Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Jude abrió el expediente que contenía la información sobre la familia Patterson. Los informes eran tan detallados que, probablemente, sabía él más sobre los miembros que ellos mismos.

Sabía que Alfred de la Cruz Patterson, de cuarenta y dos años, tenía una amante en Houston a la que mantenía en un ático de lujo.

También sabía que Benito pasaba mucho tiempo fuera del país, comprando y vendiendo mercancía. Jude decidió que quería averiguar qué vendía y compraba exactamente.

Ojalá los hermanos fueran los únicos miembros de la familia involucrados en las actividades ilegales porque sería una vergüenza tener que arrestar a Christopher Patterson.

Jude se puso en pie y se estiró, apagó la luz y subió a la cama satisfecho por lo que había logrado de momento. Por fin, había establecido contacto con la familia y Carina había aceptado su invitación para salir juntos.

 

* * *

 

El jueves por la mañana, Carina se reunió con su cuñada Marisa para tomar café en uno de sus locales favoritos.

–No te puedes ni imaginar lo bien que me ha venido que me llamaras para quedar –le dijo Marisa–. Necesito hablar con alguien de confianza.

–¿Tienes problemas con Al? –le preguntó Carina tomándose el café.

–Últimamente, lo único que tengo con tu hermano son problemas. Estoy pensando en divorciarme de él.

–¿Tan mal están las cosas? –le preguntó Carina poniendo la mano sobre la de su cuñada.

–Lleva meses ignorándome, pero eso yo, más o menos, lo puedo superar. Lo que no puedo es con que se lo haga también a los niños. Me rompe el corazón ver cómo reclaman su atención y cómo tu hermano se los quita de encima.

Carina pensó en sus sobrinos y se le encogió el alma.

–Creo que hay otra mujer –murmuró Marisa.

–¿Por qué lo crees así?

–Últimamente, no para de hacer lo que, según él, son viajes de negocios. De eso se encarga Benito, ¿no? Según me ha contado Sara, él es quien se ocupa de comprar las mercancías para la empresa. Me estoy planteando seriamente contratar a un detective privado.

–Ten cuidado porque Alfred tiene mucho carácter –le advirtió Carina–. No quiero que te haga daño.

–Anoche le dije que me quería divorciar, se rió de mí y me preguntó que si lo que quería era que me diera más dinero para los gastos de la casa. No me toma en serio.

–¿Y qué harás si, de verdad, hay otra mujer?

Marisa suspiró.

–Aceptar que mi matrimonio ha terminado y que los niños y yo nos tenemos que ir. Mi madre me ha dicho varias veces que nos vayamos con ella a pasar una temporada a Dallas y me lo estoy planteando seriamente.

–Yo lo único que quiero es veros felices a los niños y a ti. Siento mucho haberte presentado a mi hermano.

Marisa sonrió.

–Bueno, tú no me obligaste a casarme con él, esa decisión la tomé yo solita –la tranquilizó tomándose una tostada–. Siento mucho echarte toda mi basura encima porque, aunque eres mi amiga, también eres su hermana. No quiero que te veas comprometida en medio de los dos.

–No digas tonterías. Tú y yo somos amigas desde el colegio y eso no va a cambiar por nada del mundo. Ni siquiera si te divorcias de mi hermano.

–No les digas nada a tus padres hasta que haya tomado una decisión. Creo que lo mejor será que me ausente un tiempo de la ciudad para pensar con claridad.

–Tú haz lo que necesites hacer, Marisa. Si necesitas algo, recuerda que puedes contar conmigo –contestó Carina–. Desde luego, a ninguna de las dos nos ha ido bien con los hombres…

–A ti Dan te quería.

–Sí, claro, por eso estaba con otra mujer la noche en la que se mató. Qué ingenua fui por creer que se había enamorado de mí y no de mi apellido. Al jamás lo habría contratado si no hubiera estado prometido conmigo y todos lo sabemos.

–Sí, supongo que tienes razón. Todos los hombres son unos babosos y estamos mejor sin ellos –contestó Marisa muy seria.

Carina se rió, haciendo reír a su amiga.

–¿Sabes que he quedado para salir el sábado por la noche con Jude Crenshaw?

Marisa se quedó mirándola con los ojos muy abiertos.

–¿De verdad?

–Sí, me lo pidió el otro día en el baile benéfico.

–Lo que me sorprende realmente es que hayas aceptado. Desde luego, has elegido bien. ¡Jude Crenshaw! ¡Uno de los solteros de oro de la ciudad! No sé cuántos corazones habrá roto desde que se ha venido a vivir aquí.

–A mí eso me da igual porque el mío no me lo va a romper. Creo que ya va siendo hora de que vuelva a tener vida social. Desde que murió Danny, me he encerrado en casa a apiadarme de mí misma y ha llegado el momento de salir y de dejarle claro a todo el mundo que quiero volver a tener novio. Supongo que salir con Jude Crenshaw es dejarlo más que claro.

–Conozco a un par de mujeres que han salido con él y a las dos les ha pasado lo mismo. Las dos han quedado con él varias veces y se lo han pasado fenomenal con él. Las dos dicen que es un hombre muy divertido con el que están muy a gusto y, de repente, él deja de llamarlas sin razón aparente y se acabó. Nunca da explicaciones de por qué deja de llamar a una mujer. Por lo visto, le gusta jugar.

–Entonces, es perfecto para mí porque yo también quiero jugar. Admito que me siento halagada porque se haya fijado en mí. Para empezar, porque yo no soy su tipo. Aparentemente, le gustan las altas y rubias. Yo no he salido con muchos hombres y mi única relación seria fue con Danny, así que no tengo mucha experiencia.

–Por no hablar de tu vida sexual.

–Sí, por no hablar de mi falta de vida sexual, más bien –sonrió Carina–. Lo que me lleva a pensar que, si el señor Crenshaw insiste mucho en seducirme, tal vez yo no oponga demasiada resistencia.

–Ahora que lo dices, a lo mejor yo también me planteo buscarme a alguien porque mi vida sexual es inexistente con tu hermano.

Dicho aquello, las amigas se miraron y estallaron en carcajadas.

 

 

Mientras se vestía el sábado por la tarde para salir con Jude, Carina no pudo evitar preguntarse cómo iría la cita.

¿Acaso la encontraría aburrida?

Carina se sentó en la cama, cerró los ojos y visualizó a aquel hombre alto, guapo, rubio y de ojos azules.

Era bastante más alto que ella y delicado, a juzgar por cómo la había envuelto en sus brazos. Si alguna vez llegaba a conocerla mejor, pronto descubriría que no era frágil en absoluto porque se mantenía en forma practicando tai chi y yoga.

Sí, aquel hombre era muy guapo. Y, además, rico. Y un mujeriego. En cualquier caso, no le importaba porque lo que le había dicho a Marisa era cierto, no tenía ningún interés en una relación duradera, sólo quería pasarlo bien.

Carina consultó el reloj pues no quería hacer esperar a Jude porque, por lo que le habían dicho, tenía una larga lista de mujeres esperándolo.

Aquello la hizo sonreír.

 

 

Jude paró el coche frente a la verja de hierro que daba acceso a la propiedad de los Patterson, situada en el distrito de Alamo Heights de San Antonio.

Era aquélla una zona residencial en la que muchas de las mansiones habían pasado de padres a hijos durante generaciones.

–Identifíquese, por favor –le pidió una voz masculina al llamar.

–Soy Jude Crenshaw, vengo a ver a Carina Patterson.

Tras una breve pausa, la gran verja de hierro se abrió y Jude pudo continuar su trayecto hasta la puerta principal de la casa.

La propiedad de los Patterson era una mansión enorme que tenía otros dos pequeñas casas, Jude supuso que de invitados, y un jardín tan grande que parecía un campo de golf.

Jude se bajó del coche y subió las escaleras que conducían a la puerta. Antes de llegar, ésta se abrió y apareció un hombre que más parecía un guardaespaldas que un mayordomo.

–Buenas tardes, señor Crenshaw –lo saludó–. Carina está en la sala de música. Para llegar allí, siga por el pasillo que hay pasadas las escaleras y es la primera puerta de la derecha.

Jude así lo hizo y, al llegar, se encontró a Carina tocando el piano de espaldas a él, lo que le dio la oportunidad de quedarse escuchando.

Dado que Carina Patterson era una apasionada de la música clásica, Jude llevaba varios meses yendo a conciertos y recitales y empapándose de aquella música aunque él prefería el country.

Una de las paredes de la estancia tenía ventanas desde el suelo hasta el techo y, más allá, se veía una magnífica pradera verde, lo que confería un entorno maravilloso para el piano y la persona que lo estaba tocando.

Jude esperó a que Carina terminara de interpretar la pieza que había elegido para aplaudir.

Carina se giró sorprendida y se levantó.

–Perdón –se disculpó–. Helmuth no me ha dicho que habías llegado y, cuando me pongo a tocar el piano, pierdo la noción del tiempo –añadió yendo hacia él.

–Entonces, le tengo que agradecer a Helmuth el descuido porque eso me ha permitido escucharte tocar. Te aseguro que he disfrutado mucho. ¿Nos vamos?

Cuando estaban llegando a la puerta, apareció el mayordomo y Carina aprovechó para presentárselo a Jude.

–Vaya, menudo coche más bonito tienes –comentó al ver el Porsche–. ¿Hace mucho que lo tienes? –añadió al montarse.

–Un par de años –contestó Jude cerrándole la puerta y yendo hacia su lado.

–Pues está nuevecito, como si te lo acabaran de dar. Supongo que lo cuidas mucho.

–Es uno de mis muchos vicios –sonrió Jude–. He reservado en un restaurante maravilloso que estará a una media hora de aquí. Espero que te parezca bien.

–Me parece fenomenal –contestó Carina acariciando la tapicería de cuero–. Podría pasarme semanas dentro de este coche.

–Está bien saberlo por si algún día decido secuestrarte –contestó Jude–. Así no opondrías resistencia, ¿no?

–Bueno, eso dependería del motivo del secuestro.

–Por supuesto, te secuestraría con fines inicuos.

–En ese caso, probablemente no me importaría –sonrió Carina.

Dicho aquello, se echó hacia atrás en el asiento y se relajó, lo que Jude agradeció porque las primeras citas siempre le habían parecido difíciles.

Realizaron el trayecto en silencio durante un rato.

–Háblame de ti, Jude –le pidió Carina al salir a la autopista–. Lo único que sé de ti es que eres un Crenshaw.

Era una pregunta razonable y Jude decidió ser todo lo fiel a la verdad que pudiera sin contarle, por supuesto, que su imagen de playboy no era cierta.

–No te creas que hay mucho que contar. Tengo treinta años, me gusta el contacto con la naturaleza y no podría trabajar en un despacho porque me aburriría –contestó sinceramente.

–¿Dónde has nacido? ¿A qué colegio fuiste? Háblame de tu familia. ¿Por qué me has invitado a salir a cenar?

Jude se rió.

–La última es fácil. Te he invitado a salir porque me siento atraído por ti y quiero conocerte mejor –contestó–. Me siento como si me estuvieras haciendo una entrevista para el periódico de mañana. ¿Es así? –bromeó.

–No, claro que no –rió Carina–. No creo que sea para el de mañana porque no me da tiempo a mandarlo a la imprenta. Seguramente, se publicará la semana que viene.

–Ah, bueno, ya me quedo más tranquilo –sonrió Jude tomando la desviación que les llevaba a través del campo hacia el restaurante–. Nací en un pueblecito del que probablemente no hayas oído hablar llamado New Eden. Está a unos ciento cincuenta kilómetros al noroeste de aquí. Mi familia lleva viviendo allí desde 1840.

–¿Tienes hermanos?

–Sí, somos cuatro.

–Háblame de ellos.

–Jake tiene casi treinta y cuatro años, se ocupa del rancho, se casó en otoño con Ashley, la hija del antiguo capataz, y van a tener un hijo en breve. Tiene una niña, que se llama Heather, de su primer matrimonio. Luego va Jared, que es ingeniero petroquímico y tiene treinta y dos años. Se casó unas semanas después que Jake. Estaba trabajando en Arabia Saudita, pero lo ha dejado. Yo soy el tercero y después de mi va Jason, que está en la Delta Force.

–¿Todos tenéis nombres que empiezan por jota?

–Sí, y espera porque todavía no has oído lo mejor. Mi padre, que se llama Joe, tiene tres hermanos que se llaman Jeffrey, que tiene dos hijos que se llaman Jordan y Jackson, luego va mi tío Josh, que es padre de Jeremy, Justin y James y, para terminar, está Jerome, que tiene a Jed, Jesse y Johny.

–¡No me lo puedo creer! –rió Carina.

Jude también se rió.

–¿Qué más te puedo contar? Nací y estudié en New Eden y, en cuanto terminé el colegio, me metí en el ejército. Sobre todo, porque mi padre insistía en que necesitaba un poco de disciplina. Cuando terminé en el ejército, salí corriendo jurando que jamás volvería –mintió Jude.

Lo cierto era que había disfrutado de su paso por el ejército y había aprendido mucho. El ejército le había pagado su educación universitaria y había pasado a ser oficial cuando terminó la universidad. Si no hubiera sido porque la Agencia de Seguridad Nacional le había ofrecido trabajar para ellos, probablemente, seguiría en el ejército.

–¿Demasiada disciplina? –preguntó Carina.

–Sí, más o menos –contestó Jude–. Bueno, ya te sabes toda mi vida.

–¿Por qué te has venido a vivir a San Antonio?

–Por ninguna razón en particular. Mi tío Josh me pidió que me hiciera cargo de unas propiedades familiares de por aquí y, como no tenía mucho más que hacer, me pareció bien venirme aquí a conocer gente nueva. Y, hablando de gente nueva, háblame de ti.

–Nací en San Antonio, fui al colegio aquí, me fui a la universidad a Nueva York y me volví a casa cuando a mi padre le dio el derrame cerebral –contestó Carina–. Ésa ha sido a grandes rasgos mi vida hasta ahora.

–No has mencionado la música.

–Ah, la música. Sí, la música forma parte de mí, es exactamente igual que tener los ojos verdes y ser morena, la llevo tan dentro…

–¿Te gustaría dedicarte a la música de manera profesional?

–Eso espero. Me falta sólo un año más para graduarme. Me he matriculado para volver este otoño.

–Me alegro de haberte conocido antes de que te vayas.

Jude esperó por si Carina le hablaba de su prometido, Danny Bowie, que se había matado en un accidente de coche hacía poco más de un año. Según la policía, Danny iba a bastante velocidad cuando otro vehículo lo había golpeado en un lateral y le había hecho perder el control.

Hasta el momento, los agentes no habían encontrado al otro conductor y, aunque el caso seguía abierto, no había nuevos indicios.

–¿Tienes hermanos? –le preguntó al ver que Carina no hablaba de Danny.

–Sí, dos, los que conociste el otro día. Alfred tiene dieciséis años más que yo y Benito, catorce. Hay tanta diferencia de edad entre nosotros que, para cuando yo era adolescente, ellos ya se ha- bían ido de casa. Al se ha erigido en mi protector, lo que me irrita bastante, la verdad. En realidad, protege a toda la familia. Mi padre le está muy agradecido por haberse hecho cargo de la empresa.

–¿Tu hermano Ben también trabaja en la empresa familiar?

–Sí, él es quien se encarga de viajar para comprar. Su esposa, Sara, se está siempre quejando de que nunca está en casa, pero alguien tiene que hacerlo y Al ya tiene bastante con ocuparse de lo de aquí. Yo siempre le digo que se vaya con él, pero, de momento, no lo acompaña en los viajes.

–¿Tienes sobrinos?

–Sí, tengo dos sobrinas y un sobrino.

–¿Y quieres tener hijos?

Carina no contestó inmediatamente.

–Me encantan los niños y me gustaría formar una familia, pero primero quiero terminar mis estudios y ver lo que hago con mi vida.

–Eso quiere decir que estás soltera y sin compromiso, como yo.

–No creo que tengamos mucho en común tú y yo.

–¿Por qué dices eso?

–Por lo que me han contado de ti, tienes una vida social muy ajetreada. Sales constantemente en la prensa y cada vez con una mujer diferente mientras que yo apenas salgo con hombres.

–Entonces, me siento afortunado porque hayas hecho una excepción conmigo. En cuanto a la cantidad de mujeres con las que he salido, tal vez, sea porque no he encontrado una con la que quiera pasar más tiempo.

–Espero que se te dé bien la búsqueda –sonrió Carina.

Jude se quedó sin palabras. ¿Se habría pasado con su comentario? Tenía que tener cuidado porque el objetivo de todo aquello era que Carina Patterson se sintiera atraída por él.

–Ya hemos llegado –anunció dejando el coche en una explanada.

–Este lugar es precioso –comentó Carina–. ¡Qué vista tan estupenda! Pero no se ve ningún restaurante por ninguna parte.

Jude la tomó de la mano y la guió.

–Lo conoce muy poca gente y reservar no es nada fácil. Me alegro de que te guste.

–Gracias por traerme.

Jude sonrió encantado. Carina no había hecho ningún amago de retirar la mano, así que él no se la soltó.

–Buenas noches, señor Crenshaw –lo saludó el maître al llegar–. Síganme, por favor –añadió guiándolos hasta un porche que daba a un increíble cañón.

Estaba atardeciendo y las nubes que cubrían el cielo estaban teñidas de tonos rosados y dorados.

Carina se sentía incapaz de apartar los ojos de aquella vista tan maravillosa.

–Oh, Jude –comentó por fin–. Ver atardecer es una de las cosas que más me gusta del mundo –comentó emocionada.

Jude la miró y se dijo que era una mujer verdaderamente guapa. Desde luego, había misiones mucho más desagradables que salir con mujeres como ella.

En aquel momento, se acercó un camarero que les hizo algunas recomendaciones y apuntó lo que querían beber.

–¿Cómo se llama este restaurante? –quiso saber Carina.

–En la guía telefónica aparece como La joya de la corona, pero no dice que sea un restaurante, así que, si no lo sabes, no te fijas –contestó Jude.

Cuando el sol se puso por completo, los camareros encendieron velas por todo el porche y las mesas.

A partir de ese momento, a Jude se le pasó el tiempo volando. Resultó que Carina tenía un maravilloso sentido del humor y una sonrisa preciosa y Jude descubrió que aquella mujer le gustaba de verdad pues era divertida y nada pretenciosa.

En resumen, le agradaba su compañía.

De vuelta a San Antonio, no hablaron demasiado. Jude puso un CD en el equipo de música y Carina le dijo cómo llegar a su casa. Una vez allí, Jude la acompañó hasta su apartamento.

–Ha sido una noche mágica –dijo Carina–. Gracias por invitarme a salir.

–Me alegro mucho de que te lo hayas pasado bien porque me gustaría volver a verte.

Carina sonrió.

–¿Cuándo?

–Mañana y pasado mañana y al otro también –sonrió Jude.

–No sé… si me ves a mí todo el rato no vas a poder buscar a tu compañera perfecta.

–De verdad que no soy tan mala persona –le aseguró Jude haciendo una mueca–. Te agradecería que me dieras la oportunidad de demostrártelo.

De manera imperceptible, se habían acercado mucho el uno al otro y, como la cosa más natural del mundo, Jude bajó la cabeza al tiempo que Carina subía la suya.

El beso duró una eternidad y, cuando Jude fue capaz de dar un paso atrás, se encontró con la respiración entrecortada.

–Lo siento… –se disculpó.

Pero Carina le puso un dedo sobre la boca.

–Pues yo, no –contestó–. Ha sido el final perfecto para una velada maravillosa –sonrió.

–Creo que será mejor que te metas en casa –opinó Jude con voz ronca.

–Sí, creo que será lo mejor –contestó Carina con una sonrisa picarona.

–¿Te parece bien que te llame mañana? –le preguntó Jude acariciándole la mejilla.

Carina tomó aire y pareció dudar.

–Me parece bien –contestó por fin–. Hablamos mañana –añadió cerrando la puerta.