Capítulo 11

 

 

 

 

 

A ARIANNA le dolían las rodillas de estar arrodillada delante de un maniquí cosiendo el bajo de un vestido. Le dolía la espalda y los dedos entumecidos de tanto coser, pero su modista no daba abasto, y a menos de una semana para el desfile Arianna empezaba a sentirse acosada por las dudas.

–Habíamos quedado en que no trabajarías más allá de las nueve –la voz de Santino tuvo el efecto acostumbrado de acelerarle el corazón.

Arianna se quitó un par de alfileres de entre los labios antes de ponerse en pie y volverse. Santino se había quitado el traje que le había visto ponerse por la mañana y llevaba unos vaqueros negros, un jersey gris y una chaqueta de cuero que le daba un atractivo aire de chico malo.

–Tengo que acabar esto –dijo ella. Pero Santino negó con la cabeza.

–No, cara. Tienes que volver a casa y darte un relajante baño.

Una ráfaga de placer recorrió a Arianna al oír la palabra «casa», que había compartido con él durante el último mes a pesar de que seguía pagando su viejo apartamento hasta encontrar otro. Pero había estado demasiado ocupada con los preparativos del desfile, y a Santino no le había gustado ninguno de los apartamentos que había visto online.

Arianna sabía que no debía llegar a creer que aquella situación era permanente; o que Santino quería algo más con ella que sexo sin ataduras. Pero, cuando él le sonreía como en aquel instante, o la besaba con una ternura que la derretía, no podía evitar preguntarse si no la amaba un poco. Por su parte, ella lo amaba con todo su corazón por más que la voz de su conciencia le advirtiera que iba a sufrir espantosamente.

Lanzó una mirada al maniquí.

–El desfile es en tres días y tengo mucho que hacer. Solo necesito cinco minutos. No estoy cansada –insistió.

–Por eso mismo debes irte pronto a la cama –dijo él insinuante.

Lo cierto fue que ni siquiera llegaron al dormitorio. Santino la abrazó y besó ávidamente en el ascensor del aparcamiento a su piso. Una vez dentro, se quitaron la ropa a ciegas y Santino le hizo el amor en el sofá con un ardor que la arrastró dos veces al clímax, antes de dejarse llevar él con un profundo gemido.

Por la mañana temprano, Arianna se despertó sobresaltada al oír gritar a Santino. Se incorporó y encendió la luz de la mesilla. Santino estaba a su lado, con las sábanas enredadas a la cadera, moviendo la cabeza agitadamente. Tenía los ojos cerrados y la respiración entrecortada. Cuando ella le tocó el hombro, abrió los párpados y la miró con expresión perdida.

–Tenías una pesadilla –explicó ella con dulzura.

–Perdona que te haya despertado –dijo él, pasándose una mano por el cabello.

Arianna se mordió el labio inferior y preguntó:

–¿Era sobre tu paso por Afganistán?

–No –dijo él con un resoplido–. Soñaba con mi padre –tras una pausa, continuó–. Ya te dije que tras la muerte de mi madre se dio a la bebida… Una noche desapareció de casa y al ver que no volvía, me preocupé. Fui a la playa a la que solía ir con mi madre…

–¿Lo encontraste?

Sí. Se había metido en el agua vestido. Era invierno y había unas olas enormes. Para cuando lo alcancé estaba inconsciente. La fuerza del mar nos arrastraba contra las rocas, pero finalmente conseguí sacarlo a la arena. Y me dio un puñetazo.

–¿Por qué? –preguntó Arianna indignada.

–Por haberle salvado la vida. Quería morir y reunirse con mi madre –Santino apretó los dientes–. La amaba tanto que ni siquiera sus hijos le importábamos lo suficiente –se rio con amargura–. Eso es lo que hace el amor: debilitar y destruir a la gente.

Arianna bajó la mirada.

–Puede que haga eso a algunas personas, pero a otras las fortalece.

Respiró profundamente. La historia de Santino la había conmovido. Era comprensible que desconfiara de las emociones intensas. Pero estaba segura de que sentía algo por ella. En los últimos días, cada vez que hacían el amor su unión era tan completa que no podía ser puramente física. Escuchar la historia de sus padres le había permitido entender por qué Santino estaba tan decidido a dominar sus sentimientos, pero el que se hubiera abierto a ella tenía que significar algo.

A mí el amor me ha hecho más fuerte –susurró–. Te amo, Santino.

–No deberías –dijo él fríamente–. Te dejé claro que no quería nada serio –sus ojos verdes chispearon en la penumbra–. Cualquier noción romántica que tengas respecto a mí es una fantasía. Ni creo en los finales felices ni estoy enamorado de ti.

Arianna sintió una puñalada en el corazón, pero no quiso perder la esperanza.

–No puedes negar que estas semanas hemos sido muy felices –musitó.

Claro, hemos tenido un sexo excepcional, pero eso no puede durar.

–Solo porque tú no quieres –Arianna posó la mano en su brazo–. Comprendo que…

–No, Arianna, no lo entiendes –Santino sacudió el brazo para librarse de su mano. Se levantó y se puso una camiseta y unos pantalones de chándal–. Lo nuestro va a terminar porque no puedo darte lo que quieres. Yo no quiero enamorarme ni de ti ni de nadie.

Cada palabra fue como el golpe de un martillo, pero Arianna no estaba dispuesta a darse por vencida. Había aprendido a luchar.

–Sé que quieres a tu hermana –argumentó–. Creo que tienes miedo de enamorarte de mí, que temes darnos una oportunidad.

No hay un «nosotros» –dijo él con aspereza, yendo hacia la puerta–. Debía haber supuesto que querrías más –su tono fue tan frío e impersonal como la expresión de granito de su rostro–. Las mujeres siempre queréis más.

Arianna se quedó mirando la puerta cuando él se fue. Su último comentario despertó sus inseguridades más profundas al recordarle que solo era una más de una larga lista de mujeres que habían querido algo más que sexo con él. No tenía ni idea de cuál sería el siguiente paso, pero sí sabía que no soportaría que volviera a humillarla, que no podía seguir en su apartamento.

Parpadeó con fuerza para librarse de las lágrimas que le ardían en los ojos. La vieja Arianna se habría quedado en la cama, llorando. Pero tenía un negocio y un desfile en un par de días. Y recordó sobresaltada que tenía que dar una conferencia de prensa con Santino para promocionar Anna. Podría inventarse alguna excusa y no acudir, pero se recordó que no era una cobarde.

Se mordió el labio inferior. Santino era un héroe de guerra, así que era imposible que fuera un cobarde. Cuando decía que no la amaba, no estaba mintiendo, así que la ternura que ella creía haber visto en su mirada solo podía ser producto de su imaginación.

 

 

La conferencia de prensa iba a tener lugar en la sala de reuniones del edificio de Tiger Investments, y aunque Arianna tenía el corazón en un puño al saber que iba a ver a Santino, estaba decidida a ocultar su dolor.

Como había hecho tantas veces en el pasado, enterró sus verdaderos sentimientos tras una fachada de seguridad en sí misma y entró en su despacho con paso decidido, vestida con un traje de chaqueta rojo de falda corta y unos tacones de aguja.

–Llegas un poco justa. La reunión es a las doce y son menos cinco –dijo él, mirando el reloj. Y Arianna tuvo la satisfacción de pensar que buscaba cualquier excusa para no mirarla.

Santino abrió la puerta de la sala de reuniones y la dejó pasar. Ella alzó la barbilla y sonrió a los periodistas convocados. Se sentó en un sofá delante de ellos y Santino se acomodó a su lado. Arianna había preparado un breve discurso detallando sus ideas y aspiraciones para su marca de moda, y lo dio sin necesidad de revisar sus notas.

–Ha dicho que su financiación procede de Tiger Investments y que su padre, el famoso diseñador Randolph Fitzgerald no está en absoluto implicado en su marca –dijo un periodista.

–Así es. Anna es completamente independiente del negocio de mi padre.

–Eso no es del todo cierto –insistió el periodista, mirando a Santino–. ¿No es cierto, señor Vasari, que el padre de Arianna le dio un número significativo de acciones cuando su negocio salió a bolsa el verano pasado?

–No, está usted equivocado… –empezó Arianna.

Santino la interrumpió:

–Así es. Recibí acciones de Fitzgerald Design.

Arianna sintió que se le desplomaba el corazón.

–Así que hay un vínculo entre Randolph Fitzgerald y Anna –dijo el periodista, dirigiendo una mirada triunfal a Arianna–. El señor Vasari posee una parte de la compañía de su padre y Tiger Investments la financia. ¿Fue una maniobra de su padre para persuadir al señor Vasari de que invirtiera en su marca de moda? ¿Es Randolph el genio creativo que está detrás de Anna?

–Por supuesto que no –dijo Santino en tensión.

Pero Arianna apenas había oído la pregunta; le dolía la cabeza y sentía náuseas. Se llevó la mano a la cabeza como si temiera que fuera a estallarle.

–¿Estás bien, Arianna? –preguntó Santino inquieto.

–Tengo una migraña. Lo siento, tengo que acabar aquí la entrevista –Arianna se puso en pie y salió de la sala apresuradamente.

Cuando Santino le dio alcance y la tomó por el brazo, se sobresaltó. Estaba furiosa y no fue capaz de disimular el dolor de sentirse traicionada.

–No me toques, Judas –dijo entre dientes, alejándose de él con paso firme, la cabeza erguida y el corazón hecho añicos.

 

 

Un viento racheado batía la playa de Devon donde, veinte años antes, Santino había salvado la vida a su padre. Se metió las manos en los bolsillos mientras contemplaba las olas romper en la orilla. La espuma que escupía el mar revuelto y la neblina le pegaban el cabello al cuero cabelludo, pero la helada temperatura exterior no era tan fría como la que sentía en el corazón.

Estaba seguro de que nunca volvería a sentir calor ni sería capaz de sonreír. Porque había perdido a la única persona que le importaba más que nadie, la única que por un instante había derretido el hielo de su corazón.

Arianna –susurró su nombre, que se llevó el aire.

Nunca olvidaría su expresión de perplejidad cuando el periodista había revelado que él había recibido acciones de su padre. Había sido un idiota no preparándose para algo así. No tenía por qué haber sido un problema. No solo no las había conservado, sino que las había donado a la organización benéfica que había creado. Pero Arianna no lo sabía porque no le había dado la oportunidad de explicárselo.

Se pasó una mano por los ojos y descubrió que estaban húmedos, pero se dijo que no podían ser lágrimas porque él nunca lloraba. Mientras avanzaba por la arena, los graznidos de las gaviotas eran el eco del silencioso grito de dolor que se elevaba desde su interior. ¿Se habría sentido así su padre cuando intentó ahogarse? Santino se detuvo y dio una patada a una montañita de arena. Su padre había preferido morir a vivir sin la mujer a la que amaba. En aquel momento él se enfrentaba a una vida vacía y sin la mujer que le había robado el corazón.

La acusación de Arianna de que temía amar lo torturaba. En el ejército le habían condecorado por su valentía, pero en el fondo era un cobarde. Desde la adolescencia había evitado los sentimientos y el amor. Pero eso solo lo había conducido a estar solo, en una playa vacía y sintiendo un espantoso dolor. Pero él no quería adentrarse en el mar. Quería estar junto a una determinada mujer y al tiempo que se iba de la playa, rezó para que no fuera demasiado tarde.

 

 

Los días previos a la Semana de la Moda de Londres habían sido aún más frenéticos de lo que Arianna había supuesto. Había tenido suerte de no tener tiempo ni para comer ni para dormir, porque dudaba que hubiera podido hacer ni una cosa ni otra. Y, si conseguía dormir un par de horas, lo primero en lo que pensaba era en la traición de Santino y el corazón le pesaba como si fuera de plomo.

Aquella noche debía sentirse exultante y estar de celebración en una de las fiestas a las que la habían invitado. Pero estaba sola en su estudio, al que había escapado después del desfile. Su colección había recibido una ovación y Anna era la marca más comentada por editores, blogs y revistas.

Un reconocimiento tan unánime no era habitual, y Arianna se sentía orgullosa de su éxito. Pero todo resultaba vacío si no tenía con quién celebrarlo. Jonny y Davina habían ido al desfile junto con otros amigos, pero ella solo ansiaba estar con Santino. Su ausencia era la prueba definitiva de que ella no le importaba.

Se puso alerta al oír pasos en la escalera. Había cerrado con llave y Santino era la única persona que tenía un juego de llaves. Dio media vuelta y el corazón le golpeó el pecho al verlo.

–Tienes un aspecto deplorable –dijo ella a bocajarro–. ¿Qué te ha pasado?

No había otra manera de describir su gesto cansado, la atormentada expresión de sus ojos, las arrugas marcadas.

–¿Está bien tu hermana? ¿Le ha pasado algo al bebé? –siguió preguntando Arianna.

Santino negó con la cabeza mientras la escrutaba con la mirada.

–Gina está perfectamente –Santino se detuvo frente a ella y se pasó la mano por el cabello–. Que sigas siendo tan compasiva a pesar de lo que te he hecho demuestra, aunque no necesitara pruebas, que soy el mayor idiota sobre la tierra.

Arianna desvió la mirada de él.

–No entiendo a qué te refieres, y la verdad es que no quiero saberlo. Quiero que te vayas.

Algo parecido a la desesperación cruzó el rostro de Santino.

–Por favor, escúchame. Luego, si quieres, me echas. Sé que me lo merezco.

Arianna parpadeó con furia para librarse de unas estúpidas lágrimas.

–¿Te dio mi padre acciones a cambio de que fueras mi guardaespaldas?

Santino la miró sin parpadear.

–Sí.

Arianna tuvo que contener un sollozo.

–Deberías habérmelo dicho cuando pedí financiación a Tiger Investments. Sabías lo importante que era para mí que Anna no tuviera ningún vínculo con mi padre.

–No me quedé con las acciones –dijo Santino en voz baja–. Las transferí a la organización benéfica que he creado para excombatientes. No hay ninguna conexión entre Anna y la compañía de tu padre; y he enviado una comunicación al respecto a la prensa.

–Ya sabes cómo son algunos periodistas –dijo Arianna con amargura–. Nunca creerán que mis diseños son enteramente míos.

–Los editores de moda con los que he hablado después del desfile están entusiasmados con tu trabajo.

Arianna lo miró con sorpresa.

–¿Cuándo los has visto?

–He ido al desfile –dijo él con dulzura–. ¡Me he sentido tan orgulloso de ti! Tienes un increíble talento y trabajas muchísimo. Te mereces todo el éxito que estoy seguro que vas a tener.

–¿Por qué no has venido a saludarme? –preguntó ella en un susurro.

–Porque era tu noche –Santino titubeó y un nervio le palpitó en la sien–. Temía ir a verte y que me mandaras al infierno. Soy un cobarde y un idiota, y no podía soportar la idea de que ya no quisieras volver a verme.

–Pensaba que eso era precisamente lo que querías tú –Arianna ya no pudo contener las lágrimas por más tiempo, y una se deslizó por su mejilla–. Me dejaste muy claro que no querías saber nada de mí.

–Te amo.

Otra lágrima siguió a la primera. Y otra. Arianna no sabía qué le dolía más, que Santino mintiera, porque tenía que estar mintiendo, o que la mirara de tal manera que le hiciera creer que estaba siendo sincero.

–Tú no me amas –dijo para protegerse–. Tú no quieres sentir ninguna emoción; no quieres el amor en tu vida.

–Te amo –repitió él con la voz quebrada. Al ver que sus ojos se humedecían, Arianna creyó que se le iba a parar el corazón–. Sé lo que dije y lo creí durante mucho tiempo. Pero eso fue antes de conocerte.

Santino alargó una mano temblorosa para retirarle un mechón de pelo de la cara.

–Bastó verte para que mi mundo ordenado y controlado estallara en mil pedazos. Me enfureciste con tu arrogancia y me cautivaste con tu encanto, que pronto descubrí que no era meramente superficial. Eres hermosa por fuera y por dentro.

A Arianna le temblaron los labios.

–¿Cómo puedo creerte? Me has echado de tu lado dos veces. Me has roto el corazón, Santino –se pasó el dorso de la mano por los ojos–. Si no puedes amarme como yo te amo a ti, prefiero no tenerte.

– Tesoro mío – a Santino se le quebró la voz– . Si me das la oportunidad, dedicaré el resto de mi vida a demostrarte cuánto te amo. Lo eres todo para mí, Arianna.

La esperanza empezó a arraigar en el interior de ella.

–¿De verdad me amas? –susurró.

–Puede que esto te convenza –Santino sacó del bolsillo una caja de terciopelo. A Arianna le dio un vuelco el corazón cuando la abrió y le mostró una sortija de diamantes–. Será mejor que lo haga bien para que puedas contárselo a nuestros nietos –añadió él, arrodillándose sobre una pierna–. ¿Te quieres casar conmigo, Arianna? ¿Serás la madre de mis hijos y me amarás, tal y como yo te amaré, para siempre?

Arianna volvió a llorar, pero de alegría.

–No sé qué decir.

Di que sí, cara mia –imploró él–, y hazme el hombre más feliz del mundo.

–Sí –dijo ella, sonriendo y tendiéndole una mano temblorosa para que le pusiera la sortija de compromiso.

–Te dije que deberías llevar siempre diamantes y desde ahora, así será –declaró Santino a la vez que se levantaba y la estrechaba entre sus brazos.

Sus labios reclamaron los de ella y los besaron con una tierna devoción.

–Te amo –Arianna se abrazó a su cuello y él la alzó del suelo–. Creo que deberías hacerme el amor ahora mismo.

Santino dejó escapar una risa ronca y dubitativa, como si no se pudiera creer que el amor los bendijera, que fuera suyo para siempre.

–Tus deseos son órdenes para mí, cariño –musitó contra los labios de Arianna.

Y reverenció su cuerpo con tanta devoción, con tanto amor, que Arianna terminó por creer que los cuentos de hadas podían convertirse en realidad.