la Vieja estaba arrodillado lord Ambrose Butterwell, con la cabeza inclinada, rezando por tener sabiduría.

No estaba solo. En cuanto Dunk se acercó a lord Ambrose le salieron al paso dos soldados de semblante serio bajo el medio yelmo. Ambos llevaban cota de malla bajo unas sobrevestes con el ondeado verde, blanco y amarillo de la casa Butterwell.

—Deténgase, ser —dijo uno de los dos—. No tiene por qué entrar.

—Al contrario. Ya les dije que me encontraría.

Era la voz de Egg.

En el momento que el niño salió de la penumbra, bajo el Padre, su cabeza rapada reflejando la luz de las velas, Dunk estuvo a punto de correr hacia él para tomarlo en sus brazos con un grito de alegría y estrujarlo, pero el tono de Egg lo hizo vacilar. “Parece más enfadado que asustado, y nunca lo había visto tan serio. Encima Butterwell está de rodillas. Algo raro pasa aquí.”

Lord Butterwell volvió a ponerse de pie. Incluso a la débil luz de las velas su piel presentaba un aspecto pálido y pringoso.

—Déjenlo pasar —les dijo a sus guardias. Cuando se apartaron hizo señas a Dunk de que se aproximara—. No le hice nada al niño. Conocí bien a su padre en la época en que fui mano del rey. Es necesario que el príncipe Maekar sepa que no fue idea mía.

—Lo sabrá —prometió Dunk.

“¿Qué está pasando aquí?”

—Peake. Él organizó todo. Lo juro por los Siete —lord Butterwell apoyó una mano en el altar—. Que me maten los dioses ahora mismo si miento. Me dijo a quién debía invitar y a quién excluir, y trajo al muchacho, al pretendiente. Yo nunca he querido participar en ninguna traición. Tiene que creerme. Que me haya incitado Tom Heddle no lo niego. Es mi yerno, el marido de mi hija mayor, pero no le mentiré: es uno de los implicados.

—Es su paladín —dijo Egg—. Si él está implicado, usted también.

“¡Cállate!”, tuvo ganas de bramar Dunk. “Harás que nos maten con esa lengua tan suelta.” Butterwell, no obstante, parecía asustado.

—No lo entiende, mi señor. Heddle está al frente de mi guarnición.

—Seguro que entre sus guardias habrá alguno fiel —dijo Egg.

—Estos hombres de aquí —dijo lord Butterwell—, y algunos más. No niego que haya sido demasiado laxo, pero traidor jamás. Desde el principio Frey y yo tuvimos dudas sobre el pretendiente de lord Peake. ¡No lleva la espada! Si fuera hijo de su padre, Aceroamargo lo habría armado con Fuego Oscuro. Y tanto hablar de un dragón… Locura, locura e insensatez —su señoría se secó el sudor de la cara con la manga—. Y ahora se llevaron el huevo, el huevo de dragón que recibió mi abuelo del rey en recompensa por su lealtad. Esta mañana, cuando me desperté, estaba en su sitio, y mis guardias aseguran que nadie entró ni salió de la alcoba. Es posible que los haya sobornado lord Peake. No lo sé, pero el huevo desapareció. O lo tienen ellos o…

“O salió el dragón”, pensó Dunk.

Si volvía a aparecer un dragón vivo en Poniente, tanto los señores como el pueblo llano acudirían en masa al príncipe con el derecho a reivindicarlo.

—Mi señor —dijo Dunk—, quisiera hablar con mi… con mi escudero, si tiene la bondad.

—Como quiera, ser.

Lord Butterwell se arrodilló de nuevo para rezar. Dunk se llevó a Egg a un lado y se puso de rodillas para hablar cara a cara con él.

—Te daré tal golpe en la oreja que la cabeza se te girará y pasarás el resto de la vida viendo por dónde vienes.

—Sería lo justo, ser —Egg tuvo la gentileza de mostrarse avergonzado—. Lo siento. Sólo quería mandarle un cuervo a mi padre.

“Para que yo pudiera seguir siendo caballero. La intención era buena.” Dunk miró de reojo a Butterwell, que rezaba.

—¿Qué le hiciste?

—Asustarlo, ser.

—Eso ya lo veo. Antes de que anochezca tendrá costras en las rodillas.

—No se me ocurría nada más que hacer, ser. Al ver el anillo de mi padre, el maestre me llevó con ellos.

—¿Ellos?

—Lord Butterwell y lord Frey, ser. También había unos cuantos guardias. Estaban todos muy disgustados. Alguien robó el huevo de dragón.

—Espero que no hayas sido tú.

Egg sacudió la cabeza.

—No, ser. Al ver que el maestre le enseñaba mi anillo a lord Butterwell, me di cuenta de que me había metido en un lío. Se me ocurrió decir que era robado, pero me pareció que no se lo creerían. Entonces me acordé de cuando oí hablar a mi padre de algo que había dicho lord Cuervo de Sangre, que era mejor dar miedo que tenerlo, y les dije que nos había enviado mi padre a espiarlos, que estaba a punto de llegar con un ejército y que más le valía a lord Butterwell soltarme y renunciar a su traición para que no le cortaran la cabeza —sonrió con timidez—. Salió mejor de lo que me esperaba, ser.

Dunk tuvo ganas de agarrar al niño por los hombros y zarandearlo hasta que le temblaran los dientes. “Esto no es un juego”, podría haber gritado. “Esto es a vida o muerte.”

—¿También lo oyó lord Frey?

—Sí. Le deseó a lord Butterwell mucha felicidad en su matrimonio y anunció su inmediato regreso a Los Gemelos. Entonces su señoría nos trajo aquí a rezar.

“Frey podía huir”, pensó Dunk, “pero no es una opción que tenga Butterwell, y tarde o temprano empezará a extrañarse de que no aparezcan el príncipe Maekar y su ejército.”

—Si se entera lord Peake de que estás en el castillo…

Las puertas del septo se abrieron con brusquedad y, al girarse, Dunk vio a Tom Heddle el Negro en cota de malla y armadura, con los pies en el agua que caía de su capa empapada por la lluvia. Junto a Heddle, muy serio, había una docena de soldados armados con lanzas y hachas. Tras ellos un relámpago azul y blanco rasgó el cielo, y de un momento a otro llenó de sombras el suelo de piedra clara. Una ráfaga de viento húmedo hizo temblar todas las velas del septo.

“Por los siete infiernos”, fue lo único que tuvo tiempo de pensar Dunk antes de que hablara Heddle.

—Aquí está el niño. Captúrenlo.

Lord Butterwell se había levantado.

—No, quietos. Al niño no hay que molestarlo. ¿Qué significa esto, Tommard?

Heddle hizo una mueca de desprecio.

—No todos tenemos leche en las venas, señoría. Capturaré al niño.

—No lo entiende —la voz de Butterwell se había vuelto aguda y trémula—. Estamos perdidos. Lord Frey se marchó y pronto se irán otros. El príncipe Maekar está a punto de llegar con un ejército.

—Razón de más para tomar al niño como rehén.

—No, no —dijo Butterwell—, ya no quiero saber nada de lord Peake ni de su pretendiente. No lucharé.

Tom el Negro miró a su señor con frialdad.

—Cobarde —escupió—. Diga lo que quiera. O lucha, mi señor, o morirá —señaló a Egg—. Un venado para el primero que haga sangre.

—No, no —Butterwell se giró hacia sus guardias—. Deténganlos. ¿Me oyeron? Se los ordeno. Deténganlos.

Todos los guardias, sin embargo, se habían quedado quietos y perplejos, sin saber a quién obedecer.

—¿Tendré que hacerlo yo mismo?

Tom el Negro desenvainó su espada. Lo mismo hizo Dunk.

—Detrás de mí, Egg.

—¡Suelten ambos los aceros! —chilló Butterwell—. ¡No permitiré que se derrame sangre en el septo! Ser Tommard, este hombre es el escudo juramentado del príncipe. ¡Lo matará!

—Sólo si cae encima de mí —Tom el Negro sonrió con dureza, enseñando los dientes—. Lo he visto intentar justar.

—Se me da mejor la espada —le avisó Dunk.

Heddle contestó con un bufido y se lanzó sobre él.

Dunk empujó a Egg hacia atrás sin contemplaciones y se giró para enfrentarse al acero de Tom el Negro. Paró bien la primera estocada, pero el impacto de la hoja en el escudo y en la herida vendada de detrás traspasaron su brazo de dolor. Intentó replicar con una estocada en la cabeza de Heddle, pero Tom el Negro se apartó y atacó de nuevo. A duras penas Dunk logró girar su escudo a tiempo. Volaron astillas de pino y Heddle rio mientras seguía lanzando golpes a lo bajo y a lo alto. Dunk los paraba todos con su escudo, pero cada golpe era una agonía y constató que empezaba a ceder terreno.

—¡A por él, ser, a por él! —oyó decir a Egg—. ¡Ya lo tienes!

Dunk sentía un regusto a sangre en la boca, pero lo peor era que se le había reabierto la herida. Tuvo un mareo. La espada de Tom el Negro estaba haciendo añicos el largo escudo cometa. “Protéjanme, roble y hierro, o acabaré en el infierno”, pensó antes de recordar que aquel escudo era de pino. Al chocar de espaldas contra un altar cayó sobre una rodilla y se dio cuenta de que no tenía más terreno que ceder.

—Tú no eres caballero —dijo Tom el Negro—. ¿Son lágrimas las que hay en tus ojos, necio?

“Lágrimas de dolor.” Dunk se levantó y se arrojó contra su enemigo con el escudo por delante.

Tom el Negro perdió el equilibrio, pero consiguió no caer hacia atrás. Dunk se le echó encima y lo golpeó sin tregua con el escudo, usando su tamaño y su fuerza para dejar tirado a Heddle en medio del septo. Después soltó el escudo y atacó con la espada. Heddle gritó cuando el acero se le clavó en lo más profundo del muslo, seccionando lana y músculos. Él también lanzó una estocada salvaje, pero fue un golpe tan desesperado como torpe. Dunk lo absorbió de nuevo con el escudo antes de responder con todo su peso.

Tom el Negro dio un paso hacia atrás y quedó horrorizado al ver caer su antebrazo junto al altar del Desconocido.

—Usted es… —balbuceó—. Es…

—Se lo advertí —Dunk le atravesó el cuello—. Se me da mejor la espada.

Dos de los soldados huyeron bajo la lluvia, mientras del cadáver de Tom el Negro salía un charco de sangre. Los otros vacilaron, aferrados a sus lanzas, y esperaron a que hablara su señor, mientras lanzaban miradas recelosas a Dunk.

—No… no estuvo bien —logró decir al fin Butterwell. Se giró hacia Dunk y Egg—. Tenemos que irnos de Muros Blancos antes de que los dos soldados den la noticia a Gormon Peake, que tiene más amigos que yo entre los invitados. La poterna de la muralla norte. Saldremos sin ser vistos por ahí. Vamos, que no hay tiempo que perder.

Dunk envainó la espada con rudeza.

—Egg, ve con lord Butterwell —le pasó un brazo al niño por la espalda y bajó la voz—. No te quedes con él más tiempo de lo necesario. Da rienda suelta a Lluvia y márchate antes de que su señoría vuelva a cambiar de bando. Ve hacia Poza de la Doncella, que está más cerca que Desembarco del Rey.

—¿Y tú, ser?

—De mí no te preocupes.

—Soy tu escudero.

—Sí —dijo Dunk—, y si no haces lo que te digo recibirás un buen golpe en la oreja.

Un grupo de hombres abandonaba la gran sala, deteniéndose lo justo para ponerse la capucha antes de exponerse a la lluvia. Entre ellos figuraban el Viejo Buey y el enclenque lord Caswell, borracho una vez más. Ambos evitaron a Dunk. Ser Mortimer Boggs le hizo el honor de mirarlo con curiosidad, pero no cometió la imprudencia de dirigirle la palabra. Menos tímido fue Uthor Underleaf.

—Llega tarde al banquete, ser —dijo mientras se ponía los guantes—. Y veo que vuelve a llevar espada.

—Si lo único que le preocupa es el rescate, lo tendrá —Dunk se había despojado de su maltrecho escudo y se había envuelto el brazo herido con la capa para esconder la sangre—. Salvo si muero. Entonces tendrá mi permiso para saquear mi cadáver.

Ser Uthor se rio.

—¿Lo que huelo es gallardía o simple estupidez? Que yo recuerde son dos olores que se parecen mucho. No es demasiado tarde para aceptar mi oferta, ser.

—Es más tarde de lo que piensa —le advirtió Dunk.

Pasó de largo sin esperar la respuesta de Underleaf y cruzó la doble puerta. La gran sala olía a cerveza, humo y lana mojada. En la galería superior algunos músicos tocaban con suavidad. Llegaba un eco de risas de las mesas de honor, donde ser Kirby Pimm y ser Lucas Nayland jugaban a quién bebía más. En la tarima lord Peake hablaba serio con lord Costayne, dejando abandonada en su sitial a la nueva esposa de Ambrose Butterwell.

Dunk encontró en las mesas bajas a ser Kyle, que ahogaba sus penas en la cerveza de lord Butterwell. Su tajadero estaba lleno de un denso estofado hecho con los restos de la noche anterior. Era lo que llamaban “cuenco” en los tenderetes de comida de Desembarco del Rey. Se notaba que no era del agrado de ser Kyle, ya que se había enfriado sin que lo tocara y tenía una capa brillante de grasa solidificada.

Dunk se sentó a su lado en el banco.

—Ser Kyle.

El Gato lo saludó con la cabeza.

—Ser Duncan. ¿Quiere un poco de cerveza?

—No.

Lo que menos le convenía era tomar cerveza.

—¿No se encuentra bien, ser? Discúlpeme, pero lo veo…

“…mejor de como me siento.”

—¿Qué fue de Glendon Ball?

—Se lo llevaron a las mazmorras —ser Kyle sacudió la cabeza—. No sé si sea un hijo de puta, pero no me parece un ladrón.

—No lo es.

Ser Kyle lo miró con agudeza.

—Su brazo… ¿Cómo se…?

—Una daga.

Ceñudo, Dunk se giró hacia la tarima. En un día se había salvado dos veces de morir. Sabía que a la mayoría de los hombres eso les habría bastado. “Dunk el necio, más duro de entendimiento que traspasar el muro de un castillo.” Se puso de pie.

—Alteza —dijo en voz alta.

En los bancos más próximos, algunos hombres dejaron las cucharas e interrumpieron sus conversaciones para mirarlo.

—Alteza —repitió Dunk con más fuerza. Fue hacia la tarima dando zancadas por la alfombra de Myr—. Daemon.

El silencio se extendió a la mitad de la sala. En la mesa de honor, el hombre que se había hecho llamar el Violinista se giró a sonreírle. Dunk vio que para el banquete se había puesto una túnica morada. “Para realzar el color de sus ojos.”

—Ser Duncan. Me complace contar con su compañía. ¿Qué desea de mí?

—Justicia —dijo Dunk— para Glendon Ball.

El nombre reverberó entre las paredes y por breves instantes pareció que todos los hombres, mujeres y niños de la sala se hubieran convertido en piedra. Después lord Costayne estampó el puño en la mesa.

—Ése no merece justicia —bramó—, sino la muerte.

Una docena de voces se hicieron eco de sus palabras.

—Es de origen bastardo —declaró ser Harbert Paege—. Todos los bastardos son unos ladrones o algo peor. La sangre manda.

Por un momento Dunk perdió la esperanza. “Aquí estoy solo.” Sin embargo, Kyle el Gato logró ponerse de pie casi sin tambalearse.

—Quizá sea bastardo, mis señores, pero lo es de Bola de Fuego. Ya lo dijo ser Harbert: la sangre manda.

Daemon frunció el entrecejo.

—Nadie honra más a Bola de Fuego que yo —dijo—, y no estoy dispuesto a creer que este falso caballero sea de su simiente. Robó el huevo de dragón y para ello mató a tres buenos hombres.

—No robó nada ni mató a nadie —insistió Dunk—. Si hubo tres muertes, busquen al asesino en otra parte. Su alteza sabe tan bien como yo que ser Glendon estuvo todo el día en el patio, encadenando justas.

—Sí, es verdad —reconoció Daemon—. A mí también me extrañó, pero hallaron el huevo de dragón entre sus pertenencias.

—¿Seguro? ¿Ahora dónde está?

Lord Gormon Peake se levantó, imperioso, mirando con frialdad.

—A buen recaudo. ¿En qué es de su incumbencia, ser?

—Muéstrelo —dijo Dunk—. Quisiera volver a verlo, mi señor. La otra noche sólo lo vi un momento.

La mirada de Peake se llenó de recelo.

—Alteza —le dijo a Daemon—, ahora que lo pienso este caballero errante llegó a Muros Blancos con ser Glendon sin que lo hubieran invitado. Quizá sea su cómplice.

Dunk no le hizo caso.

—Alteza, el huevo de dragón que encontró lord Peake entre las pertenencias de ser Glendon lo puso allí él mismo. Que lo muestre, si es que puede. Examínelo usted. Apuesto a que sólo es una piedra pintada.

Se hizo el caos en la sala. Cien voces empezaron a hablar al mismo tiempo y una docena de caballeros se levantaron de un salto. Daemon casi parecía tan joven y perdido como ser Glendon al ser acusado.

—¿Está borracho, amigo mío?

“Ojalá lo estuviera.”

—Perdí algo de sangre —admitió Dunk—, pero no la cabeza. A ser Glendon se le acusa injustamente.

—¿Por qué? —inquirió Daemon, perplejo—. Si, como insiste, Ball no hizo nada malo, ¿por qué diría su señoría lo contrario e intentaría demostrarlo con una piedra pintada?

—Para apartarlo de su camino. Su señoría compró al resto de sus rivales con oro y promesas, pero Ball no estaba en venta.

El Violinista se ruborizó.

—No es verdad.

—Sí lo es. Mande traer a ser Glendon y pregúnteselo usted mismo.

—Es lo que haré. Lord Peake, que traigan ahora mismo al bastardo. Y el huevo de dragón también. Quiero verlo más de cerca.

Gormon Peake lanzó una mirada hostil a Dunk.

—Alteza, el bastardo está siendo interrogado. No tengo la menor duda de que dentro de pocas horas tendremos una confesión.

—Lo que entiende mi señor por “interrogado” es torturado —dijo Dunk—. Dentro de pocas horas ser Glendon confesará haber matado al padre de su alteza y también a sus dos hermanos.

—¡Basta! —La cara de lord Peake casi estaba morada—. Una palabra más y le arranco la lengua de tajo.

—Está mintiendo —dijo Dunk—. Son dos palabras.

—Y de las dos se arrepentirá —prometió Peake—. Llévense a este hombre y encadénenlo en las mazmorras.

—No —la voz de Daemon tenía un tono inquietante de serenidad —. Quiero saber la verdad. Sunderland, Vyrwel, Smallwood, vayan con sus hombres a buscar a ser Glendon a las mazmorras. Tráiganlo sin tardanza y asegúrense de que no le pase nada. Si alguien trata de ponerles algún obstáculo, díganle que son órdenes del rey.

—Como mande —respondió lord Vyrwel.

—Lo resolveré como lo habría resuelto mi padre —dijo el Violinista—. Se acusa a ser Glendon de delitos muy graves. Como caballero tiene derecho a defenderse con la fuerza de las armas. Me enfrentaré con él en el palenque. Y que los dioses determinen su culpabilidad o inocencia.

“Sea de héroe o de puta su sangre”, pensó Dunk cuando dos hombres de lord Vyrwel arrojaron desnudo a sus pies a ser Glendon, “ahora tiene bastante menos que antes”.

Le habían pegado una paliza tremebunda. Tenía la cara hinchada, llena de moretones, varios dientes rotos o caídos, el ojo derecho ensangrentado y el pecho lleno de franjas de piel roja y agrietada, por la aplicación de hierros candentes.

—Ya no corre peligro —murmuró ser Kyle—. Aquí sólo hay caballeros errantes y saben los dioses que somos inofensivos.

Daemon les había asignado los aposentos del maestre, con orden de curar las lesiones que pudiera haber sufrido ser Glendon y asegurarse de que estuviera preparado para la justa.

Al lavar de sangre la cara y las manos del muchacho, Dunk vio que le habían arrancado tres uñas de la mano izquierda.

Fue lo que más le preocupó.

—¿Puede sujetar una lanza?

—¿Una lanza? —cuando ser Glendon intentaba hablar babeaba sangre y saliva—. ¿Tengo todos los dedos?

—Diez —dijo Dunk—, pero sólo siete uñas.

Ball asintió con la cabeza.

—Tom el Negro se disponía a cortarme los dedos, pero lo llamaron. ¿Con él tendré que combatir?

—No. Lo maté.

La respuesta lo hizo sonreír.

—Alguien tenía que hacerlo.

—Deberá enfrentar al Violinista, aunque su auténtico nombre…

—… es Daemon. Sí, ya me lo dijeron. El Dragón Negro —ser Glendon rio—. Mi padre murió por el suyo. Con gusto me habría puesto a su servicio. Habría combatido por él y matado por él y muerto por él, pero no puedo perder por él —giró la cabeza y escupió un diente roto—. ¿Puedo beber una copa de vino?

—Ser Kyle, traiga el odre.

El muchacho bebió un buen trago y se limpió la boca.

—Míreme. Tiemblo como una doncella.

Dunk frunció el ceño.

—¿Todavía puede montar a caballo?

—Ayúdeme a lavarme y traiga mi escudo, mi lanza y mi silla —dijo ser Glendon—. Veremos qué puedo hacer.

Casi había amanecido cuando la lluvia amainó suficiente para que se celebrara el combate. El patio del castillo era un cenagal de lodo blando que brillaba, húmedo, a la luz de cien antorchas. Al fondo del campo se levantaba una neblina gris cuyos dedos fantasmagóricos subían por los muros de piedra blanca para enroscarse en las almenas del castillo. Durante las últimas horas habían desaparecido muchos de los invitados a la boda, pero los que quedaban volvieron a subir a la tribuna de espectadores y se sentaron en tablones de pino empapado. Uno de ellos era ser Gormon Peake, rodeado de señores de poca monta y caballeros de la casa.

Hacía pocos años que Dunk había sido escudero de ser Arlan y no se le había olvidado en qué consistía el oficio. Abrochó las hebillas de la armadura de ser Glendon, que no era de su talla, ajustó el yelmo a la gola, lo ayudó a montar y le tendió el escudo. Las justas anteriores habían dejado hondas muescas en la madera, pero aún se veía la bola de fuego.

“Parece tan niño como Egg”, pensó Dunk. “Un niño asustado, y feroz.” Su yegua alazana no llevaba barda y también estaba inquieta. “Debería haberse quedado su montura. Quizá este alazán sea de mejor raza, y más veloz, pero como mejor cabalgan los jinetes es en los caballos que conocen, y éste le es desconocido.”

—Necesitaré una lanza —dijo ser Glendon—, una lanza de guerra.

Dunk fue a la armería. Las lanzas de guerra eran más cortas y pesadas que las de torneo, que eran las que se habían usado antes en las justas: seis codos de duro fresno y una punta de hierro. Eligió una, la sacó y le pasó la mano de un extremo al otro para cerciorarse de que no estuviera resquebrajada.

En la otra punta del palenque uno de los escuderos de Daemon le tendía una lanza del mismo tipo. Ya no era violinista. Ahora, en vez de espadas y violines, la gualdrapa de su caballo de guerra ostentaba el dragón de tres cabezas de la casa Fuegoscuro, negro sobre campo rojo. El príncipe también se había quitado el tinte negro del pelo, que ahora le caía hasta el cuello en una cascada plateada y dorada que a la luz de las antorchas parecía metal batido. “Si Egg se lo dejara crecer lo tendría igual”, se dio cuenta Dunk. Aunque le costara imaginarlo así, sabía que tendría que hacerlo algún día, en caso de que ambos vivieran hasta entonces.

El heraldo subió una vez más a su plataforma.

—Ser Glendon el Bastardo está acusado de robo y asesinato —proclamó—, y comparece ahora para demostrar su inocencia a riesgo de su propio cuerpo. Daemon de la casa Fuegoscuro, el segundo de su nombre, rey legítimo de los ándalos y los rhoynar y los primeros hombres, señor de los Siete Reinos y Protector del Reino, comparece para demostrar la veracidad de las acusaciones contra el bastardo Glendon.

De pronto se borró un año entero y Dunk volvió a encontrarse en Vado Ceniza, oyendo a Baelor Rompelanzas justo antes de que se enfrentaran por su vida. Dejó la lanza de guerra en su sitio y sacó una de torneo del siguiente bastidor: nueve codos de longitud, fina, elegante…

—Use ésta —le dijo a ser Glendon—. Fue lo que usamos en Vado Ceniza, en el juicio de siete.

—El Violinista eligió una lanza de guerra. Piensa matarme.

—Primero debe acertar. Si apunta bien no lo tocará su punta.

—No sé.

—Yo sí.

Ser Glendon le arrebató la lanza, dio media vuelta y trotó hacia el palenque.

—Pues que nos salven los Siete a los dos.

Al este, un relámpago zigzagueó en el cielo rosa claro. Daemon clavó las espuelas de oro en los flancos de su corcel y echó a galopar como un trueno, a la vez que bajaba la lanza, con su mortífera punta de hierro. Ser Glendon levantó el escudo y se apresuró a ir a su encuentro, balanceando su lanza, más larga que la de su rival, a la altura de la cabeza de la yegua, a fin de dirigirla hacia el pecho del joven pretendiente. Uno y otro caballo hacían saltar el barro con sus cascos. Al pasar los caballeros pareció que el fuego de las antorchas se avivaba.

Dunk cerró los ojos. Oyó un chasquido, un grito y un golpe sordo.

—¡No! —oyó gritar a lord Peake con angustia—. ¡Nooo!

Por un fugaz instante Dunk casi se compadeció de él. Volvió a abrir los ojos. Ya sin jinete, el gran corcel negro pasaba del galope al trote. Dunk se acercó de un salto y lo asió por las riendas. En el otro extremo del palenque ser Glendon Ball hizo girar la yegua y levantó su lanza rota. Varios hombres corrieron por el campo hacia donde se había quedado inmóvil el Violinista, con la cara hundida en el barro. Lo ayudaron a levantarse, cubierto de barro de pies a cabeza.

—¡El Dragón Marrón! —exclamó alguien.

Se oyeron risas por el patio, mientras amanecía en Muros Blancos.

Muy poco después, mientras Dunk y ser Kyle ayudaban a desmontar a Glendon Ball, sonó la primera trompeta y los centinelas de la muralla dieron la voz de alarma. Había aparecido un ejército a los pies del castillo, surgido de las nieblas matinales.

—Así que Egg no mentía —le dijo asombrado Dunk a ser Kyle.

De Poza de la Doncella había acudido lord Mooton, del Árbol de Cuervos lord Blackwood, y de Valle Oscuro lord Darklyn. Las heredades reales de la zona de Desembarco del Rey enviaban a los Hayford, Rosby, Stokeworth, Massey y a las espadas juramentadas del propio rey, encabezadas por tres caballeros de la Guardia Real y reforzadas por trescientos Dientes de Cuervo con largos arcos de arciano blanco. De las hechizadas torres de Harrenhal venía la mismísima Danielle la Loca, de la casa Lothston, con grandes efectivos y una armadura negra que le iba como un guante, sin olvidar su roja cabellera al viento.

La primera luz del sol se reflejaba en las puntas de quinientas picas y diez veces más lanzas. Los estandartes grises de la noche renacían en medio centenar de vivos colores. Y sobre todos ellos ondeaban dos regios dragones sobre campos negro azabache: el gran animal de tres cabezas del rey Aerys I Targaryen, rojo como el fuego, y una furia de alas blancas con rojo aliento de llamas.

“Al final no es Maekar”, supo Dunk al ver los estandartes. Los del príncipe de Refugio Estival tenían cuatro dragones de tres cabezas, en dos pares, armas del cuarto hijo del difunto rey Daeron II Targaryen.

Un solo dragón blanco anunciaba la presencia de la mano del rey, lord Brynden Ríos.

Cuervo de Sangre venía a Muros Blancos en persona.

La primera rebelión de Fuegoscuro había perecido en el campo de Hierba Roja con sangre y gloria. La segunda murió con un quejido.

—No podrán acobardarnos —proclamó el joven Daemon desde las almenas del castillo tras mirar el anillo de hierro que los rodeaba—, pues nuestra causa es justa. ¡Nos abriremos paso y cabalgaremos sin descanso hacia Desembarco del Rey! ¡Que suenen las trompetas!

Lo que se oyó fueron murmullos, intercambiados por los señores y los caballeros, algunos de los cuales empezaron a alejarse con sigilo hacia los establos, hacia alguna poterna o hacia algún escondite donde tuvieran la esperanza de quedar a salvo. Y cuando Daemon desenvainó su espada y la levantó por encima de la cabeza, todos sin excepción se percataron de que no era Fuegoscuro.

—Hoy haremos otro campo de Hierba Roja —prometió el pretendiente.

—Me meo en lo que dices, Violinista —replicó a gritos un canoso escudero—. Prefiero vivir.

Al final el segundo Daemon Fuegoscuro partió solo en su caballo, se detuvo ante el regio invitado y desafió a lord Cuervo de Sangre a singular combate.

—Me enfrentaré con usted o con el cobarde de Aerys, o con cualquier paladín a quien desee nombrar.

No fue eso lo que sucedió, sino que los hombres de Cuervo de Sangre lo rodearon, lo bajaron del caballo y le pusieron grilletes de oro. El estandarte que había llevado Daemon quedó clavado en el barro y se le prendió fuego. Ardió bastante tiempo, mientras desprendía una cinta retorcida de humo, la cual se distinguía desde varias leguas.

El único derramamiento de sangre de aquel día se produjo cuando un hombre al servicio de lord Vyrwel empezó a presumir de haber sido uno de los ojos de Cuervo de Sangre.

—Con la próxima luna estaré follando con putas y bebiendo tintos de Dorne —se dijo que había proclamado justo antes de que uno de los caballeros de lord Costayne le rebanara el cuello.

—Bébete esto —dijo el caballero mientras el hombre de Vyrwel se ahogaba en su propia sangre—. De Dorne no es, pero sí tinta.

Por lo demás reinó un hosco silencio en la columna que cruzó las puertas de Muros Blancos para arrojar sus armas a un reluciente montón, antes de que se los llevaran atados a esperar el juicio de lord Cuervo de Sangre. Dunk salió con los demás, junto a ser Kyle el Gato y Glendon Ball. Habían buscado a ser Maynard para que se uniera a ellos, pero Plumm se había esfumado en algún momento de la noche.

Estaba bien avanzada la tarde cuando ser Roland Crakehall, de la Guardia Real, encontró a Dunk entre los prisioneros.

—Ser Duncan. ¿Dónde se escondía, por los siete infiernos? Hace horas que lord Ríos pregunta por usted. Le ruego que me acompañe.

Dunk se colocó a su lado. La larga capa de Crakehall ondeaba a sus espaldas a cada nueva ráfaga de viento, blanca como el reflejo de la luna en la nieve. Al verla Dunk se acordó de lo que le había dicho en la azotea el Violinista. “Soñé que iba todo de blanco, de los pies a la cabeza, con una larga capa blanca que caía flotando de sus anchos hombros.” Dunk resopló por la nariz. “Sí, y soñó con dragones que salían de huevos de piedra. Tan probable es lo uno como lo otro.”

El pabellón de la mano del rey estaba a mil pasos del castillo, a la sombra de un gran olmo. Cerca había una docena de vacas que pacían. “Los reyes van y vienen”, pensó Dunk, “y las vacas y el pueblo llano van a la suya”. El viejo siempre lo había dicho.

—¿Qué será de ellos? —le preguntó a ser Roland al pasar junto a un grupo de cautivos sentados en la hierba.

—Serán llevados a Desembarco del Rey para juzgarlos. Dudo que los caballeros y los soldados reciban un gran castigo. No hicieron más que seguir a sus legítimos señores.

—¿Y los señores?

—Algunos serán perdonados, siempre y cuando digan la verdad sobre lo que saben y entreguen a un hijo o hija en prenda de su lealtad futura. Los peor parados serán los que recibieron el perdón después del campo de Hierba Roja. Irán a prisión o serán deshonrados. Los peores perderán la cabeza.

Al llegar al pabellón de lord Cuervo de Sangre, Dunk vio que este último ya había puesto manos a la obra. A ambos lados de la entrada estaban las cabezas de Gormon Peake y Tom Heddle el Negro, clavadas en sendas lanzas, con sus respectivos escudos en el suelo. “Tres castillos, negro sobre naranja. El hombre que mató a Roger del Árbol de la Moneda.”

Incluso en la muerte los ojos de lord Gormon eran duros como pedernales. Dunk se los cerró con los dedos.

—¿Por qué hizo eso? —preguntó uno de los guardias—. Pronto se los comerán los cuervos.

—Se lo debía.

Si aquel día Roger no hubiera muerto, el viejo nunca se habría fijado en Dunk al verlo perseguir un cerdo por los callejones de Desembarco del Rey. “Todo empezó cuando un viejo rey, ya muerto, le dio una espada a un hijo en vez de a otro. Y ahora yo estoy aquí, y el pobre Roger en la tumba.”

—La mano espera —le ordenó Roland Crakehall.

Dunk pasó a su lado y se presentó ante lord Brynden Ríos, bastardo, brujo y mano del rey.

Se encontró ante Egg, recién bañado y con galas principescas, como correspondía a un sobrino del rey. Cerca de él estaba lord Frey, sentado en una silla de campamento, con una copa de vino en la mano y su horrible heredero retozando en su regazo. También se hallaba presente lord Butterwell… de rodillas, pálido y tembloroso.

—No es menos vil la traición porque el traidor resulte un cobarde —decía lord Ríos—. Escuché sus quejas, lord Ambrose, y sólo me creo una palabra de cada diez. Por eso le permitiré conservar una décima parte de su fortuna. También puede quedarse con su esposa. Le deseo que la disfrute.

—¿Y Muros Blancos? —preguntó Butterwell con la voz trémula.

—Confiscada por el Trono de Hierro. Pienso derruirla piedra a piedra y echar sal en sus terrenos. Dentro de veinte años nadie recordará su existencia. Todavía hay viejos tontos y jóvenes descontentos que peregrinan al campo de Hierba Roja para plantar flores donde cayó Daemon Fuegoscuro. No toleraré que Muros Blancos se convierta en otro monumento al dragón negro —movió una mano pálida—. Y ahora arrástrate a otro sitio, cucaracha.

—La mano es bondadosa.

Butterwell se marchó a trompicones, tan ciego de dolor que no pareció reconocer a Dunk al pasar a su lado.

—También usted tiene mi permiso de marcharse, lord Frey —ordenó Ríos—. Ya hablaremos más tarde.

—Como ordene, mi señor.

Frey se llevó a su hijo del pabellón.

Sólo entonces la mano del rey se giró hacia Dunk.

Era más viejo de como lo recordaba Dunk, con facciones duras y arrugadas, aunque seguía teniendo la piel blanca como el hueso, y en su mejilla y cuello la fea mancha de nacimiento que a algunos les recordaba un cuervo. Sus botas eran negras y su túnica, escarlata. Llevaba por encima de ella una capa de color humo ceñida con un broche en forma de mano de hierro. Llevaba el pelo hasta los hombros, largo, blanco y lacio, peinado hacia delante para disimular la falta de un ojo, aquél que le había sacado Aceroamargo en el campo de Hierba Roja. El ojo restante era muy rojo. “¿Cuántos ojos tiene Cuervo de Sangre? Mil, y uno más.”

—Sin duda el príncipe Maekar tendría sus motivos para permitir que su hijo sirviera como escudero a un caballero errante —dijo—, aunque me resulta inconcebible que incluyeran entregarlo en un castillo lleno de traidores que urdían una rebelión. ¿A qué se debe que haya encontrado a mi primo en este nido de víboras, ser? Lord Butterwell pretende convencerme de que el príncipe Maekar lo envió para destapar la rebelión al hacerse pasar por un caballero misterioso. ¿Es cierto?

Dunk apoyó una rodilla en el suelo.

—No, mi señor. Bueno… sí, mi señor. Fue lo que le dijo Egg. Perdón, Aegon. El príncipe Aegon. Es decir que esa parte es verdad, pero no lo que llamaríamos verdad.

—Comprendo. De modo que usted y el príncipe se enteraron de la conjura contra la corona y decidieron frustrarla por sus propios medios. ¿Es así?

—No, tampoco. Supongo que podría decirse que nos… tropezamos con ella.

Egg cruzó los brazos.

—Y ser Duncan y yo lo teníamos todo bien encarrilado antes de que apareciera usted con su ejército.

—Nos ayudaron, mi señor —añadió Dunk.

—Caballeros errantes.

—Así es, mi señor. Ser Kyle el Gato y Maynard Plumm. Y Glendon Ball. Él derribó al Violi… al Pretendiente.

—Sí, eso ya lo escuché de medio centenar de bocas. El Bastardo de Los Conejos, descendiente de una puta y un traidor.

—Descendiente de héroes —insistió Egg—. Si se encuentra entre los cautivos, quiero que se le busque y se le libere. Y se le recompense.

—¿Quién eres tú para decirle a la mano del rey lo que debe hacer?

Egg no se arredró.

—Ya sabes quién soy, primo.

—Su escudero es un impertinente, ser —le dijo lord Ríos a Dunk—. Debería quitarle esa costumbre a golpes.

—Lo he intentado, mi señor, pero es un príncipe.

—Lo que es —dijo Cuervo de Sangre— es un dragón. Levántese, ser.

Dunk se levantó.

—Siempre ha habido Targaryen que soñaban con el porvenir, mucho antes de la Conquista —dijo Cuervo de Sangre—, de modo que no es de extrañar que de vez en cuando un Fuegoscuro haga ostentación del mismo don. Daemon soñó con que en Muros Blancos nacería un dragón, y así fue. En lo único que se equivocó fue en el color, el muy tonto.

Dunk miró a Egg. “El anillo”, vio. “El anillo de su padre. Lo lleva en el dedo, no metido en la bota.”

—Me inclino porque vuelvas con nosotros a Desembarco del Rey —le dijo lord Ríos a Egg—, y por tenerte en mi corte como… huésped.

—A mi padre no le sentaría bien.

—Supongo que no. El príncipe Maekar es de carácter… digamos… difícil. Quizá sea mejor devolverte a Refugio Estival.

—Mi lugar está junto a ser Duncan. Soy su escudero.

—Que los Siete los salven. Como gustes. Eres libres de marcharte.

—Así lo haremos —dijo Egg—, pero antes necesitamos algo de oro. Ser Duncan debe pagarle su rescate al Caracol.

Cuervo de Sangre se rio.

—¿Dónde está el niño pudoroso que conocí en Desembarco del Rey? Como digas, mi príncipe. Daré órdenes a mi bolsero de que les entregue el oro que quieran… Dentro de lo razonable.

—Sólo como préstamo —insistió Dunk—. Lo devolveré.

—Cuando aprenda a justar, sin duda.

Lord Ríos los despachó con un gesto de los dedos, antes de desenrollar un pergamino y empezar a marcar nombres con una pluma.

“Está marcando a los que morirán”, comprendió Dunk.

—Mi señor —dijo—, vimos las cabezas en la entrada. ¿Será…? ¿El Violinista…? ¿Daemon…? ¿También van a cortarle la cabeza?

Lord Cuervo de Sangre levantó la vista de su pergamino.

—Eso lo decidirá el rey Aerys, pero… Daemon tiene cuatro hermanos pequeños, y también hermanas. Si yo cometiera la imprudencia de despojarlo de su bonita cabeza, su madre estaría de luto, sus amigos me maldecirían por matar a los de mi propia sangre y Aceroamargo coronaría a su hermano Haegon. Muerto, el joven Daemon es un héroe. Vivo es un obstáculo en el camino de mi hermanastro. Parece difícil que se convierta en tercer rey Fuegoscuro mientras siga con vida el segundo, con las molestias que ello implica. Además, un cautivo tan noble será de ornato en nuestra corte y un testamento vivo de la clemencia y misericordia de su majestad el rey Aerys.

—Yo también tengo una pregunta —dijo Egg.

—Empiezo a entender que tu padre estuviera tan dispuesto a librarse de ti. ¿Qué más quieres de mí, primo?

—¿Quién se llevó el huevo de dragón? Había guardias en la puerta y también en la escalera. Era imposible que alguien entrara en la alcoba de lord Butterwell sin ser visto.

Lord Ríos sonrió.

—Puestos a hacer conjeturas, yo diría que alguien escaló por el tiro del retrete.

—En el tiro del retrete no cabría nadie.

—Un hombre no, pero sí un niño.

—O un enano —dijo Dunk de sopetón.

“Mil ojos, y uno más. ¿Por qué no iban a pertenecer algunos de esos ojos a una compañía de comediantes enanos?”