Capítulo Uno

 

 

 

 

 

En un piso de Fort Meade, Maryland, sonó el teléfono a las siete en punto de la mañana y despertó a Jude Crenshaw, que estaba profundamente dormido.

–Diga –murmuró con los ojos todavía cerrados.

–Lo llamo de la oficina de la señora Kincaid –le dijo una voz–. Espere un momento, por favor.

Kincaid era su supervisora en la Agencia de Seguridad Nacional. Jude llevaba cuatro años trabajando para aquella institución que lo había contratado como civil al dejar el ejército, en el que había servido en operaciones especiales.

Hasta hacía seis meses, momento en el que lo habían ascendido a un cargo de supervisor, había estado siempre activo en misiones.

No tenía ni idea de por qué Jackie Kincaid querría hablar con él tan pronto, pero se incorporó, se frotó los ojos y se levantó de la cama.

–¿Jude? Hola, soy Jackie. Perdona por llamarte tan temprano. Intenté ponerme en contacto contigo ayer, pero no me fue posible. Quise dejarte un mensaje en el contestador del teléfono móvil, pero no pude.

–Estaba en la Costa Oeste. He vuelto de madrugada –le explicó Jude.

–Ya sé que esta semana estás de vacaciones, pero ha surgido algo y necesito que vengas.

–¿De qué se trata?

–Tenemos una reunión interdepartamental a las nueve y quiero que acudas.

–¿Con qué departamento?

–Con el de Lucha Antidroga.

–¿Estás de broma?

–Desgraciadamente, no. ¿Te da tiempo de llegar para las nueve?

–Claro que sí –contestó Jude bostezando.

–Muy bien. Entonces, nos vemos dentro de un rato.

Jude se puso en pie y se estiró. Su cuerpo todavía no se había acostumbrado al cambio de horario y le estaba costando un poco reaccionar, así que fue a la cocina a prepararse un café.

Mientras se hacía, se dirigió al baño a ducharse y, al mirarse al espejo, decidió que no le iría nada mal cortarse el pelo.

Había estado mucho tiempo al aire libre en el sur de California y ahora tenía la piel muy bronceada y el pelo más rubio que nunca.

Tras ducharse y afeitarse, se vistió y volvió a la cocina por su dosis de cafeína. Tras tomarse una taza, metió lo que sobraba en un termo para llevárselo a la oficina.

A continuación, bajó al garaje donde tenía un maravilloso Porsche último modelo que, por desgracia, se pasaba más tiempo allí metido que en la carretera.

Jude se puso al volante en dirección al complejo de la Agencia de Seguridad Nacional y, mientras se tomaba una segunda taza de café, decidió que aquel día el atasco no lo iba a enfadar.

Cuando llegó a la oficina, subió a su despacho, ojeó el correo y se dirigió al despacho de Kincaid.

Al llegar, su secretaria lo miró y sonrió.

–Bienvenido a casa, ojos azules –lo saludó Justine–. Vaya, qué bien te sienta estar moreno.

–Gracias –sonrió Jude–. He quedado con Jackie.

–Acaba de llegar –contestó Justine–. Estás muy guapo. Seguro que las chicas te persiguen por la calle –bromeó la secretaria.

Jude sonrió y avanzó hacia la puerta del despacho.

Justine tenía treinta y tantos años, estaba felizmente casada y era madre de tres hijas. Desde que había conocido a Jude, siempre le había dicho que le encantaría tenerlo como yerno si estaba dispuesto a esperar a una de sus hijas.

Al entrar en el despacho de Jackie, Jude vio a tres hombres y a una mujer sentados frente a la mesa de su supervisora. Al oír que la puerta se abría, se giraron y Jude vio que estaban muy serios.

Uno de los hombres se puso en pie y fue hacia Jude. Tenía casi cincuenta años, el pelo oscuro con algunas canas y no dudó en hacer un repaso visual de Jude de pies a cabeza.

–Jude, te presento a Sam Watson, del Departamento de Lucha Antidroga. Éstos son tres de sus agentes: John Greene, Hal Pennington y Ruth Littlefield.

Acto seguido, los tres agentes se pusieron en pie y Jude les estrechó la mano.

–Ahora que estamos todos, vayamos a la sala de conferencias, que tendremos más espacio –propuso Jackie guiándolos fuera de su despacho–. Sam, explícale a Jude por qué querías hablar con él –añadió una vez estuvieron todos sentados en la sala de conferencias.

Watson sonrió, lo que transformó su rostro, y Jude pensó que debía de ser más joven de lo que parecía a primera vista.

–Gracias, Jackie –dijo girándose hacia Jude–. Tengo un grave problema en la oficina de San Antonio. Uno de mis agentes murió la semana pasada y tenemos razones para creer que otro de nuestros agentes está involucrado en su muerte.

–Vaya –se lamentó Jude.

–Necesito a alguien en quien pueda confiar para que se venga con nosotros de incógnito. Estaba buscando y he visto tu expediente. He visto que has trabajado en operaciones especiales durante varios años.

–Así es.

–También he visto que eres de Texas.

Jude sonrió.

–No lo puedo negar.

–Por lo visto, provienes de una familia bastante conocida de allí.

–Sí, es que somos muchos.

–Eres ideal para lo que quiero hacer.

Jude asintió y esperó.

–Mira, lo que te propongo es lo siguiente. Llevamos varios meses investigando a una familia que se apellida Patterson. Son dueños de un negocio de importación y exportación que creemos que es una tapadera de contrabando de armas y drogas. Gregg, el agente al que han asesinado, era una de las personas que estaba trabajando para conseguir pruebas contra los Patterson porque queremos encerrarlos cuanto antes, sobre todo porque sospechamos que han sobornado a un agente o dos para que hagan la vista gorda. Se nos adelantan hagamos lo que hagamos, así que es evidente que tienen un topo dentro de nuestro grupo. Hemos entrado varias veces en su empresa y nos han denunciado por molestarlos porque afirman ser empresarios honestos –le explicó Watson bebiendo agua–. Dos días antes de morir, Gregg se saltó la cadena de mando y contactó directamente conmigo alegando que sospechaba de otros dos agentes. Tenía la sensación de que no me estaban llegando los resultados de la investigación y quería averiguar qué estaba pasando. Yo le dije que me llamara en cuanto supiera algo, pero aquélla fue la última vez que hablamos porque unos días más tarde se mató en un accidente de coche.

–Parece que alguien se dio cuenta de que había hablado con usted.

–Sí, así que he fingido que creía que, efectivamente, la muerte de Gregg había sido un accidente y les he dicho a los agentes locales que no investiguen. Supongo que los Patterson se creerán que nadie los está vigilando actualmente.

–¿Y qué quiere que haga yo en todo esto? –preguntó Jude con el ceño fruncido.

–Necesitamos a una persona de confianza y acostumbrada a realizar operaciones de incógnito porque, en realidad, nosotros queremos seguir con la investigación. John, Hal y Ruth son agentes de Virginia y serán tu equipo. Nadie de San Antonio los conoce, así que son perfectos para averiguar quién mató a Gregg. Lo que queremos es que alguien se pueda acercar a la familia Patterson sin levantar sospechas. Cuando leí tu expediente, le pedí a Jackie que te vinieras a trabajar con nosotros unos meses.

–Hace ya algún tiempo que no participo en ninguna misión de incógnito –le advirtió Jude.

–Sí, pero, por lo que he leído, eras muy bueno, así que no creo que se te haya olvidado.

–Si he entendido bien, quiere que vaya a San Antonio por mi cuenta, me integre en la familia Patterson y encuentre pruebas de actividades ilegales.

–Así es.

–¿Y ha pensado cómo puedo hacer para acercarme a ellos?

–Sí. Uno de los miembros de la familia es una chica de veinticinco años que está soltera. La idea es que salgas con ella. De ser así, no creo que los demás sospechen nada cuando te vean constantemente.

–¿Y si ella no quiere salir conmigo?

–Viendo lo guapo y encantador que eres, seguro que no tienes problema para convencerla. Una vez que consigas la primera cita, haz todo lo posible para verla a menudo.

Jude miró a los otros tres agentes y se dio cuenta de que Ruth parecía divertida.

–He trabajado como agente de incógnito muchas veces, pero no soy un hombre al que se le den especialmente bien las mujeres –se excusó Jude.

–Pues ya puedes ir aprendiendo porque ésa va a ser precisamente tu nueva imagen. Hemos alquilado una gran casa para los cuatro en una urbanización cerrada con seguridad privada.

–¿Quiere que me haga pasar por un ligón?

–Efectivamente. Tienes que hacer ver que eres un playboy con mucho tiempo libre. Ah, y debes fingir también que te interesa el arte.

–¿El arte?

–Sí, la chica es pianista. Se llama Carina. Estaba en tercero de carrera en Juilliard cuando su padre se puso enfermo y volvió a San Antonio. Ahora vive allí y tiene idea de acabar sus estudios el año que viene. Debes dar a entender que te interesa la música y que donas dinero a causas benéficas. Eso te ayudará a acercarte a ella, lo que es fundamental si queremos encerrar a esos tipos.

–¿Ella también está metida en el contrabando?

–No lo sabemos. Podría ser. Una parte de tu trabajo será averiguarlo.

Jude asintió.

–Está bien. Si usted cree que puedo ayudar en algo, lo haré.

–Estupendo –contestó Sam poniéndose en pie.

Todos los demás hicieron lo mismo. Sam abrió el maletín que había dejado sobre la mesa y entregó a Jude varios documentos.

–Aquí tienes un dossier sobre cada miembro de la familia.

–¿Cuándo quiere que empiece? –preguntó Jude guardándose los papeles.

–Ayer –contestó Sam sonriendo con ironía.

–Entendido –asintió Jude.