ERA VIERNES por la tarde. El mejor momento del mundo. La semana laboral había terminado y la fiesta estaba a punto de empezar porque, a juzgar por lo que Matteo Rossini había oído, iba a haber una buena fiesta.
Salió del coche, se aflojó la corbata y, para terminar el día, se dirigió a su avión privado, que lo llevaría de Roma a Londres, y se dispuso a llamar a la Directora General, la signora Rossini, su madre.
Atravesó la cabina y se sentó frente a su escritorio dispuesto a beberse la cerveza de los viernes, salvo que no se la habían servido.
Dejó su maletín en el asiento vacío y miró a su alrededor. Tampoco estaba su asistente, David, y eso era muy extraño. Siempre hacían lo mismo: la cerveza, la llamada, algo de agua, algo de prensa, una ducha y cambio de ropa, el coche preparado en Londres, en ocasiones una mujer, otras, no. Esa noche no. Iba a ir a ver un combate de boxeo, a apostar y a estar con los amigos, pero antes tenía que hablar con su madre y darle la noticia.
Se sentó y marcó el número. Volvió a mirar a su alrededor. ¿Dónde estaba David?
Oyó que abrían una botella de cerveza y se giró justo en el momento en el que empezaba a dar tono la llamada. Primero se fijó en las piernas, después, en el vestido rojo. Aquel no era David. Frunció el ceño y vio cómo le dejaban la botella delante. Alguien tendría que darle una explicación.
–Hola, mamá, soy yo.
–¡Matteo! Precisamente iba a llamarte.
–Pues ya está hecho. Tengo algo que contarte.
–De acuerdo, tú primero.
A él se le aceleró el corazón.
–Augusto Arturo ha decidido vender por fin.
–¿De verdad? ¿Después de tanto tiempo? Es una noticia increíble.
Matteo agarró la botella, estaba de acuerdo con su madre.
–¿Y cómo te has enterado?
–Ha sido sencillo. Oí unos rumores e indagué. Dicen que está harto, que quiere marcharse y que nosotros somos los únicos interesados…
Se interrumpió, a pesar de los miles de kilómetros que los separaban, Matteo pudo imaginar la expresión de su madre, de dolor y anhelo.
–¿Estás completamente seguro?
Él hizo una pausa. No merecía la pena fingir.
–Somos los únicos realmente interesados. He oído que Claudio va a darse por vencido, pero ya sabes lo malo que es. Su reputación ha llegado hasta Suiza y te garantizo que no tendrá ninguna posibilidad.
–Matty, no quiero que te metas tú.
–Ya sabes que es el momento, mamá. Claudio se marchó con la mitad de nuestros clientes y los voy a recuperar. Si nos fusionamos con Arturo seremos imparables. Puedo hacerlo, te lo prometo.
–No quiero promesas, Matty. No quiero que te vuelvas loco como tu padre. No merece la pena.
Él suspiró y soltó la botella. Ya había sabido lo que iba a decirle su madre y la comprendía, pero no tendrían otra oportunidad como aquella.
–No puedo dejarlo pasar, ya lo sabes –le dijo él en voz baja–. Venga, mamá. Por papá. No podemos permitir que Claudio vuelva a ganar.
Esperó a que su madre respondiera, pero el avión despegó en silencio. Él se la imaginó con el ceño fruncido por la preocupación, angustiada.
Pero era Coral Rossini y él, su hijo…
–Tienes razón. Eso no puede ocurrir –le dijo esta por fin–. No podemos quedarnos sentados esperando a que vuelva a quitárnoslo todo.
–Exacto.
–Pero tienes que prometerme que, si intenta algo, lo dejarás, Matteo. Prométemelo. No puedo perder a mi marido y a mi hijo.
Él recordó a su padre volando sobre el salpicadero del coche y apretó la mandíbula con fuerza. Algún día Claudio pagaría por ello.
–No tienes de qué preocuparte, mamá.
–Por supuesto que sí. No soportaría que te ocurriese nada.
Matteo oyó cómo se le quebraba la voz y aquello lo mató. Tenía más fuerza y resiliencia que nadie en el mundo. El hecho de ser capaces de mencionar el nombre de Claudio en una conversación era una muestra de lo lejos que habían llegado. Claudio había sido como de la familia, el mejor amigo de su padre, su abogado de confianza y, después, su socio, y los había traicionado. Lo había vendido todo y se había marchado. Y les había destrozado la vida.
Habían tenido que ir paso a paso para intentar salvar Banca Casa di Rossini, el banco privado de los italianos ricos.
–Lo único que va a ocurrir es que vamos a volver a levantar el banco. Aunque no consigamos todos los clientes de Arturo, superaremos a Claudio. Eso es lo que importa, ¿no?
El avión llegó a una zona de turbulencias y Matty vio por la ventanilla cómo una espesa nube gris cubría el paisaje. Ni siquiera una tormenta iba a conseguir desanimarlo. No con aquel arco iris en el horizonte. Hacía años que soñaba con aquello.
–¿Y el nombre? Tal vez habría que cambiar el nombre del banco. ¿Has pensado en ello?
–Por supuesto. BAR. Banca Arturo Rossini. ¿Qué te parece?
–Oh, Matty…
Él se sentía tan ilusionado como su madre. El banco había estado en su familia durante varias generaciones. Era una cuestión de vida o muerte.
–No es lo que quiero, pero si es el único modo… ¿De verdad tenemos una oportunidad, hijo?
Él levantó la vista cuando la mujer del vestido pasó por su lado. Volvió a mirar sus piernas. Muy bonitas. Y el modo en que la falda se ajustaba a sus elegantes pantorrillas despertó en él una sensación indeseada.
–¿Matty?
–Sí, tenemos una oportunidad –respondió él, intentando centrarse–. No hay otro banco que huela tanto a dinero y valores antiguos. Claudio ha convertido el suyo en otra centralita orientada a las ventas. No es seguro, ni sólido, ni honesto. Nosotros somos únicos. Estamos detrás de Arturo en cuanto a estatura.
–Lo sé. Esperemos que sea estatura y honestidad lo que él está buscando.
–Lo más importante va a ser la química. Y el hecho de no haber salido todavía a Bolsa. En eso estamos por delante de Claudio, independientemente de la oferta que le haga. Estoy seguro. De hecho, estoy tan seguro que te apuesto a que me invitan a casa de Arturo durante la regata Cordon D’Or. Vamos a ir poco a poco, pero allí es donde pretendo empezar.
Se giró al oír que servían agua. Le dejaron delante un vaso. Vio unos dedos largos y elegantes, seguidos de unos brazos también largos y elegantes, desnudos, porque el vestido no tenía mangas. Y a un ángel con hoyuelos en las mejillas que le sonreía.
Estaba demasiado ocupado como para distraerse. Volvió a preguntarse dónde estaría David.
–Eso será el comienzo, pero va a hacer falta algo más que hospitalidad durante el Cordon D’Or para ganárselo. Es el último de la vieja guardia. Será mejor que tengas tu perfil en las redes sociales bien limpio. Si intuye algún escándalo retirará el puente levadizo antes de que te hayas acercado a él.
–No te preocupes, no habrá más escándalos.
Lamentaba que los hubiese habido en el pasado. Golpeó la ventana con los dedos y siguió con ellos las gotas que iban resbalando por el cristal. Nunca había tenido problemas con su imagen hasta que había llegado su última ex, lady Faye, que le había vendido la historia de su ruptura a la prensa y había dicho que Matteo era capaz de destrozar la vida de cualquier mujer, prometiéndole que se casaría con ella para después dejarla.
Pero aquella no era la verdad. Él nunca prometía nada.
A lo largo de los años había ido desarrollando una fobia al compromiso. Estaba casado con su trabajo y no volvería a comprometerse con ninguna otra mujer como lo había hecho con su primera novia, Sophie.
Había perdido a su padre, había perdido el rumbo en la vida y, después, a ella. Y jamás volvería a ser tan vulnerable.
–Tenías que haber dejado que David se ocupase de eso. Al menos, el daño habría sido menor.
–No es mi estilo. Me niego a jugar los juegos de los medios. Y no voy a meterme en una discusión acerca de un tema que solo es asunto mío. Faye estaba enferma. Es la única explicación. Ella creía en algo que no era real y, cuando no ocurrió, decidió ir a la prensa, pero si yo me hubiese metido habría sido peor. Solo habría conseguido prolongar esa triste situación.
–Lo sé, pero como te negaste a hacer ninguna declaración, la gente piensa que eres un paria. No soporto que piensen mal de ti, sabiendo cómo eres en realidad. Me disgusta mucho leer esas cosas.
–Pues haz como yo y no las leas.
Oyó suspirar a su madre y no le gustó.
–Lo siento, mamá, pero no puedo dar marcha atrás en el tiempo.
La mujer de rojo estaba guardando algo en el armario superior, sus brazos eran esbeltos y pálidos como unos lirios de tallo largo, y sus movimientos, elegantes. Llevaba el pelo recogido en una coleta morena, larga y brillante. Se giró a mirarlo, había inseguridad en sus ojos oscuros. Matteo conocía aquella mirada, sabía adónde podía llevar…
–Espera –fue hasta el dormitorio, que estaba al otro lado del avión, y cerró la puerta–. ¿Sabes algo de David? No está aquí y hay una mujer en su lugar. No suele mandar a nadie así, sin avisar…
–Ah, supongo que te refieres a Ruby. ¿Qué te parece? ¿Verdad que es encantadora?
–No se trata de eso –le respondió él.
–No te disgustes, Matty. Yo tengo mucho trabajo, así que le he pedido a David que termine el desarrollo de la marca con la nueva agencia de publicidad. No hay nadie que conozca nuestro negocio como él.
–¿Y me has dejado a mí con la nueva?
–Conozco a Ruby –le dijo ella–, y a mí me impresionó. Aprende muy deprisa y creo que os llevaréis bien. Y te devolveré a David el lunes.
Él tuvo la sensación de que su madre le ocultaba algo.
–¿Y por qué va vestida así? Lleva un vestido muy bonito, pero no es lo más adecuado para venir a trabajar. ¿No se te estará olvidando contarme algo?
Como el mes anterior, que se le había olvidado decirle que tenía que dar un discurso después de una cena. O cuando había tenido que presentar un premio en una guardería a la que financiaban. Su madre se estaba acostumbrando a pedirle favores de última hora relacionados con sus labores benéficas.
–Ah. Ahora que lo dices…
Ahí estaba.
–Me temo que yo todavía estoy en Senegal y hay un acto que habría que cubrir esta noche. De todos modos, vas a estar en Londres, y no está lejos de tu casa. Y, ¿quién sabe? ¡Tal vez consigas que la prensa diga algo bueno de ti! Eso sería estupendo, ¿no, Matty? ¿Sigues ahí?
Matteo supo que debía ir olvidándose del boxeo.
–Es una obra benéfica, cariño, para los menos afortunados.
Por supuesto que sí. A eso se dedicaba su madre mientras él se ocupaba del banco. Se le daba muy bien conseguir que los ricos y famosos se involucrasen y a él le parecía bien, siempre y cuando lo avisase con antelación.
–Está bien. Iré –le respondió suspirando–. ¿De qué se trata?
–Es una función benéfica en el King’s.
–Siempre y cuando no sea ballet. No soporto a los hombres en leotardos
–Pues sí, y se trata de mi compañía favorita. No te preocupes, cariño, solo tienes que dejar que te fotografíen en la alfombra roja y saludar a algunas personas después. Le he pedido a Ruby que se ocupe de todo. Ella tiene el itinerario y sabe mucho de danza, de hecho, es una de las solistas de la compañía, pero se está recuperando de una lesión. La pobre ha tenido un año horrible.
Él abrió la puerta y vio aparecer a Ruby. Así que no la habían mandado de una agencia, sino que era bailarina. Lo cierto era que su postura era perfecta, su cuerpo era perfecto, pero ¿por qué le estaba sirviendo agua fría otra vez?
De repente, lo entendió.
Volvió a cerrar la puerta del dormitorio.
–Es decir, que has vuelto a encontrarte a alguien con una historia dura y la has puesto bajo tu protección.
–Sé lo que estás pensando y no te voy a mentir. Ruby lo ha pasado mal, pero no es una víctima. Esto no va solo en una dirección, relájate.
–Entonces…
Su madre era dada a sentir pena por muchas personas y no todas tenían buenas intenciones.
–Matty, tú no te preocupes. Ruby no va a intentar robarme. Está completamente volcada con la compañía, pero como está lesionada no puede bailar, así que esta es la manera de que esté ocupada. No obstante, si prefieres a uno de esos hombres en leotardos, seguro que lo puedo solucionar.
Él sacudió la cabeza con incredulidad. Su madre había vuelto a darle la vuelta a la tortilla. Y, después de todo lo que había hecho por él, no podía llevarle la contraria. Estaban muy unidos. Lo habían estado desde la muerte de su padre y lo estarían siempre. Era así de sencillo.
Y si en algún momento le entraban las dudas, oía la voz de su padre, su conciencia, que le susurraba al oído que respetase los deseos de su madre.
–De acuerdo, siempre y cuando no se equivoque.
–Eso depende de ti, Matteo.
Él entendió lo que quería decirle. Su madre lo conocía bien y sabía que el hecho de que no quisiese una relación estable no significaba que quisiese pasar las noches solo.
–Está bien, mamá.
–Lo siento, cariño, pero es que sé que podrías ser feliz si sentases la cabeza con alguien. Al fin y al cabo, soy tu madre y solo quiero lo mejor para ti.
–Y lo que es mejor para mí es mejor para el banco, que es lo único que me interesa. No quiero sentar la cabeza con una mujer, al menos, por el momento.
Lo había dejado claro. No había lugar a interpretaciones erróneas. Solo quería cumplir el sueño de su padre, que en esos momentos era el suyo propio, nada más.