ESTE lugar es increíble. No tenía ni idea de que existían estas pequeñas islas. ¿Cómo las descubriste tú? –le preguntó Ruby antes de meterse un bocado de deliciosa ensalada en la boca.
Era la hora de la cena y estaba muerta de hambre. Habían hecho el amor toda la tarde y después habían dormido un rato, hasta la puesta de sol.
Solo sabía que se deseaban el uno al otro. Ella no podía desearlo más y, aunque su mente estuviese empezando a advertirle que tuviese cuidado, ella no la quería escuchar.
Todavía no.
Miró a Matteo, que estaba sentado al otro lado de la mesa, perdido en aquel mundo en el que desaparecía tan a menudo. Tenía el pelo retirado del rostro y el ceño fruncido. Se había puesto una camisa blanca sin cuello, que contrastaba con su pecho moreno, y Ruby pensó que estaba más guapo que nunca.
–Solíamos navegar por aquí cuando yo era niño, con mis padres.
–¿Hay algún deporte que no practiques? –le preguntó ella, arrepintiéndose al instante.
Matteo se había puesto serio de repente, era como si se estuviese preparando para decirle algo, y Ruby todavía no se sentía preparada para escucharlo.
Aunque después de aquel día se separasen, se verían obligados a estar juntos muchas veces en el futuro. ¿Qué clase de relación tendrían? ¿Seguirían teniendo sexo para después marcharse cada uno por su lado? ¿O cortaría Matteo por lo sano para no volver a verla jamás?
A pesar de que se le había hecho un nudo en el estómago de repente, ella se obligó a sonreír. Tenían que hablar seriamente. Llevaba posponiendo el momento desde esa mañana, pero no quería estropear el ambiente todavía.
–Nadas, juegas al rugby, boxeas…
Él la estaba mirando fijamente. Arqueó una ceja.
–No sé bailar ballet –le respondió.
Ruby sonrió.
–Nuestro hijo sabrá. Sobre todo, si es chico. Yo le enseñaré.
–Me parece una idea interesante –dijo él, sonriendo también–. ¿Serás una de esas madres controladoras, que están encima de los profesores, y protestarán si no eligen a Matty Junior para representar la función de fin de curso?
–Es probable. Y tú también, no me digas que no.
–Me parece que nos esperan momentos muy interesantes –le respondió él, pero al mismo tiempo parecía perdido en sus pensamientos.
Tocó su copa con un dedo. Aquella era la señal de que estaba preparado para hablar.
Antes o después tenía que pasar.
Ella dejo el tenedor y el cuchillo y esperó a que empezase. El restaurante estaba prácticamente en silencio y ella miró el plato de Matteo y le preguntó:
–¿No vas a comer nada? ¿Ni a beber? ¿No quieres vino? No te prives de él por mí.
–No. He dejado de beber alcohol –le dijo él, esbozando una sonrisa.
–¿Por qué? ¿Por motivos de salud? Eres el hombre más sano que conozco. Un poco de vino no te hace ningún daño.
Él negó con la cabeza.
–Hay muchas cosas de mí que no conoces, y que deberías saber si vamos a hacer esto juntos.
Ruby sintió miedo y esperanza en igual medida. Y entonces se dio cuenta de que quería pasar más tiempo con él. No solo criando a su hijo, sino juntos. Como amigos y como amantes.
Pero Matteo era un hombre que no se comprometía. Y ella jamás rogaría a ningún hombre.
–Mi padre tuvo una relación complicada con el alcohol…
Tenía la mirada perdida y había vuelto a tocar la copa. La vela que había entre ambos proyectó sombras en su rostro, haciendo que pareciese muy triste de repente.
–Yo no supe cuánto hasta que murió. Podía pasar semanas e incluso meses sin beber, pero cuando probaba el alcohol ya no podía parar. Era como si tuviese un demonio dentro, que le hacía beber hasta no poder más.
–Tu pobre madre… –fue lo único que pudo decir ella, pensando en la señora Rossini de joven.
Él asintió al oír aquello.
–Mi madre no podía hacer nada cuando se ponía así. Mi padre intentó luchar contra aquello. Fue a una clínica de rehabilitación. Tres veces. Era un luchador, lo mismo que yo –comentó, mirándola un momento.
Ella no supo cómo reaccionar ni qué decir. No supo si lo que pretendía Matteo era tranquilizarla, o todo lo contrario.
–Pero el banco empezó a ir mal y empezó a perder clientes. Él al principio no sabía por qué, y aguantó durante meses…
El gesto de Matteo cambió, se entristeció. Bajó la cabeza. Era como si alguien le estuviese aplastando el corazón. Y ver a un hombre tan fuerte y viril así…
Ruby alargó la mano por encima de la mesa y tomó la suya. Él la miró con sorpresa.
–Tú no eres así –le dijo–. ¿Verdad?
–No, no soy así –le respondió él, apartando la mirada y mirándolo a los ojos–. Y no voy a arriesgarme a que me ocurra. Si yo me hundo, todo se hunde. Banca Casa di Rossini tiene doscientos años y todavía estamos intentando recuperarnos del sabotaje que sufrió hace tantos años.
–Yo pensé que el banco iba muy bien. Tenéis… avión, barco y… ¿Quieres decir que no sois… ricos?
A Ruby no le gustó cómo sonaba aquello, pero había tenido que preguntarlo.
–Soy muy rico y pretendo seguir siéndolo –le dijo él–. Tengo responsabilidades. Además de este bebé, están mi madre y las personas que trabajan para mí. Hay una fusión encima de la mesa y no puedo permitir que nada la trunque.
–No lo dudo –le dijo ella–, pero ¿qué podría ir mal? ¿Estás queriendo decir que el bebé podría estropear esa fusión?
–Ya has visto las fotografías que ha publicado la prensa recientemente. Fotografías en las que aparezco con otras mujeres, fotografías que son de hace diez años. Eso es porque hay alguien que quiere desacreditarme y manchar mi imagen. Si se enteran de tu embarazo, intentarán sacar más trapos sucios. Y Arturo es muy antiguo y no va a querer hacer negocios con alguien así.
–¿Y quién está detrás de eso?
Matteo sacudió la cabeza.
–Es una historia muy larga. Se llama Claudio Calvaneo. Era socio de mi padre.
Agarró la copa con fuerza y la miró fijamente.
–Voy a necesitar tu ayuda, Ruby.
–¿Cómo voy a ayudarte yo?
–Tengo que gestionar la fusión con guantes de seda. Ya he tenido una primera reunión y va a haber otra próximamente. Si todo va bien, habrá más en los próximos meses.
Ella lo miró a los ojos e intentó leer su expresión.
–Arturo ya te ha visto conmigo –continuó Matteo–, y en cuanto se sepa que estás embarazada todo podría estropearse.
–No te sigo. ¿Podrías ser más claro?
–Necesito que Arturo me vea como a un hombre serio para que pueda confiar en mí. No puedo ser de los que dejan a una mujer embarazada y no hacen lo correcto. Le importa tanto su banco como a mí Casa di Rossini. O más. Es el hijo que no ha tenido nunca.
El restaurante se había quedado completamente vacío. Solo quedaban ellos. Matteo siguió los movimientos del camarero con la mirada y después volvió a mirarla a ella.
–Quiero que piense que lo nuestro es algo más que una aventura. Quiero que piense que tenemos un compromiso, que vamos a formar una familia.
–¿Qué… qué quieres decir?
–Que estamos completamente comprometidos el uno con el otro, que vamos a casarnos.
–¿Casarnos? –balbució ella.
–Sé que lo que te estoy pidiendo es demasiado porque casi no nos conocemos, pero estás esperando un hijo mío y de mí dependen muchas vidas. La fusión devolverá la estabilidad al banco y nadie tendrá que volver a preocuparse por el dinero.
Matteo se había puesto en pie y se estaba inclinando hacia ella.
–No se trata solo de mi futuro, sino también del futuro del niño.
Ella sacudió la cabeza con incredulidad.
–Sé que te estoy pidiendo que confíes en mí…
–No sé qué decir. Voy a necesitar tiempo para pensarlo.
–No tenemos tiempo.
–Pero ¿cómo iba a funcionar? No es que vaya a decirte que sí, pero…
Él apoyó una rodilla en el suelo y alargó los brazos.
–Lo tengo todo pensado. Es perfecto. Podríamos casarnos en un par de días. Sería una boda íntima. Filtraríamos una fotografía y después nos marcharíamos de luna de miel. Luego iríamos a casa de Arturo y tú lo conquistarías, despejarías todas sus dudas.
–Pero… casarnos… Es demasiado. No son cosas que puedan fingirse. ¿Qué pasaría después? ¿Volveríamos a Londres y tú volverías al trabajo? No podríamos continuar guardando el secreto.
–Eso ya no me preocupa. Haremos lo que tú quieras. Este es el momento más importante de mi vida profesional, necesito asegurar la continuidad del banco, por nuestro hijo y también para los que tenga él.
Aquello estaba yendo demasiado deprisa. Ruby necesitaba reflexionar. No podía tomar una decisión equivocada. Sería la decisión más importante de su vida.
–Pero seguro que hay otras maneras de hacerlo y… además, tal vez nuestro hijo no quiera ser banquero.
Él la miró como si estuviera completamente loca, como si estuviese hablándole en otro idioma, y ella se dio cuenta de que Matteo no entendía nada que no fuese su modo de vida. Y quería que ella viviese así también.
Ruby pensó en cuánto había luchado por seguir su propio camino y se negó a cambiar de rumbo.
–Matteo, tal vez… tal vez deberíamos dejar esto en manos del destino. Tú llevas mucho tiempo esforzándote, pero…
–No puedo dejar esto en manos del destino. Tengo que intentarlo todo y… el embarazo… Pensé que era un desastre, pero ahora opino que tal vez sea lo mejor que nos ha podido pasar a los dos.
–¿Qué quieres decir? –le preguntó ella.
–Quiero decir que esta responsabilidad añadida ha hecho que persiga mi objetivo todavía más. Pensé que mi padre viviría otros treinta años. Sabía que algún día me tocaría tomar las riendas, eso siempre había estado ahí, pero lo veía muy, muy lejos. Incluso cuando falleció me costó aceptar que mi vida iba a ser esta, pero tú… el bebé. Sé cómo tiene que ser mi mundo. Tengo que hacer que esto funcione. ¿No lo ves?
Ella abrió la boca, pero Matteo sacudió la cabeza y se alejó. Allí, junto a la ventana del restaurante, Ruby pensó que parecía muy solo.
Se preguntó si podía alejarse de él. Ambos se necesitaban. Tal vez ella lo necesitase todavía más que él a ella, pero todo aquello le parecía demasiado.
Intentó tomar una decisión, pero su corazón ya lo tenía claro. Aunque supiese que le iba a ser casi imposible no enamorarse de él porque ya era demasiado tarde…
–¿Qué es exactamente lo que necesitas que haga cuando vayamos a ver a Arturo?
Él se giró y, de repente, parecía invencible.
–Necesito que hagas como si me amases.
Ella sintió que se le encogía el corazón, notó que se le llenaban los ojos de lágrimas. Se mordió el labio inferior e intentó que no le temblase la barbilla. Bajó la mirada al suelo para no perder la compostura, furiosa con su propia debilidad.
Él no pareció darse cuenta de nada. Se acercó.
–No tiene que ser verdad, Ruby. No te estoy pidiendo que me lo des todo. Cuando viniste a verme querías que te asegurase que iba a apoyarte. Y ahora estoy preparado para darte mi palabra. Te daré mucho más de lo que querías.
–En mi vida solo he querido una cosa –le dijo ella–. Mi carrera. Y sigo queriéndola. No estás pensando en mis necesidades.
Matteo sacudió la cabeza y se puso justo delante de ella.
–Ruby, puedes tenerlo todo. Todo. ¿No quieres casarte conmigo?
–No te he dicho que no, pero ¿tiene que ser así? ¿Tenemos que casarnos para convencer a Arturo de que eres la persona adecuada para esa fusión? Muchas parejas tienen hijos y no viven juntas.
–Es un hombre muy religioso, no concibe que se pueda criar a un hijo fuera del matrimonio.
–Pero sería mentira… ¿No es eso peor?
–¿Darle a tu hijo estabilidad sería peor? Firmaríamos un contrato prenupcial. Tú tendrías una casa, un coche y una pensión. Y en cuanto yo hubiese firmado la fusión, decidiríamos qué hacer después.
Su voz era fría, profesional. No había en ella ni rastro de amor, amabilidad o cariño. Su corazón le pertenecía al banco, nada más.
Ella pensó que el dinero no lo compraba todo, no podía comprar el amor.
Y en esos momentos ella quería más. Quería el amor de Mattias. Quería amar y ser amada. Casarse con él, vivir con él, tener hijos con él. Bailar. Y, tal vez, solo tal vez, ser una buena madre…
Quería saber lo que era sentirse amada. No por su sonrisa, por su pelo largo y moreno, ni por su cuerpo. Sino por lo que era.