Capítulo 2

 

 

 

 

 

HAS OÍDO bien –le respondió Georgina.

–De acuerdo. Entonces, vamos a ver si lo he entendido todo bien. Mi madre está un poco baja…

–Con signos de depresión.

–Cosa que podría solucionarse con unas pastillas porque, lo creas o no, hay pastillas para la depresión, pero tú, de manera unilateral, sin molestarte en consultarme, decides buscar otra solución.

No es tan sencillo como parece, y lo sabrías si pasases más tiempo con ella.

–Vamos a dejar las críticas aparte por una vez, Georgie. En resumen, que como mi madre está triste y le gustaría tener nietos, tú has decidido animarla inventándote que tenemos una relación.

–Tenías que haber visto su cara. No la había visto tan feliz en… años, diría yo. Al menos, desde la muerte de tu padre.

La expresión de Matías no era precisamente de felicidad. La estaba mirando con incredulidad y enfado. Georgina no había esperado lo contrario, pero supo que iba a tener que utilizar todas sus armas de persuasión. No soportaba la idea de ver a Rose deprimida durante el resto de su vida.

De hecho, no había estado tan mal ni siquiera tras la muerte de Antonio.

Y ella se había dado cuenta de lo mucho que le importaba Rose, como una madre. Adoraba a su propia madre, pero no tenían mucho en común. Sus padres eran los dos profesores de universidad, su padre, de Economía y su madre de Derecho Internacional, pero ella nunca había tenido su inteligencia ni había formado parte de ese mundo.

Desde niña, su punto fuerte había sido la creatividad. Y tenía que admitir que sus padres nunca la habían obligado a hacer nada que no le gustase. Así que había pasado mucho tiempo en casa de Matías, desarrollando esa creatividad.

–Lo que no entiendo es cómo es posible que mi madre te haya creído. Siempre que estamos juntos acabamos discutiendo. A mí no me gustan las mujeres que discuten por todo y mi madre lo sabe. Además, sabiendo con quién he salido en el pasado, es evidente que no te pareces en nada a mi prototipo.

Georgina se negó a que aquello la afectase y replicó:

–Entonces, ¿no te gustan las mujeres que discuten por todo o lo que no te gusta es que las mujeres tengan una opinión que difiere de la tuya? En otras palabras, ¿solo te atraen las rubias cuyo vocabulario se limita a la palabra… «sí»?

Matías se cruzó de brazos y se echó a reír.

–Dicho así, parezco muy superficial, pero debes saber que, cuando uno vive tan deprisa como vivo yo, lo último que quiere es que alguien le recrimine haber llegado cinco minutos tarde o haber olvidado comprar la leche.

–Dudo mucho que hagas cosas tan mundanas como comprar la leche, Matías.

–La verdad es que hace mucho tiempo que no lo hago, pero, volviendo al tema que nos ocupa, si mi madre se ha tragado esa historia es que está mucho peor de lo que yo pensaba. Solo por curiosidad, ¿desde cuándo tenemos esa relación clandestina que acaba de salir a la luz?

Aquella era la conversación más larga que habían tenido en mucho tiempo y Georgina se sentía hipnotizada por su belleza.

Nunca se había fijado tanto en lo profundos que eran sus ojos grises ni en cómo cambiaban de color, ni en la sensual curva de sus labios o en la aquilina perfección de sus facciones. Por no mencionar las larguísimas pestañas oscuras. Cuanto más lo miraba, menos sentido le encontraba a aquella conversación.

Se obligó a apartar la mirada y fijó la vista en un punto detrás de él.

–No me paso el día entero con tu madre, así que le he contado que llevamos un par de meses viéndonos en secreto, pero que no queríamos contárselo porque todavía era reciente…

–Muy ingeniosa, ¿y por qué se lo has contado ahora?

Matías no esperó su respuesta.

Y me imagino que no te ha hecho falta darle muchos detalles ya que confiabas en que mi madre, de todos modos, iba a pensar lo que quisiese pensar.

Georgina se ruborizó. Sus ojos verdes brillaron, desafiantes, pero supo que él tenía razón y que no iba a poder convencerlo de que le siguiese el juego.

–Me parece una idea ridícula, Georgie –siguió Matías–, y, si bien te agradezco que hayas mentido para ayudar a mi madre, no voy a formar parte de esta farsa.

Derrotada, Georgina se limitó a mirarlo en silencio. Se metió un mechón de pelo detrás de la oreja y, sentándose sobre las manos, echó el cuerpo hacia delante.

–Además, no me gusta que hayas pensado que podías meterme en este lío. ¿No se te ocurrió pensar que yo podía tener planeada una vida que no incluyese una falsa relación contigo para animar a mi madre?

–No –respondió ella con toda sinceridad.

–Pues tenías que haberlo hecho.

–Yo solo pensé…

–Georgie –la interrumpió él, poniéndose en pie para indicarle que la conversación había llegado a su fin–, siempre has sido como mis padres, entrañable, pero muy poco práctica. ¿Te apetece ese fondant?

–He perdido el apetito. Y si con poco práctica te refieres a que no soy fría y calculadora, me alegro de ser así –replicó ella, poniéndose en pie también–. Tal vez tú estés orgulloso de ser práctico, Matías, pero eso no te convierte forzosamente en un tipo feliz, ¿no? Tal vez seas muy rico, sí, pero hay mucho más en la vida que el dinero que uno tiene en la cuenta corriente.

Georgina se dirigió hacia la puerta con la cabeza erguida.

–Por favor, Georgie, quédate a dormir aquí.

–Prefiero no hacerlo.

–¿Y adónde vas a ir?

–He reservado una habitación en la zona oeste de Londres, no te preocupes por mí.

–Dame la dirección y te llevará mi chófer. No me quedaría tranquilo viéndote entrar en el metro o intentando averiguar qué autobús puede llevarte hasta allí.

Matías había dicho lo que pensaba de aquella situación, pero seguía sintiéndose culpable. Sabía que Georgina interpretaría su falta de cooperación como una falta de preocupación por su madre. Y no había nada más lejos de la verdad. Que nunca hubiese tenido mucho en común con sus padres y que su manera de vivir idealista, holística y hippy le hubiese parecido irresponsable, no significaba que no los hubiese querido a su manera.

Lo que más lamentaba era no haber podido asistir al entierro de su padre porque estaba en el extranjero y, sobre todo, no haber podido zanjar los problemas que había tenido con él.

Había fracasado como hijo y, a pesar de haber intentado compensar a su madre ayudándola en todo lo posible, Matías era consciente de que seguía habiendo un abismo entre ambos, razón por la que aquella mujer que tenía delante llevaba mucho tiempo juzgándolo.

No obstante, no iba a permitir que lo implicase en una farsa así.

Mi chófer estará aquí en cinco minutos –añadió–. ¿Qué vas a decirle a mi madre?

–¿Acaso te importa? Tal vez le cuente que he venido a verte y te he encontrado en la cama con una rubia.

Georgina suspiró. En realidad, la culpa de todo aquel lío era solo suya. Matías tenía todo el derecho del mundo a negarse a seguirle la corriente.

–No le voy a decir eso.

–Ya lo sé.

–¿Tan predecible soy?

–No, es que no eres esa clase de mujer –le respondió él–. Iré a Cornualles… tal vez el fin de semana que viene, y me quedaré algún día más de lo habitual.

Me apartaré de tu camino –le aseguró ella en tono educado–. Teniendo en cuenta que hemos roto bruscamente, no quiero que salten chispas entre nosotros.

Matías la miró y sonrió muy a su pesar.

–No sé por qué siempre me haces reír, aunque discutamos. Déjalo, mejor no me respondas, no sea que terminemos discutiendo otra vez. ¿Cómo le vas a contar a mi madre la terrible noticia de que hemos roto?

–No lo sé. Ya se me ocurrirá algo.

–Esto ha sido idea tuya –le recordó él–, pero no me importa que me eches a mí la culpa de la ruptura. De todos modos, va a ser mucho más creíble que el malo de la película sea yo y mi madre no se sentirá tan decepcionada.

Ella lo miró con curiosidad.

–Hay que ser justos, Georgie –añadió él–. Buen viaje de vuelta.

Georgina no respondió. El Mercedes de Matías la estaba esperando y no miró atrás mientras se instalaba en el asiento trasero.

Su misión imposible se había convertido en una misión «debes de estar loca». Se consoló diciéndose que había hecho lo que había estado en su mano y que no podía hacer más.

El alojamiento no se hallaba precisamente en el mejor barrio de Londres, pero era barato y estaba limpio. Su habitación era tan pequeña que solo había espacio suficiente para pasar de la cama al cuarto de baño sin hacerse daño.

Se dio una ducha y se puso la camiseta y los pantalones cortos que siempre utilizaba para dormir. Por la noche, en la oscuridad de su habitación, era cuando se sentía más segura de su cuerpo.

A su edad, ya podría haberse casado y haber tenido un hijo. Aunque fuese extraño pensarlo, era verdad. Allí, en aquella cama, a oscuras, pensó de repente en Matías y también en Robbie y en el futuro que habrían podido tener.

Había recuerdos que tenía en un rincón de la mente, pero en esos momentos salieron a divertirse a sus expensas. Recordó su compromiso y cómo habían planeado el gran día, hasta que, unas semanas antes de la boda, Robbie le había dicho que no podía seguir adelante.

–No es por ti –le había dicho–. Soy yo. Ya no me siento como antes y… no lo entiendo…

Así que se habían ido cada uno por su lado y, durante meses, Georgina había tenido la sensación de que todo el mundo hablaba de ella.

Robbie había dejado de sentirse atraído por ella, si es que lo había estado alguna vez. O tal vez no. Tal vez solo le había pedido que se casase con él para complacer a sus padres, ya que Robbie había sido el alumno predilecto de su madre.

Y ella se había preguntado alguna vez si no se habría fijado en él porque era todo lo opuesto a Matías.

Robbie había intentado animarla a que perdiese algo de peso y, poco después, Georgina se había enterado de que había conocido a otra persona y se había casado con ella en un tiempo récord. Una chica alta y delgada. Y, desde entonces, se había esforzado todavía más en ocultar su cuerpo.

Era una tontería y lo sabía, pero los sentimientos eran así.

Se quedó dormida hasta que oyó que llamaban a la puerta.

Se despertó aturdida y desorientada. Y abrió la puerta sin pensarlo porque la única persona que podía estar llamando era la dueña de la casa, una encantadora mujer de unos cincuenta años.

Y no era tan tarde, poco más de las once, pero había caído rendida.

Vio unos zapatos muy caros, unos vaqueros oscuros y un jersey negro que se pegaba a un cuerpo musculoso.

Y supo que era Matías mucho antes de llegar a sus ojos.

–Déjame entrar, Georgie.

–¿Qué estás haciendo aquí?

–Tenemos que hablar.

–¿Cómo has conseguido entrar? –le preguntó ella–. ¡Quien te haya dejado entrar no tenía ningún derecho a hacerlo!

Creo que se ha dado cuenta de que no era precisamente un ladrón. Déjame pasar.

–¿Tú sabes la hora que es?

–Todavía no es hora de dormir para los menores de cuarenta y cinco años. Es sábado por la noche. Y he venido a decirte que ha habido un ligero cambio de planes.

Matías se pasó una mano por el pelo y la miró como si se sintiese incómodo.

–Lo que me tengas que decir tendrá que esperar a mañana –replicó ella con el corazón acelerado, cerrando la puerta.

Pero Matías puso el pie para impedírselo.

–Sé que no es el mejor lugar del mundo para mantener una conversación, pero lo que te tengo que decir no puede esperar. Me ha llamado mi madre.

Georgina dudó y, suspirando, abrió la puerta de nuevo y le indicó que se sentase en el tocador mientras se vestía.

Sabía que a Matías le gustaban las rubias altas, muy delgadas y de piernas kilométricas. Y que lo que llevaba puesto era parecido a lo que se ponían casi todas las chicas para ir a dar un paseo en verano, pero como no se sentía cómoda, entró en el cuarto de baño a ponerse unos vaqueros.

Aunque no tardó ni diez segundos en desaparecer, fue tiempo suficiente para que Matías pudiese ver que aquel cuerpo que Georgina siempre intentaba esconder estaba muy bien proporcionado. De hecho, no estaba gorda, sino que era muy sexy.

Su libido, que había ido apagándose durante las semanas que había durado su tempestuosa relación con Ava, resurgió con fuerza y lo obligó a disimular sentándose en una banqueta que había cerca de la ventana.

–¿Qué me querías decir? –preguntó Georgina, saliendo del baño vestida con unos vaqueros y una camiseta y sentándose después en la cama porque no había ningún otro lugar donde hacerlo.

–Tenías que haberte tragado el orgullo y haberte quedado en mi casa. Este sitio es minúsculo.

–La dueña es encantadora. Además, es barato y está limpio. ¿Qué te ha dicho tu madre?

Para empezar, me tomó por sorpresa. Era tarde y casi nunca me llama.

–Eso es porque le preocupa molestarte.

–¿También habéis hablado de eso, Georgie? Lo cierto es que, antes de que pudiese recuperarme de la sorpresa, se ha lanzado a darme la enhorabuena y a decirme que era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo. Me ha dicho que tú no querías que me llamase, que tenía que esperar a que yo fuese a Cornualles, pero que sabía que habías venido a Londres y no había podido contenerse. Me ha dicho que por fin tiene un motivo para seguir viviendo…

–Ya te lo había dicho.

–Pero oírlo de sus labios… es diferente.

Matías se puso en pie y miró por la ventana, que daba a la parte trasera de la casa, donde estaban los cubos de basura.

Después se giró hacia ella de nuevo.

–Tenías razón. Hacía mucho tiempo que no la veía tan feliz. No he podido contarle la verdad.

–Vaya, eso sí que es un problema, teniendo en cuenta que me has asegurado que no ibas a fingir ni siquiera por el bien de tu madre.

Matías se ruborizó.

–No me gusta que me hayas metido en esto sin pedirme mi opinión –le recordó–, pero ya está hecho y no he tenido el valor de disgustarla por teléfono, así que voy a cooperar… pero quiero que sepas que me parece una solución temporal, para ayudar a mi madre en su recuperación.

Georgina no respondió. No había pensado cómo iban a continuar con aquella farsa y, en esos momentos, con Matías allí delante, se sentía incómoda.

De hecho, no entendía cómo su madre se había podido creer que un hombre tan guapo, sofisticado y urbano estuviese saliendo con ella.

Se le encogió el estómago al pensar que se suponía que eran pareja, que eran amantes…

Así que he venido a concretar los detalles contigo –añadió él–. ¿Qué le has contado exactamente a mi madre?

–¿No podemos hablarlo en otro momento?

–¿En otro momento?

–La semana que viene. O por teléfono, tal vez.

–¿Tú vives en el mundo real, Georgie? ¿Mi madre piensa que estamos saliendo y tú quieres discutir los detalles de nuestra supuesta relación por teléfono o la semana que viene?

–¿Qué piensas tú?

–Pienso que vamos a irnos los dos a Cornualles mañana por la mañana –respondió él con impaciencia–. Mi madre nos está esperando. Una vez allí, ambos tendremos que darle la misma información.

–Has dicho que esto va a ser temporal… ¿En cuánto tiempo has pensado exactamente?

Georgina se arrepintió de haberse metido en aquello, que le había parecido mucho más sencillo en la distancia, sin Matías tan cerca.

–No mucho tiempo. Podemos fingir unos días… y después la cosa se irá enfriando. No me importa ser yo el culpable de la ruptura. Hay demasiadas diferencias entre ambos… Digamos que podría estar un par de semanas en Cornualles y después tendré que marcharme a trabajar a Oriente Medio. Me gustaría que el tema estuviese zanjado antes de irme.

–Un par de semanas… –repitió ella, aturdida–. Pero tu madre podría volver a hundirse si nuestra relación se acaba tan pronto.

–Eso tendrías que haberlo pensado antes. Ya lo hablaremos mañana, durante el viaje, aunque será mejor que lo básico lo aclaremos ahora, porque yo voy a tener que trabajar en el coche, teniendo en cuenta que me voy a marchar sin previo aviso.

–¿Vas a trabajar mientras conduces?

–¡Por supuesto que no, Georgie! Conducirá mi chófer. Tú puedes llevar un libro o hacer punto, o lo que hagas para entretenerte.

Matías la miró a los ojos y Georgina tuvo la curiosa sensación de estar en caída libre. Sus ojos se clavaron en los labios de él y se le encogió el estómago, así que los apartó rápidamente. Se humedeció los labios y balbució que ella también tenía que trabajar.

–Bien –respondió él–. ¿Cómo se supone que hemos pasado de discutir por todo a acostarnos juntos en tan poco tiempo?

–Eso no lo he pensado –admitió ella–. Supongo que podemos decir que surgió así. Los polos opuestos se atraen, ¿no? Al fin y al cabo, tú has estado con muchas mujeres que no se parecen en nada a ti.

–Ni a ti –comentó él–. En realidad, no he tenido ninguna relación seria con ellas, aunque tampoco se supone que nosotros…

–Actué por impulso –murmuró ella–. No me gusta mentir, pero me salió así. Lo siento. Te estás viendo obligado a hacer algo que no quieres hacer y no te culparé si cambias de opinión.

–Olvídalo.

–Ni siquiera me paré a pensar que podías estar saliendo con alguien… una de esas rubias…

–Estabas tan concentrada en animar a mi madre que fuiste incapaz de pensar de manera racional.

–Algo así, sí.

–La suerte es que a partir de ahora yo me voy a encargar de que eso no vuelva a ocurrir. Haremos lo que tengamos que hacer asegurándonos de que sabemos cuáles son los límites.

–¿Qué quieres decir?

Matías tardó unos segundos en contestar.

De repente, se había puesto a pensar en aquel cuerpo lleno de curvas.

–Que no debemos olvidar que es una farsa…

Porque no iba a dejarse llevar por aquella repentina atracción. Georgina White solo tenía relaciones serias. De hecho, había estado a punto de casarse, pero la habían dejado plantada en el último momento. Y, aunque no le hubiese cerrado la puerta al amor, le habían hecho daño. Y no sería él quien volviese a hacérselo.

–No se me olvidará –le aseguró ella–. Y quiero volver a disculparme por haberte metido en este lío. Teniendo en cuenta lo ordenada que es tu vida, esto debe de parecerte una pesadilla.

–No pierdas el tiempo lamentándote por lo que ya está hecho. Estamos juntos en esto, para bien o para mal.

–Lo cierto es que no pensé en las consecuencias de mi mentira ni en cómo se sentiría tu madre cuando todo… terminase.

–Ya nos ocuparemos de eso cuando llegue el momento, te estás precipitando. Mi madre estará bien –le aseguró él–. Al menos cuando esto termine pensará que soy capaz de tener una relación con una mujer que no está obsesionada con su aspecto.

–Hasta que vuelvas a las modelos rubias –le dijo ella en tono ausente.

Él sonrió y a Georgina se le aceleró el corazón y tuvo que recordarse que ya no era una adolescente.

–Tal vez la próxima vez me decante por otro tipo de mujer –comentó él, poniéndose en pie, estirándose y dirigiéndose a la puerta.

¿Y todos esos detalles de los que querías hablar antes de mañana? –le preguntó Georgina sin moverse de donde estaba–. ¿No has dicho que querías discutirlos esta noche para poder trabajar en el coche mañana?

Él se giró ya con la mano en el pomo de la puerta.

–Dime una cosa, ¿me pediste ver la casa para tener algo de información por si te preguntaba mi madre?

Georgina se ruborizó y asintió, y Matías se echó a reír.

–Eres única, Georgie –comentó, girándose y mirándola en silencio antes de añadir–: Y eso es una novedad para mí.

Abrió la puerta.

–Te mandaré un mensaje mañana antes de pasar a buscarte. Y entonces comenzará nuestra pequeña aventura…