RUBORIZADA, Georgina se apartó de un salto. No se sentía capaz de mirar a Rose a los ojos, y mucho menos de mirar a Matías, así que clavó la vista en el suelo deseando que se la tragase la tierra.
–Bien hecho –murmuró Matías.
Luego la hizo entrar en casa detrás de su madre, que había ido en dirección al salón charlando animadamente y pensando… Georgina no quería imaginarse lo que debía de pensar. En cualquier caso, seguro que no se imaginaba que en un par de semanas su relación se habría terminado.
–¿Qué?
Georgina se detuvo y lo miró. Rose estaba preguntándoles qué tal habían pasado el día y a ella no le apetecía tener que empezar a inventarse historias.
–Creo que hemos conseguido convencer a mi madre de que todo va sobre ruedas. No habría podido ponerse más contenta al ver que te besaba. Tu actuación ha sido impecable, Georgie.
Matías apartó la mirada y ella sintió que se quedaba en blanco y que tenía que hacer un gran esfuerzo para que su mente volviese a funcionar.
Matías no había querido que su madre abriese la puerta y los viese discutiendo, así que la había besado para hacerla callar.
Y había funcionado.
El único problema era que ella le había devuelto el beso como si hubiese sido real. Se había entregado a él en cuerpo y alma y había abierto la puerta a sentimientos que, al parecer, seguían vivos dentro de ella.
De repente, se sentía humillada y tuvo que respirar hondo varias veces antes de contestar.
–Gracias. A tu madre no le habría gustado nada vernos reñir.
–Cuando me has devuelto el beso he tenido la impresión de que me besabas de verdad…
Ella se echó a reír. Para Matías seguía siendo la vecina de al lado, no se había convertido en Cenicienta de repente… y su príncipe azul no iba a aparecer de pronto, locamente enamorado de ella…
–No te emociones, ya te he dicho que no eres mi tipo…
–¿No se te ha ocurrido pensar que puedes sentirte atraída por un hombre que no es tu tipo?
–No. Prefiero abordar mis relaciones con la cabeza, no con el cuerpo. En especial, después de lo ocurrido con Robbie… que, como me has recordado antes, fue el mayor error que pude cometer.
–Pues yo tenía la impresión de que en ese caso te habías dejado guiar más bien por la cabeza…
Georgina se ruborizó.
Matías cambió de postura y se pasó una mano por el pelo. La miró, estaba completamente rígido.
–No te preocupes, que no me voy a lanzar a tus brazos, Matías –le dijo ella con impaciencia.
–¿Y qué te hace pensar que eso me pueda preocupar?
Se hizo un incómodo silencio entre ambos. Georgina no entendía qué le había querido decir Matías con aquello. ¿Estaba coqueteando con ella?
Lo miró boquiabierta y él le pasó un dedo por el labio inferior, haciendo que se sintiese… confundida. Sorprendida, excitada, avergonzada… y también asustada. Porque estaba en un territorio desconocido e inesperado.
Él no apartó el dedo. Al contrario, se acercó más y le acarició el rostro con toda la mano.
–No entiendo… qué es… lo que quieres decirme… –balbució Georgina.
–Mentirosa. Lo sabes muy bien.
Matías sonrió lentamente. Se tomó su tiempo. Se apoyó en ella muy despacio y, en esa ocasión, la besó con ternura y delicadeza. Ella suspiró de placer mientras cerraba los ojos y le devolvía el beso. Estaba perdida y no lo podía evitar.
Sus brazos actuaron como su cuerpo quería que lo hicieran, lo abrazó por el cuello y se apretó contra él. Y sus pechos se irguieron contra el sujetador.
Georgina deseó que Matías la acariciase. Y deseó acariciarlo ella también. Deseó que desapareciese todo lo que se interponía entre ambos y sentirlo de verdad.
Lo deseó tanto que se sintió aterrada.
No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo porque era la primera vez en su vida que se sentía así.
Dio un grito ahogado y lo empujó. Él retrocedió de inmediato, pero siguió mirándola con sus bonitos ojos grises.
–Esto no forma parte del trato –protestó Georgina.
Se cruzó de brazos y lo miró a los ojos. Se preguntó si Matías pensaba que era tan irresistible que estaba seguro de que iba a derretirse entre sus brazos.
–Esto es una… mentira. En la que, si no recuerdo mal, accediste a participar porque te veías obligado a ello, para no decepcionar a tu madre. No es real.
–Pero no se trata de eso, ¿verdad? –ronroneó Matías.
–Entonces… ¿de qué… se trata?
–De deseo –murmuró él.
Aquella palabra no podría haber sido más erótica ni más devastadora. Más clara.
–No lo entiendo –añadió Matías en voz baja, sensual–, pero te deseo.
–No –susurró Georgina–, no me deseas. ¡Te saco de quicio! ¿Cuántas veces me lo has dicho? ¡Tú y yo no tenemos nada en común! ¡Somos como el agua y el aceite! Y no se te ocurra decirme que los polos opuestos se atraen porque no es que seamos polos opuestos… es que somos tan distintos que podríamos proceder de planetas diferentes.
–Es extraño, ¿verdad?
–¿No tienes nada más que decir?
–Solo estoy siendo sincero –respondió él, encogiéndose de hombros–. ¿Qué más da que seamos distintos? ¿Qué tiene eso que ver con que deseemos irnos a la cama, mesa o sofá más cercano y arrancarnos la ropa? No estamos confundiendo fantasía con realidad, Georgie. No se trata de que tengamos o no una relación de verdad. No, esto es mucho más elemental. Te veo y quiero hacerte mía.
–¡Matías… para!
–¿Por qué? ¿Te estoy excitando?
–¡No! ¡No te deseo! ¡Estás equivocado!
La desesperación de su voz era patética, pero continuó.
–¡Tu madre nos está esperando! Yo… Va a venir en cualquier momento. Y va a querer saber qué está pasando…
–No va a venir –le aseguró Matías en tono suave y ligeramente divertido–. Nos va a dejar solos para que nos divirtamos. ¿Por qué crees que nos ha mandado a la playa? ¿Por qué piensas que ha insistido en que durmamos juntos?
–¡Pues no nos va a encontrar haciendo nada juntos! Olvídate de ese beso.
–¿Por qué? –le preguntó él con las cejas arqueadas.
–Porque yo no soy como tú, Matías. Yo no tengo relaciones de una noche.
–¿Lo has probado alguna vez?
–No me hace falta. Sé cuando algo no es para mí.
–¿Prefieres dibujar en tu mente al hombre perfecto y esperar a ver si la realidad se adapta a las exigencias de tu cabeza?
–No hay nada de malo en saber lo que una quiere en una pareja.
–¿Y cómo te funcionó eso la primera vez, Georgie? ¿Cómo te ha funcionado desde entonces?
–Eso no es justo.
–Lo sé –admitió Matías–. Perdóname, pero en ocasiones hay que olvidarse de lo que uno tiene planeado y tomar lo que uno quiere.
–Yo no. Robbie no era la persona adecuada. Sé que me dejé llevar por la opinión de mis padres, y sé que desde Robbie no me he atrevido a salir con nadie, pero pienso que es lo normal después de lo que me ocurrió. No obstante, eso no significa que tenga que hacer algo solo porque… porque…
–¿Porque te apetece?
Matías se encogió de hombros y se apartó de ella. Georgina quiso que volviera, tenerlo más cerca, y luchó contra el impulso de ser ella la que se acercase a él.
–Que algo te apetezca no significa que tengas que ir a por ello. No soy una niña en una tienda de caramelos.
–Siempre te has empeñado en ser seria, en no disfrutar de todo lo divertido que tiene la vida.
Georgina se dio cuenta de que, en realidad, a Matías le daba todo igual.
Se sentía atraído por ella y era consciente de que la atracción era recíproca, no tenía sentido intentar negarlo.
Pero de ahí a acostarse con él…
¡No podía hacerlo!
–¡Que te rechace no significa que no me guste divertirme! Matías, eres… el hombre más egoísta que he conocido en toda mi vida.
–Está bien.
–¿Está bien? ¿No tienes nada más que decir?
–¿Qué más quieres que te diga, Georgie?
–Nunca te has sentido atraído por mí –le dijo ella, poniendo los brazos en jarras, pero asegurándose de no levantar la voz para que Rose no los oyera.
Matías la miró con la cabeza inclinada hacia un lado, pensativo.
–Porque siempre te has esforzado en ser fastidiosa, Georgie. Te has empeñado en vestirte como una hippy con una causa por la que luchar. ¿Por qué no le has sacado nunca partido a tu aspecto?
–¿Cómo te atreves?
–Has sido tú la que has empezado con esta conversación. No finjas sentirte insultada ahora que no te gusta el camino que está tomando. Eres una mujer muy sensual, pero nunca me había fijado en ti porque siempre has escondido tus voluptuosas curvas debajo de esa ropa.
¿Sensual? ¿Voluptuosa? Georgina no daba crédito a lo que estaba oyendo, pero no podía evitar derretirse por dentro. Su cuerpo la estaba traicionando, respondiendo a los superficiales cumplidos de Matías como si fuesen de verdad.
–Solo tienes una cosa en mente cuando miras a una mujer, ¿verdad? –inquirió Georgina.
Aquello no pareció molestarlo lo más mínimo.
–Podríamos seguir dando vueltas en círculo eternamente, Georgie.
La agarró del brazo y ella se apartó como si hubiese sufrido una descarga eléctrica.
–Por mucha privacidad que quiera darnos mi madre, antes o después sentirá curiosidad y saldrá a ver si nos ha pasado algo.
Lo que dejó la conversación a medias. Georgina había intentado zanjarla, pero no había podido. Le había dicho a Matías que no le interesaba una aventura con él, pero la sensación que tenía no era de satisfacción.
Georgina pasó el resto de la tarde en un constante estado de agitación. Era como si la hubiesen metido en una lavadora en el momento del centrifugado. Todas las ideas preconcebidas que había tenido sobre Matías eran falsas y tampoco sabía qué pensar de los preciados principios morales que había tenido hasta entonces con respecto a las relaciones.
No podía dejar de pensar en todo lo que Matías le había dicho.
Cada vez que Matías la tocaba, se estremecía. Su voz profunda y sexy le causaba escalofríos. El orgulloso ángulo de su cabeza y la belleza de su rostro le provocaban pensamientos prohibidos.
Y no tardarían en marcharse de allí los dos juntos. Matías iba a pasar la noche en su casa. En otra habitación, pero… La idea de estar a solas con él después de lo que le había dicho, con la atmósfera tan cargada entre ambos, la aterraba.
Participó en la conversación de manera casi ausente.
Hasta que oyó que Rose le preguntaba por la sesión de fotos.
–¿Cómo crees que van a salir las fotografías de mis zanahorias y de mis espárragos?
Estaba sonriendo a Matías.
–No sabes el talento que tiene –le explicó–. Y siempre hace todo lo posible por promocionar nuestros productos.
–He visto algunas muestras de su trabajo –le respondió él, mirando a Georgina–. Es increíble.
Ella se ruborizó, complacida y avergonzada al mismo tiempo. Y se lanzó a hablar de la cocinera que la había contratado para la sesión de fotos.
–En cualquier caso –terminó, pensando que por fin tenía una excusa para no pasar el día siguiente con Matías–, la sesión es mañana y tendré que pasar la tarde en su casa enseñándole las fotografías, escuchando sus opiniones. Así que…
Se giró hacia Matías y le sonrió. Él arqueó las cejas sin inmutarse.
–Será la oportunidad perfecta para que te pongas al día con todo ese trabajo que me has dicho que tienes pendiente… –continuó, y después se giró hacia Rose–. Es un adicto al trabajo… A veces tengo que obligarlo a que apague el ordenador. Como no cambie esa costumbre vamos a terminar muy mal. Es la típica cosa que estropea una relación. Ya sabes lo que nos gusta a las mujeres que nos presten atención… y un hombre enamorado de su trabajo… Bueno…
Rose la miró pensativa.
–Podrías llevarte a Matías mañana, estoy segura de que a Melissa no le importará conocer a tu novio, Georgie. Y Matías… Georgie tiene razón, las relaciones se basan en el compromiso. Te vendría bien verla en acción.
–Pero va a hacer mucho calor –protestó Georgina–. Y además vive en lo alto de una colina y a mí me gusta ir andando para hacer ejercicio, pero a Matías no le gusta nada andar.
–Podría empezar mañana –respondió Matías sin inmutarse–. No creo que sea una colina demasiado empinada. Tal vez no sea capaz de subir el Everest, pero estoy en forma como el que más, cariño, como bien sabes.
Rose parecía encantada. Matías, divertido. Y Georgina… no podía más, aunque sabía que se estaba comportando como una tonta.
Al fin y al cabo, Matías no iba a ir detrás de ella como un adolescente persiguiendo a la reina de la fiesta. Podía tener a la mujer que quisiera y, si la deseaba a ella porque en esos momentos estaban muy cerca e iba vestida de manera menos informal de lo habitual, eso no tardaría en cambiar.
–Buen intento –fue lo primero que dijo Matías de camino a su casa–. Soy un adicto al trabajo con el que vas a terminar mal porque, mientras que tú quieres que te dedique tiempo, yo solo me dedico a trabajar…
Hacía una noche húmeda y tranquila. Georgina mantuvo las distancias, pero aun así podía sentir la presencia de Matías cerca.
–Es verdad. Eres un adicto al trabajo… Solo he dicho algo que es obvio.
–Pero se ha notado mucho que querías deshacerte de mí mañana. ¿Te pone nerviosa la idea de que estemos los dos juntos en la misma casa?
–¡No! Ya te he dicho que no creo en… en…
Georgina vio su casa y se sintió aliviada. Habían decidido ir andando en vez de en coche y estaba deseando llegar para encerrarse en su dormitorio y que él se metiese en la habitación de invitados que le había preparado.
–¿El sexo sin compromiso? No te preocupes, no voy a llamar a tu puerta en mitad de la noche…
Eso provocó que a ella se le llenase la cabeza de imágenes peligrosas.
–Y también te dejaré tranquila durante el día, para que hagas lo que tengas que hacer, porque tienes razón, tengo que trabajar. Me voy a acercar a Padstow, donde llevo pensando comprar un negocio desde hace un par de meses. Así que relájate. Nunca me han atraído las mujeres que se resisten.
Llegaron a la casa y él se apoyó en la puerta mientras ella la abría y entraba delante de él. Como Matías no terminaba de entrar, Georgina se giró hacia él.
Su mirada era fría.
–Estaré listo a las seis para dar ese paseo del que tal vez no sea capaz porque solo me dedico a sentarme en la parte trasera del coche para que me lleven de un lado a otro.
–Matías…
–Buenas noches, Georgie. Que duermas bien en tu cama vacía.
Y, dicho aquello, desapareció en dirección al despacho del padre de Georgina, que estaba en la otra punta de la casa, dejándola sola, para que pasase la noche dando vueltas en la cama, preguntándose en qué parte de la casa estaría él y si estaría pensando en ella. Cuando se durmió era más de medianoche.
Al día siguiente, Georgina se dedicó casi únicamente a trabajar. Tal y como le había dicho Matías el día anterior, él se había marchado, pero su ausencia no alivió el alboroto que tenía en la cabeza, que todavía se agitó más cuando lo vio aparecer en la puerta de su estudio, sin previo aviso, poco después de las seis.
Ella estaba preparada para marcharse y había decidido no ponerse ropa femenina. Había demasiada humedad en el ambiente y el camino hasta la casa de Melissa sería todavía más duro si se vestía de manera frívola.
Él también iba vestido con unos vaqueros desgastados, un polo de manga corta gris oscuro y botas de andar. Durante unos segundos, Georgina se olvidó de todo y se limitó a mirarlo, era tan guapo… pero después se recuperó y empezó a recoger todo lo que tenía que llevarse: la tablet, la carpeta y la cámara, todo metido en una mochila impermeable que Matías enseguida le arrebató.
–Yo lo llevaré –le dijo–. Soy más fuerte de lo que parezco.
Sonrió y ella le devolvió la sonrisa, aliviada al ver que, al parecer, habían logrado una tregua. Ella, que se había pasado la vida discutiendo con Matías, sentía de repente que no quería tenerlo lejos.
Matías la siguió hasta su viejo coche y, una vez dentro, se giró a mirarla.
–Háblame de tu amiga Melissa.
Estaba serio y parecía interesado de verdad, y Georgina lo odió. Se preguntó cómo iba a afrontar aquel cambio. Echó de menos que la mirase con el interés con el que un hombre miraba a una mujer. Echó de menos sentir que se derretía al oír su voz.
Le preguntó qué tal le había ido el día, decidiendo ser educada, igual que él, pero, cuando aparcaron el coche y echaron a andar por la colina, en dirección a la casa de Melissa, la conversación se terminó porque hacía demasiado calor.
Por una vez, Georgina se sintió demasiado cansada para disfrutar del paisaje que los rodeaba. Normalmente recorría el camino despacio, pero en aquella ocasión se sintió aliviada al llegar y ver que les abrían la puerta de la casa.
Melissa estaba completamente en armonía con su entorno. Era evidente que Georgina no se había fijado en eso y él tampoco habría tenido tiempo para fijarse en la excéntrica imagen de la cocinera dos meses antes. Le habría recordado demasiado a su pasado.
Pero en los últimos días todo había cambiado. Estaba volviendo a conectar poco a poco con su madre y eso implicaba escucharla y que ella le contase las idas y venidas de su vida diaria, detalles que él no había conocido hasta entonces. En esos momentos podía entender que Georgina hubiese decidido contar aquella mentira piadosa que los había colocado donde estaban en esos momentos, y no se arrepentía de formar parte de ella.
Georgina se puso a trabajar y se olvidó del tiempo hasta que Matías apareció en la puerta de la cocina.
–Creo que las dos deberíais venir aquí a ver algo –dijo.
Georgina levantó la vista y parpadeó. Tardó un par de segundos en reaccionar, pero, al igual que Melissa, supo a qué se refería Matías. Ambas estaban acostumbradas a los cambios de tiempo en aquella parte del mundo y miró a su amiga con preocupación.
–¡Lo sabía! –exclamó Melissa, poniéndose en pie, estirándose y recogiéndose la larga melena en una cola de caballo–. Esta tarde he hablado por teléfono con mi hermano y le he dicho que estaba haciendo demasiado calor y había demasiada humedad.
Se echó a reír y fue hacia la puerta de la cocina.
–Quedaos aquí los dos. Yo voy a subir al piso de arriba a comprobar que todas las ventanas están cerradas.
–Melissa… –respondió Georgina, poniéndose en pie de un salto–. Tenemos que marcharnos…
El cielo se iluminó con un relámpago y pocos segundos después se oyó un trueno tan fuerte que Georgina se sobresaltó. Se acercó a Matías, que estaba cerrando la puerta de la cocina y las ventanas porque estaba empezando a llover con fuerza.
Ella corrió hacia la ventana y miro hacia afuera. Un manto de lluvia cubría el horizonte. El cielo, que había estado azul durante semanas, se había puesto negro. El viento era huracanado. Ya no podían bajar andando hasta el coche.
–No merece la pena preocuparse por el tiempo –comentó Matías a sus espaldas.
Se miraron a los ojos en el reflejo del cristal mientras en el exterior se desataba la tormenta. Georgina se estremeció y, durante unos segundos, no pudo apartar la vista de él.
–Matías, no lo entiendes… –le dijo, pasando por su lado y girándose después a mirarlo.
–Está lloviendo, ¿y qué? –respondió él, encogiéndose de hombros–. Se me había olvidado lo rápidamente que ocurre eso aquí.
–Es un desastre… –murmuró ella.
Matías estaba allí como si no tuviese ninguna preocupación en la vida, pero iba muy poco a Cornualles y no recordaba lo virulentas que podían llegar a ser aquellas tormentas. Él vivía en la ciudad, donde el tiempo era mucho más clemente.
–Tienes que reconsiderar tu definición de la palabra «desastre» –le dijo él, dejando su vaso en el fregadero antes de girarse a mirarla.
Entonces volvió a entrar Melissa en escena.
–¡Todas las ventanas están cerradas! –gritó contenta–. ¡Nunca había visto nada igual! Aunque tenía que habérmelo imaginado. Estaba haciendo demasiado calor y todo el mundo decía que iba a haber tormenta.
–Hablar de una tormenta es quedarse corto, ¿no? –le respondió Georgina esbozando una sonrisa y siguiendo a su amiga hasta la nevera para sacar todo lo necesario para preparar la cena.
–¡Es tremendo! –añadió Melissa, mirando hacia donde estaba Matías–, pero no te preocupes.
Le guiñó un ojo.
–Los que vivís en la ciudad tenéis que ver cómo es la vida en esta parte del mundo. Ahora, apartaos los dos, os voy a cocinar una cena gourmet y después podréis instalaros en la habitación que os he preparado.