Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

Cuando Jude llegó a casa, encontró a John, a Hal y a Ruth esperándolo en el salón para informarle de que habían averiguado que dos agentes locales llamados Ross Davies y Patrick Sullivan habían hecho mucho dinero últimamente y de que les habían visto reunirse con Al Patterson.

–A ver si te puedes meter en casa de la familia a través de Carina y averiguas algo –sugirió Hal–. ¿Qué tal lo llevas?

–Estoy en ello, estoy en ello –contestó Jude.

–Desde luego, te ha tocado la parte más dura de la misión, ¿eh? –bromeó John.

–Desde luego –sonrió Jude.

–Si no te gusta y quieres cambiar, por mí no hay problema –se ofreció Hal–. Yo me ocupo de salir con Carina Patterson encantado.

Jude hizo un ademán obsceno con su dedo corazón, haciendo reír a sus tres compañeros y dejando clara su postura al respecto.

Lo cierto era que salir con Carina Patterson le gustaba aunque, por otra parte, estaba nervioso ante la idea de volver a verla, algo que no admitiría ni bajo tortura.

¿Y si Carina se lo pensaba mejor y no quería volver a salir con él? Jude se jugaba mucho y tenía que hacerlo bien, tenía que conseguir gustarle.

Jude pensó en sus hermanos y se los imaginó desternillándose de risa si supieran que estaba dudando de sus encantos con las féminas.

¡Él que siempre había dicho que era capaz de ligar tanto como ellos! Y, por supuesto, así era. Todo lo que habían hecho sus hermanos mayores lo había hecho él también.

Excepto casarse, por supuesto.

 

 

Al día siguiente, Jude esperó hasta la tarde para llamar al teléfono móvil de Carina. En cuanto contestó, se dio cuenta de que no estaba sola ni en casa porque se oía mucho ruido, como si estuviera en una fiesta.

Maldición.

–Carina, soy Jude. ¿Te pillo en un mal momento?

–Vaya, hola. No creía que me fueras a llamar de verdad.

–Si estás ocupada, te llamo en otro momento.

–No, no estoy ocupada. Es que es una tradición familiar reunirnos todos a comer los domingos y estoy aquí en casa de mis padres con mis hermanos, mis cuñadas y mis sobrinos –le explicó Carina.

–Te llamaba porque tenía intención de acercarme esta tarde por el Parque Nacional de Lost Maples y cenar algo por ahí y era para ver si te apetecía venir.

–Sí, me apetece. Hace mucho tiempo que no voy por esa zona –contestó Carina.

–¿A qué hora te recojo?

–¿Qué te parece en media hora?

–Muy bien, allí estaré –contestó Jude colgando el teléfono antes de que Carina cambiara de opinión.

Cuando llegó a casa de los padres de Carina, la encontró esperándolo en la puerta, lo que no le permitió ver al resto de la familia.

En cuanto lo vio aparecer, Carina abrió la puerta del copiloto y se metió en el coche. Bueno, por lo menos, parecía contenta de verlo, lo que era todo un progreso.

–Hola –la saludó Jude besándola en la mejilla.

Carina sonrió.

–Si te parece que estoy ansiosa por irme es porque así es, estoy ansiosa por irme.

–No me había dado cuenta –bromeó Jude haciéndola reír.

–Adoro a mi familia, pero, a veces, cuando todos hablamos a la vez y los niños no paran de gritar, no lo puedo soportar.

–Me alegro de ser el caballero que viene a rescatarte en su corcel blanco.

Carina sonrió.

–A veces, mis hermanos son insoportables, ¿sabes? –comentó echando la cabeza hacia atrás–. Son demasiado protectores conmigo.

–¿No les hace gracia que salgas conmigo?

–No han dicho eso, pero Al quería saber exactamente dónde íbamos y a que hora iba a volver. Como si tuviera dieciséis años.

–Espero que les hayas dejado claro que soy completamente inofensivo.

Aquello hizo reír a Carina.

–Cualquier persona que te conozca sabe que no eres inofensivo. Lo que pasa es que yo creo que sienten curiosidad porque, como llevó tanto tiempo sin salir con hombres… ¡Supongo que mis hermanos hubieran preferido que me metiera a monja!

–En ese caso, me siento doblemente honrado porque hayas accedido salir conmigo.

–Anoche me lo pasé muy bien y, además, supongo que yo también siento curiosidad.

–Entonces, ¿no es por mi irresistible encanto y mi personalidad maravillosa? Vaya, me acabas de dejar hecho polvo.

–Con la fama que tienes, decidí que salir contigo sería perfecto porque, en cuanto hayamos salido unas cuantas veces juntos, te irás con otra.

–Así dicho, me haces parecer un hombre sin corazón.

–Eres un hombre muy guapo que procede de una familia de dinero y que no trabaja porque no lo necesita y, además, estás soltero. Seguro que hay un montón de mujeres que quieren salir contigo.

–¿Eso es un cumplido o me estás diciendo que no quieres volver a verme?

–Me lo pasé muy bien contigo y claro que quiero volver a verte, pero estoy segura de que no me voy a enamorar de ti, así que, cuando te hayas aburrido de mí y te vayas con otra, no voy a sufrir lo más mínimo.

–Vaya, tanta sinceridad hace daño. ¿Acaso tu experiencia con los hombres ha sido devastadora o es sólo porque soy yo?

Carina no contestó inmediatamente.

–Estuve prometida –dijo por fin mirando a Jude de reojo–. Nos conocimos en el colegio, nos hicimos amigos y empezamos a salir. Danny era mi mejor amigo, nos lo pasábamos muy bien juntos y, cuando volví de Nueva York después del derrame cerebral de mi padre, me pareció lo más natural del mundo casarme con él. Lo cierto es que no sé qué habría hecho sin él en aquellos momentos tan duros. A mi familia le pareció maravilloso que me casara porque me veían feliz. Por supuesto, yo no quería dejar mis estudios de música y Danny accedió a venirse a vivir a Nueva York.

–¿Y qué sucedió? –le preguntó Jude aparcando el coche en un mirador.

Carina miró el horizonte.

–Mi vida quedó destrozada de repente –contestó–. Yo estaba en aquella época viviendo con mis padres para ayudar a mi madre a llevar a mi padre a rehabilitación por las mañanas, pero siempre estaba en casa por las noches. Danny trabajaba para la empresa de mi padre y aquella semana le tocaba ir a Río Grande porque tenemos allí un almacén. Una noche, llamó mi hermano Al para decirme que Danny se había matado en un accidente de coche volviendo a San Antonio. Aquello me destrozó y lo peor fue que unas semanas después me enteré de que en el coche había una mujer con él.

Jude la miró sorprendido pues, aunque sabía lo del accidente, en el informe policial no se mencionaba que ninguna mujer hubiera muerto junto a Danny y, después de haber visto el estado en el que había quedado el coche, era inimaginable pensar que alguien hubiera podido salir con vida de aquel amasijo de hierros.

–Lo siento mucho, Carina –le dijo acariciándole el hombro–. Primero estuviste a punto de perder a tu padre y, luego, pierdes a tu prometido. Supongo que fueron momentos muy duros. ¿Has descubierto quién era la mujer que lo acompañaba?

–No –contestó Carina–. Me enteré porque oí a mis hermanos hablar sobre la mujer con la que Danny mantenía una relación en Weslaco y, por supuesto, les dije que quería saberlo todo.

Jude se dijo que tenía que volver a mirar el informe policial aunque estaba casi seguro al cien por cien de que no había ninguna mujer en el coche la noche del accidente. De ser así, ¿por qué le mentían sus hermanos?

Jude le tomó una mano entre las suyas y se dio cuenta de que Carina estaba temblando.

–No te puedes imaginar lo estúpida que me sentí –murmuró ella–. ¿Cómo no me di cuenta de que estaba viendo a otra mujer? Yo confiaba en él por completo. Estaba enamorada de él, creía en él y me entero, una vez que ha muerto, que ha traicionado todo lo que teníamos juntos –añadió apesadumbrada–. Bueno, me parece que éste no es el mejor tema de conversación que podríamos tener –sonrió al cabo de un rato en silencio–. ¿Tienes alguna ex de la que quieres que hablemos? Aprovecha –bromeó–. Bueno, mejor retiro lo dicho porque, como tú te pongas a hablar de todas tus ex novias, no acabamos nunca.

–Lo cierto es que nunca he tenido una relación seria con nadie –contestó Jude encogiéndose de hombros–. Supongo que eso lo dice todo. Sin embargo, te aseguro que no voy por ahí haciendo sufrir a las mujeres. Las chicas con las que salgo tienen muy claro que no busco una relación seria.

–Como yo.

–Como tú.

Jude se dijo que tenía que tener mucho cuidado. Quería que Carina tuviera muy claro desde el principio que sólo eran amigos. No quería que se sintiera de nuevo traicionada cuando su misión terminara.

Tras pasar la tarde paseando y buscando fósiles entre las rocas, merendaron en una cafetería en Uvalde y Jude se esmeró en hablar de cosas más alegres. Para cuando la dejó en casa aquella noche, Carina parecía mucho más relajada y tenía un brillo especial en los ojos que hacía que a Jude le resultara difícil distanciarse de ella.

–Gracias por acompañarme esta tarde –le dijo una vez en la puerta.

–Quería decirte que me parece que la fama que tienes es un poco exagerada porque eres un hombre encantador –contestó Carina.

Jude la tomó entre sus brazos y la levantó por los aires, dándole vueltas y haciéndola reír.

–Uy, perdón –se disculpó dejándola en el suelo–. Habíamos dicho que lo nuestro iba a ser casual y quiero respetar tu decisión –añadió tendiéndole la mano–. Será mejor que me vaya antes de que dé al traste con la nueva opinión que tienes de mí.

–¿Ahora nos vamos a estrechar la mano? –rió Carina.

Jude se sonrojó de pies a cabeza.

–Sí, creo que será mejor que no nos volvamos a besar –contestó–. De lo contrario, a lo mejor, me meto en un buen lío.

–No te preocupes, Jude, tu honra está a salvo conmigo –contestó Carina batiendo las pestañas y mirándolo con picardía.