Capítulo 10

 

 

 

 

 

MATÍAS dudó. Se preguntó si era así como se sentía uno frente a un precipicio. Estaba acostumbrado a controlarlo todo y no saber qué hacer era una novedad para él.

–No he venido aquí porque pensase que no podías vivir sola en la gran ciudad…

–Pues no es eso lo que me has dicho.

–Y es lo mismo que me dije a mí mismo cuando decidí venir –admitió él, incómodo.

Se puso en pie, nervioso, tenso, y paseó por la pequeña cocina antes de volver a dejarse caer en la silla.

–Me dije que estaba preocupado por ti… y que era una reacción comprensible, pero no es el verdadero motivo por el que estoy aquí, Georgie.

–Bien.

Georgina lo vio dudar y sintió que le flaqueaban las fuerzas y la determinación. Era la primera vez que veía a Matías así.

Tenía que venir. A hablar contigo.

Georgina se cruzó de brazos y no dijo nada. Él le había dicho que el silencio siempre era una buena arma cuando uno quería que otra persona hablase.

–He estado… pensando en ti, Georgie… No he podido concentrarme…

Ella se puso tensa. Matías era un hombre al que solo le importaba el sexo, así que ya se podía imaginar en lo que había estado pensando.

–Pues has hecho el viaje en balde.

–¿Qué quieres decir? –le preguntó él, sintiendo que el suelo se movía bajo sus pies, aturdido.

–Quiero decir que no voy a volver a tener ese tipo de relación contigo.

–¿No?

–Matías… entiendo que lo que me quieres decir es que echas de menos el sexo, pero yo no estoy dispuesta a volver a eso, para que después me dejes cuando te hayas cansado de mí. Hemos roto y yo he seguido con mi vida.

–No es posible.

Georgina se echó a reír.

–¿Por qué no es posible, Matías?

Porque yo, no, y pensaba que no era el único –balbució.

–No te entiendo –le dijo ella.

–No he venido porque eche de menos el sexo. Ni para que reconsideres tu decisión de marcharte de Inglaterra. He venido porque yo no he pasado página.

Se sentó, se pasó la mano por el pelo y, sin mirarla a los ojos, suspiró.

–No me había dado cuenta hasta ahora –murmuró.

–¿De qué? Y, por favor, sé sincero conmigo, Matías, no pretendas hacer que me sienta mejor ni intentes engañarme para que me acueste contigo. ¿De qué no te habías dado cuenta hasta ahora?

–Cuando llegaste a mi casa eras la última persona a la que esperaba ver. Nunca habías hablado de ir a Londres, no parecía interesarte el tipo de vida que yo llevaba allí, aunque…

–¿Qué?

Que eso no me sorprendió, no me paré a pensarlo. Si lo hubiese hecho me habría dado cuenta de que tú y yo… nos conocemos de siempre.

–¿Y eso es bueno? –preguntó ella–. Matías, pensaba que a ti te gustaba la novedad. Cuando empezamos a… conocernos mejor, tuve la sensación de que yo era eso para ti, una novedad…

–Me lo merezco –le dijo él, mirándola a los ojos y sacudiendo la cabeza–. Tenía mis prioridades claras desde hacía mucho tiempo. Mis padres siempre habían vivido al día y yo odiaba eso…

Dejó de hablar, estaba explorando un terreno emocional que siempre había evitado. Se pasó los dedos por el pelo y se dio cuenta de que le temblaba la mano.

–Supongo que nunca me paré a pensarlo, pero su estilo de vida hizo que siempre desease seguridad. Sobre todo, económica. Los veía pasar de proyecto a proyecto y no me daba cuenta de que eran felices así, y de que, además, cumplían con sus responsabilidades como padres. Yo solo veía…

Sin pensarlo, Georgina alargó la mano y tomó la suya.

–Supongo que en mi paso por el internado me convertí en una persona ambiciosa, con unas prioridades claras, entre las que no estaban las relaciones sentimentales.

–Así que tenías relaciones cortas, una tras otra…

Más o menos –admitió él, sonriendo de medio lado–, pero me estoy yendo por las ramas. Creo que necesito algo más fuerte que el café.

–Tengo vino tinto… –le ofreció Georgina, poniéndose en pie, pero él no le soltó la mano.

–Tal vez no, Georgie. ¿Podemos sentarnos en un sitio en el que estemos más cómodos? Creo que necesito decirte algo sin la ayuda del alcohol, pero sentados en otro lugar.

–¿Me va a gustar lo que vas a decirme?

–Eso depende de lo que tú quieras oír.

–Entonces, esperaré a oírlo para decidir si me ha gustado o no –le dijo ella, dándose cuenta de que estaba empezando a perder la perspectiva.

Cuando llegaste a mi casa aquella primera vez fue algo natural. Supongo que podría empezar con eso. Tu plan era una locura, pero también muy generoso. Generoso e impulsivo. Te dije que no porque estaba acostumbrado a tener siempre el control, pero después decidí aceptar…

–Lo primero que hiciste fue comprarme ropa nueva –comentó Georgina sonriendo.

–No pude resistirme a ti –le dijo Matías sin más–. Intenté convencerme de que eso no tenía nada que ver con la atracción que sentí por ti desde el principio… Y tú me confiaste tu virginidad sin darle demasiada importancia al tema. Para mí fue muy importante, aunque no me diese cuenta en ese momento. Aunque no fuese capaz de ver que era un privilegiado…

Georgina se puso tensa, no quería hablar de ese tema. No quería sentirse vulnerable. Era una mujer independiente y no podía sucumbir a la tentación de lo que Matías le estaba diciendo.

–Pero te asustaste cuando comenté que quería mudarme a Londres –le recordó.

–Reaccioné de una manera muy predecible –admitió él–. Fue como si todo se me amontonara en la cabeza de repente: el falso compromiso, las trampas de la vida doméstica…

Ella se ruborizó.

–Yo nunca intenté ponerte trampas –le dijo.

–Pero lo hiciste sin querer, de repente, empecé a ir y venir de Londres a Cornualles, a quitarme la chaqueta y tirarla, y a aceptar que tú la recogieses y la colgases. Y…

Sonrió de medio lado.

–Y empecé a aceptar todo aquello sin rebelarme contra ello. Entonces te vi mirar el anillo de compromiso… como si fuera real… y tal vez fue entonces cuando me di cuenta de que… me gustaba. Me gustaba volver a tu lado, tenía ganas de verte, de tocarte, de abrazarte, de hablar contigo… Pero, de repente, no sé… me cerré. Es difícil deshacerse de los viejos hábitos. Me había acostumbrado a dar por hecho que el amor no era para mí y tuve que romper el compromiso y escapar. Me dije que era lo mejor.

–¿Tenías ganas de verme y de hablar conmigo?

–Habías conseguido domarme y yo ni siquiera me había dado cuenta. El caso es que me asusté y tuve que huir lo más rápidamente posible.

–No lo sabía… –murmuró ella con el corazón acelerado.

–¿Cómo ibas a saberlo? No lo sabía ni yo…

Nunca pensé que acabaríamos acostándonos juntos, pero me gustó tanto, Matías, me sentí tan bien… Después me di cuenta del motivo, de por qué no había dudado a la hora de perder la virginidad contigo… porque te amaba.

Él separó los labios para hablar.

–No digas nada, por favor. Deja que termine yo. Estar comprometida contigo, aunque no fuese real, era un sueño hecho realidad. No me gustaba, pero no podía evitarlo. Y después empecé a pensar que nos llevábamos muy bien… y fantaseé con la idea de que tú te dieses cuenta de que no era solo en la cama. Y lo más extraño era que yo ya sabía que iba a terminar con el corazón roto, pero me daba igual.

–Y ahora, aquí estamos otra vez.

–No me puedo creer que hayas venido hasta aquí, pero me alegro.

–Tenía que hacerlo, estoy enamorado de ti.

Georgina había soñado muchas veces con oír aquellas palabras y sintió calor por dentro, como si hubiesen encendido una vela en su interior.

Él alargó los brazos para sentarla en su regazo y la besó. Fue un beso tierno y suave, un beso que hizo que Georgina se derritiese por dentro… que no quisiese que terminase jamás.

Luego, Matías se apartó y le preguntó:

–Entonces, ¿te quieres casar conmigo?

–¿Te hace falta preguntármelo? Seguro que ya conoces la respuesta. Piénsalo, Matías Silva –le contestó, abrazándolo por el cuello–. Y no olvides que ya me regalaste el anillo de compromiso de mis sueños…

 

 

Georgina oyó el coche de Matías en la gravilla y le dio un vuelco el corazón, como le ocurría siempre.

Miró a su alrededor para comprobar que todo estaba perfecto: las velas, la mesa.

Había preparado tres recetas fantásticas de la revista de cocina francesa para la que había trabajado.

Su tiempo en París parecía formar parte de un pasado muy lejano y era normal, habían ocurrido muchas cosas desde entonces.

Había pasado seis meses allí y Matías, que también tenía una oficina en París, se había quedado con ella.

Después habían vuelto a Londres y habían empezado con los preparativos del gran día con la ayuda de Rose.

Y el gran día había sido perfecto, rodeados de amigos, familiares y compañeros de trabajo.

Se habían casado en Cornualles y habían ido de luna de miel a las Maldivas.

Y después habían vuelto a Londres y se habían instalado en Richmond, zona que estaba cerca de Londres, pero no en el centro.

La casa era enorme y tenía jardín. Y ya llevaban cuatro meses viviendo en ella y…

Georgina miró a su alrededor, satisfecha, y después miró hacia la puerta, donde estaba el hombre de sus sueños. Él se había quitado el abrigo y se estaba remangando la camisa blanca. Arqueó las cejas y comentó:

–Dime que no se me ha olvidado una fecha importante.

Y le dio un beso.

No.

–¿Entonces…? –preguntó, mirando la mesa y las velas.

–Quería el escenario adecuado para contarte lo que te tengo que contar. Ahora que estamos felizmente casados, me ha parecido egoísta tenerte para mí sola y he decidido compartirte con alguien.

–¿Con quién?

–Todavía no sé el sexo, pero te garantizo que te enamorarás de él, o de ella.

Se llevó una mano al vientre y sonrió al ver su reacción, porque era exactamente la que había esperado.

–Cariño… te quiero tanto… –le dijo Matías–. No sé cómo he podido vivir tanto tiempo sin ti… Voy a ser el mejor marido que pueda ser, y el mejor padre. Y ahora…

Volvió a mirar hacia la mesa.

–Yo pienso que la cena puede esperar un poco, porque se me ocurre una manera mucho mejor de celebrar esta noticia…