MELISSA les había preparado una habitación…
Se suponía que eran pareja, así que Georgina no podía contarle a su amiga lo mucho que la horrorizaba la idea de compartir habitación con Matías. ¿Qué pareja joven dormía separada?
Melissa se habría echado a reír si le decía que prefería no dormir con él, habría pensado que le estaba tomando el pelo. Vivían en un pueblo. ¿Cuánto tardaría todo el mundo en enterarse de que la pareja de enamorados se comportaba como si fuesen dos desconocidos?
Era un riesgo que no podían correr…
Así que Georgina casi no pudo disfrutar de la cena que Melissa les había preparado. Hizo los comentarios que se esperaban de ella y alabó los ingredientes utilizados para la preparación, que habían sido proporcionados por Rose, producidos en su granja.
Sabía que Matías estaba comportándose de manera especialmente encantadora. A pesar de ser despiadado e incapaz de sentir ninguna emoción, también podía ser persuasivo y, al final de la velada, con la lluvia todavía golpeando los cristales, sin ninguna esperanza de que pudiesen salir de allí y bajar andando hasta el coche, Melissa era un miembro más de su club de fans.
–Es increíble –le susurró a Georgina mientras subían las escaleras–. Sinceramente, Georgie, estaba empezando a pensar que no ibas a recuperarte nunca.
–¿Increíble? –repitió ella–. Me sorprende que digas eso. Es la persona menos relajada y tranquila que conozco. Además, se pasa el día trabajando y solo tiene tiempo para hacer dinero.
–¡Lo sé! –respondió Melissa sonriendo–. Y me encanta que, a pesar de eso, no haga alarde de ello. Es estupendo encontrar a un hombre honesto. Además, nosotras también somos adictas al trabajo, a nuestra manera, ¿no crees?
–¿Qué quieres decir?
Georgina no se podía creer lo que estaba oyendo, a ese paso, iban a canonizar a Matías esa misma noche.
–Bueno, no sé tú, pero a mí me cuesta mucho salir de la cocina. Charlie siempre se queja de que no vamos al cine ni de excursión porque siempre estoy intentando idear algún plato nuevo. Y tú eres una esclava de la cámara. ¿Cuántas veces me has contado que te has pasado un sábado entero mirando fotografías y trabajando?
–Eso es diferente –le respondió Georgina, incómoda.
–No, no lo es. Es fantástico que hayas encontrado a tu alma gemela. Es evidente que entre vosotros hay una conexión especial.
Llegaron a la habitación de invitados y Melissa abrió la puerta.
Lo único que pudo ver Georgina fue la cama de matrimonio.
–Sé que te gusta tener espacio… –dijo Georgina, girándose hacia Matías–. Seguro que a Melissa no le importa que duermas tú aquí solo, porque la cama es muy pequeña. Matías necesita espacio…
Miró a su amiga, pero sin mirarla a los ojos, sintiendo de nuevo lo difícil que era mentir.
–¿Verdad, cariño? Es que no para de moverse en la cama –le explicó a Melissa.
No iba a compartir cama con él. En especial, teniendo en cuenta la tensión que había entre ambos. ¡Imposible!
–Tú roncas –replicó él–, y no me quejo.
–¡Me encanta! –exclamó Melissa, mirándolos con los ojos muy brillantes–. Me encanta que os sintáis tan cómodos el uno con el otro.
–No quiero decepcionar a nuestra anfitriona –comentó Matías, zanjando la conversación.
Se acercó a Georgina y puso un brazo alrededor de sus hombros. Su calor hizo que ella perdiese el control.
–Os he dejado toallas encima de la cama –añadió Melissa antes de marcharse a su propia habitación–. Hay agua caliente y… Georgina, te he dejado una de mis camisetas en el baño y puedes utilizarla si quieres…
Georgina se había quedado pálida. Matías se había acercado a mirar por la ventana, para ver cómo seguía lloviendo, y a ella le costaba pensar. El hecho de que él pareciese estar tan tranquilo la enervaba todavía más.
La puerta se cerró detrás de Melissa y Georgina se cruzó de brazos y lo miró horrorizada. Él, por su parte, no parecía tener la más mínima preocupación. No parecía incómodo con la situación.
–Olvídalo –le dijo.
–¿El qué? –preguntó ella.
–Hacer el papel de virgen escandalizada. Yo no he hecho nada para que cambie el tiempo y tu amiga ha sido muy amable al ofrecernos una habitación en la que pasar la noche. He llamado a mi madre y se lo he contado.
–¡No te he visto hacerlo!
–Porque estabas demasiado preocupada dándole vueltas a la idea de tener que compartir habitación conmigo.
Matías se estaba desabrochando la camisa y ella devoró su pecho con la mirada. Se le aceleró el pulso. Sintió que se iba a quedar sin respiración.
–¿Por qué piensas que ha sido? –murmuró él–. ¿No me crees capaz de controlarme después de haber admitido que me gustas? ¿No me crees cuando te digo que nunca le ruego a una mujer que se meta en mi cama?
Georgina balbució algo. Sabía lo que quería decir, la persona que quería ser, pero no era capaz. Estaba demasiado nerviosa y su lenguaje corporal lo decía todo.
–Por supuesto que te creo. ¡No se trata de eso!
–Tal vez no confíes en ti misma. ¿Es eso, Georgie? ¿Piensas que si estás demasiado cerca de mí no vas a poder controlarte?
–¡Esa es la mayor estupidez que he oído en mi vida! ¡No se puede ser más egocéntrico!
–Así soy yo, ¿no? Diga lo que diga, haga lo que haga, soy un cretino egocéntrico y siempre lo seré, ¿verdad?
A Georgina no le gustó oír aquello porque no era verdad. Tal vez en el pasado hubiese pensado así de él, pero las cosas habían cambiado. Al fin y al cabo, Matías no era un mal hijo que nunca visitaba a su madre y que solo se preocupaba de hacer dinero.
Lo había visto interactuar con Rose y había vislumbrado al hombre vulnerable que había detrás de la fría máscara. Matías la había hecho reír con su sentido del humor y su ingenio y la había sorprendido con su inteligencia y conocimientos.
Cuando ella no lo provocaba para que discutiesen, Matías le dejaba ver al hombre que ella siempre había sabido que era, muy en el fondo. El hombre que todavía conseguía cautivarla. Además, era muy atractivo y Georgina nunca se había sentido así… En resumen, que no era ni arrogante ni egoísta.
Tuvo que ser sincera con él.
–No eres así.
Matías la miró con sorpresa.
–¿Qué quieres decir?
–Que pensaba que eras de otra manera –se explicó ella, incómoda, humedeciéndose los labios con nerviosismo, pero decidida a contarle lo que pensaba de él–. Pensaba que eras frío y que no tenías sentimientos porque venías muy poco por aquí. Pensé que eras otro tipo arrogante al que solo le interesaba hacer dinero y ser rico, sin más, pero tú no eres así. Te he visto con Rose y…
Se ruborizó y tuvo que dejar de hablar.
–¿Y qué? –le preguntó él.
–Tienes detalles con ella… y la ayudas cuando piensas que lo necesita. Eres atento. Pienso que tienes la sensación de estar acercándote a tu madre y que quieres intentar acortar la distancia que había entre vosotros. Alguien arrogante y egoísta nunca haría algo así.
Georgina se preguntó si habría hablado demasiado. La expresión de Matías era fría y distante. Era imposible adivinar lo que estaba pensando.
–Y te he visto cómo miras la casa, buscando qué necesita sustituirse o repararse, sin que Rose se dé cuenta. Así que no, no eres un cretino egoísta. Aunque…
–¿Aunque…?
–Sigues teniendo la autoestima demasiado alta. Así que, si tenemos que compartir habitación, no quiero que te muevas de tu lado de la cama.
Georgina se cruzó de brazos y levantó la barbilla.
Matías se echó a reír y después desapareció en el baño.
No tenían ropa para cambiarse. Georgina vio la camiseta que Melissa le había dejado, junto con unos pantalones cortos de algodón. Ambos eran de la talla de una mujer mucho más delgada, pero no tenía elección.
No sabía cuánto tiempo iba a tardar Matías, pero la idea de darse una ducha justo después de él hizo que se le erizase el vello.
Así que salió de la habitación y fue de puntillas hasta el cuarto de baño que había en el pasillo. La casa era pequeña, pero estaba muy bien equipada y bien decorada, aunque Georgina estaba demasiado nerviosa como para admirar los azulejos, el espejo ornamentado que había encima del antiguo lavabo o la bañera.
Melissa debía de estar en el piso de abajo, experimentando en la cocina. Georgina sabía que su amiga se acostaba tarde. No obstante, se dio una ducha rápida y volvió al dormitorio antes de que Matías terminase.
La camiseta de Melissa se le pegaba a los pechos y los pantalones no le servían.
Se metió en la cama con todas las luces de la habitación apagadas y cerró los ojos con fuerza. Su corazón estuvo a punto de dejar de latir cuando oyó que se abría la puerta del cuarto de baño y salía Matías, que se metió en la cama, a su lado. La habitación estaba a oscuras y la lluvia seguía golpeando los cristales, creando una situación extrañamente romántica.
Georgina tuvo la esperanza de que Matías dijese algo, que hiciese un comentario sarcástico, irritante o divertido. Algo. Pero no lo hizo.
Se tumbó de lado, haciendo que el colchón se inclinase y que ella tuviese que hacer un esfuerzo por mantenerse donde estaba. El silencio de Matías era asfixiante. Georgina se preguntó si estaría dormido y se quedó escuchando su respiración y la suya propia…
Georgina no supo cuándo se había quedado dormida, pero sí supo cómo se despertó.
La habitación todavía estaba a oscuras y ella se sintió desorientada durante unos segundos. Seguía lloviendo, pero no tan fuerte. Necesitaba ir al cuarto de baño, así que juró entre dientes y fue de puntillas, con mucho cuidado, porque no quería encender ninguna luz.
No podía haberse esforzado más en no hacer ruido, pero el sonido de la cisterna y del agua del grifo al lavarse las manos retumbó como las campanas de una iglesia un domingo por la mañana.
Así que volvió a la cama en tensión, con la mirada clavada en el bulto inerte que había en ella, casi sin respirar, pero tropezó con una prenda de ropa que había en el suelo, se tambaleó y cayó hacia delante.
Tuvo un segundo de consternación y después ya vio a Matías, que había salido de la cama, había encendido la luz y se había puesto en cuclillas delante de ella antes de que le diera tiempo a decirle que estaba bien.
Georgina sintió tanta vergüenza que no se atrevió a mirarlo.
–¿Qué ha pasado?
–¡Nada! No ha pasado nada –respondió ella, incorporándose y poniendo gesto de dolor–. He ido al baño. Siento haberte despertado, pero no quería dar la luz.
–Deja que te eche un vistazo.
–¡Vete! ¡Vuelve a dormir!
–No seas tonta, Georgie.
Georgina no respondió. Era consciente de que llevaba muy poca ropa puesta y la camiseta le quedaba pequeña. Por no mencionar que estaba en ropa interior porque ni siquiera había podido meterse los pantalones de Melissa. Era consciente de que sus piernas, sus muslos y sus pechos estaban al descubierto. Nunca había sido tan consciente de su propio cuerpo.
Se incorporó de un salto y volvió a caer dando un grito de dolor.
Ya no protestó cuando Matías la levantó en volandas y la llevó a la cama, dejándola encima con sumo cuidado, como si fuese a romperse. También tuvo el detalle de apagar la luz del techo, aunque después encendió la de la lamparita que había junto a la cama.
Georgina mantuvo los ojos cerrados mientras Matías le examinaba el pie, presionando en varios lugares y preguntándole si le dolía.
–Sobrevivirás –le dijo en tono seco.
Ella lo miró. Solo llevaba puestos los calzoncillos. Era tan guapo que estuvo a punto de desmayarse. Tenía el corazón acelerado y sabía que él se había dado cuenta porque también parecía estar muy tenso.
Matías se dio la vuelta.
–Matías… –lo llamó ella.
–¿Qué…?
–Nada.
–¿Nada? En ese caso, bajaré a trabajar un rato –le dijo él sin mirarla–. Así podrás dormir tranquila y no tendrás que salir a hurtadillas si necesitas utilizar el baño.
Empezó a vestirse y Georgina lo observó en silencio, sintiéndose segura bajo la ropa de cama.
«Tal vez no quiera que te marches… Tal vez no quiera dormir tranquila… Tal vez no pueda dormir tranquila ni hacer nada tranquila teniéndote cerca… Tal vez, solo tal vez, esté harta de luchar contra esto que hay entre nosotros y que, para mí, ha estado ahí siempre…».
Deseó decirle todo aquello, pero no lo hizo.
Apretó los puños, contuvo la tentación y guardó silencio.
Él no tardó en marcharse. Se vistió con rapidez y salió de la habitación sin mirar atrás, y, cuando la puerta se hubo cerrado, Georgina se dejó caer sobre la almohada y cerró los ojos.
Sabía que todavía era muy temprano. Sabía lo que vería fuera cuando amaneciese. La tormenta habría transformado el paisaje en un triste lago gris.
Pero estaba allí.
Y Matías también estaba allí.
Él nunca le rogaría, ni intentaría convencerla. Ella no le importaba nada, aunque la viese de manera diferente y estuviesen obligados a pasar tiempo juntos.
Era solo una novedad. No tenían nada que ver el uno con el otro. Y ella no podía tener más motivos para no hacer lo que estaba a punto de hacer.
Salió del dormitorio y bajó las escaleras, dejándose llevar por su cuerpo.
Conocía la casa y sabía dónde encontrarlo. En el despacho de Melissa o en la cocina. Se decidió por la segunda y dio en el clavo. Allí estaba él.
Georgina se detuvo en el umbral de la puerta y contuvo la respiración. Tenía el corazón acelerado. Matías estaba mirando por la ventana, por la que solo se veía el exterior cuando había algún relámpago.
Todavía estaba medio desnudo, aunque se había puesto los pantalones vaqueros. Su espalda era musculosa y morena, preciosa.
Georgina se acercó y supo que él había sentido su presencia porque se había puesto tenso y después se giró despacio.
–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó Matías, rompiendo el silencio.
No estaba trabajando, estaba a oscuras. Georgina se preguntó si habría estado pensando. Tal vez en ella.
Y se aferró a aquella idea porque le daba el valor necesario para estar allí.
Él se dio cuenta de lo que quería.
Se acercó y bajó la vista a sus pechos, enfundados todavía en la camiseta demasiado pequeña. Después levantó la vista a sus ojos.
–¿Y bien?
Dio otro paso más hacia ella, lentamente.
–¿Quieres beber algo? ¿Agua?
–No podía dormir –le respondió Georgina en un susurro, acercándose a él.
–¿No?
Matías se detuvo muy cerca y ella supo que tendría que dar el último paso. Él había puesto sus cartas encima de la mesa, le había dicho que la deseaba, y ella lo había rechazado. En esos momentos tenía la sartén por el mango y aquella era su manera de decirle que, si quería algo con él, tendría que ser ella la que se acercase.
Georgina se dijo que estaba allí y que iba a hacerlo.
–No, es que he pensado…
–Pensar puede ser peligroso en ocasiones.
–Muy peligroso –dijo ella, acercándose más y apoyando una mano en su pecho–. Porque he pensado en ti, en que te deseo. Matías, sé que eres un hombre peligroso, pero quiero saber, necesito saber…
Se interrumpió y dudó un instante, pero no apartó la mano.
–¿Quieres saber lo que es hacer una escapada al lado salvaje?
–Más o menos –murmuró ella en tono inaudible.
Separó la mano de su pecho sintiendo que Matías iba a rechazarla, pero él se la agarró y la acercó a su cuerpo un poco más, lo suficiente para sentir el calor de su aliento en la cara.
–Tienes razón, Georgina, soy peligroso. Y lo que estás haciendo en estos momentos… se llama jugar con fuego.
–Lo sé –admitió ella–, pero tal vez haya vivido demasiado tiempo con cautela, sin correr ningún riesgo. Y tal vez eso sea lo más sensato, pero a veces es demasiado aburrido. No cumples ninguno de los requisitos que son importantes para mí…
–¿Y a quién le interesa eso?
–A mí –le dijo ella–. Sobre todo, después de Robbie. Tuve la sensación de haberme colado a través de la red. Tienes razón. A mis padres les parecía bien y yo supongo que, en esos momentos, era algo importante para mí. Al fin y al cabo… llevaba toda la vida sin cumplir sus expectativas. O eso sentía yo. Nunca había sido lo suficientemente inteligente, así que cuando llegó Robbie y les pareció bien, pensé… pero…
«Pero tú siempre estuviste ahí. Y tal vez intenté escapar de eso con Robbie».
Pensó que, quizás, si hacía aquello, si daba aquel paso, si hacía el amor con aquel hombre, después podría olvidarse de él. Lo desconocido siempre era atractivo y Matías era algo desconocido para ella, pero, si lo conocía mejor, se daba cuenta de que no era lo que quería, dejaría de soñar con él.
–¿Y después?
–Después todo salió mal y yo me dije que jamás volvería a cometer el mismo error, que la siguiente vez saldría con alguien que fuese para mí. Alguien que tuviese todas las cualidades que yo busco. Alguien como yo.
–¿Pero ahora te gusta la idea de jugar con fuego…?
–¿Tú has jugado con fuego alguna vez?
–No en el sexo –murmuró Matías–. He estado al borde del abismo un par de veces, pero me gusta tener las cosas claras cuando se trata de mantener relaciones. Tenemos que subir a la habitación, Georgie. Necesitamos una cama…
Sus miradas se encontraron, solo se oía de fondo el ruido de la lluvia en los cristales y Georgina sintió que algo cambiaba en su interior. Se dijo que aquello era lo que ocurría cuando uno tomaba una decisión y ya no había marcha atrás.
Entonces, ¿iba a correr el riesgo? Aquella relación falsa era lo más parecido a una aventura que había vivido en muchos años. Aquel hombre que tenía delante era lo más emocionante que le había pasado todavía en más tiempo. No era la persona adecuada para ella y no intentaba fingir lo contrario. Ella le atraía porque… Georgina no sabía por qué, pero, al parecer, le gustaba… Y a ella le gustaba él. Le encantaba. Siempre había sido así.
Podía luchar contra aquella atracción, pero aquel era su momento. Si le daba la espalda, Matías no miraría atrás, pero ella se quedaría siempre con la duda. Él no, pero ella, sí. Matías quería una cama y ella también.
Pero antes…
Pasó las manos por sus muslos, tocó su erección y se sintió fuerte y poderosa. Apoyó la mano en ella y notó que Matías se estremecía, aunque no se movió durante unos segundos. Después la agarró del pelo y le hizo levantar el rostro.
–Piénsatelo bien –le advirtió–, porque vas a salir de tu zona de confort. Mi madre piensa que tenemos una relación, pero nosotros sabemos la verdad…
–Lo entiendo, Matías. Sé que esto no es real. No te preocupes, no me voy a confundir ni me voy a engañar –le respondió.
–Vamos arriba –dijo él, con la respiración entrecortada–. Necesito quitarme los pantalones. Necesito sentirte… probarte… amarte… Quiero estar dentro de ti, Georgie, no puedo esperar más.
–Matías…
–Sí…
La besó apasionadamente, hasta dejarla sin respiración.
–Me encanta cuando dices mi nombre así… como si me desearas tanto como te deseo yo a ti… Te haría mía aquí mismo, encima de la mesa de la cocina, pero tendremos que dejar esa aventura para cuando tengamos más intimidad.
Se apartó de ella y la devoró con la mirada.
–Por el momento… vamos arriba…