Capítulo Diez

 

 

 

 

 

Al día siguiente, todos los agentes vigilaban el almacén de los Patterson. Hal había estado dentro tantas veces que se lo sabía de memoria.

Querían estar dentro antes de que llegara el cargamento, así que estaban los cuatro en una furgoneta alquilada, esperando a que los trabajadores se fueran. Media hora después, los dos hermanos salieron y se fueron también.

–Hal, tú eres el que mejor conoce el edificio, así que vas a ser el primero en entrar –le indicó Jude–. Si te encuentras con alguien, le cuentas que eres un vagabundo y sales de ahí a toda velocidad.

Hal se puso sobre sus ropas unas que estaban sucias. Se había dejado crecer el pelo y llevaba varios días sin afeitarse para parecer de verdad un vagabundo.

Veinte minutos después, Hal indicó a sus compañeros que el almacén estaba vacío y que podían entrar sin problema. Una vez dentro, buscaron un lugar donde esconderse hasta que llegara el camión.

Iba a ser una noche muy larga. Esperar era siempre la peor parte porque había que combatir la adrenalina y el miedo.

Jude se apoyó en la pared, frente al muelle en el que se desembarcaban las mercancías, cerró los ojos, dejó la mente en blanco y esperó.

 

 

–¡Benito, creía que no ibas a venir! –resonó la voz de Al por el almacén vacío.

–Sí, me he metido en la cama y todo, pero estaba tan nervioso que no me podía dormir, así que he preferido venir a esperar contigo.

Jude y sus tres agentes escuchaban atentamente.

–El conductor me ha llamado cuando ha pasado la frontera. Debe estar a punto de llegar –le indicó su hermano consultando el reloj.

Jude oyó el motor de un tráiler y les indicó a sus agentes que esperaran. Juntos vieron cómo los hermanos y el conductor descargaban el camión. Tal y como había dicho Hal, se trataba de muebles.

Tras pagar al conductor y una vez a solas, los hermanos Patterson, comenzaron a sacar bolsas de cocaína de los muebles.

Jude esperó a que llenaran una bolsa entera y a que Al la tomara con intención de irse para abandonar su escondite y avanzar hacia ellos.

–¿Qué tal, chicos?

Ben se quedó mirándolo como si hubiera visto a un fantasma mientras su hermano se giraba sorprendido.

–¿Qué demonios haces aquí?

–Lo mismo que tú –contestó Jude apuntándolo con su pistola y mostrándole su placa.

–¿Eres de la Agencia de Seguridad Nacional?

Jude hizo una señal a sus compañeros para que salieran. Ruth les leyó sus derechos a los detenidos mientras John y Hal los esposaban.

A continuación, los metieron en la furgoneta y los llevaron al edificio de la policía federal. Al llegar y, dado que nadie de la oficina local sabía que estaban investigando a los hermanos Patterson, todo el mundo los miró incrédulos.

Al salir, eran las dos de la madrugada, pero Jude se dirigió a casa de Carina de todas formas.

 

 

Carina se había quedado dormida en el sofá esperando a Jude y se despertó al oír que estaban llamando a la puerta.

–Soy yo –le dijo Jude.

Carina abrió la puerta y se quedó extrañada al ver que Jude estaba cansado y muy serio.

–¿Qué te pasa? No tienes buen aspecto.

–¿Me haces un café? Mientras me lo tomo, te lo explicaré todo.

Carina se dirigió a la cocina y Jude la siguió. Una vez allí, se quitó el abrigo y Carina comprobó que llevaba puesto un chaleco antibalas.

–¿Y eso? –se sorprendió.

Jude se sacó la cartera del bolsillo y la dejó sobre la mesa.

–¿Trabajas para la agencia de Seguridad Nacional? –exclamó Carina.

Jude asintió.

–No te lo he podido decir antes.

–¿Por que estabas trabajando en un caso?

–Exacto. Hemos terminado esta noche.

–¿Hemos?

–Mis tres agentes y yo.

–Ah –murmuró Carina sirviendo dos tazas de café–. Vaya, no sé qué decir.

–No hace falta que digas nada. Lo que quiero es que me escuches.

–Te escucho.

–Esta operación no es de la Agencia de Seguridad Nacional sino del Departamento de Lucha Antidroga –le explicó Jude tomando su café–. Sabíamos que iba a llegar un cargamento de cocaína desde México a San Antonio y teníamos que interceptarlo.

–Madre mía… Eso es horrible… ¿Qué clase de personas juegan así con la vida de los demás? ¿No se dan cuenta de que jugar con la droga puede destruir la vida de muchos adolescentes? –se lamentó Carina.

–Lo hacen por dinero –contestó Jude–. Las cantidades que se mueven en el negocio del narcotráfico son increíbles, uno puede hacerse rico de la noche a la mañana y eso es una gran tentación. Uno de los agentes que estaba trabajando en el caso fue asesinado el año pasado y creemos que fue porque descubrió cómo estaban metiendo la droga en el país.

–Bueno, ahora ya lo habéis descubierto –dijo Carina besándolo.

–Hay algo más que quiero que sepas –añadió Jude–. No había ninguna mujer con tu prometido la noche en la que murió.

Aquello hubiera sido lo último que Carina habría dicho que Jude le iba a decir. ¿Danny viajaba solo? Entonces, ¿por qué sus hermanos le habían dicho que…?

–Creemos que había descubierto quién estaba metiendo la droga y lo mataron.

Carina sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

–Así que no me estaba engañando…

–No, claro que no.

–¿Sabes quién lo mato?

–Sí –contestó Jude tomándola de la mano.

Carina estaba fría, se había quedado pálida y temblaba de pies a cabeza.

–Anda, vamos a la cama –le dijo Jude.

–No sé qué me pasa, pero no me encuentro bien –contestó Carina yendo hacia el dormitorio apoyada en Jude.

–Acabas de recibir una noticia impactante y te has quedado conmocionada –le explicó Jude abrazándola.

Carina se sentó en la cama. Jude se sentó a su lado, le pasó el brazo por los hombros y la apretó contra su cuerpo.

–Te agradezco mucho que me hayas contado lo de Danny –suspiró Carina al cabo de un rato–. Lo que no entiendo es por qué me han mentido mis hermanos. En cuanto amanezca, voy a ir a casa de Al a pedirle explicaciones.

–No hace falta, Carina. Yo te lo puedo contar. Hemos arrestado a tus hermanos hace unas horas y están en el calabozo. Los descubrimos con un cargamento de cocaína de México. Las pruebas son irrefutables.

–¿Mis hermanos? –exclamó Carina mirándolo anonadada–. ¿Has arrestado a mis hermanos?

Jude asintió.

Carina se puso en pie.

–¿Por narcotráfico? ¿Estás de broma? Mis hermanos son incapaces de… Quiero decir, no me creo que… –dijo sentándose de nuevo como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos–. ¿Tú los has visto con la droga?

–Sí.

–¿Sabíais en lo que estaban metidos?

–Lo sospechábamos, pero no teníamos pruebas contra ellos.

–Y tú viniste a San Antonio a encontrarlas. Tu único objetivo al trasladarte a esta ciudad era detener a mis hermanos.

Jude esperó.

–¿Por eso decidiste salir conmigo? –le espetó Carina con mucha calma–. Estabas intentando conseguir pruebas contra mi familia fingiendo que estabas interesado en mí.

–No he fingido nada. Me he sentido fascinado por ti desde que te conocí –contestó Jude sinceramente–. Me habría gustado conocerte de todas formas, te lo aseguro.

–No me habrías pedido salir si no me hubiera apellidado Patterson, ¿verdad?

–No te voy a mentir, Carina.

–¿De verdad que no? –se burló Carina–. Me parece que será mejor que te vayas –añadió consultando el reloj–. Me voy a casa de mis padres para prepararles para lo que se les viene encima –añadió mordiéndose el labio inferior para no dar rienda suelta al llanto–. Sara está embarazada. Dios mío, ¿qué va a ser de Beth y de ella? –se lamentó–. ¿Y Marisa y los niños?

Jude se levantó y fue hacia ella.

–Por favor, no me toques.

–Todo lo que ha habido entre nosotros ha sido de verdad, Carina –le aseguró Jude–. Es cierto que tenía órdenes de establecer contacto contigo. Quiero que sepas que, al principio, erais todos sospechosos, toda la familia.

–Eso lo explica todo, ¿no? Necesitabas un pretexto para entrar en mi casa, claro. ¿La has registrado? ¿Cuándo? ¿El lunes por la mañana mientras yo dormía?

–No, cuando hicimos el amor por primera vez yo ya sabía que tú no tenías nada que ver con las actividades delictivas de tus hermanos.

–Muy cortés por tu parte –se burló Carina–. ¿Te importaría irte? Por favor, si me respetas lo más mínimo, no me vuelvas a llamar.

–Te aseguro que lo que siento por ti es real, Carina –se desesperó Jude–. No tendría que haber sucedido, pero no lo he podido controlar. El otro día, cuando fui a ver a mi familia, al ver a mi sobrino recién nacido, pensé en ti y en lo que podría haber entre nosotros si…

–Entre nosotros no puede haber nada, Jude. Por favor, márchate.

Jude se quedó mirándola intensamente y, al cabo de unos segundos, se giró y se fue.