Capítulo 7

 

 

 

 

 

HE ENCONTRADO unas carpetas con dibujos en el dormitorio –dijo Arianna, reponiéndose de su turbador descubrimiento–. ¿Pertenecen a tu hermana?

–Sí. Gina hizo un grado combinado en Arte y Empresariales antes de mudarse a Estados Unidos como compradora de moda profesional.

Arianna tuvo envidia de Gina. A ella le habría gustado estudiar Arte, pero a los dieciocho años no había tenido la suficiente seguridad en sí misma después de que su institutriz le dijera que no tenía el tesón necesario como para hacer una carrera. En lugar de contradecirla, había confirmado esa opinión dedicando los seis siguientes años a ir de fiesta con sus amigos ricos.

Su falta de experiencia empresarial era otro aspecto que le preocupaba a la hora de lanzar su negocio. Nunca había tenido que manejar un presupuesto y tendría que tomar importantes decisiones económicas. Como siempre que pensaba en ello, la asaltó la angustia y el temor a fracasar. Pero su voz interior se elevó sobre sus dudas: ¿no era mejor fracasar que no intentarlo? Esa era la conclusión a la que había llegado durante su estancia en el hospital, un año atrás.

–He visto un cuaderno de dibujo vacío. ¿Te importa que lo use? –preguntó–. Me gustaría entretenerme dibujando.

–No creo que a Gina le importara. Pero no creas que vas a aburrirte –dijo Santino con firmeza–. Al contrario que tú, yo no tengo un regimiento de sirvientes, y espero que asumas tu parte del trabajo. Aunque no sepas cocinar, supongo que podrás fregar los platos. No, no hay friegaplatos –añadió al ver que Arianna miraba a su alrededor–. Bienvenida al mundo real, cara.

–No soy una completa inútil –replicó ella, ofendida por el tono burlón de Santino, aunque no hubiera fregado un plato en su vida.

 

 

Mirando la pila de cacharros que tenía para fregar, Arianna pensó que Santino debía de haber usado todas las cazuelas de la cocina a propósito. Pero después de fregarlas y colocarlas en sus respectivos armarios, se dio cuenta de que había disfrutado haciendo algo práctico.

A través de la ventana, vio a Santino cortando leña para la estufa. Se había quitado la camiseta y sus anchos hombros brillaban de sudor. Al imaginárselo estrechándola contra sí y besándola, Arianna sintió un pulsante calor en el vientre.

Santino la miró en ese momento y ella se ruborizó, pero no apartó la mirada, y la expresión que vio en sus ojos hizo que la sensación de su interior se intensificara. Aun cuando no estaban en la misma habitación, la tensión sexual que había entre ellos electrizaba el aire, y Arianna se preguntó cómo iban a vivir juntos durante semanas sin acabar entregándose a aquella latente pasión.

Suspiró temblorosa cuando él retomó su tarea. Habría podido pasar el resto del día contemplándolo, pero sabía que era mejor estar lo menos posible con él. No porque temiera la reacción de Santino, sino porque le daba miedo la ardiente sensualidad que despertaba en ella.

Nunca había sentido nada igual por otro hombre. Necesitaba distraerse, así que subió al dormitorio y se sentó a dibujar. Un rato más tarde, oyó una llamada a la puerta y fue a abrirla con el corazón agitado, Santino apoyó las manos en el marco de la puerta y preguntó con el ceño fruncido:

–¿Vas a pasarte el resto del día escondida y enfurruñada?

Su mal humor hizo que Arianna se sintiera mejor, al darse cuenta de que también ella lo alteraba.

–Se me ha pasado el tiempo volando mientras trabajaba –miró el reloj y vio que llevaba media tarde dibujando figurines.

Santino enarcó una ceja en un gesto burlón.

–¿Trabajando? ¿Sabes lo que eso significa? –miró por encima del hombro de Arianna y vio los dibujos sobre la cama–. Ah, quieres decir dibujando vestidos.

¡Son los diseños que quiero llevar a cabo cuando vuelva a mi estudio de Londres! –exclamó ella, furiosa. Se echó a un lado para dejarle entrar y Santino tomó varios de los papeles.

–No sé nada de moda, pero parecen muy detallados –la miró inquisitivo, como si quisiera leerle el pensamiento–. ¿Tienes un estudio?

Esa palabra hacía que el espacio que acababa de alquilar sonara más sofisticado de lo que era. Pagaba el alquiler con el dinero que había heredado de su abuela y para ella representaba su primer paso hacia la independencia.

–¿Pretendes emular a tu padre o solo estás jugando a ser diseñadora de moda hasta que te aburras? –preguntó Santino.

–Desde luego que no. Randolph no sabe nada de mis planes –Arianna se mordió el labio inferior–. Tú eres la primera persona a la que se los cuento.

Y se arrepentía de haberlo hecho, pero Santino la había ofendido con su insinuación de que no era capaz de hacer nada por sí misma. Continuó:

Confío en lanzar mi marca, «Anna», en la Semana de la Moda de Londres en febrero del año que viene, si es que consigo un socio que me financie –percibió la incredulidad de Santino–. Por eso quiero asistir a la de septiembre, para ver las nuevas tendencias y hacer algunos contactos.

Indicó con la mano los bocetos que había sobre la cama y añadió:

–Esas son ideas para mitad de temporada, que en la industria se conoce como pre-otoño, y que se celebra a finales de noviembre. El Consejo Británico de la Moda ha ofrecido una oportunidad a nuevos diseñadores para que presenten sus proyectos. Me permitirá tantear la reacción de algunos periodistas y compradores, pero tendré que trabajar deprisa para llegar a tiempo. Y pasar estas semanas en Sicilia no va a ser de ayuda –concluyó desanimada.

Se inclinó sobre la cama para recoger los papeles dispersos y el amplio cuello de su blusa se deslizó de su hombro, dejándolo a la vista. Santino juró entre dientes.

–¿Cómo te has hecho ese corte? Tiene mala pinta.

–No es nada –contestó Arianna–. Uno de los hombres de la playa llevaba un anillo y me arañó al intentar sujetarme.

Santino posó la mano en su otro hombro y la empujó suavemente para que se sentara.

Voy a buscar algo para curarte. Espera aquí.

En lugar de protestar por su tono autoritario, Arianna se sintió agradecida.

Santino fue al cuarto de baño y volvió con un botiquín de primeros auxilios del que sacó una pomada.

–No te muevas –dijo, extendiéndosela por el corte con una sorprendente delicadeza.

Arianna tuvo un súbito recuerdo de su madre curándole las rodillas que se había raspado al caer de la bicicleta. Adoraba a Celine, pero su padre las había separado al insistir en mandarla a un colegio interna cuando cumplió ocho años. Las alumnas mayores se reían de las pequeñas si lloraban, y Arianna aprendió a esa temprana edad a ocultar sus sentimientos tras una fachada de fortaleza.

Sin saber por qué, la inesperada amabilidad de Santino hizo que se le humedecieran los ojos. Parpadeó, pero una lágrima le rodó por la mejilla.

–¿Te duele? –preguntó Santino. Y su tono de preocupación la emocionó aún más. No podía recordar la última vez que le había importado a alguien. Sacudió la cabeza por temor a hablar y delatarse. Santino se sentó a su lado. Tomándola por la barbilla la obligó a mirarlo y secándole la lágrima con el pulgar, dijo con dulzura–: No llores, piccola.

Arianna miró los labios de Santino al tiempo que él los aproximaba a ella y volvió a sentir aquella inexplicable atracción que había entre ellos. Desde el principio había habido una conexión mutua que había intentado ignorar, pero Arianna ya no quería resistirse; quería lanzarse a esa hoguera y quemarse en su sensualidad.

Santino le acarició la mejilla con una mano y deslizó la otra bajo su cabello. A Arianna se le aceleró el corazón hasta dejarla sin aliento, y una sensación caliente y ávida se asentó en la boca de su estómago al ver la mirada de deseo con la que Santino atrapó su boca haciendo que la tierra diera vueltas bajo sus pies.

Arianna sabía a miel, dulce y adictiva, y Santino no pudo resistirse. Se dijo que solo le daría un beso de consuelo, negándose a admitir cualquier otro sentimiento. La vulnerabilidad que había intuido en sus ojos marrones removía algo en su interior que no estaba dispuesto a plantearse y aún menos a definir. Prefería seguir pensando que el aire de abandono que percibía en ella era solo una ilusión provocada por las luces y sombras que envolvían a Arianna.

Pero en ese momento era completamente real. Sus labios eran suaves y húmedos, y su cálido aliento le llenó la boca. Santino anheló tenerla más cerca y al sentarla sobre su regazo estuvo a punto de enloquecer cuando su trasero le presionó el endurecido miembro. Su perfume excitaba sus sentidos. Olía a flores exóticas, pero también a un aroma exclusivo de ella que no sabía identificar y que era tan perturbador como la mujer que se abrazaba a su cuello y presionaba sus senos contra su pecho.

Podía sentir sus pezones duros y calientes quemándolo a través de la camiseta. Daba lo mismo quién fuera Arianna verdaderamente. En aquel instante lo besaba con una pasión igual a la suya, y nada podría impedir que se permitiera aquello que había deseado desde el instante en que la vio: Arianna debajo y sobre él. Fantasear con ella lo había mantenido en vela cada noche, y ya no pensaba cuestionarse por qué lo fascinaba más que ninguna otra mujer.

Sin separar sus labios de los de ella, metió una mano por debajo de su top de seda y le acarició el vientre antes de atrapar uno de sus senos. Lo cubrió con su mano y percibió el temblor que la recorría cuando le pasó el pulgar por el pezón. Su piel era tan suave como un melocotón y quiso saborearla. Separándose de ella levemente, le quitó la blusa por la cabeza y desnudó su torso.

Era perfecta. Sus senos redondos y firmes, con pezones rosados que se alzaban provocativamente, invitándolo a recorrerlos con la lengua. Santino se asombró de que le temblaran las manos al recorrerle el cabello con los dedos. El deseo le bombeaba la sangre y por cómo jadeaba, supo que Arianna sentía un deseo tan intenso como el suyo.

Apartó la extraña idea que había tenido ocasionalmente de que su aire de inocencia era genuino. Las anécdotas de sus excesos habían ocupado demasiadas columnas de cotilleos. Eso a él le daba lo mismo. Le gustaba el sexo con mujeres sexualmente seguras de sí mismas. Ver la herida de su hombro hizo que vacilara, y quizá le habría hecho recordar que su deber era protegerla, pero Arianna hizo que lo olvidara al levantarle la camiseta y acariciarle el pecho.

–Bruja –musitó cuando ella le pasó las uñas por los pezones, logrando que su miembro se endureciera aún más.

Sin poder dominar su impaciencia, se quitó la camiseta y agachó la cabeza para atrapar y succionar uno de sus pezones. El efecto en Arianna fue instantáneo, pero la sonora exhalación que escapó de su garganta no podía ser de… sorpresa. Una vez más, Santino rechazó cualquier duda y se concentró en sus senos, haciendo rodar un pezón entre sus dedos mientras lamía el otro con la lengua.

Arianna se arqueó hacia atrás, ofreciéndole los senos, y Santino pensó que no había visto nunca nada tan hermoso como ella en aquel instante. El fuego que había entre ellos se intensificó y el mundo se desvaneció. Rodaron sobre la cama y Santino se incorporó sobre un codo mientras deslizaba la otra mano hacia la cintura de los shorts de Arianna.

–Mírame –ordenó mirándola con una pregunta muda en los ojos.

Ella contestó atrayéndolo hacia sí y entreabriendo los labios a su lengua y a sus besos. Santino pensó que podría besarla toda la eternidad. Arianna era una sirena que lo atraía hacia su perdición, pero en aquel momento lo único que a él le importaba era poseer aquel maravilloso cuerpo y perderse entre sus muslos de seda.

Con una torpeza inhabitual en él consiguió desabrocharle los shorts y quitárselos. Luego se quedó de rodillas, admirando las gráciles líneas de su figura, casi desnuda aparte de unas mínimas braguitas negras que ocultaban su femineidad.

Sus ojos estaban abiertos y oscurecidos por el deseo y a Santino se le contrajeron las entrañas al oír el suave gemido que emitió, parte protesta y parte súplica, cuando él aplicó su boca contra el encaje negro. El aroma de su excitación le saturó los sentidos cuando apartó la prenda y deslizó la lengua por su lubricada y húmeda abertura. Su ardiente humedad le supo a néctar, y percibió el temblor que recorría a Arianna cuando introdujo su lengua más profundamente hacia el centro de su feminidad, lamiéndola, saboreándola.

Sus gemidos de placer estuvieron a punto de hacer que Santino llegara al punto de no retorno, pero consiguió mantener suficiente control como para recordar que no tenía ningún preservativo consigo. También recordó que su hermana y su prometido habían ocupado aquel dormitorio y, tras abrir el cajón de la mesilla, encontró un paquete. Estaba tan endurecido que temió estallar, y tuvo que contener un grito cuando, al quitarse bruscamente los pantalones y los boxers, se golpeó el sexo.

Se puso de nuevo de rodillas en la cama y miró a Arianna. Su cabello se esparcía sobre la almohada y sus grandes ojos estaban iluminados como dos llamas doradas. Las elegantes y sensuales curvas de su cuerpo eran una obra de arte, y solo imaginar que aquellas piernas eternas pronto se enredarían alrededor de su cintura le contrajo las entrañas. Sus voluptuosos senos eran firmes y suaves a un tiempo, coronados por unos pezones como cerezas de las que no lograba saciarse. Inclinó la cabeza y los mordisqueó, sonriendo cuando Arianna se retorció y gimió.

En el futuro, se lo tomaría con calma y dedicaría más tiempo a los preliminares. Pero en aquel instante estaba demasiado desesperado por estar dentro de ella. Colocándose el preservativo, le quitó las bragas y le pasó los dedos por el vértice oscuro que coronaba sus muslos antes de separárselos. Sujetando su peso sobre los codos, se colocó sobre ella y reclamó su boca con un beso ávido.

–Debería decirte que… –musitó Arianna contra sus labios.

¿Habría cambiado de idea? Aunque el corazón le latía con tanta fuerza que casi lo ensordecía, Santino logró frenarse.

–Lo único que debes decirme es si quieres que siga, cara –dijo entre dientes–. Basta un «sí» o un «no».

Sí –dijo ella sin vacilar.

Un profundo alivio recorrió a Santino, intensificando el calor que sentía en la entrepierna. Ya no podía esperar. El deseo lo consumía. Deslizó la mano por detrás de las nalgas de Arianna y le elevó las caderas. Por fin estaba donde quería: a las puertas del paraíso.

Avanzó y la penetró con decisión. Entonces se quedó parado. Su desconcierto se convirtió en incomprensión e incredulidad al notar que Arianna se quedaba rígida bajo él. El grito agudo que acababa de escapar de su garganta había sido de dolor.

¿Cómo demonios era posible que Arianna fuera virgen?

La culpabilidad lo atravesó mientras la tensión iba abandonando el cuerpo de Arianna y sus músculos se relajaban para acomodarlo. Santino se sintió como si su vibrante miembro estuviera envuelto por un guante de terciopelo. Su lubricado interior le tentaba a profundizar aún más en Arianna, pero se contuvo a la vez que tragaba con fuerza. Lo más desconcertante fue el fugaz y fiero sentimiento de triunfo que lo atravesó, una posesividad que lo sacudió hasta la médula y que racionalmente rechazó de inmediato. El sexo y las emociones no eran una combinación que le hubiera interesado nunca.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, salió de Arianna y, apoyándose en el codo a su lado, preguntó:

–¿Por qué?

–¿Por qué soy virgen? –preguntó Arianna, bajando la mirada.

–Exactamente, cara. Tus affaires se han publicado en la prensa con todo lujo de detalles.

Arianna se ruborizó y dijo airada:

–Nadie se cree la basura que se publica en los tabloides.

Santino entendió la insinuación de que quien se la creía era un idiota, y entonces se dio cuenta de que había preferido pensar mal de ella.

–¿Y cuando fuiste a ver a tu amante en Positano? –preguntó, recordando los celos que había sentido al imaginársela en la cama con otro hombre.

–Estaba aprendiendo a coser –Arianna se encogió de hombros, abatida–. Asumiste que estaba con un hombre porque te creías mi reputación.

Santino suspiró.

–¿Nunca te has planteado denunciar a la prensa o pedir que se retractaran?

Arianna lo miró con los párpados entornados y Santino se sintió culpable por no haber creído en la vulnerabilidad que había percibido más de una vez.

–Si te dijera la verdad te reirías.

–Inténtalo.

Las únicas veces que mi padre me llamaba era cuando se publicaba algún escándalo sobre mí. Pero no porque le preocupara mi bienestar, sino por temor a que afectara a su compañía –se mordió el labio inferior–. Cuando era pequeña, Randolph solo recordaba que existía cuando me portaba mal, así que me especialicé en ello. Pero, hace un año, decidí que quería cambiar de vida –sonrió con tristeza–. Supongo que por fin he madurado.

Santino pasó por alto los complejos sentimientos que Arianna despertaba en él.

–No estoy tan seguro –dijo burlón–. Deberías haberme dicho que era tu primera vez.

–Lo he intentado, pero… –los ojos de Arianna centellearon con orgullo–. ¿Me habrías creído?

Santino la observó, consciente de que no podía sucumbir al deseo que despertaba en él, y de que debía cumplir con su deber de protegerla. Asintió con la cabeza y preguntó:

–¿Por qué yo?

La respuesta de Arianna lo alarmó.

–Sabía que contigo estaría a salvo –musitó.

«¡A salvo!». Santino se avergonzó de sí mismo.

Arianna…

Ella lo interrumpió.

–Desde el principio has cuidado de mí.

–Ese es mi trabajo –masculló Santino.

Ella sacudió la cabeza.

–Es más que eso, y tú lo sabes. Hay una conexión entre nosotros –antes de que Santino lo negara, añadió con vehemencia–: Quería que fueras el primero.

–Y por ser quien eres, has decidido que tienes derecho a hacer lo que te da la gana –dijo él enfurecido–. Deberías haber sido sincera en lugar de entregarme tu virginidad para… ¿Qué pretendías? ¿Que me enamorara de ti?

Santino se levantó y se puso los boxers, evitando mirarla para protegerse de sus propios sentimientos.

–Hace unos minutos querías hacerme el amor –dijo ella–. No pensaba que fueras a darte cuenta de que era mi primera vez, pero no sabía que me dolería tanto –admitió.

Santino se sintió aún más culpable.

–Yo no creo en el amor –declaró con aspereza–. Solo quería sexo contigo. Y asumía que tenías experiencia.

Se agachó para recoger la camiseta del suelo y se la puso. Cuando volvió a mirarla, se alegró de que Arianna se hubiera tapado con la sábana y hubiera ocultado su precioso cuerpo a sus ávidos ojos. Maldiciendo entre dientes, fue hacia la puerta.

–No es raro que una clienta crea sentir algo por su guardaespaldas. Mi responsabilidad es cuidar de ti hasta que pase la amenaza de secuestro, pero tienes una visión romántica de nuestra relación. Espero que pronto se resuelva la situación. Hoy he recibido un informe de la policía italiana diciendo que está a punto de actuar contra la banda. Cuando vuelvas a tu vida cotidiana, te olvidarás de mí.

–¿De verdad crees eso, Santino? –preguntó ella con la mirada encendida. Se puso de rodillas con los brazos en jarras, exponiendo su hermoso cuerpo, sus firmes senos, sus delgados muslos y el triángulo de vello que ocultaba su feminidad–. Sé que me deseas.

La tensión hizo que a Santino le dolieran los músculos mientras libraba una batalla interna. Podía cruzar la habitación, tomar a Arianna en sus brazos y acabar lo que habían comenzado. La tentación le aceleraba la sangre en las venas, pero luchó contra ella. Su deber era proteger a Arianna, incluso de sí misma, si era necesario; y muy particularmente de él, que no podía darle lo que ella estaba buscando.

–Te equivocas –dijo impasible–. Yo quiero una mujer para la que el sexo no sea nada emocional. No alguien dependiente e inmaduro que busca una figura paterna que le preste la atención de la que siempre ha carecido –Arianna lo miró horrorizada y Santino tuvo que decirse que estaba siendo cruel por su bien.

Salió al pasillo y concluyó:

–Lo mejor será que te vistas y que olvidemos todo esto.